
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en Los Ángeles, California. Los primeros siete mensajes, los cuales abordan distintos aspectos de la experiencia que tenemos de Cristo como el misterio de Dios, fueron dados del 4 al 11 de diciembre de 1962. Los últimos dos mensajes, los cuales revelan que el deseo de Dios es obtener la iglesia como el misterio de Cristo, fueron dados del 22 al 24 de enero de 1963. Estos mensajes no fueron revisados por el orador.
Dios es un misterio. Debido a que, como seres humanos, estamos limitados en cuanto a nuestros sentidos, conocimiento y entendimiento, Dios es un misterio. Creemos en Dios, aunque nunca lo hemos visto. Sentimos Su presencia, pero no podemos tocarlo. Sabemos que Él existe, pero está escondido y es invisible. Verdaderamente, Dios es un misterio.
Dios es un misterio, y Dios tiene un misterio. ¿Cuál es el misterio de Dios? El misterio de Dios es Cristo (Col. 2:2). Todo lo que Dios es y todo lo que Él tiene en Sí mismo, se encuentra en Cristo. Todas las riquezas de la Deidad, toda Su naturaleza divina y toda Su plenitud, habitan en Cristo corporalmente (v. 9). Cristo es la corporificación de todo lo que Dios es y de todo lo que Dios tiene.
A la luz de esto debemos preguntarnos: “¿Quién es Cristo, y qué hay en Cristo?”. El Evangelio de Juan responde a estas preguntas. El Evangelio de Juan comienza hablándonos de Cristo el Verbo y, luego, nos revela que Cristo es el Cordero, el camino, la realidad, la vida, la resurrección, el Espíritu, el pan de vida, el agua viva, el buen Pastor, la puerta, la vid, otro Consolador, el Novio, nuestra morada, la luz, el amor, el Hijo de Dios, el Hijo del hombre y mucho más. Todos éstos son los elementos de Dios. ¿Dónde está Dios? Él está en Cristo. ¿Qué es Dios? Todo lo que Cristo es. ¿Qué hay en Dios? Todo lo que hay en Cristo. Cristo es el misterio de Dios. Podemos saber quién es Dios porque Él se manifiesta en Cristo, con Cristo y por medio de Cristo. Sin Cristo nunca podríamos conocer lo que hay en Dios. Todos los que creen en el judaísmo o en el mormonismo creen en la existencia de Dios; sin embargo, ellos no creen que Dios está en Cristo. Por consiguiente, nunca podrán conocer a Dios ni podrán saber quién es Dios realmente.
Como cristianos, creemos en Dios y creemos que Dios está corporificado en Cristo. También sabemos que Cristo es nuestro camino, puerta, morada, alimento, agua, resurrección y nuestra vida. Sin embargo, ¿cuánto disfrutamos y experimentamos a Cristo como todos estos elementos día tras día? ¿Experimentamos a Cristo como nuestro camino y nuestra puerta, o son éstas solamente doctrinas para nosotros? ¿Experimentamos a Cristo como nuestra morada? ¿Permanecemos en Cristo? ¿Tenemos la experiencia diaria de tomar a Cristo como nuestro alimento? En los tiempos antiguos, cuando los chinos se encontraban con alguien que conocían, no le decían: “Buenos días, ¿cómo está usted?”, sino que le decían: “¿Ya comió?”. Ésta es una buena pregunta para todos nosotros. ¿Hemos comido a Cristo hoy? ¿Hemos experimentado a Cristo como nuestro alimento? También necesitamos experimentar a Cristo como nuestra luz. ¿Cuál es nuestra condición: estamos en luz o en tinieblas? No es suficiente saber que Cristo es la corporificación de Dios en tantos aspectos. También tenemos que experimentar a Cristo y disfrutarlo día tras día.
