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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

LLEVAR UNA VIDA DIVINA: EL BENEPLÁCITO DE DIOS

  Dios nos predestinó a nosotros los seres humanos para que fuésemos Sus hijos (Ef. 1:5). Esto es conforme a Su beneplácito. Lo más agradable a Dios es que un grupo de seres humanos puedan llegar a ser hombres de Dios.

UN HOMBRE DE DIOS

  Ser llamado un hombre de Dios no significa simplemente que uno pertenece a Dios, sino más bien que vive a Dios. Esta expresión se usa incluso en el Antiguo Testamento. Se aplica a Moisés varias veces (p. ej. Sal. 90, título). Por supuesto, él no fue un hombre de Dios en los primeros cuarenta años de su vida, cuando vivió en calidad de hijo de la hija de Faraón y llegó a ser “enseñado [...] en toda la sabiduría de los egipcios” (Hch. 7:22). Tampoco fue un hombre de Dios en su segundo período de cuarenta años de su vida, los cuales los pasó en el desierto. Cuando a la edad de ochenta recibió el llamado de Dios, era simplemente un pastor campesino, y todo su poder “en sus palabras y obras” (v. 22) había quedado atrás. Él ya había pasado los “ochenta años” (Sal. 90:10), y según su propio juicio su vida prácticamente había terminado.

  Fue en los últimos cuarenta años de su vida que Moisés fue un hombre de Dios. Debido a que él ya había llegado a su fin, podía vivir en resurrección, teniendo a Dios como el combustible que ardía sobre él. Durante esos años de su ministerio, Moisés vivió a Dios. Es por eso que Caleb pudo llamarlo más tarde varón de Dios (Jos. 14:6). Deuteronomio 33 narra la “bendición con la cual Moisés, varón de Dios, bendijo a los hijos de Israel antes de su muerte” (v. 1). Más tarde, en la época de Esdras, se menciona una vez más a “Moisés, varón de Dios” (Esd. 3:2).

  Lo que más agrada a Dios es tener un pueblo en esta tierra que le viva a Él. Éste es el deseo de Su corazón. Incluso si usted es joven, Dios quiere que usted lo viva a Él delante de su familia. Incluso si usted vive en un palacio y tiene a Faraón como su padre, Dios aún quiere que usted lo viva allí. Vivir a Dios significa ser uno con Él. Eso es lo que hace de usted un hombre de Dios. No es simplemente el hecho de representarlo. Dios desea expresarse por medio de su vivir. En su hablar, Él desea hablar. Él desea que la obra que usted hace sea lo que Él mismo está haciendo. Usted es simplemente un ser humano; pero, a pesar de ello, puede llevar una vida divina.

LA ESCRITURA Y EL HOMBRE DE DIOS

  En las epístolas dirigidas a Timoteo se usa nuevamente la frase hombre de Dios. Pablo escribió estas epístolas cuando la iglesia se hallaba en degradación. Aun en ese tiempo había de ser cabal “el hombre de Dios [...] enteramente equipado para toda buena obra” (2 Ti. 3:17). ¿Le gustaría a usted ser un hombre de Dios? El versículo anterior nos dice cómo podemos serlo. “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios” (v. 16). Al inhalar la Palabra de Dios, usted espontáneamente vivirá a Dios. Dedique diez minutos cada mañana para orar-leer la Palabra. Al inhalar Su Palabra y al comer de Él usted llegará a ser un hombre de Dios. Incluso si usted es bastante joven, puede vivir a Dios. No estoy queriendo decir con ello que usted mejorará su conducta; me refiero a que Dios mismo se exprese por medio de usted.

EL MODELO ESTÁNDAR

  El modelo estándar de un hombre de Dios no es Moisés, sino Jesús de Nazaret. Él ciertamente era un hombre: tenía una madre y vivió en una pequeña aldea por treinta años. Luego salió a ministrar por tres años y medio. Si usted lee los cuatro Evangelios, notará que no se habla mucho de las obras que Él hizo. Principalmente vemos que Él simplemente vivió y anduvo entre Sus discípulos.

