
Lectura bíblica: Col. 1:9-13; 2:6-7
Basaremos la comunión de este mensaje en el pasaje de Colosenses 1:9-13. Estos versículos dicen: “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del pleno conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo por el pleno conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de Su gloria, para toda perseverancia y longanimidad con gozo, dando gracias al Padre que os hizo aptos para participar de la porción de los santos en la luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino del Hijo de Su amor”.
Estos versículos hablan acerca de ser llenos “del pleno conocimiento de Su voluntad”. Ser llenos del pleno conocimiento de la voluntad de Dios significa simplemente tener la revelación del plan de Dios, de modo que por medio de dicha revelación sepamos lo que Dios planea hacer en el universo. Como creyentes, tenemos que conocer el plan universal de Dios. ¿Qué fue lo que Dios, en la eternidad pasada, planeó hacer en el transcurso del tiempo a lo largo de todas las generaciones? Necesitamos tal revelación a fin de que tengamos el pleno conocimiento del plan eterno de Dios.
La revelación del plan de Dios nos abre el camino para experimentar más de Cristo. Todos tenemos que preguntarnos: “¿Cuánto conozco acerca del plan de Dios? ¿Cuánto conozco respecto a Cristo en el plan de Dios?”. Cuanto más sepamos de esto, mejor. Así que, necesitamos pasar más tiempo aprendiendo acerca de Cristo en el plan de Dios. Ésta es una de las razones más importantes por las que tenemos que leer las Escrituras. Leemos las Escrituras no para recibir doctrina ni enseñanzas, sino para recibir la revelación de Cristo y el pleno conocimiento del plan eterno de Dios.
¿Cuál es la diferencia entre la doctrina de Cristo y la revelación de Cristo? Hablando en un sentido estricto, la Biblia no es un libro de doctrinas ni de enseñanzas; más bien, es un libro lleno de revelación. La Biblia abre la cortina universal, el velo universal, para mostrarnos lo que está en la mente de Dios y lo que Dios planea hacer en el universo. Este plan consiste en hacer que Su Hijo lo sea todo. El deseo de Dios, Su plan y Su pensamiento, es hacer que Cristo lo sea todo. Éste es el contenido de todas las Escrituras. Por tanto, necesitamos dedicar más tiempo a leer las Escrituras con tal visión y expectativa, esto es, no con la expectativa de aprender más doctrinas y enseñanzas, sino con la expectativa de conocer más a Cristo y recibir más del pleno conocimiento del plan eterno de Dios.
A medida que recibimos más entendimiento espiritual, también debemos orar que el Señor nos dé el lenguaje espiritual, la expresión espiritual. Necesitamos tener el logos—las palabras, el lenguaje, la expresión— dentro de nosotros. No sólo necesitamos obtener entendimiento espiritual en nuestra mente y sabiduría en nuestro corazón y espíritu, sino también el lenguaje y la expresión espirituales en nuestro hablar. Entonces seremos aquellos que conocen el plan de Dios y que también podrán explicárselo a otros. No sólo amaremos las cosas de Dios, sino que también seremos aptos para expresarlas e incluso dar un mensaje acerca de ellas.
Según Colosenses 1:9-13, primero recibimos el conocimiento del plan de Dios y luego, sobre la base de ese conocimiento, andamos “como es digno del Señor”. El conocimiento viene primero, y luego, el andar. Conocer la voluntad de Dios y el plan eterno de Dios nos permite andar como es digno del Señor. La revelación que recibimos dirige nuestro andar. Nuestro andar es regido por la revelación que tenemos.
Tenemos que dedicar tiempo a leer las Escrituras, a meditar en la Palabra del Señor y a orar acerca de estos asuntos, hasta que seamos llenos de la verdad y del pleno conocimiento del plan eterno de Dios. Cuando esto suceda tendremos sabiduría en nuestro espíritu y corazón, así como entendimiento espiritual en nuestra mente espiritual iluminada y renovada. Tendremos conocimiento, no en nuestra mente natural con sus conceptos naturales, sino en nuestra mente renovada, a la cual el Espíritu Santo le habrá dado entendimiento por medio de nuestro espíritu. Entonces este conocimiento, esta revelación, dirigirá y regirá nuestro andar diario. Así que, primero necesitamos conocer la voluntad de Dios: conocer que Cristo lo es todo; luego, andaremos conforme a lo que conocemos. Este andar será digno del Señor.
