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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO CINCO

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

(1)

  ¿Cómo puedo tratar con el Señor de modo que actúe en mis oraciones?

  Esta pregunta nos conduce a un asunto que abarca toda nuestra vida cristiana. Para responder brevemente, diría que la mayoría de nuestros esfuerzos por conocer la voluntad del Señor son inútiles. Lo que pensamos que es Su voluntad resulta ser incorrecto. La manera correcta es simplemente contactar al Señor de la misma manera en que usted inhala. Ábrase a Él. Luego, en el momento apropiado, algo vendrá a usted, y ello será la voluntad del Señor.

  ¿Puede usted recomendarme algunos materiales específicos que podamos usar en nuestro tiempo con el Señor?

  Cuanta más variedad de materiales usted tenga, mejor. Usted necesita al menos diez minutos para orar y al menos diez minutos para leer la Biblia. Si dispone de una hora, puede leer tres capítulos del Antiguo Testamento y uno del Nuevo; de este modo puede terminar de leer la Biblia en un año. Con respecto a los escritos sobre temas espirituales, sin duda le recomendaría los mensajes del Estudio-vida y los ejemplares de la revista El manantial, publicada en los primeros años. Además de esto, lea los libros de La economía de Dios, El Cristo todo-inclusivo, El conocimiento de la vida y La experiencia de vida. Este último libro le sería de especial ayuda, puesto que algunos capítulos hablan detalladamente sobre las medidas que debemos tomar con respecto a la conciencia, el corazón, la carne y la constitución natural.

  Haga lo posible por cultivar el hábito de orar durante el día. Durante su tiempo en la mañana, ore. Luego, en el receso, ore. Reemplace sus vanas conversaciones y chismes con oración. También descubrirá cuánto más tiempo tendrá para orar si se abstiene de usar el teléfono.

  Durante un año el hermano Nee leyó todo el Nuevo Testamento una vez por semana. Él en ningún momento dejó ninguna de sus obligaciones, sino que simplemente adondequiera que iba llevaba consigo una pequeña copia del Nuevo Testamento. Así que, aprovechando un minuto aquí y un minuto allá, logró leer el Nuevo Testamento cincuenta y dos veces ese año.

  Si aprendemos a usar nuestro tiempo de una manera así de cuidadosa, tendremos mucho tiempo para orar, leer la Biblia y leer algunas publicaciones espirituales. Yo disfruto muchísimo cuando leo los mensajes del Estudio-vida, a pesar de que yo mismo di esos mensajes. Así como un ama de casa disfruta de lo que ella misma cocina, yo me siento refrescado y nutrido cuando leo los mensajes del Estudio-vida. Uno de mis anhelos es que los santos en el recobro del Señor puedan digerir más estos mensajes. Si ustedes intentan hacerlo por medio año, experimentarán un gran cambio en su vida cristiana.

  Mi vida cristiana es como un péndulo que oscila de un lado a otro. ¿Es esto normal?

  Sí, es normal, pero sólo para un bebé; pero no se preocupe por sentirse así. Simplemente continúe orando diariamente, leyendo la Biblia diariamente y digiriendo un mensaje del Estudio-vida o uno de nuestros libros espirituales. En medio año usted vendrá a ser una persona estable; será arraigado y cimentado, y nada podrá sacudirlo. Efesios 4:14 dice: “Ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza”. Cada enseñanza es un viento que aleja a las personas del carril central. Si determinado viento lo aleja a usted, esto significa que todavía es niño. Por lo tanto, necesita crecer. El versículo 15 dice lo siguiente: “Asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel”.

  No se preocupe por cómo usted se siente. Simplemente siga adelante y cultive algunos buenos hábitos cristianos. Sus sentimientos no son dignos de confianza. Simplemente dígales: “Pequeño diablo, no creo en ti”. No importa cómo usted se sienta, simplemente guarde estos legalismos que hemos mencionado: ore, lea la Biblia y algunos libros espirituales, y tome las medidas necesarias con respecto a su conciencia por medio de la confesión. Cualquier ofensa que haya en su conciencia, confiésela inmediatamente al Señor, pidiéndole que lo limpie y lo guarde continuamente con una conciencia purificada, una conciencia pura.

  ¿Cómo puedo distinguir entre una carga de oración y mi propio deseo de orar por algo?

  Simplemente acuda al Señor y ore. No decida de antemano sobre lo que va a orar. Simplemente acuda al Señor y deje que Él le enseñe a orar. Así como un pequeño niño poco a poco va aprendiendo nuevas palabras hasta que aprende a hablar, de la misma manera usted aprenderá a conversar con el Señor poco a poco. Esta clase de oración lo ayudará a crecer.

  No se preocupe acerca de orar por su familia. Ya sea que usted ore por ellos o no, el Señor se ocupará de ellos. Él nos dice que busquemos primeramente el reino y la justicia del Padre, y que después todo lo que necesitemos, nos serán añadidas (Mt. 6:33).

  Mientras manejo, quiero hablar con el Señor, pero no sé qué decir, y me parece que el Señor no está realmente ahí conmigo.

  No ejercite su mente demasiado. Recuerde que usted tiene una herencia, que es el Espíritu en su interior y la Biblia en sus manos. Éstos son los únicos medios por los cuales contactamos al Señor. Mientras usted maneja y siente deseos de contactar al Señor, empiece a conversar con Él espontáneamente. Simplemente siga al Espíritu en su interior. Si siente darle gracias al Señor, simplemente diga: “Señor, gracias”. Cuando usted diga esto, le vendrá algún otro sentir. “Señor, te doy gracias porque eres tan bueno conmigo. Gracias porque estás ahora conmigo. Disfruto Tu presencia. Gracias, Señor. Tú eres uno conmigo, y yo soy uno contigo”. Usted se sorprenderá de todas las palabras que le vendrán. Éste es el mover del Espíritu que mora en su interior. Los incrédulos no tienen este sentir viviente en su interior.

  Independientemente de lo que usted esté haciendo, simplemente converse con el Señor. Diga: “Señor, estoy aquí nuevamente contigo. ¿Qué debo decir, Señor? Te doy gracias por este día. Éste es un día en el que puedo vivir a Cristo. Hoy puedo experimentar a Cristo”. Algo surgirá en su interior porque usted tiene al Espíritu. En ocasiones puede sentirse embotado. Saque su Biblia y busque el pasaje que ha estado leyendo. (Sería muy provechoso que todos ustedes tuvieran siempre una Biblia de bolsillo a la mano). No la abran en cualquier página. Desde el entrenamiento pasado sobre el libro de Efesios yo he estado leyendo el libro de Filipenses muy lentamente, abarcando quizás dos o tres versículos al día. Así que, estos versículos se han convertido en mi oración. Espontáneamente, los versículos que usted está leyendo de manera consecutiva llegan a ser su oración. Ellos le darán a usted las palabras para orar por los santos. Si usted tiene contacto con el Señor de esta manera, Él se añadirá a su ser cada vez más. Esto lo limpiará, iluminará, corregirá y transformará.

  A veces siento que deshonro al Señor si le hablo de una manera normal, en un tono convencional.

  En todos los aspectos de nuestra vida diaria debemos respetar al Señor. Durante todo el día debemos estar en Su presencia, incluso cuando no estamos orando ni leyendo la Biblia. En cualquier lugar y en cualquier momento podemos conversar con Él. La mejor oración no es una oración religiosa, sino aquella en la cual conversamos con el Señor. Orar al Señor en forma de conversación no le deshonra. Si llevamos una vida en la que continuamente respetamos al Señor, independientemente de la manera en que oremos, ello lo honrará.

  Yo he acudido al Señor y me he arrepentido de ciertas cosas que sucedieron antes fui que salvo. Estas cosas siguen viniendo a mi memoria. ¿Es esto de Satanás o tengo que seguir confesándolas?

  Sin lugar a dudas esto proviene de Satanás. El principio acerca de esto se halla en 1 Juan 1:9 y 7. Cualquier pecado que usted confiese delante de Dios es limpiado por la sangre de Jesús. Dios es fiel y justo para perdonarnos. Esto no sólo es una promesa, sino también la confesión de un hecho; siempre que confesemos un pecado, debemos creer que Dios lo limpió.

  Muchos creyentes son perturbados por pecados que ya han confesado. Debido a esto, vuelven a confesarlos. Pero una vez que usted hace esto, cae en una trampa. Si usted confiesa el mismo pecado por segunda vez, esto significa que no cree que la sangre lo haya limpiado.

  Recuerdo que cuando era joven le confesé al Señor que había ofendido a alguien. Según la palabra del Nuevo Testamento ciertamente fui lavado por la sangre. Sin embargo, Satanás venía y me decía: “No, tú no hiciste una confesión detallada”. Así que acudía al Señor y le confesaba mi falta detalladamente. Después Satanás volvía a decirme: “No, dejaste por fuera algunos detalles”. Entonces yo hacía otra confesión. Luego Satanás decía: “Es cierto que confesaste, pero no fuiste sincero”. Así que le decía al Señor que sentía mucho no haber confesado sinceramente y le pedía que me hiciera sincero. Después de esto Satanás decía: “Tú no dijiste: ‘en el nombre del Señor Jesús’”. Con el tiempo entendí claramente cómo eran las cosas y le dije a Satanás: “Apártate de mí. ¿Por qué debo confesar más de una vez cuando ya fui lavado la primera vez? La Biblia no dice que si confiesas tu pecado detalladamente, con sinceridad y en el nombre del Señor Jesús, serás lavado. No, únicamente dice que si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y la sangre de Jesús nos limpia”. ¡Aleluya! Esto le cerró la puerta al enemigo.

  No confiese ningún pecado que ya ha confesado. Satanás es sutil. Él hará todo lo posible para impedirle confesar o lo hará confesar la misma falta una y otra vez.

  Pablo dijo que procuraba tener una conciencia sin ofensa delante de Dios y de los hombres (Hch. 24:16). ¿Cómo sabemos qué medidas tenemos que tomar?

  Hay un principio en la Biblia (Mt. 5:23-24) que dice que si ofendemos a otro, debemos ir a esa persona y confesar. No sólo debemos confesarle nuestra falta al Señor, sino también a la persona que ofendimos. Supongamos que yo me he enojado con uno de los hermanos. Cuando yo voy a contactar al Señor, mi conciencia me condena, y yo debo decir: “Señor, perdóname. Me enojé con el hermano fulano de tal”. Además de esto, debo ir al hermano y pedirle que me perdone por haberme enojado con él en aquella ocasión.

  Si guardamos este principio, nuestra conciencia estará limpia y libre de cualquier ofensa.

  He estado acudiendo al Señor cada mañana, pidiéndole que me examine, pero siento que no recibo ninguna respuesta. Creo que necesito pensar en las cosas que tengo que examinar.

  No, usted nunca debe pensar en lo que debe confesar. Cuando usted necesite confesar algo, sentirá que ha habido una ofensa específica. Eso es lo que debe confesar. No haga una búsqueda de las faltas que ha cometido. Esto no es saludable y puede resultar en un ataque del enemigo. Simplemente confiese cualquier cosa que usted sienta que es una ofensa y que no haya confesado.

  ¿Y qué si no siento que he hecho nada malo?

  Si usted no siente que ha hecho nada malo o pecaminoso, alabe al Señor. Además de esto, sería bueno también decirle: “Señor, aunque no siento que he hecho nada malo, creo que todavía estoy en la vieja creación, en la vida natural, en la carne. Hay muchas cosas que todavía deben de estar sucias, pero no soy consciente de ellas. Señor, límpiame”. Es bueno orar de esta manera. Pero si usted trata de desenterrar sus faltas, será engañado y atacado por el enemigo.

  Algo ha estado molestándome en mi conciencia, pero no tengo un sentir claro.

  Todos debemos aprender que si no tenemos un sentir respecto a algo específico, no tenemos necesidad de seguir averiguando. En vez de ello, debemos ejercitar nuestra fe para creer que no tenemos ningún problema, y para confiar en que si tenemos algún problema, el Señor nos lo dirá. Es posible que después de cierto tiempo el Señor lo ilumine. Entonces tenga fe en la sangre. Éste es un buen principio. Es fácil ser engañado por el enemigo. Manténgase bajo la sangre.

  Muchas veces después de acudir al Señor, sentía que había algo realmente malo en mi interior, pero no tenía las palabras para expresarlo de manera específica.

  Simplemente ore conforme a lo que usted pueda expresar. Dígale al Señor: “Señor, siento que estoy mal en ciertas áreas, pero no sé cómo expresarlo. Señor, Tú lo sabes; lávame conforme al conocimiento que Tú tienes”. Muchas veces cuando usted dice: “Señor, no tengo palabras para expresarlo”, vienen las palabras. Entonces usted puede decirle al Señor qué está mal. El Señor tiene mucha gracia para con nosotros. Si usted no está dispuesto a confesar sus pecados, el Señor se muestra legalista, pero en cuanto usted está dispuesto a confesar, Él no es legalista con usted. Si usted rehúsa confesar, Él no lo dejará en paz. Pero una vez que usted está listo para confesar, le dirá: “Todo está bien, hijo Mío”.

  Desde que escuché hablar acerca de contactar al Señor, he deseado hacerlo; pero debido a que me siento cohibido y no sé cómo empezar, todavía no he acudido a Él ni me he abierto.

  Hay muchos casos como el suyo. Primeramente, usted debe entender que está bajo la cobertura de la sangre. En segundo lugar, es posible que esté dispuesto a confesar, pero no sea consciente de ninguna ofensa. No se perturbe por ello. Convierta su oración en alabanza. Diga: “Señor, te alabo y te doy gracias. No tengo palabras que expresar, pero Tú sabes. Yo estoy contigo. Estoy bajo la sangre”. Ésta es una buena lección que podemos aprender. Descanse en Su fidelidad. Descanse bajo la sangre. Si usted espera sentir algo o trata de derramar lágrimas, abrirá la puerta para que Satanás lo ataque. Simplemente ofrézcale sus alabanzas al Señor; esta alabanza le cerrará la puerta a Satanás.

  Si usted está endurecido, si está renuente a confesar y a contactar al Señor, esa actitud debe ser condenada. Pero si es dócil y está dispuesto a hablar con el Señor, sólo que le faltan las palabras, debe ejercitar su fe para creer que está bajo la sangre y que el Señor está dispuesto a concederle Su gracia; en ese momento empiece a dar gracias y a alabar.

  ¿No deberíamos confesar tan pronto como hacemos algo malo?

  Cada vez que sus manos estén sucias, láveselas. Después que confiese por la mañana, no necesita volver a confesar sino hasta que surja algo pecaminoso. Entonces debe confesar eso inmediatamente.

  Algunos santos están aplicando la sangre del Señor de manera equivocada. Ellos dicen: “Aplicamos la sangre del Señor a nuestra situación”, sin hacer ninguna confesión. La Biblia dice que si confesamos, entonces la sangre nos limpia. En otras palabras, nuestra confesión es un requisito necesario para la limpieza del Señor. Si no confesamos, el Señor no puede limpiarnos.

  Pero una vez que confesamos, somos limpiados. Tan pronto como nos ensuciemos de nuevo, debemos volver a confesar y nuevamente seremos limpios. De esta manera, durante todo el día mantendremos nuestra conciencia limpia y pura, y podremos contactar al Señor en cualquier momento.

  Andrew Murray hablaba de tener un tiempo para estar calmados a fin de que el Señor pudiera hablarnos. Me es difícil estar así de calmado.

  Eso es cuestión de terminología y entendimiento. Por supuesto, no sé a qué se refería Andrew Murray cuando hablaba de estar calmados. Nadie puede estar tan calmado que deje de pensar, a menos que muera. Incluso pensamos mientras dormimos; es por eso que tenemos sueños. Tal vez usted pueda detener sus actividades, pero nunca puede dejar de pensar. Probablemente lo que quería decir Andrew Murray es que usted tiene que apartar un tiempo en el que esté libre de cualquier asunto. Entonces durante ese tiempo la mejor manera en que usted puede estar quieto es que ore, no por las cosas que le preocupan, sino por lo que el Señor lo guíe a orar. Simplemente ore, diciendo: “Señor, simplemente te amo. Quiero caminar contigo. Quiero ser uno contigo”. No ore acerca de su hermana de Washington que está enferma; eso es orar conforme a sus pensamientos. Es posible que el Señor a veces ponga en usted la carga de orar de esta manera, pero a fin de tener un tiempo calmado delante del Señor usted tiene que alejarse de cualquier preocupación.

  La mejor manera de detener sus pensamientos es que ore conforme a la dirección interior que reciba en ese momento. Además de esto, lea la Biblia; espontáneamente su lectura se convertirá en oración. Es en esos momentos en que usted está calmado, que el Señor muchas veces le hablará y le revelará algo.

  ¿Cómo sabe el enemigo lo que hay en nuestra conciencia, y cómo sabemos nosotros que él ha puesto algo en nuestra mente?

  Usted debe regirse por los hechos. Una ofensa es una verdadera ofensa en mi conciencia. Si yo lo ofendo a usted, entonces ésa es una ofensa en mi conciencia que tengo que confesar. Nosotros confesamos según el pecado que hemos cometido, no conforme a un pensamiento que nos viene a la mente. Supongamos que usted no ha cometido ningún pecado ni ha ofendido a nadie, y que luego cruza un pensamiento por su mente que siente que necesita confesar. Dicho pensamiento es de Satanás. No se ha cometido ningún pecado, ninguna ofensa, pero usted tiene un pensamiento que lo insta a confesar. En ese caso usted no tiene que confesar nada, pues no se trata de un hecho, sino de algo procedente de Satanás para perturbarlo.

  ¿Cuál es la relación que hay entre la conciencia, la unción y la ley de vida?

  En el libro El conocimiento de la vida (págs. 157-189) hay un capítulo titulado “El conocimiento interior”, que habla sobre esto. En el Antiguo Testamento la ley de los mandamientos regulaba la vida diaria del pueblo de Dios, diciéndoles, por ejemplo, que debían honrar a sus padres y no robar. También estaban los profetas que le indicaban al pueblo qué hacer, adónde ir y qué decir. A fin de estar bien con Dios bajo el Antiguo Testamento, uno tenía que obedecer la ley de los mandamientos y a los profetas.

  En el Nuevo Testamento la ley de vida (Ro. 8:2) reemplaza la ley de los mandamientos, y la unción (1 Jn. 2:27) reemplaza a los profetas. Ustedes han nacido de nuevo, e interiormente tienen una nueva naturaleza. En esta nueva naturaleza se halla la ley de vida.

  La ley de vida hace que usted tenga ciertos gustos. Un bebé de tres meses no tiene conocimiento de qué es dulce ni qué es amargo. Sin embargo, él recibirá cualquier cosa dulce que usted le ponga en su boca y escupirá todo lo que sea amargo. Cuando un cristiano va al cine, tiene este mismo sentir de rechazo. La ley interna no aprueba que él vaya allí, y él no podrá orar sino hasta que perciba y confiese su desobediencia al Señor y a la ley de vida. Esta confesión es según la conciencia, la cual opera conforme a la ley de vida, así como en la antigüedad operaba conforme a la ley de los mandamientos. Una vez que confesamos nuestro pecado, somos perdonados y la sangre nos limpia.

  La unción guarda relación, no con la ley, sino con los profetas. Mientras la ley tenía que ver con la moralidad, los profetas tenían que ver con las idas y venidas del pueblo de Dios, con su modo de vivir diario y con su hablar. Es la unción la que le dice a usted adónde debe ir y qué debe hacer. Mientras yo les hablo, confío en que la unción me guíe respecto a lo que debo decir. Si yo desobedezco la unción, mi conciencia me perturbará. Entonces tendré que confesar: “Señor, perdóname. No obedecí a la unción”. La unción es simplemente el mover del Señor en nuestro interior.

  ¿Y qué de las amistades entre los cristianos? Y ¿qué relación hay entre la comunión y la unidad?

  Si yo mantengo una comunión especial con cierto hermano día tras día, esta comunión se convertirá en amistad. La relación de amistad entre los santos es algo que debe evitarse. Esto es como la miel, que era prohibida en la ofrenda de harina (Lv. 2:11). Cuando la comunión se convierte en amistad, contiene levadura, porque detrás de dicha amistad hay una preferencia personal y natural. Nuestra comunión debe ser común, a menos que por algún motivo sea necesario tener más contacto con cierto hermano. Pero si no hay ningún motivo, no debemos tener más contacto.

  La unidad y la comunión son una misma cosa. Nuestra comunión práctica es simplemente la unidad. Debido a que todos los cristianos somos uno, podemos tener comunión juntos. Esta comunión es el Espíritu mismo que mora en nosotros. La electricidad que pasa por las lámparas que están en el techo es semejante a la unidad y la comunión. Sin la electricidad las lámparas están separadas y desconectadas unas de otras. Lo que hace que sean uno es la corriente de electricidad. Esta corriente es la comunión, o el Espíritu Santo que mora en nosotros. El Espíritu que mora en nosotros es nuestra unidad y nuestra comunión. Si añadimos miel o levadura a la comunión, la convertiremos en amistad. Esto traerá corrupción y fermentación a la vida de iglesia.

  A veces cuando comparto con alguien lo que he disfrutado del Señor en la Palabra o en un mensaje, él añade lo que ha estado leyendo, y entonces lo que quería compartir se pierde. ¿Cuál es la mejor forma de tener comunión acerca de nuestro disfrute del Señor?

  Incluso en esta manera de compartir, usted necesita aprender a ser restringido por el Espíritu. A medida que usted crezca, sentirá que el Señor quiere que comparta sólo hasta cierto punto. Ésta es otra manera en que somos guardados de corrupción. A nosotros nos gusta decirles a los demás lo que vimos en un mensaje, y ellos quieren compartirnos la luz que recibieron. Hablar demasiado acerca de lo que vimos también es miel. Muchas veces cuando he querido compartirles a los hermanos acerca de cierta luz que recibí, el Señor me ha dicho que no. Aun en los asuntos espirituales debemos ser restringidos. No obedecer esta restricción es una ofensa que tarde o temprano tendremos que confesar al Señor.

  ¿Son la ley de vida y la unción lo mismo que el hablar del Señor?

  Ambas cosas pueden ser consideradas el hablar del Señor, pero en realidad la ley de vida es más bien un principio que crea en nosotros ciertos gustos. La unción es una especie de hablar. La ley de vida no cambia, pero la unción sí puede variar. La ley de vida siempre le prohibirá ir al cine a usted, o a cualquier hijo de Dios. En cambio, la unción puede decirle a un hermano que tome un avión y a otro, que se vaya en auto. La diferencia es que la ley está relacionada con la moralidad y la ética, mientras que la unción tiene que ver con nuestras actividades.

  ¿Es éste el mismo hablar que recibimos de parte del Señor en la oración?

  Sí. La oración fortalecerá su sensibilidad a la ley de vida. Si un niño tiene un fuerte resfriado, cuando usted le ponga algo en la boca, no sabrá si es dulce o amargo. La ley de vida no funciona porque él está enfermo. Si usted no tiene contacto con el Señor en oración ni en la Palabra, su sentido de la ley de vida será débil. Algunos cristianos pueden ir al cine sin sentirse perturbados por ello, pero no porque la ley de vida no proteste, sino porque su sensibilidad a ella es débil por falta de ejercicio. Si ellos acuden al Señor para confesar, orar y estudiar la Palabra, pronto recuperarán esta sensibilidad.

  Deseo seguir adelante con el Señor, pero cuanto más estoy con Él, más siento temor de Su santidad, a causa de todos los pecados que yo, como persona caída que soy, he cometido.

  Hay dos clases de temor del Señor. Una es saludable; la otra debe ser rechazada. Si contactamos al Señor por medio de la oración y Su Palabra, tendremos un temor apropiado y santo, pues no querremos ofenderlo al desobedecerle. Necesitamos tener este temor santo. La otra clase de temor es que el Señor pueda castigarnos o rechazarnos o abandonarnos. Esto es de Satanás, y debemos vencer esto. Debemos declarar: “Soy un hijo de Dios, escogido, redimido y limpiado por la sangre preciosa. No tengo nada que temer. Dios no me abandonará ni me echará”. Esta segunda clase de temor es una amenaza del enemigo para robarle su reposo. Si usted se siente intranquilo, no puede disfrutar al Señor ni tampoco crecer. Para sentirse tranquilo, usted debe estar libre de todos estos temores innecesarios. Rete al enemigo diciéndole que usted es un hijo de Dios y está bajo la sangre, que Dios es su Padre y lo ama, y que usted no va a creer que Él lo echará fuera. El único temor que usted necesita tener es un temor santo de no ofender al Padre contristándolo.

  ¿Cómo podemos determinar qué cosas necesitan saber los ancianos y qué cosas no debemos contarles?

  Ésta es una buena pregunta. Con respecto a los santos en la iglesia, cuanto menos sepamos, mejor. Nuestra vida natural tiene un deseo o apetito por enterarnos de los asuntos de los demás. Esto no es saludable y perjudica la vida de iglesia. Sin embargo, hay otro aspecto y es que necesitamos conocer en qué nivel se encuentran los santos espiritualmente, a fin de poder recibir su ayuda o brindarles algún suministro. La vida de iglesia exige que nos ejercitemos muchísimo, no para inmiscuirnos en los asuntos de los santos, sino para discernir cuál es su verdadera situación a fin de recibir la ayuda de ellos o ayudarlos.

  ¿Esta información acerca de los santos la deben saber los ancianos o la deben saber todos los santos?

  Todos debemos estar en el mismo nivel. Si todos los santos se ejercitan de esta manera, la iglesia será saludable, pues todas las debilidades serán atendidas. Incluso en las iglesias en el recobro del Señor se hacen demasiadas llamadas telefónicas. Propagar información innecesaria tiene un efecto mortífero. No dé información de nadie ni trate de averiguar información acerca de otros, salvo aquella que le permita impartir un suministro a otros o recibir un suministro de parte de ellos. De este modo, la iglesia crecerá, será edificada de una manera saludable y será resguardada de la muerte que proviene de saber lo que no necesitamos saber de otros.

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