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Mensajes del libro «Núcleo de la Biblia, El»
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CAPÍTULO CUATRO

COMER EN EGIPTO, EN EL DESIERTO Y EN LA BUENA TIERRA

  Según el relato del Antiguo Testamento, los hijos de Israel estaban en Egipto, luego viajaron por el desierto y finalmente entraron en la buena tierra. Estando en su condición caída en Egipto, los israelitas estaban bajo el juicio de Dios, bajo la esclavitud de los egipcios y estaban impregnados con el olor del ajo. El juicio bajo el cual se encontraban estaba relacionado con la justicia de Dios, su esclavitud estaba relacionada con los egipcios, y el olor a ajo estaba relacionado con su modo de vivir. Ésta era la condición de todos nosotros antes de ser salvos. Estábamos bajo la condenación del juicio de Dios, estábamos bajo la esclavitud del mundo y estábamos impregnados con el olor del “ajo” mundano. El ajo representa diversas cosas mundanas, tales como el baile y los juegos de azar. Antes de ser salvos, todos nosotros olíamos a ajo. Sin embargo, todos fuimos escogidos y predestinados para ser el pueblo de Dios, a fin de que Él pudiera obtener una morada en la tierra. La intención de Dios era hacer de nosotros Su habitación en la tierra para que el Dios del cielo pudiera descender a la tierra. Esta habitación no podía estar en Egipto, sino que debía estar en la buena tierra. Sin embargo, nosotros, el pueblo escogido de Dios, habíamos caído en Egipto. ¿Cómo podíamos escapar de Egipto, cruzar el desierto y entrar en la buena tierra? Para ello necesitamos que Dios nos libere, experimentar la salvación de Dios.

SOMOS SALVOS AL COMER

  Ahora debemos ver cómo Dios libera a Su pueblo escogido. Dios nos libera al alimentarnos. Él nos salva dándonos algo de comer. Por lo tanto, es al comer que somos librados de nuestra lamentable situación. Nosotros tenemos este dicho: “El camino es comer a Jesús”. Sin embargo, Jesús es profundo y comerlo a Él no es algo sencillo. Jesús es inescrutablemente rico y todo-inclusivo; Él lo es todo. Cuando estábamos en Egipto, tuvimos que comerle como el Cordero porque estábamos bajo el juicio de Dios y éramos esclavos del mundo. El Cordero derramó Su sangre por nuestros pecados, nos limpió de nuestros pecados y nos redimió del juicio de Dios. Este Cordero también posee la vida que nutre, y al comerlo somos fortalecidos para salir de Egipto. Por consiguiente, por medio de la sangre del Cordero somos redimidos del juicio de Dios, y por medio de la vida del Cordero somos vigorizados y fortalecidos para escapar de Egipto.

SOMOS PURIFICADOS POR EL CRISTO QUE ES EL PAN SIN LEVADURA

  Cuando los hijos de Israel comieron el Cordero, también comieron el pan sin levadura (Éx. 12:8). De la misma manera, nosotros comemos a Cristo no sólo como el Cordero, sino también como el pan sin levadura. Cuando tomamos a Cristo como nuestra vida, esta vida no sólo nos vigoriza y fortalece, sino que también nos purifica. Esta vida es una vida que carece de levadura, una vida que purifica. Cuanto más invocamos el nombre del Señor Jesús y le recibimos en nuestro ser, más somos purificados interiormente. No sólo llegamos a ser fuertes, sino también puros. La sangre del Cordero nos redime de la condenación de Dios, la vida nutritiva del Cordero nos fortalece y vigoriza para salir del lugar de esclavitud, y el pan sin levadura, que comemos con la carne del Cordero, nos purifica.

