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Mensajes del libro «Nuestra visión: Cristo y la iglesia»
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CAPÍTULO UNO

LA VISIÓN DE CRISTO Y LA IGLESIA

  Lectura bíblica: Mt. 16:15-18; Ef. 5:32; Ro. 12:4-9; Col. 1:24-29

VISIÓN Y SERVICIO

  Lo más importante para una persona que sirve al Señor, es que ella reciba una visión. Todo siervo del Señor debe ser regido por una visión. No todos los hermanos y hermanas recibirán una visión directamente del Señor; algunos de ellos la recibirán indirectamente, con la ayuda de otros. En principio, todos debemos tener una visión. Si hemos recibido una visión, nuestro servicio lo reflejará. El apóstol Pablo dijo que él no fue desobediente a la visión celestial (Hch. 26:19). Él sirvió toda su vida conforme a la visión que había recibido.

  Por tanto, todo aquel que desea servir, debe ser regido por una visión. Debemos pedirle al Señor que nos conceda recibir una visión. Además, espero que no recibamos únicamente visiones triviales y superficiales. Más bien, necesitamos recibir la visión central, la visión fundamental del propósito de Dios, a fin de entender y ver los puntos más básicos y esenciales de Su propósito.

LA VISIÓN CENTRAL DE DIOS: CRISTO Y LA IGLESIA

  Ahora quisiera hablar acerca de la visión central de Dios. Esta visión tiene que ver con el beneplácito de Dios, el propósito central de Su plan en el universo.

  Una lectura cuidadosa de las Escrituras nos muestra que el enfoque de Dios en el universo, sobre todo en la era neotestamentaria de la gracia, gira en torno a Cristo y la iglesia. Recordemos aquel día en la región de Cesarea de Filipo, cuando el Señor preguntó a los discípulos: “¿Quién decís que soy Yo?” (Mt. 16:15). Cuando esto ocurrió, el Señor ya había estado con los discípulos mucho tiempo. Los discípulos habían estado bajo la dirección del Señor por largo tiempo y habían adquirido mucho conocimiento acerca de Él. Pedro contestó diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Entonces le respondió el Señor y dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos” (vs. 16-17).

  Dios le concedió a Pedro la revelación de Cristo, y esta revelación constituía una visión. Luego, el Señor le dijo a Pedro que él era una piedra (la palabra griega traducida Pedro significa “piedra”), y que sobre la roca el Señor edificaría Su iglesia (v. 18). Debido a que Pedro sabía quién era Cristo, el Señor le reveló la iglesia.

  Más adelante, en Efesios 5, Pablo se refiere al hecho de que un marido ha de unirse a su esposa y que los dos han de ser una sola carne; luego declara: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (vs. 31-32). En estos dos pasajes de las Escrituras —los cuales giran en torno a la revelación dada por el Padre y al misterio del universo—, Cristo y la iglesia están estrechamente relacionados. Por tanto, Cristo y la iglesia constituyen el propósito central de Dios, el deleite más grande de Dios en el universo. Los que servimos al Señor debemos ser regidos por la visión central, a saber, Cristo y la iglesia.

CRISTO ES NUESTRA VIDA

  Para nosotros, experimentar a Cristo tiene que ver con que lo tomemos como vida. La Biblia declara que Cristo es nuestra vida (Col. 3:4). Cristo vino y murió por nosotros en la cruz; luego, en Su resurrección, Él llegó a ser el Espíritu. Cristo nos redimió a fin de infundirse en nosotros y ser nuestra vida. Cristo era el Dios encarnado que vino a mezclarse con el hombre. El principio básico respecto a Cristo es la mezcla de Dios con el hombre, y este Dios que se mezcló con el hombre ahora está en nosotros, con el propósito de ser nuestra vida. Por tanto, cada vez que se menciona a Cristo, se entiende que Él es nuestra vida. Si deseamos servir a Dios hoy, debemos comprender claramente que Cristo es nuestra vida. En lugar de limitarnos a escuchar algunos mensajes sobre la vida divina, debemos poseer la visión de Cristo como vida y vivir prácticamente por Él, quien es nuestra vida.

Una consagración absoluta

  Si deseamos vivir prácticamente por Cristo como nuestra vida, primero debemos consagrarnos. ¿Qué es la consagración? La consagración significa que nos entregamos a Cristo y permitimos que Él sea nuestra vida. Una persona consagrada es aquella que se entrega continuamente al Señor. Si bien tenemos nuestra propia voluntad, la abandonamos y tomamos la voluntad de Cristo como nuestra voluntad. Si bien tenemos amor, lo desechamos y tomamos el amor de Cristo como nuestro amor. Asimismo, aunque tenemos nuestros propios pensamientos y preferencias, los abandonamos y tomamos los pensamientos de Cristo como nuestros pensamientos y las preferencias de Cristo como nuestras preferencias. Debemos volvernos completamente a Cristo y absorberle para que Él sea nuestra vida. Aunque tenemos vida y vivimos, nos negamos a vivir por nuestra propia vida a fin de tomar a Cristo como nuestra vida.

  El que tomemos a Cristo como nuestra vida depende de si estamos o no dispuestos a entregarle todo lo nuestro a Él. Sólo aquel que se entrega totalmente al Señor podrá conocer realmente a Cristo como vida. Por lo general, dicha persona es muy fuerte. Los débiles no están dispuestos a consagrarse, a entregarse, absolutamente al Señor de forma seria. Al leer el Antiguo y Nuevo Testamentos, vemos que aquellos que amaban intensamente al Señor eran personas enérgicas. Personas como Samuel, Daniel, Pedro, Pablo y los mártires a lo largo de todas las generaciones, todos ellos eran personas sólidas. Ellos se entregaron completamente al Señor y tomaron a Cristo como su vida. Para ellos, esto no era una doctrina; más bien, recibieron a Cristo de manera práctica en su andar y vida diaria. Así que, podían proclamar: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, y “Para mí el vivir es Cristo” (Gá. 2:20; Fil. 1:21). Por haberse consagrado absolutamente al Señor, ellos podían experimentar a Cristo como su vida de manera práctica.

Un amor renovado

  Debemos sostener esta clase de consagración amando al Señor en novedad. Es necesario consagrarnos a Él, y también amarlo. Además, este amor debe ser renovado a diario, cada semana, cada mes y cada año. Debemos renovar tal amor cada mañana. Tenemos que renovar este amor el primer día de cada semana, es decir, el día del Señor; tenemos que renovar este amor el primer día del mes; y también tenemos que renovarlo al principio de cada año. De hecho, incluso tenemos que renovar dicho amor en cada situación y en todo. Declarémosle al Señor: “Señor, te amo y deseo amarte más”. Si renovamos continuamente nuestro amor por el Señor de esta manera, nos mantendremos consagrados a Él.

Tener comunión con el Señor y consultarle

  Si queremos experimentar a Cristo como vida, entonces, además de consagrarnos y mantenernos consagrados a Él amándole, también necesitamos tener una comunión constante con el Señor esperando siempre en Su presencia. Es necesario buscarlo a Él, consultarle y pedirle consejo en nuestra vida cotidiana respecto a todos los asuntos, ya sean grandes o pequeños. Siempre debemos preguntarle al Señor: “Señor, ¿estás conmigo en todas estas cosas: en mi manera de hablar, en la manera en que trato a los demás, en la manera en que gasto mi dinero y me visto?”. No es un asunto de ser religiosos ni de guardar ciertas reglas; más bien, esto tiene que ver con permitir que Cristo sea nuestra vida. Cuando tengamos comunión con Cristo y lo consultemos de esta manera, Él será nuestra vida de una manera práctica en nuestro diario andar. Por tanto, vemos que experimentar a Cristo tiene que ver con que lo tomemos como nuestra vida.

