Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Ministerio remendador de Juan, El»
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO SEIS

LA VIDA ES UNA PERSONA PARA QUE NOSOTROS VIVAMOS

  Lectura bíblica: 1 Jn. 1:1-3a; 3:14-15; 4:9; 5:4, 11, 12, 13, 16a

LOS MINISTERIOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

  Los veintisiete libros del Nuevo Testamento son, en gran medida, un relato de cuatro ministerios: el ministerio terrenal de Cristo, el ministerio celestial de Cristo, el ministerio completador de Pablo, y el ministerio remendador de Juan.

  La mayoría de los cristianos concentra su atención en el ministerio terrenal de Cristo. Éste es el tema de la mayoría de los mensajes cristianos. El ministerio terrenal de Cristo es relatado en los cuatro Evangelios y comienza con la encarnación de Cristo y termina con Su ascensión; abarcando así tanto la existencia humana de Jesús como Su muerte redentora en la cruz. Mediante Su muerte, Él quitó nuestros pecados y liberó la vida eterna para nosotros. Él también puso fin a la vieja creación y destruyó al enemigo de Dios: Satanás. ¡Cuán trascendentales fueron Sus logros!

  Sí, es verdad que el ministerio terrenal de Cristo logró la redención. Sin embargo, la redención por sí sola no lleva a cabo el propósito de Dios. El propósito de Dios no es meramente redimir a los pecadores. Su meta es la iglesia. La redención fue el procedimiento para producir la iglesia y edificarla.

  En los cuatro Evangelios la palabra iglesia aparece únicamente en Mateo 16:18 y 18:17. En cambio, los otros veintitrés libros del Nuevo Testamento usan esta palabra una y otra vez. El libro de Hechos, todas las Epístolas y Apocalipsis no solamente usan el término iglesia, sino que también usan muchos otros términos para referirse a esta misma entidad. Estos libros nos revelan que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, la casa o morada de Dios, la casa o familia de Dios, el reino de Dios, la novia de Cristo, el nuevo hombre, el guerrero, el candelero y, finalmente, la Nueva Jerusalén, que es la consumación final.

  Afirmar, pues, que el Nuevo Testamento, aparte de los Evangelios, es una revelación de la iglesia en sus diversos aspectos equivale a dar un resumen apropiado e integral de la mayor parte del Nuevo Testamento. Sin embargo, para comprender esto, es necesario que seamos iluminados. Podríamos estudiar estos veintitrés libros en gran detalle y de una manera analítica sin percibir cuál es el tema subyacente a todos ellos. Es necesario recibir una visión para ver que estos libros nos revelan la meta del propósito eterno de Dios y que la redención completa efectuada por Dios tiene como finalidad esta misma meta. Esta meta es la iglesia.

  ¿De qué manera se produce la iglesia? ¿Y de qué manera es edificada y completada? Para esto, tres ministerios son necesarios.

  El primero es el ministerio celestial de Cristo, el cual comenzó en Hechos y continuará por la eternidad. Este ministerio abarca un período muy amplio. Su ministerio terrenal, en cambio, fue ejercido por apenas treinta y tres años y medio. El segundo ministerio es el ministerio completador de Pablo, y el tercero es el ministerio remendador de Juan.

  Cuando era joven se me enseñó que la obra de Cristo había concluido. Él ahora está sentado en el trono, en los cielos, a la espera de que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. Que Él esté sentado indica claramente que Su obra ha concluido. Esto es cierto, pero sólo parcialmente cierto. En cuanto concierne a Su ministerio terrenal, ciertamente: “Consumado es” (Jn. 19:30). Sin embargo, en cuanto concierne a Su ministerio celestial, el caso es distinto.

EL MINISTERIO CELESTIAL DE CRISTO

  El ministerio celestial de Cristo comenzó con Su ascensión. ¡Éste es más grandioso y trascendental que Su ministerio terrenal! La escena descrita en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis nos presenta a Cristo en ascensión. Cuando Cristo ascendió, en los cielos hubo mucha actividad. Aquí, Cristo no estaba sentado, sino de pie, pues Juan vio “un Cordero en pie”, como recién inmolado (Ap. 5:6). Este Cristo tiene siete ojos para observar y es presentado como una Persona muy activa y resuelta.

