
Lectura bíblica: Jn. 2:16-22; 3:26-30; 10:16; 11:52; 12:24; 14:2, 3; 15:5, 12; 17:11, 21-23
El Evangelio de Juan es un libro que trata sobre la vida. Esta vida es simplemente el Dios Triuno mismo. Cristo vino para que tengamos vida, y para que la tengamos en abundancia (Jn. 10:10). Mediante Su muerte y resurrección, Él liberó esta vida y nos la impartió. Ahora tenemos al Dios Triuno dentro de nosotros como nuestra vida.
La vida siempre tiene un resultado. Toda cosa viviente produce fruto. Ciertamente la vida divina también producirá un resultado divino. En el Evangelio de Juan el Dios Triuno, quien es la vida divina misma, produce la iglesia. Si bien Juan no usa estos mismos términos, es obvio que esto se halla implícito. Los versículos arriba citados son aquellos en los que Juan alude a la iglesia.
Cuando Cristo purificó el templo, Él dijo: “No hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado” (Jn. 2:16). Cuando los judíos le pidieron una señal de Su autoridad, Él les dijo que si destruían este templo, en tres días lo levantaría. Al contrario de lo que ellos habían entendida, Él se refería al templo de Su cuerpo. Mientras Él estaba en la tierra, Su cuerpo era el templo de Dios.
En la tipología del Antiguo Testamento, primero fue el tabernáculo y después el templo, dos etapas de una misma cosa, ambas tipificaban a Cristo. En Juan 1:14 se nos dice: “El Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Su cuerpo humano era un tabernáculo. Al igual que el tabernáculo antiguo, Su cuerpo era la morada de Dios en la tierra. Después, en Juan 2, el Señor compara Su cuerpo al templo. Él predice que los judíos le matarían destruyendo Su cuerpo, pero que en tres días sería resucitado. Esto es un claro indicio de que Él consideraba Su cuerpo el templo o la casa de Dios, la morada de Dios en la tierra.
En resurrección Cristo no solamente levantó Su cuerpo físico, sino también Su Cuerpo místico. En 1 Pedro 1:3 se nos dice que fuimos engendrados nuevamente para una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Su Cuerpo místico fue engendrado juntamente con Él en la resurrección. Entonces, tanto el cuerpo físico de Cristo, como el Cuerpo místico de Cristo, es la casa de Dios. El Cuerpo místico de Cristo, como sabemos, es la iglesia.
En Juan 2 de forma indirecta encontramos que como resultado de la resurrección de Cristo la iglesia sería producida. El cuerpo físico de Cristo era, pues, un pequeño tipo de Su Cuerpo místico. Hoy en día, Cristo posee un Cuerpo mayor, la iglesia, que es la casa de Dios.
“El que tiene la novia, es el novio; mas el amigo del novio, que está allí y le oye, se goza grandemente de la voz del novio; así pues, éste mi gozo se ha colmado” (Jn. 3:29). Aquí, la novia, por supuesto, es la iglesia, y Cristo es el novio.
Recordemos que la ocasión en la que Juan el Bautista dijo esto, fue cuando más y más de sus seguidores estaban dejándolo para acudir al Señor Jesús. Los discípulos de Juan no estaban contentos con esto. Cuando ellos se quejaron a Juan, él les recordó que él no era el Cristo, sino que simplemente daba testimonio de Él. La novia le pertenece al novio. Puesto que Juan era únicamente el amigo del novio, ciertamente la novia no debía estar con él.
Puesto que Juan 3 es un capítulo que trata de la regeneración, sabemos que la novia es la suma total de los que fueron regenerados. Es por la regeneración que los hijos de Dios son producidos. En su totalidad ellos conforman la novia. En Apocalipsis Juan continúa escribiéndonos de la novia y los hijos. Él vio la Nueva Jerusalén descender del cielo, ataviada como una novia para su marido (21:2). Él oyó la promesa de que aquel que venza heredaría estas cosas “y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo” (21:7). Así pues, los hijos de Dios son los componentes de la novia. Tal declaración resulta incomprensible para nuestras mentes, pero esto es lo que nos revela la Biblia.
Podríamos describir la regeneración como la vida divina en acción. El resultado de esta acción es que los hijos de Dios constituyen la novia de Cristo. Efesios 5:23-32 nos revela cabalmente que esta novia es la iglesia. Sin embargo, en los escritos de Juan, la iglesia a la cual se hace alusión en Juan 3 como la novia, tendrá como su consumación final la Nueva Jerusalén.
