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Mensajes del libro «Ministerio remendador de Juan, El»
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CAPÍTULO DOS

CRISTO, LA CORPORIFICACIÓN DEL PADRE, POR MEDIO DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN, LLEGÓ A SER EL ESPÍRITU QUE MORA EN NUESTRO SER

  Lectura bíblica: Jn. 14:8-11, 16-20, 23; 15:4-5; 16:13-15; 7:37-39; 20:22

LA VIDA Y EL ESPÍRITU

  La vida es algo asombroso debido a que ella es misteriosa. Incluso nuestra vida humana es un misterio. Entonces, ¡cuánto más misteriosa habrá de ser la vida de Dios! La vida es mencionada repetidas veces en el Evangelio de Juan, mucho más que en los otros evangelios. La vida a la que Juan se refiere es la vida eterna que no fue creada, la vida que es Dios mismo. Esta vida, ¡ciertamente es un misterio! A la postre, Juan nos dice que esta vida es el Espíritu divino mismo.

  En Juan 1:1 se nos dice que el Verbo era Dios. Después, en Juan 1:14, se nos dice que el Verbo se hizo carne. No obstante, en Juan 4:24 se afirma que Dios es Espíritu. En la eternidad pasada existía el Verbo, el cual era Dios. El Verbo se hizo carne, pero Él es también el Espíritu. ¿Quién puede explicar esto? La carne y el espíritu casi siempre son presentados en un contraste del uno contra el otro; no obstante, aquí se nos presenta al Verbo, a Dios, a la carne y al Espíritu relacionados entre sí.

  El Señor vuelve a referirse al Espíritu en Juan 14 al decir que Él pedirá “al Padre” que envíe al “Espíritu de realidad”, el cual permanecía con los discípulos y estaría en ellos (vs. 16-17). Después, en el siguiente versículo, Él les dice: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”, con lo cual daba a entender que la venida del Espíritu era la venida del propio Señor. En aquel día Él estaría en ellos (v. 20), lo cual quiere decir que cuando el Espíritu de realidad morase en ellos, el Señor Jesús mismo estaría en ellos. Esto muestra claramente que aquí el Señor se identifica con el Espíritu.

  Después de Su resurrección, el Señor se le apareció a Sus discípulos (Jn. 20:19-22) y les mostró Sus manos y Su costado. Entonces, “sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. El Señor no vino a ellos para impartirles enseñanzas, ni para darles órdenes, sino ¡para soplar en ellos! Él sopló el Espíritu Santo en ellos. En el griego la palabra que se traduce “espíritu” es la misma que se traduce “aliento”. Por tanto, también podríamos traducir lo que el Señor les dijo al soplar en ellos como: “Recibid el aliento santo”. Cuando Él sopló en ellos, lo que ellos recibieron fue Su aliento. Ellos recibieron el Espíritu Santo por medio de inhalar el aliento del Señor.

CRISTO COMO EL CORDERO, LA SERPIENTE DE BRONCE Y EL GRANO DE TRIGO

  Como explicamos en el mensaje anterior, la primera sección del Evangelio de Juan, los capítulos del 1 al 12, nos muestra que Cristo era Dios, pero que un día Él se hizo carne. Él se hizo hombre para efectuar nuestra redención y abrir el camino que nos permitiese recibir la vida divina. Al morir para efectuar la redención, lo hizo en tres formas. Él era el Cordero de Dios para efectuar nuestra redención; Él tenía la forma de la serpiente de bronce para destruir al diablo; y era como un grano de trigo que cae en la tierra y muere a fin de liberar la vida divina impartiéndola en muchos granos.

  ¡Cuánto debemos regocijarnos! Nuestros pecados han sido quitados, el diablo fue destruido y la vida divina fue liberada e impartida a nosotros, con lo cual fuimos hechos ¡los muchos hijos de Dios y los miembros del Cuerpo de Cristo!

CRISTO SATISFACE TODA NECESIDAD

  En los primeros doce capítulos de Juan se nos presentan nueve casos. Estos casos nos demuestran que Cristo puede satisfacer la necesidad de toda persona, independientemente de su clase social y de cuán irremediable pueda parecer su caso.

Nicodemo

  El primer caso presentado es el de un hombre justo que buscaba a Dios, este hombre se llamaba Nicodemo (Jn. 3:1-21). A una persona tan noble y bondadosa el Señor le dijo: “Tienes que nacer de nuevo”. Si una persona tan refinada como Nicodemo necesitaba ser regenerada, ¡cuánto más los que son malos! Lo que es nacido del Espíritu divino es el espíritu humano (v. 6). Por medio de creer en este Cristo amado, somos regenerados, este segundo nacimiento, el cual ocurre en nuestro espíritu, hace de nosotros hijos de Dios. No importa cuán bueno fuese Nicodemo, él seguía siendo apenas un hijo de hombre. Y esto también es cierto con respecto a nosotros. Así pues, no es necesario que nos pongamos a pensar si somos buenos o malos. Aun si fuéramos los mejores entre los hombres, no tenemos la vida de Dios hasta que hayamos nacido de nuevo.

  ¡Cuán maravilloso que tenemos dos padres! Tenemos un padre terrenal, a quien le debemos nuestra vida física, pero también tenemos un padre espiritual, ¡el cual es Dios! ¡Somos hijos de Dios! ¡Qué posición tan excelente la nuestra a causa de la regeneración!

La mujer samaritana

  El segundo caso fue el de una mujer inmoral y menospreciada (Jn. 4:6-42).

  Esta mujer samaritana había venido al pozo de Jacob a sacar agua. Ella había tenido cinco maridos y ahora vivía con un sexto hombre, el cual no era su marido. Sin duda, que todos los que la conocían, la menospreciaban. Pero el Señor vino a tal persona. Él la entendía y sabía como satisfacer su necesidad. ¿Por qué había tenido tantos esposos? Debido a la sed que tenía en su ser, que ninguno de sus maridos pudo saciar. Cada vez que cambiaba de esposo, ella tenía la esperanza de saciar su sed. Después de cinco inútiles intentos para satisfacer tal anhelo, ahora ella intentaba por sexta vez obtener la satisfacción que deseaba.

  ¿No somos iguales a ella? Intentamos con una cosa y luego con otra, buscando satisfacción. Después de un poco de tiempo, nos sentimos insatisfechos y acudimos a algo diferente. Cuando este nuevo intento no nos trae la satisfacción que buscábamos, ¡“cambiamos de marido” nuevamente! No importa lo que probemos de las aguas de este mundo, siempre nos deja vacíos y sedientos. Entonces, el Señor Jesús viene a nosotros. Debido a que estamos sedientos, Él también está sediento. “Dame de beber”, nos dice. ¡Nosotros somos el agua que Él necesita para saciar Su sed!

  Lo que el Señor Jesús le dio a la mujer samaritana fue agua viva, una fuente que saltó en ella para vida eterna. Con esta agua, ella fue satisfecha.

El hijo del oficial del rey

  El tercer caso fue el de un niño que estaba a punto de morir (Jn. 4:46-54). Su padre, un oficial del rey, acudió al Señor y le pidió que viniera y sanara a su hijo, quien estaba moribundo.

  ¿Se dan cuenta de que están moribundos? Incluso si todavía son jóvenes y se sienten llenos de vida, en realidad, ustedes están muriéndose. Cuanto más viven, más cerca están de morir.

  Pero, ¡aleluya!, el Señor Jesús viene en medio de una situación de muerte a fin de liberarnos. Por Su palabra: “Ve, tu hijo vive”, Él sanó a aquel que estaba a punto de morir.

El incapacitado

  El cuarto caso fue el de un hombre que había permanecido incapacitado en su lecho por treinta y ocho años (Jn. 5:2-9). Cuando el Señor intervino y dio la palabra, aquel hombre enfermo de inmediato sanó; después de lo cual, recogió su lecho y caminó. ¡Nuestro Señor puede satisfacer la necesidad de todo hombre!

La multitud hambrienta

  El quinto caso fue el de una gran multitud que seguía a Jesús y cuya hambre fue satisfecha por Él (Jn. 6:2-13, 26-57). El Señor les dijo que Él era el pan de vida que descendió del cielo. Él quería hacerles saber que podían comer de Él. ¡“El que me come, él también vivirá por causa de Mí”! Él es el alimento celestial que puede saciar nuestra hambre.

Los sedientos

  El sexto caso fue el de los sedientos (Jn. 7:37-39). En el último día de la fiesta, Jesús clamó a gran voz: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”. Él apagará nuestra sed e incluso hará que ríos de agua viva corran desde nuestro ser. Al hablar así, Él se refería al Espíritu “que habían de recibir quienes creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Después de Su crucifixión y resurrección, Él fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora, todo el que tenga sed puede acudir a Él y beber de Él.

  ¡Bebed del Espíritu! Él saciará vuestra sed, les llenará y fluirá de ustedes como ríos de agua viva.

La mujer sorprendida en adulterio

  El séptimo caso fue el de la mujer que sorprendieron en adulterio (Jn. 8:3-11). De acuerdo con la ley de Moisés, ella debía haber sido apedreada hasta morir. Los escribas y fariseos trajeron a esta mujer al Señor Jesús a fin de ponerlo a prueba y provocarlo a decir algo diferente a lo que prescribía la ley. La respuesta del Señor fue: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”, con lo cual hizo que todos se alejaran admitiendo silenciosamente su condición pecaminosa. Entonces, el Señor se volvió a la mujer que había sido dejada sola con Él, y, en lugar de condenarla, el Señor la libertó. En este caso el Señor satisfizo la necesidad de una pecadora liberándola del cautiverio del pecado.

El ciego

  El octavo caso fue de un ciego cuya vista le fue restaurada por el Señor (Jn. 9:1-38). El Señor vino a él, ungió sus ojos y le impartió la vista.

Lázaro

  El noveno y último caso fue el de Lázaro (Jn. 11:1-44). Lázaro murió y fue enterrado, pero el Señor Jesús vino y lo llamó. Cuando Él fue al encuentro de un hombre que estaba sumido en la muerte, Él le levantó. No hay caso que sea demasiado difícil para Él.

  Los casos presentados en esta primera sección de Juan demuestran que el Señor Jesús puede satisfacer toda necesidad.

CRISTO DEJA A LOS DISCÍPULOS

  En Juan 14 ocurre un cambio. El Señor le dijo a los discípulos que Él se iría (v. 2). Esta noticia turbó a los discípulos pues ellos disfrutaban estar con Él. Además, Él les dijo que era mejor para ellos que Él se fuera. Después de todo, Él solamente podía estar entre ellos, pero no en ellos. Siempre y cuando estuviera con ellos físicamente, Él estaba entre ellos y fuera de ellos; pero Su anhelo era poder estar en ellos y ser su vida misma.

  En el capítulo 10 Él les había dicho: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (v. 10). Él había venido no solamente para disfrutar de la compañía de Sus discípulos. Los discípulos estaban felices de poder estar en Su presencia, pero todavía no tenían Su vida en ellos, pues Él todavía no podía entrar en ellos.

  ¿Cómo podría Él entrar en ellos? Él era Dios, pero un día, se hizo carne. En Su condición de hombre, Él se dedicó a satisfacer las necesidades de los hombres y Sus discípulos estaban felices de poder estar con Él, ellos le amaban y se regocijaban de tenerlo en Su compañía. Pero para Él, esto no era suficiente. Mientras Él permaneciera fuera de ellos, no estaría satisfecho.

  Hace más de veinte años, mi familia y yo vivíamos en Taiwán. Un día de invierno compré una gran sandía. Puesto que veníamos del norte de China, no estábamos acostumbrados a ver tales sandías durante el invierno; pero en Taiwán, un país de clima tropical, las sandías podían ser adquiridas todo el año, así que me sentía feliz de poder llevar una sandía así a la casa. Cuando puse esa sandía sobre la mesa, mis ocho hijos se arremolinaron alrededor llenos de emoción; pero entonces yo levanté la sandía y me la llevé a la cocina. La menor de mis hijas gimió: “¡Papi, no te la lleves! Nosotros la queremos”. Yo le respondí: “Mi pequeñita, si esta sandía permanece tal como está en la mesa, no la podrás comer. Pero espera unos minutos y estará lista para que tú la puedas comer”. En la cocina la empleada cortó la sandía en rodajas y cuando ésta regresó a la mesa, estaba lista para comer. En menos de veinte minutos, la sandía había desaparecido, había entrado en todos mis hijos.

  Pedro, Jacobo y Juan, ¿entienden esto? Ciertamente es bueno que Yo pueda estar entre ustedes, pero ¿cómo podría entrar en ustedes? Tengo que ir a la cocina y ser cortado. Tengo que ser traspasado en la cruz y morir por vuestros pecados. Tengo que morir a fin de destruir al diablo. Tengo que ser cortado para que la vida divina que está en Mí pueda ser liberada e impartida. Tengo que irme, pero regresaré. No os dejaré huérfanos. Después de tres días, regresaré en otra forma. Ahora estoy en la carne, pero cuando regrese tendré otra forma. Regresaré en resurrección y regresaré a ustedes como el Espíritu.

  Si ustedes leen Juan 14, 15 y 16, verán que este es el pensamiento subyacente a las palabras dichas por el Señor a Sus discípulos.

  Él los dejó. Él murió. Los discípulos le perdieron por tres días muy tristes. Sin embargo, en la mañana del tercer día, uno de ellos, una hermana, le vio fuera de Su sepulcro. Él habló con ella y mandó decir a Sus hermanos que se volvería a reunir con ellos.

  Ellos creyeron sólo a medias. Después de todo, apenas hacía tres días antes le habían visto morir crucificado y luego ser sepultado en una tumba. Después, hubo algunos otros de entre ellos que le vieron y conversaron con Él. Los discípulos de Jesús no sabían qué pensar. Aquella misma noche, ellos se reunieron, a puertas cerradas, pues le temían a los judíos. Es difícil imaginar de qué conversaban. Tal vez simplemente se encontraban desconcertados, preguntándose qué eran aquellas cosas tan raras que sucedían.

CRISTO RETORNA COMO EL ESPÍRITU

  Súbitamente, ¡Jesús estaba en medio de ellos, diciéndoles: “Paz a vosotros”! No les habló mucho, sino que sopló en ellos diciéndoles: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Sus palabras también podrían traducirse: “Recibid el aliento santo”. Después de hablarles tan brevemente, desapareció. Él había entrado sin que nadie le abriera las puertas y se fue sin despedirse. Más bien, Él no se fue, sino que entró en ellos como el aliento santo. Desde entonces, dondequiera que los discípulos estuvieran, Jesús también estaba allí, pues ¡Él estaba dentro de ellos! Éste es Cristo en resurrección que llegó a ser el Espíritu que mora en nosotros.

  El Evangelio de Juan nos relata esta historia tan maravillosa y tan misteriosa. En esto consiste el ministerio remendador. Probablemente en ningún otro libro de la Biblia se hace un retrato de Cristo de una manera tan viva y, sin embargo, tan espiritual.

JAMÁS LES DEJARÍA

  En una ocasión posterior (Jn. 21:2-13) Pedro, probablemente con hambre y sin suficientes alimentos, les dijo a los demás que estaban con él: “Me voy a pescar”. Puesto que él lideraba al grupo, el resto se ofreció a ir con él. Pero toda aquella noche no pudieron atrapar ni un solo pez. No obstante, ¡Cristo estaba allí! Al principio, cuando les habló, ellos no le reconocieron, pero cuando hicieron caso a lo que Él les dijo, atraparon peces en abundancia. Al retornar a tierra, vieron que el Señor había preparado peces y panes para ellos. El pescado estaba allí, ya cocinado, no había necesidad de que ellos salieran a pescar. Todos los pescados estaban en las manos del Señor. Ni un solo pez iría a la red de ellos. Si ellos necesitaban pescado, lo único que tenían que hacer era decírselo al Señor, y Él les daría no sólo pescado, sino también el pan. Ellos podían olvidarse de todo el pescado que habían atrapado con sus redes y simplemente venir al Señor y comer de lo que Él tenía preparado para ellos.

  Todos podemos estar seguros de que este Cristo está dentro de nosotros. Dondequiera que vayamos, Él está dentro de nosotros. Cuando estamos felices disfrutando de Su compañía, en las reuniones, orando, orando-leyendo, es posible que no tengamos un sentir muy claro de que Él está dentro de nosotros. Pero si vamos en contra de Sus deseos, Él se nos presentará de una manera prevaleciente. Si vamos a una sala de cine o una sala de juego, un casino, Él nos hablará desde nuestro interior: “¿Qué haces aquí?”. Nuestro Señor es real, viviente, presente y está en nuestro interior. Nosotros no tenemos una religión. ¿Qué necesidad tenemos de una religión? ¡Tenemos al Cristo vivo! Él es lo que necesitamos y lo que tenemos.

  El ministerio remendador de Juan recalca enfáticamente el hecho de que Cristo vive en nosotros (14:17, 23; 15:4-5). Él es real, viviente, poderoso y, al mismo tiempo, bondadoso, amoroso y paciente. No debiéramos pensar que si le ofendemos, Él se irá. Cuanto más le ofendemos, más nos convencerá que Él ¡jamás nos dejará!

  Juan primero nos presenta a Jesús como Dios, pero finalmente nos dice que esta misma Persona está ahora en nosotros. Él es la corporificación del Padre (14:8-11), Él es el Hijo y, en resurrección, llegó a ser el Espíritu que mora en nosotros. Al tenerlo a Él, tenemos al Dios Triuno. Él es nuestra vida.

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