
Antes de considerar un cuadro del Espíritu en el Antiguo Testamento y su relación con nuestra experiencia de permanecer en Cristo, contestaremos algunas preguntas basadas en los dos mensajes anteriores.
No entiendo la diferencia entre cultivar a Cristo y producirlo.
Hicimos hincapié en que el Padre quiere que nosotros vivamos a Cristo, cultivemos a Cristo y produzcamos a Cristo. Vivir a Cristo es el comienzo y es una experiencia más bien general. Al vivirle, lo cultivamos; éste es el segundo paso. Producir a Cristo es el resultado de cultivarlo y consiste en llevar fruto. Producir a Cristo es llevar fruto.
De niño yo vivía cerca de una viña. En el otoño la vid estaba cargada de uvas. Cuando llegaba el invierno, las ramas eran cortadas casi por completo. En la primavera esas pocas ramas empezaban a “vivir” la vid y luego a cultivarla o hacerla crecer. Día a día yo las veía crecer y extenderse. Finalmente, volvía el otoño y las ramas daban fruto, es decir, producían la vid. Había mucho fruto. Este proceso es un buen ejemplo de la diferencia entre cultivar a Cristo y producir a Cristo.
¿Cómo sabemos cuándo nuestro corazón nos reprende y cuándo es Satanás quien nos condena?
Debemos aprender a distinguir entre la condenación de Dios y la acusación del enemigo. Dios condena, mientras que el enemigo acusa. Si hemos hecho algo malo o pecaminoso, tanto la condenación como la acusación estarán presentes. En esos casos no es necesario tratar de discernir entre ambos. Simplemente debemos confesar y resolver el asunto. “Señor, he obrado mal en esto. Cuánto te agradezco por alumbrarme al respecto. Perdóname. Lo lamento, y me arrepiento y confieso, y te pido que me perdones”. Entonces ejercite inmediatamente su fe para recibir la Palabra, que dice que si confesamos, la sangre de Jesucristo nos limpia (1 Jn. 1:7, 9). Después de esto, torne su confesión en alabanza y acciones de gracias. “Gracias, Señor. Te alabo por la limpieza de la sangre”. Si algo todavía viene a molestarlo después de haber confesado y dado gracias, eso es la acusación de Satanás. Diferenciar entre esto y la condenación de Dios ahora es muy fácil. Dígale al enemigo: “Apártate de mí, Satanás. Me niego a escucharte. La sangre me ha limpiado”.
Aún no he recibido la visión de la vid y los pámpanos. ¿Debo orar por esta visión, o esto es algo que vendrá con el tiempo?
Cuando usamos el término visión, no nos referimos a la acción de ver algo de manera extraña, que es lo que los pentecostales llaman visión. No espere que mientras usted estudie u ore acerca de Juan 15, verá delante de usted una vid con pámpanos, en una de las cuales está escrito su nombre. ¡No! Si una visión apareciera así delante de usted, rechácela por demoníaca.
La primera vez que fui a una reunión pentecostal estaba con el hermano Nee, quien había sido invitado a compartir la palabra. Yo había estado en el cristianismo por muchos años, pero nunca antes había visto a gente conducirse de una manera tan espantosa. Uno se cayó al suelo, otro se reía histéricamente, otro que estaba en un rincón aseguraba haber visto una visión, y otras mujeres de edad saltaban sin parar. Era desenfrenado. Ellos decían haber visto una visión.
