
En 1948, una vez reanudado su ministerio, Watchman Nee conversó, en numerosas ocasiones, con los hermanos acerca de la urgente necesidad de suministrar a los creyentes una educación espiritual apropiada. Él deseaba que tuviéramos como meta proveer las enseñanzas más básicas a todos los hermanos y hermanas de la iglesia, a fin de que tengan un fundamento sólido en lo que respecta a las verdades bíblicas, y manifestar así el mismo testimonio en todas las iglesias. Los tres tomos de Mensajes para edificar a los creyentes nuevos contienen cincuenta y cuatro lecciones que el hermano Watchman Nee impartió durante su entrenamiento para obreros en Kuling. Estos mensajes son de un contenido muy rico y abarcan todos los temas pertinentes. Las verdades tratadas en ellos son fundamentales y muy importantes. Watchman Nee deseaba que todas las iglesias locales utilizaran estas lecciones para edificar a sus nuevos creyentes y que las terminaran en el curso de un año y, luego que las mismas lecciones se repitiesen año tras año.
Cuatro de las cincuenta y cuatro lecciones aparecen como apéndices al final del tercer tomo. Si bien estos cuatro mensajes fueron dados por Watchman Nee en el monte Kuling como parte de la serie de mensajes para los nuevos creyentes, ellos no se incluyeron en la publicación original. Ahora, hemos optado por incluir esos mensajes como apéndices al final de la presente colección. Además de estos cuatro mensajes, al comienzo del primer tomo presentamos un mensaje que dio Watchman Nee en una reunión de colaboradores en julio de 1950 acerca de las reuniones que edifican a los nuevos creyentes, en donde presentó la importancia que reviste esta clase de entrenamientos, los temas principales que se deberán tratar y algunas sugerencias de carácter práctico.
El bautismo implica sepultar todo lo que pertenece al pasado. Supongamos que una persona que tiene cincuenta años de edad es salva y está a punto de ser bautizada. Para tal persona, el bautismo no sólo debe significar que el Señor sepulta su antigua manera de vivir sino que, más específicamente, el Señor quita también todos y cada uno de los cincuenta años de su antigua existencia. Puesto que el pecado ha impregnado todo su ser, dicha persona está enferma en todo aspecto. Por lo tanto, todo tiene que ser sepultado en el agua, para que después resucite de la sepultura. Tal persona, inclusive, tiene que deshacerse de las ropas que vestía mientras estaba en la sepultura. El acto del bautismo debe revestir tal seriedad.
En el momento en que un hombre es salvo, sus conceptos con respecto a los valores que regían su vida deberán sufrir un cambio fundamental, ya que todos sus conceptos pasados en cuanto a los valores que regían su existencia eran erróneos. Así pues, perfeccionar a un nuevo creyente significará hacerle ver los errores y equivocaciones de su antiguo sistema de valores. Tal persona deberá ver algo nuevo, deberá tener una nueva concepción de los valores que rigen su vida. Todo lo que ella valoraba, ahora es considerado como basura. Todo lo que ella consideraba como ganancia, ahora es pérdida. Ya no le será posible desenvolverse con el mismo temperamento, ni utilizar el mismo vocabulario, y tanto sus vestidos como sus alimentos no podrán ser los mismos de antes. Ya no puede aferrarse a su antigua manera de entender su vida matrimonial y sexual; antes bien, deberá adquirir nuevos puntos de vista y nuevos conceptos acerca de la paternidad y la amistad. Ella deberá ser diferente incluso en cuanto a las distracciones o la carrera que elija para sí. Ahora todo es nuevo; por tanto, el nuevo creyente deberá tener un nuevo comienzo.
Si lección tras lección entrenamos al nuevo creyente, y él derriba aquello que debe ser derribado y edifica lo que debe ser edificado, él se conformará cada vez más a la norma que corresponde a un cristiano normal.
