
Lectura bíblica: Col. 1:25-27; Ro. 9:23-24; 2 Co. 4:7; Ef. 3:19b; 4:6; Fil. 2:14; He. 13:20-21; 1 Ti. 3:16
Muy pocos cristianos conocen el ministerio completador de Pablo. Esta expresión el ministerio completador está basada en Colosenses 1:25, en el cual Pablo nos dice que a él se le fue encomendado “completar la palabra de Dios”. Completar la palabra de Dios significa completar la revelación divina. Entonces, no es de extrañar que la versión King James, en inglés, al traducir “completar la palabra de Dios” usando las palabras cumplir la palabra de Dios, haya dejado escondido su verdadero significado.
Sin los escritos de Pablo la revelación de Dios no estaría completa. Si se omitiera de la Biblia las catorce Epístolas de Pablo, desde Romanos hasta Hebreos, sin duda, la Biblia seguiría siendo un libro maravilloso. ¡Miren cuán maravilloso es Génesis y cuán grandioso es el libro de Éxodo! No obstante, si no tuviésemos las epístolas de Pablo, no hubiésemos podido tener los maravillosos estudios-vida de Génesis y Éxodo. ¿Por qué? Porque sin los escritos de Pablo, aunque Génesis y Éxodo son dos libros dignos de admiración, estarían incompletos.
Noten los dos versículos que siguen a Colosenses 1:25 en cuanto a completar la palabra de Dios: “El misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones, pero que ahora ha sido manifestado a Sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (vs. 26-27). En cuanto a la gramática, la expresión el misterio está en aposición con la frase para completar la palabra de Dios. Completar la palabra de Dios es el misterio, y este misterio, que había estado oculto, pero que ahora ha sido manifestado, es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”.
Ahora se preguntarán “¿no nos habla Mateo acerca de la persona de Cristo? Y, ¿no es Cristo también el tema de los otros cuatro Evangelios? No hay duda alguna de que todos los libros que conforman el Nuevo Testamento hablan de Cristo. Sin embargo, ninguno de ellos, a excepción de los de Pablo, nos declara que Cristo es el misterio de Dios. En Mateo se nos habla del misterio del reino de Dios, pero no nos dice que Cristo es misterio de Dios. Al respecto, Marcos y Lucas tampoco hacen mención de ello. Incluso en el Evangelio de Juan, no se encuentra la palabra misterio, aunque sí ocurre en su Apocalipsis; no obstante, Juan no lo menciona tan claramente como lo hizo Pablo en sus epístolas. Pablo es el único que usa la palabra misterio refiriéndose a Cristo y Su Cuerpo.
Cristo es un misterio. ¿Cuál es la fuente de Cristo como misterio? Ciertamente es Dios. Tanto los judíos como los musulmanes afirman conocer a Dios; ambos comparten cierta semejanza en cuanto a su origen, ya que la fe de ellos está basada en el Antiguo Testamento (El Corán, la Biblia musulmana, es en gran parte una imitación del Antiguo Testamento con algunos cambios). El Dios en el que creen los judíos y los musulmanes es el Dios del Antiguo Testamento. Sin embargo, nuestro Dios en el Nuevo Testamento es el Dios en Cristo y por medio de Cristo. Ser cristiano significa entrar en Cristo y por medio de Él entrar en Dios. Dios está corporificado en este Cristo; en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). Todo el ser de Dios se halla corporificado en Cristo. Por ejemplo, mi cuerpo es la corporificación de mi ser; si alguien desea encontrarme, deberá hallarme en este cuerpo. Igualmente, nuestro Cristo es la corporificación de Dios. Todo aquel que tenga un Dios aparte de Cristo, será como un judío o un musulmán. Así pues, Dios es la fuente de este misterio.
¿Cuál es el resultado de este misterio? Este misterio procede de Dios y tiene como resultado la iglesia, la cual incluye a todos los creyentes de Cristo. ¡En todo el universo este es el misterio! Y sin tal palabra, la Biblia no estaría completa. Esta compleción de la Palabra es este gran misterio: Cristo es el misterio de Dios, y la iglesia es el misterio de Cristo; estos dos conforman el misterio de los siglos. Esto se nos es revelado en el ministerio completador de Pablo.
