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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

ADORAR EN ESPÍRITU: EL BENEPLÁCITO DE DIOS

  El Nuevo Testamento revela que, cuando fuimos regenerados, ocurrió un gran cambio en nuestra constitución intrínseca. La parte principal de un hombre natural, por nacimiento, es el alma. El alma no sólo tiene sus diferentes partes como mente, parte emotiva y voluntad, sino también persona. No obstante, en la regeneración la persona cambia del alma al espíritu.

  Hablando con propiedad, ya no debemos ser un alma; simplemente debemos usar cada una de sus partes. No diría que debamos ser un espíritu, pero al menos sí podemos decir que debemos considerar nuestro espíritu como nuestra persona. Con esto no estamos diciendo que nuestro espíritu deje de ser un órgano.

EL ESPÍRITU ES UN ÓRGANO

  Juan 4:23 y 24 nos dice que Dios debe ser adorado en espíritu. La palabra traducida “en” puede ser considerada una preposición instrumental y, por tanto, puede ser traducida también “con”. Nosotros adoramos con nuestro espíritu. Esto indica que nuestro espíritu sirve de órgano. Nosotros vemos con nuestros ojos, oímos con nuestros oídos y adoramos con nuestro espíritu. Cuando decimos que adoramos en espíritu, queremos decir que adoramos en la esfera del espíritu; y cuando decimos que adoramos con nuestro espíritu, queremos decir que el espíritu es la parte de nuestro ser por medio de la cual adoramos. El espíritu entonces no sólo ha llegado a ser la nueva persona, el hombre interior, sino también el nuevo órgano con el cual adoramos a Dios.

SERVICIO Y ADORACIÓN

  La palabra adoración en griego implica también la noción de servicio. En Romanos 1:9 leemos: “Testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de Su Hijo”. La palabra sirvo en este versículo ha sido traducida “adoración” en otras versiones. Pero ya sea que digamos adoración o servicio, el significado es el mismo. Nuestra adoración es nuestro servicio a Dios; y nuestro servicio a Él es también nuestra adoración. Cuando lo adoramos, estamos sirviéndolo; y cuando lo servimos, estamos adorándolo.

EL ESPÍRITU HUMANO, NO EL ESPÍRITU SANTO

  El espíritu humano, el órgano con el cual adoramos o servimos a Dios, es en gran parte desconocido entre los cristianos. Cuando ellos se encuentran con la palabra espíritu, piensan que se refiere al Espíritu Santo.

  El hermano Nee escribió un libro titulado La liberación del espíritu. Los cristianos que leen el título de este libro pueden pensar que esto se refiere a la liberación del Espíritu Santo. Sin embargo, si leen este libro, se darán cuenta de que el hermano Nee recalca que se está refiriendo al espíritu humano, no al Espíritu Santo.

  Muchos cristianos tienen en muy poca estima el espíritu humano. En la teología cristiana hay una escuela de la dicotomía, que enseña que el hombre consta de dos partes, no tres. Ellos consideran que el alma y el espíritu son sinónimos.

  Esta clase de creencia ha afectado la manera en que la Biblia ha sido traducida. La versión en chino, aunque es una buena traducción, en muchos versículos traduce la palabra espíritu como “corazón-espíritu”. Esta traducción muestra que los eruditos no tenían una visión clara acerca del espíritu humano. ¿Qué es el corazón-espíritu? ¡Es un término muy extraño! Pese a que los eruditos conocían el idioma, no conocían muy bien el espíritu. Sabían que la palabra pnéuma en Juan 4:24 no se refiere al Espíritu Santo, sino a algún órgano de nuestro ser. Pensando que la mentalidad china la entendería erróneamente como espíritu, añadieron otra palabra y crearon así el término corazón-espíritu. Ellos pensaban que el corazón y el espíritu humano denotaban lo mismo.

EL ENFOQUE DE LA ECONOMÍA DE DIOS

  La economía neotestamentaria de Dios se centra en nuestro espíritu humano y se lleva a cabo por medio de la mezcla del Espíritu divino con el espíritu humano. En 1 Corintios 6:17 se afirma: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”.

  Pablo dice: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). ¿Quién es Cristo? ¿No es Él Dios? ¿A quién se refiere este “mí”? Éste era Saulo de Tarso, meramente un hombre. ¿Cómo podía un hombre vivir a Dios? No entendemos muy bien esto, pero sí podemos disfrutar lo que la Palabra dice al comerla. Cuando la Palabra dice que estamos unidos a Él como un solo espíritu, debemos responder, diciendo: “¡Aleluya! ¡Soy un hombre, pero tengo un espíritu! Soy un solo espíritu con el Señor”.

