
Si usted únicamente tiene un conocimiento superficial del Nuevo Testamento, probablemente piense que sus páginas simplemente contienen historias y enseñanzas. Sin embargo, muy debajo de la superficie se encuentran alusiones a la muerte y la resurrección de Cristo. Hablaremos más sobre esto después de responder a algunas preguntas.
Creo que he tenido la experiencia de morir que usted mencionó en el mensaje anterior, pero no tengo muy claro la experiencia de la resurrección.
Según la Biblia, la muerte es el umbral de la resurrección (2 Co. 4:11-12). Si usted tiene la experiencia de la muerte, no necesita entender la resurrección, pues es el complemento de la muerte. Ambas experiencias van juntas, tanto en la Biblia como en el Espíritu y, por ende, van juntas también en nuestra experiencia.
Cuando acudimos a la Palabra, ¿cómo sabemos qué pasaje leer?
Permítanme sugerirles una manera que aprendí de Watchman Nee. Yo tengo dos copias de la Biblia. Una debe ser sencilla, es decir, solamente con el texto de la Biblia, sin notas explicativas. Esta copia es para su lectura matutina, que no debe abarcar una porción muy larga, quizás cuando mucho medio capítulo. Para esta clase de lectura considere en oración cuál libro va a leer, como por ejemplo, uno de los Evangelios o de las Epístolas. (No escoja el libro de Ezequiel para tomarlo como su alimento. ¡Espere hasta que haya madurado y pueda asimilar esta clase de alimento!). Luego continúe leyendo este libro de forma consecutiva, versículo por versículo, orando sobre cada frase para que pueda digerirla completamente. Esta clase de lectura es para su nutrición espiritual.
La otra copia de la Biblia, úsela para adquirir conocimiento. Tome notas en sus páginas acerca de la luz que usted recibe o de los comentarios de mensajes o de los libros de referencia. Para esta lectura, avance a lo largo de toda la Biblia de forma consecutiva, leyéndola una vez al año y tomando cuatro capítulos al día. El conocimiento que usted adquiera será un sólido fundamento de vida y enriquecerá el alimento que usted recibe en su lectura matutina.
Estas dos maneras de sumergirnos en la Palabra, una para alimentarnos y la otra para adquirir conocimiento, ciertamente se las recomiendo a todos ustedes.
¿Qué diferencia hay entre ser legalistas con nosotros mismos para sumergirnos en la Palabra, leyéndola ya sea que sintamos deseos o no, y tener un buen comportamiento cristiano?
La rutina de comer la Palabra diariamente ciertamente influirá en su comportamiento. Debido a que la Biblia es la palabra de nuestro Dios, cuando acudamos a ella tendremos el sentir, aun antes de leerla, de que estamos acudiendo a Dios mismo. Usted experimentará una mejoría simplemente por tener este sentir. Supongamos que usted empleara su tiempo que es para la Palabra leyendo una revista o un periódico secular. ¿No cree usted que dedicar ese tiempo para leer lo que el mundo piensa ejercerá una influencia negativa y mundana en su comportamiento?
Por más de cincuenta años he sido guardado por el Señor en Su Palabra, y jamás me he comportado descuidadamente. Me dolería mucho ver a alguno de ustedes comportarse descuidadamente por no leer la Palabra con diligencia. El tiempo que ustedes desperdician no puede ser recuperado, y el veneno que reciben tiene un efecto duradero. Algunos de ustedes que en el pasado fueron “hippies” pueden testificar del daño que las drogas causaron en su mente, pese a que se arrepintieron. Escojan el camino legalista, y no el camino del libertinaje.
Cuando usted habla de ser estrictos y legalistas, ¿quiere decir que debemos vivir como monjes?
No sólo los monjes son legalistas. Piense en cuán estrictas son las fuerzas armadas. Aunque los Estados Unidos es un país tan democrático, una vez que usted se alista en el servicio militar, le regulan hasta el largo del cabello. Usted tiene que levantarse a una hora exacta y tender su cama, y tiene que mantener todas sus cosas en orden. Este tratamiento estricto ha mejorado el carácter de muchos jóvenes que anteriormente eran muy descuidados.
Yo no quiero que ustedes sean como monjes o monjas; simplemente sean una persona apropiada. No se acuesten demasiado tarde. Levántense y vístanse temprano. Tiendan su cama, y después oren y lean la Palabra. Mantengan todos sus libros en orden y guarden su ropa en el lugar apropiado. No dejen su ropa sucia tirada en cualquier parte. Pongan sus zapatos donde deben ir. Cada cuarto de su casa debe estar ordenado. Incluso su jardín, aun la parte cerca de la calle, debe tener un buen aspecto.
Como cristianos nuestro testimonio debe ser que somos personas del más alto calibre. Somos testigos del Señor Jesús. ¿Creen ustedes que podemos ser personas descuidadas y a la vez espirituales? En la creación de Dios todo se encuentra en buen orden. No queremos vivir en la misma condición caída de la gente del mundo. Basándome en mi observación de más de cincuenta años, puedo afirmarles que todos los que han sido usados por el Señor han sido personas estrictas consigo mismas.
¿Debemos tener un tiempo específico para acudir al Señor con el fin de confesar?
No acudimos al Señor con un propósito específico; acudimos a Él porque lo amamos y queremos estar con Él. A veces nuestros nietos que viven cerca pasan a visitarnos. Cuando se portan bien, hemos descubierto que es porque quieren algo. Tan pronto como reciben la galleta o la goma de mascar por la que han venido, se van. Esta clase de comportamiento es semejante a acudir al Señor con un propósito particular.
Él quiere que nosotros nos acerquemos porque lo amamos. Nos pondría muy contentos si nuestros nietos vinieran a visitarnos simplemente porque nos aman, no por alguna otra razón. Lo mismo sucede con el Señor. Él quiere que nosotros lo contactemos temprano en la mañana. Debido a que lo necesitamos y porque lo amamos, nos acercamos a Él. Luego, en Su presencia, y debido a que Él es luz, vemos nuestras faltas, espontáneamente las confesamos y somos limpiados por la sangre. En cambio, si acudimos al Señor con el propósito de confesar, esto puede resultar en varios minutos de frustración.
Algunos de nosotros hemos visto la necesidad de hacer ejercicio físico y hemos empezado a salir a correr, o a jugar tenis, voleibol o softball. Como usted dijo, la tendencia de esta era es hacia los deportes. ¿Puede usted ayudarnos a tener la actitud apropiada en cuanto a cuidar de nuestro cuerpo y al mismo tiempo ser guardados del mundo de los deportes?
En esta generación torcida y perversa, los deportes y el entretenimiento conducen a muchas personas al pecado, y estas cosas son, de hecho, la manera en que satisfacen sus concupiscencias. Debemos seguir el principio de abstenernos de toda especie de mal (1 Ts. 5:22).
Su pregunta muestra que usted ama al Señor y le busca. Como cristianos no estamos bajo la ley, sino bajo el Señor mismo. Por lo tanto, cuando usted vaya a participar en algún deporte, lo primero que debe hacer es preguntarle a Él. “¿Señor, vas a ir conmigo?”. Tal vez el Señor le diga: “No me gusta eso. No iré allí contigo”.
Si es así, ¿cómo va usted a recibir el ejercicio que necesita su cuerpo? Tal vez usted piense que si los jóvenes no pueden participar en juegos deportivos, entonces no harán ningún ejercicio. Ello depende de su amor por el Señor. Cuando era joven, jugaba en el equipo de mi escuela. Un día, después que fui salvo, me tiraron la pelota, pero no pude patearla. Nadie me lo impidió externamente, pero sencillamente no pude usar mi pie para patear la pelota. Ése fue el fin de mi participación en aquel deporte. Sin embargo, a través de los años yo he hecho, sin duda alguna, bastante ejercicio. Incluso actualmente dedico alrededor de una hora al ejercicio, a caminar, a barrer el jardín, a regar las plantas y a limpiar. Si no hago ejercicio no puedo dormir bien; tengo que cansarme y deshacerme de todas mis preocupaciones por medio del ejercicio.
Si usted ama al Señor, Él lo guiará respecto a la clase de ejercicio que debe hacer.
Quisiera darles algunos ejemplos de la muerte y la resurrección que se hallan en la Palabra. Como dijimos en el mensaje anterior, las especias del ungüento compuesto (Éx. 30:23-25) son los elementos constitutivos de la Palabra y también del Espíritu. ¿Cuál es la diferencia entre las enseñanzas de la Biblia y las enseñanzas éticas de Confucio? Ambas contienen palabras que nos corrigen y amonestan, pero en la Biblia tales correcciones y amonestaciones contienen un elemento que aniquila. Tanto este factor que aniquila como el elemento de la resurrección son los principales elementos constitutivos de la Biblia.
Veamos con un ejemplo cómo opera este factor aniquilador. Supongamos que usted llega del trabajo cansado, y en cuanto entra a la casa, surge algo que hace que usted se enoje con su esposa. Pero usted no dice nada porque había decidido tomar una siesta antes de hacer cualquier cosa. Después de tomar una siesta corta, usted lee la Palabra por unos treinta minutos. Una vez que termine, su enojo habrá desaparecido. Aunque usted intente seguir enojado, ¡no podrá estar enojado! ¿Qué ha sucedido? Lo que usted ha leído en la Palabra ha aniquilado su enojo. Es posible que usted mismo se encuentre pidiéndole disculpas a su esposa por no saludarla cuando entró a casa. La obra aniquiladora ha traído la resurrección; es por eso que usted ahora se siente contento. La Palabra santa incluye la presencia del Señor. Ella lo aniquila a usted y al mismo tiempo le suministra al Señor mismo. El sentimiento de gozo, del Señor, del Espíritu, de fortalecimiento y de nutrimento que usted experimenta después, es la resurrección. Este ejemplo nos muestra cómo los dos elementos constitutivos operan en nosotros cuando somos fieles en sumergirnos en la Palabra.
¿Cómo trató Pablo los problemas que había en la iglesia en Corinto? “La palabra de la cruz es necedad para los que perecen; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es poder de Dios” (1 Co. 1:18). La palabra de la cruz es la palabra que aniquila. Ésta era la palabra que los corintios necesitaban para combatir su actitud divisiva, su confianza en el conocimiento y su ejercicio desenfrenado de los dones. Todo el libro de 1 Corintios es la palabra de la cruz. Pablo aplicó la cruz para matar lo que era natural.
¿Cómo creen ustedes que la mentalidad griega en Corinto recibiría estas palabras: “El hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14)? Los griegos eran famosos en el mundo de aquella época por su filosofía. Sin embargo, Pablo aquí les dijo que el hombre que vive regido por el alma rechaza las cosas de Dios, considerándolas necedad. ¿No estaba él menospreciando con esto la mente filosófica griega? Más que menospreciarla, Pablo estaba decapitando a los corintios por confiar en la inteligencia de su mente.
Si oramos con base en esta palabra, la palabra tendrá el mismo efecto aniquilador en nosotros. Quizás digamos: “El hombre anímico; ¿no soy yo un hombre anímico? Ciertamente confío en la sagacidad de mi mente. Aquí dice que este hombre no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios. ¿Será ésta la razón por la cual he recibido tan poco entendimiento espiritual en todos estos años? Para el hombre anímico las cosas del Espíritu son necedad, pues no las puede entender. Oh, el hombre anímico tiene que ser quebrantado”. Éste es el efecto aniquilador de la palabra de la cruz.
¿Y cómo recibiría usted estas otras palabras de Pablo: “Y yo, hermanos, no pude hablaros como a hombres espirituales, sino como a carne, como a niños en Cristo” (1 Co. 3:1)? ¿No se ofenderían ustedes si alguien les dijera que no son espirituales, que son hombres de carne y que no son más que niños en Cristo? Si ustedes protestan por tales designaciones, con ello demuestran que eso es exactamente lo que son. La palabra aquí nuevamente es una palabra que aniquila. De hecho, en cada capítulo de 1 Corintios hay un elemento que mata algún aspecto de su ser.
En Filipenses encontramos otra clase de palabra: “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; enarbolando la palabra de vida” (2:15-16). Aquí, en este libro que trata sobre la experiencia que tenemos de Cristo, encontramos la palabra de vida. En 1 Corintios tenemos la palabra de la cruz, mientras que en Filipenses tenemos la palabra de la resurrección.
La Biblia se compone de estas dos clases de palabras: la palabra de la cruz, la cual aniquila, y la palabra de vida, la cual trae la resurrección.
En 2 Corintios 4:10-12 se nos dice: “Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida”. ¿Sabía usted que la muerte actúa? Esta muerte está tipificada por la mirra y es una de las especias del Espíritu compuesto (Éx. 30:23).
Aunque no entendamos cómo la muerte y la vida operan, recibimos este beneficio al acudir diariamente a la Palabra. La Biblia, como la palabra de la cruz, es un “antibiótico” que aniquila todas las cosas negativas en nosotros; y, simultáneamente, como la palabra de vida, ella nos suministra “vitaminas” para que nos mantengamos espiritualmente saludables.
Noten la conexión que hay entre estos dos versículos: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:13-14). Hacer morir los hábitos del cuerpo es algo que nos mata. Esta muerte se halla en la Palabra y es ejecutada por el Espíritu. Cuando el versículo 14 nos habla de ser guiados por el Espíritu, esto se refiere a que seamos guiados a hacer morir los hábitos del cuerpo.
Si somos guiados por el Espíritu con respecto a los deportes, podremos hacer morir ese hábito del cuerpo. Y si somos guiados por el Espíritu en cuanto a ir a ver una película, quizás decidamos no ir. Si somos guiados por el Espíritu cuando vamos de compras, lo que las tiendas tienen para ofrecer perderá su atractivo. Los hábitos del cuerpo son la manifestación de sus concupiscencias. A medida que estos hábitos son aniquilados al seguir nosotros la dirección del Espíritu, le mostramos a la gente del mundo que somos hijos de Dios y que no vivimos como los hijos del diablo.
Aquí tenemos dos versículos más que están relacionados: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gá. 5:24-25). En el versículo 24 tenemos la crucifixión de la carne; esto es la muerte, que aparentemente nosotros nos aplicamos a nosotros mismos. Pero en el versículo 25 resulta claro que esta muerte la lleva a cabo el Espíritu. Andamos en el Espíritu por medio de la cruz. Al experimentar la muerte de la carne, del yo y del hombre natural, permanecemos en Cristo y disfrutamos también de la resurrección.
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12). Cuando la Palabra de Dios penetra e incluso parte el alma y el espíritu, se nos aplica tanto la muerte como la resurrección. Esta obra de partir la realiza la Palabra de Dios, la cual mantiene el alma bajo la obra aniquiladora y el espíritu en resurrección.
Esta acción de partir que efectúa la Palabra es el medio por el cual nosotros permanecemos en Cristo de una manera rica y profunda. Que todo el recobro sea introducido en esta vida de permanecer en Él.