
Lectura bíblica: 1 Jn. 5:20; 1:2-7; 1 Co. 1:9; 2 Co. 13:14; Fil. 2:1
“Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer a Aquel que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn. 5:20).
Este versículo representa la conclusión de 1 Juan, y es una declaración enfática de que Jesucristo, quien es Hijo de Dios y quien vino, es el verdadero Dios, y la vida eterna. Al comienzo de esta epístola, se nos dice que Aquel que estaba con el Padre en la eternidad y que fue manifestado en el tiempo, y que fue visto y palpado por los apóstoles es la vida que nos fue anunciada. Después, al final de la epístola, tenemos este versículo antedicho que nos dice que Aquel que vino a nosotros y en quien estamos ahora, es el verdadero Dios, y la vida eterna.
¡Qué afirmación tan osada es ésta! Aunque Pablo escribió un total de catorce epístolas y en ellas nos dijo que Cristo es nuestra vida, él no fue tan enfático como lo fue Juan al declarar que esta Persona es vida para nosotros.
En el Nuevo Testamento se recalca mucho que la intención de Dios es darnos a Cristo, Su Hijo, como vida. Cuando creímos en Él, le recibimos no solamente como nuestro Redentor y Salvador, sino especialmente como nuestra vida. Esto es algo que les digo reiteradamente porque aún cuando es recalcado por el Nuevo Testamento, casi nunca se oye de esto en círculos cristianos.
En realidad, lo que el cristianismo recalca a quienes han sido salvos es la necesidad de mejorar nuestro comportamiento. Se les dice que puesto que han sido salvos y son hijos de Dios, ellos tienen que comportarse de tal manera que glorifiquen a Dios. El apóstol Juan, sin embargo, al ejercer su ministerio remendador, hace énfasis en la vida divina. ¡Les anunciamos ... la vida! Éste es el pensamiento con el cual se da inicio a 1 Juan.
Esto mismo se recalca en el Evangelio de Juan. “En el principio era el Verbo [...] y el Verbo era Dios [...] En Él estaba la vida” (1:1, 4). En Juan 10:10 el Señor Jesús declaró: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. En Juan 14:6 Él dijo: “Yo soy [...] la vida”. En Juan 11:25 Él reiteró: “Yo soy la resurrección y la vida”. Juan escribe con mucha valentía al respecto, diciéndonos que Jesucristo, el Hijo de Dios, es vida para nosotros.
Algunos podrían pensar que al afirmar que Él está en nosotros hacemos que Cristo sea inferior. Tales personas argumentan que Cristo fue exaltado por el Padre y que está sentado en el trono por encima de todos, ¿cómo podríamos menoscabar tal posición Suya afirmando que Él mora en nosotros, seres humanos patéticamente inferiores? Ellos tal vez desean mantener a Cristo en Su exaltación, pero Cristo les respondería: “Sí, estoy muy por encima de todo, pero también soy omnipresente. Ciertamente estoy en los cielos y he sido exaltado al trono. ¡Pero no me confinen a este lugar! Mi deseo es dejar la cumbre de la montaña y descender a las partes más bajas del valle a fin de poder estar con Mi pueblo. Disfruto al estar con ellos. ¡Yo estoy en ellos! No importa lo que ellos hagan o adónde vayan, ¡quiero estar en ellos!”.
Enseñar que Cristo no mora en Su pueblo es ignorar algunos versículos de la Biblia. Al final del Evangelio de Mateo, antes de Su ascensión, el Señor Jesús, a Sus discípulos, les encomendó ir y hacer discípulos a las naciones, diciéndoles: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo” (28:19-20). Él no dijo que Él estaría con ellos, ni tampoco que había estado con ellos; ¡no! Más bien les dijo: “Yo estoy con vosotros”. ¡Id conmigo, porque Yo estoy con ustedes! El Señor todavía está en la tierra hoy en día, pues Él está dentro de nosotros.
Aquellos que rechazan al Cristo que mora en nosotros alegan que Cristo es demasiado grande e importante como para estar contenido en un hombre pequeño e insignificante. Pero la Biblia claramente nos da las palabras dichas por el propio Señor: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (Jn. 15:4). También se nos dice en Su Palabra: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Sí, Él es grande. No hay nadie que sea más grande. No obstante, Él también es lo suficientemente pequeño como para que lo podamos contener. ¡Aleluya, podemos contener a Cristo! Él es ilimitado, no obstante, está dentro de nosotros. Él es nuestra vida.
