Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Mensajes para edificar a los creyentes nuevos, tomo 3»
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19 20
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

LA DISCIPLINA DE DIOS

  Lectura bíblica: He. 12:4-13

I. LA ACTITUD APROPIADA QUE DEBEN TENER LOS QUE ESTÁN BAJO LA DISCIPLINA DE DIOS

A. Al combatir contra el pecado aún no habéis resistido hasta la sangre

  Examinemos ahora Hebreos 12:4-13 punto por punto.

  El versículo 4 dice: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. En este versículo, el apóstol nos dice que los creyentes hebreos habían combatido contra el pecado, y aunque habían sufrido mucho, habiendo pasado por muchas dificultades, afrontado muchos problemas y soportado intensa persecución, todavía no habían resistido “hasta la sangre”. Si comparamos estos sufrimientos con los de nuestro Señor, ¡veremos que son bastante leves! El versículo 2 nos dice que el Señor Jesús sufrió la cruz menospreciando el oprobio. ¡Los sufrimientos de los creyentes son mucho menos severos que los sufrimientos que el Señor padeció! El Señor Jesús, menospreciando el oprobio, soportó los sufrimientos de la cruz hasta derramar Su sangre. Aunque los creyentes hebreos también habían soportado la cruz y sufrido cierto oprobio, aún no habían resistido hasta la sangre.

B. Descubrir las razones de nuestros sufrimientos

  ¿Qué debe esperar una persona después de llegar a ser cristiana? Nunca debemos hacer que los hermanos abriguen falsas esperanzas. Más bien, debemos hacerles saber que enfrentaremos muchos problemas, pero que tales problemas responden al propósito y designio de Dios. Podemos estar seguros de que enfrentaremos muchos problemas y tribulaciones, pero ¿cuál es el propósito y el significado de todas nuestras pruebas y tribulaciones? A menos que el Señor nos conceda el privilegio de convertirnos en mártires, probablemente no tendremos la oportunidad de combatir contra el pecado, resistiendo “hasta la sangre”; pero aun si no tuviéramos que resistir hasta la sangre, de todos modos ¡estaríamos resistiendo! Pero ¿por qué nos sobrevienen estas adversidades?

C. No desmayar ni mostrar menosprecio

  Los versículos 5 y 6 dicen: “Y habéis olvidado por completo la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: ‘Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo hijo que recibe’”.

  En esta porción de la Palabra, el apóstol citó el libro de Proverbios, que está en el Antiguo Testamento. Él dijo que si el Señor nos disciplina, no debemos menospreciar Su disciplina, y si el Señor nos reprende, no debemos desmayar. Un creyente debe mostrar estas dos actitudes. Algunos consideran que los sufrimientos, las adversidades y la disciplina que Dios les envía son cosas insignificantes y, lejos de darles la debida importancia, pasan por alto todas esas experiencias. En otros casos, los creyentes se desaniman en cuanto el Señor los reprende y caen en las manos del Señor. A ellos les parece que han tenido que soportar circunstancias excesivamente hostiles por el hecho de ser cristianos, y que la vida cristiana es muy difícil. Esperan que su camino esté libre de dificultades, y tienen el concepto de que entrarán por puertas de perla y caminarán por calles de oro con vestiduras finas de lino blanco. Jamás pensaron que los cristianos habrían de experimentar toda clase de dificultades. Ellos no están preparados para afrontar, como cristianos, tales circunstancias. Así, ellos desmayan y vacilan ante las dificultades que encuentran en el camino. El libro de Proverbios nos muestra que ambas actitudes son incorrectas.

D. No menospreciar la disciplina del Señor

  Los hijos de Dios no deben menospreciar la disciplina del Señor. Si el Señor nos disciplina, tenemos que darle la debida importancia. Todo cuanto el Señor nos ha medido lleva un propósito y tiene un significado. En realidad, Él desea edificarnos por medio de nuestras experiencias y nuestro entorno. Él nos disciplina a fin de perfeccionarnos y santificarnos. Toda Su disciplina forja Su naturaleza en la nuestra. Como resultado de ello, nuestro carácter es disciplinado. Este es el propósito de la disciplina del Señor. Él no nos disciplina sin motivo; al contrario, Él nos disciplina con el propósito de hacer de nosotros vasos apropiados. Él no permitiría que a Sus hijos les sobrevengan sufrimientos sin causa alguna. No sufrimos simplemente por el hecho de sufrir, puesto que Él no nos envía las tribulaciones para hacernos sufrir. El propósito detrás de todos nuestros sufrimientos es que seamos partícipes de la naturaleza y la santidad de Dios. Ése es el objetivo de la disciplina.

  Muchos hijos de Dios han sido cristianos por ocho o diez años; sin embargo, jamás han reflexionado seriamente sobre la disciplina de Dios. Nunca dicen: “El Señor me está disciplinando. Él me está corrigiendo y castigando a fin de moldearme como un vaso apropiado”. No son capaces de discernir cuál es el propósito de la obra de Dios al corregirnos, disciplinarnos y tallarnos. Ellos simplemente dejan que sus experiencias les pasen de forma desapercibida. No les perturba lo que presencian hoy día, ni le dan importancia; tampoco les inquieta lo que vaya a sucederles mañana. Simplemente no les importa cuál sea la voluntad del Señor, y la pasan por alto una y otra vez. Tal parece que ellos piensan que Dios permite que las personas sufran sin sentido. Por favor, tengan presente que los hijos de Dios deben, ante todo, respetar y honrar la disciplina de Dios. Lo primero que tenemos que hacer cuando algo nos ocurre, es indagar acerca del significado que encierra tal experiencia y preguntarnos: ¿Por qué sucedieron las cosas de tal o cual manera? Así pues, debemos aprender a tener en cuenta la disciplina de Dios y a respetarla. No debemos menospreciarla. Menospreciar Su disciplina indica que somos indiferentes ante ella, lo cual equivaldría a afirmar que aunque Dios haga lo que haga, nosotros hemos de pasar por tales experiencias sin reflexionar al respecto y sin procurar discernir su propósito.

  Por una parte, no debemos menospreciar la disciplina de Dios; por otra, no debemos darle una importancia exagerada. Si nuestra vida cristiana se redujera a una mera historia de sufrimientos y frustraciones, ello sería causa de gran desaliento para nosotros. Esto equivale a atribuirle a la disciplina una importancia excesiva. Debemos aprender a aceptar la disciplina del Señor y también comprender que tanto Su disciplina como Su reprensión siempre tienen un significado. Al mismo tiempo, no debemos desalentarnos al ser disciplinados.

II. EL SEÑOR AL QUE AMA, DISCIPLINA

  El versículo 6 dice: “El Señor al que ama, disciplina, y azota a todo hijo que recibe”. Esta es una cita de Proverbios, la cual revela el propósito por el cual el Señor nos disciplina.

A. La disciplina es los preparativos del amor

  Dios no dispone de tanto tiempo libre como para corregir a toda la gente del mundo; Él únicamente disciplina a los que Él ama. Así pues, Dios nos disciplina porque nos ama. Él nos disciplina porque desea hacernos vasos Suyos. Dios no tiene el tiempo para disciplinar a todo el mundo, pero sí para corregir a Sus propios hijos, porque los ama. Por consiguiente, la disciplina es la provisión del amor de Dios para nosotros. El amor dispone el entorno apropiado en el que debemos estar. A estos arreglos los llamamos la disciplina de Dios. El amor mide todo cuanto nos sucede y dispone todo lo que encontramos en nuestra vida diaria. Esto que nos ha sido medido es la disciplina de Dios. La disciplina tiene como fin reportarnos el máximo beneficio y conducirnos a la meta más excelsa de la creación.

  “Y azota a todo hijo que recibe”. Así pues, todos los que son disciplinados tendrán la base para afirmar que han sido recibidos por Dios. Los azotes no indican que Dios nos rechaza, sino que son una evidencia de que Él nos ha aceptado. Repito, Dios no tiene tiempo para corregir a todo el mundo; Él quiere dedicar Su tiempo al cuidado de Sus hijos, a quienes ama y ha recibido.

B. La disciplina es la educación que el Padre da

  Una vez que uno se hace cristiano, debe estar dispuesto a aceptar la disciplina de la mano Dios. Si uno no es hijo de Dios, Él lo deja a usted a su libre albedrío, y permite que usted lleve una vida indisciplinada y tome su propio camino. Pero cuando uno acepta al Señor Jesús como Salvador, y una vez que nace de Dios y se convierte en Su hijo, tiene que estar dispuesto a ser disciplinado. Ningún padre se toma el tiempo para disciplinar al hijo de otro; a ningún padre le preocupa si el hijo del vecino es un buen hijo o un mal hijo. Pero un buen padre siempre disciplina a sus propios hijos de forma específica. Será estricto con su hijo según la norma que él haya establecido, y no lo disciplinará sin consideración alguna ni al azar. Adiestrará a su hijo conforme a ciertos objetivos, como por ejemplo honestidad, diligencia, longanimidad y nobles aspiraciones. El padre tiene un plan definido al disciplinar a su hijo y lo moldeará para que desarrolle cierto carácter. Del mismo modo, desde el día en que fuimos salvos, Dios ha estado elaborando un plan específico para nosotros. Él desea que aprendamos ciertas lecciones a fin de que seamos conformados a Su naturaleza, ya que anhela que seamos como Él en muchos aspectos. Es con tal motivo que Él lo dispone todo, nos disciplina y nos azota. Su meta es hacer de nosotros cierta clase de persona.

  Al comienzo de su vida cristiana, todo hijo de Dios debe darse cuenta de que Dios ha preparado muchas lecciones para él. Dios le ha asignado muchas provisiones en su entorno y ha dispuesto muchas cosas, muchas experiencias y sufrimientos, con el único fin de formar en él cierta clase de carácter. Esto es lo que Dios está haciendo hoy en día. Él está resuelto a forjar cierta clase de carácter en nosotros y lo llevará a cabo poniéndonos en medio de toda clase de circunstancias.

  Desde el momento en que nos convertimos en cristianos, debemos estar conscientes de que la mano de Dios está guiándonos en todo. Las situaciones difíciles y los azotes que Dios ha dispuesto para nosotros, llegarán. Tan pronto nos desviemos, Él nos dará de azotes y nos aguijoneará para que tomemos de nuevo el camino. Así pues, todo hijo de Dios debe estar preparado para aceptar la mano disciplinaria de Dios. Dios nos disciplina porque somos Sus hijos. Él no pierde Su tiempo con los demás; no tiene tiempo para disciplinar a los que no son Sus hijos amados. Los azotes y la disciplina expresan el amor y la aceptación de Dios. Solamente los cristianos son partícipes de los azotes y de la disciplina de Dios.

C. La disciplina no es un castigo sino una gloria

  Lo que nosotros recibimos es disciplina; no es un castigo. El castigo es la retribución por nuestros errores, mientras que la disciplina tiene el propósito de educarnos. Somos castigados por haber hecho algo malo, y por ende, tal castigo responde a lo que hicimos en el pasado. La disciplina también se relaciona con nuestros errores, pero se aplica con miras al futuro. La disciplina conlleva un elemento del futuro, es decir, se aplica con miras a un determinado propósito. Hoy hemos sido llamados a permanecer en el nombre del Señor y le pertenecemos a Él. Así que, debemos estar dispuestos a permitirle hacer de nosotros Sus vasos de gloria. Puedo decir con certeza que Dios desea que cada uno de Sus hijos lo glorifique en ciertas áreas. Todo hijo de Dios le debe glorificar a Él. Sin embargo, cada uno lo hace de diferente manera. Algunos lo glorificarán de una manera y otros, de otra manera. Glorificamos a Dios por medio de diferentes circunstancias, lo cual redunda en que Dios sea plenamente glorificado. Todos tenemos nuestra porción y todos nos especializamos en algo. En realidad, lo que Dios anhela es formar en nosotros una determinada clase de carácter que le glorifique a Él. Por tanto, nadie está exento de la mano disciplinaria de Dios. Su mano disciplinaria operará en los Suyos, a fin de cumplir con las cosas que Él ha dispuesto para ellos. Hasta ahora no hemos conocido ni a un solo hijo de Dios que haya quedado exento de la disciplina de Dios.

D. Ignorar la disciplina es una gran pérdida

  Los hijos de Dios verdaderamente experimentarán una gran pérdida si no disciernen la disciplina de Dios. Son muchos los que, a los ojos de Dios, viven neciamente durante muchos años. A ellos les es imposible seguir adelante, pues no saben lo que el Señor desea hacer en ellos. Andan según su propia voluntad, errando libremente por un desierto, sin restricción y sin rumbo. Dios no actúa de esta manera. Él es un Dios de propósito; todo cuanto Él hace tiene el propósito de moldear en nosotros cierta clase de carácter a fin de que podamos glorificar Su nombre. Toda disciplina tiene como propósito hacernos avanzar en este camino.

III. SOPORTAMOS POR CAUSA DE LA DISCIPLINA DE DIOS

  El apóstol citó Proverbios cuando se dirigió a los creyentes hebreos. En el versículo 7, él explica la cita de Proverbios que aparece en los dos versículos anteriores, al decirnos: “Es para vuestra disciplina que soportáis”. En el Nuevo Testamento ésta es la primera explicación que hallamos respecto del tema y es una palabra crucial. Aquí el apóstol nos da a entender que lo que soportamos, lo que sufrimos y la disciplina, todo es una misma cosa. Es Dios quien nos está disciplinando. Así pues, el apóstol nos muestra que estar bajo disciplina equivale al hecho de que tengamos que soportar algún sufrimiento: es para nuestra disciplina que debemos soportar.

A. Los sufrimientos son la disciplina de Dios

  Quizás algunos se pregunten: “¿Qué es la disciplina de Dios? ¿Por qué nos disciplina?”. Del versículo 2 al 4 se nos habla de sufrir la cruz, menospreciar el oprobio y combatir contra el pecado, mientras que los versículos 5 y 6 nos presentan la disciplina y los azotes. ¿Cuál es la relación que existe entre estas dos cosas? ¿Qué son la disciplina y los azotes mencionados en los versículos 5 y 6, y qué son el oprobio, la aflicción y el combate contra el pecado que se describen en los versículos del 2 al 4? El versículo 7 nos presenta la conclusión de los versículos del 2 al 6; dicha conclusión consiste en que lo que soportamos es la disciplina de Dios para nosotros. Así pues, los sufrimientos, el oprobio y las aflicciones equivalen a la disciplina de Dios. Aunque no hayamos combatido contra el pecado hasta la sangre, de todos modos, el dolor y las tribulaciones ciertamente son parte de la disciplina de Dios.

  ¿Cómo es que Dios nos disciplina? Su disciplina se relaciona con todo aquello que Él nos permite sobrellevar y con todo lo que Él nos hace soportar. No debemos pensar que la disciplina de Dios es algo diferente de esto. En realidad, la disciplina de Dios es todo aquello que soportamos a diario, cosas tales como: palabras ásperas, rostros severos, comentarios mordaces, respuestas descorteses, críticas infundadas, problemas inesperados, toda clase de oprobio, acciones irresponsables, agravios, e incluso los problemas de gravedad que se suscitan en nuestra familia. Algunas veces pueden ser enfermedades, pobreza, aflicción o adversidades. Son muchas las cosas que debemos afrontar y soportar. Pues bien, ¡el apóstol nos dice que todo ello es la disciplina de Dios! Es para nuestra disciplina que debemos soportar.

B. Ninguna experiencia ocurre accidentalmente

  La pregunta que debemos hacernos hoy es: ¿Cómo debemos responder cuando alguien nos mira mal? Si esa mirada es parte de la disciplina de Dios, ¿cómo debemos reaccionar? Si nuestro negocio fracasa debido a la negligencia de otros, ¿cómo vamos a reaccionar? Si Dios se vale de la mala memoria de una persona para disciplinarnos, ¿qué debemos hacer? Si nos enfermamos porque alguien nos ha trasmitido una infección, ¿cómo debemos afrontarlo? Si todo se amarga por causa de varias calamidades, ¿qué diremos? Si todo nos sale mal por causa de la disciplina de Dios, ¿qué vamos a decir? Hermanos y hermanas, ¡nuestra reacción ante todas estas cosas causará una gran diferencia en nuestra condición! Podemos considerar todas las cosas en nuestro entorno como simple casualidad; ésta es una actitud que podríamos adoptar. O también podemos mostrar otra actitud y considerar que todas estas cosas son la disciplina de Dios. Las palabras del apóstol aquí son muy claras. Él dice que es para nuestra disciplina que soportamos todo. Así que, no debiéramos pensar que tales padecimientos son insoportables, pues ellos constituyen la disciplina de Dios. No seamos tan necios como para llegar a la conclusión de que tales cosas son mera coincidencia. Tenemos que darnos cuenta de que es Dios quien a diario dispone tales cosas y nos las mide para nuestra disciplina.

C. Dios nos disciplina porque nos trata como a hijos

  El versículo 7 añade: “Dios os trata como a hijos”, es decir, Dios nos trata como a hijos. “Porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?”. Lo que experimentamos es la disciplina de Dios. Hoy día, toda disciplina que nos sobreviene se debe a que Dios nos trata como a hijos. Tengan presente que la disciplina no tiene como fin afligirnos, sino que esa es la manera en que Dios nos honra. Muchos tienen el concepto erróneo de que Dios los disciplina porque Él desea torturarlos. ¡No! Dios nos disciplina porque desea honrarnos. Él nos trata como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? ¡Dios nos honra con Su disciplina! Somos los hijos de Dios; por tanto, debemos recibir Su disciplina. Dios nos disciplina para traernos al lugar de bendición y gloria. Nunca debemos pensar que Dios nos atormenta. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?

D. Reconozcamos la mano del Padre

  Vemos que existe un gran contraste cuando una persona comprende que todo lo que le sucede ha sido dispuesto por Dios; ella verá su experiencia desde un ángulo diferente. Si alguien me golpea con su bastón, yo tal vez discuta con él o le arrebate el bastón, y lo quiebre y se lo arroje en la cara. Si hago tal cosa, no estaré siendo injusto con él. Pero si es mi padre quien me castiga con el bastón, ¿podría arrebatárselo, quebrarlo y tirárselo de regreso? Yo no podría hacer eso. Por el contrario, hasta cierto punto nos sentimos honrados de que nuestro padre nos discipline. La señora Guyón decía: “¡Besaré el látigo que me escarmienta! ¡Besaré la mano que me abofetea!”. Por favor recuerden que es la mano del Padre y la vara del Padre. Esto es diferente. Si fuera alguna experiencia ordinaria, rechazarla no nos acarrearía pérdida alguna, pero éste no es un encuentro ordinario. Es la mano de Dios y la reprensión que Él nos da, cuya meta es hacernos partícipes de Su naturaleza y carácter. Una vez que vemos esto, no murmuraremos ni nos quejaremos. Cuando nos damos cuenta de que es el Padre quien nos está disciplinando, nuestra impresión cambia. Nuestro Dios nos trata como a hijos. Es una gloria para nosotros que Él nos discipline hoy.

E. La disciplina es la prueba que somos hijos

  El versículo 8 dice: “Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”. Recuerde que la disciplina es la evidencia de que uno es un hijo. Los hijos de Dios son aquellos a quienes Él disciplina, y los que no son Sus hijos son aquellos a quienes Él los deja sin disciplina. Uno no puede demostrar que es hijo de Dios si no es disciplinado por Él. La disciplina que se recibe es la evidencia de que uno es un hijo.

  Todos los hijos han sido participantes de la disciplina. Todo hijo de Dios debe ser disciplinado, y usted no es la excepción. A menos que uno sea un hijo ilegítimo o que sea adoptado o comprado, deberá aceptar la misma disciplina. ¡Aquí las palabras del apóstol son muy directas! Todos los hijos han sido participantes de la disciplina. Si uno es hijo de Dios, no debe esperar un trato diferente, pues todos los hijos han sido participantes de la disciplina; todos son tratados de la misma manera. Todos los que vivieron en los tiempos de Pablo o de Pedro, experimentaron esto. Hoy día, lo mismo se aplica para cualquier persona en cualquier nación del mundo. Nadie está exento. Uno no puede tomar un camino por el cual otro hijo de Dios nunca ha transitado. Ningún hijo de Dios ha tomado un camino en el que esté exento de la disciplina de Dios. Si un hijo de Dios es lo suficientemente insensato como para pensar que todo en su vida y en su trabajo marchará de ‘viento en popa’, y que podrá escapar de la disciplina de Dios; entonces, estará afirmando que es ilegítimo, es decir, adoptado. Debemos comprender que la disciplina es la señal y la evidencia de que somos hijos de Dios. Quienes no son disciplinados son ilegítimos; pertenecen a otras familias y no son miembros de la familia de Dios. Si Dios no nos disciplina, eso quiere decir que no pertenecemos a Su familia.

  Permítanme mencionarles algo que vi en cierta ocasión. Quizá no sea algo tan profundo, pero es muy ilustrativo. Cinco o seis niños estaban jugando salvajemente y estaban cubiertos de lodo. Cuando la madre de tres de ellos vino, les pegó a sus hijos en las manos y les prohibió que fueran a ensuciarse de nuevo. Después de eso, uno de ellos le preguntó: “¿Por qué no les pegaste a los demás?”. La madre contestó: “Porque no son mis hijos”. A ninguna madre le gusta disciplinar a los hijos de otras personas. ¡Sería terrible si Dios no nos disciplinara! ¡Aquellos a quienes se les deja sin disciplina son bastardos, y no hijos! Nosotros verdaderamente creímos en el Señor, y por esta razón, hemos recibido correcciones desde el primer día de nuestra vida cristiana. No es posible ser hijos de Dios y prescindir de la disciplina. No podemos recibir la filiación de Dios si se nos deja sin reprensión. Estas dos cosas van juntas. ¡No podemos recibir la filiación sin aceptar la disciplina! Todos los hijos deben ser disciplinados, y nosotros no somos la excepción.

IV. SOMETERSE A LA DISCIPLINA DEL PADRE DE LOS ESPÍRITUS

  El versículo 9 nos dice: “Además, tuvimos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?”. El apóstol hace notar que nuestros padres carnales nos disciplinan, y nosotros los respetamos. Reconocemos que la disciplina que ellos nos administran es la correcta y la aceptamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?

  Esto nos muestra que la filiación nos conduce a la disciplina, y la disciplina resulta en sumisión. Debido a que somos hijos, tiene que haber disciplina, y puesto que la hay, también debe haber sumisión de nuestra parte. Dios dispone todas las cosas en nuestro entorno con el propósito de instruirnos y nos acorrala de tal manera que no tengamos más alternativa que aceptar Sus caminos.

A. Someterse a Dios en dos asuntos

  Debemos obedecer a Dios en dos asuntos: Uno de ellos es que debemos obedecer los mandamientos de Dios, y el otro es obedecer Su disciplina. Por una parte, tenemos que obedecer la Palabra de Dios, es decir, Sus mandamientos; tenemos que obedecer todos los preceptos de Dios que están escritos en la Biblia. Por otra parte, debemos someternos a lo que Dios ha dispuesto en nuestro medio ambiente. Debemos ser obedientes a Su disciplina. Con frecuencia, basta con obedecer la palabra de Dios, pero hay ocasiones en las que además tenemos que someternos a Su disciplina. Dios ha dispuesto muchas cosas en nuestro entorno, y nosotros debemos aprovechar esto al aprender las lecciones que ellas nos ofrecen. Tal es el beneficio que Dios ha preparado para nosotros. Puesto que Él desea guiarnos por el camino recto, debemos aprender a obedecer no solamente Sus mandamientos, sino también Su disciplina. Es posible que el obedecer la disciplina de Dios conlleve un precio, pero ello nos encaminará por el sendero recto.

  La obediencia no es una palabra más. Muchos hermanos preguntan: “¿A qué tengo que obedecer?”. La respuesta a esta pregunta es simple. Podemos pensar que no hay nada a lo que debamos obedecer, pero en cuanto Dios nos aplica Su disciplina, de inmediato pensamos en varias rutas de escape. Es extraño que muchas personas parecen no tener ningún mandamiento que obedecer. Recuerden que cuando estamos bajo la mano disciplinaria de Dios, es cuando tenemos que obedecer. Algunos pueden preguntar: “¿Por qué no nos referimos a la mano de Dios como la mano que nos guía? ¿Por qué llamarla la mano que nos disciplina? ¿Por qué no decir que Dios nos guía a lo largo del camino, en lugar de decir que Él nos disciplina?”. Dios sabe cuán terrible es nuestro mal genio, y nosotros también lo sabemos. Hay muchas personas que nunca conocerían la obediencia sin la debida disciplina.

B. Aprender obediencia por medio de la disciplina

  Debemos tomar conciencia de la clase de personas que somos a los ojos de Dios. Somos rebeldes y obstinados por naturaleza. Somos como niños malcriados que se rehúsan a obedecer, a menos que su padre tenga una vara en la mano. Todos somos iguales. Algunos hijos jamás obedecerán a menos que se les regañe o azote. Se les tiene que dar una paliza para que hagan caso. ¡No se olviden que ésta es la clase de personas que somos nosotros! Sólo prestamos atención cuando se nos da una paliza. Si no se nos diera una paliza, nos distraeríamos con otras cosas. Por esta razón, la disciplina es absolutamente necesaria. Deberíamos conocernos a nosotros mismos, ya que no somos tan simples como pensamos. Tal vez ni siquiera una paliza nos haga cambiar mucho. El apóstol nos mostró que el propósito de la reprensión es hacer que nos humillemos y seamos obedientes. Él dijo: “Nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos”. La sumisión y la obediencia son virtudes indispensables. Debemos aprender a obedecer a Dios y decir: “Dios, ¡estoy dispuesto a someterme a Tu disciplina! ¡Todo lo que Tú haces es lo correcto!”.

V. LA DISCIPLINA ES PARA NUESTRO PROPIO BENEFICIO

  El versículo 10 dice: “Porque ellos, por pocos días nos disciplinaban como les parecía”. Con frecuencia los padres disciplinan a sus hijos de una manera indebida, porque los disciplinan y actúan a su capricho. De esta clase de disciplina, no se obtiene mucho beneficio.

