Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Misterio de Dios y el misterio de Cristo, El»
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Чтения
Marcadores
Mis lecturas

CAPÍTULO CINCO

COMPRENDER QUE NO SOMOS NADA Y EXPERIMENTAR A CRISTO COMO NUESTRO TODO AL PASAR POR SUFRIMIENTOS

  Lectura bíblica: Col. 2:11-12, 20; 3:1-5, 9-11

EL PLAN DE DIOS CONSISTE EN QUE CRISTO SEA NUESTRO TODO

  En la eternidad pasada, Dios hizo un plan con respecto a lo que Él realizaría durante el transcurso de los tiempos y las generaciones en todos los siglos. Él planeó hacer que Cristo fuera el centro y la Cabeza de toda la creación. Cristo es el misterio de Dios (Col. 2:2); como tal, Él es la imagen fiel del Dios invisible y el Primogénito de toda creación (1:15), el Primogénito de entre los muertos y la Cabeza del Cuerpo, que es la iglesia (v. 18), la porción que Dios nos ha otorgado (v. 12) e incluso el reino mismo (v. 13). Podemos compartir a Cristo, recibirlo y andar en Él. Además, Dios desea que Cristo sea algo más subjetivo en nuestra experiencia que todos los puntos antes mencionados. Él se ha propuesto que Cristo sea nuestra propia vida y elemento (3:4; cfr. Ef. 2:5). Dios desea que Cristo, como el Espíritu, entre en nuestro espíritu a fin de mezclarse con nosotros y llegar a ser nuestro propio elemento (1 Co. 6:17). Conforme al plan de Dios, Cristo debe ser nuestra vida, nuestro elemento y nuestro todo.

  Dios no sólo planeó que Cristo fuera nuestra vida y nuestro todo, sino que, además, Él ha hecho que Cristo sea la realidad de todas las cosas positivas en el universo. Todas las cosas físicas que vemos son simplemente figuras y sombras de la realidad, la cual es Cristo (Col. 2:17). Las cosas físicas no son reales; sólo Cristo es real. El alimento que comemos no es el verdadero alimento, pues es solamente una figura. Cristo es nuestro verdadero alimento (Jn. 6:35, 57). La casa en que vivimos no es nuestra verdadera morada. Nuestra verdadera morada es Cristo (cfr. 15:4). El Señor es nuestra morada para siempre (Sal. 90:1). Él es nuestra habitación eterna, nuestra morada eterna (cfr. Ap. 21:22). La vida física que heredamos de nuestros padres no es la verdadera vida; es simplemente una sombra, una figura. Cristo es la verdadera vida (Jn. 14:6). Así que, a los ojos de Dios, si no tenemos a Cristo, no tenemos vida. En 1 Juan 5:12 dice: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Cristo también es nuestra verdadera luz y nuestro verdadero camino (Jn. 1:4; 1 Jn. 1:5; Jn. 14:6). Todas las cosas físicas visibles no son reales; todas ellas son simplemente figuras y sombras de la realidad, la cual es Cristo mismo.

  Dios se ha propuesto que Cristo sea nuestro todo. ¿Qué es lo que usted desea? ¿Desea la buena tierra con sus manantiales? Cristo es la buena tierra y sus manantiales (cfr. Dt. 8:7). ¿Desea tener esperanza y paz? Cristo es tanto nuestra esperanza como nuestra paz (Ef. 1:12; 2:14). ¿Desea riquezas? Cristo es nuestra verdadera riqueza (cfr. 3:8; Fil. 4:19), y nuestro verdadero tesoro (2 Co. 4:7). ¿Necesita alimento con el cual nutrirse o una casa en donde vivir? Cristo es ambos. ¿Desea recibir una carta? Cristo es incluso nuestra carta (3:3). ¿Necesita ropa? Colosenses 3:10-14 revela que podemos vestirnos de Cristo, quien es nuestra verdadera ropa. ¿Necesita una cabeza bajo la cual someterse? Cristo es nuestra Cabeza (Ef. 1:22). De hecho, si no tiene a Cristo, usted es una persona sin cabeza. ¿Desea filosofía? Cristo es mucho más que la filosofía (Col. 2:3). Nunca podríamos agotar todo lo que Cristo es para nosotros. Cristo en verdad lo es todo.

NECESITAMOS APLICAR A CRISTO EN NUESTRA VIDA DIARIA

  Aunque Cristo lo es todo, existe un problema. El problema es que aunque Cristo está en nosotros, no lo aplicamos en nuestra vida diaria. Tenemos a Cristo, pero cuando pensamos sobre algo, no aplicamos a Cristo. Tenemos a Cristo, pero cuando vamos a hacer algo, no aplicamos a Cristo. Tenemos a Cristo, pero cuando hablamos con la gente, no aplicamos a Cristo. Esto puede compararse con tener un buen carro pero no saber conducirlo. Hemos recibido a Cristo en nosotros, pero no lo aplicamos en nuestro diario vivir.

  Los cristianos hoy hablan con frecuencia de hacer, en calidad de creyentes, lo que es correcto. Día tras día buscan la voluntad del Señor para saber lo que deben o no deben hacer. Sin embargo, esta clase de búsqueda no es adecuada. En lugar de simplemente indagar si debemos hacer algo o no, deberíamos preguntarnos: “Si hago esto, ¿lo estaré haciendo solo o lo estará haciendo Cristo juntamente conmigo?”. Esto es lo que debemos esforzarnos por saber. Cuando hacemos algo, debemos indagar a fin de determinar quién es el que actúa. ¿Actuamos nosotros solos, o está actuando Cristo en nosotros y por medio de nosotros? En Gálatas el apóstol Pablo testifica, diciendo: “Ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí” (2:20). Es posible que frecuentemente inquiramos de la siguiente manera: “¿Señor, es correcto que haga esto?”; pero también deberíamos comprobar si estamos actuando por nosotros mismos o si es Cristo quien vive en nosotros.

  Cierto día un hermano joven me preguntó: “Hermano Lee, ¿por qué dicen algunos que los cristianos no deben ir al cine?”. Al contestar su pregunta, no le di una respuesta larga; simplemente le pregunté: “¿Cuando usted va al cine, le acompaña Cristo?”. El hermano joven me respondió: “Es obvio que Cristo no va conmigo al cine”. Además del tema de las películas, yo también preguntaría: Cuando predicamos el evangelio, ¿quién es el que predica? ¿Predicamos el evangelio por cuenta propia, o es Cristo en nosotros el que predica? Cuándo visitamos a algún creyente, ¿lo visitamos nosotros solos, o es el Cristo que mora en nosotros el que visita en nosotros y con nosotros? En otras palabras, al ocuparnos de todas las cosas en nuestra vida diaria, ¿realmente aplicamos a Cristo en lo que hacemos? Si hemos recibido la revelación de que Cristo lo es todo para nosotros, entonces nos aseguraremos de aplicarlo a Él en todo. Día tras día, momento tras momento y en todo lo que hagamos, debemos asegurarnos que Cristo vive en nosotros. Debemos asegurarnos de aplicar a Cristo en todo lo que hagamos.

LLEGAR A NUESTRO FIN PARA EXPERIMENTAR A CRISTO COMO NUESTRO TODO

  Para aplicar a Cristo en todo lo que hacemos y experimentar a Cristo como nuestro todo, no sólo necesitamos recibir la revelación de quién es Cristo, sino también necesitamos llegar a nuestro fin. En la corta epístola de Pablo a los Colosenses, él habla de esto muchas veces. El apóstol declara que hemos muerto (2:20; 3:3), que hemos sido sepultados (2:12), que debemos despojarnos del viejo hombre (3:9) y que hemos sido circuncidados (2:11). ¿Por qué menciona Pablo todas estas experiencias? Lo hace para aclararnos que Dios se ha propuesto darnos fin y que, de hecho, ya hemos sido terminados. ¿Por qué es ésta la intención de Dios? Dios se ha propuesto que lleguemos a nuestro fin porque Él desea que Cristo lo sea todo para nosotros. Tenemos que “salir”, a fin de que Cristo pueda entrar; tenemos que ser desentronizados, para que Cristo pueda ser coronado; y tenemos que ser terminados, a fin de que Cristo pueda ser nuestro todo.

Vaciarnos con el fin de ser llenos

  Este principio puede verse claramente al considerar que Dios nos creó como vasos para contener a Cristo. Dios creó al hombre conforme a Su propia imagen (Gn. 1:26) a fin de que el hombre fuera un vaso que contuviera a Cristo (Ro. 9:21-23; 2 Co. 4:7; 2 Ti. 2:20-21). Sin embargo, para poner algo en un vaso, es necesario que dicho vaso esté vacío. Si el vaso contiene algo, debemos vaciarlo primero antes de poder llenarlo con otra cosa. Así que, como vasos hechos con el fin de contener a Cristo, debemos ser vaciados de todo lo que no sea Cristo para llenarnos de Él. No obstante, hay una gran diferencia entre nosotros y un vaso común. Si un vaso ordinario está lleno de algo, es muy fácil vaciarlo; no obstante, si nosotros estamos llenos de otras cosas que no son Cristo, no es tan fácil vaciarnos de todas esas cosas. La razón consiste en que nosotros somos vasos vivientes, y tenemos una mente, una parte emotiva y una voluntad. Aunque el Señor desea llenarnos consigo mismo, es posible que no siempre deseemos recibirle; es muy difícil lidiar con vasos vivos. Ésta es la razón por la que debemos llegar a nuestro fin y ser terminados. Si dejamos de vivir, será muy fácil que Cristo nos llene consigo mismo y que Él llegue a ser nuestro todo.

Pasar por sufrimientos nos ayuda a comprender que no somos nada y que Cristo lo es todo

  La Biblia revela que Cristo es nuestra vida y nuestro todo; también revela que ya hemos sido crucificados y sepultados con Cristo. Sin embargo, el problema radica en que, si bien hemos muerto, seguimos vivos. Tenemos mucha confianza en nosotros mismos; somos muy activos, fuertes y vivos en nuestro yo, y es muy difícil que nos olvidemos del yo. Quizá entendamos que Dios se ha propuesto lograr que Cristo sea nuestro todo, y tal vez entendamos que hemos sido crucificados con Cristo, pero, aún así, tenemos que admitir que todavía estamos muy vivos.

  Frente a tal situación, ¿qué debe hacer Dios? ¿Qué debe hacer Dios para traernos al punto en que seamos llenos de Cristo, apliquemos a Cristo en todo lo que hagamos y tomemos a Cristo como nuestra vida y nuestro todo? Para lograr esto, Dios tiene que introducirnos en circunstancias en las que experimentemos sufrimientos. Dios no tiene otra manera de darnos fin sino permitiendo que pasemos por sufrimientos. Nuestro yo, que es muy fuerte, es aniquilado por medio de las presiones y del fuego en nuestro ambiente. Sólo los verdaderos sufrimientos pueden conducirnos a nuestro fin, pues cuanto más sufrimos, más nos damos cuenta de que no somos nada y que Cristo lo es todo. Todo aquel que desea buscar al Señor debe pasar por sufrimientos. No hay ninguna excepción. Ésta es la única manera en la que Dios puede traernos al punto en el que no somos nada y Cristo lo es todo.

  Recientemente una hermana me hizo una pregunta muy buena. Ella me dijo: “Hermano Lee, parece que hemos descubierto un hecho. Aunque suene muy extraño, pareciera que generalmente cuando una hermana ama al Señor y lo busca, su marido se opone al Señor, y no importa cuánto ore esta hermana por su marido, pareciera que sus oraciones no son contestadas. Y a la inversa, pareciera que cuando un hermano ama al Señor y lo busca, por lo general su esposa se opone al Señor. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué es tan difícil encontrar una pareja en la que tanto el marido como la esposa amen al Señor? Además, por qué frecuentemente los padres que aman al Señor tienen hijos que no aman al Señor, y asimismo, los hijos que buscan al Señor tienen padres que se oponen al Señor? ¿Por qué es tan difícil encontrar una familia completa que ame al Señor?”. La respuesta a esta pregunta es que Dios se ha propuesto ponernos en una situación llena de sufrimientos, una situación de la cual no podamos escapar. Es verdad que algunos maridos son una gran fuente de presión para sus esposas, que algunas esposas son un fuego candente para sus maridos, que algunos hijos son una gran fuente de presión para sus padres y que algunos padres son un fuego candente para sus hijos. Todo esto está bajo la mano soberana de Dios.

  Todos los jóvenes, cuando buscan con quien casarse, tratan de encontrar la mejor persona. Ellos consideran detalladamente la mejor persona con quien casarse. Sin embargo, después de muchos años de experiencia puedo decir que no confío en esta clase de consideración. Había una vez un hermano joven que trató de encontrar a la hermana adecuada para él. Consideró una hermana tras otra, pero no estuvo satisfecho con ninguna de ellas. Finalmente, después de mucha consideración, una de ellas le agradó. Según su sentir, ésa era la mejor hermana para él. Sin embargo, después de estar casado por algún tiempo, un día este hermano vino y me dijo: “Hermano Lee, me arrepiento”. Le pregunté: “¿Qué quieres decir con que te arrepientes? ¿De qué te arrepientes?”. Entonces él dijo: “Me arrepiento de la elección que hice en cuanto a mi matrimonio. Me arrepiento de haber escogido a la hermana que escogí”. Cuando oí esto, le dije: “Hermano, hiciste todo lo posible por escoger al mejor cónyuge, y finalmente has conseguido lo mejor. Tienes que tener fe que esta hermana es la mejor para ti. Ninguna otra hermana podría ser mejor para ti. Has escogido a la que Dios preparó para ti. Tu elección se llevó a cabo bajo la soberanía de Dios. Tú y todas tus decisiones están en las manos del Señor. Es posible que tú puedas cometer un error, pero Dios nunca puede cometer un error. Él es soberano”. Según nuestra perspectiva, nuestro cónyuge puede ser el peor, pero según la perspectiva de Dios, él o ella es lo mejor.

  Dios es ciertamente soberano al disponer con quién nos casamos. Él ha elegido el mejor cónyuge para nosotros. Dios es soberano al determinar todas nuestras circunstancias y todas nuestras situaciones con un sólo objetivo: hacer que pasemos por presión y fuego. Tenemos tanta confianza en nuestro yo y es tan difícil para nosotros olvidarnos de nuestro yo, que la única manera en la que podemos ser salvos es que Dios nos ponga en situaciones que nos presionen, nos quemen por completo y nos aniquilen. Posiblemente no sólo se requiera a nuestra esposa, sino también a varios hijos para proporcionar la presión y fuego necesarios que nos dé fin. Cuando lleguemos a nuestro fin, podremos decirle al Señor: “Señor, estoy acabado”. No diremos esto basados en el conocimiento de una doctrina, sino que basados en nuestra experiencia diremos: “Señor, estoy acabado”. Entonces el Señor nos responderá: “Qué bueno que hayas sido aniquilado. Ahora puedo ser tu vida de una manera práctica. Ahora puedo ser todo para ti”.

  Cuanta más revelación tengamos de que Cristo es nuestro todo en todo, más tendremos que ser quemados por completo y presionados a fin de que realmente experimentemos a Cristo de esta manera. Este principio no tiene excepciones. Todos los creyentes que realmente buscan al Señor tienen que experimentar ciertas presiones y padecer ciertas tribulaciones. Cuanto más vemos de Cristo y más lo buscamos, más sufrimientos padeceremos. Por una parte, experimentar a Cristo equivale a disfrutar de algo, pero por otra, experimentar a Cristo también equivale a sufrir. La razón es que, a fin de experimentar a Cristo, tenemos que ser aniquilados. Todos somos demasiado fuertes en nuestro yo. Por tanto, no hay otra manera de que seamos llevados a nuestro fin y de que Cristo sea nuestro todo, sino siendo aniquilados al pasar por sufrimientos.

  La mano del Señor está puesta soberanamente sobre nosotros. El Señor sabe exactamente quiénes somos y sabe exactamente lo que necesitamos. Si anhelamos experimentar a Cristo de forma más profunda, el Señor sabe cómo concedernos lo que deseamos. La única manera radica en hacernos pasar por sufrimientos. Sólo los verdaderos sufrimientos pueden aniquilarnos y darnos fin. Cuanto más sufrimos, más comprendemos que no somos nada y más nos damos cuenta de que Cristo lo es todo.

  A la luz de esto podemos ver por qué Pablo, en Colosenses 1:11, usa la expresión para toda perseverancia y longanimidad con gozo. ¿Por qué Pablo menciona la perseverancia y la longanimidad al inicio de esta epístola? Porque él sabía por experiencia propia que Dios debe aniquilarnos a fin de que podamos experimentar a Cristo como nuestro todo. Él sabía que pasar por la experiencia de muerte requiere perseverancia y longanimidad.

  Supongamos que hay un hermano que es muy activo y listo y que, además, tiene un temperamento fuerte. Supongamos que este hermano también ama mucho al Señor. Él ha visto algo de Cristo y desea experimentar a Cristo de manera práctica. No es tan fácil que este hermano llegue al punto en el que experimente a Cristo de esta manera; más bien, es muy difícil que un hermano tan fuerte se detenga por completo y experimente a Cristo en aquello que esté haciendo. Aunque él tiene el corazón y deseo de experimentar a Cristo, sencillamente no es capaz de parar de actuar por sí mismo; por consiguiente, es incapaz de experimentar mucho a Cristo.

  Para que este hermano pueda obtener una experiencia más profunda de Cristo, en la cual Cristo llegue a ser su todo, primero debe padecer muchas tribulaciones. Por tanto, el Señor ejercerá Su soberanía y controlará todo lo referente a este hermano y a su ambiente. El Señor lo conducirá a ciertas situaciones específicas en las cuales experimentará muchas tribulaciones. Por tres, cinco o incluso diez años, este hermano tendrá que pasar por sufrimiento tras sufrimiento. Después de transcurridos todos esos años de sufrimientos, él llegará al punto en que le será muy fácil aplicar a Cristo en su vida diaria. Debido a las tribulaciones en su medio ambiente, él perderá toda confianza en sí mismo y llegará al punto en que no sólo se dará cuenta de que ha llegado a su fin, sino también reconocerá que él no es nada. Cuando llegue a este punto, le será muy fácil y espontáneo aplicar a Cristo en su diario vivir. Entonces, en todo lo que haga, automáticamente irá al Señor, confiará en el Señor y tendrá comunión con Él. También le será fácil cooperar con la manera en que el Señor lo guíe. El hecho de comprender que él no es nada, hará que le sea muy fácil experimentar a Cristo. En todo lo que haga, será uno con el Señor. Cuando este hermano lea las Escrituras, orará: “Señor, no soy nada. Tú eres mi todo; Tú lo eres todo para mí. Estoy listo para leer las Escrituras, pero no deseo leerlas solo. Señor, quisiera leerlas junto contigo. Señor, no soy nada. Quiero que Tú leas las Escrituras conmigo”. Finalmente, este hermano podrá decir: “Ya no soy yo quien lee las Escrituras, sino Cristo. Ya no soy yo, sino Cristo”. Cuando este hermano vaya delante del Señor a orar, tendrá este mismo sentir. Le dirá al Señor: “Señor, no soy nada. Tú eres mi todo. No quiero orar por mi propia cuenta. Señor, me gustaría que Tú ores conmigo”. Al tener tal clase de comunión con el Señor, él finalmente podrá declarar: “Ya no oro yo, mas ora Cristo en mí. Yo no soy nada. Cristo lo es todo”.

  Los santos que se encuentren con un hermano así, inmediatamente detectarán la presencia de Cristo. Siempre que tengan contacto con él, percibirán que él es una persona que vive a Cristo, que anda con Cristo y que se ha perdido totalmente en Cristo. Se darán cuenta de que es un hombre lleno de Cristo y que se ha compenetrado con Cristo y mezclado con Él. Esto se debe a que al llegar a este punto, Cristo está con él en todo lo que hace y en todo lo que dice. En esta etapa, Cristo ha llegado a ser la vida y el todo de este hermano de manera concreta.

  Al alcanzar este grado de experiencia, a este hermano también le será fácil ser edificado y entrelazado con los demás santos. La edificación llegará a ser algo muy real para él, y llegará a ser un hermano muy útil. Debido a que ha comprendido que él no es nada y que Cristo lo es todo, no le será difícil experimentar la verdadera edificación de la iglesia. Además, será una persona muy afable con la cual uno puede relacionarse fácilmente. En esta etapa, dicho hermano será una persona quebrantada y madura.

  Éste es el plan de Dios: hacer que pasemos por sufrimientos a fin de que comprendamos que no somos nada y así podamos experimentar a Cristo como nuestra vida y nuestro todo. Para lograr esto, todos tenemos que ir al Señor y orar. Tenemos que orar pidiendo que el Señor nos revele más de Su deseo y dirija nuestros corazones en este camino. Realmente creo que en estos últimos días, el Señor recobrará a Su pueblo para que lo experimente a Él conforme al plan eterno de Dios. Cristo es el misterio de Dios, y como tal, podemos experimentarlo como nuestra vida y nuestro todo.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración