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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO VEINTINUEVE

EL COMER EN LOS EVANGELIOS

  Una de las quejas que presentaron contra el Señor Jesús fue: “Éste a los pecadores acoge, y con ellos come” (Lc. 15:2). Esta crítica de que Él comía con los pecadores condujo a que el Señor contara las tres parábolas de Lucas 15. Los publicanos y pecadores eran la clase más baja de la sociedad judía. Los publicanos eran judíos que recaudaban impuestos de sus propios compatriotas para el Imperio romano. Ellos eran muy despreciados por su deslealtad y deshonestidad. Sin embargo, Jesús escogió comer con ellos y con los que comúnmente eran llamados pecadores. El hecho de que comiera con ellos declaraba que el Salvador no sólo los salvaría, sino que incluso les prepararía un banquete. Este comportamiento ofendió a los fariseos y a los escribas, quienes eran parte de la alta sociedad en la cultura judía.

  ¿Quiénes reúnen los requisitos para participar de la salvación de Dios? ¿Qué base necesita tener usted cuando viene a pedir ser salvo? Dios no ofrece la salvación a los fariseos, ni a los reyes, ni a los presidentes ni siquiera a los caballeros más respetables. La salvación es únicamente para los que se humillan y asumen la posición de un pecador.

TRES PARÁBOLAS

  Estas tres parábolas nos presentan un cuadro triple de la manera en que Dios busca al hombre, y las tres alcanzan su consumación en la última. La parábola de la oveja perdida nos describe cómo el pastor deja a sus noventa y nueve ovejas para ir en busca de la oveja perdida. Esto es un cuadro del Hijo en calidad de buen Pastor, que efectuó la redención por nosotros. En la segunda parábola, la mujer enciende una vela y barre la casa a fin de encontrar la moneda perdida. Nosotros los pecadores, los que fuimos escogidos por Dios, somos esa moneda. Anteriormente éramos posesión de Dios, pero después nos perdimos. La mujer es el Espíritu Santo, enviado para alumbrar la casa, nuestra cámara interior, a fin de encontrarnos. La última parábola, la del hijo pródigo, introduce al Padre, quien recibió al pecador que decidió regresar.

  La obra del Espíritu de alumbrarnos se apoya sobre el fundamento de la redención efectuada por el Hijo, así como el hecho de que el Padre recibe al pecador arrepentido es el fruto o resultado de la búsqueda del Espíritu.

  Como hicimos notar en el mensaje anterior, no fue sino hasta la tercera etapa del comer que se pudo vislumbrar la meta prometida por Dios. Las dos etapas anteriores no estarían completas sin la tercera. Este mismo principio se aplica a estas tres parábolas. Es sólo cuando llegamos a la tercera parábola que vemos una salvación completa.

UN PECADOR ARREPENTIDO

  Un hijo dejó a su padre, malgastó su herencia y al final se encontró alimentando cerdos en el campo al mismo tiempo que se moría de hambre. Así que, arrepentido, regresó a su padre, diciendo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v. 21).

  La manera en que el padre recibió a su hijo es un buen cuadro de la salvación completa que es nuestra en Cristo.

EL MEJOR VESTIDO

  El hijo pródigo regresó a su hogar como un mendigo, con los pies descalzos y su situación era lamentable en todo aspecto. Sin embargo, “cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó afectuosamente” (v. 20). Entonces el padre, interrumpiendo la confesión que hacía el hijo de que había pecado y que ya no era digno de ser llamado hijo, “dijo a sus esclavos: Sacad pronto el mejor vestido [lit., un vestido, el primero], y vestidle; y poned un anillo en su mano, y sandalias en sus pies” (v. 22).

  La manera en que el padre se refirió a este vestido da la impresión de que él lo había especialmente preparado de antemano para que el hijo se lo pusiera al regresar. Al estar cubierto con este vestido, el hijo pudo entrar en la espléndida casa del padre, para ya no ser un mendigo, sino un hijo justificado, que externamente estaba al nivel de su padre.

  El mejor vestido representa a Cristo como nuestra justicia, que nos cubre y justifica a los ojos de Dios. No obstante, debemos notar que el vestido sólo nos cubre exteriormente; representa una justicia objetiva, pues a estas alturas Cristo aún no está en nosotros.

EL ANILLO

  También se les dijo a los siervos que le pusieran al hijo un anillo en su mano. Esto es un cuadro de que fuimos sellados con el Espíritu Santo (Ef. 1:13; 4:30). El anillo es como el Espíritu Santo, el cual nos es dado como garantía de que somos la posesión del Padre.

EL CALZADO

  Las sandalias con que calzaron los pies del hijo que regresó no son iguales al calzado que se menciona en Efesios 6:15. En Efesios el calzado tiene por finalidad estar firme y resistir en la batalla; pero en Lucas 15 el calzado tiene por finalidad caminar y proteger los pies del polvo, la suciedad y el barro que proviene del contacto que tenemos con la tierra.

EL BECERRO GORDO

  ¿Creen ustedes que el hijo quedó satisfecho con el mejor vestido, el anillo y las sandalias? Aunque ciertamente él apreciaba verse tan pulcro, no había regresado a casa para cambiarse sus ropas andrajosas; antes bien, fue debido a la gran hambre que sentía que empezó a pensar en su casa y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre” (Lc. 15:17-18). No había ninguna prenda de vestir que pudiera llenarle su estómago vacío. ¡Cuán contento debió haberse puesto cuando le oyó a su padre decir: “Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (v. 23)! El Padre tampoco estaba contento hasta que pudieran comer juntos y regocijarse.

  La salvación de Dios no consiste simplemente en ponernos un vestido, sino en comer. No importa qué prenda de vestir nos pongamos ni tampoco cuántas veces nos lavemos, no habrá ningún cambio en nuestro ser interior.

  ¡El becerro gordo no era algo para ponernos, sino algo para comer! Comer consiste en recibir algo que está fuera de usted y luego en digerirlo para que, de manera orgánica, llegue finalmente a ser parte de usted. Si usted se traga una perla, no podrá decir que se la ha comido, porque ésta no puede ser digerida por su cuerpo. El becerro gordo, en cambio, es algo que puede ser comido. Usted puede recibirlo en su ser y después su cuerpo puede asimilarlo. Esto produce un cambio metabólico dentro de usted. Lo que usted come lo cambia a usted orgánica y metabólicamente. Palabras tales como transformación, renovación y santificación se refieren a este cambio, el cual no es producido al esforzarnos por mejorar nuestra apariencia externa, sino al recibir el alimento que el Padre ha provisto.

UN CUADRO DE LA ECONOMÍA DE DIOS

  Son demasiados los cristianos que no saben cuán importante es el alimento espiritual. Algunos buscan al Señor para que los salve o los ayude cuando están en dificultades. Su concepto es orar día y noche hasta que de repente tengan una experiencia milagrosa. Entonces esperan ver un cambio maravilloso. Esta clase de pensamiento demuestra que son ignorantes en cuanto a la economía de Dios, la cual se nos muestra de manera vívida en esta parábola.

  La muerte de Cristo en la cruz cumplió un objetivo triple: el perdón de pecados, la aniquilación del viejo hombre y la liberación de la vida divina. En la resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante. Cuando nosotros oímos el evangelio, nos arrepentimos y creímos en Cristo, Él —con base en Su obra redentora y mediante la limpieza de Su sangre—, entró en nosotros como Espíritu vivificante. Su justicia nos cubrió, lo cual nos hizo aptos para que fuésemos justificados por Dios, y el Espíritu nos selló para que llegásemos a ser posesión de Dios. El evangelio nos apartó del mundo. No obstante, además del vestido, el anillo y las sandalias, ¡tenemos el becerro gordo para nuestro disfrute!

La salvación

  Romanos 10:6-10 nos recuerda que no podemos encontrar a Cristo en el cielo ni en el abismo, sino cerca de nosotros, en nuestra boca y en nuestro corazón. Al confesar con nuestra boca: “¡Señor Jesús!”, somos salvos. Abrir nuestra boca y orar de esta manera equivale a comer y ser salvos.

