
Lectura bíblica: Ro. 6:5, 8; 7:4; 9:21, 23-24; 11:17, 24; 12:5
La relación entre Dios y el hombre es un misterio. El concepto común que se tiene es que Dios es el Creador y el hombre es la criatura, que Dios es el Señor del cielo y de la tierra, y que Él creó todas las cosas. Por lo tanto, el hombre, como un ser inferior y finito, debe adorarlo, mostrarle reverencia y temerle. Puesto que Él es todopoderoso y los seres humanos son débiles y frágiles, el hombre debe confiar en Él y depender de Él. Cada vez que el hombre se halla en medio de pruebas y sufrimientos, él clama a los cielos para recibir su ayuda. Esta tendencia a recurrir a Dios es inherente en el hombre. Esta perspectiva de la relación que el hombre tiene con Dios puede ser bíblica, pero es superficial.
Lo que la Biblia revela como la suprema relación entre Dios y nosotros es mucho más profundo que la relación entre el Creador y la criatura. La naturaleza de esta relación va más allá que todo concepto humano. Es una relación en la que Dios y nosotros experimentamos una unión de vida. La vida divina y la vida humana se unen para llegar a ser una sola vida.
Tenemos un cuadro de esto en la naturaleza. Creo que todos ya nos hemos dado cuenta de que las cosas físicas del mundo son señales de realidades espirituales. El Señor Jesús usó muchas veces las cosas cotidianas como ejemplos de los asuntos espirituales.
En el reino vegetal una rama que no produce fruto puede ser cortada del árbol e injertada en un árbol más saludable y productivo. Este procedimiento, conocido como el injerto, es un buen ejemplo de la unión entre Dios y nosotros. El himno escrito por A. B. Simpson, “En la cruz estoy con Cristo”, nos habla de esto en la tercera estrofa:
El secreto de la siega, Muerto el grano vida da; Y el árbol injertado, Rica vida obtendrá.
Himnos, #200
El pensamiento expresado en esta estrofa proviene de Romanos 11: “Tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado [...] y viniste a ser copartícipe de la raíz de la grosura del olivo [...] Tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el olivo cultivado” (vs. 17, 24). Nosotros éramos esas ramas deficientes, inferiores y silvestres, que fueron injertadas en el olivo cultivado y superior, y ahora estamos disfrutando de los ricos nutrientes de la raíz.
La rama injertada no es idéntica al árbol al cual es unida. Si fuera idéntica, no habría necesidad de efectuar un injerto. Es la rama de un árbol que presenta problemas la que es injertada en un árbol de mejor calidad. Como resultado, el buen árbol conquista la rama deficiente.
Ésta es la verdadera naturaleza de la vida cristiana. El Señor Jesús, quien es la vid verdadera, es el árbol de mejor calidad. Un día usted, por fe y mediante la gracia, fue injertado en Él. No tenga en poco este injerto, pues significa que usted ya no tiene solamente una vida. Su vida ahora es el producto de dos vidas que se unieron por medio del injerto. A medida que disfruta de la raíz de la grosura de este olivo cultivado, su vida inferior es conquistada, y usted empieza a prosperar.
Ésta es la clase de relación que existe entre Dios y nosotros según se revela en la Biblia. Debe ser una relación más profunda que la relación entre el Creador y la criatura, de modo que llegue al punto de ser una unión de vida.
El injerto es un cuadro de la unión que existe entre Dios y nosotros. Otro ejemplo se nos da en Romanos 7, donde nosotros somos considerados la esposa, y el Señor Jesús, el esposo: “Así también a vosotros, hermanos míos, se os ha hecho morir a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a Aquel que fue levantado de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios” (v. 4). Como la esposa, nosotros anteriormente teníamos otro esposo, nuestro viejo hombre. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, nuestro viejo esposo fue crucificado juntamente con Él, lo cual nos convirtió en una viuda. Sin embargo, poco después nos volvimos a casar, ¡esta vez con el Señor Jesús!
Consideremos un poco más el asunto de la relación matrimonial como ejemplo de nuestra relación con Cristo. El primer matrimonio fue entre Adán y Eva. Adán, como ustedes recordarán, fue creado por Dios del polvo de la tierra. Luego Dios sopló en él el aliento de vida, y él llegó a ser un alma viviente (véase Gn. 2:7). Sin embargo, Eva llegó a existir de manera diferente. Dios hizo que cayera un sueño profundo sobre Adán, y luego extrajo una costilla de su costado y con ella edificó una mujer (vs. 21-22). Adán y esta mujer llegaron a ser uno. Su unión era una unión en vida. Eva procedió de Adán, y también su vida. De manera que los dos compartían una misma vida.
El Nuevo Testamento aplica este ejemplo a Cristo y la iglesia (Ef. 5:31-32). Nosotros hemos procedido de Cristo; Su vida llegó a ser nuestra vida, y nosotros y Él llegamos a ser uno. Esto una vez más es una unión de vida.
En Romanos 9 Pablo nos compara con vasos que Dios formó (vs. 21, 23). Estos vasos deben tener a Dios mismo como contenido, lo cual los hace vasos de honra, llenos de riquezas y gloria. Dios es nuestro contenido interior; y nosotros somos Su expresión externa. El contenido y el recipiente son uno; aquí una vez más vemos una unión.
Otro ejemplo se nos da en Romanos 12, donde se nos describe a nosotros como el Cuerpo de Cristo (v. 5). Nosotros estamos unidos a Él, al igual que el cuerpo y la cabeza forman una sola entidad.
Observen que esta vida injertada, que se nos muestra en estos diferentes cuadros, no es una vida intercambiada. La rama deficiente no desecha la vida inferior que posee a fin de recibir la vida más rica del árbol al cual es injertada. ¡No! La rama aún conserva sus características esenciales, pero su vida es elevada y transformada al ser injertada en la vida superior.
¿Cuáles son los resultados del injerto? Cuando la grosura del árbol de mejor calidad le brinda el suministro a la rama injertada, todas las cosas negativas son desechadas. Entonces la función original de esa rama es restaurada y fortalecida. El fruto sigue siendo lo que era antes del injerto, pero los factores problemáticos han sido superados. Nosotros somos las ramas problemáticas que Dios injertó en Cristo. La grosura de Su vida entra en nosotros para llevarse todos los elementos deficientes que tenemos. Él entonces eleva la función original que Dios dispuso para nosotros, fortaleciéndola y enriqueciéndola. Luego de una manera natural y espontánea todo nuestro ser es saturado y transformado, y un fruto maravilloso es producido.
He tenido el interés de compartir con los santos este asunto de la vida injertada, porque fue de mucha ayuda para mí. Por muchos años yo busqué a tientas cómo experimentar lo que la Biblia nos dice. Seguimos a otros al enseñar que debíamos intercambiar nuestra vida deficiente por la buena vida del Señor Jesús. Asimismo nos esforzamos por cumplir la práctica de considerarnos muertos a fin de ser liberados del pecado. Enseñábamos que puesto que somos propensos a pecar, tenemos que ver que ya estamos muertos y luego aceptar este hecho. El resultado de considerarnos muertos fue el desánimo; pues antes que pusiéramos esto en práctica, estábamos en un estado letárgico; pero una vez que empezamos a hacerlo, no sólo descubrimos que no estábamos muertos, sino que estábamos más vivos que antes.
Fue poco a poco que llegamos a ver que Romanos no habla de una vida intercambiada ni de un método para considerarnos muertos. Esta vida producida a partir de un injerto significa que no importa qué carencias tengamos, siempre y cuando seamos injertados en el precioso árbol del Señor Jesús, Su vida excelente entrará en nosotros.
¿Cuándo ocurrió este injerto? En el momento en que creímos y fuimos bautizados. Romanos 6:3 dice: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?”. Cuando fuimos bautizados, nosotros fuimos bautizados en el Señor Jesús en espíritu y fuimos identificados con Él. La vida que está en Él entró en nosotros.
Romanos 6:5 luego dice: “Porque si siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”.
Las palabras “hemos crecido juntamente con Él” en griego implican una unión orgánica. El significado de esto es muy rico. Podemos compararlo a un injerto de piel. El cirujano puede cortar un trozo de piel de la pierna de un paciente y luego adherirlo a su brazo. Después de unos cuántos días, la piel que fue tomada de la pierna crecerá junto con la piel del brazo; ambas se unirán orgánicamente, y ocurrirá un crecimiento de vida.
Esta misma clase de unión es a la que se alude en Romanos 6:5. Nosotros fuimos injertados en el Señor Jesús y ahora somos abastecidos por Su vida y Sus riquezas. Un crecimiento ocurre a medida que nosotros le disfrutamos. Esta unión no es como la que resulta al juntar dos trozos de madera; no importa cuán cerca estén, no crecerán juntos. Por lo tanto, una rama viva debe ser injertada en un árbol vivo para que no sólo se produzca una unión, sino también para que ambos crezcan juntos de manera orgánica, de modo que la rama disfrute de las riquezas de la vida del árbol de mejor calidad.
La versión de la Biblia en chino traduce “hemos crecido juntamente con Él” como “hemos sido identificados con Él”. Esto es bastante bueno, pero ciertamente necesitamos incluir el pensamiento de ser unidos y de crecer juntamente con Él. Tanto la unión como el crecimiento son esenciales para que se efectúe un injerto exitoso. Si los dos trozos de piel no crecen juntos después del injerto, en pocos días la piel injertada se secará. La unión debe producir el crecimiento; de este modo, las dos vidas llegarán a ser una sola.
