
Lectura bíblica: Gá. 1:13-16; 2:20; 3:27, 28; 4:19; Col. 1:25-27; 3:3, 4, 8-10; 2 Co. 13:5; Fil. 1:21; Ef. 3:17
Hemos dicho en el mensaje anterior que existen tres puntos principales en el ministerio de Pablo. El primero de ellos, lo cual consideraremos en este presente mensaje, es que Cristo vive en mí, y los otros dos los abarcaremos en los mensajes siguientes.
En la eternidad pasada Dios se propuso y planeó que Cristo viviera en nosotros. Según Efesios 3, Dios planeó en la eternidad pasada forjarse a Sí mismo en Sus escogidos. El propósito eterno de Dios consiste en obtener un pueblo que tenga Su vida. Dios ha de estar en ellos y ellos serán uno con Él. Este pueblo será el Cuerpo de Cristo que expresará a Dios mismo en Cristo. Primero ellos son la iglesia y finalmente serán la Nueva Jerusalén.
La Biblia nos dice que en la eternidad pasada sólo había Dios. Luego, Dios se propuso tener un Cuerpo para Cristo. Con este propósito, Dios creó primero el universo y después creó al hombre, quien es el centro del universo. Génesis 1:26 nos dice que el hombre fue creado de una manera muy particular. El hombre fue creado a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. ¿Por qué Dios creó al hombre según Su forma? Porque Dios tenía la intención de que un día Él entraría en el hombre y haría que éste fuese Su recipiente, siendo Él mismo el contenido del hombre. Desde el principio, desde la creación, el hombre fue preparado a fin de contener a Dios.
Romanos 9:20-21 dice que el hombre es un vaso cuyo propósito es contener algo. Al hombre no se le llamó instrumento porque no fue hecho para que realizara cosa alguna. No es como un martillo que es usado para clavar clavos. Cuando el Señor le habló a Ananías de Pablo, Él dijo: “Vaso escogido me es éste” (Hch. 9:15). Pablo no fue escogido para ser un instrumento o para terminar cierta obra. Él fue escogido para ser un vaso que contuviese a Dios en Cristo, aun hasta los lugares más remotos de la tierra.
Después, el propio Pablo usó esta misma palabra: “Tenemos este tesoro en vasos de barro” (2 Co. 4:7). Si bien sólo somos vasos de barro, tenemos en nosotros cierto tesoro. Este tesoro es el Dios Triuno, es Cristo Jesús y es el Espíritu todo-inclusivo. Pablo era un vaso que llevaba la delantera; era un vaso modelo. Al estudiar la Biblia, tal vez sean muchos los cristianos que se quedan asombrados por la cantidad de trabajo que Pablo realizó. En cierto sentido, Pablo llevó a cabo muchísimas obras. No obstante, su obra consistía en contener al Señor y en llevar el Señor a otros; esto en sí no era exactamente una obra como tal. Dondequiera que Pablo iba, él ministraba el Señor a las personas, no mediante las obras que él hacía, sino más bien, tenía al Señor como contenido suyo y lo compartía a los demás. Pablo era un vaso que contenía al Señor y quien llevaba el Señor a los demás.
Pablo dijo acerca de su conversión: “Agradó a Dios [...] revelar a Su Hijo en mí” (Gá. 1:15-16). A Dios le agradó hacer una cosa: revelar a Su Hijo en Pablo. Antes de que Dios lo llamara, Saulo ya era un vaso escogido, pero estaba vacío. No obstante, tenía su ser ocupado en la religión de sus antepasados, su ser estaba lleno de leyes y tradiciones. Él tenía gran estima de sí mismo. Pablo tal vez consideró que Pedro era un pescador ignorante de Galilea, pero él mismo estaba saturado de la ley de Moisés y la tradición de su pueblo. Sin duda alguna, a diario pensaba acerca de Dios y de cómo podía servirle a Él. Sin embargo, estaba carente de Dios, estaba vacío, pese a que estaba absorto en la ley. Su ser había sido mal usado, usurpado por aquellas cosas ajenas al propósito de Dios.
