
Los escritos del apóstol Juan se hallan en tres categorías: el Evangelio, las tres Epístolas y el libro de Apocalipsis. En su evangelio Juan nos habla acerca de permanecer en la vid. De hecho, éste es el pensamiento central en el Evangelio de Juan. Sin embargo, es sólo cuando llegamos a sus epístolas que encontramos cómo permanecer en la vid. Luego, en Apocalipsis tenemos la cosecha.
Antes de considerar lo que las Epístolas nos dicen acerca de cómo permanecer en la vid, quisiera recordarles la visión que nos es mostrada en Juan 15. Es nada menos que la impartición del Dios Triuno. El Padre es un labrador que cultiva una vid, el Hijo. Además, lo que el Padre es y hace se halla corporificado en el Hijo. El Espíritu nos transmite a nosotros, los pámpanos, lo que el Padre cultiva y lo que el Hijo corporifica.
¿Cuál es el secreto para el crecimiento y propagación de esta vid? La vida. Nosotros los pámpanos sólo tenemos que vivir la vida de esta vid, cultivar esta vid y producir esta vid. Esta vida es sencilla y ordinaria, sin los estorbos de la organización, los dones y la doctrina. La vida no es enseñanzas, talentos naturales, planes ni actividades. Juan 15 no habla de enseñanzas, ni de dones, ni organización, aunque el cristianismo depende de estas cosas para existir y propagarse. La vid en Juan 15 crece únicamente por medio de la vida.
Necesitamos que esta visión aniquile toda tendencia nuestra a depender de arreglos, estrategias y dones. No es fácil llevar una vida tan sencilla. Nosotros nacimos y fuimos criados en un entorno en el que siempre se nos ha animado a enseñar, a organizar, a usar nuestros dones y a emprender actividades. Estas cosas todavía están en nuestra sangre, y tarde o temprano aflorarán, a menos que hayamos hecho morir nuestro hombre natural. Quiera Dios tener misericordia de nosotros, para que nuestros planes y actividades puedan ser aniquilados plenamente, y para que veamos que Él no quiere otra cosa que el que nosotros expresemos a Su Hijo en nuestro vivir, de modo que Él sea nuestra vida y nuestro fruto. Si vemos esto, nos postraremos delante de Él y nos arrepentiremos por vivir conforme a nuestro hombre natural.
La Palabra es la corporificación del Dios Triuno, así como también de Su vida, luz y economía. La vida divina está corporificada en las páginas impresas de la Biblia. Esta Palabra es concreta y sustanciosa. Todos podemos contactarla y recibirla. En las palabras del Señor en 15:7: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros”, podemos ver que permanecer en Él es un requisito para que Su palabra permanezca en nosotros.
El resultado de este permanecer mutuo es que llevamos fruto. Si usted le preguntara a los pámpanos cómo pueden llevar fruto, le dirían que no hacen planes, ni organizan ni usan sus dones, y que su fruto es simplemente el desbordamiento de la vida interior. Dejemos todas nuestras actividades y simplemente vivamos a Cristo, cultivémoslo y reproduzcámoslo. “Considerad bien vuestros caminos. Habéis sembrado mucho, pero recogéis poco” (Hag. 1:5-6). ¿Cuál ha sido el resultado de toda nuestra labor?
En 1 Juan se nos presentan diferentes maneras prácticas para tener la experiencia de permanecer en Cristo. El primer capítulo nos presenta la primera manera. Examinaremos este capítulo versículo por versículo.
En 1 Juan 1:1 se nos dice: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante a la Palabra de vida”. Al comparar este versículo con el primer versículo del Evangelio de Juan, sabemos que “lo que era desde el principio” es la Palabra. La Palabra no sólo es algo que podemos escuchar, pues también es algo que podemos ver y tocar con nuestras manos. La Palabra de vida es una persona; la “Palabra” está escrita con mayúscula porque es personificada. Esta persona es el Señor Jesús. Si añadimos Juan 1:4: “En Él estaba la vida”, a la descripción de Él en Juan 1:1 como la Palabra, obtenemos el término que se usa aquí, la Palabra de vida.
La Palabra de vida no puede ser separada de la Palabra de letras. Hacer esto sería como separar su espíritu de su cuerpo; el resultado de ello sería la muerte. La Palabra de vida es uno con la Palabra de letras. Debemos valorar altamente este libro, la Biblia, porque las palabras impresas que están en ella contienen la Palabra de vida.
El versículo 2 dice: “Y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó”. La vida eterna es anunciada. Ella no es simplemente predicada o enseñada, sino también anunciada. Las palabras la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó, nuevamente, indican que la vida eterna es nada menos que Jesucristo mismo. Él es la propia vida.
