
Lectura bíblica: Col. 2:11-12, 20; 3:1-5a, 9-11
Cuando amamos al Señor con todo nuestro corazón, algo sucede en nuestro espíritu. Quizá oremos al Señor diciéndole: “Señor, por Tu gracia me siento constreñido por Tu amor a amarte. Señor, quisiera aprender a amarte. Te ofrezco mi amor, mi corazón y todo mi ser”. Cuando oramos de tal manera, percibimos que algo maravilloso ocurre en lo más profundo de nuestro ser. Ésta es la experiencia de ser llenos de la sabiduría de Dios. Simplemente al amar al Señor de todo corazón, nuestro espíritu se llena de la sabiduría de Dios. Una vez experimentemos esto, debemos acudir al Señor para recibir no sólo la sabiduría, sino también el entendimiento espiritual a fin de comprender lo que estamos experimentando (Col. 1:9). Necesitamos recibir entendimiento espiritual para comprender lo que acontece en nuestro espíritu y experimentarlo más profundamente. El principio espiritual es el siguiente: para experimentar genuinamente a Cristo como nuestra vida y nuestro todo, debemos poseer el conocimiento del plan eterno de Dios de una manera verdadera y completa. Si no poseemos el conocimiento pleno y la revelación de Cristo en el plan de Dios, nunca podremos experimentar genuinamente a Cristo como nuestra vida en nuestro diario vivir.
Ésta es la razón por la que debemos pasar tiempo con el Señor en oración. Necesitamos pasar mucho tiempo en la presencia del Señor para orar de una manera particular acerca de este asunto. Debemos orar diciendo: “Señor, revélame Tu propósito eterno. Revélame Tu plan respecto a Cristo. Revélame todo respecto a quién es este Cristo, al cual he experimentado. Señor, abre mis ojos. Concédeme el pleno entendimiento acerca de Tu plan eterno”. Debemos poner en práctica orar de esta manera todos los días. De hecho, sería muy bueno si eleváramos esta clase de oración todos los días por seis meses. Durante medio año, cuando vayamos al Señor, deberíamos orar diciendo: “Señor, abre mis ojos. Concédeme el entendimiento para que pueda ver, experimentar y comprender lo que significa que Cristo sea mi vida. Muéstrame Tu plan eterno respecto a Cristo como el misterio de Dios”. Debemos orar y orar día tras día para recibir revelación.
En la Biblia no figuran muchas de las oraciones de los apóstoles, pero sí hallamos en ella algunas de las oraciones del apóstol Pablo. Si leemos dichas oraciones, podremos ver que éstas tienen una misma naturaleza y contenido. Pablo oró mucho para que nuestros ojos fueran abiertos a fin de que recibiéramos revelación respecto al plan eterno de Dios (Ef. 1:16-19; 3:14-19). Así que, nosotros también debemos pedir por esto. Debemos pedirle revelación al Señor; de otra manera, nunca podremos experimentar plenamente a Cristo como nuestra vida.
Más que cualquier otra cosa, necesitamos luz espiritual y el conocimiento que proviene de la revelación. No necesitamos conocimiento doctrinal. Lo que necesitamos es el entendimiento espiritual y el conocimiento que proviene de la revelación espiritual. Cuando el conocimiento que proviene de la revelación deja una impresión en nuestro espíritu, en nuestro corazón, en nuestra mente y en todo nuestro ser, éste llega a ser el factor que nos rige interiormente, esto es, el factor que rige nuestro ser entero y dirige nuestro andar. La revelación que hemos recibido siempre nos gobierna. Si no tenemos revelación, no estamos sometidos bajo ninguna autoridad ni gobierno (cfr. Pr. 29:18). El conocimiento doctrinal no vale nada, pero el conocimiento proveniente de la revelación celestial, que deja una impresión en nuestro espíritu mediante el Espíritu Santo, es un factor interior que nos rige y nos gobierna. Este factor incluso nos rige día a día, y hace que estemos sometidos bajo el control o la dirección de dicha revelación.