  En los primeros capítulos de Apocalipsis, se nos presenta a Cristo andando en medio de las iglesias (1:20; 2:1). Hay muchas iglesias sobre la tierra y todas ellas necesitan de Su cuidado. ¿Cómo podría Él permanecer sentado y sin hacer nada? Hace poco hubo una erupción volcánica en el noroeste. Algunos de los aquí presentes viven muy cerca de donde ocurrió tal erupción. ¡El Señor estuvo muy ocupado en estos días, cuidándolos! Doy gracias al Señor que pese a tantas pérdidas y sufrimientos, ustedes, queridos santos, fueron librados. Él es el Rey de reyes. Él gobierna el universo entero, incluyendo la erupción de aquel volcán. Aquel desastre hará que muchos se vuelvan a Él y le invoquen. En las noticias escuchamos que algunas personas declararon que si bien ellas no tenían el hábito de orar, este evento los hizo que empezaran a orar y decidieran ir a la iglesia. Incluso el hecho que estemos reunidos aquí está bajo Su operación. El Señor me ha guardado en buena salud de tal manera que podamos reunirnos para estos mensajes. Así pues, todos dependemos de Su operación.

LA CORRELACIÓN DE LOS MINISTERIOS DE PABLO Y JUAN

  El ministerio celestial de Cristo de edificar la iglesia se lleva a cabo por medio de otros dos ministerios: el de Juan y el de Pablo. Tal como nos lo dice Colosenses 1:25, el ministerio de Pablo consistió en completar la palabra de Dios. Ciertamente las catorce epístolas de Pablo completaron la revelación divina. ¡Que gran vacío habría en el Nuevo Testamento sin tales epístolas! El ministerio de Pablo era para completar la economía de Dios, o en otras palabras, era para llevar a cabo el ministerio celestial de Cristo. Así pues, lo que Pablo hacía en la tierra respondía a lo que Cristo realizaba en los cielos. El ministerio de Pablo hacía eco al ministerio de Cristo. Los dos ministerios eran, en realidad, dos aspectos de un solo ministerio y se correspondían entre sí a fin de producir la iglesia y llevarla a su consumación.

  El ministerio de Pablo completó la economía de Dios, no obstante, después de un cuarto de siglo de su partida, la iglesia cayó en herejía. El último libro de Pablo, 2 Timoteo, fue escrito aproximadamente el año 66 d. C. Durante los siguientes veinticinco años surgieron muchas herejías, algunas de las cuales afirmaban que Cristo no era Dios, o que Cristo no había venido en la carne. Por tanto, cerca del año 90 d. C. aparecieron los escritos de Juan. El Evangelio de Juan fue escrito para testificar que Cristo era verdaderamente Dios (Jn. 1:1; 20:28). La Primera Epístola de Juan se escribió para confirmar que Cristo verdaderamente había venido en la carne (1 Jn. 4:2-3).

  El ministerio de Juan, por tanto, tenía como finalidad reparar el daño infligido al ministerio de Pablo. Si la manga de mi abrigo ha sido desgarrada, deberá ser zurcida nuevamente de acuerdo al diseño original de dicho abrigo. Si al zurcirla alargamos la manga o la hacemos más pequeña, solamente la dañaríamos más. Todo lo que se debe hacer es zurcirla para fortalecer el lugar donde se rasgó, con lo cual se habrá reparado apropiadamente el abrigo. Hoy en día, el recobro del Señor se encuentra en el lapso que corresponde a este ministerio remendador. Por tanto, tenemos que regresar a la condición original, pero de manera fortalecida. Hay quienes afirman seguir la línea del recobro, pero producen un abrigo que tiene una manga más estrecha o más larga que la que tenía originalmente, zurcir la manga de este modo solamente causa más daño.

  ¿Cómo podemos afirmar que el ministerio de Juan es más fuerte que el de Pablo? ¡En otros mensajes dijimos que el ministerio de Pablo era más fuerte que el de Juan! Pero ahora queremos abordar este asunto considerándolo desde otra perspectiva. Pablo nos dijo que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, la familia de Dios, la casa de Dios, el reino de Dios, la novia y el guerrero. Pero Pablo no nos dijo que la iglesia es el candelero. Tampoco nos dijo que la consumación de la iglesia será la Nueva Jerusalén. ¿Acaso no es más grande una ciudad que la casa? ¡El ministerio de Juan es más fuerte, más profundo y más elevado que el de Pablo!

LA DESCRIPCIÓN QUE JUAN HACE DE LA VIDA DIVINA

  Tanto Juan como Pablo enseñaron que Cristo es una Persona para que nosotros vivamos. Sin embargo, la presentación hecha por Juan en este sentido es más enfática que la de Pablo. Pese a que es verdad que Pablo dijo: “Cristo, nuestra vida” (Col. 3:4); “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20); y “para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).

  Pero nótese el lenguaje usado por Juan en 1 Juan 1:1-3a con respecto a la vida: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (y la vida fue manifestada, y hemos visto y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros”.

  ¿Qué fue lo que los apóstoles anunciaron? Juan aquí no usa la palabra evangelio, más bien, él afirma que lo que ellos anunciaron fue la vida. Él describe esta vida como “lo que era desde el principio”, lo cual ellos pudieron oír, ver y palpar tocante al Verbo de vida. Aquí, Juan nos dice que esta vida fue manifestada y que ellos la vieron, por lo cual, ahora ellos la anuncian a los demás.

LA VIDA ES UNA PERSONA

  ¿Qué es esta vida? ¿Presentó Juan una doctrina? ¿O el evangelio? Esta vida es una Persona maravillosa, la cual el lenguaje humano no puede describir. ¡Todo lo que Juan pudo decir al referirse a Él fue “lo que”! Esta Persona ha estado con el Padre desde la eternidad. Él se manifestó a los apóstoles y fue conocido y anunciado por ellos como la vida.

  Éste ciertamente es un mensaje bastante extraño, pues anuncia que una Persona es la vida. Según nuestra manera natural de pensar, no consideraríamos la vida como una persona. La vida es una cosa, mientras que una persona es otra muy distinta. Una persona tiene vida, pero no diríamos que ella es vida. Pero Juan anunció valientemente, no dice que predicó o enseñó, sino que anunció esta vida, quien es una Persona.

  Juan claramente dice que esta Persona, que es vida, ha llegado a ser nuestra; “Éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Jn. 5:11-13). Si tenemos al Hijo, ¿dónde mora Él?

UNA PERSONA QUE PODEMOS EXPERIMENTAR

  Nuestros opositores afirman que Cristo está en los cielos y muchos de ellos rehúsan reconocer la experiencia subjetiva. No hace mucho, alguien les preguntó: “¿Qué quiere decir la Biblia cuando afirma que debemos permanecer en Cristo, y que Él deberá permanecer en nosotros?”. He aquí lo que ellos respondieron: “Esto no quiere decir que verdaderamente moramos en Cristo, ni que Cristo more en nuestro ser. Si no, que tales expresiones son solamente una manera figurativa de referirse a una relación íntima”. ¿Por qué se vieron en la necesidad de presentar tal explicación? Porque el Cristo de ellos está únicamente en los cielos. Ellos rechazan lo que consideran nuestra enseñanza, a saber: que Cristo está en nosotros; pues para ellos, tal enseñanza guarda una relación demasiado estrecha con nuestra experiencia. Pero al asumir tal posición, ellos deberán conciliar lo que afirman con una serie de versículos de la Biblia que los contradicen. Por tanto, ellos se ven obligados a producir esta interpretación tan frágil según la cual permanecer en Cristo simplemente significa cercanía con Él. Si Cristo está en los cielos, y nosotros estamos en la tierra, ¿cómo podrían llamar ellos a tal clase de relación una relación cercana e íntima?

  Pero Juan nos dice con absoluta certeza que esta vida que hemos recibido es Cristo mismo y que Él está en nosotros.