“También tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que las guíe también, y oirán Mi voz; y habrá un solo rebaño, y un solo Pastor” (Jn. 10:16). El rebaño es la totalidad de las ovejas. El pueblo de Dios es Su rebaño. El Señor Jesús dijo que además de las ovejas que estaban en el redil judío, Él tenía otras ovejas, y que Él reuniría a todas Sus ovejas en un solo rebaño.
El redil es un cercado en el cual las ovejas son guardadas a fin de protegerlas de los peligros y las inclemencias del clima. De noche, durante las tormentas o en el invierno, cuando el pastor no estaba con las ovejas, éstas tenían que permanecer en el redil. Antes que Cristo viniera a los judíos como su Pastor, ellos estuvieron guardados en el redil de la religión, resguardados del frío durante el tiempo oscuro en que Él estuvo ausente. Ahora el Señor había venido a reunir a Su rebaño y conducirlo fuera del redil. Además de aquellas ovejas mantenidas bajo la vigilancia de la ley, este único Pastor tenía otras ovejas, las cuales eran los gentiles que creerían. Todas ellas tenían que ser reunidas con los judíos a fin de formar un solo rebaño. Este único rebaño es la iglesia.
Además de hablarnos de este único rebaño, Juan 10 nos dice también que Cristo vino para que tuviésemos vida y para que la tengamos “en abundancia” (v. 10). La vida que el Señor puso a nuestra disposición está directamente relacionada con la iglesia. La vida y el rebaño se juntan en este capítulo. Cuanto más disfrutamos de la vida de Cristo, más anhelamos estar con el rebaño. Si no tenemos interés en la vida divina ni experimentamos el crecimiento de esta vida en nosotros, tampoco nos importará la vida de iglesia. Pero cuando recibimos la vida de parte de Cristo y ésta crece en nosotros de tal modo que la tenemos en abundancia, también surgirá en nuestro ser el anhelo por la vida de iglesia. Nos sentimos como ovejas que han sido dispersadas y nuestro anhelo es ser reunidos en un solo rebaño. Por tanto, Juan 10, un capítulo que nos habla de la vida, también hace alusión a la iglesia, el único rebaño.
El sumo sacerdote Caifás profetizó que “os conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Jn. 11:50). El significado real de esta profecía era que el Señor Jesús “había de morir por la nación, y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (vs. 51-52). Estos versículos también hacen referencia a la iglesia. Mediante la muerte de este único Hombre, Dios podría reunir a todos Sus hijos que estaban dispersos. Ellos podrían ser reunidos en la iglesia.
Incluso hoy en día, los hijos de Dios se encuentran dispersos y divididos, pero mediante la muerte y resurrección de Cristo podemos ser reunidos. Cuanto más experimentamos la muerte y resurrección de Cristo, más nos reuniremos con otros para formar una sola entidad. Es lamentable que a tantos hijos de Dios les importe más las doctrinas y prácticas que experimentar la muerte de Cristo y disfrutar de Su resurrección.
Así pues, en Juan 11 se menciona de manera indirecta a la iglesia al hablarse de reunir —mediante la muerte y resurrección de Cristo— a los hijos de Dios que están dispersos.
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). El Señor, por tanto, se comparó a un grano que cae en tierra y muere. El fruto resultante fue la iglesia. Con base en la tipología, sabemos que los muchos granos tienen como finalidad conformar un solo pan. Primero, Cristo estaba solo, pero después de Su muerte y resurrección muchos granos salieron. Al entremezclar estos granos para que formen un solo pan, fue producida la iglesia, como Cuerpo de Cristo.
Así pues, Juan 12 nuevamente da a entender que se habla de la iglesia. Ella es el Cuerpo de Cristo, el resultado de Su vida de resurrección.
“En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:2-3).
Sabemos por Juan 2:16 que la casa del Padre era el templo, el cual hoy es la iglesia, la casa de Dios. En la casa de Dios hay muchas moradas. La palabra que aquí se tradujo “moradas” es la forma sustantiva del verbo morar o permanecer. Todo miembro de la iglesia es una morada, una habitación, en la casa de Dios. El Señor indicó así a Sus discípulos que por Su muerte y resurrección Él les prepararía habitaciones.