La revelación que debemos recibir consta de dos aspectos. El primer aspecto, el aspecto central, de esta revelación es que el plan eterno de Dios consiste en que Cristo entre en nosotros a fin de ser nuestra vida (Col. 3:4). Éste es el énfasis que Dios hace en nuestro espíritu al darnos revelación. Dios realmente desea que comprendamos que, en nuestro espíritu, Cristo es vida para nosotros. Esto no es sólo algún dicho o doctrina, sino un hecho espiritual. Cristo hoy está en el Espíritu, y Él es el Espíritu mismo (1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17 dice: “El Señor es el Espíritu”, y 3:18 menciona al “Señor Espíritu”. Puesto que Cristo es el Espíritu, podemos recibirlo en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22a). Esto es muy real. El Señor es el Espíritu, nosotros tenemos un espíritu, y podemos recibir al Señor Espíritu en nuestro espíritu y mezclarnos con Él (1 Co. 6:17). Éste es el énfasis de la revelación divina, a saber, que Cristo es vida para nosotros como el Espíritu en nuestro espíritu. Esto es una realidad, pero sólo podemos experimentarlo mediante revelación. Si no lo vemos, nunca podremos experimentarlo.
El mero hecho de recibir enseñanzas o de escuchar algo no causará que tengamos la realidad de aquello que hemos aprendido o escuchado. Por ejemplo, supongamos que una persona le diga que usted posee algo que está lleno de gérmenes. Si usted no puede ver los gérmenes, posiblemente considerará que el objeto está completamente limpio, de modo que lo que le han dicho no tendrá la menor importancia para usted. Pero si usted pudiera ver los gérmenes, entonces comprendería la verdadera situación. Si hemos visto algo, los hechos tendrán significado; de otra manera, lo único que tendremos es una simple teoría.
Quizá hayamos escuchado muchas veces que Cristo es nuestra vida. Como respuesta, tal vez hayamos afirmado: “Esto es maravilloso; Cristo es nuestra vida”. Hemos escuchado el dicho e incluso lo hemos repetido, pero ¿significa esto algo para nosotros? Si no hemos visto la realidad, entonces no significa nada. Así que, debemos orar: “Señor, abre mis ojos. Revélame que Cristo es mi vida”. Sólo cuando vemos esto podemos comprender y experimentar plenamente el hecho que Cristo es nuestra vida.
Después de ver que Cristo es nuestra vida, el segundo aspecto de la revelación que debemos recibir es que estamos muertos, sepultados y terminados. Algunos quizá pregunten: “¿Cuándo morimos, y cuándo fuimos sepultados?”. Morimos juntamente con Cristo en la cruz el día en que Cristo murió, y fuimos sepultados juntamente con Él el día en que fuimos bautizados (Ro. 6:6; Col. 2:12). Cuando alguien muere, generalmente es sepultado de inmediato. En nuestro caso, sin embargo, estábamos muertos más de mil años antes de que fuéramos sepultados. Después de estar muertos por más de mil años, un día fuimos bautizados por la iglesia. Una vez que una persona es sepultada, ella queda completamente aniquilada. Con el tiempo el Espíritu Santo nos revelará que estamos muertos, sepultados y, por consiguiente, completamente terminados. Todos necesitamos recibir tal revelación. La mayoría conocemos la doctrina de que fuimos sepultados en el momento de nuestro bautismo, pero no sólo necesitamos la verdad en cuanto a esto sino, además, la revelación. Necesitamos que el Espíritu Santo nos revele el hecho espiritual de que hemos sido sepultados juntamente con Cristo.
Una buena indicación de si hemos visto o no esta revelación, radica en cómo nos sentimos acerca de nosotros mismos. Algunos quizá se consideren buenos, mientras que otros se consideren malos; ambos sentimientos están equivocados. Si alguien me preguntara si yo me considero bueno o malo, simplemente le respondería: “Yo estoy muerto y sepultado. No tengo nada que ver con el bien ni tampoco con el mal. He sido terminado; estoy aniquilado en cuanto al bien y en cuanto al mal”. ¿Entendemos esto? Un día, hace más de veinticinco años, el Señor me reveló este asunto. Cuando lo vi, me regocijé al grado de estar fuera de mí, y no pude permanecer en mi habitación. Quise salir a la calle para decirle a la gente que había sido sepultado y que no tenía nada que ver con este mundo. Un día el Espíritu Santo le revelará esto a usted, y ya no será más un simple dicho ni una doctrina para usted, sino que será un hecho, una realidad, que le habrá sido revelado en su espíritu. Usted se dará cuenta de que ha sido completamente aniquilado y que ya no tiene nada que ver con este mundo. Entonces, el Espíritu Santo también le revelará que usted ha sido resucitado y vivificado juntamente con Cristo.
Si usted ha recibido la revelación de que está muerto, sepultado y terminado, esto cambiará sus pensamientos, su entendimiento, su comprensión y su experiencia espiritual. Antes de recibir dicha revelación, quizá usted lea las Escrituras, ore, asista a las reuniones y trate de hacer el bien y de vencer el mal. Puesto que hace todas estas cosas, usted piensa que es un cristiano normal. Cuando se enfrenta al mal, hace todo lo posible por vencerlo, y cuando tiene la oportunidad de hacer el bien, se esfuerza por hacerlo. Ésta es la condición de la mayoría de los cristianos hoy. Sin embargo, si el Espíritu Santo viene y le revela que usted ha sido sepultado y resucitado juntamente con Cristo, usted experimentará un gran cambio. Después de haber recibido esta revelación, cuando se enfrente al mal, usted sencillamente no se esforzará por vencerlo. No intentará vencerlo porque se percatará profundamente de que ya ha sido sepultado y que no tiene nada que ver con este mundo. De la misma manera, cuando tenga la oportunidad de hacer el bien, sencillamente no se esforzará por hacerlo, puesto que sabe que ya ha sido sepultado. En Himnos, #201 vemos este mismo pensamiento. Este himno hace la pregunta: “Muerto con Cristo, El me levantó; / ¿Qué más me queda a mí por hacer?”. La respuesta a esta pregunta es que no nos queda nada por hacer. No nos queda nada por hacer, ya sea bueno o malo. Estamos sepultados, terminados y se nos ha dado fin.
Si usted no tiene este entendimiento y uno de sus compañeros de clase lo invita al cine, usted probablemente diría algo así: “No puedo ir al cine porque no tengo tiempo. Ir al cine es una pérdida de tiempo y cuesta mucho dinero. Además, no me gustan las películas de hoy”. No está mal decir todas estas cosas, pero responder de tal manera indica que usted no se ha dado cuenta de que ya ha sido sepultado. Su respuesta indicaría que usted todavía está muy vivo. Sin embargo, si usted viene a mí y me invita a ir al cine con usted, yo no le respondería. Incluso si me invitara mil veces, no recibiría ninguna respuesta. Si usted fuera a un cementerio y hablara con las personas que están allí sepultadas, ¿recibiría alguna respuesta? ¿Acaso algunas de las personas allí sepultadas se levantarían para decir: “No puedo ir al cine porque no tengo tiempo y porque no me gustan las películas de hoy”? Ciertamente usted no recibiría respuesta alguna. Todos los que están en el cementerio están muertos y sepultados, y no les queda nada por hacer. El mismo principio se aplica si alguno de sus compañeros de clase le sugiere a usted que haga algo bueno para ayudar a otros. Si esto le sucediera a usted, ¿qué pensaría y qué diría? En tal situación, usted debe adoptar la actitud de alguien que está muerto y sepultado.
Hemos sido sepultados, y no tenemos nada que ver con el bien ni con el mal. Lo único en que nos centramos es Cristo. Vivimos a Cristo y andamos en Él como nuestro reino. No tenemos nada que ver con aquello que se encuentra fuera de Cristo, ya sea bueno o malo. Hemos sido sepultados y hemos salido de este mundo. Incluso podemos decir que hemos sido “sepultados fuera” de este mundo. Tarde o temprano, el Espíritu Santo nos mostrará los dos aspectos de esta revelación: que Cristo es nuestra vida, y que hemos sido sepultados juntamente con Cristo. Si recibimos tal revelación, ésta nos regirá, nos cambiará y nos trasladará de un ámbito a otro.
Entre nosotros se habla mucho sobre la edificación de la iglesia. Por tanto, yo preguntaría: ¿qué clase de hermano es útil para la edificación de la iglesia? ¿Uno que tiene mal genio, que es orgulloso y que se enfada fácilmente, o uno con buen temperamento, que sea amable y bueno? ¿Qué clase de hermano escogería usted para que ayudara en la edificación de la iglesia? A decir verdad, ni el hermano con mal genio ni tampoco el hermano con buen temperamento pueden ser edificados con otros. Un hermano con mal genio no puede ser edificado con otros porque siempre causará problemas; y un hermano con un buen temperamento, que siempre se comporta como un caballero, tampoco puede ser edificado con otros porque no es otra cosa que barro. Quizás sea bueno, dócil y agradable, pero una vez que se le eche un poco de agua caliente encima, se disuelve. Incluso es más difícil que un hermano dócil sea edificado con otros que un hermano con mal genio, porque frecuentemente un hermano dócil está lleno de críticas interiormente. Por fuera él es dócil, pero interiormente está lleno de orgullo. El hombre natural, ya sea bueno o malo, es absolutamente contrario a la edificación. De hecho, todo lo que procede de nosotros es contrario al edificio de Dios.
Debemos entender el hecho que cuando Dios efectúa Su salvación, Él hace que Cristo sea nuestra vida y nos hace morir a nosotros. Si nos damos cuenta de esta realidad, entonces no importará lo que venga, sea bueno o malo, pues adoptaremos la actitud de que nosotros no somos los que vivimos, sino que Cristo es quien vive dentro de nosotros. Este entendimiento incluso afectará la manera en que leemos la Biblia. Tal vez leemos la Biblia, pero ¿cómo lo hacemos? Existen dos maneras en que podemos leer la Biblia: podemos leerla como un hombre natural que no se da cuenta de que ha sido sepultado, o podemos leerla con los ojos y el entendimiento de uno que comprende que ha sido sepultado y ha resucitado juntamente con Cristo. Hay una gran diferencia entre estas dos maneras de leer la Biblia.
En una ocasión que visité cierto lugar para laborar para el Señor, me quedé en la casa de un hermano y su esposa. Esta pareja amaba mucho al Señor y siempre asistía a las reuniones. Como me quedé en casa de ellos, descubrí que ambos practicaban el avivamiento matutino, en el cual se levantaban temprano para orar y leer las Escrituras. Una mañana, mientras todos estábamos a la mesa desayunando, le pregunté a la hermana qué había leído durante su tiempo de avivamiento matutino. Ella me respondió que había leído Efesios 5, así que le pregunté qué luz había recibido de ese capítulo. Ella dijo: “Recibí la luz de que los maridos deben amar a sus esposas de la misma manera en que Cristo ama la iglesia. Esto es en verdad maravilloso”. Entonces me volví al marido y le pregunté qué pasaje de la Palabra había leído y qué luz había recibido. Él contestó que también había leído Efesios 5 y que había recibido la luz maravillosa de que las esposas deben sujetarse a sus maridos. Tanto el marido como la esposa habían leído la misma porción, y en la misma mesa la esposa dijo que había recibido la luz de que los maridos deben amar a sus esposas, y el marido había recibido la luz de que las esposas deben someterse a sus maridos. Esto me preocupó. Temí que ellos se pelearan allí mismo durante el desayuno. Ambos eran creyentes, sin embargo, eran muy diferentes interiormente y había cierta pugna entre ellos. Con esto podemos ver claramente que ambos habían ido a la Palabra en su hombre natural y con una mente natural. Si un día ambos recibieran la revelación de que han sido sepultados y terminados, entonces al leer la Palabra por la mañana con este entendimiento, el Espíritu Santo tendría la manera de revelarles algo espiritual. Entonces no prestarían atención a las cosas que resultan atrayentes a su mentalidad natural.
Una vez le pregunté a otro hermano qué había leído durante su avivamiento matutino, y él respondió que había leído detenidamente cada versículo de Colosenses 3. Entonces le pregunté qué provecho había recibido de su lectura. Él me respondió que había sido iluminado en cuanto al asunto de que el amor es el vínculo de toda perfección y de las buenas obras (v. 14). Ésta es una verdad bíblica y suena muy agradable. Es correcto decir que el amor es el vínculo de todas las cosas. Pero después de que respondiera, le pregunté si había visto algo más en este capítulo. Él respondió: “Simplemente no entiendo ni me gustan las demás cosas contenidas en este capítulo. Lo que me gusta son las enseñanzas sobre el amor, la paciencia y la humildad. No me gusta leer respecto a despojarme del viejo hombre y vestirme del nuevo. Esta clase de enseñanza me da dolor de cabeza. No la entiendo ni me gusta. ¿Qué es el viejo hombre, y qué es el nuevo hombre? No entiendo estos asuntos, pero sí me gusta leer sobre el amor, la paciencia y la humildad”. En tal respuesta podemos ver que cuando una persona acude a la Palabra de esa manera —es decir, cien por cien como un hombre natural—, nunca podrá recibir revelación espiritual.
Cuando usted lea Colosenses 3 y cualquier otro capítulo de la Biblia, debe hacerlo sobre la base de que ha sido sepultado y resucitado juntamente con Cristo. Entonces, cuando llegue al versículo 14 de Colosenses 3, que dice que el amor es el vínculo de la perfección, usted se examinará a sí mismo e inquirirá del Señor: “Señor, éstas son las palabras que a mí me gustan. ¿Son éstas las palabras que Tú me estás hablando ahora? Si es así, las recibo de Ti, pero si no, entonces me rechazo a mí mismo y abro mi ser a Ti para recibir lo que Tú quieras darme”. Si usted tiene tal actitud cuando viene a la Palabra, la Palabra estará abierta a usted y recibirá revelación en su espíritu. Cuando usted acepte el hecho de haber sido sepultado y resucitado juntamente con Cristo, entonces recibirá revelación y estará escondido con Cristo en Dios (v. 3), se despojará del viejo hombre (v. 9) y se vestirá del nuevo (v. 10).
Luego, después de haber recibido tal revelación, ésta llegará a ser un poder que lo regirá a usted interiormente todo el día. Tal revelación lo regirá, lo protegerá y resplandecerá en usted todo el día. La luz de que usted ha resucitado juntamente con Cristo y que está escondido con Cristo en Dios, así como la revelación de que usted se ha despojado del viejo hombre y vestido del nuevo, lo gobernará y lo protegerá durante todo el día, manteniéndolo lejos del viejo hombre y dentro del nuevo. De esta manera, usted experimentará a Cristo como su vida y podrá declarar: “Cristo es mi vida, y es Cristo quien vive en mí. No tengo nada que ver con el bien y el mal. Tales cosas son ajenas a mí. Lo único que me incumbe es tener contacto con el Cristo vivo, quien es mi vida. Día tras día y momento a momento me paro firme sobre la base de que he sido sepultado y resucitado juntamente con Cristo. Cristo es mi vida”. Entonces usted experimentará a Cristo más y más en su vida diaria y rechazará la tentación de hacer el bien y de vencer al mal. Quizá esto le suene extraño, pero el diablo le tentará a hacer el bien. Si él tiene éxito al tentarle a hacer el bien, entonces también tendrá éxito al tentarle a hacer el mal. Así que, siempre que el enemigo venga a tentarle a hacer el bien o el mal, usted no debe decirle ni una palabra. Simplemente esté firme sobre el hecho de que ha sido sepultado, y por ende, que ha sido trasladado del reino de las tinieblas al reino de Cristo. Si hace esto, experimentará a Cristo como su vida y se dará cuenta de lo fácil que es vencer el mal. De hecho, en cierto sentido no tendrá incluso que vencer el mal, pues sencillamente no tendrá nada que ver con éste debido a que usted ya ha sido sepultado y se halla en otra esfera, en la esfera del reino de Cristo. De esta manera, el hecho de que Cristo es vida será una realidad para usted, y usted vivirá por Cristo y andará en Él. Cristo aumentará en usted y llegará a ser el todo para usted. Además, usted será edificado juntamente con otros, de modo que llegarán a ser una compañía de creyentes edificados juntamente en el Espíritu Santo y con la vida de Cristo, a fin de ser la verdadera expresión del Cuerpo de Cristo. Espero que todos acudamos al Señor para que Él tenga la manera de realizar dicha obra en estos días.