A fin de fortalecer las reuniones para edificar a los nuevos creyentes, primero tenemos que entrenar a los hermanos y hermanas para, después, poder encargarles el cuidado de los nuevos. Esperamos que ningún nuevo creyente evite entrar en este proceso. Aquellos que han sido debidamente entrenados para cuidar de los nuevos creyentes deberán prestar especial atención a lo siguiente:
(1) No confíen únicamente en los mensajes que hayan impartido. Animen a los demás a hacer preguntas. En 1 Corintios 14:35 se hace referencia a formular preguntas. Esto denota que las primeras iglesias daban a los santos plena libertad para hacer preguntas. Una reunión en la que no se permite hacer preguntas ciertamente resulta excesivamente formal. Quienes dirigen la reunión deben animar a la audiencia a hacer preguntas y a no quedarse callados si hay algo que no entendieron.
(2) Al contestar las preguntas, no trate de quedar bien a expensas de la verdad. Si usted sabe la respuesta, dígalo, y si no lo sabe, admítalo.
(3) Todos los que dirigen esta clase de reuniones deberán preguntarse si están representándose a ellos mismos o a la verdad. Todos ellos deben ser representantes de la verdad; ninguno de ellos debe actuar como representante de sus propios sentimientos o de su propia manera de ser; sino que todos deben manifestar la verdad. Ninguno de ellos debe expresar sus propias opiniones. Por ejemplo, con respecto a la práctica de cubrirse la cabeza, es posible que uno de los que dirige la reunión no entienda todos los aspectos de esta verdad; aun así, él no debe decirle a los demás que esta práctica es opcional. Las verdades divinas son absolutas, y todos debemos hablar una misma cosa. Si nuestras trompetas dan un sonido incierto, pelearemos la batalla con incertidumbre. Incluso si alguno está en desacuerdo, aun así, debe expresarse únicamente por medio de sugerencias constructivas, nunca por medio de críticas negativas.
(4) Todos los que dirigen estas reuniones deberán comprender desde el inicio de las mismas que su papel consiste en ser únicamente un canal por medio del cual la palabra de Dios es divulgada y que no son ni amos ni maestros. Así pues, ellos deberán asumir una posición inferior: la de uno que conversa con otro hermano de la misma posición. Jamás deben tener la actitud de ser uno que ocupa una posición superior y que le está enseñando a otro que ocupa una posición inferior. Nadie puede desempeñar el papel de maestro. Todos deben tomar la posición que le corresponde a un mensajero.
Puesto que edificar a los nuevos creyentes es en sí un adiestramiento básico, es de esperar que todas las iglesias locales tengan esta clase de reuniones, es decir, reuniones para edificar a los nuevos creyentes. Permítanme ahora presentarles algunos aspectos prácticos que hay que tener en consideración.
Apenas un pecador crea en el Señor y sea bautizado, es un nuevo creyente. A partir de la semana en que ha sido bautizado, deberá participar de la reunión para los nuevos creyentes. Después de un año, habrá escuchado la mayor parte de lo que necesita escuchar y habrá aprendido la mayoría de cosas que debe aprender. Sólo entonces podemos afirmar que este creyente ha recibido el adiestramiento básico. Y de allí en adelante podemos esperar que tal persona sea edificada de una manera más avanzada y profunda.
Tan pronto un pecador crea en el Señor él debe asistir a la reunión para nuevos creyentes independientemente de cuán avanzada sea su edad, de cuánta educación haya recibido, de cuán alta sea la posición que ocupe en la sociedad o de cuánta experiencia haya acumulado en el mundo. Si su pasado no es derribado, le será difícil vivir apropiadamente la vida cristiana. Por tanto, cuando alguien haya creído en el Señor y haya sido bautizado, sin importar quién sea, tenemos que tratarlo como un nuevo creyente e invitarle a participar de las reuniones para nuevos creyentes.
Aquellos que nunca han recibido esta clase de adiestramiento básico, aun cuando hayan sido creyentes por muchos años, también pueden participar de las reuniones para nuevos creyentes si así lo desean. Estas reuniones tienen como propósito derribar lo viejo y edificar lo nuevo. No se trata de cuántos años una persona haya sido un creyente, sino cuanto de su pasado ha sido derribado desde que se convirtió. Conozco un hermano que, en toda su vida, nunca ha confesado sus pecados a nadie y, sin embargo, ¡ahora él es un hermano a quien se le ha encargado ciertas responsabilidades! No importa por cuántos años él haya sido un cristiano; en lo que a su experiencia espiritual concierne, necesita un nuevo comienzo y debe asistir a las reuniones para nuevos creyentes.