LA IGLESIA ES NUESTRO VIVIR

  Entonces, ¿qué es la iglesia para nosotros? Para nosotros, la iglesia tiene que ver con nuestro vivir. Nuestro vivir no sólo incluye nuestro andar y nuestra conducta, sino también nuestra labor y nuestro servicio. El visitar a otros, predicar la palabra y rendir varios servicios, todo esto constituye nuestro vivir. En la vida de un actor, una cosa es su actuación en el escenario y otra muy distinta es su verdadero vivir separado del escenario. Un hijo desobediente puede actuar en el escenario como si fuera una persona muy obediente, y es posible que su actuación conmueva a la audiencia. Asimismo, una persona puede actuar en el escenario como alguien que posee una moral elevada, pero quizás su vivir en realidad sea muy corrupto. Esto es una actuación. Nosotros no somos así. Nuestra predicación de la palabra, nuestras visitas a los demás y nuestro servicio, todo esto debe ser nuestro vivir. Nuestra labor y servicio en la iglesia deben ser nuestro vivir. Nuestro vivir es la iglesia.

No ser independientes

  ¿Por qué decimos que la iglesia es nuestro vivir? Porque si conocemos verdaderamente a Cristo como nuestra vida y vivimos por Él en todo, seremos edificados juntamente con todos los santos en el Espíritu Santo. En tal etapa, no seremos independientes y ya no podremos volver a serlo. No podremos laborar más independientemente ni podremos vivir independientemente. Tengo que vivir la vida de iglesia junto con los hermanos y las hermanas, porque el Cristo que está en mí también está en ellos. Cristo es vida para mí, y también es vida para todos los hermanos y las hermanas. Todos disfrutamos al mismo Cristo como vida. Cristo vive en mí, y Él vive también en ellos. Yo vivo por Cristo, y ellos también viven por Cristo; todos vivimos por el mismo Cristo. Por tanto, no podemos separarnos de ellos ni tampoco podemos llevar una vida independiente. Sólo podemos vivir juntos. Cuando en nuestro vivir expresamos a Cristo de esta manera, esto es la iglesia. Cuando nuestro vivir sea la iglesia, no podremos más ser independientes.

  A los ojos de Dios, la vida de iglesia es más valiosa que nuestra vida individual como creyentes. Aunque podemos orar individualmente, es un hecho que disfrutamos de las oraciones más elevadas y cruciales al orar con los hermanos y las hermanas, y no cuando oramos solos. Si bien podemos adorar individualmente, disfrutamos de una adoración más preciosa y elevada cuando adoramos juntamente con los hermanos y las hermanas. Asimismo, la predicación del evangelio es más eficaz cuando la lleva a cabo toda la iglesia. Podemos afirmar que los servicios más importantes son los servicios que realizamos en la iglesia.

  Tanto nuestro vivir como nuestras actividades, labor y servicio deben encauzarse en la edificación mutua y aplicarse dentro del marco de la iglesia. Esto no significa que somos una organización en la que todos estamos unidos. Más bien, afirmamos que Cristo nos edifica espontáneamente al conocerle como nuestra vida, al amarle, al consagrarle a Él nuestro ser y todo lo nuestro, al tener comunión con Él y al vivir en Él. Por tanto, la iglesia es una entidad corporativa, un Cuerpo espiritual, formado por la edificación mutua de todos los que han sido salvos. Cada uno de nosotros es simplemente un miembro del Cuerpo de Cristo. Como tal, no debemos separarnos del Cuerpo, ni ser cristianos individualistas ni servir al Señor de una manera independiente.

Mantener el orden en el Cuerpo

  Como Cuerpo, la iglesia no sólo debe tener un aspecto horizontal, sino también un aspecto vertical. Si éste es el caso, habrá orden en la iglesia. En la iglesia no debemos ser independientes, ni tampoco debemos rechazar el debido orden. Cada vez que quebrantamos el orden, dejamos de experimentar el Cuerpo. Cada vez que perdemos el orden adecuado, queda interrumpida nuestra comunión con el Cuerpo. Quebrantar el orden apropiado indica que aún llevamos una vida independiente y que hemos dejado de vivir la vida de iglesia. Esto también significa que hemos dejado de tomar a Cristo como nuestra vida. Cuando permitimos que Cristo sea nuestra vida, entonces nuestro vivir ciertamente llega a ser la iglesia y ya no podemos ser independientes, pues guardamos el orden y permanecemos en coordinación. Si conocemos el orden en el Cuerpo y aceptamos las circunstancias que Dios dispone, conoceremos la autoridad de Dios en la iglesia.

TOMAR LA VISIÓN DE CRISTO Y LA IGLESIA COMO LA META DE NUESTRO SERVICIO

  La visión de Cristo y la iglesia no sólo se relaciona con nuestro crecimiento personal en la vida divina, sino también con la edificación de la iglesia en la tierra. Al experimentar a Cristo como vida, crecemos en la vida divina. Cuando vivimos la vida de iglesia, la iglesia es edificada. Por tanto, cada uno de nosotros que sirve al Señor, debe recibir la visión de Cristo y la iglesia. Es necesario que veamos esta visión y que vivamos conforme a ella. Esta visión debe convertirse también en la meta de nuestro servicio. Dicha visión debe parecerse a una lámpara resplandeciente, en cuya luz hemos de andar. Si servimos a los niños en la iglesia, debemos ayudarles a que conozcan a Cristo durante su juventud y a que se conviertan en los materiales aptos para la edificación de la iglesia, de modo que un día ellos sean edificados mutuamente. Si servimos a los jóvenes, entonces, mediante la sabiduría que Dios nos ha dado, debemos ayudarles a que reciban a Cristo para que sean los materiales útiles en la iglesia y sean los futuros diáconos, ancianos y evangelistas. Si hemos recibido la visión de Cristo y la iglesia, la meta de todo nuestro servicio consistirá en ayudar a los demás a que reciban a Cristo como vida, a fin de que ellos sean los materiales apropiados y sean edificados en la iglesia. En cada faceta de nuestro servicio, debemos ejercer toda sabiduría para ayudar a las personas a que ganen a Cristo como vida, a fin de que sean los materiales aptos para la edificación y sean edificados como la casa espiritual de Dios. Hermanos y hermanas, ésta es nuestra visión.

TOMAR A CRISTO COMO VIDA Y PARTICIPAR EN EL CUERPO DE CRISTO

  Sabemos que la Epístola a los Romanos es el libro de la Biblia que describe más claramente los niveles de nuestra vida espiritual. Dicha epístola explica claramente las etapas del recorrido espiritual del creyente, o sea su experiencia espiritual, delante de Dios. Desde el capítulo uno hasta la mitad del capítulo tres, Romanos revela que todas las personas en el mundo son pecadores que no conocen a Dios y que se hallan bajo la condenación de Dios. Desde la mitad del capítulo tres hasta el capítulo cuatro, esta epístola nos muestra que cuando los pecadores creen y reciben la obra redentora de Cristo, Dios los justifica y los acepta, de modo que ellos se reconcilian con Dios. El capítulo cinco revela que los que han sido redimidos y justificados por Dios, antes estaban en Adán y heredaron el pecado y la muerte. El capítulo seis afirma que mediante la fe y el bautismo nos unimos a Cristo, estamos en Cristo y hemos recibido la muerte y la resurrección de Cristo; la muerte de Cristo nos ha liberado del pecado heredado en Adán, y la resurrección de Cristo nos ha liberado de la muerte en Adán. El capítulo siete revela que en nuestra experiencia conocemos la vieja creación, que en nuestra vida práctica diaria conocemos la impotencia de nuestra carne y, como resultado, nos damos cuenta de que la vieja creación y nuestra carne no tienen remedio. La primera sección del capítulo ocho nos dice que si vivimos por la ley del Espíritu de vida y andamos según el espíritu, somos aquellos que vivimos en el Espíritu Santo; la segunda sección afirma que estamos siendo conformados a la imagen del Hijo de Dios, no sólo por la obra del Espíritu de Dios en nosotros sino también por todas las circunstancias que Dios ha dispuesto en nuestro entorno. Por tanto, al llegar al capítulo ocho, interiormente estamos llenos del Espíritu Santo y exteriormente hemos sido quebrantados por las circunstancias; todo nuestro ser es conformado a la imagen de Cristo. A estas alturas, ya hemos recibido completamente a Cristo como nuestra vida y también vivimos totalmente en Cristo. Los capítulos del nueve al once conforman una palabra parentética. El capítulo doce es la continuación del capítulo ocho y dice que debemos consagrarnos a Dios de forma práctica presentando nuestros cuerpos como sacrificio vivo ante Dios. Debido a que vivimos en nuestro cuerpo físico, debemos presentarlo a Dios si aspiramos a consagrarnos de manera práctica. El capítulo doce también revela que somos un solo Cuerpo en Cristo, y que individualmente somos miembros los unos de los otros. Cuando presentamos nuestros cuerpos, se perfecciona y se manifiesta el Cuerpo de Cristo.

  En Romanos 12, vemos dos cuerpos: nuestro cuerpo y el Cuerpo de Cristo. Si nos aferramos a nuestro cuerpo, el Cuerpo de Cristo no puede ser perfeccionado. Si deseamos edificar el Cuerpo de Cristo, debemos presentar nuestro cuerpo físico. Preguntémonos: ¿queremos complacer nuestro cuerpo o deseamos edificar el Cuerpo de Cristo? Si preferimos nuestro cuerpo físico, no podrá ser edificado el Cuerpo de Cristo. Si nos aferramos a nuestro yo, no habrá iglesia. Para que se edifique la iglesia, tenemos que negarnos a nosotros mismos. Debemos presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo. Sólo entonces podremos ser miembros del Cuerpo de Cristo en la práctica, y sólo entonces se manifestarán en nosotros los dones y las funciones.

  Algunos han sido salvos por muchos años, y aún no se ha manifestado en ellos ninguna función o don. Esto se debe al hecho de que no están dispuestos a presentar sus cuerpos; ellos no están dispuestos a vivir en el Cuerpo de Cristo. Romanos 12 nos muestra que aun lo que vivimos a diario, tal como mostrar misericordia a otros y amar a los hermanos, constituyen dones. Quizás usted no sea capaz de predicar la palabra ni tenga mucho conocimiento, pero si es considerado con los demás y ama de corazón a los hermanos, éstos son dones. Romanos 12 une la vida espiritual y los dones espirituales. El apóstol menciona varios dones, tales como el profetizar realizado por los profetas, el servicio de los diáconos, la enseñanza, la exhortación, el ofrendar, el liderazgo, hacer misericordia y amar a los hermanos. Él nos dice que éstos son dones. No solamente el profetizar, la enseñanza y el liderazgo son dones, sino también el ofrendar, mostrar misericordia a otros y amar a los hermanos. Todos estos son dones espirituales y también aspectos del vivir espiritual. Aquí el Espíritu nos muestra que cuando presentamos nuestro cuerpo, todos estos dones y funciones se manifiestan en el Cuerpo de Cristo, que es la iglesia, con miras a la edificación del Cuerpo de Cristo.

PADECER POR EL CUERPO DE CRISTO Y EDIFICAR EL CUERPO DE CRISTO

  En Colosenses 1, el apóstol Pablo dice que él padecía para completar lo que faltaba de las aflicciones de Cristo. Debemos saber que Cristo pasó por dos clases de sufrimientos. La primer clase de sufrimiento es lo que El padeció vicariamente por nosotros, sustituyéndonos, de modo que Dios lo juzgó y lo hirió por nuestros pecados. Ninguno de nosotros puede participar de esta clase de sufrimiento. Él fue el único capaz de padecer esto por nosotros. La segunda clase de sufrimiento es el padecimiento con miras a la germinación. Podemos comparar esta clase de padecimiento con un grano de trigo que cae en tierra y muere, produciendo así muchos granos. Esta clase de padecimiento tiene como objetivo liberar la vida divina e impartirla en nosotros a fin de producir la iglesia. Cristo aún no ha completado este aspecto de Sus aflicciones; todavía hay carencia en cuanto a esto. Esto es lo que Pablo llama “lo que falta de las aflicciones de Cristo” (v. 24). Esta clase de aflicción debe ser completada por todos los que aman al Señor a lo largo de todas las eras. Los tres mil y los cinco mil que fueron salvos en los primeros días de la iglesia, no habrían sido salvos sin los padecimientos que experimentó el primer grupo de apóstoles. Las primeras iglesias no habrían existido sin los padecimientos que experimentaron Pablo y sus colaboradores. Asimismo, si nosotros no experimentamos esta clase de padecimientos, no podremos ayudar a los demás a que reciban a Cristo como vida, no podremos dar como fruto muchos granos ni tampoco podremos ganar muchos miembros para la edificación del Cuerpo de Cristo. Por tanto, los que servimos al Señor tenemos que completar lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo.

  El apóstol Pablo afirmó que él sufría por la iglesia, y que su servicio como ministro también tenía como meta la iglesia. Él servía al Señor como ministro de la iglesia para completar la palabra de Dios, la cual era el misterio que había estado oculto desde los siglos y desde las generaciones; este misterio es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria. Así que, Pablo predicaba a Cristo, y lo que resultaba era la iglesia. Su labor consistía en impartir a Cristo en otros para edificar la iglesia. Él ministró o impartió a Cristo en todo hombre con toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo a todo hombre para edificar el Cuerpo de Cristo, que es la iglesia (vs. 25-29). Por lo tanto, la labor del apóstol era doble: por una parte, las personas debían recibir a Cristo como su vida, y por otra, debían tomar la iglesia como su vivir. Esto también ha de ser nuestro servicio hoy en día. Todo nuestro servicio en la iglesia debe centrarse en impartir a Cristo en las personas para que ellas lo reciban y edifiquen la iglesia.

LAS EXIGENCIAS DE LA VISIÓN

  Si deseamos servir al Señor conforme a esta visión, debemos satisfacer las exigencias de tal visión. Todo aquel que sirve conforme a esta visión debe estar dispuesto a pagar cierto precio y a padecer aflicciones. El precio que hemos de pagar no es suficiente, sino que también debemos aceptar los sufrimientos. Por eso, el apóstol afirmó que es necesario completar lo que falta de las aflicciones de Cristo. Si usted vive realmente por Cristo y sirve a Dios por medio de Cristo, y si usted desea amonestar a los demás en toda sabiduría para que ganen a Cristo y sean edificados en el Cuerpo de Cristo, entonces debe estar listo para pagar el precio y padecer aflicciones. Sólo aquéllos que están dispuestos a pagar un precio elevado y a padecer aflicciones, son los que pueden emprender el camino del servicio.

  No obstante, recuerden que el precio que paguemos nos llevará a obtener al Cristo glorioso y la iglesia gloriosa, y las aflicciones que padezcamos servirán para que obtengamos al Cristo glorioso y la iglesia gloriosa. Comparado con la gloria que será manifestada en el futuro, esta leve tribulación momentánea es insignificante. Así que, no vacilemos en seguir adelante ni pensemos que el precio es demasiado alto o que las aflicciones son demasiado gravosas. Debemos ver lo que hemos de ganar como resultado del precio que paguemos y de las aflicciones que padezcamos. ¡Alabado sea Dios! Obtendremos un tesoro inestimable.

  Si vemos esta visión, sabremos qué carrera estamos corriendo, qué labor estamos llevando a cabo y a quién estamos sirviendo. Si hemos visto la visión, no seremos sacudidos ni entraremos en desobediencia por causa de la oposición y de las dificultades. Esto se debe a que la visión es gloriosa y tiene valor eterno.

PROCUREMOS CONOCER MÁS A CRISTO Y A LA IGLESIA

  Finalmente, necesitamos esforzarnos por conocer más a Cristo y a la iglesia. Cristo es nuestra vida, y la iglesia es nuestro vivir. Para nosotros, el vivir es Cristo, y lo que expresamos es la iglesia. Cuando Cristo crece en nosotros, la iglesia es edificada. Si realmente permitimos que Cristo viva en nosotros, Él no permitirá que seamos independientes, ni tampoco permitirá que nuestra dirección sea únicamente horizontal, sin ningún orden ni autoridad. Dos cosas nos ayudan a ver claramente que la iglesia es nuestro vivir: primero, los miembros no son independientes, sino que permanecen en coordinación unos con otros; segundo, hay orden y autoridad. Esto puede compararse con nuestro cuerpo: ningún miembro es independiente, por el contrario, cada miembro coordina con los demás miembros. Además, todos los miembros están en el debido orden, y este orden conlleva autoridad. El dejar de ser independientes nos lleva a la coordinación, y el guardar un buen orden nos mantiene en una relación vertical, es decir, de autoridad. Esto es la vida de iglesia.

  Que el Señor nos conceda a cada uno de nosotros recibir esta visión gloriosa: la visión de Cristo y la iglesia.

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