En este mensaje y en los dos siguientes queremos considerar cuál es el enfoque que tiene el ministerio completador de Pablo. En otra ocasión dijimos que el corazón de la revelación divina está conformado por Efesios, Gálatas, Filipenses y Colosenses. En estos mensajes hablaremos de la visión central, el punto principal, del ministerio completador de Pablo.
Habrá tres mensajes sobre este tema debido a que el ministerio de Pablo tiene tres puntos principales: Dios, Cristo y la iglesia. Este mensaje será acerca de Dios. Sin embargo, quisiera primero comentar sobre Cristo, que es el tema del segundo mensaje. La Trinidad constituye el tema más enigmático de toda la Biblia. Si queremos conocer a Cristo, es indispensable que entendamos este enigma. Si no entendemos de qué manera Dios está en Cristo, no conoceremos a Dios ni a Cristo. Además, si no sabemos de qué manera Cristo está relacionado con el Espíritu, y que incluso es idéntico con el Espíritu, no conoceremos a Cristo ni al Espíritu.
Al referirse a Dios, sin duda Pablo nos dice que Dios es el Creador (Ro. 1:25), y esto ya lo sabemos por el Antiguo Testamento; no obstante, éste no es el tema principal de Pablo. Leamos Romanos 9:23-24: “¿Para dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia, que Él preparó de antemano para gloria, a saber, nosotros, a los cuales también ha llamado, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los gentiles?”. Aquí se nos llama vasos. Dios nos ha escogido a fin de ser vasos Suyos, vasos de misericordia para gloria. Esto deja implícito y también nos indica que Dios quiere ser nuestro contenido; Dios desea obtener un envase para Sí mismo.
El hombre es un vaso. En primer lugar, nuestro cuerpo es un vaso, ya que diariamente lo llenamos de alimentos, agua y aire. Día tras día comemos, bebemos y respiramos. Probablemente comemos tres veces al día, sin contar además con las meriendas entre comidas; bebemos aún más y respiramos incesantemente. No importa lo que hagamos, no dejamos de respirar; ya que si lo hacemos, nos graduaríamos de vivir. Al comer, beber y respirar somos llenados; por tanto, nuestro hombre exterior es un vaso.
Nuestro hombre interior es también un vaso. Dios nos creó como vaso para contenerle a Él. En 2 Corintios 4:7 Pablo nos dice: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”, y basados en los versículos 5 y 6 sabemos que este tesoro es Dios en Cristo, que se sembró a Sí mismo en nosotros los vasos de barro. Si bien estamos familiarizados con estos versículos, no vivimos como aquellos que tienen a Dios como su contenido.
El concepto de que somos vasos cuya finalidad es tener a Dios como su contenido, rara vez se cruza por nuestra mente. En lugar de ello, el concepto que con frecuencia ocupa nuestra mente es el que debemos comportarnos apropiadamente, con cortesía, humildad y sin ofender a los demás. Así pues, diariamente nos lamentamos por no haber sido más obedientes a nuestros padres, más amigables con nuestros compañeros de clase y más bondadosos con nuestra hermana o hermano. Es posible incluso que tengamos el concepto de que debemos ser personas más espirituales, y nos propongamos levantarnos más temprano para tener el avivamiento matutino o dedicarle más tiempo a la lectura de la Biblia; estamos acostumbrados a tener tales pensamientos. Pero ¿acaso se nos viene a la mente la idea de que somos vasos cuyo principal propósito es contener a Dios? ¿Tenemos tales pensamientos? Es posible que obedezcamos a nuestros padres y amemos a nuestra hermana, pero no tenemos a Dios como nuestro contenido. Si es así, somos como una caja vacía que procura agradar a los demás, pero sin Dios. Así pues, no son solamente los incrédulos los que han tomado la senda equivocada; no solamente la mayoría de los cristianos se han desviado de esto, sino incluso nosotros mismos, los que estamos en el recobro del Señor, nos encontramos en el camino errado. Cada vez que pensemos en amar a los demás o ser personas bondadosas sin estar conscientes de que fuimos hechos para contener a Dios, habremos también errado el blanco. Tenemos que aprender a olvidarnos de todas estas consideraciones en cuanto a nuestra conducta y preocuparnos únicamente por ser llenos de Dios.