Al hacer los preparativos que demandan esta clase de reuniones, todas las iglesias deberían esforzarse al máximo en dedicar ya sea el miércoles o el jueves. Ya sea que se involucre a muchos o apenas a unos cuantos, a toda la congregación o a un solo pequeño grupo, dicha reunión debería celebrarse en un miércoles o jueves de cada semana. Siempre que un nuevo creyente vaya a otra localidad en la que hay una iglesia, a él le debería ser posible participar de inmediato en esta clase de reuniones y no perderse ninguna lección.
Estos entrenamientos de corto plazo deben ser conducidos por un hermano (tal vez uno de los colaboradores). Para ello él debe reunir a los hermanos de un distrito o una región que tengan la capacidad de ministrar la palabra. Todos estos entrenamientos breves deberán abarcar de diez a veinte lecciones. Después de celebrar dos o tres entrenamientos como estos, se habrán cubierto todas las materias. Así, cuando los hermanos retornen a sus respectivas localidades, ellos podrán asumir la responsabilidad de enseñar en las reuniones para nuevos creyentes de su localidad.
En una ciudad como Shanghái hay muchos nuevos creyentes. Si los dividimos en varios grupos de doce, necesitaríamos más de cien hermanos responsables a fin de entrenarlos a ellos primero. Para resolver este problema, podríamos pedirle a un hermano que se encargue de reunir, una vez por semana, a los hermanos que dirigen las reuniones para nuevos creyentes a fin de adiestrarlos. Por un lado, ellos podrían conversar acerca de los problemas que enfrentaron durante la semana así como los errores que cometieron; por otro, podrían estudiar los temas que deben tratar la siguiente semana. El mejor día para hacer esto es el viernes. Si el viernes no es el día más indicado, debería realizarse a más tardar el lunes. Esto les daría a tales hermanos un mínimo de tres a siete días para preparar sus lecciones y para concentrarse en los temas principales de los mensajes correspondientes.
Si durante las sesiones de adiestramiento, un nuevo alumno no tiene el libro que se está estudiando, tendrá que tomar notas, pero si tiene el libro, debe leer la lección cuidadosamente. Si se encuentra con algo que no comprende, él debe hacer la pregunta correspondiente, y todos los demás juntos deberán examinarla. Ellos deben preguntarse cuál es el tema central de la lección, cuántas secciones tiene y cuáles son los principales asuntos que se tratan en cada sección, así como cuáles son las palabras cruciales y las enseñanzas más importantes de cada sección. Deben identificar cuáles son las cosas que deben ser eliminadas y cuáles las que deben ser edificadas. Ellos deben estudiar la lección sección por sección y hacer preguntas mientras escuchan la exposición de la misma. Después, el jueves siguiente deberán ir a sus respectivas clases y conducir sus propias reuniones.
Al impartir una lección, la meta principal no consiste en ayudar a los nuevos creyentes a comprender más doctrinas sino en formarlos. Debemos prestar especial atención a las áreas respecto de las cuales ellos requieren ser “tallados”, o sea, que ellos deben saber qué es lo que debe ser derribado y qué es lo que debe ser añadido en ellos. Estas lecciones deben servir como herramientas para la edificación de los creyentes y deben contribuir a hacer de ellas personas nuevas. Por supuesto, a fin de lograr el objetivo deseado, los hermanos encargados de dirigir tales reuniones deberán tener las experiencias de ciertas áreas respecto de las cuales ellos mismos están hablando. De otro modo, no podrán hablar con autenticidad, y lo que digan solamente serán palabras vanas que no tienen ningún impacto. Todos los encargados de dirigir una reunión para nuevos creyentes, deberán considerar detenidamente este asunto.