Unos años más tarde, yo estuve sirviendo al Señor en Tientsín, el puerto más grande de China, a unas dos horas y media de Pekín, la capital. Entre nosotros había una hermana mayor que era esposa de un médico. Ella empezó a participar en el movimiento pentecostal. Cada vez que oraba, se tiraba y rodaba por el piso. Después de cierto tiempo, ella vio la visión de un anciano con una barba blanca. Luego de esto, cada vez que oraba, ella veía esta visión. El anciano se acercaba a ella, la miraba y luego desaparecía. Nosotros le advertimos que tuviera cuidado, pero los pentecostales son tan subjetivos que confían a ciegas en sus experiencias. Así que, ella no quiso hacernos caso. Al comienzo ella se sentía feliz a causa de la visión, pero después de cierto tiempo esta visión empezó a turbarla. Luego ella se enfermó y estuvo postrada en cama por un buen tiempo. Durante su enfermedad, el anciano continuaba apareciendo con frecuencia. Ella trastornada nos contaba lo que le sucedía. Nosotros entonces le dijimos que ese anciano era un demonio, a quien ella debía rechazar. A ella le resultaba muy difícil creernos y rechazar el demonio, pero nosotros oramos por ella. El Señor finalmente obtuvo la victoria, y el demonio se apartó de ella.
Ése es el tipo de visión pentecostal, pero ¡no es el significado de la palabra visión en nuestro diccionario! En vez de ello, se refiere a ver algo sin ninguna visión pentecostal. Por ejemplo, mientras usted lee Juan 15, recibe una impresión tan profunda que no puede volver a ser el mismo. Anteriormente, usted estaba muy ocupado haciendo planes y llevando a cabo diferentes actividades; ahora, cada vez que intenta hacer lo que antes hacía con tanta facilidad, tiene este sentir: “No, eso no es la vida; eso no es más que actividad”. Usted trata de seguir adelante con sus planes, pero el sentir regresa y le dice: “Eso no es el pámpano que vive la vid, cultiva la vid y produce la vid. Eso no es la vida”. Si en usted hay esa reacción, puede estar seguro de que ha recibido la visión. Anteriormente usted disfrutaba su obra e incluso se jactaba de ella; pero ahora ese sentir de placer ha desaparecido, y ahora hay algo que lo incomoda y lo hace reducir sus actividades, o abandonar por completo lo que había estado haciendo. Toda visión espiritual tiene este efecto.
Con respecto a la confesión, ¿qué puede decirnos respecto a las cosas que hacemos repetidas veces?
Cuando usted limpia su cuarto apresuradamente, no queda muy limpio. Más tarde, cuando usted regresa y lo mira, se da cuenta de que necesita una limpieza más profunda. Lo mismo se aplica a nuestra confesión. Si acudimos al Señor de una manera más bien superficial y apresurada, nuestra confesión no será muy detallada. La próxima vez que vayamos a Él, sin ninguna prisa, descubriremos que las mismas cosas aún requieren nuestra atención. No piense que esto es una repetición de lo que ya ha confesado; más bien, significa que usted debe terminar la confesión que dejó incompleta.
¿Cómo podemos evitar confesar conforme al conocimiento y estar seguros de que confesamos conforme a la vida?
A veces podemos confesar conforme al conocimiento; sin embargo, debido a que hacemos esto delante del Señor, Él nos concede Su misericordia. Cuando usted tenga un leve sentir de que ha tocado la misericordia del Señor aun al confesar conforme al conocimiento, empiece a confesar conforme a la vida. La prueba de la confesión genuina es que ella resulta en vida. La frase en Hechos 11:18 arrepentimiento para vida puede traducirse también “arrepentimiento que resulta en vida”. Usted tal vez piense que su confesión ha sido conforme a la vida; pero si no hay ningún cambio en su vida, entonces no ha sido genuina. Por otra parte, usted puede acudir al Señor una noche y decir: “Oh Señor, perdóname. He ofendido a los hermanos”, y después se acueste sintiendo que confesó conforme al conocimiento sin ninguna inspiración. Pero a la mañana siguiente, cuando usted esté a punto de hablar con su esposa y expresarle algo negativo de los hermanos, usted siente un temor que lo detiene. Este cambio en vida demuestra que la confesión de la noche anterior fue genuina. Este “arrepentimiento para vida” produce frutos dignos de arrepentimiento (Mt. 3:8). Cada vez que usted se arrepienta, debe haber fruto. El sentimiento que usted tenga con respecto a la confesión que ha hecho no es digno de confianza. Por lo tanto, no se guíe por sus sentimientos; guíese más bien por los hechos, por el fruto producido.
No entiendo muy bien acerca del asunto de la sangre en nuestra confesión.
No es necesario que digamos: “Señor, aplico Tu sangre a mi situación”. En 1 Juan se nos dice que si confesamos nuestros pecados, Dios nos perdona. También dice que si andamos en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús nos limpia. En estos versículos está implícita la confesión. Si yo ofendo a un hermano, cuando esté teniendo comunión, la luz me lo mostrará. Entonces le pediré al Señor que me perdone por haber ofendido al hermano fulano. Además, espontáneamente buscaré a ese hermano y le pediré que me perdone. Es en ese momento que la sangre me limpia. Si yo me arrepiento y confieso, la sangre es eficaz para conmigo, sin necesidad de que la aplique.
Cuando uno realmente quiere arrepentirse, pero siente que simplemente está en el área del conocimiento, ¿cómo pasa uno del conocimiento a la vida?
Simplemente confiese de manera sincera. Ore, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí para que pueda confesar ante Ti con un corazón sincero”. La vida es simplemente el Señor mismo. Hoy en día, Él, como Espíritu, está dentro de nosotros esperando que nos acerquemos. Cuando volvemos nuestro corazón a Él, le tocamos. En Él espontáneamente confesamos conforme a la vida. Lamentablemente, a veces nuestra confesión es simplemente una mera actuación con el fin de engañar a otros. ¡Cuánto necesitamos la misericordia del Señor!
¿Podía usted compartir un poco más acerca de sumergirnos en la Palabra de forma regular?
Es muy provechoso que cultivemos buenos hábitos y no aprendamos los malos hábitos. Hacer algo que no es saludable puede conducirnos a cosas peores. Esto es como caminar alrededor de un pozo; tal vez usted se sienta muy seguro de no caer, pero un niño travieso podría pasar y darle un empujón. La cerveza, por ejemplo, está a un paso del vino. Manténganse lejos del primero para no sentirse atraído al segundo.
No solamente su propio bienestar está en juego. Debemos “abstene[rnos] de toda especie de mal” (1 Ts. 5:22). Una vez cierto gerente de un teatro que recién había sido construido invitó a C. H. Spurgeon a que fuera a predicar el evangelio durante la inauguración. Pero después de haber aceptado ir, Spurgeon no sintió paz al respecto. Después surgió una circunstancia que le hizo imposible guardar su compromiso. Cuando el gerente vino a averiguar por qué Spurgeon no había cumplido su promesa, éste se disculpó. Entonces el gerente le dijo a Spurgeon que si él hubiera ido a predicar el evangelio en el teatro, su negocio habría florecido. Fue entonces que Spurgeon comprendió por qué Dios había intervenido y le había impedido ir. Entrar en un teatro, por buenos motivos que uno tenga, es una especie de mal.
Después de hablar tanto acerca de Cristo en la primera parte de Filipenses, Pablo nos da esta amonestación en 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, a esto estad atentos”. Pensar en estas cosas, la mayoría de las cuales no son Cristo, es aún un buen hábito. Ésta es la clase de hábito que debemos cultivar. Orar, estudiar la Biblia y contactar al Señor son también buenos hábitos que debemos cultivar de forma legalista. No esperen a que el Espíritu los motive a contactar al Señor. Tal vez pase mucho tiempo antes que reciban alguna inspiración; cultiven el hábito de contactarlo indistintamente de cómo se sientan.
Cultivar estos buenos hábitos lo guardarán de pecar. ¿Cree usted que si pasa tiempo en la Biblia todos los días querrá ir al cine? Por otra parte, si descuida la Biblia día tras día, podría sentirse con libertad de ir. ¿Llamaría usted a eso liberación? Son sus concupiscencias las que son liberadas. ¿Acaso siente libertad para orar al Señor y darle gracias por Su misericordia cuando entra en una sala de cine? Compare el sentir que tiene cuando entra a un teatro con su sentir cuando entra en el salón de reuniones. Hay una atmósfera en el salón de reuniones que lo motiva a orar y a alabar aun mientras sube las escaleras.
Sea fiel para cultivar estos buenos hábitos de contactar al Señor por medio de la Palabra y la oración. Si no siente Su misericordia y gracia para con usted hoy, quizás lo experimente mañana. Nuestra conciencia de ello fluctúa, pero en realidad Su misericordia y gracia no cambian. Su bendición está sobre nosotros cada vez que acudimos a la Palabra, ya sea que lo sintamos o no.
¿Cuándo es suficiente la confesión, y cuándo también se requiere hacer restitución?
Si solamente Dios sabe que usted obró mal, no es necesario que se lo diga a otros; simplemente confiese a Él. Pero si otros lo saben, aun cuando la ofensa no hubiera sido directamente contra ellos, lo mejor es que confiese su falta a ellos también, para quitar la mala impresión que se llevaron de usted y también para ser un testimonio para ellos.
Uno de los cuadros del Antiguo Testamento que puede ayudarnos a entender lo misterioso y abstracto que es el Espíritu es el ungüento de la unción descrito en Éxodo 30:23-25. Es a este pasaje que se refiere 1 Juan 2:27, el versículo del Nuevo Testamento que habla sobre la unción. Por lo tanto, si queremos entender la unción, debemos entender lo relacionado con este ungüento. Noten que es un compuesto, es decir, está hecho de diferentes elementos que se combinan químicamente para formar una unidad. Esto significa que el Espíritu de Dios está compuesto de varios elementos.
Aquí encontramos la lista de especias que eran añadidas al hin de aceite, que representa al Espíritu. También se nos dan las cantidades y el significado de cada una de ellas.
El hin de aceite se mezclaba con estas cuatro especias hasta formar un ungüento compuesto. En la Biblia es bastante claro que el aceite representa al Espíritu Santo (Sal. 45:7; Is. 61:1). ¿De qué elementos está compuesto el Espíritu Santo? Estas especias nos muestran que el Espíritu Santo está compuesto de la muerte y la resurrección de Cristo.
Si prestan atención a las cantidades de las especias, notarán que si juntamos la segunda y tercera especias, tendremos tres unidades de quinientos siclos cada una. Estas tres unidades se hallaban en un hin de aceite. Todo esto en conjunto nos muestra un cuadro del Dios Triuno. ¿Por qué la segunda unidad de quinientos siclos estaba dividida en dos? Esto nos recuerda que el segundo del Dios Triuno fue partido en la cruz.
¿Cuándo se mezcló el Espíritu de Dios con estas especias de la muerte y la resurrección? En Juan 7:39 se nos dice que “Aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Sin duda alguna, el Espíritu de Dios estaba ya antes de este tiempo, mas no el Espíritu compuesto. Fue después de la muerte y la resurrección de Cristo que el Espíritu llegó a ser un compuesto.
Permanecemos en Cristo conforme a la enseñanza de la unción. Esta unción es el mover y obrar del Espíritu compuesto. Su enseñanza refleja lo que Él mismo es y también está compuesta de la muerte y la resurrección de Cristo.