El versículo 3 dice: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. La palabra traducida “anunciamos” significa entregar; por ejemplo, no se trata simplemente de mostrarle mi himnario, sino de entregárselo. Cuando les entregamos esta vida a otros, el resultado de ello es comunión. Si tenemos vida, estamos en la comunión. Les entregamos esta vida eterna a otros a fin de que ellos tengan comunión con nosotros, con el Padre y con Su Hijo Jesucristo.
Los versículos 4 y 5 dicen: “Estas cosas os escribimos, para que nuestro gozo sea cumplido. Y éste es el mensaje que hemos oído de Él, y os anunciamos: Dios es luz, y en Él no hay ningunas tinieblas”. El hecho de que Dios sea luz para nosotros es algo subjetivo. El contexto deja claro que Dios es luz cuando tenemos vida y cuando estamos en la comunión de vida. En esta comunión de vida hay luz. Todas estas palabras claves —la Palabra, la vida, la luz y Dios— se hallan también en el Evangelio de Juan, capítulo 1. La diferencia es que en el Evangelio son objetivas, mientras que en las Epístolas la realidad de estas palabras está dentro de nosotros. La luz se halla en la comunión; cualquier grado de tinieblas significa que algo está mal.
El versículo 6 continúa: “Si decimos que tenemos comunión con Él y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad”. Con respecto a algunos de los santos, podemos percibir que hay transparencia. Mientras conversamos y tenemos comunión con ellos, no percibimos que haya tinieblas ni ninguna opacidad. Con respecto a otros, en cambio, no sucede lo mismo; quizás sólo una parte de su ser sea transparente y el resto de su ser esté en tinieblas. Es posible que usted esté en tinieblas y diga que no lo está. Usted puede estar engañado por el enemigo y mienta sin querer. Subconscientemente usted engaña a otros debido a las tinieblas que hay en su ser.
“Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (v. 7). Puesto que la luz es Dios mismo, andar en la luz es andar en Dios. Es posible que vayamos a una reunión de comunión o a la casa de un hermano para tener comunión y no tengamos verdadera comunión. No es posible tener comunión si andamos en tinieblas. Tal vez tengamos contacto externamente, pero si el fluir de vida no está presente en nuestro interior, no hay verdadera comunión. Pero si andamos en la luz como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre nos limpia de todo pecado. Si andamos en Dios y estamos en la comunión, nuestra verdadera situación saldrá a la luz. Veremos que con respecto a este asunto estamos mal y que con respecto a aquel asunto estamos equivocados. Ciertamente confesaremos y le pediremos perdón al Señor. Esta confesión es el resultado espontáneo de la luz que hay en la comunión. Entonces la sangre limpiará, aun sin necesidad de que la apliquemos. Muchas veces aplicamos la sangre estando en tinieblas y estando fuera de la comunión y en muerte. Mientras tengamos una actitud así de frívola y despreocupada, la sangre no nos limpiará.
Permanecer en Cristo de una manera real es un asunto muy fino y delicado. Es por ello que debemos acudir al Señor día a día para pasar tiempo en Su presencia y para que Él nos examine si estamos en la vida, en la comunión, en la luz que todo lo descubre y plenamente bajo la limpieza de la sangre. Si es así, entonces tendremos la certeza de que somos personas transparentes y que no hay nada entre Él y nosotros. Esto es permanecer. A fin de permanecer en Cristo necesitamos de la comunión, la luz, la iluminación, la confesión y la limpieza.
Los versículos 8 y 9 dicen: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Aun en los días del apóstol, algunos andaban diciendo que una vez que eran salvos ya no pecaban. Esto es un engaño. La realidad es que todavía el pecado está en nosotros.
¿Cómo confiesa usted sus pecados? Hay una confesión que es según el conocimiento. Usted sabe que ha ofendido a alguien, y por eso le pide al Señor que lo perdone. Su conciencia no es tocada, usted no se lamenta ni derrama lágrimas. Esto es una confesión fuera de la esfera de la vida, y su verdadera situación no ha sido revelada por la luz. No me atrevería a decir nada con respecto a si Dios reconoce o no dicha confesión que es sólo conforme al conocimiento, pero sí les diría que no tiene ningún efecto en su vida.
Sólo hay un tipo de confesión que cambia su vida. Mientras usted está en la comunión, la luz resplandece de forma penetrante en usted, mostrándole su verdadera condición. Usted entonces se siente profundamente arrepentido, tal vez derrame lágrimas, luego confiesa sus faltas y la sangre de Jesús lo limpia. La verdadera confesión es la que hacemos después que la luz nos descubre interiormente.
Si usted confiesa únicamente según el conocimiento, probablemente ore: “Oh Señor, perdóname por chismear”, pero después de poco tiempo encontrará que sigue hablando descuidadamente como lo hacía antes. Sin embargo, si usted confiesa en vida, mientras la luz resplandece sobre su hábito de chismear, tal confesión sellará sus labios, y pasará mucho tiempo antes que vuelva a salir otra palabra vana de sus labios.