Con frecuencia, al ver el rostro de los santos, podemos percibir si han comido a Cristo o no. Recientemente hablé con un hermano quien, como me pude percatar, no había estado comiendo a Cristo. Le pregunté: “Hermano, ¿sabe usted que el Señor es la resurrección y la vida?”. Él me respondió: “Sí, lo sé. El Señor mismo dijo esto”. Entonces le pregunté: “¿Realmente sabe usted lo que significa que el Señor es la resurrección y la vida?”. El hermano respondió que sí lo sabía. Luego le dije: “Hermano, yo no creo que usted sepa lo que significa que el Señor sea la resurrección para nosotros. Puedo percibir por su semblante que usted está muy deprimido. Tiene la apariencia de estar en el sepulcro”. Entonces el hermano me respondió: “Hermano Lee, tiene que compadecerse de mí. Estos últimos días han sido muy difíciles para mí. He tenido muchos problemas tanto en mi negocio como con mi esposa. Sin la ayuda del Señor, ahora mismo estaría acabado”. Después de oír esto, le dije: “Si realmente se diera cuenta de que el Señor es la resurrección, vería que usted ha resucitado y que ha salido de la muerte y del sepulcro. Como resultado de ello, alabaría al Señor. Entonces declararía: ‘¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! Nunca me podrán aplastar mis problemas porque Cristo es mi resurrección’”. El hermano recibió esta revelación del Señor y comenzó a saltar, declarando: “¡Aleluya! ¡Aleluya! Ahora veo lo que significa que el Señor sea mi resurrección. He resucitado de la muerte y he salido del sepulcro!”.
Temo que para la mayoría de los cristianos, todos estos aspectos de Cristo son simplemente puntos doctrinales. Ellos ciertamente creen que Cristo es vida, luz y muchas otras cosas, pero no le conocen como estos elementos en su experiencia diaria. Recientemente le pregunté a una hermana lo que significa para ella que Cristo sea nuestra vida. Me dijo que cuando se enfrenta a sus problemas, se los entrega al Señor y le pide que se los quite. Según su entendimiento, éste es el significado de que Cristo sea nuestra vida. ¿Es correcto este entendimiento? ¿Qué significa experimentar a Cristo como nuestra vida, como nuestra lámpara, como nuestra morada y como tantos otros elementos? Experimentar a Cristo equivale a experimentar a Dios, porque Cristo es el misterio de Dios.
Al final de cada día debemos ser capaces de mencionar las maneras específicas en las que experimentamos a Cristo ese día. Debemos preguntarnos: “¿Cómo he experimentado a Cristo hoy?”. No necesitamos más doctrinas. Lo que necesitamos es experimentar más a Cristo. ¿Conocemos a Cristo en nuestra experiencia diaria? Cristo es el pan de vida. ¿Lo hemos experimentado como tal? Cristo es la luz. ¿Lo hemos experimentado como nuestra luz hoy? Cualquiera puede entender doctrinas, pero Cristo no es una doctrina. Él es una persona viviente. Cada mañana debemos orar: “Señor, concédeme experimentar a Cristo hoy. Oro para que hoy Cristo sea mi esperanza, mi vida y mi luz. Concédeme hoy algunas experiencias específicas de Ti”. En el cristianismo se presentan muchas enseñanzas, pero hay una gran carencia respecto a experimentar a Cristo. Cristo es una realidad, y nosotros podemos experimentarlo.
Como ejemplo de esto, quisiera contarles una pequeña historia acerca de mí mismo. En julio de 1937, Japón atacó a China, lo cual comenzó una guerra que duraría hasta 1945. Cuando empezó esta guerra, yo estaba de viaje en el norte de China. En octubre fui a Hangzhou, y mientras estaba allí, recibí un cable de mi familia dónde me pedían que regresara a Chifú. Puesto que Hangzhou está muy al norte de Chifú, tenía que tomar cuatro o cinco trenes diferentes para regresar a casa. Ese viaje sería muy peligroso, porque durante la guerra los japoneses diariamente estaban bombardeando las estaciones y vías ferroviarias en China. Debido a este bombardeo, había muchos refugiados cerca de las vías y estaciones ferroviarias, y los trenes no llegaban a tiempo. Aunque esa era la situación, después de mucha oración sentí que debía volver a casa, a Chifú. No quería dejar a mi familia bajo el cuidado de los hermanos y hermanas más tiempo, sino que sentí que debía regresar a casa para cuidar de ellos mientras durara la guerra. Cuando les informé a los santos en Hangzhou respecto a mi decisión de ir a Chifú, ellos se preocuparon mucho. Me dijeron varias veces: “Mire el mapa. Mire el mapa. ¿Cómo es posible que llegue hasta Chifú desde Hangzhou en una situación tan peligrosa?”. Sin embargo, aún sentí que debía ir.
Debo testificar que mientras viajaba, experimenté a Cristo como mi morada. No sentía que iba en un tren ni que viajaba en un tren, sino que estaba en Cristo y que viajaba en Cristo. Recuerdo bien lo que aconteció una noche en el tren. Esa noche el cielo estaba muy nublado y llovía. Debido al clima, todas las personas en el tren estaban muy contentas. Sabían que mientras el cielo estuviera nublado, los bombarderos japoneses no podrían ver el tren y, por ende, todos los pasajeros del tren estarían seguros. Los pasajeros del tren estaban tan contentos que incluso comenzaron a cantar. Sin embargo, el clima cambió repentinamente: el cielo se despejó totalmente y salió la luna. Cuando las personas en el tren se dieron cuenta de esto, se llenaron de preocupación. Estaban atemorizados de que los aviones japoneses bombardearan el tren. Cuando el tren se detuvo en una estación, se asustaron aún más. Esa noche, aunque todos a mi alrededor estaban llenos de ansiedad, yo estaba lleno de alabanzas. Experimentaba a Cristo como mi morada.
Después de un tiempo, comencé a hablar con los otros pasajeros del tren. Les dije: “Amigos, por qué están tan asustados?”. Me respondieron sorprendidos: “¿No sabe por qué? ¿No sabe que los aviones japoneses pueden aparecer en cualquier momento y bombardear el tren?”. Les dije: “Sí, lo sé muy bien. Lo sé tan bien como ustedes”. Entonces me dijeron: “Si usted sabe esto, ¿por qué está tan feliz? ¿Cómo puede estar tan feliz cuando estamos en tanto peligro?”. Les respondí: “Estoy muy contento porque tengo a Cristo. Poseo a Cristo; por tanto, tengo paz”.
Más tarde, las personas seguían muy ansiosas, así que les hablé otra vez. Les dije: “Me doy cuenta de que siguen muy ansiosos, pero quisiera que sepan que he orado a mi Cristo, y Él me ha dicho que nada malo nos sucederá. Tengan paz”. Cuando los pasajeros del tren oyeron estas palabras, me dijeron: “Señor, usted parece conocer los asuntos religiosos profundamente”. Les respondí: “No se trata de que yo conozca los asuntos religiosos profundamente, sino, más bien, que el Cristo viviente mora en mí”. Finalmente, después de un tiempo muy largo en el tren, llegamos a nuestro destino en Chifú. Mientras salía del tren, vi a las personas con las que había hablado anteriormente. Cuando me vieron, todos comenzaron a decir: “¡Tenía razón! Su profecía fue acertada”.
Les comparto este testimonio para que nos demos cuenta de que podemos experimentar a Cristo. No debemos tener sólo un entendimiento doctrinal de Cristo, sino que debemos experimentarlo. Al leer que Cristo es la puerta, debemos preguntarnos: “¿He experimentado a Cristo como mi puerta? ¿Qué significa esto?”. Al leer que Cristo es el camino, debemos preguntarnos si hemos experimentado a Cristo como nuestro camino o no. Cuando experimentamos a Cristo, experimentamos a Dios mismo. Como resultado, comprendemos quién es Dios. Cristo es la manifestación de Dios a fin de que lo experimentemos. Dios planeó en la eternidad pasada que Él se manifestaría por medio de Cristo y, además, que por medio de Cristo el hombre lo experimentaría. En el plan eterno de Dios, Cristo es el misterio de Dios. Debemos experimentar y disfrutar a este Cristo día tras día.
En el último año he hecho mucho énfasis en experimentar a Cristo. Con un grupo de jóvenes, precisé doscientos sesenta y siete aspectos de Cristo que podemos experimentar. Sin embargo, cuanto más recalqué que debemos experimentar a Cristo, más difícil llegó a ser mi situación personal. Cuando fui al Señor para descubrir por qué era así, enseguida hubo una respuesta dentro de mí. El Señor parecía decirme: “Ésta es la única manera en la que puedes experimentarme más. Si vas a decirle a las personas que Yo soy la resurrección, debes experimentarme como la resurrección, y la única manera en que puedes experimentarme como la resurrección es que pases por situaciones de muerte”. El Señor me disciplinó por mucho tiempo a fin de que le experimentara como la resurrección.
Cuando pasamos por tiempos difíciles y desconcertantes, cuando no sabemos cómo resolver nuestras situaciones, ése es el mejor momento para experimentar a Cristo. Cuando nuestra situación está llena de problemas y no parece haber salida, en ese momento el Espíritu Santo está operando dentro de nosotros para indicarnos que Cristo es el camino. Mediante tales situaciones difíciles y la operación del Espíritu Santo en nosotros, experimentamos a Cristo como nuestro camino celestial. Esto es lo que necesitan los hijos de Dios y todas las personas. Si experimentamos a Cristo primero, entonces podremos conducir a otros a que también lo conozcan y lo experimenten. Cristo es el misterio de Dios a fin de que lo experimentemos y disfrutemos. Éste es el plan eterno de Dios.