
Este libro está compuesto por mensajes dados por el hermano Witness Lee en tres conferencias celebradas durante la primavera de 1980. Del capítulo 1 al 5 son mensajes dados en Copenhague, Dinamarca en abril de 1980. Del capítulo 6 al 11 son mensajes dados en Seattle, Washington en mayo de 1980. Del capítulo 12 al 17 son mensajes dados en la cuidad de Nueva York, Nueva York en abril de 1980.
En la primera sección se nos presenta a Cristo en calidad de Dios. El primer versículo dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. El Verbo no solamente estaba con Dios, sino que era Dios. Quisiera preguntarles: ¿Es Cristo el Hijo de Dios o Dios mismo? Ya en el primer capítulo de Juan surge esta cuestión, pues en el versículo 18 se refiere a Él como “el unigénito Hijo”. En Juan 1:1 Cristo es Dios, en Juan 1:18 Él es el Hijo de Dios. Reflexionemos sobre esta pregunta.
Con respecto al Verbo, el versículo 14 añade: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...] lleno de gracia y de realidad”. ¡Dios se hizo carne! No es de sorprender, pues, que Pablo haya dicho: “grande es el misterio de la piedad” (1 Ti. 3:16). Dios fue manifestado en la carne. Jesús de Nazaret no era nada menos que Dios mismo. Él era Dios encarnado. Si bien Hebreos 13:8 nos dice que: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”, no obstante, en la eternidad pasada, Cristo no era un hombre. “En el principio” (Jn. 1:1) hace referencia a la eternidad pasada. En aquel entonces Él era Dios, pero todavía no era hombre. Sin embargo, cierto día, Él se encarnó. En la encarnación Él tomó otra forma. No hubo cambio alguno en Su naturaleza divina, sino que únicamente su forma externa cambió. Él subsistía en forma de Dios, pero “se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres” (Fil. 2:6-7).
¿Cuál fue el propósito de que Cristo se hiciera hombre? Fue con el propósito de que la gracia y la realidad vinieran a nosotros (Jn. 1:14). ¿Qué es la realidad? Todo lo que hay en este universo es vanidad. Nada es real, excepto Dios mismo. Sin Él, todo lo que nos queda es vanidad. Dios, por medio de la encarnación, vino para ser nuestra realidad.
¿Qué es la gracia? El Verbo encarnado estaba “lleno de gracia”. Juan 1:17 nos dice: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. Muchos cristianos consideran que las bendiciones materiales son la gracia de Dios. Sin embargo, este versículo deja bien en claro que antes que el Señor Jesús viniera, la gracia no estaba disponible para los hombres. Es posible que hayan habido bendiciones materiales en el Antiguo Testamento, pero eso no era la gracia. Cuando Dios se hizo hombre, entonces, vino la gracia. La gracia es Dios disfrutado por nosotros. Cuando le recibimos, poseemos la realidad. Esta realidad, al ser disfrutada por nosotros, es la gracia. La gracia es Dios mismo como nuestra vida, nuestra luz, nuestra santidad y nuestra justicia. Disfrutar a Dios de tal manera todo-inclusiva es disfrutar de la gracia. Antes que Cristo viniera, no era posible disfrutar de Él de esta manera. Ahora que Él se encarnó, Él puede ser la realidad y la gracia del hombre.
El versículo 16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. De Su plenitud hemos recibido. Esto incluye infinidad de cosas, tales como: gozo, consuelo, paz, descanso, perdón, redención, justicia, paciencia, santidad, poder, luz, vista, etc. En nosotros mismos carecemos de todas estas cosas. No tenemos paciencia, ni somos personas sumisas. Todo lo que tenemos es negativo: pecados, debilidades y deficiencias. La Biblia les dice a las esposas que deben sujetarse a sus esposos (Ef. 5:22), y a los esposos que amen a sus esposas (v. 25). Pero ¿quién puede cumplir con esto? Las mujeres no son sumisas ni los varones son amorosos. Pero tanto la sumisión como el amor están incluidos en la plenitud de Cristo que hemos recibido. ¡De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia!
Hay tres problemas principales que debemos resolver, a saber: ¿Cómo quitar nuestros pecados? ¿Cómo Satanás puede ser destruido? y ¿cómo la vida de Dios puede llegar a ser nuestra vida?
En los primeros doce capítulos de Juan se resuelven estos tres problemas. Allí, Cristo es representado en tres diferentes cuadros. Estos tres cuadros son tres aspectos diferentes de Su muerte.
En Juan 1:29 Cristo es: “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. En primer lugar, Cristo murió como el Cordero redentor. En la cruz, Él murió por nuestros pecados y nos redimió con Su sangre. Su muerte quitó nuestros pecados.
En Juan 3:14 el Señor, refiriéndose a Sí mismo, nos dice que “como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. A los ojos de Dios, cuando Cristo fue levantado en la cruz, Él tenía la forma de una serpiente de bronce, es decir, la semejanza de la carne de pecado (Ro. 8:3). ¿Por qué adoptó Él esta forma? Fue “para destruir por medio de la muerte al que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (He. 2:14). Mediante Su muerte en la cruz, Cristo juzgó a Satanás y lo destruyó. Los cristianos sienten gran aprecio por el hecho de que Cristo muriera por nosotros como el Cordero de Dios, pero a muy pocos se les ha dicho que, además, Él murió en la forma de una serpiente de bronce.
El relato de la serpiente de bronce se encuentra en Números 21:5-9. Allí se describen dos clases de serpientes. La primera está conformada por las serpientes venenosas que mordieron y envenenaron a los hijos de Israel, como un castigo por quejarse. La segunda clase de serpiente es la serpiente de bronce que Moisés hizo conforme a la orden que le dio el Señor y que luego puso sobre una asta para que todo el que haya sido mordido la viese y fuese sanado.
Cristo era como aquella serpiente de bronce. Él fue levantado en la cruz “para que todo aquel que en Él cree, tenga vida eterna” (Jn. 3:15). Debido a que el diablo fue juzgado y destruido mediante la muerte de Cristo, al creer en Cristo obtenemos vida eterna.
En Juan 12:24 el Señor se comparó a un grano de trigo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Al morir, Cristo fue como un grano de trigo que murió a fin de que la vida divina que estaba en Él fuese liberada y nos fuese impartida. Originalmente, la vida divina estaba confinada a un solo grano; pero mediante la muerte, la vida contenida en este grano fue liberada e impartida a muchos otros granos. ¡Ahora nosotros somos esos granos de trigo!
¿Han visto estos tres aspectos de la muerte de Cristo? Es debido a todos estos aspectos que ahora podemos recibir a Cristo. Éramos pecadores, sujetos al poder tenebroso de Satanás y ajenos de la vida divina. Al morir como el Cordero, Cristo pudo llevar sobre Sí nuestros pecados y eliminarlos; al morir como la serpiente de bronce, Cristo destruyó a Satanás; y al morir como el grano de trigo, Él nos impartió la vida divina. ¡Nuestros pecados han sido quitados! ¡El diablo fue destruido! ¡La vida de Dios en Cristo está disponible para nosotros! Ya no hay impedimento alguno para que recibamos todo lo que pertenece a Dios. Ahora tenemos plena confianza por la sangre de Cristo para entrar en el Lugar Santísimo a fin de recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Todo cuanto necesitamos de Cristo ahora podemos recibirlo. Si ahora mismo necesitamos refrigerio espiritual, podemos volvernos a Él y declarar: “¡Aleluya! ¡Mis pecados fueron borrados, el diablo fue destruido y la vida divina me fue impartida!”. ¡Él les dará refrigerio espiritual! Si ustedes me preguntan qué necesidad tengo, yo les diría que ahora mismo, me hacen falta las palabras apropiadas para explicarles esto. Mientras les hablo a ustedes, dependo del Señor para tener el poder e impacto necesario al hablarles. Necesito las palabras nuevas y apropiadas para este momento a fin de ganarlos a ustedes para el Señor. Mientras les dirijo estas palabras, oro diciendo: “¡Señor, gana los países escandinavos! ¡Conquista Suecia! ¡Noruega! ¡Dinamarca! ¡Finlandia!”. ¡Tengo hambre por esto! ¡Necesito que el Señor sacie tal hambre! Ustedes también pueden lograr que esta clase de hambre y sed sea saciada. Tener hambre del Señor es indicio de que le buscamos. ¿Por qué vamos en pos de Él? Es debido a que Él quitó nuestros pecados y destruyó a Satanás. El diablo está bajo nuestros pies. Por un lado, debemos enfrentarnos a los pecados y Satanás; por otro, la vida divina fue impartida a nuestro ser haciéndonos hijos de Dios.
En Juan 1:12-13 se nos revela que somos hijos de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. ¿Cómo es posible que nosotros, seres humanos, seamos hechos hijos de Dios? Esto es posible debido a que la vida de Dios vino a nuestro ser. Esto sucedió porque el grano de trigo cayó en tierra y murió. La vida contenida en ese grano ha sido liberada e impartida a muchos granos. Nosotros somos esos granos, los hijos de Dios, los que poseen Su vida.
¿Para qué se usan los granos de trigo? Para formar un solo pan. Nosotros, que somos muchos, somos parte de un solo pan, un solo Cuerpo (1 Co. 10:17). Los muchos hijos de Dios son miembros de Cristo a fin de que Él tenga un Cuerpo vivo.
Los temas tratados en este mensaje forman parte del ministerio remendador de Juan. Incluso en nuestros días, esta verdad de que muchos granos son ahora poseedores de la vida divina a fin de que Cristo obtenga un Cuerpo es un tema que prácticamente ha sido ignorado por la gran mayoría de cristianos. Este punto ha sido dañado. Juan intervino para reparar el daño. Los otros evangelios no tocan este tema, sino que es Juan quien nos dice que nuestro Cristo era Dios y que Él se hizo hombre para traernos la realidad y la gracia, a fin de que le recibiéramos, que Él murió en la cruz, como el Cordero de Dios que quita nuestros pecados, como la serpiente de bronce que destruyó al diablo y como el grano de trigo que libera la vida divina impartiéndola en muchos granos, que son los hijos de Dios para el Cuerpo de Cristo.
Éste es el primer punto principal ministrado por el ministerio remendador de Juan. El ministerio de Pablo completó la Palabra de Dios un cuarto de siglo antes; pero en años posteriores, muchas enseñanzas dañinas fueron introducidas en la iglesia. Debido al daño causado por tales enseñanzas, Juan escribió su evangelio, sus epístolas y el libro de Apocalipsis. Estos escritos eran para reparar la tela rasgada de la iglesia. ¡Cuánto le debemos a este ministerio remendador!