Primero conocemos y luego andamos, pero para andar también necesitamos ser fortalecidos. Si no somos fortalecidos, no podemos andar. Colosenses 1:11a dice: “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de Su gloria”. Prestemos atención a las tres palabras usadas en este versículo: fortalecidos, poder y potencia. Esto es muy significativo. Al escribir las Sagradas Escrituras, el Espíritu Santo no fue descuidado. Él escogió cada palabra. Las tres palabras usadas en este versículo indican tres etapas. Fuerza es la primera etapa, poder es la segunda y potencia es la tercera. Fuerza se refiere a la energía interior o al poder de vida. Hay una vida dentro de nosotros que es un poder en nosotros. Esta vida es Cristo mismo. Esto se puede comparar con la gasolina en un carro. La gasolina le proporciona el poder interior al carro. Cristo como nuestra vida es el poder de vida dentro de nosotros, el cual nos infunde energía continuamente. Esta energía es una fuerza interior que nos fortalece todo el día.
El ser fortalecidos interiormente nos trae a la segunda etapa, esto es, el poder. Cuando somos fortalecidos por la vida de Cristo interiormente, tenemos poder. Tenemos el poder para amar a otros, el poder para ser pacientes y el poder para hacer la obra del Señor. La fuerza se convierte en poder. Ser fortalecidos es el inicio, y el poder es dicha fuerza en acción.
Esta fuerza en acción, este poder, produce una condición en la cual la gloria de Dios resplandece por medio de nosotros. Ésta es la tercera etapa: la potencia de Su gloria. La fuerza es algo que opera dentro de nuestro espíritu y corazón, el poder es dicha fuerza en acción, y la potencia es algo que se manifiesta en las acciones que tomamos. Cuando contactamos al Señor, Él nos fortalece interiormente. Al ser fortalecidos, recibimos poder, y este poder nos capacita para andar. El resultado de esto es la potencia de la gloria.
Esto se puede ejemplificar con un foco. Cuando el foco está conectado al enchufe eléctrico, “es fortalecido” por la electricidad. Como resultado de ello, obtiene el poder para expresar la luz y resplandecer. Podríamos llamar esto la luz de la gloria. Del mismo modo, cuando contactamos al Señor al orar, al meditar, al leer las Escrituras y al tener comunión con Él, somos fortalecidos en nuestro espíritu y corazón. Esto nos da el poder para andar en nuestra vida diaria. Como resultado, las personas verán la gloria de Dios en nosotros. La gloria de Dios puede resplandecer por medio de nosotros porque tenemos la potencia; la potencia es hecha real a nosotros porque tenemos el poder; y tenemos el poder porque hemos sido fortalecidos por el Señor mediante nuestro contacto con Él.
Una vez conocí a un hermano que ejemplifica esta experiencia. Este hermano era muy querido, y realmente tenía una condición muy espiritual delante del Señor. Antes de ser salvo, trabajaba para la oficina de aduana en China. En aquel tiempo, todos los que trabajaban para la oficina de aduana recibían un sueldo muy bueno. Por tanto, exhibían sus riquezas y llevaban vidas mundanas. Día tras día iban a fiestas, a bailes y al cine, y participaban en toda clase de entretenimientos. Cuando este hermano recibió al Señor, él repudió todas esas cosas mundanas. Sin embargo, cuando su esposa vio esto, ella no estaba contenta y no estuvo de acuerdo. Es frecuente que las esposas amen al mundo, lo cual causa problemas. Su amor por el mundo generalmente es un problema para sus maridos y sus familias. En comparación con los hombres, por lo general las mujeres aman más al mundo.
Después de que este hermano fue salvo, la actitud de su esposa hacia él cambió. Un día cuando este hermano llegó a casa del trabajo, tan pronto como entró por la puerta, su esposa empezó a quitar los cuadros de la pared y a tirárselos. ¿Qué hizo este hermano en tal situación? Él no habló en voz alta, sino suavemente. Simplemente dijo: “Alabado sea el Señor. Gracias, Jesús”. Entonces su esposa comenzó a agarrar otras cosas para lanzárselas. Cuando la esposa hizo esto, el hermano entró en su habitación, se arrodilló y comenzó a orar. La esposa le comenzó a gritar, pero el hermano sólo se arrodilló, y oró y oró. Finalmente, la esposa no pudo hacer nada más.
Siempre que veíamos a este hermano, nos dábamos cuenta de que la gloria estaba con él. La gloria de Dios estaba sobre este hermano. También nos dábamos cuenta de que este hermano no era débil. Era un hombre lleno de potencia. Podía perseverar con gozo. Era capaz de padecer estas tribulaciones lleno de gozo.
Un día este hermano invitó a algunos hermanos a su casa para celebrar una fiesta de amor y tener comunión. Nunca podrán imaginarse lo que hizo su esposa. Ella no cocinó, sino que sacó todas las sobras del día anterior. Cuando nos sentamos para comer, vimos que la esposa no había cocinado, sino que había sacado las sobras del día anterior. Hermanos, ¿piensan ustedes que podrían sobrellevar esto? ¿Qué creen que hizo este hermano? Con lágrimas en sus ojos, dijo a los hermanos: “Alabemos al Señor por las sobras. Creo que ésta es la mejor fiesta de amor”. Entonces todos los hermanos dijeron: “¡Amén! ¡Aleluya! Verdaderamente ésta es la mejor fiesta”. Este hermano experimentó a Cristo en medio de su situación tan difícil.
¿Cuál fue el resultado de esta situación? Un día la esposa fue conducida al Señor. Ella fue convencida por la condición de su marido, a saber, por la potencia de la gloria que vio en él.
Antes de que su esposa fuera salva, escuché acerca de esta situación; oí acerca de todas estas cosas. Entonces, un día fui a la ciudad donde vivía este matrimonio. La iglesia allí tenía una serie de reuniones para predicar el evangelio, pero la esposa se rehusaba a ir a las reuniones. En aquel entonces, casi todas las demás esposas de los hombres que trabajaban en la oficina de aduana china ya eran salvas. Todos vivían en los dormitorios para los empleados de la oficina de aduana. Puesto que todas las otras señoras eran salvas, tuve comunión con ellas, y les pedí que hicieran lo posible por traer a la esposa a las reuniones del evangelio. Finalmente la trajeron, y después del mensaje que se dio el tercer día, noté un cambio en su rostro. Cuando la vi, mi espíritu percibió que el Señor había hecho algo dentro de ella. Al final de la reunión, se hizo un llamado a los que estaban en la congregación para que tomaran una decisión. Durante ese llamamiento a tomar una decisión, cantamos un himno. Mientras cantábamos, me percaté de que ella era la única que el Señor estaba llamando en aquel momento, así que cantamos el himno una vez, dos veces, y luego una tercera vez. Mientras la observaba, vi que había traído a su hija a la reunión. También vi que la pequeña muchacha le hablaba a su madre. La pequeña muchacha le habló por algún tiempo, y la joven se puso de pie repentinamente en la banca donde se habían sentando. Se puso de pie y dijo: “Madre, me paro por ti”. Entonces, con lágrimas, la madre le siguió. Al momento en que se levantó, toda la reunión estalló; la reunión entera se llenó de alabanzas y aleluyas. ¡La esposa había sido traída al Señor! Al día siguiente de su salvación, la esposa les pidió a los hermanos que habían comido sobras en su casa, que fueran a su casa de nuevo; esta vez los invitó para tener una verdadera fiesta de amor y un tiempo de comunión. Esta historia es un buen ejemplo de lo que puede suceder cuando somos fortalecidos por el Señor con todo poder, conforme a la potencia de Su fuerza.
Primero necesitamos conocer la voluntad de Dios, el misterio de Dios, que es Cristo mismo. Luego necesitamos andar conforme a lo que conocemos, es decir, andar regidos por la revelación que hemos visto. Para hacer esto, debemos ser fortalecidos de tal manera que obtengamos el poder y poseamos la potencia. Después de estas tres experiencias —conocer, andar y ser fortalecidos— debemos añadir una cuarta, a saber, dar gracias al Padre (v. 12a). Debemos cantar himnos, ofrecer alabanzas y dar gracias al Padre por hacernos aptos para participar de la porción de los santos. Estos son los cuatro pasos de nuestra experiencia: conocer, andar, ser fortalecidos y dar gracias. Creo que esto es lo que el apóstol Pablo quiso decir cuando oró por los santos. Él oró pidiendo que los santos fueran llenos del conocimiento del plan eterno de Dios, es decir, que recibieran la revelación del misterio de Dios, el cual es Cristo mismo, de modo que pudieran andar conforme a esta revelación al ser fortalecidos. Aquellos que sean introducidos en esta experiencia agradecerán a Dios por Su misericordia y gracia, las cuales los hicieron aptos para participar de la porción de los santos, la cual es el Cristo todo-inclusivo.
También debemos darnos cuenta de que estos cuatro pasos están “en la luz” (v. 12b). La luz es una esfera, un ámbito. Hay una esfera y un ámbito de luz, así como también una esfera y un ámbito de tinieblas. Estas dos esferas son dos reinos: un reino de tinieblas y un reino de luz. Consideren a todas las personas del mundo hoy. Ellos andan en una esfera y un ámbito que, de hecho, es el reino de las tinieblas, el reino de Satanás. Sin embargo, aquellos que conocen el plan de Dios, que andan según este plan y que son fortalecidos con el poder de Cristo para participar de la porción de los santos, ellos andan en otra esfera. ¿Qué esfera es ésta? La esfera de la luz, la cual es el reino de la luz, el reino de Dios.
Cuanto más revelación recibimos del plan de Dios y cuanto más experimentamos a Cristo, más sentimos que estamos en la luz. Toda nuestra vida diaria y nuestro andar cotidiano estarán en la luz. Esta esfera de luz es el reino del Hijo amado de Dios. A medida que recibimos más revelación acerca del misterio de Dios y experimentamos más a Cristo de manera concreta, más nuestra vida diaria y nuestro ser serán introducidos en una esfera de luz. Esto hará que seamos controlados y dirigidos por la luz divina.
¿Qué significa ser controlados, dirigidos y regidos por la luz? Consideremos lo contrario de esto. Supongamos que estemos en una habitación completamente oscura. El resultado sería una confusión total. Sin embargo, cuando el sol brilla y las luces de la habitación están encendidas, todo está en orden. La luz nos mantiene en orden, y así, la luz nos controla, nos dirige y nos rige. Comemos en la luz, hablamos en la luz y escuchamos los mensajes en la luz. Esto es lo que significa participar de la porción de los santos en la luz. Estar en la luz significa ser controlados, dirigidos y regidos por la luz.
¿Qué es, entonces, la luz que nos rige? La respuesta se encuentra en Juan 1:4. Este versículo dice: “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Cuando experimentamos a Cristo como nuestra vida, esa vida instantáneamente llega a ser nuestra luz. En Juan 8:12 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Esto es real en nuestra experiencia. Cuanto más experimentamos a Cristo, más luz tenemos, puesto que la luz no es otra cosa que la vida de Cristo que experimentamos.
Inmediatamente después que Colosenses 1:12 dice que estamos en la luz, el versículo 13 afirma que hemos sido librados de la potestad de las tinieblas. La potestad de las tinieblas equivale a la esfera de las tinieblas, al reino de las tinieblas. Este versículo también dice que hemos sido trasladados al reino del Hijo amado de Dios. Hemos sido trasladados, o transferidos, de una esfera a otra.
Colosenses 1:12 habla de luz; y el versículo 13 habla de amor, pues menciona “el reino del Hijo de Su amor”. ¿Qué es el amor? Usted puede decir que Dios es amor, y eso es correcto (1 Jn. 4:8, 16). El amor es la esencia, el elemento y la sustancia de Dios. Las Escrituras también revelan que Dios es luz (1:5). Ambos, el amor y la luz, son un par. El amor y la luz también se relacionan con la vida, porque Dios es vida (cfr. Jn. 14:6). Entonces, ¿cuál es la relación que existe entre el amor, la luz y la vida, y cuál es la diferencia que hay entre estos tres? El amor es la sustancia, la esencia y el elemento de la vida; la vida es la energía y la fuerza del amor; y la luz es el resplandor del amor. El amor, la vida y la luz son una agrupación triuna.
Esto corresponde con nuestra experiencia. Cuanto más experimentamos a Cristo como vida, más estamos en la luz y más amor tenemos. Simplemente estamos llenos de amor, y amamos todo y a todos. Como resultado, la gente puede ver que somos personas llenas de amor y de luz. Cuando la vida dentro de nosotros se manifiesta, es expresada como amor, y cuando esta vida se expresa por medio nuestro como amor, ella resplandece; este resplandor es la luz.
Colosenses 1:13 dice que hemos sido trasladados al reino del Hijo amado de Dios. Dios nos ha librado de las tinieblas y nos ha trasladado al reino del amor. El “reino del Hijo de Su amor” significa que el reino de Dios es el reino del amor. Cuando vivimos en la luz, estamos en el reino del amor. En la luz y en la vida de Cristo no existe el odio; en esta esfera tampoco existen los celos ni la envidia. En la luz y en la vida de Cristo sólo hay amor. ¿Cómo podemos ser humildes? Únicamente cuando estamos llenos de amor. ¿Cómo podemos perseverar? Únicamente cuando estamos llenos de amor. En 1 Corintios 13 se revela que el amor es sufrido, todo lo soporta todo y no se jacta. Podemos expresar todas las cosas buenas que se mencionan en este capítulo porque estamos llenos de amor y vivimos en el reino del amor. Este reino de amor también es el reino de la luz y de la vida. El reino de Cristo es el reino del amor, de la luz y de la vida. Dios nos ha librado del reino de las tinieblas, el cual está lleno de odio, envidia, celos y de orgullo. Hemos sido librados de este reino y trasladados, transferidos, al reino del Hijo amado de Dios. Este reino está lleno de humildad, longanimidad, perseverancia, comprensión y compasión.
Este reino se llama “el reino del Hijo de Su amor”. ¿Qué significa la expresión el Hijo de Su amor? Significa que Cristo, el Hijo de Dios, es la corporificación y la expresión del amor de Dios. La palabra Hijo también nos comunica el concepto de vida. Así que, Cristo es la vida, corporificación y expresión del amor de Dios. En este reino de amor, de luz y de vida, Cristo es el amor, la luz y la vida. Cristo también es el reino, es decir, la esfera y el ámbito. Cristo es nuestro amor, nuestra luz, nuestra vida y nuestro reino. El reino de Cristo no es otra cosa que Cristo mismo como el amor, la luz y la vida.
Puesto que Cristo mismo es este reino, Él es el ámbito, la esfera, en el cual andamos. Colosenses 2:6 dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad El”. Hemos recibido a Cristo como nuestra vida, pero debemos darnos cuenta de que esta vida, es decir, Cristo mismo, es una esfera, un reino, en el cual debemos andar. Debemos “andar en El”.
Supongamos que un amigo suyo, sea creyente o no, viniera a usted y le dijera que debemos llevar una vida en la que nos esforzamos por hacer muchas cosas buenas. ¿Le haría caso? Si no, ¿qué le diría? Si yo estuviera en esa situación, le diría a mi amigo: “Amigo, ahora estoy en el reino de Cristo. Sólo entiendo y me ocupo de las cosas relacionadas con el reino de Cristo. No estoy en el reino de la bondad ni tampoco en el reino de las buenas obras. Simplemente no entiendo qué significa hacer buenas obras; de hecho, el esforzarse por hacer el bien es un concepto ajeno a mí”. Los asuntos de China son ajenos para una persona que vive en los Estados Unidos. Con respecto a los asuntos de China, un estadounidense podría decir: “Yo soy estadounidense. No entiendo las cosas de China. No importa si son cosas buenas o malas, no me incumben porque vivo en el reino de los Estados Unidos”. De la misma manera, todo lo relacionado con el bien y el mal es ajeno para un hombre que vive en el reino de Cristo. El bien y el mal no pertenecen al reino de Cristo; más bien, pertenecen a otro reino, a saber, al reino del conocimiento del bien y del mal. Ya que vivimos en el reino del árbol de la vida, el cual es Cristo mismo (cfr. Jn. 15:1; 14:6), no nos ocupamos de las cosas que están fuera de este dominio. Somos ciudadanos del reino de Cristo, así que somos ajenos al bien y al mal; sólo conocemos una cosa: a Cristo como nuestra vida. Cristo es nuestra vida, nuestro amor, nuestra luz y nuestro reino. Por tanto, debemos andar en Él.
A medida que andamos en Cristo como nuestro amor, luz y vida, seremos regidos por estos mismos elementos. El amor, la luz y la vida son elementos del reino de Cristo, y como tales, son elementos que gobiernan. Las naciones comunistas son regidas por el comunismo; por tanto, son naciones comunistas. Sin embargo, nosotros somos regidos por el amor, la luz y la vida. Así que, nuestro reino es un reino de amor, de luz y de vida.
En el libro de Colosenses, vemos que Cristo es nuestra porción, nuestra vida, nuestro amor, nuestra luz y nuestro reino. Cristo lo es todo para nosotros. Éste es el plan eterno de Dios, a saber: que experimentemos a Cristo, el misterio de Dios, como nuestra vida y nuestro todo a fin de que seamos regidos por el amor y la luz divinos, de modo que vivamos en el reino de Dios, el cual es Cristo mismo.