
Lectura bíblica: Ef. 2:19-22; 6:11-18; Gá. 6:10, 16
Muchos cristianos piensan que la iglesia no es nada más que la reunión de los que Dios ha llamado a salir. Y sí, es correcto; pero ése no es el significado de la iglesia. En realidad, la iglesia es la continuación, la reproducción, la multiplicación y la expansión de Cristo. En el Nuevo Testamento —en los escritos de Pablo, los cuales dan conclusión a la revelación divina— se nos dice que Cristo es el misterio de Dios y que la iglesia es el misterio de Cristo. Afirmar que Cristo es el misterio de Dios deja implícito que Él es uno con Dios, que Él es Dios expresado y que Él es la historia de Dios. Según el mismo principio, la iglesia, como misterio de Cristo, es la expresión de Cristo y la historia de Cristo.
Podríamos afirmar que la iglesia es Cristo. Para aquellos que carecen de una visión clara, tal afirmación les suena como blasfemia, pues según ellos la iglesia está conformada por seres humanos que han sido llamados como una congregación. Ellos piensan que decir que la iglesia es Cristo o Su continuación equivale a deificarla. No hay duda de que la iglesia no es Dios; sin embargo, ella posee la naturaleza divina.
Considere la manera en que los escritos de Pablo describen a la iglesia; casi todos los aspectos que él menciona implican la existencia de una relación orgánica. La iglesia ha nacido de Dios en Cristo y ha recibido la vida y naturaleza de Dios, del mismo modo que un hijo recibe la vida y la naturaleza de su padre. Nadie puede refutar el hecho de que un hijo es igual a su padre en vida y naturaleza. Esto es igualmente cierto en cuanto a la iglesia. Sin embargo, la iglesia no es deificada; ni es un objeto de adoración. Únicamente Dios debe ser adorado.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Ciertamente, el cuerpo físico posee la misma vida y naturaleza que la cabeza. La iglesia es uno con Cristo en vida y naturaleza. Sin embargo, Cristo es el Señor, y la iglesia no lo es. Cristo como Señor es digno de adoración, mas no debemos adorar a la iglesia.
La iglesia es la novia de Cristo. Así como Eva fue formada de una costilla de Adán, la iglesia provino de Cristo. La costilla denota la vida eterna, y la iglesia es el producto de la vida eterna. Del mismo modo que Eva regresó a Adán y llegó a ser una sola carne con él, la iglesia ha regresado a Cristo y es ahora un espíritu con Él. Vemos aquí, de nuevo, una relación orgánica; somos orgánicamente uno con Cristo. Él expresa a Dios, y nosotros lo expresamos a Él.
En el mensaje anterior abordamos seis aspectos de la iglesia descritos por Pablo. En este mensaje abordaremos los otros seis aspectos en cuanto a lo que es la iglesia.
En Efesios 2:19 Pablo nos dice: “Sois [...] miembros de la familia de Dios”. La palabra griega traducida “familia” no sólo significa familia, sino también casa. Podríamos pensar que la casa es una cosa y una familia es algo muy distinto. Una casa es el edificio en el que vivimos, y una familia es la que está conformada por los padres y sus hijos. Por un lado, tenemos una casa en la que vivimos, por otro tenemos una familia con la que vivimos. Sin embargo, desde la perspectiva del Nuevo Testamento, tanto la casa como la familia son una misma cosa. La casa de Dios es Su familia. Nosotros somos tanto Su casa como también Su familia. Dios no tiene otra casa que no sea Su familia. Dios vive en nosotros y nos considera Su casa.
La palabra familia también implica una relación orgánica. Ya no somos “extranjeros ni advenedizos”, sino miembros de la familia de Dios de una manera orgánica. Somos familia de Dios. Hemos nacido de Él y poseemos Su vida y naturaleza. No sucede lo mismo con los ángeles. Tal vez usted hubiese deseado ser como los ángeles y le hubiese gustado actuar como tal, pero ellos no son hijos de Dios, sino siervos de Él, y debido a que son los siervos de nuestro Padre, ellos también son nuestros siervos. ¡Pero nosotros somos más que siervos! Somos la familia de Dios.