El versículo 23 deja esto bien en claro pues allí se usa nuevamente la misma palabra moradas: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Si comparamos este versículo con el versículo 2 podemos ver con toda claridad que las moradas en la casa de Dios son aquellos que aman al Señor Jesús. Tenemos que interpretar la Biblia valiéndonos de la Biblia, no de acuerdo a nuestros conceptos tradicionales, religiosos o naturales. Aquellos que aman al Señor serán una morada para el Padre y para el Hijo.
Sabemos que la iglesia hoy es la casa del Padre, porque así se afirma en 1 Timoteo 3:15: “Pero si tardo, escribo para que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad”. Todos los que somos miembros de esta casa somos también las moradas en esta casa, la cual fue preparada por la muerte y resurrección de Cristo. El Señor experimentó la muerte y ahora, está en resurrección a fin de preparar a la iglesia. Así, Él eliminó todo obstáculo e hizo que las riquezas de la vida divina fuesen liberadas. Sin Su muerte y resurrección, nos habría sido imposible ser la iglesia, pues los pecados, la carne, la vieja creación, el mundo y el diablo, nos lo impedían. Pero por Su muerte y resurrección, Cristo quitó nuestros pecados, destruyó al diablo e hizo que la vida divina fuese liberada desde Su interior. Así, Él preparó a la iglesia, haciéndonos a todos nosotros moradas en la casa de Dios.
No debiéramos considerar la casa del Padre en Juan 14 como un lugar físico. Sí, es verdad que el Señor dijo que iba a preparar lugar para nosotros, pero este lugar no es algo carente de vida. Este lugar es, en realidad, una Persona viva. Esto resulta obvio si nos fijamos en los versículos 5 y 6, donde el Señor le dijo a Tomás que Él mismo era el camino a aquel lugar. Puesto que el camino a dicho lugar es una Persona, aquel lugar también debe ser una Persona viviente. El camino es una Persona viva, y este camino nos conduce a una Persona viva. Esta Persona viviente es la iglesia. ¿Sabían ustedes que la iglesia es el agrandamiento de Cristo? Cristo mismo es el camino vivo que nos conduce a la iglesia, la cual es Su agrandamiento. ¡La persona de Cristo es el camino que nos conduce al Cristo agrandado!
Indudablemente, lo que acabo de decirles contradice la manera tradicional de interpretar estos versículos. A mí se me enseñó que la casa del Padre está en los cielos, donde hay una calle de oro. El Señor Jesús fue a ese lugar para prepararnos una mansión celestial. Han pasado más de mil novecientos años y esa mansión todavía no ha sido completada. ¡Piensen cuán espléndida será esa mansión que después de tantos años el Señor todavía no ha podido completarla! Esto es lo que se me enseñó en la Asamblea de los hermanos. Yo creía en esto y daba gracias al Señor por la maravillosa mansión en la cual Él seguía laborando. Seguramente, todavía no estaba terminada porque Él prometió que regresaría y me llevaría allí una vez que dicha mansión estuviese lista; puesto que Él todavía no ha regresado, ¡seguramente Él sigue laborando en su preparación!
La mayoría de los maestros de la Biblia interpretan las palabras del Señor en el versículo 3: “Vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo”, como que se refieren a Su segunda venida. Pero en el versículo 18 el Señor nuevamente dijo: “No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”, después de lo cual añade: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (vs. 19-20).
Después que el Señor, mediante Su muerte y resurrección, fue a preparar lugar para los creyentes, Él retornó a ellos en resurrección. Así pues, ¡Su ida era Su venida! Él regresó para entrar en Sus discípulos, al pasar por la muerte. “Voy, y vengo a vosotros” (v. 28). Esta venida no es Su segunda venida, sino Su venida en resurrección. Por un poco de tiempo, ellos le perdieron, pero ellos le contemplarían. Debido a que Él vivía, ellos también vivirían. En aquel día ellos sabrían que Él está en el Padre, ellos en Él y Él en ellos. “En aquel día” no se refiere al día de Su segunda venida, de otro modo, ¡nos habría dejado huérfanos! “Aquel día” vino después de tres días. En el día de la resurrección Él no nos llevó a los cielos, sino al Padre. El Padre era el lugar donde Él estaba y adonde prometió llevarnos (v. 3).
El concepto del Señor era que Él estaba en el Padre, pero nosotros no. Nosotros estábamos fuera. Él moriría para quitar nuestros pecados, para destruir al diablo, para que la vida del Padre fuese liberada y, después, en resurrección, Él nos introduciría en Su Padre de tal manera que nosotros también estuviéramos donde Él estaba.
Mediante Su muerte y resurrección, Él nos introdujo en el Dios Triuno. Para este Dios Triuno, nosotros somos las muchas moradas de la casa del Padre. ¡Ésta es la iglesia! La iglesia, pues, está implícita en Juan 14 de una manera maravillosa. La iglesia es nuestro hogar y, al mismo tiempo, nosotros somos las habitaciones (las moradas) en las que el Padre y el Hijo pueden morar.
Es probable que ustedes jamás hayan escuchado una interpretación así de Juan 14. Espero que no reciban mis palabras simplemente como una manera peculiar de entender estos versículos. Si ustedes se ciñen a la interpretación tradicional, destruirán estos cuatro capítulos. Considerar que estos versículos se refieren a una mansión física en los cielos es una interpretación muy baja y demasiado física. Tal interpretación es errónea. Juan 14 al 17 nos revela que nosotros, los redimidos, por la muerte y resurrección de Cristo fuimos llevados al interior del Dios Triuno. El pensamiento aquí es el Dios Triuno, no mansiones celestiales. Debido a que fuimos introducidos en Él, llegamos a ser el Cuerpo místico de Cristo, y como el Cuerpo místico de Cristo, la iglesia es la casa de Dios. En esta casa de Dios, que es el verdadero templo de Dios, hay muchas moradas. Cada uno de nosotros es una de estas moradas.
La iglesia es la casa del Padre. Por siglos se ha interpretado Juan 14:2 erróneamente. Cuando la casa del Padre es mencionada en Juan 2:16, los maestros de la Biblia no suelen vincularla con las mansiones celestiales. Todos ellos reconocen que la casa del Padre se refiere al templo sobre la tierra. ¿Por qué, entonces, piensan que la casa del Padre mencionada en Juan 14:2 se refiere al cielo? Es un principio reconocido de la interpretación bíblica que tenemos que entender la Biblia por la Biblia misma. La morada de Dios en esta era y en esta tierra es la iglesia.
Por tanto, la casa del Padre mencionada en Juan 14 se refiere a la iglesia. Nosotros, quienes fuimos regenerados, somos las moradas en esta casa.
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer [...] Éste es Mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como Yo os he amado” (Jn. 15:5, 12). Los pámpanos de la vid son la iglesia. Cuando el Señor dijo que debíamos amarnos los unos a los otros, Él daba a entender de manera implícita que llevar fruto no es una tarea que pueda ser realizada individualmente. Si cada uno de nosotros va por su propio camino buscando dar fruto, no habría necesidad de que nos amásemos los unos a los otros. Llevar fruto por medio de amarnos los unos a los otros implica que llevamos fruto juntos. El fruto es producido de manera colectiva.
Los pámpanos de la vid forman una entidad corporativa: la iglesia. Si nuestra única preocupación es ganar almas y no tenemos en cuenta la vida de iglesia, estamos siendo individualistas. Así, ¡matamos el Cuerpo al “llevar fruto”!
En Juan 17 expresiones como unidad o ser uno son usadas hasta en cuatro ocasiones (vs. 11, 21, 22, 23). En la última mención no solamente se dice “para que sean uno”, sino que se añade “para que sean perfeccionados en unidad”.
Todos tenemos nuestros defectos y deficiencias. Siempre que nos reunimos, aun cuando sólo sea por un breve período de tiempo, todos estos defectos y deficiencias se manifiestan. La manera en que los demás proceden nos molesta. Incluso si somos uno con los santos, todavía no hemos sido perfeccionados en unidad.
¿Qué debemos hacer con respecto a estas cosas que nos molestan? ¿Nos parece que tenemos que soportarlas a fin de guardar la unidad? ¡Mantenemos la unidad mientras crujimos los dientes! Es necesario, pues, que nuestra unidad sea perfeccionada. Nosotros mismos necesitamos ser transformados, de tal manera que nuestros defectos y deficiencias puedan quedar atrás. Todos necesitamos este perfeccionamiento.
Yo soy una persona muy puntual. Sin embargo, cuando viajo con los hermanos, ellos a veces me hacen esperar hasta el último minuto. Tenemos que tomar un avión, pero ellos no aparecen sino hasta que falta muy poco para la hora de salida, y terminamos yendo apresuradamente al aeropuerto. ¡Por años los hermanos me han hecho esperar!
Es posible que sea la hora en que se debe iniciar nuestra reunión, pero todavía veo que algunos siguen afuera conversando. ¿Qué debo hacer? ¿Enojarme con ustedes? Tengo que permanecer en la cruz y ser perfeccionado. Todos necesitamos esta clase de perfeccionamiento.
Sí, la vida de iglesia ciertamente es maravillosa. Pero aun mientras declaramos cuán maravillosa es, tenemos que reprimir las lágrimas y reconocer que necesitamos ser perfeccionados. En Juan 17:23 el último de estos cuatro pasajes que citamos en relación con la unidad, se añade este último aspecto del perfeccionamiento: “[...] para que sean perfeccionados en unidad”. ¡Perfeccionados!
No es posible divorciarse de la vida de iglesia. Es tan permanente como un matrimonio. No hay puerta de salida ni vía de escape. La puerta de la iglesia sirve únicamente para entrar en ella. Una vez que uno ha cruzado ese umbral, la puerta se cierra detrás de usted. No se abrirá para que usted pueda salir. La iglesia no es un lugar en el que podemos entrar y salir a nuestro antojo. La iglesia es el Cuerpo. ¿Podría su nariz decidir que ya no quiere formar parte de su cuerpo? Ningún miembro del Cuerpo puede salir de él. Si usted, como miembro, piensa que puede dejar de serlo, ¡tal vez sea una dentadura postiza y no un miembro auténtico! Aun cuando sienta mucho dolor, su pulgar no podría decir: “Se acabó, ya no aguanto más”. ¿Podría su pulgar dejar su cuerpo? Debido a que la iglesia es el Cuerpo, la única senda que usted tiene por delante es la de ser perfeccionado, no hay escapatoria.
Llevo casi cincuenta años en la vida de iglesia. No piensen que todos los días han sido días felices. Sí, al comienzo se experimenta una especie de luna de miel, pero la luna de miel suele ser breve. Nuestra vida matrimonial no será una luna de miel todo el tiempo; sino que a veces ¡es la “luna de vinagre” la que es muy real! Pero no es posible divorciarse en este matrimonio divino. Tenemos que ser perfeccionados. No podemos separarnos de la iglesia.
Hay únicamente cuatro cosas que la iglesia no puede tolerar. La primera es idolatría. Adorar ídolos es un insulto para Dios y, esto, la iglesia no lo puede tolerar. La segunda es la fornicación. Debido a que esto daña la humanidad que Dios creó para Su propósito, la Biblia la prohíbe terminantemente. La tercera es división. Debido a que esto daña el Cuerpo de Cristo, la iglesia no puede permitir la división. La última es negar la Persona de Cristo y Su obra redentora. La iglesia no puede aceptar ninguna enseñanza que niegue que Cristo es el Hijo de Dios que murió por nuestros pecados, ni tampoco la iglesia puede recibir a nadie que adopte tales enseñanzas.
Aparte de estas cuatro cosas: idolatría, inmoralidad, división y negar la Persona de Cristo y Su obra redentora; la iglesia debe ser tolerante. Si alguien se pone de pie en una reunión y comienza a hablar en lenguas, ¿qué harían ustedes? No lo echarían, pues si lo hacen serían sectarios. Si alguien insiste en que los creyentes deben ser bautizados por aspersión, ¿ustedes lo rechazarían? Si ustedes insisten en que su manera de proceder es la correcta o si rechazan a tal persona, estarán siendo sectarios.
Estamos aquí para llevar la vida de iglesia apropiada ubicándonos en la unidad genuina. No pretendemos ser uno en doctrinas o en prácticas, pues tal unidad no sería auténtica. Nuestra unidad es en el Dios Triuno, no en nuestras creencias ni en la manera en que hacemos las cosas. Por ser aquellos que creen en el Señor Jesús, que han sido regenerados, ahora somos hijos de Dios, somos todos miembros del Cuerpo de Cristo. Independientemente de las diferencias que tengamos en nuestras prácticas o doctrinas, no tenemos otra opción ni conocemos otra senda que aquella que consiste en permanecer aquí, en la unidad genuina. No podemos dar cabida a la idolatría, la inmoralidad, la división, ni negar la deidad de Cristo o Su obra de redención; pero con respecto a otras cosas, debemos ser tolerantes.
Quiera el Señor guardarnos en Su propia persona a fin de que podamos disfrutar de verdadera unidad.