Si en una iglesia no hay muchos creyentes nuevos, o si no hay suficientes hermanos para dar los mensajes, no habrá necesidad de dividir a los nuevos creyentes asignándoles a distintas clases. En tales casos, deberá ser una sola persona la que asuma la responsabilidad de enseñar estas lecciones y de conducir la subsiguiente sesión de preguntas y respuestas una semana tras otra. Pero si en una iglesia son muchos los nuevos creyentes, habrá que dividirlos en clases más reducidas y adiestrarlos por separado. Las clases podrían ser conformadas por orden geográfico o nivel intelectual y tomando en cuenta las necesidades de orden práctico que puedan existir en una determinada localidad. Si hay un número adecuado de hermanos responsables, las clases podrían variar desde algunos grupos muy pequeños hasta grupos de doce o más. Al dividirlos en las clases, debemos tener en cuenta los siguientes puntos:
Supongamos que una determinada clase tiene en común un nivel de educación superior; entonces se deberá asignar a los hermanos más preparados para enseñar a dicha clase de estudiantes. Si otra clase está conformada por personas de un nivel de educación inferior, los encargados de dicha clase deberán ser los que tienen mas experiencia en enseñar las verdades bíblicas de una manera simple. Una vez que tengamos a los maestros apropiados con los estudiantes apropiados, a los hermanos encargados no les será muy difícil enseñar y la audiencia será edificada.
En algunos lugares, únicamente los que dirigen las reuniones poseen un libro de lecciones. En este caso, todos los que están en la audiencia deberán llevar consigo un cuaderno para anotar los puntos más importantes presentados así como el tema central de cada sección. En algunas clases, los nuevos creyentes tal vez sean analfabetos o casi analfabetos. En tales circunstancias, no hay necesidad de distribuir los libros. Más bien, los encargados de dirigir la reunión deberán escoger por lo menos uno de los versículos más cruciales y leérselo a la audiencia una y otra vez. Deberán pedir a la audiencia que repita el versículo después de ellos. Entonces, deberán explicarles los puntos más importantes de la lección. Finalmente, deberán preguntar a los asistentes si entendieron la lección y darles la oportunidad de hacer preguntas.
En aquellos lugares en los que se usa el libro de lecciones, a todos los asistentes se les deberá dar un ejemplar de dicho libro durante la reunión. Quien dirige la reunión deberá ayudar a los nuevos creyentes a leer al unísono la lección o a leerla por turnos parte por parte. Después, deberá hacerles preguntas a medida que avanza en su lección, y los oyentes también deben sentirse libres de hacer preguntas mientras lo escuchan. A veces, se les puede pedir a los oyentes que digan algo, pero su participación deberá ser breve. Esto hará que la reunión se torne más animada. Esfuércense al máximo por evitar dar discursos o sermones. Los que pueden tomar notas deberán preparar un cuaderno en el cual anoten los puntos más importantes que se hayan abordado durante la lección.
Todas las reuniones deben durar un máximo de una hora y media. La reunión no debe extenderse más.
Nuestras voces deben ser lo suficientemente audibles como para que todos nos oigan. No se desvíen del tema central, y los ejemplos y las historias usados deben concordar con el mismo. Lo mejor es hacer referencia a los puntos principales con claridad y en conformidad con el texto de la lección. No aprovechen la ocasión para hablar sobre lo que les gustaría hablar. No se vayan por las ramas. No den sermones, sino mezcle su hablar con preguntas.
Las preguntas deben guardar relación con el tema de la lección y ceñirse a ello. No entren en temas que no vengan al caso. Por ejemplo, al hablar de “La salvación por medio de la fe y el bautismo”, como parte de la lección acerca del bautismo, deberíamos hacer únicamente preguntas relacionadas a este aspecto de la salvación. No salten de este aspecto de la salvación a hablar, por ejemplo, de la salvación de nuestra alma y, de allí, a hablar sobre el reino y la diferencia entre participar del reino e ir al cielo. Si abarcamos un espectro muy amplio y las preguntas se apartan demasiado del tema, perderemos de vista el tema inicial y nuestro estudio al respecto será estéril.
Las respuestas tienen que ser muy claras. Si las preguntas se alejan mucho del tema, podemos responder diciendo que nuestra prioridad es estudiar la lección misma y que podemos reservar las otras preguntas para una ocasión posterior. Por ejemplo, si alguno hace preguntas acerca de la salvación por medio de la gracia o sobre la salvación del alma cuando la lección que estamos impartiendo se refiere al bautismo, basta con responder simplemente que la salvación tiene diversos aspectos y que, para esta lección en particular, sólo nos interesa el significado general de la salvación.
No teman repetir el mensaje. Es posible que un hombre escuche un mensaje este año y que el próximo año no lo recuerde, y si ustedes le preguntan al respecto en el tercer año, quizás todavía no haya puesto en práctica dicha lección. Nuestro propósito no es simplemente dar mensajes a los nuevos creyentes; sino, además, verificar con ellos si están poniendo en práctica lo que han escuchado. No debemos hablarles respecto de algo para que luego se olviden de ello. Por eso, debemos preguntarles si están poniendo en práctica lo que han oído o no. Por ejemplo, tal vez hayamos hablado acerca de madrugar; entonces, tenemos que verificar con ellos si están madrugando. Si les hemos hablado sobre la lectura de la Biblia, tenemos que verificar con ellos si están leyendo la Biblia o no. Si les hemos hablado acerca de la oración, tenemos que verificar con ellos si oran o no. Constantemente tenemos que exhortarles a que pongan en práctica lo aprendido, y verificar con ellos si así lo vienen haciendo hasta que concienzudamente, ellos comiencen a ponerlo en práctica y tomar las medidas correspondientes.
Los que dirigen las reuniones tienen que determinar cuánto tiempo deberán dedicar a una determinada lección y por cuánto tiempo deberán detenerse en ella. Sin embargo, esperamos que las diferencias en cuanto al ritmo que lleva una u otra lección no sean muy grandes. Si algunos no han entendido algo o están muy atrasados, debemos organizar lecciones para que ellos se pongan al día. Estas lecciones de recuperación deben ser conducidas con la mayor seriedad, y debemos repasar minuciosamente aquellos temas que no supimos cubrir debidamente. Si no hacemos esto seriamente, no tendremos nada que impartir a los demás.
Debemos impartir estas lecciones un año tras otro; ellas deben ser impartidas continuamente. Por tanto, los expositores tienen que aprender a mantenerse frescos en su espíritu. Las verdades serán las mismas aun después de diez años, pero el espíritu no puede permanecer igual. Si los que dirigen la reunión han aprendido a ejercitar su espíritu, y si poseen un espíritu fresco, podrán repetir una misma lección una y otra vez durante diez o veinte años. Si los demás han de ser afectados por nuestras palabras, es necesario que tales palabras, primero hayan afectado a nuestro espíritu. Debemos tener una percepción fresca en nuestro espíritu. Si nuestro espíritu se ha hecho viejo y solamente transmite enseñanzas, los demás recibirán ayuda únicamente en cuanto a la doctrina. Así, la doctrina llegará a convertirse en algo parecido a una oración del libro La oración común, que la gente repite durante algunos servicios cristianos semana tras semana. Pero si la Palabra ha sido tocada por nuestro espíritu, el hecho de repetir las mismas lecciones no representará problema alguno.
La vida cristiana es una vida que depende de la bendición del Señor. Si la bendición del Señor reposa sobre nosotros, aunque no le demos al blanco no erraremos por mucho, aun cuando los arreglos prácticos no hayan sido los más apropiados. Pero si la bendición del Señor no reposa sobre nosotros, no obtendremos buenos resultados, aun si todos los preparativos estuvieran perfectos. En algunos casos, el Señor persiste en darnos Su bendición aun cuando las circunstancias no son las ideales. En otros casos, es posible que la bendición del Señor esté ausente debido a un pequeño error. Un cristiano no debe procurar obtener que todo esté correcto externamente; sino, más bien, siempre debe estar buscando el camino de la bendición divina.