Además de ser miembros de la familia de Dios, también somos llamados los conciudadanos de los santos (Ef. 2:19). Esta palabra, conciudadanos, denota el reino de Dios. La palabra familia se refiere a una relación de vida, mientras que la palabra reino denota autoridad. La iglesia no sólo posee la vida de Dios, sino que también tiene Su autoridad. Dios es tanto el Padre como el Rey; por consiguiente, ¡somos miembros de una familia real! Por haber nacido en la familia de Dios, tenemos Su vida y disfrutamos de Sus riquezas. Pero por ser conciudadanos en Su reino, estamos bajo Su autoridad y tenemos Su autoridad. El reino de Dios es la esfera en que Dios ejerce esta autoridad. ¡Nosotros somos los ciudadanos del Rey!
La familia de Dios está edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra de ángulo Cristo Jesús mismo, en quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu” (Ef. 2:20-22).
Por estos versículos vemos que los miembros de la familia de Dios, Su casa, necesitan ser edificados. La madera o piedra amontonada no es una casa. Para edificar una casa se requiere que cada material se use de manera exacta. Y nosotros, pese a que conformamos la familia de Dios, tenemos que ser edificados si hemos de llegar a ser Su morada. Esta edificación no se menciona en el versículo 19, sino en los subsiguientes tres versículos, mencionados anteriormente. Primero se menciona la edificación universal, y después la local. Necesitamos ambos aspectos de esta edificación: tanto con los santos de nuestra localidad como con los santos de toda la tierra.
En el versículo 20 se describe de manera general la edificación llevada a cabo sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo el mismo Cristo Jesús la piedra del ángulo. Luego, el versículo 21 habla de la edificación universal: “En quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”. Todos los santos de la tierra han de ser juntamente edificados para ser un templo santo. Una vez edificado este templo, éste constituirá la iglesia universal. La expresión vosotros también, mencionada en el versículo 22, hace referencia a los santos locales. No solamente todos los creyentes del mundo entero deben ser edificados, sino que “vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”.
En nuestra consideración de lo que es la iglesia, tenemos que prestar atención a la edificación. ¿Somos la familia de Dios? No vacilaremos en contestar: “¡Alabado sea el Señor, sí lo somos!”. Pero aquí tenemos otra pregunta: En el aspecto práctico, ¿somos la morada de Dios? No podemos responder muy rápidamente a esta pregunta.
Ser la familia de Dios no significa que hemos sido edificados. Sin embargo, para que Dios obtenga una morada se requiere que seamos edificados. Si estamos dispersados, como es el caso de la mayoría de los cristianos, ciertamente no habrá edificación. No obstante, ¡alabado sea el Señor que hemos sido introducidos en Su recobro! Ya no estamos dispersos, sino que nos estamos reuniendo juntos. ¿Significa esto que ya hemos sido edificados? No necesariamente. Después de habernos reunido por un tiempo, es posible que nos conozcamos unos a otros y sintamos cierto afecto mutuo. Esto, de nuevo, no es necesariamente la edificación, sino más bien es como una pila de materiales amontonados. No hay duda que un montón de materiales no es una morada.
Cuando nos reunimos, ¿somos un montón de material o somos un edificio? Un edificio requiere que todas sus partes estén debidamente cortadas y acopladas entre sí. Cada una de las partes debe ser colocada en la posición y en el orden debido en relación con las demás partes. Así pues, el edificio se produce una vez que todos sus componentes hayan sido transformados y hayan alcanzado cierta medida de crecimiento junto con otros miembros, al punto que ellos están bien acoplados entre sí. Al reunirnos podemos constituir un montón; pero solamente la edificación provee una morada.
Puesto que somos la familia de Dios, también deberíamos ser la casa de Dios. No obstante, la familia es un asunto de vida por nacimiento, mientras que la morada para Dios no sólo incluye la vida, sino también la edificación. Cuando hay vida y edificación, entonces allí está la morada de Dios.