No estoy intentando probar un punto doctrinal. La doctrina, sin la experiencia, carece de todo valor. Sería como ir a un restaurante y estudiar el menú sin probar ni un bocado. O como si estuviéramos sentados en nuestra cocina dedicados a leer y admirar una receta, pero sin ir a sacar los ingredientes y preparar dicha receta.
Es posible que los teólogos posean un gran conocimiento bíblico, pero carecen de la experiencia correspondiente. ¿Para qué sirve eso? ¡Ellos tienen que aprender a cocinar en lugar de simplemente hablar sobre el menú!
Queridos santos, debe impresionarnos profundamente el hecho de que Jesucristo es nuestra vida. Dios no quiere que mejoremos nuestro comportamiento, Él quiere que vivamos a Cristo. Él no quiere que comencemos a amar a nuestra esposa y dejemos de aborrecerla; Él quiere que vivamos a Cristo. A medida que le vivamos, comenzaremos a amar a los demás. No importa lo que hagamos, Dios desea que vivamos a Cristo. Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20) y “para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Para mí el vivir no es amar, ser humilde, ser sincero ni ser bondadoso. Para mí el vivir es Cristo. Cristo es nuestra vida; Él tiene que llegar a ser nuestro vivir.
Tenemos que orar de una manera definida: “Señor, quiero vivir a Cristo. Guárdame en Tu Espíritu de tal manera que jamás olvide que Tú eres mi vida. Cuando esté a punto de enojarme, recuérdame que Tú eres mi vida. Cuando esté a punto de amar a alguien, recuérdame que Tú eres mi vida. Cuando esté a punto de actuar con humildad, recuérdame que Tú eres mi vida. Cuando sonría, recuérdame que Tú eres mi vida”.
Ésta tiene que ser nuestra oración no solamente una vez, sino una y otra vez. Antes de comenzar nuestro día, debemos decirle al Señor: “Recuérdame durante todo este día que Tú eres mi vida. En mis relaciones con mis hijos o con mis padres, quiero tomarte como mi vida. Sé que Tú no quieres que me esfuerce por mejorar mi comportamiento. Tu deseo es yo te exprese en mi vivir. Recuérdame esto todo el día, no importa lo que haga. ¡Oh Señor, recuérdame que Tú eres mi vida!”.
Cuando era joven, la palabra comunión siempre me desconcertó. En el idioma chino esta palabra se traducía generalmente como fraternidad, una especie de hermandad social. Poco a poco, debido a la influencia que ejercimos en el Lejano Oriente, la palabra fraternidad dejó de ser usada y ahora se usa la palabra comunión.
La palabra griega que se traduce “comunión” significa participación mutua o comunicación mutua. De acuerdo con la revelación del Nuevo Testamento, como en el caso de 2 Corintios 13:14, esta palabra se asemeja a la palabra transmisión, la cual es usada para la electricidad y significa enviar y recibir. Cuando las bombillas eléctricas instaladas en el techo están encendidas, la electricidad circula por ellas; pero cuando se apagan las luces, la corriente deja de fluir; pese a que la electricidad aún esta allí, la trasmisión ha cesado. La corriente eléctrica es la transmisión de la electricidad de la hidroeléctrica a este edificio. La corriente va y viene.
La comunión es parecida a esto. No es como en una fraternidad, un mero contacto amistoso con otras personas; más bien, es una transmisión dinámica y poderosa que va de un lugar a otro, y luego retorna a su lugar de origen. Puesto que tenemos a Cristo en nuestro ser como nuestra vida, cuando esta vida funciona, se convierte en comunión. Mientras la vida misma corresponde a la electricidad, la comunión es igual a la corriente eléctrica. La corriente eléctrica es simplemente la electricidad en movimiento. Así pues, la comunión no es otra cosa que el propio Cristo que, como vida, se mueve y opera dentro de nosotros.
“Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (1 Co. 1:9). Esta comunión a la que hemos sido llamados es simplemente el propio Cristo que se mueve dentro de nosotros. Mientras Cristo permanece en nosotros, Él es vida; pero cuando Él se mueve en nosotros, Él es la comunión.
Vivimos a Cristo mediante la comunión; es decir, le vivimos por medio de Su mover en nosotros. Antes de ser salvos, estábamos solos. Tal vez hayamos tenido muchos compañeros de escuela y muchos parientes, pero en realidad estábamos solos. Incluso después que nos casamos y teníamos un cónyuge, todavía estábamos solos. Sin embargo, una vez que fuimos salvos, ya no volvimos a estar solos. Ahora, dondequiera que vamos y en todo cuanto hacemos, tenemos a otra Persona con nosotros. A veces, esta Persona es muy grata para nosotros y le amamos; pero otras veces, es un fastidio y, secretamente, deseamos que nos deje por nuestra cuenta.
Hay ocasiones en las que quisiéramos estar solos. De vez en cuando deseamos salir solos y darnos un respiro. Cuando se trata de otras personas, podemos hacer esto; pero con esta Persona, con nuestro Cristo, no es posible hacer esto y escapar de ella. Después de ser salvos, quizás todavía esté en nosotros el deseo de ir a ver una película; pero incluso si vamos, ya no vamos solos, porque Cristo nos acompaña. Ningún cristiano está soltero. Aún cuando todavía no nos hayamos casado, si somos salvos, el Señor Jesús estará siempre con nosotros. Es imposible estar solos.
Cristo quiere ser nuestra vida. Anteriormente, éramos apenas una sola persona, pero ahora somos dos. Con una sola persona no es posible que haya comunión, pero al haber dos, esto sí es posible. Si queremos vivir a Cristo, es imprescindible que no hagamos nada por nuestra propia cuenta. Incluso si nos esforzamos por hacer algo lo mejor que podemos, pero si lo hacemos por cuenta propia, habremos fracasado en vivir a Cristo. Vivimos a Cristo por medio de la comunión, la cual implica mutualidad. Ya no estamos solteros, no estamos solos. Ya somos dos, y entre nosotros dos hay mutualidad.
Cuando les digo que la manera de vivir a Cristo es mediante la comunión, me refiero a esta mutualidad que existe entre Cristo y usted. Jamás hagan nada por cuenta propia. Si observan este único principio, les será fácil a ustedes vivir a Cristo. Si ustedes están por conversar con su esposa, tienen que hacerlo acompañados por otra Persona. Hermanos, aprendamos a no hablar a nuestras esposas por nuestra cuenta propia. Hermanas, no deben salir de compras por vuestra cuenta propia. No giren un solo cheque por cuenta propia. No conversen con otros por cuenta propia. Háganlo todo por medio de la comunión. En todo cuanto hagan siempre tengan a esta otra Persona con ustedes; entonces, vivirán a Cristo y no a ustedes mismos.
Esto es especialmente importante en lo que se refiere a nuestro hablar. ¿Quieren informarle a otros de que cierta hermana está embarazada? Es posible que antes que alguna palabra salga de su boca, ustedes descubran que la otra Persona no está de acuerdo en hacerlo. No se dan cuenta de cuán acostumbrados están en hacer todo por cuenta propia. En cuanto se encuentran con algún conocido, de inmediato empiezan a conversar sobre quién está a punto de casarse y quién se encuentra en problemas. Esto es chisme. ¿Quién hace esto? ¿Cristo? Él jamás haría esto. Esto lo hacemos al vivir por nuestra propia cuenta.
Ustedes jamás pensarían en robar, pues saben a ciencia cierta que esto es pecado. Tienen que comprender que a los ojos del Señor actuar por nuestra propia cuenta es feo. Tal vez no llegue a ser pecaminoso, pero es definitivamente algo feo.
Siempre tenemos que tener presente que tenemos un Compañero, el cual está siempre con nosotros, es más, Él está en nosotros. Él nos insta: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Ésta es la posición y estado que nos corresponde, pero los solemos ignorar. En su vida diaria ustedes no andarían por allí diciendo mentiras, pero tal vez no se incomoden al hacer circular chismes. Tal vez piensen que es algo común pasar información de una serie de asuntos a los demás. Tal vez ustedes consideren tales cosas de ese modo, pero ¿qué es lo que dice su Compañero?
Es posible que ustedes se sientan alentados a amar a los demás. Es correcto amar a los demás, pero tenemos que cerciorarnos de que no les amamos por cuenta propia, sino según la comunión. No es cuestión de amar u odiar, sino de vivir a Cristo o vivir por cuenta propia. O somos nosotros quienes vivimos, o es Cristo quien vive a través de nosotros.
Cuando la vida que está en nuestro ser, es decir, Cristo mismo, se mueve, ese movimiento es la comunión. La comunión significa mutualidad. Ésta incluye la mutua comunicación, la mutua participación y el mutuo disfrute. Cristo disfruta de nosotros, y nosotros disfrutamos de Él. Así pues, hay una transmisión que va y viene entre nosotros dos. Dentro de nosotros hay una corriente que es para que llevemos nuestra vida diaria. En lugar de hacer las cosas por cuenta propia, las tenemos que hacer por medio de esa corriente que existe entre nosotros y Dios.
Tal vez usted se sienta en desventaja por no tener una voluntad fuerte y porque le es difícil tomar resoluciones firmes. Pero puede estar seguro que no es de ninguna ayuda tomar la firme resolución de vivir a Cristo, esto no funciona. Más bien, tiene que darse cuenta que Él está en usted, que Él está moviéndose en su ser. Cuando Él se mueve, Su mover es la comunión. Él mismo es la comunión. Hay un fluir, que procede de Él y va hacia usted, y que retorna de usted hacia Él.
Esta transmisión tiene lugar incluso mientras usted hace algo que no es apropiado. Tal vez usted se haya ido de compras aún sabiendo que el Señor Jesús no estaba de acuerdo con ello. Mientras usted iba, cierta comunión tenía lugar en su interior, usted podía percibir que una corriente fluía dentro de usted, y que esta corriente le decía: “¡No vayas!”. Tal vez usted haya respondido, como yo mismo lo hice varias veces, “Señor, Tú no eres tan estrecho, ¿verdad? Yo no voy de compras de este modo con mucha frecuencia. Esto no es algo malo, como ir a Las Vegas a apostar. Voy a comprar algo que es útil”. Estoy seguro que muchos de ustedes han tenido tales experiencias. Mediante esto, el Señor, quien mora en nuestro ser, está tocándonos. Siempre y cuando Él se mueva, la corriente fluirá.
En 1933 visité Shanghái por primera vez. Cuando era joven, no amaba el mundo, pero sí tenía un apetito insaciable por libros espirituales. Shanghái era una ciudad populosa en la que habían muchos misioneros y muchas librerías con muy buenos libros cristianos de segunda mano. En aquellos días tenía un apetito insaciable por libros espirituales en inglés. Durante aquellos meses, mi comportamiento fue prácticamente irreprochable. Mi única falta era ir a aquellas librerías. Cada vez que los hermanos no ocupaban mi tiempo, iba a esas tiendas y me dedicaba a comprar libros usados. Todo el tiempo, me sentía condenado. La comunión dentro de mí me decía: “Estás haciendo esto por cuenta propia”. ¡Pero no podía detenerme! Siempre había anhelado leer libros como la autobiografía de George Müller, así como los escritos de G. H. Pember sobre los cuales había oído hablar, pero ahora tenía la oportunidad de adquirir mis propios ejemplares. Cuando finalizaba tales incursiones, ponía esos libros sobre la mesa y, por un lado, me sentía feliz de tenerlos, pero por otro, me sentía reprendido. La comunión en mi interior era muy fuerte en contra de mí.
Al comprar esos libros, estaba inmerso en mí mismo y no vivía a Cristo. Hacía lo que más me gustaba. No hacía nada malo, pero era yo quien vivía. Si bien no me interesaban las carreras de caballos, que eran muy populares en Shanghái, ni me atraían los periódicos, descubrí que ir de librería en librería era una verdadera distracción para mí. Reuní muchos y muy buenos libros. Incluso algunos de ellos los traje a los Estados Unidos. Un día, mientras vivía en Los Ángeles, boté a la basura cinco cajas llenas de libros. Estos eran los libros que había comprado en Shanghái mientras ofendía al Señor.
Hace algunos años no podía haberles dicho cómo vivir a Cristo. Ahora, debido a mi experiencia durante todos estos años, puedo decirles que no hay otra manera, sino, primeramente, por medio de la comunión. Deben recordar que tienen un Compañero que mora en ustedes. Él siempre está con ustedes. Ya no están solteros. Él es su vida. Cuando Él se mueve, Él es la comunión. Hagan todo mediante esta comunión. Si todo su ser es regido por esta comunión, tendrán una vida maravillosa. Durante todo el día únicamente le vivirán a Él. No solamente harán el bien y lo vencerán, sino que le vivirán a Él. Él será expresado en su vivir, porque ustedes vivirán mediante la comunión con Él.
Esta comunión es la comunión de Cristo (1 Co. 1:9). Puesto que Cristo hoy en día es el Espíritu vivificante, es también la comunión del Espíritu (2 Co. 13:14). Y debido a que Cristo mora en nuestro espíritu como Espíritu vivificante, ésta es también la comunión de nuestro espíritu (Fil. 2:1). La comunión es algo que atañe a estos dos espíritus.
A medida que pongan esto en práctica, percibirán que el Señor Jesús está en ustedes. Cuando Él actúa y opera en nuestro ser, esto representa Su comunión para nosotros. Esta comunión es, por un lado, del Espíritu, y por otro, de nuestro espíritu. Cristo es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. Aquí, uno le disfruta a Él, y Él disfruta de uno en una mutua participación, comunicación y trasmisión. Aquí, le vivimos a Él, y Él vive por medio de nosotros. Nosotros le expresamos en nuestro vivir, y Él vive en nosotros.