  ¿Significa esto que estamos bajando a Dios al nivel del hombre? ¿O estamos elevando al hombre al nivel de Dios? La respuesta a ambas preguntas es ¡sí! Dios se encarnó. “La Palabra se hizo carne” (Jn. 1:14). La carne es un término negativo que se usa para referirse al hombre. No fue sino después de la caída que el hombre fue llamado carne (véase Gn. 6:3). Puesto que la encarnación ocurrió después de la caída, la Palabra se hizo carne, es decir, se hizo un hombre bajo la caída. Esto significa que Dios descendió al nivel del hombre caído. El hecho de que Él haya descendido nos eleva al nivel de Dios. Este tráfico de descender y ascender da por resultado una mezcla. Si la mezcla ocurre en un nivel bajo o elevado, eso no lo sé, ¡pero lo que sí sé es que se efectúa una mezcla! Más de ahí, no necesito saber.

LOS EFECTOS DE NO PRESTAR ATENCIÓN A NUESTRO ESPÍRITU

  Es en este espíritu mezclado que la economía de Dios puede llevarse a cabo. Los cristianos a menudo hablan del Espíritu Santo de maneras extrañas, pero están ciegos en lo que se refiere al espíritu humano. ¿Y qué de nosotros? Es posible que hayamos sido iluminados, pero no ejercitemos nuestro espíritu de forma absoluta. En la vida de iglesia, todavía ejercitamos nuestra mente; todavía le damos mucha cabida a nuestros sentimientos, especialmente las hermanas. No apreciamos ni usamos nuestro espíritu como debiéramos. Si surgen preguntas en la vida de iglesia, las hermanas reaccionan en sus sentimientos. Las palabras no las convencerán a ellas, sino las lágrimas. Con respecto a los hermanos, el problema es que tienen una cabeza grande y sus ojos dan vuelta mientras piensan. Mientras escuchan un mensaje, interiormente piensan: “Sí, eso es cierto, pero...”. La mayoría de los hermanos son demasiado lógicos y la mayoría de las hermanas son demasiado ilógicas. Además de los problemas de la parte emotiva y la lógica, existe también el problema de la obstinación. A los hermanos que son obstinados no les importa lo que se habla en el mensaje ni cuántas lágrimas derramen las hermanas. Su única preocupación es su obstinada voluntad.

  Estos tres problemas no dan espera a que venga un período de disturbios. Incluso en la reunión de oración o en la reunión de la mesa del Señor, unos hermanos ejercitan su mente, otras hermanas ejercitan su parte emotiva, y otros hermanos o hermanas que son obstinados piensan en cuánto ellos saben y en lo poco que saben los ancianos.

  No prestar atención a nuestro espíritu anula nuestra adoración. Cuando vengamos a las reuniones, y también en nuestra vida cotidiana, debemos aprender a usar nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad como instrumentos. Así como usamos la llave para abrir una puerta y después nos la echamos nuevamente al bolsillo y nos olvidamos de ella, de la misma manera, cuando necesitemos usar nuestra parte emotiva, nuestra mente y nuestra voluntad, debemos usarlas temporalmente, pero no permanecer en ellas. En vez de ello, debemos permanecer en nuestro espíritu. Cuando escuchemos los chismes que circulan, debemos ejercitar nuestro espíritu; y cuando vengamos a las reuniones, con mayor razón aún debemos olvidarnos de nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, y venir completa y absolutamente en nuestro espíritu.

EL SIGNIFICADO DE ADORAR EN ESPÍRITU

  Adorar en el espíritu es adorar en unidad. Cuando el Señor habló con la mujer samaritana, ella quedó en evidencia como pecadora que era. Fue por eso que ella decidió cambiar el tema de la conversación, del asunto de los esposos al asunto de la adoración. ¡Ella cambió el tema de la conversación de un tema desagradable y vergonzoso, al maravilloso y admirable tema de la adoración! “Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido” (Jn. 4:17-18). La respuesta de la mujer fue: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). El Señor en Su respuesta le dijo que la era había cambiado. Anteriormente, para adorar, el pueblo de Dios tenía que acudir al centro escogido por Dios, Jerusalén, el monte Sion. Pero ahora estaba cambiando la hora; debido a que Cristo había venido, nos encontrábamos en una nueva era. La adoración ya no debía ofrecerse en este monte ni en Jerusalén, sino en el espíritu (véase vs. 21-24).

  Este espíritu en el cual adoramos a Dios es el cumplimiento de Jerusalén. En Deuteronomio 12, 14, 15 y 16, el Señor repetidas veces les mandó a los hijos de Israel que cuando entraran a la buena tierra no debían adorarlo en el lugar que ellos escogieran, sino que debían venir al lugar designado trayendo sus diezmos y la mejor porción del producto de la buena tierra. Ellos debían venir al lugar donde Dios pondría Su nombre y donde estaría Su habitación.

LA UNIDAD EN JERUSALÉN

  Por muchos siglos ese único centro, Jerusalén, mantuvo a los hijos de Israel en unidad. Los varones tenían que presentarse allí delante del Señor tres veces al año, pues, de lo contrario, serían cortados.

  Supongamos que yo hubiera vivido en esos días y hubiera tenido un altercado con mi vecino sobre los molestos ladridos de su perro. Le diría que su perro me tuvo despierto toda la noche. ¿No dijo Dios, por medio de Moisés, que debíamos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos? ¿No le importaba a él que yo no pudiera dormir en toda la noche? Supongamos que el resultado de la disputa fuera que dejáramos de hablarnos. Ahora habían pasado dos meses y era el séptimo mes; se acercaba la fecha de la Fiesta de los Tabernáculos. Tanto mi vecino como yo tendríamos que ir o moriríamos apedreados. Así que, ambos nos íbamos, él por un camino y yo por otro. Al llegar al pie del monte Sion, sólo había un camino. Teníamos que subir juntos, cantando los cánticos de ascenso gradual. ¿Cómo podríamos cantar: “¡Mirad cuán bueno y cuán agradable es habitar los hermanos en unidad!” (Sal. 133:1) sin estar en paz el uno con el otro? Supongamos que yo fuera mayor que él, y mi corazón entonces se ablandara un poco y decidiera saludarlo, diciendo: “Hola hermano, todavía te amo”.

LA UNIDAD EN LA VIDA DE IGLESIA

  ¿Pueden ver cómo este centro único nos obliga a ser uno? Ésta es la comunión que hay en Jerusalén. En el Nuevo Testamento nosotros adoramos en el espíritu. Sabemos esto porque Efesios 2:22 dice que la morada de Dios hoy está en nuestro espíritu. Nuestro espíritu es el centro donde adoramos a Dios. Los hijos de Israel se dividieron en muchos grupos, pero cada vez que venían a Jerusalén, eran uno. Sucede lo mismo con respecto a nosotros. Cuando estamos en nuestra parte emotiva, en nuestra mente o en nuestra voluntad, estamos divididos. No sólo las hermanas emotivas no pueden ser uno con los hermanos que son fuertes en su mente, sino que los mismos hermanos tampoco pueden ser uno entre sí.

  Supongamos que un grupo de servicio tiene que reunirse. Si usted no va a esa reunión en su espíritu, prepárese para discutir. Antes que hayan transcurrido diez minutos, todos estarán expresando sus conceptos, aunque sólo sea para decidir cuál es la mejor hora para reunirse. El problema no tiene que ver con su corazón, pues todos ustedes aman al Señor y sienten interés por la iglesia. El problema tiene que ver con su cabeza; ustedes no pueden ser uno con los demás estando en su mente.

  La mejor manera de reunirnos para servir en unidad es evitar hablar. En vez de ello, ore. Cuando estuvimos en Elden Hall en Los Ángeles en los años de 1965 a 1967, los hermanos servidores no podían trabajar juntos. Siempre que se reunían, empezaban a discutir. (¡Incluso ellos llamaban a esto tener comunión!). Cuanta más “comunión” tenían, más opiniones expresaban. Entonces empezaban a discutir. En 1966 se introdujo la práctica de orar-leer, y más tarde en 1968, la práctica de invocar el nombre del Señor. Después de esto ya no hubo más “comunión”. Cuando los grupos de servicio se reunían, oraban-leían e invocaban el nombre del Señor. Esto los introdujo a todos en un solo espíritu, lo cual puso fin a sus opiniones. ¿En qué lugar ellos llegaron a ser uno? En el espíritu. ¿En qué lugar los cristianos se dividen? En su mentalidad.

  Si en lugar de permanecer en nuestro espíritu, nos complacemos a nosotros mismos ejercitando nuestra mente, pronto nos dividiremos. Todos en el recobro debemos estar alertas a esto. Debemos tener un temor santo de expresar nuestras opiniones. Pablo les dijo a los corintios facciosos que debían estar perfectamente unidos en un mismo sentir (1 Co. 1:10). ¿Cómo podemos estar unidos en un mismo sentir? Únicamente podemos hacer esto ejercitando nuestro espíritu. Si yo no permanezco en mi espíritu, podré expresarle varias opiniones. Todos estamos llenos de opiniones. Mientras estemos vivos, tendremos opiniones. Mientras escuchamos un mensaje, podemos estar pensando en la ropa que viste el orador, o en por qué otro hermano se corta el cabello de cierta manera. Nuestras opiniones siempre son críticas de otros. ¿Qué haremos con estas opiniones llenas de críticas? Volvámonos a nuestro espíritu; si nos volvemos tan sólo un poco, todas las críticas desaparecerán.

  Si usted trata de eliminar las opiniones de los santos por medio de enseñanzas y amonestaciones, esas mismas enseñanzas serán opiniones. De nada sirve corregir a otros. No les haga comentarios acerca de cómo se visten. Lo que a usted le incumbe es volverse a su espíritu. No hable acerca de los versículos de la Biblia que usted interpreta de manera diferente. La mejor iglesia es aquella donde no se escuchan opiniones. Todos practican el volverse al espíritu.

  Cuando criticamos, muchas veces ni nos damos cuenta de ello. Quizás hagamos una pregunta sencilla después de la reunión, como por ejemplo: “¿Cómo estuvo la reunión de esta mañana?”. Esta pregunta abre la puerta a las opiniones. La respuesta será: “Oh, el mensaje estuvo bueno, pero...”. Siempre hay un “pero”. Debemos aprender a contestar este tipo de preguntas con un “¡Alabado sea el Señor!”. Expresar cualquier opinión no es lo más seguro. Si la reunión estuvo viviente o muerta, lo mejor es no tener idea de ello. Ejercítese para no hablar al respecto. No es fácil estar fuera de nuestra mente o de nuestros sentimientos y permanecer en nuestro espíritu. En este lugar no hay palabras vanas, no hay ninguna comunión innecesaria ni ninguna opinión; en vez de ello, hay oración, cánticos y alabanzas.

GOZO EN EL ESPÍRITU

  En la vida de iglesia todos debemos ser “llenos en el espíritu, hablando unos a otros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones” (Ef. 5:18-19). “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría, enseñándoos y exhortándoos unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios” (Col. 3:16). Hemos de ser llenos, no sólo de las riquezas de Dios, sino también de la Palabra de Dios. La Palabra viva nos llenará de tal manera que cantaremos, alabaremos y salmodiaremos. En lugar de ejercitar la mente o dar cabida a los sentimientos, todo nuestro ser será lleno de gozo en el espíritu.

  Ésta es la vida de iglesia correcta. Ella sólo llega a existir cuando estamos en nuestro espíritu. Es fácil salirnos de nuestro espíritu sin que nos demos cuenta. Es posible que nos hayamos alejado mucho, y no lo sepamos. Pero en cuanto descubramos que estamos lejos, debemos regresar rápidamente.

RECOBRAR EL USO DEL ESPÍRITU

  No es posible recalcar en demasía el asunto del espíritu. Si extrajéramos estos dos espíritus del Nuevo Testamento, el espíritu divino y el espíritu humano, el Nuevo Testamento quedaría vacío. Sin embargo, los cristianos prestan atención al Espíritu Santo de una manera que es desacertada, y prácticamente descuidan el espíritu humano. La hora ha llegado en que el Señor no sólo recobrará el entendimiento apropiado del Espíritu Santo, sino también el pleno ejercicio de nuestro espíritu humano.

  Lo más placentero a los ojos de Dios hoy es que permanezcamos en nuestro espíritu. Que nuestro deseo sea no decir nada fuera de nuestro espíritu, ni ir a ningún lugar, ni hacer nada, fuera de nuestro espíritu. A lo largo del día, la frase “en el espíritu” debe gobernarnos y dirigir todas nuestras actividades. Si en nuestro espíritu hablamos, pensamos, emprendemos algo y actuamos, seremos victoriosos, santos y espirituales. No solamente seremos placenteros para nosotros mismos, sino también para Dios y para los demás. Tal vida diaria complace a Dios. Lo que agrada a Dios es una vida cristiana y una vida de iglesia que se lleva a cabo en el espíritu.

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