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Mensajes del libro «Ministerio remendador de Juan, El»
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CAPÍTULO DIEZ

NUESTRO ESPÍRITU ES NACIDO DE DIOS Y TIENE LA SIMIENTE DE DIOS EN ÉL

  Lectura bíblica: 1 Jn. 3:9; 5:4a; Jn. 3:6b; 2 P. 1:4

  En este mensaje abordaremos el quinto misterio en 1 Juan.

  Comenzamos con el misterio de la vida, la vida eterna y divina, la cual es, en realidad, el Dios Triuno mismo. Después, hablamos de la comunión; es decir, de la vida que se mueve en nosotros haciendo que Dios y nosotros seamos uno. Después, continuamos con el morar mutuo; nosotros permanecemos en el Dios Triuno, y Él permanece en nosotros. En el último mensaje abordamos el tema de la unción, el mover del Dios Triuno en nuestro interior como el Espíritu compuesto y todo-inclusivo.

  La unción, como dijimos, imparte los elementos divinos a nuestro ser. Todos estos elementos están contenidos en el Espíritu compuesto. Además de la divinidad, también está la humanidad, la muerte de Cristo y su eficacia, y la resurrección de Cristo con su poder, forman parte de dicho compuesto. Este Espíritu vivificante, el propio Dios Triuno que ha sido procesado a fin de entrar en nuestro ser, es el que ahora nos unge, nos “pinta”, para que podamos ganar más de Él. A medida que recibimos no solamente los elementos divinos, sino también la muerte y la resurrección de Cristo, obtenemos también la capacidad aniquiladora apropiada, así como el rico nutrimento que necesitamos. Aquella muerte maravillosa opera en nuestro ser aniquilando todo lo negativo que se encuentra en nuestro ser natural. Aquella resurrección maravillosa nos suministra las riquezas divinas de Cristo. Al ser ungidos de esta manera, somos transformados y crecemos hasta alcanzar la madurez.

  El quinto misterio en 1 Juan es un misterio doble, pues incluye tanto nuestro espíritu regenerado como la simiente de Dios. Ambos están dentro de nosotros, aún cuando sean abstractas e invisibles.

LA NATURALEZA TRIPARTITA DEL HOMBRE

  La Biblia claramente nos enseña que tenemos un espíritu. La creencia de que el hombre está compuesto de tres partes: el cuerpo, el alma y el espíritu; es llamada tricotomía. Esto es de acuerdo a la Biblia. En Génesis 2:7 se nos dice que: “Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente”. Incluso con base en este versículo resulta claro para nosotros que el hombre tiene tres partes. Dios primero usó el polvo para dar forma al cuerpo físico del hombre; después, Él usó del aliento para formar el espíritu del hombre, este hálito de vida entró en el hombre y se convirtió en su espíritu humano. Este espíritu del hombre es mencionado en Proverbios 20:27. En el idioma hebreo el Espíritu y el aliento son la misma palabra. Esto nos da a entender que el aliento que fue soplado dentro del hombre se convirtió en el espíritu humano. Cuando estas dos partes, el cuerpo y el espíritu, se unieron, se produjo una tercera parte, un alma viviente. En 1 Tesalonicenses 5:23 también se mencionan estas tres partes: “El mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Así pues, la tricotomía es una enseñanza conforme a las Escrituras.

  Sin embargo, hay algunos maestros cristianos que en lugar de esto creen en la dicotomía. Ellos se adhieren a las corrientes de la psicología que afirman que el hombre tiene apenas una parte visible, su parte externa, y una parte invisible, su parte interna. La parte externa es la parte inferior, mientras que la parte interna es su parte superior o más elevada. Para quienes creen en esto, el espíritu y el alma son sinónimos.

  Los que tradujeron The New American Standard Version evidentemente creen en esto. En Filipenses 2:2 ellos hablan de estar unidos en espíritu (“united in spirit”) y en 2:20 hablan de similitud en el espíritu (“of kindred spirit”). En ambos casos, la palabra griega del original no es la que se traduce como espíritu, sino psujé, que se traduce como alma. En nuestra Versión Recobro somos más cuidadosos y tradujimos estas palabras de acuerdo con el griego. Es posible que los eruditos que hicieron aquella traducción conocían bien el idioma griego, pero debido a su concepto, según el cual el espíritu y el alma son sinónimos, ellos tradujeron según sus conceptos en vez de traducirlos como dice la Biblia.

  ¿Creen ustedes que espíritu, mente, alma y corazón son simplemente diferentes maneras de referirse a una misma cosa? ¡La Biblia, sí hace distinciones entre ellas! La Biblia habla con gran aprecio de nuestro espíritu, mientras condena nuestra alma. En Su salvación Dios rechazó nuestra alma, pero regeneró nuestro espíritu. Nuestro espíritu es un placer para Dios. Los animales tienen almas, pero los árboles y las flores no. Si no hacemos distinción entre el espíritu y el alma, nos ponemos en la misma categoría que los gatos y perros. Como seres humanos tenemos una parte en nosotros que es un tesoro. En Zacarías 12:1 se nos dice que el Señor “extiende los cielos, funda la tierra y forma el espíritu del hombre dentro de él”. ¡Cuán importante será el espíritu del hombre que se encuentra en la misma categoría con los cielos y la tierra! En la Biblia, además de Dios mismo, hay tres cosas importantes: los cielos, la tierra y el espíritu del hombre (no su alma). Nosotros no somos meros animales, somos hombres que poseen un espíritu.

UN ÓRGANO QUE RECIBE

  Nuestro espíritu fue creado por Dios como el órgano con el cual podemos recibirle. No debemos confundirlo con ningún otro órgano. Supongamos que hubiera un médico que considera que el estómago, el corazón, el hígado y los riñones son todos sinónimos y que son el mismo órgano. ¡Qué clase de médico sería éste! El estómago es el órgano que recibe nuestros alimentos. Ingerimos los alimentos con nuestra boca y después pasan a nuestro estómago para ser digeridos. Estos alimentos, después de haber sido completamente digeridos, son asimilados para formar parte de nuestros tejidos y células, llegando a formar parte de nosotros. ¡Cuán útil es este órgano físico con el cual recibimos nuestro suministro material! Pero además, tenemos otro órgano con el cual podemos recibir el suministro espiritual. Este suministro es Dios mismo.

  Después de crear al hombre, Dios le proveyó el árbol de la vida y le dijo que comiera con toda libertad (Gn. 2:8-9, 16). Esto da a entender que era necesario que el hombre creado por Dios recibiera esta vida, la cual era Dios mismo, como su suministro. Juan 6 deja esto bien en claro. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida [...] Éste es el pan que desciende del cielo, para que el que de él coma, no muera [...] el que me come, él también vivirá por causa de Mí” (vs. 48, 50, 57). Podemos comer al Señor Jesús, porque Él es nuestro suministro de vida. Él es el alimento de vida que procede del cielo.

UN ÓRGANO QUE PERCIBE

  Reflexionemos sobre este órgano que recibe este alimento espiritual y celestial.

  ¿Dónde está nuestro espíritu? No estamos seguros. Sabemos que tenemos dos corazones, uno físico y el otro psicológico. Ciertamente sabemos dónde está nuestro corazón físico, pero ¿dónde está el psicológico? Es muy difícil decirlo. No podríamos señalar su ubicación, aunque por experiencia sabemos que está dentro de nosotros. Lo mismo sucede con nuestro espíritu. Nuestra experiencia confirma que tenemos tal órgano dentro de nosotros.

  Supongamos que me sobreviene el pensamiento de que necesito contactar al hermano fulano de tal. Mi mente reflexiona y lo aprueba. Mi parte emotiva tiene el deseo de ir. Por lo cual, mi voluntad toma la decisión de visitarlo. No obstante, hay un sentir mucho más profundo indicándome que no debo visitar a dicho hermano. Mi mente, parte emotiva y voluntad están de acuerdo en que debo hacerlo, pero ¿qué parte de mí, entonces, me dice que no lo haga? No puede ser mi alma, así que tiene que ser el espíritu.

  Valgámonos de otra ilustración. Es posible que usted lleve una vida muy cómoda, tiene una buena familia, una linda casa, come bien y se viste bien, está contento con su trabajo y al anochecer tiene tiempo para escuchar música. Su entorno es muy tranquilo. No obstante, usted percibe que algo le falta, que necesita algo más. ¿De donde procede esta sensación de vacío? Externamente, usted parece estar satisfecho, pero en lo profundo de su ser, no lo está.

  Esta parte en lo profundo de nuestro ser que se siente insatisfecha la Biblia la llama: nuestro espíritu humano. Incluso en el caso de una persona caída, su espíritu humano ha sido preservado por Dios. Sus malas acciones proceden, no de su espíritu, sino de su mente, parte emotiva, voluntad y corazón. Ningún versículo de la Biblia nos dice que el espíritu del hombre es maligno. Pero al contrario, cuando se refiere a la mente, se nos dice que ésta es corrupta (2 Ti. 3:8); y del corazón, nos dice que es engañoso y perverso (Jer. 17:9). El espíritu del hombre caído, si bien está amortecido (Ef. 2:1, 5), ha sido soberanamente resguardado por Dios.

  Cuando escuchamos la predicación del evangelio, la palabra de Dios conmueve nuestra conciencia y hace que nos arrepintamos. El arrepentimiento es un acto del espíritu. Es una respuesta a nuestra conciencia, la cual es parte de nuestro espíritu, la parte más importante. Por tanto, cuando creemos en el Señor e invocamos Su nombre, el Espíritu de Dios entra en nuestro espíritu. Él entra a fin de vivificarnos con la vida de Dios, es decir, de regenerarnos.

EL ESPÍRITU REGENERADO

  El Espíritu de Dios y la vida de Dios se encuentran ahora en nuestro espíritu regenerado. ¡Hemos nacido de Dios! Algo de Dios ha sido concebido en nuestro ser. No solamente nos hemos unido a Él, sino que estamos mezclados con Él. No solamente fuimos concebidos por Él, sino también con Él.

  Nuestro lenguaje humano no alcanza a describir la relación en vida que tenemos con Dios. Hemos nacido de Dios, no hemos sido adoptados por Él. No es que hayamos nacido en la calle y luego Dios nos recogió y nos adoptó. Ni tampoco es que Él simplemente se añadió a nosotros. Cuando nacimos de nuestro padre terrenal, nacimos con su vida; en cierto sentido, él fue concebido dentro de nosotros. Lo mismo sucede con Dios, poseemos Su vida porque Él fue concebido dentro de nosotros. Hemos llegado a ser participantes de la naturaleza divina (2 P. 1:4).

  Este nacimiento ocurrió en nuestro espíritu. Como dice Juan 3:6b: “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Aquello que es nacido del Espíritu de Dios es nuestro espíritu humano.

  Por haber sido criado en China, yo estudié las enseñanzas éticas de Confucio. En sus escritos él no habla sobre Dios, sino solamente sobre la ética. El punto culminante de sus enseñanzas es su declaración de que la enseñanza más elevada consiste en cultivar la virtud resplandeciente del hombre. Con virtud resplandeciente él se refería a la conciencia. Así pues, el mejor de sus consejos era que debíamos cultivar la sensibilidad de nuestra conciencia. Antes de ser salvo, yo sentía cierto aprecio por las enseñanzas de Confucio. Después, sin embargo, comprendí que tenía algo muchísimo mejor. Los seguidores de Confucio no pueden obtener una enseñanza más elevada que la de cultivar su conciencia. Ahora no solamente tengo una enseñanza, sino un hecho: que el Espíritu de Dios está en mi conciencia y yo poseo la vida divina. ¡Cuánto mejor es que Dios mismo haya nacido en mi espíritu y yo posea Su vida!

  ¿Se ha puesto a pensar alguna vez en que el Espíritu de Dios y la vida divina están en su espíritu? Supongamos que a usted se le dio un hermoso diamante antes de venir a esta reunión. ¿Acaso no se vería reflejado en su rostro el gozo de poseer tal tesoro? ¿Cómo podría usted esconder su complacencia? Esa misma complacencia y gozo debiera verse reflejada en su rostro si verdaderamente se diese cuenta de qué es lo que tiene en su espíritu. Ciertamente en su creencia, usted tiene a Dios, e incluso tiene el Espíritu de Dios y la vida de Dios; pero en términos de su experiencia, usted no se ha percatado de ello adecuadamente. Si así fuera, estaría fuera de sí, gritando aleluyas y alabando al Señor por Su vida en usted. ¡Su espíritu ha nacido de Dios! ¡Dios ha nacido en usted!

  En los pasados cincuenta años, desde que fui salvo, he sido plenamente resguardado por el Señor. Jamás tuve que pasar por un tiempo de caer de nuevo en pecado. ¿Qué es lo que me ha guardado todo este tiempo? Es el entusiasmo que tengo a raíz de haber comprendido que mi espíritu ha nacido de Dios. ¡Qué el Dios vivo está en mi espíritu, como también Su Espíritu y Su vida están allí! ¡He comprendido qué maravillosa persona soy al tenerlo a Él en mí! Estoy verdaderamente muy feliz de poder testificar de esta Persona maravillosa que vive en mí. ¡Vale la pena entusiasmarse por Él!

  Pablo le dijo a Timoteo: “El Señor esté con tu espíritu” (2 Ti. 4:22). Él no dijo que el Señor estuviera en la mente de Timoteo, a fin de que él tuviese una mente sobria; ni tampoco que el Señor estuviera con su buen corazón. ¡No! Sino, ¡el Señor esté con tu espíritu!

  Hemos estado hablando de nuestro espíritu, pero si ustedes se fijan, descubrirán que en 1 Juan la palabra espíritu, ¡no es usada ni una sola vez! No obstante, se hace referencia al espíritu en 5:4: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. La palabra todo, aquí, tanto como en el texto original, es neutra.

  Hay una parte en nuestro ser que ha nacido de Dios. No todo nuestro ser fue regenerado, sino únicamente nuestro espíritu. Nuestro cuerpo será transfigurado cuando el Señor venga. Nuestra alma está en el proceso de ser transformada. Pero es nuestro espíritu el que ha nacido de Dios. Es nuestro espíritu el que vence al mundo.

VENCER AL MUNDO

  Su experiencia les confirmará esto. Antes de ser salvos, ustedes amaban el mundo. Incluso después de haber sido salvos, el mundo todavía seguía ejerciendo atracción sobre ustedes. Sin embargo, pueden testificar que siempre que se sentían atraídos por el mundo, había algo en ustedes que se levantaba en contra de tal atracción. Una parte dentro de ustedes no estaba de acuerdo en que continuasen amando al mundo. Es posible que su mente todavía permanecía ocupada con asuntos mundanos, que sus emociones todavía respondían a la atracción mundana, que ustedes todavía se sentían atraídos por el encanto del mundo. Pero su espíritu rehúsa todo ello. Dentro de ustedes, su espíritu constantemente aborrece el mundo. Es nuestro espíritu el que vence al mundo.

  ¡Hagámosle caso a esta parte de nuestro ser! No sigamos los dictados de nuestra mente. Comencemos temprano cada día por medio de decirle al Señor: “Señor, gracias que tienes una parte dentro de mí que ha nacido de Ti. Gracias, por mi espíritu, que vence al mundo. Señor, ten misericordia de mí. Concédeme la porción de gracia que necesito para que en este día pueda vivirte mediante esta parte nacida de Ti. Gracias, Señor, que tengo esta parte en mi ser”.

  No intenten usar otro órgano para vencer al mundo. Si ustedes quieren ver, tienen que ejercitar sus ojos, ¡no sus oídos! Para vencer al mundo, el órgano correcto es nuestro espíritu regenerado. No es nuestra mente inteligente ni tampoco nuestra voluntad férrea. Su espíritu fue regenerado cuando usted creyó en el Señor Jesús. Ha nacido de Dios, con Dios y en Dios. Este órgano es capaz de vencer al mundo.

LA SIMIENTE DE DIOS

  “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9).

  En este versículo “todo aquel” parece referirse a toda la persona. Sin embargo, por 5:4, sabemos que la única parte de nuestro ser nacida de Dios es nuestro espíritu. Por favor, noten la segunda parte de este versículo: “la simiente de Dios permanece en él”. La simiente de Dios permanece en nosotros.

  Supongamos que ustedes quieren cultivar algunas flores. Primero, compran las semillas y las siembran en la tierra. La semilla es la simiente de la flor, pero también es la flor misma. Lo mismo sucede con la simiente de Dios; la simiente de Dios es Dios mismo que se ha sembrado en nuestro ser. Después de unos días de haber plantado aquellas semillas, algo brotará del suelo. Después de más tiempo, se verán algunos tallos, y antes de lo que esperamos, veremos algunas flores preciosas. Si hemos plantado semillas de clavel, veremos flores de clavel. Entonces, ¿qué es lo que florece de una semilla de Dios? Esta semilla que crece, brota y florece, ¡es Dios mismo!

  Dios es una simiente en nosotros, la cual crece hasta que Él mismo florece. Ésta no es una enseñanza humana ni es propia del pensamiento filosófico griego o la ética china. Ésta es una verdad celestial. El Dios Triuno, el Dios todopoderoso, infinito y eterno ha sido sembrado en nuestro espíritu, ¡para que Él mismo crezca y florezca!

  En esta serie de mensajes hemos considerado cómo vivir a Cristo. Ya dijimos que le vivimos mediante la comunión, mediante el permanecer mutuo y por la unción. Ahora, tenemos que añadir lo que hemos tratado en este mensaje. Vivimos a Cristo por el espíritu que ha nacido de Dios y por la simiente de Dios que hace que Dios mismo crezca dentro de nosotros y florezca de nosotros. En lugar de cometer pecados, este maravilloso espíritu vence al mundo.

  Vivamos a Cristo por el espíritu y por esta simiente de Dios que está dentro de nosotros.

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