Cuando una rama es injertada, tanto ella como el árbol en el cual se injerta deben ser cortados. Si simplemente los atamos, esto no los unirá orgánicamente. Ambos tienen que ser cortados para luego ser injertados en el punto donde han sido cortados. Cuando estas dos heridas “se besan”, se produce el injerto y entonces puede darse el crecimiento.
¿En qué momento fue cortado el Señor Jesús? Esto sucedió en la cruz. La herida del Señor Jesús está abierta, esperando recibir a los pecadores. Su costado fue traspasado, y la sangre fue derramada.
¿En qué momento el pecador es cortado? Él también fue cortado en la cruz, pero experimenta este corte cuando se arrepiente y recibe al Señor.
Nosotros tuvimos un colaborador procedente del noreste de China que, antes de su conversión, se oponía con gran arrogancia al cristianismo. Un día entró en un templo y observó allí una Biblia abierta puesta sobre una mesa en frente de los ídolos. Sintiendo curiosidad, empezó a leer el salmo 1. Las palabras que leyó le impresionaron tanto que decidió llevarse la Biblia a casa para leerla después, lo cual hizo. Cuanto más leía, más resplandecía la luz. Convencido de sus pecados, lloró dándose golpes de pecho, y después rodó por el piso en arrepentimiento.
¿No fue este arrepentimiento un corte? Él fue una rama cortada. Luego, cuando invocó al Señor pidiéndole que lo salvara, él fue injertado en Aquel que ya había sido cortado. En el punto donde la herida del pecador se encontró con la herida del Señor Jesús, los dos fueron injertados. El Señor empezó a vivir y a crecer en esta rama recién injertada para impartirle un suministro.
Cuando Pablo dice que “hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte”, está diciendo que en el lugar donde fuimos cortados, nosotros fuimos injertados en el Señor. Este injerto es el crecimiento. Nosotros no somos primero injertados y luego empezamos a crecer; más bien, hemos sido injertados en Él en la semejanza de Su muerte y, simultáneamente, hemos crecido juntamente con Él.
Observen los dos aspectos de injertar y de crecer juntos en Romanos 6:5: “Porque si siendo injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. El primer aspecto es en la semejanza de Su muerte y se refiere al hecho de haber sido injertados en Él. El segundo es en la semejanza de Su resurrección y se refiere a que Él entre en nosotros para crecer en nosotros. Este segundo aspecto es la resurrección.
El injerto inicialmente está relacionado con la muerte del Señor. Él es la vid verdadera. Cuando Él fue crucificado, fue completamente cortado. Ahora Su herida está esperando a que vengan los pecadores arrepentidos, y Él como Espíritu vivificante se mueve en nosotros, escudriñando nuestro ser interior, alumbrándonos para que nos arrepintamos. Nuestro dolor y lágrimas son el corte que nosotros experimentamos. No tenemos más alternativa que creer en el Señor y pedirle que nos salve: “Oh Señor, te doy gracias porque Tú moriste por mí. Gracias por derramar Tu sangre por mí. Te doy gracias, Señor, por salvarme a mí”. Es en ese momento que somos injertados en Él y crecemos juntamente con Él en la semejanza de Su muerte.
Una vez que somos injertados en Él de esa manera, Su vida de resurrección entra en nosotros y quita todos los elementos negativos que están en nuestro interior. Su vida llega a ser nuestra en resurrección. Él eleva las funciones que originalmente nos fueron dadas en la creación, y enriquece, fortalece e incluso satura todo nuestro ser. Esta vida nueva es una vida que es producto del injerto de dos vidas. En esta unión obtenemos la victoria, la vida, la luz, el poder y todos los demás atributos divinos. Todo esto llega a ser nuestro, y no mediante un intercambio de vidas, ni mediante la práctica de considerarnos muertos, sino al ser injertados en Él.
Este concepto en el que la vida divina y la vida humana se unen en un injerto es completamente ajeno a la mente humana. Es por eso que cuando leemos la Biblia, lo pasamos por alto. Confío en que haya quedado grabado en todos nosotros que, como personas que han sido salvas, la vida que vivimos es producto del injerto de dos vidas. Por la gracia del Señor nos arrepentimos, y por medio del arrepentimiento y del creer fuimos injertados en la vida divina. En este injerto crecemos juntamente con Él. Entonces, en resurrección, Su vida crece en nosotros. La vida divina está en nosotros, brindándonos su suministro. En esto consiste la vida cristiana.