En la Biblia a Dios se le representa como alimento, agua y aire. Debemos alimentarnos de Dios y ser llenos de Él de la misma manera que participamos de los alimentos que comemos, el agua que bebemos y el aire que respiramos. En los últimos veinte años hemos compuesto un buen número de himnos que hablan sobre comer y beber a Cristo e inhalar a Dios. Este pensamiento no existe en los otros himnos cristianos, y para algunas personas la idea de comer a Dios es inculto e inaceptable. No podemos culparles por pensar así, pues ellos carecen de revelación.
No sólo fuimos creados por Dios, sino que también fuimos escogidos por Él a fin de ser vasos de misericordia. Además, no sólo somos vasos de misericordia, sino también vasos preparados para gloria. De los veintisiete libros que componen el Nuevo Testamento, los escritos de Pablo son los únicos que nos transmiten este concepto de que somos vasos para contener a Dios. En el próximo mensaje abarcaremos cómo Dios llega a ser nuestro contenido; pues veremos que en Romanos 8 Dios tiene que ser el Espíritu, que este Espíritu tiene que ser el Espíritu de Cristo, y que es así, entonces, que Dios puede estar en nosotros como nuestro contenido.
Efesios 4:6 dice: “Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. El Padre no sólo es sobre todos y por todos, sino que también es en todos. La preposición en no sólo implica que Dios está con nosotros, sino que Él también está dentro de nosotros. Más aún, como lo ha dicho Pablo en otro versículo, Dios hace Su hogar en nuestro ser; de hecho, la versión al idioma chino de este versículo se vale de una frase que significa que Dios mora en nosotros.
Efesios 3:19b dice: “Para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios”. Ser lleno hasta la medida de toda la plenitud de Dios significa que somos llenos de todo lo que Dios es. Esta plenitud habita en Cristo (Col. 1:19; 2:9). Al morar Cristo en nosotros, Él nos imparte en nuestro ser la plenitud de Dios, lo cual hace que seamos la expresión de Dios. Por tanto, la plenitud de Dios implica que todas las riquezas de lo que Dios es han llegado a ser Su expresión. Cuando estas riquezas se hallan en Él, son Sus riquezas; pero, cuando son expresadas, ellas llegan a ser Su plenitud. Todo lo que Dios es debe ser nuestro contenido. Y nosotros debemos ser llenos de Él de tal manera que llegamos a ser Su plenitud, Su expresión.
Llegar a ser la plenitud de Dios no tiene nada que ver con ser personas amables y humildes, está en una categoría completamente distinta. En estos últimos tres años, me he arrepentido en numerosos ocasiones por haber sido externamente irreprensible, mas sin estar lleno del Señor. Oré diciéndole al Señor: “Señor, perdóname. Te he fallado hoy. Disfruté la compañía de ese hermano, mas yo no estaba lleno de Ti. Amé a algunos hermanos sin estar lleno de Ti. Ayude a la iglesia, mas sin estar lleno de Ti. Si bien mi comunión con los ancianos les ayudó, yo no estaba lleno de Ti. Perdóname por todo aquello que hice, por muy bueno que haya sido, sin tenerte a Ti como mi contenido”. Todos debemos percatarnos de la diferencia que existe entre ser una buena persona y ser una persona llena del Señor.
“Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer, por Su beneplácito” (Fil. 2:13). Según este versículo ¿qué es lo que Dios realiza en nosotros? ¿Nos dice acaso que Dios nos inspira desde los cielos a tener tanto el querer como el hacer? ¿Es el Dios todopoderoso que desde Su trono nos alcanza para estimularnos? No. Más bien dice, Dios es el que realiza en nosotros tanto el querer como el hacer. La palabra griega traducida “realiza” carece de un equivalente exacto en español, aunque “vigorizar” viene de tal palabra y, en cierto sentido, transmite ese significado; sin embargo, el pensamiento de este versículo consiste en que Dios se está moviendo, actuando, trabajando, frotándonos, dentro de nosotros. Nuestro Dios es alguien que trabaja incesantemente en nosotros. No debiéramos pensar de Él como alguien que está en un trono muy lejano a nosotros, sino como alguien que está dentro de nosotros y que constantemente nos toca, se mueve, nos frota y nos molesta.
El siguiente versículo dice: “Haced todo sin murmuraciones y argumentos” (Fil. 2:14)). Mientras usted murmura, Dios todavía opera en su ser. Incluso mientras usted discute, Dios continúa obrando en su ser instándole a detenerse, pero usted le responde: “¡En un minuto!”. Y pese a que su minuto pasó, aunque usted no deja de discutir, ni en ese momento ni después, Dios continúa operando en usted. Su trabajo no cesa nunca. Este es nuestro Dios. Es posible que a usted le parezca que tal clase de Dios es demasiado pequeño. A los judíos les gusta pensar en su Dios como alguien grandioso que ha sido exaltado al trono; pero a mí me gusta tener un Dios tan pequeño, porque este Dios es mucho más práctico y relevante para las situaciones que diariamente tengo que enfrentar. ¡Más vale pájaro en mano que ciento volando! ¡Mi Dios está dentro de mí, inquietándome todo el tiempo!
“Ahora bien, el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno, os perfeccione en toda obra buena para que hagáis Su voluntad, haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo; a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (He. 13:20-21). Si nosotros hubiéramos escrito tal oración, probablemente habríamos dicho algo así: “¡Que el Dios de paz os perfeccione en toda obra buena a fin de que lo glorifiquéis a Él!”. ¿Por qué Pablo insertó esta cláusula modificativa tan larga, “que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno”?
El antiguo pacto fue promulgado por la sangre de los sacrificios. La sangre también abrió la puerta para que el nuevo pacto fuera decretado. El nuevo pacto tiene como fin inscribir en nuestro ser la naturaleza de Dios como la ley de vida, así como darnos un nuevo espíritu e incluso introducirnos en Dios el Espíritu. ¿De quién es la sangre del pacto eterno? Es de Cristo. La sangre de Cristo nos introdujo en Su resurrección, y es en virtud de dicha resurrección que Dios ha entrado en nuestro ser.
¿Cómo nos perfecciona Dios? Dios no nos perfecciona al estar fuera de nosotros en los cielos sino al entrar en nuestro ser. Él puede entrar en nosotros por medio de la resurrección de Cristo. Y la resurrección está aquí mediante el derramamiento de Su sangre. Este Dios, que nos ha sido impartido mediante la resurrección, nos perfecciona “por medio de Jesucristo” y no nos inspira desde los cielos, sino que hace “lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo”. Nuestro Dios ha entrado en nuestro ser por medio de Cristo en Su resurrección. Ahora en resurrección, Él todavía sigue “haciendo” en nosotros, lo que es agradable por medio de Cristo.
“Grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo, llevado arriba en gloria” (1 Ti. 3:16).
Dios se ha manifestado en la carne. Esta declaración no sólo hace referencia a Cristo, sino también a la iglesia. La iglesia está conformada por un grupo de hombres en la carne que manifiestan a Dios; o sea, la iglesia es Dios manifestado en una carne colectiva. ¿Cómo puede manifestarse Dios? Lo manifestamos al participar de Él y ser llenos de Él.
Así es nuestro Dios. Él era el Dios de Pablo. Pero, antes de su conversión, el Dios de Pablo estaba lejos en los cielos. Ahora el mismo Dios del apóstol es el Dios que en resurrección y mediante Jesucristo hace Su hogar en nuestro ser, con el fin de saturarnos consigo mismo y expresarse desde nuestro interior.
Ésta es la visión central que Pablo nos presenta acerca de Dios. Sin embargo, nosotros tenemos nuestros propios conceptos naturales, que no son sino cosas ajenas a esta visión. Quisiera indicarles once de estos conceptos.
El concepto natural del hombre acerca de Dios es que Él debe ser adorado. El hombre como criatura de Dios debe rendirle homenaje al Creador todopoderoso; si bien éste es un concepto noble, es erróneo. Dios no halla satisfacción en aquellos que lo adoran de manera externa; más bien, lo que Dios anhela en Su corazón es que el hombre sea un vaso Suyo.
Cuando el Señor Jesús le habló a la pecaminosa mujer samaritana en Juan 4, ésta cambió el tema, para no hablar de su vida pecaminosa, y habló de la adoración a Dios. En dicha conversación el Señor le indicó que para adorar a Dios ella tenía que beber del agua viva, la cual es Dios en Cristo mediante el Espíritu. La verdadera adoración a Dios es beberle a Él. Cuanto más lo bebamos a Él, más lo adoraremos. Si adoramos a Dios sin haberle tomado primero como nuestro suministro de vida, tal adoración es deficiente, y Dios no estará satisfecho de ello. La adoración externa de Dios es simplemente un concepto natural del hombre.
El hombre no fue creado como bestia o como mono, sino que pertenece a una forma de vida más elevada. Por lo que, tiene el concepto de que debería comportarse conforme a ciertos principios elevados de moralidad. Este deseo por ser una persona ética es un concepto natural y es también erróneo. Esto no significa que Dios quiere que usted cometa inmoralidades; Sus normas son mucho más elevadas que las de usted. No obstante, el concepto de ser una persona ética es contrario a lo que Dios desea para el hombre.
El hombre quiere hacer cosas por Dios. Él quiere cumplir con sus obligaciones religiosas. Sin embargo, lo que él hace por Dios lo hace sin Él. Sin Dios, todo cuanto el hombre hace por Él es erróneo.
Usted se habrá dado cuenta de que en el recobro del Señor no hablamos de tener un tiempo para hacer devociones. Ser una persona devota sin el Espíritu también es erróneo.
Ser una persona que manifiesta piedad es ser alguien que ama a Dios, teme a Dios y se esfuerza por conducirse de tal manera que sea de acuerdo a lo que Dios es. Tal concepto de piedad es muy prevaleciente entre los cristianos más sinceros. En Alemania había un grupo llamado “los pietistas” que procuraban poner en práctica tal piedad en todos los aspectos de su vida cotidiana.
Jacobo 1:27 habla de “la religión pura e incontaminada delante de nuestro Dios y Padre”. Algunos citarían dicho versículo para protestar contra lo que estoy diciendo. ¡Cuán arraigado se halla en nuestro ser tal concepto de que debemos comportarnos de manera piadosa y religiosa! Sin embargo, ser una persona que manifiesta piedad sin el Espíritu también es desviarse de la meta central de la economía de Dios.
Hay denominaciones que se han formado en torno a este concepto, y los que pertenecen a tales denominaciones son llamados los de la santidad. ¿Qué significa para ellos ser santo? Quiere decir que sus miembros no deben llevar faldas cortas, ni deben maquillarse; además, deben asegurarse que su vestimenta cubra todo su cuerpo. Éste es el concepto que tienen los de los grupos de santidad acerca de ser santo.
Los Hermanos se rigen por esta norma, pues juzgan las cosas conforme a sí algo es o no es bíblico. Esto es correcto. Sin embargo, puede estar en lo correcto en cuanto a su propio entendimiento de las Escrituras, pero estar carente de la realidad del Espíritu, lo cual también se habrá apartado de la visión central del ministerio completador del apóstol Pablo.
Entre los cristianos se tiene el concepto de que hay que ser espiritual. Pero, en realidad, qué se quiere decir con ser espiritual no es fácil de explicar.
A algunos cristianos les impresionan las personas que tienen poder pentecostal. A los ojos de ellos, cierto evangelista es considerado como un orador poderoso. Ciertamente, es posible que este orador pueda ser poderoso, pero aun así puede estar errado en lo que concierne a la vida, lo cual lo desviará de la visión central del ministerio completador de Pablo.
Tanto los milagros de curaciones, hablar en lenguas, empastar dientes y alargar piernas, todos se hallan en el cristianismo actual. Los que se interesan por las obras milagrosas están equivocados.
El concepto de obrar por Dios y de realizar obras misioneras a fin de ganar almas para Cristo es muy prevaleciente, pero este concepto discrepa en gran manera con el ministerio completador de Pablo.