  Sin embargo, Él se expresó a Sí mismo en Su vivir. Él explicó Su relación con el Padre de esta manera: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57). Él también les dijo a los judíos: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (5:19). Él pudo decir: “No puedo Yo hacer nada por Mí mismo” (v. 30). En Juan 10:30 Él dijo además: “Yo y el Padre uno somos”.

  Por lo tanto, vemos a un Hombre que expresaba a Dios en Su vivir. Es por ello que el Padre se deleitaba en Él. No importa cuántas cosas usted se esfuerce en hacer para Dios, eso no lo impresionará. Simplemente vívalo a Él, y ciertamente conmoverá Su corazón.

VIVIRLO A ÉL

  He tenido la oportunidad de hospedarme en muchos hogares. A veces observaba a las esposas muy ocupadas haciendo muchas cosas con la intención de servir a sus esposos. Pero era bastante obvio para mí que los esposos no estaban contentos. Me hubiera gustado decirle a la esposa: “Deje de hacer tantas cosas. Simplemente vaya y siéntese al lado de su esposo. Diga lo mismo que él dice. Vívalo a él en vez de hacer cosas para él”.

  Consideren cuántos cristianos están tan ocupados haciendo cosas para Dios. ¿No se dan cuenta ustedes de que Dios está fastidiado con todo lo que ustedes hacen? Lo que Él quiere es que ustedes pasen tiempo con Él, contemplándolo y expresándolo en su vivir. “Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito” (Fil. 2:13). Detengan todas esas obras necias. Estén quietos y dejen que Dios opere en ustedes. Déjenlo trabajar. Eso es lo que significa vivir a Dios.

  Si queremos que Dios se regocije por haber creado la tierra y por haber creado al hombre, vivámoslo a Él. Entonces Él verá cumplido Su propósito. Jacobo 1:18 dice: “Él, de Su voluntad, nos engendró por la palabra de verdad, para que seamos en cierto modo primicias de Sus criaturas”. Nosotros fuimos engendrados por Dios. Podríamos decir que la encarnación se repite con nuestra regeneración. Dios inicialmente se encarnó en Cristo. Ahora, cada vez que alguien es regenerado, se vuelve a repetir la encarnación.

  Pedro nos dice que nosotros somos “participantes de la naturaleza divina” (2 P. 1:4). Por medio de nuestro primer nacimiento, nosotros llegamos a ser partícipes de la naturaleza humana. Ahora que hemos sido engendrados de Dios mediante nuestro nuevo nacimiento, hemos llegado a ser participantes de la naturaleza divina. Por lo tanto, tenemos un estatus doble: humano y divino. No somos simplemente hijos de hombre, sino también hijos de Dios. Hace dos mil años en la tierra santa solamente hubo un Hombre así, pero hoy hay miles. Dios el Padre está operando o infundiendo energía en nosotros para darnos el querer como el hacer, por Su beneplácito. En la eternidad pasada Él nos predestinó para filiación. Ahora Él está operando dentro de nosotros a fin de que nosotros le vivamos.

TOMAR A CRISTO COMO NUESTRA CABEZA

  Puesto que dentro de nosotros tenemos nuestra propia vida y también la vida divina, ¿cómo podemos expresar la vida divina en nuestro vivir? En la vida de Jesús podemos ver que nuestra propia vida debe ser desechada. Él dijo: “He descendido del cielo, no para hacer Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38). Este versículo claramente indica que el Señor Jesús tenía Su propia voluntad, pero que Él la desechó.

  En la relación matrimonial sólo puede haber una sola cabeza. Éste es el origen de la costumbre universal de que la novia tenga su cabeza cubierta el día de su boda. El hecho de cubrir la cabeza es una declaración de que, a partir de ese momento, la novia tomará al esposo como su cabeza. Si la esposa rehúsa mantener su cabeza cubierta en la vida matrimonial, el resultado de ello será la separación o el divorcio.

  Nuestra vida cristiana es una vida matrimonial. El Señor es nuestra Cabeza. Nuestra propia cabeza debe ser cubierta. Esto significa que debemos negarnos a nuestra propia vida. Somos personas que poseen una vida humana y una vida divina. Puesto que sólo podemos vivir una sola vida, nuestra vida natural debe ser rechazada. La manera de negarnos al yo es negarnos a nuestra voluntad y a nuestra gloria. El Señor Jesús dijo que Él no buscaba Su propia gloria, sino la gloria del que lo había enviado (Jn. 7:18).

HALLAMOS PAZ AL NEGARNOS A NUESTRA VOLUNTAD Y A NUESTRA GLORIA

  La clave para tener una vida matrimonial feliz es que la esposa se niegue a su propia voluntad y a su propia gloria. Si en lugar de preocuparse por sus deseos, ella se preocupa únicamente por la voluntad de su esposo, y si en lugar de estimar su propia gloria, ella deja que él reciba toda la gloria, los problemas en la familia desaparecerán. ¡No piensen que estoy introduciendo algún concepto para hacer que ustedes, hermanas, sean esclavas! Incluso el Señor Jesús renunció a Su propia voluntad y a Su propia gloria. Debido a esto, Él trajo paz.

  Este mismo principio se aplica a la vida de iglesia. Los problemas surgen cuando buscamos nuestra propia voluntad y nuestra propia gloria. Estas dos cosas constituyen la esencia de nuestra vida humana. Debido a que nos sentimos insignificantes, cuando conseguimos un pequeño trabajo, queremos ser reyes que reinan sobre él. Nos contrariamos si alguien interfiere con la manera en que hacemos las cosas. Pero habrá paz en la familia y paz en la iglesia si tenemos la gracia de desechar nuestra propia voluntad y nuestra propia gloria. “Señor, haz que esté dispuesto a desechar mi propia voluntad, así como lo hiciste Tú cuando estuviste en la tierra. Concédeme la gracia de vivir en la tierra sin buscar mi propia gloria. Señor, sé la gracia en mí para que pueda desechar mi voluntad y mi gloria”.

NO ESTAMOS DISPUESTOS

  No es fácil poner en práctica la negación de nuestra voluntad y nuestra propia gloria. Tal vez usted sienta que está dispuesto o al menos dispuesto a estar dispuesto. Pero en cuanto la situación se presenta, usted verá que no está dispuesto. ¿Cómo es que, después de tantos años de estar buscando al Señor y de reunirse con los santos, ha crecido tan poco en vida? Se debe a su voluntad y su gloria.

  Nos sería de mucha ayuda orar-leer estos versículos una y otra vez: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente [...] No puedo Yo hacer nada por Mí mismo; según oigo, así juzgo; y Mi juicio es justo, porque no busco Mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió [...] He descendido del cielo, no para hacer Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió [...] El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en Él injusticia” (Jn. 5:19, 30; 6:38; 7:18).

  Vencer el pecado, el yo y el mundo no es ningún problema. La razón por la cual usted es derrotado y se ha vuelto tan mundano y pecaminoso es que está mucho a favor de su propia voluntad y su propia gloria.

LA MANERA DE HACERLO

  Hacer a un lado nuestra voluntad y nuestra propia gloria sobrepasa nuestra capacidad, por muy dispuestos que estemos a hacerlo. Es únicamente en resurrección que podemos vivir esta vida. El Señor mismo es la resurrección (11:25). Sólo en Él podemos llevar una vida bajo la cruz. Como dice el himno escrito por A. B. Simpson:

  Dulce es morir con Cristo Si vivo en resurrección.

  Himnos, #199

  Este himno fue el fruto de la experiencia del autor de Filipenses 3:10: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”. A. B. Simpson aprendió a experimentar la muerte de Cristo en el poder de la resurrección. En nosotros mismos no tenemos este poder.

UNA VIDA CRUCIFICADA EN RESURRECCIÓN

  Comparemos una piedra con un grano de trigo. La piedra no tiene vida. La semilla, sin embargo, tiene algo oculto en su interior; por dentro tiene vida. Cuando la semilla cae en la tierra y muere, la muerte misma estimula el poder de vida que está en el interior. Este ejemplo, que el Señor dio en Juan 12:24, es el ejemplo de una vida crucificada en resurrección.

  Lo que complace al Padre es que nosotros caigamos en la tierra y muramos, es decir, que llevemos una vida crucificada. Cuando morimos, el poder de vida en el interior será activado. La muerte nos lleva a experimentar el poder de la resurrección. “Señor, abre mis ojos para ver que mi voluntad y mi gloria tienen que ser desechadas. Luego muéstrame que Tú mismo eres el poder de la resurrección en mi interior. Te alabo porque no soy una piedra inerte; soy un grano de trigo. Tú eres dentro de mí el poder de la resurrección. Señor, concédeme la visión de que si yo muero, Tú vivirás. Estoy aquí delante de Ti”. El Señor producirá en nosotros el querer; esto no es algo que proviene de nosotros mismos.

  En Lucas 12:50 Él dijo: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”. Él estaba diciendo que hasta que entrara en la muerte, estaría presionado o restringido. La muerte lo liberó. En nosotros el Señor Jesús nuevamente tiene que ser bautizado de un bautismo. Nuestra humanidad representa una restricción, así como la vida de resurrección en el Señor Jesús estaba restringida cuando Él estaba en la carne. La muerte de cruz quebró la cáscara del grano de trigo y liberó la vida de resurrección que estaba en Su interior.

  Necesitamos ser configurados a la muerte de Cristo. Esto rompe la cáscara de nuestra humanidad para que la vida de resurrección pueda emerger. Esta vida produce “mucho fruto” (Jn. 12:24). De este modo, los santos serán edificados en su fe, la iglesia será edificada, y el propósito eterno de Dios se cumplirá.

  ¿Cuál es el beneplácito de Dios? Él desea que usted lleve una vida crucificada en resurrección. Él quiere que usted entre en la muerte de Cristo y permanezca allí para ser configurado a ella. Esto acabará con cada parte de su humanidad. “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Co. 4:7). El tesoro es liberado cuando el vaso de barro es quebrado.

  “Nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida” (vs. 11-12). A medida que esta muerte opera en nosotros, la vida que está en nuestro interior va hacia otros. Si usted es un pecador, esta vida lo salvará; y si es un creyente, esta vida lo edificará.

  Lo que el Señor anhela recobrar es la vida crucificada en resurrección. Espero que todos podamos ver que el poder de la resurrección está esperando que le demos la oportunidad de ser liberado. Debemos permanecer en la muerte de Cristo y ser configurados a dicha muerte. Esta muerte estimulará y liberará el poder de la resurrección. Como resultado, nosotros seremos alimentados y edificados, y el propósito eterno de Dios se cumplirá. Ésta es la vida que agrada a Dios.

  El anhelo del Señor es que sea expresada la vida que Él nos impartió cuando experimentamos nuestro nuevo nacimiento. ¿Dónde puede Dios encontrar en esta tierra aquellos que son hombres de Dios? ¿Quién desechará su vida humana para expresar la vida divina? Esto únicamente lo pueden hacer aquellos que se niegan a su propia voluntad y su propia gloria, conforme al modelo que el Señor Jesús revela. En nosotros mismos no hay ninguna posibilidad de que esto se lleve a cabo. Es por eso que debemos pedirle al Señor que nos haga estar dispuestos. Él está produciendo en nosotros “el querer como el hacer, por Su beneplácito” (Fil. 2:13). Nosotros fuimos marcados para ser Sus hijos, aun antes de ser creados. A medida que vivamos esta vida crucificada en resurrección, día a día el propósito eterno de Dios se irá cumpliendo. Nosotros somos contados entre esos seres humanos que están aprendiendo a vivir una vida divina.

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