  No estoy interesado en el debate doctrinal, lo que me interesa es nuestra experiencia en términos prácticos. Puesto que han recibido a esta Persona como su vida, ¿por quién viven? Quizás ustedes respondan, basados en su conocimiento doctrinal, que viven por Cristo, pero en su vida diaria, ¿cuántas horas al día es esta verdaderamente su experiencia? Es rara la persona que vive por el Señor más de una o dos horas en un lapso de veinticuatro horas. Todos los días me encuentro en la posición de tener que pedir perdón al Señor por no haberle vivido como debía. No hice nada que externamente fuera pecaminoso. Tampoco hice nada que los demás podrían considerar erróneo. No obstante, no le viví a Él lo suficiente.

  Cuando el apóstol Juan escribió esta epístola, los creyentes eran confrontados con argumentos sobre quién era Cristo. El último escrito de Juan, el libro de Apocalipsis, no fue aceptado oficialmente como un libro de la Biblia sino hasta el año 397 d. C., en el tercer concilio de Cártago. Esto nos muestra que el ministerio remendador de Juan, debido a que es un tanto misterioso, no fue reconocido de forma apropiada ni con la celeridad debida. Incluso hoy mismo, algunos maestros cristianos evaden el libro de Apocalipsis, y muchos presuntos fundamentalistas usan el Evangelio de Juan y sus epístolas de manera superficial.

  El propio Cristo en quien hemos creído es, Él mismo, nuestra vida. Tenemos que vivirle a Él, no vivirnos a nosotros mismos. Aun cuando yo mismo he practicado esto por muchos años, todavía tengo que confesar mis deficiencias al Señor diariamente. En lugar de vivirle a Él, con demasiada frecuencia vivo de acuerdo a mi pasado, mi cultura, mis características, mis hábitos, e incluso mis logros espirituales. Si bien condenamos a quienes niegan toda experiencia subjetiva de Cristo, nosotros mismos, pese a que hemos recibido tanta luz concerniente a Cristo como nuestra vida, no le vivimos adecuadamente.

LA VIDA EXPRESADA

  “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn. 3:14-15).

  La vida que hemos recibido debe tener una expresión. En el capítulo 3 vemos que la vida es expresada en el amor por los hermanos.

  En el capítulo 4 se nos dice: “Dios envió a Su Hijo unigénito al mundo, para que tengamos vida y vivamos por Él” (v. 9). Aquí, la palabra vivamos implica tanto la idea de “vivir” como la de “tener vida”.

  “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (5:4). La frase todo lo que es nacido de Dios no se refiere a una persona, sino a aquella parte de nuestro ser que es nacida de Dios. Es esta parte de nuestro ser que es nacida de Dios que vence al mundo.

  “Si alguno ve a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y le dará vida; a saber, a los que cometen pecado que no sea de muerte” (5:16a). Si vemos a un hermano pecar, tenemos que orar por él, entonces él recibirá vida.

  Estos versículos nos muestran que la vida a la que Juan se refiere es algo sustancial, no algo vago o en el aire. Este asunto sustancial es el propio Señor Jesús, la corporificación del Dios Triuno. Nosotros tenemos al Dios Triuno dentro de nosotros como nuestra vida. La vida ya no es algo nebuloso para nosotros, sino que es el propio Dios Triuno como nuestra persona. Debemos vivir por esta vida. Entonces, podremos expresarla en amor y ministrarla a quienes la necesitan.

  La vida no debiera ser otro término que usamos a la ligera. Tenemos que darnos cuenta que esta vida es, en realidad, el propio Dios Triuno. No debiéramos ser engañados por la enseñanza cegadora de que Dios es meramente objetivo, pues Dios es tanto objetivo como subjetivo. Él es tan subjetivo, que ha llegado a ser nuestra vida.

  Si mi ser, el cual es algo subjetivo para mí, me fuera quitado, entonces también me habrían quitado la vida. Sin mi existencia subjetiva estoy muerto. Pues bien, el Padre, el Hijo y el Espíritu han llegado a ser vida para nosotros por medio del proceso por el cual pasaron; ahora, esta Persona divina ha llegado a ser nuestra vida, la cual experimentamos subjetivamente. ¡Él es nuestra vida! Tenemos que vivir por Él. En los siguientes mensajes hablaremos sobre cómo podemos practicar esto.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración