
Lectura bíblica: Jn. 15:1, 4, 5, 7, 8, 16
El capítulo 15 de Juan es un capítulo muy misterioso; sin embargo, debido a que la ilustración que se usa es tan sencilla, es posible no percatarse del profundo significado que encierra. El Señor Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (v. 5). Tal declaración implica que Él y nosotros somos un solo árbol. ¿Cómo es esto posible? Él es Dios y nosotros somos seres humanos pecaminosos. ¿Cómo podríamos llegar a conformar una sola entidad juntamente con el Dios Todopoderoso?
Asemejar la relación entre el Señor y nosotros a la que existe entre una vid y sus pámpanos da a entender que esta es una relación viviente, orgánica. Una vid no es construida por el hombre, sino que ella crece y se desarrolla de acuerdo con su propia vida y naturaleza. Por ejemplo, una silla puede ser manufacturada por el hombre, y puede fabricarse del estilo que uno quiera, con el material que prefiera, dándole la forma que se le antoje y ensamblándola como más le convenga. Sin embargo, Juan nos habla de una vid, algo que no es diseñado ni organizado por hombre alguno. En sus escritos Pablo nos habla del Cuerpo, el cual también es un organismo vivo, que no está sujeto a ningún reordenamiento humano. ¿Podemos acaso ubicar nuestra nariz en mejor lugar? ¿Podríamos asignarle una función diferente a la que tiene?
¿Han pensado alguna vez en el Señor Jesús como una vid, y en ustedes mismos como un pámpano? ¡Es tiempo de reflexionar al respecto! ¿Cómo es posible que podamos ser uno con el Señor Jesús de una manera orgánica? No hay pecado en Él, mientras que nosotros somos pecadores. Él es divino, mientras que nosotros somos seres humanos. Somos ramas pobres que proceden de un árbol pobre, pero un día creímos en el Señor Jesús. Al creer, ¡fuimos injertados en esta vid que es muy superior!
No fuimos solamente unidos a Él de una manera externa usando un pegamento; no fuimos unidos a Él como una dentadura postiza que encaja bien, pero que en realidad no pertenece a dicho cuerpo. ¡No! Somos como un diente vivo. Hace años, tenía una pieza dental que reemplazaba dos de mis dientes. Después de usarla por dos semanas, tuve que descartarla, pues cada vez que comía tenía que estar preocupado de que estos dientes postizos se soltaran y cayesen en mi boca, ¡tenía miedo de tragármelas junto con mi comida! Pero nosotros hemos sido injertados en Cristo, no somos añadidos a Él de una manera artificial. Él jamás podría descartarnos.
Para poder entender la manera en que nosotros y el Señor Jesús llegamos a compartir la misma vida y naturaleza, así como la manera en que llegamos a morar el uno en el otro, como ocurre con una vid y sus pámpanos, tenemos que ver la relación que existe entre el capítulo 15 de Juan y los capítulos anteriores. En los primeros capítulos del Evangelio de Juan se nos dice que el Señor Jesús en el principio era el Verbo y que el Verbo era Dios. Un día, esta Persona, que en la eternidad pasada era Dios, se hizo hombre. Él vivió en la tierra y la recorrió junto con Sus discípulos. Por tres años y medio, ellos disfrutaron de Su compañía. Pero entonces, para sorpresa suya, ellos le escucharon decir que Él los dejaría. Él habría de morir y ser resucitado a fin de convertirse en el Espíritu y poder entrar en ellos.
Cuando Cristo entró en Sus discípulos, Él los hizo iguales a Él. Les impartió la vida y naturaleza divinas. Mediante Su muerte y resurrección, Él fue hecho el Espíritu vivificante y, como tal, podía entrar en todos aquellos que creyesen en Él. Nosotros mismos podemos testificar que esto no es una superstición, pues cuando nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús, tuvimos el sentir de que algo vino a formar parte de nuestro ser, algo entró en nosotros y que nosotros fuimos puestos dentro de algo. Así pues, ser salvos es más que haber obtenido el perdón de nuestros pecados y haber sido justificados por Dios en Cristo. Es tener en nuestro ser algo viviente, santo y divino, esto es el Espíritu, quien entró en nosotros. Esto nos hizo sentir sumamente felices, como si fuéramos pajaritos que vuelan por los aires. También tuvimos el sentir de que ya no pertenecíamos a esta tierra, aun cuando todavía vivíamos en ella. Fuimos puestos en Aquel que es viviente, fuimos puestos en Cristo mismo.
¿Cómo podemos ser hechos iguales a Él? ¿Cómo es posible que nosotros estemos en Él y Él en nosotros? Debemos reflexionar nuevamente sobre la ilustración del injerto. Es posible unir una rama a otro árbol y conseguir que crezcan juntos y lleguen a ser uno, debido a que ambos son organismos vivos. Ellos no permanecen unidos debido a que se usaron clavos o algún pegamento. Siempre y cuando hayan sido unidos y acoplados entre sí, crecerán juntos hasta conformar un solo organismo. Esto ocurre en virtud de la vida. Es por medio de la vida que nosotros podemos crecer en Cristo, y Él puede crecer en nosotros. Esta vida es el Espíritu. Es por este Espíritu que hemos sido injertados en Cristo y Cristo puede forjarse en nuestro ser. Ahora, en lo profundo de nuestro espíritu, tenemos el sentir de que Cristo es uno con nosotros y que, en espíritu, somos uno con Él.
¿Cómo entonces podemos practicar lo dicho por el Señor en el sentido de que debemos permanecer en Él para que Él permanezca en nosotros? Hoy en día, los cristianos tienen la tendencia a darle mucha importancia a formalismos, ritos y preceptos externos; mientras descuidan este asunto espiritual de gran importancia que es la práctica de permanecer en Cristo, permitiéndole permanecer en nosotros. Debido a que lo dicho por el Señor a este respecto es bastante misterioso y abstracto, es fácil evadirlo.
Si no hubiéramos sido injertados en Cristo ni Él se hubiese forjado en nosotros, seguiríamos siendo personas caídas. Sin embargo, en Juan 15 se nos da a entender que somos orgánicamente uno con Cristo de la misma manera en que una vid y sus pámpanos forman una sola entidad. Ya no tenemos que vivir como personas caídas. ¡Ahora podemos permanecer en Cristo, y Él puede permanecer en nosotros!
En Juan 3:6 se mencionan dos espíritus: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Tenemos un espíritu en nuestro ser, el cual puede ser engendrado por el Espíritu. Ambos espíritus deben unirse y ser uno solo, en virtud del nacimiento espiritual. Por tanto, en 1 Corintios 6:17 se nos dice: “Pero el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Entonces, permanecer en el Señor consiste en ser un espíritu con Él.
Sin embargo, en nuestra práctica diaria, no tomamos esto en cuenta. Supongamos que me encuentro con un hermano al que no he visto por algún tiempo y comienzo a conversar con él. Le pregunto cómo le va, cómo está su familia, a qué se dedica actualmente, etc. Esta conversación podría prolongarse fácilmente a medida que tocamos uno y otro tema, pero todo este tiempo, estoy inmerso en mí mismo y ninguna parte de mi conversación es en el Señor. Si bien no hay nada aparentemente pecaminoso en lo que decimos, he dejado al Señor a un lado y actúo por mi propia cuenta. Pese a ello, no tengo el sentir de haberme equivocado ni me condeno a mí mismo.
Sin embargo, si le hubiera dicho algo desagradable a mi hermano, mi conciencia no me dejaría en paz. Si le hubiera mentido, o le hubiera dicho que su carácter es muy deficiente, o que no tolero su compañía, entonces habría tenido que ir al Señor y confesarle mi pecado. También habría tenido que ir al hermano a disculparme y pedirle que me perdone.
En este caso, nos sentimos condenados, pero en el caso anterior, ni siquiera nos damos cuenta que también necesitamos pedir perdón por haber actuado por cuenta propia. ¿Cuánto tiempo pasamos siendo un espíritu con el Señor? ¿Nos molesta acaso nuestra conciencia cuando somos independientes de Dios al actuar y hablar por cuenta propia? Es posible que incluso al leer la Biblia actuemos independientemente del Señor. Por supuesto, tenemos que orar apropiadamente hasta que nos encontremos inmersos en nuestro espíritu, entonces estaremos con Dios durante el tiempo que nos dediquemos a orar; pero generalmente, el resto del día lo pasamos mayormente inmersos en nosotros mismos y viviendo por nuestra propia cuenta.
En varias ocasiones me encontraba conversando con alguien, cuando, de improviso, fui recordado en mi espíritu que estaba conversando por mí mismo y no por el espíritu. En tales ocasiones detenía mi hablar y oraba internamente: “Señor, perdóname. No estoy contigo. No te estoy viviendo. En lugar de permanecer en Ti y permitirte permanecer en mí, te hice a un lado y ahora actúo por cuenta propia”. No es que lo que estaba diciendo o haciendo fuese malo en sí, pues tales palabras y tal conducta podían ser consideradas irreprochables. Sin embargo, mis palabras y acciones correctas fueron dichas y hechas por mí mismo, por cuenta propia, y no en el Señor.
Somos cristianos, no obstante, no vivimos nuestra vida cristiana por Cristo. Somos cristianos, pero vivimos por nuestra propia cuenta. Somos cristianos, pero no vivimos en nuestro espíritu ni por Cristo. Debido a que esta práctica crucial de permanecer en el Señor se había perdido, vino el ministerio remendador de Juan para restaurar, reparando esta rasgadura, al recordarnos que ya no estamos solos, pues ahora Cristo está dentro de nosotros y nosotros estamos en Él. Ahora somos un organismo con Él. Somos Sus pámpanos que están injertados en Él. Cristo vive en nosotros, y nosotros tenemos que vivir en Él.
Necesitamos que se nos recuerden estas cosas a fin de que todo nuestro ser interior se vuelva a Cristo. Debido a nuestro pasado cristiano, así como a nuestro conocimiento de la Biblia, sabemos lo que es correcto y lo que es incorrecto, lo que debemos hacer y lo que no debemos hacer. Vivir conforme a esta norma es vivir regidos por ordenanzas y permanecer en la esfera de la religión. Estas ordenanzas son distintas de Cristo, la Persona viviente. Cristo es el Espíritu viviente. Él no solamente es el Señor de todo cuanto está en los cielos, el Rey de reyes y la Cabeza sobre todas las cosas, sino que al mismo tiempo que está en el trono, Él es el Espíritu que está en nuestro espíritu. “El Señor esté con tu espíritu” (2 Ti. 4:22). Él está en nuestro espíritu. El Señor que está en los cielos es también el Espíritu que está en nuestro espíritu. Él no solamente es nuestro Señor, sino también nuestra vida. Si Él únicamente estuviera en el trono en los cielos, ¿cómo podría ser nuestra vida? ¡Él es nuestra vida y debemos vivir por Él!
Lamento tener que decirlo, pero la mayoría de los cristianos han sido distraídos y no viven por Cristo. Algunos han sido distraídos por el pecado, otros por el mundo. Sin embargo, la gran mayoría de ellos han sido distraídos por cosas que pertenecen a la religión. Ellos le dan mucha importancia a los ritos, los formalismos y ciertas doctrinas. Así, ellos han sido alejados de la Persona viviente de Cristo.
Conformamos un solo organismo juntamente con Cristo. Él es nuestra vida, y nosotros tenemos que ser Su vivir. Él vive dentro de nosotros, y nosotros le expresamos al vivirle. Pero incluso esto sería solo una doctrina para nosotros si no la ponemos en práctica. Supongamos que discutimos con alguien; sin duda, no estamos en el espíritu. Estamos inmersos, más bien, en nuestros razonamientos, pensamientos y sentimientos. No obstante, en nuestro espíritu se nos recuerda que discutir así no es propio de personas que están en el Señor. Darse cuenta de esto hace que nos percatemos de que no somos uno con el Señor, sino que actuamos por cuenta propia. ¿Nos detendremos? Muchas veces, no, simplemente seguimos adelante. La pregunta no es si debemos discutir o no, sino si somos un espíritu con Él o no.
Hay muchas cosas sobre las cuales los cristianos pueden discutir. Hay muchas doctrinas en la Biblia. Es difícil tener la misma opinión que otra persona. Sin embargo, nuestra unidad no radica en nuestro entendimiento intelectual, sino que radica en nuestro espíritu. Por medio de doctrinas, jamás podremos ser uno. Nuestra unidad tiene que ser el Señor mismo. Incluso, entre nosotros, si dos de nosotros comenzamos a discutir doctrinas, pronto estaremos en desacuerdo. No es posible lograr la unidad tomando como base las doctrinas. Esto se debe a que todos tenemos entendimientos diferentes.
Hace más de treinta años, un hermano me habló sobre la inmersión. “Hermano Lee”, me dijo, “sé cuánto respeta usted la Biblia, pero ¿se ha dado cuenta que al practicar el bautismo por inmersión ustedes no lo practican correctamente?”.
“Por supuesto que nosotros practicamos el bautismo por inmersión”, le contesté, “pero ¿qué quiere decir con correctamente?”.
“¿En nombre de quien bautizan?”, me preguntó. “¿En el nombre del Señor Jesús, o en el nombre del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo?”.
“Bueno”, le dije, “a veces al primero que bautizamos le decimos: ‘Te bautizamos en el nombre del Señor Jesús’, y después, al bautizar al siguiente le decimos: ‘Te bautizamos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo’. ¿Qué diferencia hay?”.
“¡Oh, no!”, protestó, “no pueden decir que bautizan en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tienen que bautizar en el nombre del Señor Jesús. ¡Hay una gran diferencia!”.
¡Y éste no es el único argumento que existe en torno al bautismo! Algunos dicen que es importante, si al bautizar a una persona, la sumergimos hacia atrás o hacia adelante, y si el agua es agua dulce o salada. Los desacuerdos que se suscitan en torno a las doctrinas no tienen fin. Es necedad enfrascarse en tales discusiones.
Volvámonos a nuestro espíritu y digámosle al Señor: “¡Oh Señor Jesús, te amo! Quiero vivir por Ti. Quiero andar conforme al espíritu. Gracias por ser un Espíritu conmigo. Tú estás dentro de mí. Yo estoy en Ti. ¡Cuánto te alabo porque somos uno!”. El único lugar en el que podemos ser uno es en el espíritu. Juan 15 no recalca doctrina alguna, sino el hecho de que el Señor y nosotros somos uno. Nosotros permanecemos en Él cuando estamos en nuestro espíritu, no cuando estamos en nuestra mente. Siempre que nos volvemos a nuestro espíritu, tenemos el sentir que el Señor está allí.
Si permanecemos en Él, lleváramos mucho fruto (Jn. 15:5, 8, 16). Dar fruto no quiere decir adoptar cierto comportamiento ni hacer buenas obras, sino que es la expresión de una vida. Llevar fruto es vivir a Cristo en nuestra vida diaria. Expresar a Cristo en nuestra vida diaria depende de conocer por experiencia de forma plena que somos un solo espíritu con Él. Él es la vid, y nosotros somos los pámpanos. Juntos somos un organismo. Ésta es la verdadera vida cristiana: la mezcla de Dios y el hombre.
Si vivimos de este modo, practicaremos la vida de iglesia. No habrá división. La unidad que disfrutamos es simplemente el Señor mismo. Incluso entre las parejas casadas no hay unidad. Es posible que la esposa sea una persona muy agradable y delicada, pero todavía tendrá sus propias ideas sobre cómo se deben hacer las cosas. Es posible que el esposo sea una persona muy considerada y amable, pero también tiene sus propias opiniones. Ellos no podrán ser uno a menos que estén en el espíritu. Es probable que no discutan entre sí, pero ¡mientras uno viaja por los aires, el otro viaja por mar! Ellos son generosos entre sí, por lo cual las cosas parecen ser apacibles, pero están viajando en diferentes círculos.
Ésta también podría ser la situación en la vida de iglesia. Carecen de la verdadera unidad porque están inmersos en su mentalidad. Puede que ustedes permitan que otros viajen por mar, ¡mientras que ustedes permanecen con sus opiniones más elevadas en el aire! No es posible experimentar la vida de iglesia a menos que nos volvamos a este espíritu unificador y mezclado, es decir, a Cristo, quien, como Espíritu vivificante, está mezclado con nuestro espíritu. Es aquí donde tenemos que permanecer.
Es a esto a lo que nos llama a regresar el ministerio remendador de Juan. Por esta razón, los cristianos están distraídos, pero Juan viene a recordarnos que el Señor está en nosotros y que nosotros estamos en Él. Tenemos que permanecer en Él y permitir que Él permanezca en nosotros. Si vivimos en el espíritu y por el Señor, disfrutaremos plenamente de Él. Experimentaremos la realidad y la gracia. En este único organismo, es decir, en la mezcla de Cristo con nuestro espíritu, crecemos, vivimos, andamos y tenemos todo nuestro ser. No discutimos con nuestra esposa ni discutimos con nuestros compañeros creyentes.
Esta unidad es misteriosa, pero a la vez, sencilla. Si permanecemos en nuestro espíritu con el Señor, toda complicación y distracción se desvanecerá. Sin embargo, si permanecemos en nuestras doctrinas, nos volveremos cada vez más complicados y estaremos confundidos aún más. La única vía de escape es volvernos a nuestro espíritu. Aquí, fuimos regenerados por el Espíritu Santo y con la vida de Dios. Aquí, Cristo, como Espíritu, nos da vida. Aquí, somos uno con el Señor. Tenemos que dar la espalda a toda distracción y regresar a nuestro espíritu. Mientras vivamos a Cristo, disfrutaremos del Dios Triuno. Ésta es nuestra maravillosa vida cristiana, la cual resulta en la vida de iglesia.