Cuando 1 Juan 2:27 dice que la unción “os enseña todas las cosas”, da a entender que la unción está relacionada con la Biblia. Sin un fundamento firme en la Palabra de Dios, usted no podrá interpretar lo que la unción le está hablando. La Palabra, que está fuera de nosotros, siempre es uno con el Espíritu, que está en nosotros. Y el Espíritu en nuestro interior siempre hace eco de la Palabra, que está fuera de nosotros. Cuando la Palabra entra en nosotros, ella se convierte en el Espíritu. Y cuando el Espíritu sale por medio de nuestro hablar, llega a ser la Palabra. ¿Cómo podemos lograr que la Palabra que está fuera de nosotros entre en nosotros? Por medio de la oración. Los escritos de hombres piadosos a través de los siglos dan fe del valor que tiene acompañar la lectura de la Palabra con oración. Debemos mantenernos en la Palabra hasta que ésta se convierta en el Espíritu por medio de nuestra respiración espiritual, es decir, mediante la lectura que hacemos con oración.
Todo lo que el Padre es y hace está corporificado en el Hijo, quien a su vez está corporificado en la Palabra. Cada vez que usted tiene contacto con la Biblia de una manera sincera, con el ejercicio del espíritu, usted toca a Cristo, así como también la vida, la luz y el Espíritu, porque estas realidades abstractas y misteriosas se hallan corporificadas en la Palabra, la cual es sólida y sustanciosa. ¿Pueden ustedes ver ahora la importancia de tener el hábito de sumergirse en la Palabra de forma regular? Aunque ustedes no estén conscientes de que están tocando a Cristo y todo lo que Él es, eso es lo que sucederá. La lectura habitual de la Palabra con oración obrará un tremendo cambio en su vida. Usted jamás se lamentará de haber sido legalista en cuanto a la lectura de la Palabra, pero sin duda alguna se lamentará de conducirse descuidadamente en su vida diaria.
Al Espíritu, como ya hemos dicho, se le añadió la muerte y la resurrección de Cristo. Lo que afirmamos con respecto al Espíritu también podemos afirmarlo con respecto al Nuevo Testamento. La muerte y la resurrección de Cristo están mezcladas con la Palabra como un compuesto. Permanecer en el Señor es según la enseñanza de la unción, la cual se basa en el conocimiento que usted tiene de la Palabra. Puesto que la Palabra principalmente está compuesta de la muerte y la resurrección, ésta es la enseñanza de la unción. Usted necesita tener conocimiento respecto a la muerte y la resurrección de Cristo. Entonces descubrirá que cuanto más permanece en Cristo, más experimentará Su muerte y participará de Su resurrección. Esta clase de permanecer es la verdadera liberación del espíritu, pues se basa en la aniquilación de todo lo natural. El espíritu que liberamos no debe estar mezclado con nuestra capacidad natural, nuestra carne, nuestro yo ni nada de la vieja creación. Nuestro espíritu necesita tener la marca de la muerte de todas estas cosas naturales.
Por lo tanto, la experiencia de permanecer en Cristo es según la operación de Su muerte y resurrección en usted. Todo su ser natural, toda la vieja creación, debe ser puesto en la cruz. Cuando usted experimente esta muerte, su experiencia de permanecer en Cristo será genuina y profunda. En el aspecto positivo, usted también experimentará la resurrección, y cuando libere su espíritu, no habrá ninguna impureza.
A fin de experimentar más de esta muerte que pone fin a todo lo que proviene de su yo, de su carne y del viejo hombre, usted debe leer la Palabra, orar e inhalar al Espíritu compuesto. Si aún permanezca algo de lo viejo, ello vendrá a ser una separación entre Cristo y usted y hará que su experiencia de permanecer sea superficial. Permanecer en Cristo de una manera completa depende de que experimentemos una muerte completa, la cual se efectúa por medio de la Palabra y es ejecutada por el Espíritu. Junto con esta muerte viene la resurrección. De este modo, todo lo que proceda de usted procederá de un espíritu puro y cristalino.
Ésta es la manera de vivir a Cristo, cultivarlo y producirlo. Esto nos hará luces resplandecientes individualmente (Fil. 2:15) y un candelero resplandeciente colectivamente (Ap. 1:20). El Señor entonces será expresado y la economía de Dios se cumplirá.