Noten que en el versículo 9 se mencionan los pecados y toda injusticia. Cuando esta luz opera para revelar, no tiene ninguna consideración por su persona. Sus acciones quizás no hayan sido pecaminosas, pero bajo esta luz usted ve que ha pecado contra este hermano, que ha engañado a esa hermana, que con respecto a este asunto usted fue injusto y que con respecto a otro asunto obró incorrectamente. Su confesión tocará las profundidades de su ser —y no simplemente su conciencia— y lo transformará.
El último versículo en 1 Juan 1 dice: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y Su palabra no está en nosotros”. No sólo “tenemos pecado” (v. 8), sino que también “hemos pecado”. Si estamos en la comunión, estaremos con temor y temblor, pues sabremos que no sólo tenemos pecado, sino que también pecamos.
¿Cuál es la manera de permanecer en Cristo? En 1 Juan se nos dice que debemos acudir a la luz para quedar completamente al descubierto, sin que quede escondido ningún pecado ni injusticia. Debemos reconocer que tenemos pecado y que pecamos, que somos culpables tanto de pecado como de injusticia. Así que, no tenemos más alternativa que confesar y ser limpiados. Es de esta manera que permanecemos en Cristo.
Si usted permanece en Cristo, sentirá que una luz resplandece sobre usted y dentro de usted. Sea fiel a este resplandor. Este resplandor le señalará sus propios errores, no los de su esposa. Es posible que usted sienta que la ofensa que ha cometido es pequeña cuando se compara con la de su esposa, pero si se queja delante del Señor, diciéndole que Él debe mostrarle a ella su falta también, usted dejará de permanecer. Si durante la noche viene la luz, usted entonces le dirá al Señor que lo primero que hará en la mañana será arreglar las cosas con su esposa. Al tomar medidas de una manera tan tierna con respecto a cada asunto, usted podrá permanecer en el Señor. Asegúrese de dar solución a todos los problemas que la luz interior le muestre.
En el capítulo 2 de 1 Juan hablaremos solamente sobre el versículo 27: “La unción que vosotros recibisteis de Él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; pero como Su unción os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, así como ella os ha enseñado, permaneced en Él”. Aquí vemos que permanecemos en la vid conforme a la enseñanza de la unción en nuestro interior. Esta unción es algo que se mueve dentro de nosotros, es la operación del Espíritu todo-inclusivo como el ungüento compuesto (véase Éx. 30:23-25).
Vemos un contraste entre estos dos capítulos de 1 Juan. El capítulo 1 trata sobre pecados, fracasos e injusticias, los cuales son cosas negativas. Pero el capítulo 2 es positivo, pues nos habla de la unción que nos guía en cuanto a lo que hemos de decir y hacer, y con respecto a dónde debemos ir.
Muchas veces el sentir de la unción es “no” con respecto a nuestros planes, pensamientos o palabras. ¿Cuántas veces obedecemos a este “no”? Muy pocas veces. Esto significa que no permanecemos, puesto que no hacemos caso a la enseñanza de la unción interior.
Si usted no tiene un conocimiento completo de la Palabra, no podrá entender mucho de lo que la unción enseña. En el recobro del Señor, cada santo debe ser edificado con el pleno conocimiento de la Biblia. Gradualmente su capacidad para entender e interpretar las cosas espirituales se desarrollará; esto le proveerá a la unción los medios para hablarle.
Me entristece mucho que en el recobro del Señor en estos días haya tantas señales de disensión, división, descuido y ligereza. Una falsa libertad se ha introducido secretamente. Todas estas cosas ofenden al Señor. Les ruego que regresen al camino de la vida. Pasen tiempo cada día en la Palabra. Si corrieran una carrera, serían descalificados si no se mantienen dentro de las líneas que demarcan la pista. Debemos ser así de estrictos. Todos nosotros en el recobro del Señor debemos mantener una elevada norma no sea que le demos al recobro mala fama. Sean estrictos consigo mismos con respecto a sumergirse en la Palabra. Sólo así ustedes llegarán a entender qué es lo que la unción les enseña y sólo así podrán permanecer en Él.
Ahora llegamos a la tercera manera de permanecer en la vid. “Pues si nuestro corazón nos reprende, se debe a que Dios es mayor que nuestro corazón y sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos ante Dios” (1 Jn. 3:20-21).
¿Cómo podemos tener confianza ante Dios? Sólo al estar nuestro corazón libre de condenación. Un corazón así ha sido purificado de una mala conciencia con la aspersión de la sangre (He. 10:22) y está libre de ofensa delante de Dios y de los hombres (Hch. 24:16). Debemos tomar medidas con respecto a todo lo que nuestra conciencia condena.
En estos tres capítulos de 1 Juan podemos ver que a fin de permanecer en Cristo debemos andar en la luz para que la sangre pueda limpiarnos, obedecer la enseñanza de la unción interior y mantener nuestro corazón limpio de cualquier condenación. Si nos ocupamos de estas tres cosas, permaneceremos en Él.