  “Pero Él para lo que es provechoso, para que participemos de Su santidad”. Esto no habla de una disciplina motivada por el enojo, ni de la disciplina que se enfoca en el castigo. La disciplina y la reprensión de Dios no son simplemente un castigo, sino que tienen un carácter educacional y procuran nuestro propio beneficio. El propósito de la disciplina no es causarnos daño. La herida que nos inflige produce algo y cumple un determinado propósito. Dios no nos castiga tan sólo porque hayamos hecho algo malo. Quienes piensen de esta manera se hallan totalmente en la esfera de la ley y de los tribunales.

A. Partícipes de la santidad de Dios

  ¿Qué beneficio se obtiene de tal disciplina? Ella nos hace partícipes de la santidad de Dios. ¡Esto es glorioso! Santidad es la naturaleza de Dios. Podemos decir que la santidad es también el carácter de Dios. Es con miras a ésta que Dios disciplina a Sus hijos de diversas maneras. Desde que creímos en el Señor, Dios nos ha estado disciplinando. Él nos disciplina con el propósito de que participemos de Su santidad, Su naturaleza y Su carácter. La Biblia habla de varias clases de santidad. En el libro de Hebreos, la santidad se refiere específicamente al carácter de Dios. Que Cristo sea nuestra santidad es una cosa, pero que nosotros seamos santificados en Él es otra. La santidad de la que hemos hablado no es un don, sino algo que se forja en nosotros, algo que se relaciona con nuestra constitución. Esto es algo que hemos recalcado por años. Esto implica que Dios forja algo en nosotros de una manera gradual. La santidad de la que aquí se habla es la santidad que se forja mediante Su disciplina; algo que se forja por medio de Sus azotes y diariamente, cuando opera internamente en nosotros. Así pues, tanto Su disciplina como Su operación en nosotros tienen como fin hacernos partícipes de Su santidad.

  Después de sufrir un leve castigo, participamos de Su santidad. Después de sufrir más corrección, conocemos más la santidad. Si permanecemos bajo la disciplina de Dios, gradualmente conoceremos lo que es la santidad. Si continuamos bajo la disciplina de Dios, poco a poco, Su santidad ha de ser constituida en nuestro carácter. Si permanecemos bajo la disciplina de Dios hasta el final, poseeremos un carácter santo. ¡No hay nada que sea más importante que esto! Debemos comprender que la disciplina forja en nosotros la constitución del carácter de Dios. Toda disciplina tiene un resultado, y nosotros debemos cosechar todos sus frutos. Que el Señor nos conceda Su misericordia y permita que siempre que estemos sometidos a Su disciplina, ésta produzca un poco más de santidad en nosotros. Que todo ello redunde en mayor santidad, en que hayamos aprendido más lecciones y en que poseamos una mayor constitución de Dios. ¡La santidad debe acrecentarse continuamente en nosotros!

B. La constitución de un carácter santo

  Después que aceptamos al Señor y llegamos a ser hijos de Dios, Él dispone diariamente muchas cosas en nuestro entorno, a fin de disciplinarnos y corregirnos. Todas estas cosas son lecciones para nosotros. Una y otra vez, estas lecciones tienen como fin aumentar la medida de la santidad de Dios en nosotros. ¡Necesitamos mucha disciplina para que Dios pueda forjar en nosotros un carácter santo! A los ojos de Dios, nosotros tenemos una cantidad limitada de años para vivir nuestra vida cristiana. Si descuidamos la disciplina de Dios o si ésta no produce el efecto esperado en nosotros, ¡nuestra pérdida verdaderamente será una pérdida eterna!

C. La santidad como un don y la santidad como constitución

  Dios no sólo nos da Su santidad como un don, sino que también desea que participemos de ella por medio de la disciplina que nos aplica. Él desea que seamos constituidos de Su santidad y quiere forjarla paulatinamente en nuestro ser. Las personas carnales, como nosotros, tienen que recibir durante muchos años la disciplina de Dios para que puedan tener el carácter y la naturaleza santa de Dios. Necesitamos toda clase de reveses, situaciones, instrucciones, frustraciones, presiones y correcciones antes de poder participar del carácter santo de Dios. ¡Este es un asunto muy importante! Dios no sólo nos da la santidad como un simple don, sino que ésta debe ser forjada en nosotros. ¡Dios tiene que constituirnos con Su santidad!

  Ésta es una característica distintiva de la salvación que se describe en el Nuevo Testamento. Dios primero nos da algo y luego forja eso mismo en nosotros. Él hace que eso mismo sea constituido poco a poco en nuestro ser. Una vez que se cumplen ambos aspectos, experimentamos la salvación completa. Un aspecto de la santidad es que es un don de Cristo, y el otro consiste en que seamos constituidos del Espíritu Santo. Esta es una característica distintiva del Nuevo Testamento. Uno es un don, y el otro es un asunto de constitución. De entre todas las verdades importantes que aparecen en el Nuevo Testamento, reconocemos esta clara afirmación: Dios nos está haciendo partícipes de Su santidad por medio de Su disciplina.

VI. LA DISCIPLINA DA EL FRUTO APACIBLE DE JUSTICIA

  El versículo 11 dice: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por ella han sido ejercitados”.

  El apóstol aquí recalca las palabras al presente y después. Es un hecho que mientras uno es disciplinado no está contento, sino triste. No piensen que es incorrecto sufrir cuando se experimenta la disciplina de Dios. La disciplina ciertamente es un sufrimiento. La Biblia no dice que la cruz sea un gozo. Por el contrario, afirma que la cruz es una aflicción y nos hace sufrir. El Señor menospreció el oprobio por el gozo puesto delante de Sí. Esto es un hecho. La Biblia no dice que la cruz sea un gozo, puesto que la cruz no es un gozo. Ella siempre representa sufrimiento. Por ello, no tiene nada de malo entristecerse y acongojarse cuando se nos disciplina.

  Es menester que aprendamos obediencia. Solamente por medio de la obediencia podremos participar de la santidad de Dios. Es verdad que ninguna disciplina “al presente” parece ser causa de gozo. Por el contrario, nos produce tristeza, lo cual no es sorprendente; de hecho, es bastante normal que nos sintamos así. Nuestro Señor no consideró que las pruebas fueran un asunto de gozo cuando estaba pasando por ellas. Por supuesto, podemos convertirlas en gozo. Pedro dijo que nos podemos exultar en las diversas pruebas (1 P. 1:6). Por una parte, ellas representan sufrimiento, y por otra, podemos considerarlas como una causa de gozo. Cómo nos sentimos es una cosa, y cómo consideramos lo que nos acontece es otra cosa. Podemos sentirnos tristes, pero al mismo tiempo, podemos considerar las pruebas como una causa de gozo.

A. Dar fruto apacible

  Los hijos de Dios deben fijar sus ojos en el futuro, no en el presente. Preste atención a esta oración: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por ella han sido ejercitados”. No se fije en los sufrimientos que está atravesando ahora; más bien, concéntrese en el fruto apacible de justicia que resultará de ello.

B. Moab estuvo quieto desde su juventud y reposado sobre su sedimento

  Jeremías 48:11 dice: “Quieto estuvo Moab desde su juventud, / Y sobre su sedimento ha estado reposado, / Y no fue vaciado de vasija en vasija, / Ni nunca ha ido al destierro; por tanto, quedó su sabor en él, / Y su olor no se ha cambiado”. ¿Comprenden lo que este versículo dice?

  Éste es el problema de aquellos que no han pasado por pruebas. Este pasaje describe a aquellos que nunca han padecido ninguna corrección ni sufrimiento en presencia del Señor. Los moabitas habían estado quietos desde su juventud y nunca habían experimentado sufrimiento ni dolor. ¿Qué pudo producir tal quietud? Que ellos se volvieron como el vino reposado en su sedimento. Cuando una persona fermenta uvas u otra fruta para hacer licor, el vino sube a la superficie, mientras que el sedimento reposa en el fondo. El vino flota, y el sedimento se hunde. Por ello, para refinar el vino, este tiene que ser vertido de vasija en vasija. Si se le deja el sedimento en el fondo, tarde o temprano arruinará el sabor del licor. En la fabricación del vino, uno primero debe permitir que las uvas se fermenten y después debe vaciar el vino de una vasija a otra. Si uno no tiene cuidado, puede vaciar el sedimento junto con el vino; por eso, hay que decantar el líquido cuidadosamente. Pero no es suficiente vaciarlo una sola vez; por lo general, parte del sedimento logra escaparse en el líquido. Por eso la decantación se debe hacer varias veces. Es posible que la segunda vez todavía no se haya eliminado el sedimento por completo y se tenga que vaciar el vino a una tercera vasija. Uno debe seguir vaciando hasta que no quede ningún sedimento en el vino. Dios dice que Moab había estado quieto desde su juventud y que había estado reposado sobre su sedimento; no había sido vaciado de vasija en vasija, por lo cual su sedimento permaneció en él. Para deshacerse del sedimento uno debe ser vaciado de vasija en vasija; ha de ser vaciado, vez tras vez, hasta que un día no quede nada del sedimento que permanece en el fondo. Moab tenía todo el sedimento, aunque en la superficie parecía ser transparente; en el fondo, no había sido vaciado. Quienes nunca han pasado por pruebas y correcciones no han sido vaciados de vasija en vasija.

  Con frecuencia, tal parece que Dios arranca a la persona de raíz. Puede ser que cuando un hermano se consagre, experimente que Dios lo arranque de raíz, y quizá todo cuanto posee también sea arrancado. Otro hermano tal vez experimente que Dios lo desarraigue de todo lo que poseía, mediante las pruebas y los sufrimientos. Esto equivale a ser vaciado de una vasija a otra. La mano de Dios habrá de triturarnos por completo. ¡Él hace esto a fin de despojarnos de todo nuestro sedimento!

  No es bueno estar tan quietos. Hermanos y hermanas, Dios desea purificarnos. Por esto nos disciplina y nos azota. No piensen que la quietud y la comodidad son algo bueno para nosotros. La quietud en la que estuvo Moab, hizo que ¡siguiera siendo Moab para siempre!

C. Quedó el sabor, y el olor no cambió

  Aquí tenemos unas palabras muy sobrias: “Quedó su sabor en él, / Y su olor no se ha cambiado”. Debido a que Moab no había sido vaciado de barril en barril, de botija en botija y de vasija en vasija, y debido a que nunca fue disciplinado y corregido por Dios, ¡quedó su sabor en él y su olor nunca cambió!

  Hermanos, ésta es la razón por la cual Dios tiene que operar en usted. Él desea eliminar su sabor y cambiar su olor. Él no quiere ni el sabor ni el olor que usted tiene. He dicho en otras ocasiones que muchas personas están “crudas” porque todavía están en su estado original. Nunca han cambiado. Usted tenía cierta clase de sabor antes de creer en el Señor. Es probable que hoy, después de ser creyente por diez años, usted tenga el mismo sabor y su olor sea igual al que tenía antes de creer en el Señor. En el hebreo, el vocablo olor quiere decir “aroma”, que es es el sabor aromático característico de un objeto en su estado original. Antes de ser salvo, usted tenía cierto olor. Y en el presente usted conserva el mismo olor, lo cual quiere decir que no ha habido ningún cambio en usted. En otras palabras, Dios no ha forjado ni esculpido nada en usted.

  ¡La disciplina de Dios es verdaderamente preciosa! Él desea arrancarnos de raíz y vaciarnos de vasija en vasija. Dios nos disciplina y nos trata de diferentes maneras para que perdamos nuestro olor original y demos el fruto apacible de justicia. Esta expresión, fruto apacible de justicia, también puede traducirse: “el fruto apacible, que es el fruto de justicia”.

D. El fruto apacible es el fruto de la justicia

  Recuerden que este fruto es un fruto apacible. El hombre debe estar en paz con Dios para obtener este fruto. Lo peor que uno puede hacer es murmurar, perder la paz y rebelarse cuando está siendo disciplinado. Uno puede afligirse por la disciplina, pero no debe murmurar ni rebelarse. El problema de muchos radica en que no tienen paz; por esto necesitan del fruto apacible cuando están bajo disciplina. Si desea que en usted brote el fruto apacible, debe aprender a aceptar la disciplina. Debe aprender a no pelear ni discutir con Dios. El fruto apacible es el fruto de la justicia. Si uno tiene el fruto de paz, tiene el fruto de la justicia. Por eso el apóstol lo llama “el fruto apacible, que es el fruto de justicia”. La paz es justicia. Y si el fruto interno es paz, la expresión externa será justicia. Si usted posee el fruto apacible en su interior, espontáneamente participará de la santidad de Dios.

  Espero que ninguno de nosotros sea como Moab, que estuvo quieto desde su juventud y sobre su sedimento estaba reposado. Él no había sido vaciado de vasija en vasija ni nunca había estado en cautiverio; por lo tanto, quedó su sabor en él, y su olor no cambió. Algunos han sido creyentes por diez o veinte años y se han quedado en la misma condición todo ese tiempo. No han aceptado ninguna de las correcciones de Dios ni se han sujetado a las mismas. Así que, quedan con su sabor original. Si nuestro olor sigue siendo el mismo por diez o veinte años, quiere decir que nunca hemos producido fruto apacible ante Dios y no hemos sido constituidos de un carácter santo. Nuestra esperanza es que Dios nos constituya con algo, y ese algo se llama un carácter santo.

VII. CONCLUSIÓN

  Hebreos 12:12-13 dice: “Por lo cual, enderezad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se disloque, sino que sea sanado”. Algunas veces parece que la disciplina hace que nuestras manos estén caídas y que nuestras rodillas se paralicen, pero el apóstol nos exhorta a no desanimarnos. Tal vez nuestras manos estén caídas y nuestras rodillas estén paralizadas, pero tenemos el fruto de paz y el fruto de justicia.

A. Enderezad las manos y las rodillas

  No piensen que cuando una persona sufre intensas penalidades y disciplina, no le queda nada que hacer. Después de ser disciplinados y azotados, necesitamos enderezar las manos caídas y las rodillas paralizadas. La disciplina y los azotes darán el fruto apacible, y este fruto de paz es el fruto de la justicia. Si uno está en paz con Dios, obtendrá la justicia. Tan pronto sea apaciguado y se someta a Dios, todo llega a ser recto y apropiado. Al humillarnos, somos constituidos de un carácter santo. Puesto que el fruto apacible es el fruto de la justicia, no debe poner sus ojos en la justicia. Sencillamente examine si tiene paz o no, y si es sumiso y dócil o no. Si usted es dócil y obediente, y si tiene paz, ciertamente la santidad será forjada en su ser. Tenga presente que aunque haya soportado muchas pruebas y experimentado muchas penalidades en el pasado, todavía necesita enderezar sus manos caídas y sus rodillas paralizadas.

B. Haced sendas derechas

  Al mismo tiempo necesita esto: “Haced sendas derechas para vuestros pies”. Hoy en día, podemos decir que hemos pasado por parte de esta senda. Les estamos presentando claramente en qué consiste esta senda. “Para que lo cojo no se disloque, sino que sea sanado”. Aquellos que se han quedado atrás ya no tienen que ser dislocados; pueden ser sanados y unidos a quienes ya han transitado por la senda derecha. Si una persona pasa por pruebas y se humilla bajo la poderosa mano de Dios, verá que su carácter ha sido constituido con la santidad. Además, guiará a muchos por la senda derecha para que no se disloquen, sino que sean sanados.

  Si un hermano se desvía enfrente de nosotros, ello podría desalentar a quienes procuran encontrar el camino correcto. Por esta razón, nosotros mismos debemos ser obedientes; debemos producir fruto apacible. Esto no sólo nos asegura que estamos en el camino correcto, sino que además abrirá a otros este mismo camino para que ellos lo puedan tomar. Los cojos podrán andar por este camino y podrán ser sanados. Recuerdo el hombre cojo que se menciona en Hechos 3. Cuando sus pies se fortalecieron, se puso en pie y comenzó a caminar, a saltar y a alabar a Dios. Un hombre cojo fue sanado, pero en la actualidad hay muchos cojos en este mundo. Ellos pueden ser sanados por la senda derecha que nosotros tomamos. Debemos abrir un camino para que todos los hermanos lo sigan.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración