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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO TREINTA Y UNO

LA VISIÓN CELESTIAL

  “¿Quién eres, Señor?” (Hch. 9:5). Ésta fue la pregunta que hizo Saulo de Tarso cuando su viaje a Damasco fue interrumpido por una luz que “sobrepasaba el resplandor del sol” (26:13) y por una voz que le “decía en dialecto hebreo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (v. 14). Cuando ocurrió este encuentro, Saulo no era un hombre pagano, sino un judío celoso y religioso. Él seguía fielmente las tradiciones de sus padres, quienes por generaciones habían adorado a Dios conforme al Antiguo Testamento. Como él mismo se describió más tarde: “Aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres” (Gá. 1:14).

“LA SECTA DE LOS NAZARENOS”

  En la época de Saulo, algo nuevo surgió además de la religión judía. Los que creían en este nuevo camino fueron llamados por sus opositores “la secta de los nazarenos” (Hch. 24:5), por causa de Jesús de Nazaret. Saulo estaba enfurecido por las afirmaciones que hacía esta “secta” y alarmado por el número de judíos que estaban convirtiéndose a ella. Se había propuesto acabar con ella. Tanto los hombres como las mujeres que tenían tales creencias eran arrestados y llevados por la fuerza a la cárcel.

UNA CONFRONTACIÓN

  Saulo iba por el camino hacia Damasco, con autorización del sumo sacerdote para llevar a Jerusalén a todo el que fuera “de este Camino”, a fin de que fuera castigado. Mientras llevaba a cabo esta comisión autoimpuesta, de repente fue confrontado precisamente por ese nazareno, quien lo llamó por nombre desde el cielo. La respuesta de Saulo fue: “¿Quién eres, Señor?”. Alguien que conocía su nombre, pero cuyo nombre Saulo desconocía, lo visitó del cielo, haciendo que cayera en tierra, temblando y lleno de asombro.

UN CAMBIO DE PARECER

  Para Saulo el cielo fue abierto. Los cielos fueron abiertos. El corazón de Dios fue abierto. Desde entonces, Saulo empezó a ver algo que no era ni provenía de la tierra, sino de los cielos. Él llamó a esto que vio “la visión celestial” (26:19).

  ¡Cuán marcado fue el contraste entre lo que Saulo vio y lo que había visto anteriormente! Todo celo y preocupación por la religión judía provenía de abajo, de la tierra, no de arriba. Él había sido instruido “a los pies de Gamaliel, en el rigor de la ley de nuestros padres, celoso de Dios” (22:3). Sin embargo, esas enseñanzas y tradiciones eran terrenales. Nunca antes había escuchado una voz del cielo.

PERSIGUE A CRISTO

  Saulo era alguien que buscaba a Cristo. Antes de ir camino a Damasco, su búsqueda de Cristo era negativa. La voz celestial le preguntó: “¿Por qué me persigues?”. La palabra griega traducida “perseguir” es la misma que se traduce “proseguir” en Filipenses 3:12 y 14; significa “ir en pos”. Antes de este encuentro celestial, Saulo perseguía a Cristo lleno de odio, con la intención de deshacerse de Él al destruir a Sus seguidores. Sin embargo, él más tarde dijo: “Prosigo a la meta para alcanzar el premio del llamamiento a lo alto, que Dios hace en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). Su búsqueda de Cristo llegó a ser una búsqueda llena de amor.

SE ARREPIENTE

  ¿En qué punto de su viaje a Damasco Saulo se arrepintió? Fue cuando cambió de dirección. Toda su mentalidad estaba orientada en una sola dirección, pero cuando la luz resplandeció sobre él y él cayó en tierra, su rumbo cambió totalmente. Fue así como se arrepintió.

  Mientras aún estaba postrado en tierra, él invocó el nombre del Señor. ¿Por qué llamó Señor a esta persona cuando ni siquiera sabía quién era? Él comprendió que la persona que lo llamaba desde los cielos ciertamente tenía que ser el Señor. Así pues, Saulo primero se arrepintió y luego fue salvo al invocar el nombre del Señor.

  El Señor sabe cómo hacernos cambiar de dirección. Saulo de Tarso era una persona osada y determinada, pero cayó delante de Aquel a quien perseguía con tanto odio. Supongamos que él simplemente se hubiera puesto en pie, decidido a seguir su camino, sin hacer caso a la voz de los cielos. Si él hubiera mantenido su mirada fija en Damasco y hubiera rehusado mirar hacia el cielo, el Señor ciertamente habría intervenido de una manera aún más fuerte para obligarlo a desistir. No importa cuán resueltos estemos a obrar conforme a nuestras convicciones, no podemos prevalecer contra Aquel que nos habla desde los cielos. En lo profundo de mi espíritu mi oración es que el Señor me guarde de ir rumbo a Damasco en contra de Su voluntad.

A PESAR DE ESTAR CIEGO, VE

  Cuando Saulo cayó a tierra, sus ojos fueron abiertos. Anteriormente, Él pensaba que su visión era muy clara. Él era quien lleva a otros a Damasco; pero después que fue cegado por la luz del cielo, otros, “llevándole por la mano, le metieron en Damasco” (Hch. 9:8). Cuando él ya no podía ver adónde iba, le vino la visión celestial.

  Es una misericordia si nos sobreviniera a todos esta ceguera. Al parecer vemos con absoluta claridad lo que estamos haciendo y adonde estamos yendo. Es por ello que seguimos nuestro camino, sin saber que estamos ciegos y con una actitud petulante creyendo que lo sabemos todo.

  “Donde no hay visión, el pueblo se desenfrena” (Pr. 29:18). Debido a la seguridad que tenía en sí mismo, Saulo de Tarso estaba ciego y actuaba con desenfreno. Por lo tanto, era necesario que una voz del cielo lo rescatara. Aquello que él llamó la visión celestial es el pensamiento central de la revelación divina. Pese a que Saulo era tan versado en el Antiguo Testamento con sus mandamientos y ordenanzas externas, él no vio este pensamiento central.

  Esto mismo les sucede a muchos cristianos. Quizás estén familiarizados con la Biblia, pero pierden de vista su pensamiento central, la visión celestial. Si tomamos al Señor en serio, esta visión ciertamente vendrá a nosotros. Pero hasta que esto no suceda, estaremos ciegos al igual que Saulo de Tarso, aunque veamos con nuestros ojos físicos.

DESEABA CONOCER EL DESEO DE DIOS

  En su ceguera, Saulo perseguía a Cristo; sin embargo, debemos reconocer que él sí buscaba a Dios con un corazón sincero.

  ¿Realmente buscamos lo que está en el corazón de Dios? El corazón es el órgano más importante de nuestro cuerpo. Es posible que nos corten un brazo o nos saquen los ojos; con todo, podemos seguir viviendo. Pero una vez que nos sacan el corazón, estamos acabados. Fácilmente podemos tocar el hombro, la nariz o la mano de alguien; pero no es igual de fácil tocar su corazón. Lo mismo se aplica a la Biblia. Tal vez hayamos visto muchas de sus enseñanzas; pero el centro de la revelación divina, al igual que nuestro corazón, no se puede ver tan fácilmente. Para ello se requiere que recibamos una visión celestial.

  Es muy común que los cristianos sientan carga por lo que es bueno y bíblico, como por ejemplo, ir a los campos misioneros para que los gentiles se conviertan; pero, al mismo tiempo, no capten el deseo más profundo de Dios.

  Mientras usted va en su camino, mire a Aquel que lo hizo caer en tierra y dígale: “¿Quién eres, Señor?”.

QUIÉN ÉL ES

  ¿Quién es ese insignificante hombre de Nazaret? Desde ese día en el camino a Damasco, Saulo empezó a ver quién era Él. Con el paso de los años, Pablo (quien ya no era Saulo) escribió un buen número de epístolas a fin de revelar el significado de esta persona. “Jesús de Nazaret, a quien tú persigues” es Dios encarnado. Él es el Redentor que quitó nuestros pecados. Por medio de Su muerte, Él puso fin a la vieja creación. Luego Él resucitó para ser la Cabeza de la nueva creación, y hoy en ascensión es Cristo el Señor, quien ha sido dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. A todos los que creen en Él, los hace miembros de Su Cuerpo.

EL PUNTO CENTRAL DE LA BIBLIA

  El punto central de la Biblia tiene que ver con el Dios Triuno y Su relación con el hombre. Como Pablo nos dice, agradó al Padre hacer habitar toda Su plenitud en Su Hijo (Col. 2:9). El Hijo, pues, es la corporificación de la plenitud del Padre. Si recibimos al Hijo, tenemos al Padre, quien está corporificado en el Hijo. ¿Por qué está el Padre en el Hijo? Con el propósito de que el Hijo pueda entrar en nosotros, y junto con Él el Padre también pueda entrar. De este modo, el Padre obtendrá un Cuerpo que es la plenitud del Hijo.

  Este Cuerpo es la iglesia, la cual, al recibir las riquezas de Cristo, llega a ser Su plenitud. Al comer de Cristo y al experimentarlo, nosotros llegamos a ser la corporificación de Sus riquezas. Ser Su plenitud es ser Su expresión.

  Ver este punto central de la Biblia nos guardará de actuar desenfrenadamente. Son demasiados los cristianos que actúan desenfrenadamente en su preocupación por asuntos doctrinales o en su celo de hacer cosas para Dios. La visión de que somos parte de Su Cuerpo y de que Él es la Cabeza nos guardará de tales distracciones.

  No se distraiga pensando en cómo las sillas debieran acomodarse en las reuniones, en si las guitarras debieran acompañar el cantar o en si sus reuniones debieran ser bulliciosas o silenciosas. Si yo les propongo tener más guitarras en sus reuniones, ¿cómo me responderán? Su respuesta no debe ser acerca de las guitarras; ustedes tienen que contestarme con Cristo, o perderán el argumento. Ustedes tienen que responderme con la visión celestial.

CRISTO EN NOSOTROS

Es formado

  Un aspecto de esta visión celestial que Pablo vio es que Cristo tiene que ser forjado en nuestro ser. Gálatas 4:19 dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. El deseo más profundo del apóstol llegó a ser que Cristo fuera formado en los creyentes.

Se establece

  El apóstol oró en Efesios 3:17 “que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. ¿Alguna vez llegó a pensar que Cristo lo necesita a usted para que le provea un hogar? Él quiere establecerse en su corazón. Tal vez usted piense que el cielo es un lugar maravilloso, pero Cristo no aprecia mucho estar allí. De hecho, sin usted, Él no tiene un hogar. Por lo tanto, Él anhela hacer Su hogar en su corazón. Tal vez los teólogos piensen que esto es demasiado subjetivo, que su corazón es demasiado pequeño para contener a un Cristo tan vasto y que Él está muy lejos de nosotros en el tercer cielo. Sin embargo, Pablo oró pidiendo que Cristo hiciera Su hogar en su corazón. Ésta es la relación íntima que debe haber entre Cristo y usted.

Es magnificado

  “Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Fil. 1:20). Ser magnificado es ser expresado de una manera agrandada. El anhelo y esperanza de Pablo era que Cristo fuera expresado de esta manera en él.

  Que Él sea magnificado en usted equivale a que sea mostrado ante los demás de forma ilimitada. Su amor o su humildad son superficiales y de corta duración. Según Efesios 3:18-19, Cristo es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad universales. Él es las dimensiones de todo el universo. Su amor no tiene límites. Su familia fácilmente puede agotar todas sus virtudes. Permita que esta persona con Sus inescrutables e inagotables riquezas haga Su hogar en su corazón. Él es magnificado cuando Sus riquezas son dadas a conocer a todos.

“EL VIVIR ES CRISTO”

  En Colosenses 2:6-7 Pablo nos dice que andemos en Cristo, arraigados y sobreedificados en Él. Él llega a ser la tierra en la cual andamos, la esfera en la cual vivimos, el suelo en el cual estamos arraigados y el fundamento sobre el cual somos edificados.

  La visión celestial nos dice que este Cristo tiene que ser forjado en nosotros. Cuando Pablo dijo: “No fui desobediente a la visión celestial” (Hch. 26:19), quiso dar a entender que él ya no valoraba la tradición ni las enseñanzas religiosas. Su única preocupación era el Cristo viviente y presente. Es por ello que pudo decir más tarde: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).

ARREPENTIRNOS DE NUESTRO BUEN COMPORTAMIENTO

  Una vez que usted ve esto, se arrepentirá de tantas cosas buenas. Por ejemplo, supongamos que usted le habla con aspereza a un hermano. Más tarde, cuando acude al Señor, confiesa diciendo: “Señor, siento haber tratado a mi hermano tan duramente. Perdóname. De ahora en adelante, ayúdame a tratar bien a todos los hermanos. Ayúdame a no ser tan áspero”. ¿Creen ustedes que ésa es la manera correcta de orar? Si piensan así, eso significa que no han visto la visión celestial de que Cristo debe vivir. No se trata de que usted sea amable con otros, sino de que Cristo sea su vida. De hecho, ésa es una oración de la cual tenemos que arrepentirnos.

  Todos queremos llevar una buena vida cristiana: queremos estudiar la Biblia, predicar el evangelio, honrar a nuestros padres, ser buenos vecinos, no enojarnos y ser amables con todo el mundo. ¡Les ruego que se olviden de todos esos conceptos! La visión que necesitamos ver es que Cristo debe ser nuestra vida.

  ¿Alguna vez usted se ha arrepentido de su buen comportamiento, de su amor o de su bondad? Usted seguramente se ha arrepentido de estas cosas si ha visto la visión. Dios no quiere que usted esté lleno de amor, sino que esté lleno de Cristo. En la etapa temprana de nuestra vida cristiana, nos arrepentimos por las cosas malas; pero más tarde encontraremos que principalmente nos arrepentimos por cosas buenas. Diremos: “Señor, perdóname por mi bondad. Perdóname por todas mis virtudes, las cuales carecen de Cristo”. Un cristiano que está lleno de una humildad carente de Cristo es un rebelde. Él se rebela contra la visión celestial de que Cristo debe ser su todo. Su manera de pensar, su parte emotiva, sus intenciones, sus motivos, su rapidez o su lentitud, todo ello, debe ser Cristo.

CÓMO CUMPLIMOS ESTA VISIÓN

  ¡Cuánto abarcaba la visión que le fue concedida a Pablo!, la que era respuesta a su pregunta: “¿Quién eres, Señor?”. La revelación que le fue dada era lo que llenaba sus escritos; por medio de ellos, y bajo la iluminación celestial, esta misma visión puede ser nuestra. Este Jesús de Nazaret corporifica la plenitud del Padre. La iglesia, la corporificación del Hijo, recibe Sus riquezas y de ese modo llega a ser Su plenitud. Cristo mismo debe forjarse en nosotros y llegar a ser nuestra vida.

  Nosotros obedecemos esta visión al tomarlo a Él como nuestra vida, no dejándonos distraer por doctrinas ni esforzándonos por tener un buen comportamiento. Durante todo el día, en todas nuestras actividades, debemos mantenernos en contacto con este Cristo. A medida que conversemos con Él continuamente en oración (1 Ts. 5:17), espontáneamente le tomaremos como nuestra persona y de ese modo viviremos conforme a la visión celestial.

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