Gozo

  “Comamos y regocijémonos”. El gozo vino cuando participaron del banquete del becerro gordo. Nuestra salvación consiste en comer. Cristo es nuestro becerro gordo, nuestro pan de vida, que nos abastece y proporciona gozo. En contraste con el vestido, el anillo y las sandalias, las cuales son visibles, el becerro desaparece de la vista después que lo comemos, pues es digerido y asimilado para ser parte de las fibras de nuestro ser. El efecto que obra en nosotros es que recibimos fuerza, poder, sustento, apoyo, consuelo y satisfacción. Así es nuestro Salvador subjetivo para nosotros. Es por ello que el comer nos proporciona gozo.

Crecimiento

  Ustedes no cambian por algún poder o magia. Hoy ustedes probablemente miden más de 1.5 metros y pesan más de 45 kilogramos. ¿Eran ustedes de ese tamaño al nacer? ¿Crecieron de ese tamaño después de haber ayunado por tres días, y entonces de repente cambiaron de niños a adultos? De ninguna manera. Su crecimiento se produjo gradualmente al comer de forma regular. Ustedes no pudieron haber crecido comiendo perlas ni diamantes, puesto que éstos no son comida y su cuerpo no puede digerirlos. El becerro gordo no es un término vano ni vacío, sino un cuadro que nos muestra que Cristo nos satisface al recibirlo en nuestro ser en forma de alimento.

  Día tras día nosotros cooperamos con Él al abrirnos a Él para recibirlo mientras oramos-leemos Su Palabra. Es de esta manera que Cristo es formado en nosotros, hace Su hogar en nuestros corazones y nos transforma a Su imagen de gloria en gloria. A medida que ustedes lean la palabra para nutrirse de ella, tomen sólo una pequeña porción a la vez. ¡No traten de engullirse todo el becerro gordo en una sola ocasión! A fin de experimentar un crecimiento espiritual gradual y continuo, lo mejor es comer cuatro o cinco pequeñas comidas al día.

  Aunque comer de Jesús es el punto focal del Nuevo Testamento, este asunto ha sido descuidado por los cristianos. En 1958 el Señor empezó a recobrar esto. En 1965 dimos una serie de mensajes en Los Ángeles sobre el tema del comer. Inmediatamente después, el Señor nos dio la práctica de orar-leer. ¡Cuán rico fue el orar-leer de la Palabra en 1968 y 1969! Espero que los santos regresen a esta manera nutritiva de recibir la Palabra y se alimenten así de Jesús como el becerro gordo.

LA PROTESTA DEL HIJO MAYOR

  La historia del hijo pródigo termina con la conversación entre el padre y el hijo mayor. De entre las cosas que el padre hizo cuando regresó el hijo pródigo, ¿cuál fue la que hizo que el hijo mayor se enojara? Noten que su queja no tenía que ver con el vestido, ni con el anillo ni con las sandalias, pues esto fue lo que dijo: “Has hecho matar para él el becerro gordo” (Lc. 15:30). Los regalos externos del padre no fueron la causa del resentimiento del hijo mayor; lo que lo enfureció fue que hubiera matado el becerro gordo para él.

  Así como los fariseos y escribas murmuraron contra el Señor diciendo que comía con los pecadores, de la misma manera la gente religiosa hoy se ofende cuando oyen hablar acerca de comer a Jesús. No se oponen a las enseñanzas objetivas; es la experiencia subjetiva de Cristo como nuestro alimento lo que ellos rechazan.

HEMOS SIDO INVITADOS A UN BANQUETE

  En los Evangelios se encuentran otras parábolas que también se refieren al comer. En Lucas 14:16-24 tenemos la parábola de la gran cena, a la que los que fueron invitados fabricaron excusas. Finalmente, la casa fue llena, no con ellos, sino con los pobres, los cojos e incluso con algunos que por fuerza tuvieron que asistir. ¡Cuán tremendo es este cuadro que nos muestra cómo los escogidos rechazaron al Señor, quien se ofreció a ellos como un banquete!

  Mateo 22:1-14 narra que un rey hizo una fiesta de bodas para su hijo. Cuando todo estaba listo —los novillos y animales engordados habían sido muertos—, los invitados nuevamente se negaron a asistir, y entonces otros fueron hallados en las encrucijadas de los caminos e invitados a asistir en su lugar. Pero se halló que uno de los invitados que estaban sentados a la mesa no estaba con traje de bodas, por lo cual fue echado a las tinieblas de afuera. Los novillos y animales engordados se refieren a Cristo, quien fue muerto para que los escogidos de Dios puedan disfrutarlo como su banquete. Los gentiles fueron buscados en las encrucijadas después que los judíos rechazaron al Señor. Disfrutar de la fiesta de bodas no sólo requiere “el mejor vestido”, sino también el traje de bodas, que es un cuadro del Cristo que experimentamos como nuestra justicia subjetiva.

  Observen cómo Cristo describe Su venida, tanto en su primer aspecto como en el segundo, como la fiesta de bodas que un rey hace para su hijo. Cristo vino para que Su pueblo saciara su hambre al recibirlo a Él como su banquete. Dicho banquete quedó abierto para todos cuando “los Suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). Este banquete en su plenitud lo disfrutarán los creyentes vencedores en la próxima era.

EN MEMORIA DE ÉL

  Cuando el Señor estaba próximo a dejar a Sus discípulos y regresar al Padre, les dijo cómo podían recordarlo. “Tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lc. 22:19-20). Recordar al Señor, como lo hacemos nosotros semana tras semana en Su mesa, no es un ritual, sino una participación de Él. La manera apropiada de recordarlo no simplemente consiste en recordar lo que Él es o ha hecho, sino en recibirlo en nuestro ser. La mesa del Señor es un testimonio de nuestro diario vivir. Nosotros nos reunimos el primer día de la semana para partir el pan y declarar así a todo el universo que vivimos al comer y beber a Cristo.

  Día tras día nosotros comemos el alimento celestial, el becerro gordo, que es Jesucristo, el Hijo del Dios viviente. Fue Él quien dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57). Nosotros vivimos por lo que comemos, y finalmente llegamos a ser lo que comemos.

  Cuán lamentable es que se haya perdido en el cristianismo el significado de la mesa del Señor. Allí se le llama la santa comunión, y no hay un entendimiento correcto del significado del pan y de la copa. La mesa significa que la manera de adorar a Dios es comerle y beberle, y no inclinarnos delante de Él. Cuando nosotros le comemos y bebemos, Él recibe la adoración.

LA PROVISIÓN DE DIOS

  La economía de Dios nos muestra que Su pueblo debe ser un pueblo que come. Esto fue primeramente simbolizado por el árbol de la vida, que fue puesto en el huerto para que el hombre participara de él. Cuando el hombre desobedeció y cayó bajo la tiranía de Satanás, Dios intervino para redimirlo al proveer la Pascua para que él comiera y así fuera fortalecido para emprender el éxodo y salir del dominio de Satanás. En la buena tierra el pueblo de Dios laboró para producir el rico producto, del cual tenían que reservar una décima parte, junto con la mejor porción, para comer delante del Señor en sus fiestas. De esta manera, ellos fueron guardados en unidad y sustentados para edificar el templo, a fin de que la autoridad de Dios fuese expresada.

  En los Evangelios el comer nuevamente juega un papel muy crucial. Tenemos el becerro gordo para el hijo pródigo que regresa. También tenemos el banquete que había sido preparado para el pueblo escogido por Dios, pero que ellos rechazaron, lo cual abrió la puerta para que los gentiles participaran de dicho banquete. Mediante estas parábolas y también en Sus palabras explícitas (vs. 35, 48-58), el Señor se presentó como el verdadero alimento que es dado para la vida del mundo. Comer de Él es la verdadera adoración, la cual es simbolizada por la acción de recordarle a Él en Su mesa.

  Espero que todos seamos convencidos de que la principal preocupación de Dios con respecto a nosotros es que disfrutemos a Su Hijo como nuestro alimento. Éste es el mensaje que nos comunican los Evangelios.

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