EXPERIMENTAR A CRISTO COMO LAS HIERBAS AMARGAS

  Los hijos de Israel no sólo comieron el pan sin levadura, sino también hierbas amargas. Muy pocos cristianos prestan atención en Éxodo 12 al asunto de las hierbas amargas. A medida que la vida de Cristo nos purifica, interiormente nos da una sensación amarga, una percepción amarga, cada vez que intentamos tocar algo pecaminoso o mundano. El Cristo que mora en nosotros jamás nos permitirá tocar tales cosas. Si ustedes intentan regresar al “ajo” del mundo o a las cosas pecaminosas después de haber participado de Cristo, tendrán en su interior una sensación desagradable, una sensación de amargura. Cuando era joven, me gustaba mucho jugar al fútbol. Además de mis estudios, sólo me importaba una cosa, esto es, el fútbol. ¡Cuán contento me sentía cuando estaba en el campo de fútbol! Sin embargo, después de que fui salvo, no pude disfrutar más del fútbol. Cada vez que intentaba jugar, percibía en mi interior un sabor amargo y no un sabor dulce. Un día, mientras jugaba, alguien me tiró la pelota y no pude patearla. Algo dentro de mí me detuvo. La sensación amarga fue tan fuerte en mí que no pude mover los pies. Aunque quería jugar fútbol, el Cristo que moraba en mí no me lo permitió. Ésta es la experiencia de Cristo como las hierbas amargas. ¿No ha probado usted las hierbas amargas desde que fue salvo? ¡Alabado sea el Señor, Cristo es las hierbas amargas!

  Permítanme darles otro ejemplo de las hierbas amargas, esta vez con relación a la experiencia de la vida matrimonial. Yo nunca he conocido una pareja de casados que jamás haya discutido. A ninguna esposa le gusta perder en la discusión, y a ningún esposo le gusta ser derrotado por su esposa. Por lo tanto, la esposa y el esposo discuten. Antes de ser salvo, quizás usted sentía placer al discutir con su esposo y probablemente llegó a contarle con orgullo a su amiga de cómo lo había dejado callado. Sin embargo, después de que usted fue salvo, las cosas cambiaron. Mientras discutía con su esposo, algo en su interior le dijo que parara. Usted quizás no hizo caso a este sentir interior y continuó discutiendo con él. Sin embargo, después de que su esposo se fue al trabajo, usted se dio cuenta de que no tenía paz. Algo en su interior la perturbaba, y había una sensación amarga en su interior. En lugar de tener el deseo de contarle a su amiga de cómo dejó callado a su esposo, experimentó un sabor muy amargo en su interior. Unos días después, usted trató de discutir con su esposo nuevamente, pero esta vez no pudo hablar. Él entonces le preguntó qué ocurría, pero usted dijo que nada pasaba y simplemente le sugirió que se fuera a trabajar. Esto es Cristo como las hierbas amargas.

  Todas las mujeres disfrutan comprar cosas hermosas. Cuando usted salía de compras antes de ser salvo, se sentía muy contenta con respecto a las cosas que compraba. Pero después de que fue salvo, sus sentimientos respecto a las compras empezaron a cambiar. Supongamos que una hermana sale de compras. Mientras mira un hermoso artículo, algo en su interior le dice que no lo mire más. Supongamos que ella no obedece a este sentir y de todos modos lo compra. En seguida, su alegría se desvanece y surge en ella una sensación amarga. El artículo tenía un descuento del cincuenta por ciento; pero, pese a ello, el sentir interior le había prohibido que lo comprara. Por lo tanto, después de que lo compra y se lo lleva a casa, la hermana tiene una sensación amarga en su interior. Debido a esta sensación amarga, ella no puede orar ni dormir bien. Ésta es una experiencia de Cristo como las hierbas amargas, el cual nos perturba.

  No piense que Cristo siempre le dará paz. Muchas veces Él permite que experimentemos un sabor amargo en vez de un sentir de paz. ¡Oh, Cristo es alguien que nos causa tantas molestias! Aunque el Cordero es muy dulce, las hierbas son amargas. Muchas veces decimos que Cristo es muy dulce y a menudo lo alabamos por Su dulzura. Sin embargo, Cristo también es amargo. Hay momentos en los que debemos alabarlo por lo amargo que Él es y decir: “¡Señor Jesús, te alabo por lo amargo que Tú eres!”. Si verdaderamente hemos sido adiestrados para experimentar a Cristo como las hierbas amargas, obedeceremos al sentir interior cada vez que éste nos diga que no compremos cierto artículo en la tienda por departamentos. Sabemos que si lo compramos, experimentaremos un sabor muy amargo. Sin embargo, no somos entrenados fácilmente.

  Yo he experimentado este sabor amargo muchas veces. Hace cuarenta y cinco años, cuando era joven, nunca estaba dispuesto a perder una discusión con mi esposa. Sin embargo, siempre que discutía con ella, experimentaba las hierbas amargas. Por lo tanto, decía: “Señor, por Tu misericordia, jamás volveré a discutir con mi esposa”. Sin embargo, al día siguiente mi esposa me contrariaba de nuevo. Tal vez me decía algo así: “¿Qué estás haciendo ahí en tu cuarto? ¿No sabes que ya es hora de desayunar? ¿Por qué no sales de tu habitación?”. Mi respuesta era: “¿Qué es lo que te pasa? ¿Qué tiene de malo que me quede en mi cuarto para orar? ¿Acaso no sabes que estoy teniendo la vigilia matutina? He estado leyendo la Biblia y alabando al Señor”. Inmediatamente después de decir estas palabras, volvía a experimentar un sabor amargo. Tuve que aprender la misma lección muchas veces. Finalmente, cada vez que mi esposa me preguntaba qué estaba haciendo, ni siquiera me atrevía a decir: “Alabado sea el Señor”. En cambio, guardaba silencio y lo alababa interiormente. Cuando empecé a hacer esto, experimenté alegría en lugar de amargura. Esta sensación interna de amargura ciertamente nos enseña. ¡Aleluya, Cristo es las hierbas amargas!

  Con la sangre del Cordero somos redimidos, con la vida del Cordero somos fortalecidos y con el pan sin levadura y las hierbas amargas somos purificados y guardados de pecar. Por lo tanto, somos redimidos, libertados, liberados, purificados y limpiados. Ya no estamos más en Egipto bajo la condenación de Dios y la esclavitud del mundo, ni tampoco estamos impregnados con el olor a ajo. Ahora nos encontramos en el desierto.

EL ELEMENTO CELESTIAL DEL MANÁ SE FORJA EN NUESTRA CONSTITUCIÓN

  Sin embargo, aún necesitamos que el elemento celestial se añada a nosotros. Aunque fuimos redimidos, liberados, limpiados y purificados, todo esto está relacionado con cosas negativas; aún no tenemos nada positivo. Por consiguiente, aún no somos aptos para ser la morada de Dios. A fin de ser la habitación de Dios, es necesario que algo celestial se forje en nuestro ser. Por lo tanto, debemos comer el maná celestial y beber del agua viva para que algo celestial y viviente se forje en nuestra constitución. Ahora, cada día y aun a cada hora, comemos el maná y bebemos del agua. Cuanto más comemos y bebemos de esta manera, menos olemos a ajo y más olemos a maná. Éxodo 16:31 dice que el sabor del maná era “como de hojuelas con miel”. El sabor del maná es dulce; es un sabor celestial, no mundano. Cuando el elemento del maná se forja en la constitución de nuestro ser, somos aptos para ser la morada de Dios sobre la tierra. De este modo el tabernáculo fue erigido en el desierto, y luego fue lleno de la gloria de Dios (40:34-35).

¿HOJUELAS O PIEDRAS?

  Como señalamos en el mensaje anterior, el tabernáculo era bueno, pero no era sólido ni estaba establecido. Al comer el maná, llegamos a ser hojuelas con sabor a miel. Ciertos hermanos son como hojuelas dulces: se quiebran cuando uno los toca. Cuando los santos de Alemania vinieron a Los Ángeles hace varios años, ellos no eran el templo, más bien eran el tabernáculo. Todos ellos eran hojuelas. Sin embargo, desde entonces muchos de ellos han llegado a ser piedras. Si yo vierto agua sobre las hojuelas, se echarán a perder. Pero si echo agua sobre una piedra, ésta seguirá igual. Alabado sea el Señor porque hay muchas piedras en Stuttgart. Esto muestra que la iglesia en Stuttgart ya no es un tabernáculo en el desierto, sino el templo en la buena tierra.

  Algunos santos en las iglesias siguen comiendo al Cordero. Un buen número de hermanos nuevos comen al Cordero. Todavía se encuentran en el mundo y no han llegado al desierto. Otros hermanos comen maná. Debido a que los que comen maná son como hojuelas, yo los trato con mucha delicadeza y no me atrevo tocarlos. Pero algunos de los ancianos pueden testificar que no los trato con tanta suavidad porque ellos son piedras. Cuando vierto agua sobre ellos, queda demostrado que ellos son piedras. Algunos en la iglesia comen al Cordero, otros comen maná y otros comen del rico fruto de la buena tierra.

VIVIR Y ANDAR EN CRISTO

  Cristo no es solamente el Cordero redentor y nutritivo, sino que también es la tierra todo-inclusiva. Colosenses 2:6 dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad en Él”. Cristo es la buena tierra en la cual podemos vivir, andar y existir. Cristo es una esfera, un ámbito, en el cual podemos morar. El versículo 7 dice que fuimos arraigados y sobreedificados en Cristo. Ser arraigados en Cristo está relacionado con el crecimiento, y ser sobreedificados en Cristo está relacionado con la edificación. Fuimos puestos en la buena tierra, que es Cristo, y ahora somos plantas que crecen en esta tierra, que lo es todo para nosotros. Cristo es el Cordero, el maná y la tierra espaciosa donde crece toda clase de fruto.

EL AGUA Y EL ALIMENTO EN LA BUENA TIERRA

  En Cristo, nuestra tierra, tenemos diferentes clases de agua. Deuteronomio 8:7 menciona tres clases de agua: arroyos, fuentes y manantiales. Además, el versículo 8 enumera siete tipos de alimentos: trigo, cebada, vides, higos, granadas, aceite de oliva y miel. En el Nuevo Testamento el trigo representa al Cristo encarnado y crucificado. El Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). En este versículo Cristo dio a entender que Él era un grano de trigo que caía en la tierra para morir. Esto significa que Él era el Cristo encarnado y crucificado.

  El primer grano que madura en la tierra santa es la cebada. Por lo tanto, la cebada representa al Cristo resucitado. Debemos experimentar a Cristo tanto como una persona encarnada y crucificada como una persona resucitada. Cada día podemos disfrutar a Cristo como estos dos elementos básicos: como el trigo y la cebada.

  Cristo es también el vino que nos alegra y estimula. Él también es el higo que nos satisface y nos nutre. Las granadas representan la expresión de las riquezas de la vida de Cristo, y el aceite de oliva, la plenitud del Espíritu Santo. Todos estos puntos se abarcan más detalladamente en el libro El Cristo todo-inclusivo.

  Deuteronomio 8:8 también menciona la miel como parte de la vida vegetal. La miel mayormente está relacionada con la vida vegetal, pues se obtiene principalmente de las flores y los árboles. Por supuesto, involucra una parte de la vida animal: un animalito llamado abeja. Sin las flores no podríamos tener miel, pero sin las abejas tampoco se produciría la miel. Así que las flores y las abejas cooperan juntamente para producir miel. Estos dos tipos de vida se mezclan y la miel es producida. Cristo es tanto la vida vegetal como la vida animal. La vida vegetal es la vida que genera, y la vida animal es la vida que redime. La vida vegetal no tiene sangre, pero genera y se multiplica. Únicamente la vida animal tiene sangre para la redención. Por consiguiente, Cristo no sólo es la vida que genera, sino también la vida que redime. Diariamente debemos disfrutar a Cristo como una persona encarnada, crucificada y resucitada. Entonces obtendremos el vino que nos alegra y nos estimula. Esto nos traerá la satisfacción que proporciona la higuera, la expresión de las riquezas de la vida y la plenitud del Espíritu Santo. Cuando combinamos todo esto con la vida redentora de Cristo, obtenemos la dulce miel.

LA NECESIDAD DE PIEDRAS, HIERRO Y COBRE

  Deuteronomio 8:9 dice que la buena tierra es también “tierra cuyas piedras son de hierro y de cuyos montes sacarás cobre”. Las piedras son para la edificación, y el monte representa el reino de Dios. Daniel 2:35 dice: “La piedra que hirió a la imagen se hizo un gran monte que llenó toda la tierra”. Cristo es la piedra que desmenuza a las naciones, y el monte es el reino de Dios. Esto significa que el edificio de Dios trae el reino de Dios. El tabernáculo en el desierto no podía traer el reino de Dios. Únicamente el templo que fue edificado en la buena tierra pudo traer el reino de Dios. David peleó la batalla, sojuzgó al enemigo y preparó el terreno para la edificación del templo. Fue Salomón quien, de hecho, construyó el templo. Una vez que el templo fue edificado, el reino de Dios fue establecido en la tierra.

