
Lectura bíblica: Hch. 8:26-39; 9:10-11; 10:1-3, 9-22; Col. 2:18-19; Ef. 4:14-16
El Señor ha estado ministrando en los cielos desde el momento en que ascendió. Sin embargo, para que este ministerio se lleve a cabo en la tierra, necesitamos corresponder al mismo. Han pasado casi veinte siglos y no se ha logrado mucho en la tierra. Por consiguiente, al acercarse el fin de esta era, es urgente que cooperemos con el ministerio del Señor.
Los versículos arriba mencionados son ejemplos que recalcan nuestra cooperación. Todas las citas tomadas de Hechos se refieren a un mover en vida que propaga el evangelio. Durante el tiempo de los Hechos, los discípulos se movían en vida juntamente con el Señor. Vemos esto en el caso de Felipe y el eunuco etíope, en el caso de Ananías y Saulo, y en el caso de Pedro y Cornelio. En cada uno de estos casos vemos un mover en vida efectuado en la esfera de la vida divina, un mover que correspondía con el ministerio del Señor en los cielos.
En contraste, las citas tomadas de las epístolas muestran el crecimiento y la función en vida, más que el mover en vida. Lo que se revela en Efesios y Colosenses no es la actividad del evangelio, sino el crecimiento del Cuerpo y su función. Uno conduce a las personas al Señor, y el otro, edifica el Cuerpo. Para traer a las personas al Señor se requiere de un mover en vida; pero para que el Cuerpo sea edificado, se requiere del crecimiento y de la función en vida.
El mover en vida, el cual trae a las personas al Señor, es externo; en cambio, el crecimiento en vida, el cual edifica el Cuerpo, es interno. Tenemos que cooperar con el ministerio celestial de Cristo, tanto en el aspecto interno como en el externo.
En Hechos 8, 9 y 10, el Señor guió a Sus discípulos externamente con miras a la predicación del evangelio. El Señor ministró desde los cielos para motivar y mover a algunos de Sus discípulos. Supongamos que en aquel tiempo Felipe se encontrara alejado del Señor por haber amado al mundo, que Ananías hubiera caído en pecado y que Pedro hubiera regresado a Galilea a pescar. Aunque Cristo ministrara desde los cielos, no habría obtenido ninguna respuesta en la tierra. Pero, ¡alabado sea el Señor que estos tres discípulos estuvieron dispuestos a responder a Su ministerio celestial!
Como respuesta al ministerio celestial del Señor, Felipe salió de Jerusalén y fue a Gaza (Hch. 8:26). Al caminar por el desierto, él respondía al Cristo celestial. El Señor tenía un discípulo allí en el desierto que cooperaba con Su mover. Cuando Él le dijo a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro” (v. 29), Felipe corrió y escuchó al eunuco leyendo el libro de Isaías. ¿Pueden ver la manera en que Felipe respondió al ministerio celestial de Cristo? Fue por la respuesta de Felipe que el eunuco etíope fue conducido al Señor. Felipe cooperó con el mover en vida para predicar el evangelio.
Lo que aconteció en Hechos 9 fue algo similar. Ananías debió haber estado orando cuando recibió una visión desde los cielos. ¡El Señor le habló mediante “la televisión celestial” y lo mandó a visitar a Saulo! Saulo también estaba orando cuando recibió la transmisión de “la televisión celestial”, ¡y vio que Ananías venía a él! Aquí vemos un triángulo maravilloso, compuesto de Cristo, quien ministraba en los cielos, de Ananías y de Saulo, todo esto con el propósito de traer a Saulo al Señor.
En Hechos 10, un centurión romano llamado Cornelio estaba orando cuando un ángel vino a él y le dijo que enviara a buscar a Pedro. Supongamos que Pedro no hubiera estado disponible cuando los mensajeros de Cornelio llegaban a buscarle. Si Pedro hubiera estado pescando, los mensajeros habrían regresado con las manos vacías y desanimados. Pero aun antes de que llegaran los hombres, Pedro estaba en oración, y ¡recibió la transmisión de “la televisión celestial”! Él vio que descendía de los cielos un objeto semejante a un lienzo lleno de animales inmundos, y oyó una voz que dijo: “Levántate, Pedro, mata y come”, a lo cual él respondió: “Señor, de ninguna manera”. ¡Este maravilloso programa de “televisión celestial” se repitió tres veces! Mientras Pedro estaba perplejo sobre lo que significaría la visión que había visto, los mensajeros se presentaron a la puerta preguntando por él. Así que, él fue con ellos, y Cornelio junto con su familia y probablemente también los soldados, todos fueron traídos al Señor.
Esta es la predicación apropiada del evangelio; es el mover efectuado en la vida divina bajo el ministerio celestial de Cristo. Este no es un movimiento organizado por alguna junta misionera. Cristo, la Cabeza, ejerció Su autoridad para mover a Sus discípulos aquí y allá. Ellos estaban alertas y cooperaron con Su ministerio procedente de los cielos. Espero que la predicación del evangelio en Su recobro sea de esta manera: un mover efectuado en vida de forma prevaleciente, que concuerde con el ministerio celestial del Señor bajo Su autoridad como Cabeza.
Permítanme darles un ejemplo respecto a esto basado en mi propia experiencia. En julio de 1932, recién había regresado a mi casa después de trabajar en la oficina, cuando llegó un hermano. Realmente él buscaba a otra persona, pero aquel hermano ya se había ido. Como aún era temprano, le sugerí que fuéramos a la playa. Cuando íbamos por el camino, él me hizo algunas preguntas sobre temas espirituales. Le dije que sería bueno sentarnos en la playa y hablar acerca de esos asuntos. Y así lo hicimos, conversando aproximadamente de siete a once de la noche. Hablamos acerca del bautismo por inmersión (nuestra denominación practicaba el bautismo por aspersión).
Al finalizar nuestra conversación, me dijo: “Usted es la persona adecuada para bautizarme, y yo soy la persona adecuada para ser bautizada; así que, ¡bautíceme esta misma noche!”.
Yo apenas era un joven de veintisiete años, y no era pastor ni anciano, ni siquiera era diácono; así que me resistí y le dije: “¡No, no, no! ¡No puedo! Soy demasiado joven y no soy ni pastor ni anciano ni diácono. ¡No!”.
Él me reprendió: “Usted predica, pero no practica lo que predica. Usted me habló sobre la persona adecuada que debe bautizar, del lugar correcto para ello y del tiempo adecuado. He estado pensando y he llegado a la siguiente conclusión: éste es el lugar correcto (el mar está frente a nosotros, lleno de agua), ésta es la hora correcta (una noche de verano), yo soy la persona adecuada para ser bautizada, y usted es la persona indicada para bautizarme. ¿Cómo puede negarse a llevar esto a cabo?”.
Me convenció, y a pesar de que no teníamos un cambio de ropa, entramos en el agua y lo bauticé. Después de eso, ¡ambos estábamos en el tercer cielo!
Dos días después, un jueves, yo estaba en la oficina y quise anotar su nombre, pero no supe cómo deletrearlo; así que le pedí ayuda a uno de mis colegas de trabajo que lo conocía bien. A él le intrigó que yo quisiera saber cómo escribir el nombre de su amigo y me preguntó qué había sucedido.
Le dije: “¿Quiere saber lo que sucedió? ¡Anteanoche lo bauticé en el mar!”.
Él se sorprendió mucho, pero más me sorprendí yo cuando me dijo: “¡Usted lo bautizó! ¡Bien, pues yo también quiero que usted me bautice esta noche!”.
En la oficina había otro compañero que también había sido salvo, así que le pedí que me permitiera hablar primero con él. Él estuvo de acuerdo en acompañarnos. Después de salir del trabajo, los tres, junto con el hermano a quien había bautizado antes, fuimos a la playa. Yo le pedí a este hermano recién bautizado que bautizara a los otros, pero él se negó. Esto me inquietó: ¿por qué estaba yo bautizando a las personas como si fuera un pastor? A pesar de ello, bauticé a los dos creyentes nuevos.
Después del bautismo, ¡nos regocijamos sobremanera! Caminábamos por las calles hablando acerca de la gracia del Señor. Hacíamos tanto ruido que un hombre que venía detrás de nosotros se acercó y me preguntó: “¿Es usted Witness Lee?”.
Le contesté: “Sí. ¿Por qué pregunta?”.
Nos dijo que venía de una reunión de oración en una iglesia misionera, donde se habían quejado de que yo había bautizado a uno de sus candidatos, sin que yo fuera anciano ni diácono; ¿cómo podía haberme atrevido a hacer tal cosa? Luego, prosiguió: “Cuando los escuché hablando así, quise conocerlo. Nunca me imaginé que lo conocería tan pronto. ¿Cuándo tendrán su próxima reunión?”.
Para el día del Señor, ya había once de nosotros, y una semana después, empezamos a celebrar la mesa del Señor. El Señor ejerció Su autoridad como Cabeza para congregar a las personas. Aunque el número ciertamente era pequeño, estábamos en concordancia con el Cristo celestial. Desde aquel tiempo, mucho se ha logrado, no por medio de una organización, sino por medio del ministerio celestial de Cristo y por medio de Sus discípulos que cooperan con Él en la tierra.
Ya hemos mencionado algunos de los eventos más maravillosos que acontecieron en el libro de Hechos, los cuales ejemplifican el mover en vida que el Señor efectuó para ganar personas mediante la predicación del evangelio. Veamos ahora, en las epístolas, cómo se edifica el Cuerpo. La edificación del Cuerpo no se lleva a cabo por medio de un mover, sino por medio del crecimiento en vida. Para que esta obra fina y profunda se realice, se necesita una cooperación más fina de nuestra parte.
Cristo es la Cabeza, y nosotros somos los miembros de Su Cuerpo. Colosenses 2:19 nos recuerda que debemos asirnos de la Cabeza, “en virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento de Dios”. Asirse de la Cabeza significa que existe una comunicación directa entre la Cabeza y nosotros; es decir, no hay separación entre Él y Sus miembros. Los miembros responden a todo lo que la Cabeza les ministra. El resultado de dicha cooperación es el crecimiento en vida. Al asirnos de la Cabeza se realiza un crecimiento interior, y no un mover externo. En esta estrecha comunicación entre la Cabeza y los miembros, todas las riquezas de la Cabeza son suministradas a los miembros, y todas las cosas negativas de los miembros son absorbidas por el suministro de vida que procede de la Cabeza.
Crecemos al asirnos de la Cabeza. Uno no crece al estudiar la Biblia o al entender doctrinas. Tal conocimiento no nos ayuda a crecer. La Cabeza misma es la fuente de la vida. Cuando nos asimos de la Cabeza, es decir, cuando nos mantenemos íntimamente conectados con el Señor, entonces Sus riquezas y el suministro de Su vida entran a nuestro ser y llegan a ser nuestro crecimiento en la vida divina.
Efesios 4:15 y 16 dicen: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Estos versículos dan un paso más que Colosenses 2:19. No sólo nos asimos de la Cabeza, sino que también crecemos en Él en todas las cosas. Asirnos de la Cabeza es algo muy personal e íntimo, pero crecer en Él implica cooperar con Él de una manera fina y profunda. Las palabras no son adecuadas para expresar lo que significa crecer en Él, pero quizás algunos ejemplos puedan ayudarnos a entender lo que esto significa.
Dios estableció el matrimonio. Hebreos 13:4 dice: “Honroso sea entre todos el matrimonio”. A las hermanas les agrada tener un esposo, y a los hermanos les complace tener una esposa. Si usted todavía no se ha casado, sin duda alguna piensa en lo maravilloso que sería casarse. Indudablemente, ¡el matrimonio es un arreglo maravilloso! No obstante, como alguien que ha estado casado por más de cincuenta años, debo decirles que la vida matrimonial no es fácil. Si usted aún no se ha casado, no conoce todos los problemas que se presentan en el matrimonio. ¿Qué es lo que ocasiona tales problemas? Los problemas ocurren principalmente porque el matrimonio no se halla asido de la Cabeza. Quizás usted esté dispuesto a crecer en el Señor en todas las cosas, menos en el matrimonio. Si usted es sincero, reconocerá que en lo profundo de su ser usted desea mantener su matrimonio fuera del Señor. Algunas hermanas sufren mucho en su vida matrimonial debido a esto. Quizás usted nunca lo exprese abiertamente, pero mantiene cierta reserva con respecto a crecer en el Señor en su vida matrimonial. Por esta razón, en cuanto a su matrimonio, usted no está dispuesto a cooperar con el ministerio celestial del Señor.
Parece que a las hermanas, en especial, les gusta ir de compras. Por ello, en cuanto a este asunto, les cuesta cooperar con el Señor. Lo primero que ellas hacen por la mañana es tener un tiempo maravilloso orando y disfrutando al Señor, pero tan pronto leen el periódico y ven las ofertas, ¡se olvidan del Señor! ¡Sienten urgencia de ir a las tiendas antes de que se agoten los productos en venta! Pero el Señor, que está en los cielos, también está dentro de ellas, y les dice: “¡No vayas!”. Ellas contestan: “¡Señor, sólo esta vez, dame un poco de libertad!”.
¿No actúa usted de esta manera? Muy temprano por la mañana usted cooperaba con el Señor, pero un poco más tarde, su deseo por ir de compras anuló esa cooperación. Ahora el Señor no puede abrirse paso en usted. Él tiene que sufrir, y usted también sufrirá. Si usted va de compras en respuesta a sus propios gustos, más tarde no podrá orar. Posiblemente pasen dos o tres días sin que usted pueda orar. Durante todo ese tiempo, usted no cooperará con el ministerio celestial de Cristo. Él se habrá ido, y la comunicación entre usted y Él se habrá perdido.
Las hermanas no son las únicas que padecen de esta debilidad. Yo también tengo mis debilidades. En muchas cosas he crecido en el Señor, pero en otras, le he dicho al Señor: “Señor, todo este tiempo he estado amándote. ¿Me permites dejar de amarte por un momento? ¿Me podrías dar unas pocas horas de descanso?”. Basado en mi experiencia, me atrevo a decir que esto también les sucede a ustedes. No necesitan contarme acerca de sus debilidades, pues yo también fui joven y tuve la misma clase de debilidades. Al ceder con respecto a mi debilidad, me alejaba del Señor y no crecía en vida.
A veces son los asuntos grandes los que nos impiden crecer en el Señor; pero otras veces, son las cosas pequeñas. Quizás pensemos que al Señor no le interesan las cosas pequeñas, tales como el estilo de nuestro cabello. No obstante, ya sea algo pequeño o grande, si no crecemos en el Señor respecto a ese asunto, no podremos cooperar con Él. Yo diría que especialmente debemos crecer en Él en las cosas pequeñas. Tal crecimiento en Él nos mantiene en una cooperación directa con Su ministerio celestial, sometidos a Su autoridad como Cabeza. El ministerio celestial de Cristo requiere una cooperación muy fina y detallada de nuestra parte, lo cual nos permitirá crecer.
Cuando nos asimos de la Cabeza y crecemos en todo en Él, recibimos el suministro de vida que Él imparte al Cuerpo. Al asirnos de Él y crecer en Él, las riquezas de la Cabeza fluyen por medio de nosotros. Me gustan estas dos frases: “en aquel” y “de quien” (véase Ef. 4:15-16). Primero crecemos en Él; luego, el suministro de vida procede de Él. Cuando esto se lleva a cabo en nosotros, nos hallamos cooperando con el ministerio celestial de Cristo. Es así como surgen las funciones de los miembros, las cuales edifican el Cuerpo de Cristo.
Es menester que nuestra cooperación con el ministerio celestial del Señor incluya dos aspectos. En la actualidad, entre los cristianos parece existir solamente el mover en vida para la predicación del evangelio, pero hay muy poco crecimiento en vida para la edificación del Cuerpo. No debemos descuidar ninguno de estos dos aspectos. El Señor necesita que cooperemos con Él a fin de que Él pueda llevar a cabo Su mover en nosotros y así conduzcamos a las personas a Él. Pero Él también busca nuestra cooperación para que crezcamos en Él, a fin de que algo proceda de Él para suministrar al Cuerpo y edificarlo.
Al cooperar con el ministerio del Señor en estos dos aspectos, Su voluntad se cumplirá. Si no cooperamos, el Señor no podrá llevar a cabo Su ministerio celestial. Es crucial que todos los que estemos en el recobro veamos esto. A fin de propagar el evangelio y edificar Su Cuerpo mediante el crecimiento en vida, el Señor debe contar con nuestra cooperación aquí en la tierra; debemos cooperar con lo que Él está ministrando desde los cielos. Tenemos que orar mucho para que se lleve a cabo dicha cooperación.