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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO SEIS

LA VID: LA ECONOMÍA DE DIOS

(2)

  Todos necesitamos tener más contacto personal con el Señor. En este mensaje quisiera compartirles sobre cómo poner esto en práctica diariamente. Así que, consideraremos nuevamente este capítulo muy conocido, Juan 15.

  El Evangelio de Juan es un libro acerca de la vida. Incluso nuestra vida física, sobra decir la vida divina, es misteriosa. Aunque el asunto que el apóstol Juan está tratando es misterioso, abstracto y profundo, las palabras que él usa son muy sencillas: “En el principio era la Palabra [...] y la Palabra era Dios [...] En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres [...] Y la Palabra se hizo carne [...] llena de gracia y de realidad” (1:1, 4, 14). Luego en el capítulo 15 Aquel que era la Palabra, el propio Dios, en quien estaba la vida y la luz, y con quien estaba la gracia y la realidad, declaró que Él mismo era la vid verdadera, que Su Padre era el labrador y que Sus discípulos eran los pámpanos.

LO QUE DIOS ESTÁ HACIENDO

  La Biblia abarca diversos temas en más de mil páginas; pero en este capítulo, Juan 15, encontramos el enfoque de lo que Dios está haciendo. Aquí el Padre es un labrador, un agricultor, quien cultiva la vid verdadera, que es Cristo, con sus pámpanos, los creyentes de Cristo. Ver esto es ver la economía de Dios, lo que Dios está haciendo en este universo. Dios está cultivando a Cristo, y todos nosotros somos pámpanos de esta vid. En el capítulo 1 podemos ver cómo Cristo, la vid verdadera, empezó a atraer a algunos de los escogidos de Dios a Sí mismo (vs. 35-50). Finalmente, en el capítulo 15, había un grupo de creyentes neotestamentarios alrededor de Él; a estos seguidores les dijo que Él era la vid verdadera y que ellos eran los pámpanos.

  Estamos aquí para ramificar esta vid. Una vid principalmente se compone de ramas. En contraste con esto, los elevados pinos tienen ramas muy cortas. No obstante, si a la vid le cortamos las ramas, quedará muy poco de ella. ¿Se da cuenta de que usted es una de las ramas de esta vid universal que es cultivada por Dios el Padre? ¿Ha visto claramente que en este universo Dios no está haciendo otra cosa que cuidar de esta vid?

LA LABOR QUE REALIZAN LOS PÁMPANOS

  ¿Qué hacen las ramas o pámpanos de la vid? ¡No hacen nada! Ellas no trabajan; no realizan ninguna actividad. Su vivir simplemente consiste en vivir, cultivar y producir la vid. Nosotros, como pámpanos de la vid verdadera, debemos ver que el Padre, el labrador, no quiere que hagamos ningún trabajo. Lo único que Él quiere es que nosotros vivamos a Cristo, lo cultivemos y lo produzcamos.

  Hace apenas dos o tres semanas el Señor puso de una manera fresca en mí la carga de esta visión. Me preguntó: “¿Dónde hay, entre todas las obras de los cristianos, una obra que me satisfaga? No deseo ninguna obra. Lo que quiero es verme a Mí mismo expresado en el vivir de Mi pueblo. ¿Ha habido en algún momento en todos estos siglos un pueblo que me exprese en su vivir? ¿Dónde se encuentra tal pueblo sobre la tierra hoy?”. A pesar del sinnúmero de buenas obras cristianas —incluso obras prevalecientes— el corazón del Señor aún no ha sido satisfecho.

  Quisiera recordarles una vez más que en este universo Dios es un labrador que está ocupado exclusivamente con el crecimiento de esta vid y sus pámpanos. Si ustedes ven esta visión del deseo que Dios tiene en Su corazón, dirán: “Señor, rescátame de cualquier otra cosa. He estado haciendo muchas cosas; he estado haciendo tantos planes. Pero eso no es lo que Tú estás haciendo. Señor, rescátame”.

  Hace años yo vi esta visión y viví conforme a ella, pero en estos últimos seis años subconscientemente y sin intención alguna, descendí de la cumbre de la montaña. Lamento que a muchos de ustedes que han venido al recobro del Señor no se les haya mostrado claramente qué es la economía de Dios. Nos hemos distraído con otras cosas. Como resultado de ello, ha habido disensiones entre nosotros. Espero que esta visión nos lleve a todos de regreso a lo que Dios desea. Yo no confío en mis propias palabras. Las palabras humanas son vanas. Pero ciertamente confío en el Espíritu que revela, a fin de que Él cause una profunda impresión en ustedes, de modo que puedan ver que no son más que pámpanos de la vid y que lo único que Dios quiere de ustedes es que vivan a esta vid, la cultiven y produzcan fruto.

  En Filipenses 2:2 Pablo exhortó a los filipenses a que tuvieran un único pensamiento. A fin de tener un único pensamiento debemos ver la visión. De lo contrario, nos distraeremos con diversas charlas, obras o reuniones. Si vemos que Dios únicamente está cultivando esta vid, a menudo seremos salvos de pensar o decir cosas diferentes de esta única cosa. Nosotros no somos obreros, no somos trabajadores; más bien, somos pámpanos.

  Pese a que Dios únicamente está cultivando a Cristo, nosotros estamos ocupados con muchas otras cosas. Tal vez sean cosas bíblicas, que consideramos buenas e incluso espirituales, pero no son lo que Dios está haciendo.

¡VIVAN A CRISTO! ¡CULTIVEN A CRISTO! ¡PRODUZCAN A CRISTO!

  Por la misericordia y gracia del Señor quisiera compartirles sobre cómo ustedes pueden vivir a Cristo, cultivar a Cristo y producir a Cristo. En el versículo 7 el Señor dice: “Si [...] Mis palabras permanecen en vosotros”, y en el versículo 26 dice: “A quien Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de realidad”. Aquí mismo en Juan 15 se mencionan los dos asuntos de la Palabra y del Espíritu. Conforme a mi experiencia, no hay otra forma en que podamos vivir a Cristo, cultivarlo y producirlo, salvo que recibamos la Palabra y contactemos al Espíritu. Ése es nuestro medio más directo.

EL VALOR DEL NOMBRE

  Además de la Palabra y del Espíritu, tenemos otras dos provisiones. Una de ellas es Su nombre. En cuanto usted toque al Señor y Su Palabra, se percatará de que su condición no es como debiera ser. Estando en sí mismo, usted se ha desviado; es únicamente estando en Su nombre que usted está en el lugar correcto. Si usted dice: “Oh Señor, estoy aquí delante de Ti en Tu nombre”, de inmediato sentirá que ya no está alejado. Usted no puede acercarse al Señor con base en nada de lo que usted es; tampoco puede acudir a Él basándose en nada de lo que usted hace. Es solamente en Su nombre que usted es aceptado.

EL VALOR DE LA SANGRE

  Cuando usted acuda al Señor con un deseo sincero de vivirle a Él, cultivarlo y producirlo, la luz estará allí presente. Entonces usted no sólo sentirá que se ha descarriado, sino que incluso usted es pecaminoso en muchos asuntos. Tal vez les diga a otros que todo está bien, pero se preguntará por dentro: “¿Estás seguro de que todo está bien contigo? Tu condición actual no está del todo bien. De hecho, no estás bajo ninguna restricción. Eres demasiado frívolo. Estás demasiado en el yo y en el hombre natural. Vives demasiado conforme a tus deseos. Eres una persona pecaminosa”. Si usted cree que todo está bien con usted, entonces está en tinieblas. Nadie que está en la luz pensará que todo está bien con él.

  ¿Por qué es que cada vez que alguien se acerca a Dios necesita presentar una ofrenda? Porque mientras caminamos en esta tierra, nos contaminamos con las cosas naturales. Debido a que todavía vivimos en nuestro hombre natural, en la carne, cada vez que nos acerquemos a Dios tenemos que traer la ofrenda por la transgresión o la ofrenda por el pecado (véase Lv. 4 y 5). Sin el derramamiento de sangre no podríamos entrar en la presencia de Dios. Ninguno que está en la luz se atrevería a decir que no hay nada malo en él. Sin la luz usted podría pensar que está limpio. Pero cuando se pone bajo la luz, ve cuán sucio está y que necesita una limpieza completa.

  Necesitamos la sangre. Ésta es otra provisión que Dios nos ha dado. En nosotros mismos no podemos acercarnos a Dios. Necesitamos el nombre y también la sangre limpiadora. Cuando nos acercamos, decimos: “Señor, no acudo a Ti en mi propia persona, sino en Tu nombre. Me cubro con la sangre y vengo con ella. Acepto la limpieza de Tu sangre redentora”. Esto quitará todo estorbo para que recibamos la Palabra y toquemos al Espíritu.

CÓMO INGERIR LA PALABRA

  Usted debe pasar tiempo en la Palabra de forma regular. Usted ya no puede dejar de recibir la Palabra, así como tampoco puede dejar de tomar sus comidas diarias. Antes de irse al trabajo por la mañana, usted debe apartar al menos diez minutos para leer la Palabra. Cultive este hábito de una manera legalista y estricta. Si lo hace, notará un gran cambio en su vida.

  Cuando llegue a su casa después del trabajo, debe sumergirse nuevamente en la Palabra. Tómese primero una pequeña siesta, luego arrodíllese, abra la Palabra y empiece a leerla, orar-leerla, estudiarla y escudriñarla por una media hora. No diga que está demasiado ocupado para ello. ¡Usted nunca está tan ocupado como para dejar de hablar por teléfono! Deje el trabajo en su jardín para otra ocasión. ¡Éste es el momento para que usted sea regado y podado!

LOS RESULTADOS DE RECIBIR LA PALABRA

  Si usted realmente toca la Palabra, hallará vida. Sabrá que hay vida en la Palabra porque será alumbrado. Incluso en los pequeños asuntos la luz brillará intensamente, y usted no podrá esconderse. Cada vez que acuda a la Palabra, debe experimentar esta luz que escudriña y descubre todo su ser. Si no experimenta esto, debe orar, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí. ¿Por qué no percibo la luz? Quita todo adormecimiento, insensibilidad, ceguera y todo velo, para que pueda percibir Tu luz”.

  Además de ser alumbrado, usted experimentará el ser nutrido y fortalecido. La Palabra primero viene como luz, y después como alimento y fortalecimiento. Finalmente, realiza una obra aniquiladora. Una vez que la luz revele lo que hay en su interior y el alimento lo fortalezca, usted dirá: “Señor, estoy dispuesto. Quita esto; córtalo”. Al recibir la Palabra, usted descubrirá que ella aniquilará muchas cosas en usted. Aniquilará sus conceptos naturales con respecto a su cónyuge, a sus hermanos y hermanas, y en cuanto a la iglesia y los ancianos. Aniquilará también sus deseos y concupiscencias carnales. Así, usted se encontrará orando: “Señor, aniquila mi orgullo. Aniquila mi humildad natural. Aniquila mi mansedumbre fingida. Aniquila mi hipocresía. Aniquila mi comportamiento diplomático con los hermanos y con mi esposa”. Si usted cultiva el hábito de sumergirse en la Palabra, a diario tendrá este tipo de experiencia.

  Con el tiempo descubrirá que este Cristo está muy cerca de usted y que es muy precioso para usted. Entonces empezará a inhalarlo y a vivirlo. Al recibir la Palabra de esta manera, usted lo vivirá a Él, lo cultivará y lo producirá. El Padre cultivará para hacer crecer el suelo de su corazón a Cristo. Él cultivará el suelo de su conciencia, que es la puerta. También cultivará el suelo de su parte emotiva, su voluntad y su mente. Esto quitará los estorbos para que la vid se propague en cada parte de su alma.

  Si todos ustedes acuden a la Palabra de esta manera por algún tiempo, el resultado de ello será un verdadero avivamiento en la vida de iglesia, el cual empezará en nuestro interior, sin despertar el entusiasmo, sin promover nada y sin ser una mera actuación. Esto es lo que el recobro del Señor necesita hoy.

  No se corrija a sí mismo ni trate de reformarse. Simplemente regrese a la Palabra y permanezca en la vid al permanecer en Sus palabras. En Juan 15:7, cuando dice: “Mis palabras permanecen en vosotros”, la palabra griega traducida “palabras” es réma, es decir, el hablar que recibimos en un momento dado o para una situación específica. Nosotros digerimos el lógos, y éste se convierte en réma para nosotros. Entonces recibimos la iluminación, el alimento, el fortalecimiento, la obra aniquiladora y el vivir de Cristo.

CÓMO TOCAR AL ESPÍRITU

  Tenemos la Biblia en nuestras manos y al Espíritu Santo en nuestro espíritu. Cualquiera que sea nuestra condición —no importa si somos débiles, hemos retrocedido o estamos mal—, damos gracias a Dios porque tenemos estos dos legados. El Espíritu y la Palabra son inseparables. A medida que usted lee, el Espíritu Santo coopera con la Palabra. En contraste con ello, si usted trata de ejercitar el espíritu al leer el periódico, no habrá ninguna respuesta en su interior. Pero cada vez que acuda a la Biblia, en el nombre y bajo la sangre, algo en su interior operará en coordinación con lo que está leyendo. Ese algo es el Espíritu que corresponde a la Palabra.

  La obediencia es la única manera de tocar al Espíritu que corresponde a la Palabra. Tal vez usted esté débil, pero no podrá negar que el Espíritu precioso de nuestro Dios está en usted. Aunque usted lo contriste, Él jamás lo dejará. Es por ello que, cada vez que usted sienta deseos de acudir al Señor en Su nombre y bajo Su sangre, el Espíritu en su interior le repetirá lo mismo que usted ha leído en la Palabra. Entonces cuanto más usted diga amén a este hablar, más el Espíritu que responde operará en usted. Usted experimentará una reprensión severa o se regocijará remontándose en las alturas; pero nunca será indiferente.

EL ESPÍRITU Y LA PALABRA OPERAN INTERIORMENTE

  Gracias a la Palabra que ocupa y satura su mente y al Espíritu que mora en su espíritu, usted vivirá a Cristo, lo cultivará y lo producirá. Tendrá la fragancia de Cristo, la cual otros podrán percibir sin necesidad de que usted lo pregone. ¿Cómo sucede todo esto? Por haber recibido la Palabra en su ser vez tras vez, el Espíritu, Cristo mismo, se habrá forjado en su ser. Su mente será poseída por la Palabra, y su espíritu será impregnado del Espíritu.

  La Palabra es lámpara a nuestros pies y luz a nuestra senda (Sal. 119:105). La Palabra que ocupa su mente resplandecerá delante de sus pies, alumbrando su senda. Usted no andará en tinieblas porque la Palabra que ocupa su mente alumbrará cada uno de sus pasos.

  Al mismo tiempo el Espíritu que mora en su interior continuamente le hablará, consolándolo y nutriéndolo durante todo el día. Esto es como el alimento que ingerimos; tal vez terminemos de comer en treinta minutos, pero después ese alimento nos sostendrá por varias horas.

  Espero que recibamos a Cristo como nuestro alimento por medio de Su Palabra y le bebamos como nuestra agua por medio del Espíritu. De este modo, viviremos a Cristo, lo cultivaremos y lo produciremos, cumpliendo así el deseo del Padre.

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