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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO VEINTIOCHO

EL COMER EN LA BUENA TIERRA

  “El maná cesó en aquel día, cuando comieron del producto de la tierra; los hijos de Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de Canaán aquel año” (Jos. 5:12). Aquí encontramos la tercera etapa del comer en la vida del pueblo de Dios.

  El Cristo que comemos primeramente lo recibimos para ser salvos por completo, lo cual se nos muestra mediante el comer de la Pascua. Su sangre no sólo nos provee redención y nos libra de la condenación de Dios, sino que además, al comer la carne del cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas, recibimos la energía necesaria para salir del territorio de Satanás y cruzar el mar Rojo. La salvación completa incluye la redención, la regeneración con la vida y la naturaleza de Dios, y la liberación del mundo. ¿Está usted disfrutando de esta salvación completa, o todavía sigue andando en Egipto?

  En la segunda etapa tenemos a Cristo, quien nos sustenta en nuestra travesía por el desierto. El propósito de comer del maná no es nuestra salvación, sino la edificación de la morada de Dios y el avance del testimonio de Dios. Aquí en la vida de iglesia estamos comiendo a Cristo a fin de que la casa de Dios sea edificada.

  En el mensaje anterior abarcamos estas dos etapas.

LA TERCERA ETAPA

  En la Biblia, el número dos es un número que simboliza testimonio, no compleción. Esto significa que nuestro comer no será completo si sólo experimentamos las primeras dos etapas. Como dice 1 Tesalonicenses 5:23, a fin de ser santificados por completo, debemos ser guardados en nuestro espíritu y en nuestra alma y en nuestro cuerpo. Nuestra experiencia del comer en Egipto fue positiva, en el sentido de que nos fortaleció para emprender el éxodo y nuestra experiencia del comer en el desierto fue aún mejor porque produjo el tabernáculo. Fue sólo después que el tabernáculo fue erigido que la gloria de Dios descendió de los cielos para llenar la casa para Él sobre la tierra.

  A fin de avanzar a la tercera etapa, el pueblo de Dios tenía que abandonar el desierto al cruzar el río Jordán y entrar en Canaán, la tierra que les fue prometida a Abraham, Isaac y Jacob por herencia para sus hijos. Dicha tierra representaba la meta que Dios prometió.

  ¿Qué representa esta tercera etapa? Ella nos habla del comer que produce la casa de Dios establecida sobre un sólido fundamento. En lugar de un tabernáculo móvil y portátil, se construyó un templo sobre una base firme y establecida. Esta construcción no podía llevarse a cabo en el desierto. El templo fue edificado en la buena tierra, lo cual significa que el reino de Dios fue establecido, a fin de expresar a Dios y Su autoridad.

  Éstas son las tres etapas del comer, y ellas constituyen la historia de nuestra experiencia cristiana. Así como Dios es triuno y el hombre es un ser tripartito, de la misma manera nuestro comer espiritual se compone solamente de estas tres etapas. Nuestro crecimiento espiritual depende del comer. ¿Está usted todavía comiendo el cordero con las hierbas amargas? ¿Es el maná su alimento diario? El maná es el alimento para las personas errantes, para los que todavía se encuentran en el desierto del alma. ¿Está usted en la buena tierra, disfrutando del producto de Canaán en su espíritu?

  Quizás le resulte difícil a usted saber en qué etapa se encuentra. Probablemente sienta que aun en un mismo día su experiencia pueda pasar de la buena tierra a Egipto o al desierto. Sin embargo, si nunca ha gustado de la experiencia de estar en la buena tierra, declare por fe que es allí donde se encuentra. No crea en las mentiras de Satanás, que le dicen que usted ha retrocedido.

VARIEDAD DE ALIMENTO

  Mientras que el maná era el único alimento que se les proveyó a los hijos de Israel en el desierto, el producto de la buena tierra era muy variado. Era una “tierra de trigo, de cebada, de vides, de higueras y de granados; tierra de olivos con aceite y de miel; tierra en la cual no comerás pan con escasez” (Dt. 8:8-9). No sólo había esta variedad de vegetales y frutas, sino también vacas y ovejas (12:6). Esto me trae a la memoria lo que ofrecen los supermercados en los Estados Unidos: una gran variedad de frutas, verduras y carnes.