Recientemente un hermano nos visitó y nos dio un mensaje que seguramente a ustedes les sirvió de gran ayuda. Él dijo que el huerto de Edén era un huerto de gozo no sólo porque allí estaban el árbol de la vida y el río que fluye, sino porque allí Dios anduvo con el hombre. Más tarde, hablé con ese hermano y le indiqué que debió haber enfatizado lo opuesto. El huerto de Edén era un paraíso no por el único hecho de que Dios anduviera con el hombre, sino que además de eso, allí estaba el árbol de la vida, lo cual indicaba que un día Dios entraría en el hombre a fin de ser su vida. Andar con Dios es secundario comparado con el hecho de tener a Dios en nuestro ser como nuestra vida y como nuestro alimento. Sí; Dios anduvo con Adán en el huerto, pero lo que Él tenía en mente era mucho más que eso; Su propósito fundamental era entrar en Adán y ser su vida y suministro de vida.
En el libro titulado The Practice of the Presence of God [La práctica de permanecer en la presencia de Dios] el hermano Lawrence enseña que tenemos que llevar a la práctica una vida en la presencia de Dios durante todo el día; esta enseñanza corresponde al Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento no hallamos expresiones tales como vivir en la presencia de Dios, más bien se nos insta a andar conforme al espíritu (Ro. 8:4). En vez de ser aquellos que permanecen en la presencia de Dios, nosotros somos un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17). ¿Ve usted la diferencia? Andar junto con Dios es algo maravilloso, pero éste es un concepto del Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento somos uno con Dios, es decir, que cuando yo ando, Dios anda conmigo, y cuando Él anda, yo ando con Él.
Hoy en día son muchos los cristianos que estiman ese “silbo apacible y delicado”, pues piensan que esa es la manera en que el Señor los guía. Nuevamente les digo, ése es un concepto del Antiguo Testamento (1 R. 19:12). No hay esa necesidad de escuchar ese silbo apacible y delicado, pues tenemos a Aquel que mora en nosotros (Ro. 8:11) y también tenemos la unción que permanece en nosotros (1 Jn. 2:27). Esto es mucho más elevado que ese silbo apacible y delicado. En los tiempos del Antiguo Testamento Dios aún no había entrado en el hombre; sin embargo, hoy, en nuestros días, Dios por medio de Cristo en resurrección ha entrado en nuestro ser como Espíritu, ¡y ahora Él mora en nosotros, es uno con nosotros y nos ha hecho un solo espíritu en Él!
Cuando usted escucha un mensaje que le infunde el deseo de andar con Dios, siente que ha recibido una gran ayuda. Y sí, usted ha recibido ayuda, pero tal vez tal ayuda le ha frustrado de entrar a la visión central del ministerio completador de Pablo. Andar con Dios es por completo un pensamiento que está fuera de la visión central del ministerio completador del apóstol Pablo. Si Pablo hubiera escuchado ese mensaje, habría interrumpido al orador y le habría dicho: “Hermano, no prosiga. ¡Hoy en día ya no vivimos en el huerto del Edén. Hoy estamos en la iglesia!”.
Sé que les cuesta entender lo que les estoy diciendo. Los viejos conceptos los han cegado, además ocupan su mente y controlan su manera de vivir. Este era su pasado. Ustedes se acuerdan de cómo Enoc anduvo con Dios por trescientos años y cómo Elías escuchó ese silbo apacible y delicado de Jehová. ¡Cuánto admiran ustedes a esos dos personajes y cuánto les gustaría ser como ellos!
No obstante, Elías les hubiera dicho: “¡Necios! Yo soy el que tengo envidia de ustedes. Aun Juan el Bautista era mayor que yo, pero ustedes son mucho mayor que Juan. ¿Por qué entonces quieren ser como yo? Juan el Bautista era mayor que yo porque estaba más cercano a Cristo. ¡Ustedes no sólo están cerca de Cristo, sino que además son también un solo espíritu con Él! ¿Soy yo mayor que ustedes? No. Yo quiero seguirles a ustedes y con gran gusto lo haría; preferiría prescindir de ese silbo apacible y delicado. ¡Quisiera andar conforme al espíritu, conforme al espíritu que mora en ustedes, conforme al espíritu que permanece en ustedes, conforme al espíritu que los unge!”.
Quiera el Señor abrirles los ojos para que vean aquello que los desvía y aquello que no los desvía de Su economía. Todos aquellos conceptos que les “hacen desviar” de la visión central concuerdan con nuestra natural manera de pensar. Y no es fácil ver esta diferencia.