  Cuando los hijos de Israel estuvieron en el desierto, ellos tenían el tabernáculo, pero no tenían el reino. No había ninguna posibilidad de que el reino fuese establecido con el tabernáculo porque los israelitas no tenían las piedras, el hierro ni el cobre. Ellos aún no podían pelear la batalla para conquistar el terreno para la edificación del templo. Una vez que ellos entraron a la buena tierra, dejaron de comer el maná y empezaron a comer del fruto de la tierra (Jos. 5:12). Ellos dejaron de comer el alimento que caía del cielo y empezaron a comer lo que crecía en la tierra.

  El maná del cielo no contenía minerales. Sin embargo, los alimentos como el trigo, la cebada, las uvas, los higos, los granados y las olivas, sí contienen minerales. En estos alimentos sólidos encontramos hierro y cobre. Aunque no todos estos alimentos son dulces, sí son muy sustanciosos. El maná, por el contrario, era dulce, pero no era sólido. El maná no podía producir piedras, sólo podía producir hojuelas. Algunos santos son hojuelas amables, dulces y suaves. Estos santos son buenos para ser saboreados o exhibidos, pero no para pelear la guerra. Nadie pelearía una batalla con hojuelas o con miel. Me siento muy contento de que haya muchas piedras en Alemania. Mi intención al venir aquí no es saborear algunas hojuelas. Mi carga es pelear, desmenuzar al enemigo. Para esto, se necesitan las piedras, el hierro y el cobre. Ahora es el momento indicado para pelear la batalla contra la religión y edificar el templo para que sea establecido el reino de Dios.

LA NECESIDAD DE AVANZAR EN NUESTRA ALIMENTACIÓN

  Quisiera ahora pedirles que se pregunten qué están comiendo hoy. ¿Están ustedes comiendo el Cordero, el maná o el rico producto de la buena tierra? ¡Alabado sea el Señor por aquellos que están comiendo al Cordero! Sin embargo, tales hermanos deben avanzar a un tipo de alimento más elevado, es decir, avanzar del Cordero al maná. Le damos gracias al Señor por los que están comiendo maná, pero también deben avanzar y comer el alimento más elevado, el rico producto de la buena tierra. En su vida cristiana, deben avanzar y no sólo comer a Cristo como el Cordero y el maná, sino también como el alimento sólido de la buena tierra. Necesitan comer trigo, cebada y todos los demás alimentos que contienen minerales que puedan convertirlos en materiales sólidos como las piedras, el hierro y el cobre, los cuales son útiles para el edificio de Dios y para pelear la batalla.

  Debemos edificar el templo y pelear la batalla a fin de que Dios pueda obtener el reino. Esto es lo que Dios necesita hoy. El tabernáculo no era adecuado. Dios necesita un templo con una ciudad en un reino con el reinado y la capacidad para pelear. El Cordero nos vigoriza para salir de Egipto, y el maná nos nutre y forja el elemento celestial en nuestra constitución. Aunque estos dos tipos de alimento son buenos, no nos capacitan para pelear. Nadie pelearía una batalla con un cordero o con maná. Así que necesitamos el alimento sólido rico en minerales. Necesitamos ser rocas, no hojuelas. Necesitamos armas hechas de hierro y cobre. ¡Oh, necesitamos piedras, hierro y cobre para edificar el templo, establecer el reino, pelear la batalla y derrotar al enemigo! Cuando lleguemos a este punto, habremos alcanzado la meta de Dios. Aquí no sólo tenemos el tabernáculo; tenemos el templo con la ciudad en el reino. A medida que Su pueblo come el alimento sólido y recibe los minerales que habrán de convertirlos en piedras, hierro y cobre, Dios obtiene Su reino.

  Ahora todos debemos tener muy claro lo relacionado con estos tres tipos de alimento: el alimento que recibimos en Egipto, el alimento que recibimos en el desierto y el alimento que recibimos en la buena tierra. Comer al Cordero es la comida inicial, comer el maná es algo más elevado, pero comer el alimento sólido que contiene minerales es lo más elevado. El primer alimento nos fortalece para escapar del mundo, y el segundo nos permite ser reconstituidos del elemento celestial a fin de que podamos ser el tabernáculo. Sin embargo, ninguno de ellos es adecuado para la edificación sólida, para la guerra ni para el establecimiento del reino de Dios. Para ello debemos proseguir a la comida más elevada, es decir, debemos comer el alimento sólido rico en minerales. Estos minerales nos harán rocas útiles para el edificio de Dios, a fin de que el reino de Dios sea establecido, y también nos convertirán en hierro y cobre para pelear la batalla y sojuzgar al enemigo.

LA MANERA DE INGERIR EL ALIMENTO SÓLIDO

  Estoy seguro de que todos ustedes están muy deseosos de saber cómo comer alimento sólido, y yo siento la carga de compartirles esto. Comer el maná es fácil, y comer al Cordero es aún más fácil. Pero no es tan fácil comer el alimento sólido que contiene los minerales. Comer al Cordero abarca un capítulo y comer el maná abarca dos capítulos. Pero hay libros enteros en la Biblia que están dedicados a la manera de comer el alimento sólido que contiene minerales. Si ustedes desean saber cómo comer el alimento sólido, deben leer todo el libro de Levítico, un libro que no es fácil de entender. Además de esto, deben leer el libro de Números y todos los libros desde Deuteronomio hasta 1 Reyes.

  Una vez que estemos en la buena tierra, no comeremos más maná, ya que nuestro suministro será el rico producto de la tierra. Si queremos comer de este rico producto, primeramente debemos vivir en la buena tierra. Si aún vivimos en el desierto, no podremos comer el alimento sólido. En el desierto no había trigo, cebada, uvas ni higos; sólo había maná.

  En segundo lugar, debemos laborar en la buena tierra. Debemos labrar la tierra, sembrar la semilla, regar la semilla, cultivar la tierra y luego recoger la cosecha. La buena tierra en la cual vivimos es Cristo. Día tras día debemos laborar en Cristo. La vigilia matutina, la oración y tratar con el Señor son aspectos de laborar en Cristo. A veces en la vigilia matutina tendremos que labrar la tierra y sembrar la semilla; otras veces tendremos que regar la semilla o cultivar la tierra. No sea negligente ni diga: “No importa si tengo o no mi vigilia matutina, si oro o paso tiempo abriendo mi ser delante del Señor”. Hay una diferencia muy grande entre hacer estas cosas y no hacerlas. Debemos laborar en Cristo. Todos debemos ser diligentes en laborar como granjeros. Debemos labrar la tierra, quitar la maleza, cultivar la tierra, regar la semilla e, incluso, matar los insectos y caracoles que son perjudiciales.

  Los caracoles son muy sutiles, se esconden detrás de diferentes cosas, y principalmente salen en la noche mientras que estamos durmiendo para comerse las hierbas que recién han brotado. Hace poco me preguntaba por qué algunas plantas de mi casa no estaban creciendo. Al principio pensaba que les hacía falta la luz del sol. Finalmente me di cuenta de que era porque los caracoles se estaban comiendo las plantas. Un día descubrí treinta caracoles en una planta grande. En nuestra vida cristiana hay muchos “caracoles”. Por esta razón, no podemos darnos el lujo de dormir. Si nos levantamos temprano en la mañana, veremos cuánto estos “caracoles” han estado comiéndose nuestra vida cristiana. Por lo tanto, laborar en Cristo incluye el hecho de eliminar estos “caracoles”.

  Si laboramos en Cristo como la buena tierra, tendremos una rica cosecha tanto en cultivos como en ganados. Después que recojamos la cosecha, tendremos trigo, cebada, vides, higos, olivas y granadas. Además de esta variedad de la vida vegetal, en la buena tierra también se encuentra la vida animal, pues allí hay bueyes, vacas y ovejas. Ésta es la cosecha de nuestra rica experiencia de Cristo. Como veremos en los siguientes mensajes, debemos apartar para el Señor el diez por ciento de nuestra cosecha. En los mensajes subsiguientes veremos más detalladamente cómo comer el alimento sólido, el cual nos convierte en piedras, hierro y cobre con miras a la edificación del templo, el establecimiento del reino y la derrota del enemigo.

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