COMER DEL PRODUCTO COMÚN

  Los capítulos 12, 14 y 16 de Deuteronomio nos dejan claro que había dos clases de comer en la buena tierra. Todo lo que ellos cosecharan, ya sea de la tierra o de sus ovejas y vacas, tenían que dividirla en dos partes. El noventa por ciento de ello era la porción que pertenecía a los israelitas y que podían comer dentro de sus ciudades (12:15). Podemos llamar esto el comer de manera común.

LA MEJOR PORCIÓN

  El otro diez por ciento, el diezmo, tenía restricciones en cuanto a dónde debía ser comido. “No podrás comer dentro de tus ciudades el diezmo de tu grano, de tu vino nuevo o de tu aceite fresco, ni los primogénitos de tus vacas ni de tus ovejas [...] sino que delante de Jehová tu Dios lo comerás, en el lugar que Jehová tu Dios haya escogido” (vs. 17-18).

  Por ejemplo, supongamos que yo fuera un israelita que tenía una manada de vacas. Cuando una de ellas tuviera su primer ternero, no tenía la libertad de matarlo y hacer un banquete para mi familia, a pesar de que el ganado me pertenecía, sino que debía guardarlo hasta el tiempo de la Fiesta de Tabernáculos, el día quince del séptimo mes. Pero si esa misma vaca tuviera un segundo ternero, tendríamos la libertad de engordarlo, matarlo y hacer un banquete para todos nuestros familiares.

  El becerro primogénito, junto con todas las primicias de todos mis rebaños y ganados y el diezmo de mis cosechas, tenía que llevarlo al lugar “que Jehová vuestro Dios escoja para hacer habitar en él Su nombre, allí llevaréis todo lo que yo os mando: vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, la ofrenda elevada de vuestras manos” (v. 11). “En el día quince del mes séptimo, cuando hayáis recogido el producto de la tierra, celebraréis la fiesta de Jehová por siete días” (Lv. 23:39).

EL DISFRUTE COMÚN EN CONTRASTE CON EL DISFRUTE ESPECIAL

  El comer común que tenía lugar dentro de las ciudades es un tipo del disfrute común de Cristo. Podemos festejar comiéndolo a Él solos en casa, o en la universidad o incluso en una reunión de pocos hermanos. Este disfrute de Cristo puede ser precioso; pero, como muchos de ustedes han testificado, nuestro disfrute más elevado de Cristo ocurre en las reuniones de la iglesia. Es únicamente aquí que disfrutamos de la porción más excelente de Cristo. Éste es el lugar donde Él ha escogido poner Su nombre y edificar Su morada. Por muy buena que sea su reunión de hogar o su pequeño grupo de comunión, no es allí donde Dios mora. La morada de Dios hoy es la iglesia, y el monte Sion hoy es la reunión de la iglesia, donde los diezmos y las ofrendas deben ser presentados.

NO HA DE COMERSE EN CUALQUIER LUGAR

  Comer a Cristo en la tercera etapa no sólo tiene que ver con Sus riquezas, sino también con el asunto de la unidad del pueblo de Dios. Una vez que los hijos de Israel ocuparon la buena tierra, les habría sido fácil separarse unos de otros. Pero lo que los mantuvo en unidad fue este requisito: “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que veas, sino que en el lugar que Jehová escoja en una de tus tribus, allí ofrecerás tus holocaustos, y allí harás todo lo que yo te ordeno” (Dt. 12:13-14). Todos los varones tenían que presentarse delante de Jehová tres veces al año en el lugar que Él había escogido (16:16) para celebrar las fiestas con el rico producto de la tierra.

  Supongamos que dos vecinos tuvieran un desacuerdo y, por ende, hubieran dejado de hablarse. Aunque la mayor parte del tiempo evitaran tener contacto, llegaría el día en que ambos tendrían que emprender el viaje de regreso a Jerusalén. Al encontrarse en el camino que conduce a Sion, ellos podrían resolver sus diferencias y unirse a los demás al declarar: “¡Mirad cuán bueno y cuán agradable es habitar los hermanos en unidad!” (Sal. 133:1). Ésta era una de las canciones de ascenso gradual que los israelitas cantaban cuando se encontraban y ascendían al monte Sion para presentar sus ofrendas y guardar las fiestas.

  Al comer a Cristo, encontraremos que somos conducidos a la unidad con todos los santos. Probablemente estemos descontentos con ciertos hermanos o hermanas y decidamos dejar de asistir a las reuniones de la iglesia. Tal vez digamos que la presencia de Dios se halla en todas partes y que podemos disfrutar a Cristo en casa. Sin embargo, aparte de las reuniones de la iglesia, no podremos recibir la porción extraordinaria del disfrute de Cristo. Si intentamos disfrutar de la porción común y la porción especial de Cristo en el lugar que nosotros mismos escojamos, la unidad sufrirá daño. Así que, por descontentos que estemos con respecto a las cosas de la iglesia, debemos reunirnos con los santos. La morada de Dios es la iglesia, no nuestro pequeño grupo de comunión. Todos debemos reunirnos en el lugar que Dios ha escogido para poner allí Su nombre.

LABOR

  El producto de la buena tierra no llovía del cielo como había sucedido con el maná. Los hijos de Israel tenían que labrar la tierra, sembrar la semilla, mantener el suelo bien irrigado y deshacerse de todos los insectos perjudiciales. Luego, cuando llegara el tiempo de la siega, tenían que recoger la cosecha.

  Cristo es nuestra buena tierra. Día tras día debemos laborar en Él. Empezamos con la vigilia matutina, labrando la tierra y sembrándolo a Él como semilla. A veces simplemente regamos los cultivos o matamos algunos caracoles. Durante el día seguimos laborando en Él al experimentarlo y disfrutarlo y al participar de Él. Además de esto, procuramos sacar unos minutos en un momento y otro durante el día para leer un capítulo de la Palabra.

  Al laborar fielmente de esta manera, gradualmente acumularemos las ricas experiencias de Cristo. Entonces traemos nuestro excedente a las reuniones. Los israelitas sólo tenían tres fiestas anuales; ¡pero nosotros no tenemos que esperar tanto tiempo! Tenemos al menos tres reuniones a la semana, y cada una de ellas es una fiesta a la cual podemos venir, no con las manos vacías, sino llenos de las experiencias de Cristo. “Ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías; cada uno dará según pueda, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te haya dado” (Dt. 16:16-17).

ADORACIÓN

  De los cinco libros de Moisés, Génesis es el único que no nos da ninguna instrucción en cuanto a la manera de adorar. Los otros cuatro tratan de manera extensa y detallada el asunto de la adoración y el servicio a Dios. El concepto natural es que para adorar a Dios tenemos que inclinarnos, arrodillarnos o postrarnos. Ésta era la costumbre de las naciones que rodeaban a Israel (Éx. 23:24). Pero la instrucción que se les dio a los hijos de Israel fue que trajeran su rico producto, lo ofrecieran a Dios y después lo comieran unos con otros en Su presencia y con Él. Lo que ellos ofrecían era tanto su alimento como el alimento de Dios. Así pues, comer en la presencia de Dios es adorarlo.

  Cuanto más nos reunamos con nuestras manos llenas de Cristo, cuanto más lo ofrezcamos a Dios y lo disfrutemos en la presencia de Dios, más lo adoraremos. Nuestro Padre Dios desea la adoración que se centra en comer a Su Hijo. Dios está contento cuando nosotros estamos en Su presencia disfrutando a Su Hijo.

  En Juan 4 el Señor Jesús vinculó la adoración a Dios a beber de Él. Después que el Señor le dijo a la mujer samaritana: “El que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás” (v. 14), ella cambió el tema al asunto de la adoración. La respuesta del Señor fue: “La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (vs. 21, 23). Nuestro espíritu es Jerusalén, la morada de Dios (Ef. 2:22), y es allí donde adoramos a Dios pero no al postrarnos delante de Él, sino al disfrutar a Cristo como la realidad. Beber de Él de esta manera es la verdadera adoración que le rendimos a Dios.

LAS REUNIONES

  Cada vez que venimos a las reuniones, ofrecemos al Cristo que hemos experimentado en nuestro andar diario. No piensen que los instrumentos musicales son una parte necesaria de nuestra adoración. La música no es la realidad. La realidad se halla en nuestro espíritu, en el propio Cristo a quien hemos experimentado. Estas experiencias son el rico producto de la buena tierra. Podrá haber ocasiones en las que en lugar de cantar u ofrecer oraciones, contemos ricos testimonios de nuestra vida diaria. El abundante producto se acumulará delante del Señor. Los testimonios quizás sean bastante breves, pero puesto que provienen de las riquezas en el espíritu, pueden ser más que un testimonio. Lo que expresemos a modo de testimonio puede ser una oración o una ofrenda de alabanza.

  No es posible predecir qué forma la reunión tomará. Cada reunión puede ser diferente. Algunas de las reuniones que hubo en el primer siglo ciertamente tuvieron que haber sido como lo que hemos descrito. No tratamos de organizar diferentes estilos de reunión. Cómo sean las reuniones dependerá de cómo seamos nosotros. Vivimos de cierta manera, y nos reunimos de esa misma manera. No nos reunimos para realizar una mera actuación, sino para traer un desbordamiento del rico Cristo que hemos estado disfrutando. Es así como comemos juntos a Cristo en la presencia de Dios.

  ¡Cuán bueno será cuando todas las iglesias sean así! Hoy todavía estamos bajo la influencia del cristianismo degradado, con los himnos y la oración como parte de nuestra forma de reunirnos. La Biblia no nos provee una manera ritualista de reunirnos. No prescribe ninguna manera formal en cuanto a nuestra reunión. Debemos ser como los hijos de Israel que en la antigüedad venían juntos al único lugar, Jerusalén, con todo el rico producto de la buena tierra; esto quiere decir que nosotros venimos al espíritu, ofreciendo nuestras ricas experiencias de Cristo. Lo importante no es si cantamos o no. Es posible que pasemos todo el tiempo de la reunión cantando, si el Señor así lo dirige. Lo único que debe preocuparnos es que nos reunamos en espíritu y con las riquezas de Cristo.

  Cuando compartamos nuestras experiencias, no debemos hacerlo de forma desconectada y dispersa. Debido a que todos hemos tenido tales experiencias tan ricas y variadas, lo que digamos debe seguir el tema del hermano que nos precede. ¡No podemos tener una fiesta con una variedad extraña de víveres que no combinan!

  Si nuestras reuniones están llenas de este Cristo tan atractivo, los que vengan serán convencidos, subyugados y capturados. Lo que gana a las personas no son las reuniones llenas de entusiasmo. Cristo mismo es el factor atractivo; no un Cristo en doctrina, sino el Cristo que experimentamos.

LA META DEL RECOBRO DEL SEÑOR

  La tercera etapa del comer es más bien compleja. Tenemos la manera común de comer juntos las riquezas de la buena tierra dentro de nuestra ciudad. También tenemos la manera especial de traer nuestros diezmos al lugar escogido para comer delante del Señor a fin de salvaguardar la unidad del pueblo de Dios. Además, esta etapa del comer exige que laboremos, y no que simplemente recojamos lo que ha caído del cielo. Finalmente, debemos adorar al Padre trayendo a las reuniones toda la rica variedad de las experiencias de Cristo y presentándolas a Dios y a Su pueblo.

  Esta tercera etapa es la que cumple el propósito de Dios. Ésta es nuestra meta en el recobro del Señor, la cual debemos procurar alcanzar. De esta manera, la vida de iglesia será producida, el reino de Dios será establecido y Su templo será sólidamente edificado.

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