Dios no quiere un grupo de personas que sean religiosas o incluso personas sin pecado. Saulo se consideró a sí mismo irreprensible, pero carecía de Cristo. Aunque era un celoso de Dios, Dios no estaba dentro de él. El propósito eterno de Dios no consiste en obtener un grupo de personas que guarden la ley; lo que Dios busca es un pueblo que esté lleno de Cristo.
Mientras Saulo permanecía vacío, pero absorto en su religión, nuestro amado Señor vino especialmente no sólo para salvarlo, sino para llenarlo. En camino a Damasco, el Señor lo llamó por su nombre. Cuando Saulo respondió: “¿Quién eres, Señor?”, el Señor entró en él. A Saulo le bastó con decir “Señor” para que el Señor entrara en él. Si usted quiere sacar una foto con una cámara, simplemente presione el botón para activar el obturador; con este toquecito entra la luz, y enseguida la foto está tomada. En el instante en que Saulo dijo “Señor”, el obturador se abrió sin que él se diera cuenta, y el Señor entró en él.
Quizás usted se pregunte si Pablo estaba haciendo referencia a su conversión cuando dijo que “a Dios le agradó [...] revelar a Su Hijo en mí”. Esto es claro en su contexto: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por Su gracia, revelar a Su Hijo en mí, para que yo le anunciase como evangelio entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre” (Gá. 1:15-16). ¿Hubo algún otro momento en la vida de Pablo que Dios le reveló a Su Hijo en él? Según mi parecer es evidente que ese fue el momento en que Dios le reveló a Su Hijo. Pablo, al igual que una cámara, llevaba años cerrado; no estaba dispuesto a abrir su ser aunque Dios, como luz celestial, estaba observando y esperando. Un día, el Señor vino a Saulo y le preguntó por qué le perseguía. En cuanto Saulo respondió llamándole “Señor”, se abrió el obturador y el Señor fue revelado en él. Por supuesto que no fue hasta mucho después que Pablo comprendió lo que había sucedido.
Ésta también es nuestra historia. Cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor, tal vez oramos diciendo: “Señor, soy pecaminoso. Ten misericordia de mí y sálvame”. No era nuestra intención recibir al Señor en nuestro ser; oramos simplemente para que Él nos perdonara, nos salvara y se hiciera cargo de nuestros problemas. No sabíamos que cuando invocamos al decir: “Señor”, abrimos el obturador de la cámara. Quizás transcurrieron un par de días antes de descubrir que Alguien estaba dentro de nosotros. Antes de invocar Su nombre, estábamos solos. Ahora, sin embargo, nos damos cuenta de que Alguien no sólo está con nosotros, sino que ¡también está en nosotros! ¿No es acaso ésta su experiencia? Descubrimos esto especialmente cuando queríamos hacer algo que se relacionaba con nuestra pasada manera de vivir. Supongamos, por ejemplo, que nos dieron ganas de ir a ver una película. Ese Alguien, esa otra Persona que está en nosotros nos dijo: “No siento que eso esté bien”. Mientras nosotros decimos: “Será divertido ir al cine a ver una película”, esa Persona en nosotros dijo: “¡Mejor no vayas!”. ¿Quién es esa Persona? Es el Hijo de Dios que es revelado en nosotros. Él fue revelado en nosotros sin que nos diéramos cuenta de ello. Ya sea consciente o inconscientemente, ¡Él entró en nuestro ser! Ahora ya no podemos deshacernos de Él. Cuanto más invoquemos Su nombre, ya sea positiva o negativamente, más involucrados llegaremos a estar con Él. Tal vez digamos: “Señor, ya basta; déjame en paz. Al menos dame este fin de semana para mí solo, pues tengo algo que hacer”. Cuanto más le hablemos a él de esta manera, más nos molestará. Por tanto, es mejor no invocarle. Si queremos evitar tener problemas con Él, ¡es mejor no hablarle! Tal vez esto ayude, pero lo dudo. Jesús ya no es simplemente un hombre, sino que Él es el Cristo ascendido. Él es el Señor ascendido. Él es el Espíritu todo-inclusivo. Cuando invocamos Su nombre, obtenemos Su Persona. Invocar “Jesús” equivale a abrir el obturador de la cámara fotográfica. La luz celestial entrará en nuestro ser.
Por ejemplo, supongamos que necesito a uno de ustedes. En cuanto llamo su nombre, usted viene a mí. Pero si no quiero que usted venga y no quiero su compañía, lo mejor entonces es que no mencione su nombre. Si insisto: “Fulano de tal, no quiero que usted esté aquí. Váyase fulano de tal y déjeme solo”, lo más probable es que usted aún permanezca aquí.
El Señor es real y viviente. Él está presente y cerca de nosotros. Cuando invocamos: “¡Señor!”, Él viene inmediatamente. En la predicación del evangelio he aprendido la lección de no discutir, aunque quizás la gente argumente con nosotros y se oponga a lo que le decimos. Pero si queremos ganarlos, lo mejor es animarlos a invocar, “Señor Jesús”.
Al comienzo de este mensaje, he puesto la lista de versículos que aparecen en los escritos de Pablo donde se menciona que Cristo vive en nosotros. Pablo nos dice que cuando estaba profundamente inmerso en su celo por la religión y la ley, el propio Señor vino. Desde el momento que el Señor le llamó: “Saulo, Saulo...”, Pablo no podía escaparse. Fue en ese entonces que Cristo se reveló en él (Gá. 1:13-16).
“Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Es extraordinario decir que otra persona vive en nosotros. ¡Otra Persona vive en nosotros! ¡Él no solamente está con nosotros, sino que también está dentro de nosotros! Si fuéramos estudiantes, tal vez tengamos compañeros de cuarto que viven con nosotros, y si estamos casados, nuestra esposa o esposo vive con nosotros. Sin embargo, ninguno de ellos vive en nosotros, y nunca jamás podrán vivir en nosotros. No obstante, los que somos salvos tenemos a una Persona que vive en nosotros. Esta Persona no es insignificante; más bien, ¡es una gran Persona, una persona todo-inclusiva y divina!
¿Se ha dado cuenta de que hay una persona viviente que está en usted? ¡Lo que entró en usted no fue simplemente un pedazo de pan sino una persona viviente; “Ya no vivo yo, mas vive Cristo”. ¿Sabe que el Cristo que está en su ser no es únicamente su vida sino también su persona? Día tras día, mañana y noche, hora tras hora, esta Persona está en usted. Esto es lo que nos dice Pablo en este versículo.
Pablo además dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gá. 4:19). Este Cristo tiene que formarse en nosotros. Él está en nosotros, pero sólo de una forma limitada; Él está restringido, frustrado. Que Él sea formado en nosotros significa que Él ocupe todo nuestro ser. Es decir, desde nuestro espíritu Él tomará control de nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, hasta ocupar todo nuestro ser. Él entrará a cada parte de nuestro ser interior.
En Filipenses 1:21 Pablo dice: “Para mí el vivir es Cristo”. ¡Qué palabra tenemos aquí! Pablo y Cristo vivían juntos como una sola persona. La vida de Pablo era vivir a Cristo. Él era uno con Cristo en su vida y en su vivir. Cristo vivía en Pablo como la vida de éste, y Pablo vivía a Cristo al manifestarlo como su vivir.
Más tarde Pablo oró en Efesios 3:17 diciendo: “Que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”. No sólo se halla en usted otra Persona, sino que también tiene un hogar edificado, lo cual sin duda significa más molestias. Sí; es maravilloso creer en el Señor. Sin embargo, usted tendrá problemas porque otra Persona ha entrado en su ser. ¿Le gustaría tener alguien con usted todo el tiempo? Entonces, si usted se lo permite, esta Persona hará un hogar en usted. ¿Está de acuerdo que esto causará más “problemas”? Cristo ya está dentro de usted, y no podrá deshacerse de Él. Después, Él desea establecerse y hacer Su hogar en usted. ¡Cristo quiere hacer Su hogar en su corazón!
Queridos santos, esto es el evangelio. Nuestro destino es contener a Cristo, para esto fuimos creados. Esto no depende de nosotros, ya que Dios nos creó así. Cristo debe ocuparnos; nuestro destino es ser llenos de Él. El evangelio es simplemente esta Persona viviente y todo-inclusiva, que es tanto Dios como hombre. Tenemos que ser llenos de Él.
Satanás hizo que el hombre cayera, y la caída lo llevó al pecado y al mundo. Algunos de ellos se volvieron del pecado y del mundo y se tornaron a Dios, pero a mitad de camino fueron detenidos. ¿Qué les impidió que lograran su objetivo? La religión. Esto es lo que le sucedió a uno de ellos: Saulo de Tarso. Saulo se tornó del pecado y del mundo con la intención de volverse a Dios. Sin embargo, la religión lo detuvo. Así les pasa a muchos cristianos hoy en día. Ellos se han tornado del pecado y del mundo, y han regresado con la intención de ir en pos de Dios, pero fueron detenidos por la religión. Como consecuencia, Cristo no los llena a ellos. El recobro del Señor debe rescatar a éstos, ayudarlos a ser libres del anzuelo de la religión y guiarlos directamente a Dios a fin de ser llenos de Cristo. En el recobro no hay nada que nos detenga; más bien, todo el tiempo se nos anima a ir a Cristo de manera interior para permitirle que ocupe todo nuestro ser a fin de que seamos uno con Él y que Él sea uno con nosotros. ¡Qué declaración es ésta que hizo Pablo: “Para mí el vivir es Cristo”! Todos nosotros deberíamos decir esto, no sólo con palabras sino también con palabras que son respaldadas con los hechos. Debiéramos proclamar a todo el universo que “¡para mí el vivir es Cristo!”. Sin este punto la revelación divina no sería completa.
Incluso al leer este mensaje, aún necesitamos compleción. Nos hemos vuelto del pecado y del mundo con la intención de ir en pos de Dios. No obstante, hemos llegado sólo a la mitad del camino, pues hay algo que, si bien tiene cierto parecido a Dios y no es pecaminoso ni mundano, nos ha retenido. En lo que respecta a la revelación de Dios, usted anda atrasado. Dios desea que Cristo ocupe todo su ser hasta que sea verdaderamente capaz de proclamar: “Para mí el vivir es Cristo”. Hasta que no sea así, usted anda atrasado en cuanto a la revelación completa de Dios. Por tanto, usted necesita el ministerio completador. Esta compleción no es sino Cristo que, como Persona viviente, entra en usted, llena su ser, haciéndose a Sí mismo uno con usted y haciendo que su vivir sea Cristo mismo.
Todo lo que estoy diciendo se encuentra en la Biblia. ¿Por qué entonces el pueblo de Dios no se ha dado cuenta de esto? Un día, por la misericordia de Dios, vi estas cosas. Yo crecí en el cristianismo; allí nunca se me dijo que Cristo vivía en mí. Pero cuando el Señor me abrió los ojos, no podía contenerme; tenía que traer estos mensajes del Lejano Oriente al mundo occidental. Ustedes están atrasados con respecto a la revelación de Dios. ¡Están atrasados y necesitan ser completados! ¡“Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”! (Col. 1:27). Lo que Dios les ha destinado no es ir a los cielos, sino contener a Cristo. Vuestro destino es contener a Cristo y ser llenos de Él. Al tener a Cristo en su ser, ustedes tendrán la verdadera esperanza y la verdadera gloria.
¿Puede proclamar que para usted el vivir es Cristo? ¿Está Cristo en usted? ¿Está Él llenándolo? ¿Ha ocupado todo su ser? ¡Qué evangelio tan alto es éste!
De todos los libros de la Biblia, es en los escritos de Pablo donde se nos dice más claramente que Cristo vive en nosotros. ¡No es de extrañar entonces que su ministerio sea el ministerio completador (Col. 1:25)! A Dios le agradó revelar a Su Hijo en nosotros. Ahora, ya no vivimos nosotros, mas vive Cristo en nosotros. Él está siendo formado en nosotros y haciendo Su hogar en nuestros corazones. Él es nuestra esperanza de gloria. Él es nuestra vida (Col. 3:4). Para nosotros el vivir es Cristo.
Por ser Él uno con nosotros, somos diferentes a los demás y somos diferentes a lo que éramos antes. Ahora somos personas llenas de Cristo. Somos Cristo-hombres. Ésta es la definición de lo que es un cristiano. Los cristianos somos Cristo-hombres, pues Él ha ocupado todo nuestro ser.