En esta tierra, Dios prácticamente no tiene hogar. Si bien Él tiene una familia, todavía no ha obtenido una casa en la que pueda morar. Al estar aquí reunidos, todos conformamos la familia de Dios, y en cierto sentido, esto es como una reunión familiar. Si bien es posible que los miembros de una familia vivan dispersos en diferentes países, habrá ocasiones especiales en las cuales podrán celebrar una alegre reunión familiar. Pero esta clase de reunión no es un hogar. Para que haya un hogar, es indispensable que haya una edificación. Dios tiene una gran familia en la tierra, y dondequiera que vayamos nos podemos reunir con algunos de Sus hijos; no obstante, Él todavía no tiene un hogar, debido a que no hay edificación.
Son muchos los creyentes que poseen la vida de Dios, pero no han sido edificados. Ustedes que se encuentran aquí en Blackpool deben tener la certeza de que en Blackpool no sólo está la familia de Dios, sino también Su morada. Debe haber edificación y vida. Para ser la familia de Dios basta con poseer la vida de Dios; sin embargo, para que Dios tenga un hogar, es imprescindible que todos sean juntamente edificados. Lo mismo podemos afirmar de Stuttgart. Espero que entre ustedes aquí no solamente tengan la vida de Dios, sino también la edificación. Y que tal los que vienen de Dinamarca, los de Neuchâtel, y de otras localidades? Ustedes ya están en la familia; pero ¿son también la morada de Dios?
Esta edificación posee dos aspectos: local y universal. En el aspecto local somos la morada de Dios, y en el aspecto universal somos el templo santo del Señor. Por ejemplo, por ser yo un miembro de la iglesia en Anaheim, he sido edificado con los santos allí. Además, no sólo esto, sino que también creo que he sido juntamente edificado con todos los santos de la tierra. Por tanto, dondequiera que se encuentren las iglesias, yo he sido edificado local y universalmente. No me considero un extraño o un extranjero cuando estoy aquí en Stuttgart; soy parte del templo santo universal del Señor.
Ser edificados no significa ser allegados unos a otros. Dos maderas podrían estar una al lado de la otra y, aun así, no formar parte de un mismo edificio; así también, es posible que haya cierta intimidad entre ustedes sin que ello signifique que estén edificados. Yo solía decirle a los santos que debían saber quién estaba al lado suyo, quienes estaban encima, detrás, debajo, y delante de ellos; con esto les enseñaba que ser edificados era saber en que parte de la casa encajaban, como si fueran maderas que han sido empotradas en un edificio. Pero ahora me doy cuenta de que esta explicación era un concepto natural.
Ser edificados es crecer juntos. Efesios 4 nos lo explica así: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado [...] causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor” (vs. 15-16). La verdadera edificación es un crecimiento. Crecer consiste en salirnos de nosotros mismos para crecer en Cristo, quien es la Cabeza. Este crecimiento es gradual. La medida en que salimos de nosotros mismos y entramos en Aquel que es la Cabeza es el factor que determina nuestro crecimiento, y éste también es el factor que determina cuánto seremos edificados. Cuando salimos de nosotros mismos y crecemos en Cristo, somos edificados.
Aquí de nuevo quisiera hacerles notar que es Pablo en su ministerio completador quien abarca el tema de nuestra edificación. Es en sus escritos donde vemos que somos la familia de Dios; también nos muestra que llegar a ser la morada de Dios depende de cuánto estemos edificados, y que tal edificación depende, a su vez, de nuestro crecimiento, y que cuanto más crezcamos en Cristo y seamos edificados, más obtendrá Dios Su morada.
A partir de las exhortaciones presentadas en Efesios 6:11-18, vemos que la iglesia también es un guerrero, el cual necesita la armadura de Dios para poder estar firme contra las estratagemas del diablo.
En este universo se está librando una batalla. La iglesia debe ser un guerrero que pelea, por un lado, en beneficio del reino de Dios y, por otro, contra el enemigo de Dios. La iglesia no es únicamente el hombre, la novia, la familia de Dios y Su morada, sino que también es, a su vez, un guerrero equipado por Dios para batallar contra Satanás y las potestades de las tinieblas que están bajo él. Los problemas que se suscitan en esta tierra provienen de estas potestades espirituales y malignas que están en el aire. La iglesia es la que tiene que estar firme contra estas potestades malignas de las tinieblas.
La iglesia no libra esta batalla por su propia fuerza sino en Cristo. Cristo mismo es la armadura que Dios nos provee. No obstante, vestirnos o no vestirnos de esta armadura depende de nosotros. Cristo es el cinto para ceñirnos los lomos, el escudo para apagar los dardos de fuego de Satanás, el yelmo de salvación, y la espada para aniquilar al enemigo. Nos vestimos de Cristo como nuestra vestidura y nos escondemos en Él a fin de pelear la batalla por Dios.
Hemos descrito diez aspectos de lo que es la iglesia —el misterio de Cristo, Su Cuerpo, Su plenitud, el nuevo hombre, Su novia, la obra maestra de Dios, la familia de Dios, el reino de Dios, la morada de Dios y el guerrero—, todos los cuales se encuentran en Efesios. Pero ahora para ver los dos últimos aspectos debemos ir al libro de Gálatas.
En Gálatas 6:10 la iglesia es llamada la familia de la fe. Vemos aquí que el ministerio completador de Pablo nos presenta otra revelación de lo que es la iglesia usando una expresión muy específica: la familia de la fe.
En Gálatas Pablo hace un contraste entre la ley y la fe. Los judaizantes conforman el pueblo de la ley, mientras que los creyentes, la familia de la fe. El primero pertenece al Antiguo Testamento y el segundo, al Nuevo Testamento. Así pues, el uso de este término, la fe, denota la economía neotestamentaria de Dios; es una manera exhaustiva de decir lo que Dios está haciendo en la actualidad, lo cual no es otra cosa que impartirse en Su pueblo escogido. Podríamos decir que la fe es un paquete, en el cual está envuelta la economía neotestamentaria de Dios.
Esta fe entra en nosotros cuando conocemos a Cristo y sentimos aprecio por Él. A medida que oímos acerca de Él, comenzamos a conocerle y, como resultado, sentimos aprecio por Él. El aprecio que sentimos por Él genera fe en nosotros. De este modo, recibimos a Cristo en nuestro ser y el Dios Triuno es impartido a nosotros. Todo este pensamiento se halla incluido en la expresión la fe. Nosotros no pertenecemos a la ley, sino a esta fe. La ley no puede impartirnos vida, por tanto, no puede producir una familia. Los que son de la ley no tienen vida; pero la fe nos impartió la vida divina e incluso nos impartió a Dios mismo. Por tanto, la fe posee una familia.
¡Los creyentes formamos la familia de la fe que engendra! Somos los miembros de una familia que se extiende por toda la tierra. Y esta familia tiene un nombre: la familia de la fe. Nosotros somos miembros de esta gran familia de la fe, que es la iglesia.
En el Antiguo Testamento, Dios contaba con un pueblo que daba testimonio de Él y lo expresaba. Ese pueblo era la nación de Israel. En el Nuevo Testamento, el verdadero Israel de Dios es la iglesia. De hecho, en Gálatas 6:16 Pablo usa la expresión el Israel de Dios.
Hoy en día existe la nación de Israel, el Israel según la carne; el cual no es el verdadero Israel. El verdadero Israel de Dios es la iglesia. Por tanto, hay dos Israeles: uno según la carne, que se encuentra en Palestina, y el otro según el Espíritu, al cual pertenecemos nosotros. Pablo nos dice que todos los que anden conforme a esta regla, es decir, la nueva creación como norma de vida, son el Israel de Dios.
¿Se considera a usted mismo como un verdadero judío? Si usted no se considera como tal, usted no está lo suficientemente familiarizado con el ministerio completador de Pablo. Debido a lo que dice Gálatas 6:16, me atrevo a afirmar que ¡yo soy un verdadero judío! Los judíos que viven en Israel no son los verdaderos judíos. Si usted visitara ese lugar, vería que los judíos en nada expresan a Dios; más bien, entre ellos existe una situación que es mundana e incluso pecaminosa. Esa fue la impresión que tuve hace varios años, en los pocos días que permanecí allí. Sin embargo, ellos siguen siendo el Israel de Dios, pero según la carne. Nosotros somos el Israel de Dios en el Espíritu. Debido a que nosotros somos la iglesia, todas las bendiciones prometidas por Dios en la Biblia son nuestra porción.
En los escritos de Pablo se nos revela esta maravillosa iglesia. Él ciertamente completó la palabra de Dios (Col. 1:25).