
En su segunda conferencia para vencedores celebrada en octubre de 1931, el hermano Nee dio siete mensajes sobre la verdad del nuevo pacto. Estos mensajes inicialmente fueron publicados en la revista de Watchman Nee, The Present Testimony [El testimonio actual], ediciones 23-26, 32-33 y 36. Antes del encarcelamiento de Watchman Nee en 1952, su Librería Evangélica de Shanghái publicó una edición mejor redactada de estos mensajes. En aquel tiempo dos capítulos nuevos fueron añadidos sobre la experiencia que tenemos del nuevo pacto. Estos nuevos capítulos se basaban en mensajes que Witness Lee dio a la iglesia en Shanghái en 1949. Esta edición es una traducción de la publicación de 1952.
Lectura bíblica:
Mateo 26:28: “Porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados”. Muchos eruditos de la antigüedad insertan la palabra nuevo antes de pacto.
Hebreos 8:8-13 “Porque encontrándoles defecto dice: ‘He aquí vienen días, dice el Señor, en que concertaré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no conforme al pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en Mi pacto, y Yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a Mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados’. Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se envejece y decae, está próximo a desaparecer”.
Hebreos 10:16: “Éste es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré”.
Jeremías 31:31-34: “Vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día en que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: “Conoce a Jehová”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová. Porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado”.
2 Corintios 3:6: “El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica”.
Hebreos 13:20-21: “Ahora bien, el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la sangre del pacto eterno, os perfeccione en toda obra buena para que hagáis Su voluntad, haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él por medio de Jesucristo; a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
(1) El nuevo pacto es la base de toda vida espiritual. Gracias al nuevo pacto, nuestros pecados pueden ser perdonados y nuestra conciencia puede tener paz. Gracias al nuevo pacto, podemos obedecer a Dios y hacer lo que le agrada. Asimismo, gracias al nuevo pacto podemos tener una comunión directa con Dios y un conocimiento interno más profundo de Él. Sin el nuevo pacto no podríamos tener la confianza de que nuestros pecados han sido perdonados. Además, nos sería difícil obedecer a Dios y hacer Su voluntad o experimentar algo más profundo que una comunión con Dios y un conocimiento de Dios superficiales y ordinarios. Pero ¡alabado sea Dios, tenemos el nuevo pacto! Y este nuevo pacto es un pacto que Él estableció; por lo tanto, podemos confiar en este pacto.
El hermano que escribió el himno “Roca de la eternidad, que por mí hendida estás” padeció de tuberculosis pulmonar por más de diez años. Mientras se hallaba muy enfermo, escribió un himno, en una de cuyas estrofas dice:
Cuán dulce es descansar en Su fidelidad, Su amor jamás podrá cesar; Cuán dulce es Su pacto de gracia, En el cual podemos en todo confiar.
Él sabía lo que era un pacto. Por ello podía confiar en el pacto del Señor.
(2) El propósito eterno de Dios se pone de manifiesto en el nuevo pacto. Por lo tanto, si alguien que pertenece al Señor no sabe lo que es el nuevo pacto, no podrá conocer por experiencia el propósito eterno de Dios. Sabemos que “reinó la muerte desde Adán hasta Moisés”, y que “el pecado reinó en la muerte” (Ro. 5:14, 21). En aquella época el propósito eterno de Dios no fue revelado. Si bien Dios de antemano le anunció el evangelio a Abraham, diciendo: “En ti serán benditas todas las naciones” (Gá. 3:8), lo que vemos aquí es simplemente una sombra de la gracia, mas no la gracia misma. “La ley por medio de Moisés fue dada” (Jn. 1:17), pero la ley se introdujo, como dijéramos, junto al camino (Ro. 5:20). La ley no tiene parte alguna en el plan que corresponde al propósito eterno de Dios. “Los profetas y la ley profetizaron hasta Juan” (Mt. 11:13), pero “la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Por consiguiente, no fue sino hasta Cristo que tuvo inicio la era de la gracia y llegó a existir el nuevo pacto, lo cual nos permite ver el propósito eterno de Dios.
El propósito eterno de Dios se revela en el nuevo pacto. Por lo tanto, es menester que conozcamos el nuevo pacto, pues sólo así podremos esperar que se cumpla el propósito eterno de Dios en nosotros. Si no conocemos el nuevo pacto, perderemos de vista el eje de la salvación. En el mejor de los casos, sólo podremos captar un tanto de la periferia. Pero si conocemos algo del nuevo pacto, podremos declarar que hemos encontrado un gran tesoro en el universo.
¿En qué consiste el propósito eterno de Dios? En palabras sencillas, el propósito eterno de Dios es forjarse en el hombre que creó. El deleite de Dios es entrar en el hombre y unirse con el hombre a fin de que éste posea Su vida y Su naturaleza. Antes de la fundación del mundo, es decir, en la eternidad, antes de que existiera el tiempo, antes de crear el cielo y la tierra y antes de crear todas las cosas y el linaje humano, Él tenía en Su ser dicho propósito. Él quería que el hombre obtuviera Su filiación; deseaba que el hombre fuera igual a Él; deseaba que el hombre fuera glorificado (Ef. 1:4, 5; Ro. 8:30). Por este motivo, cuando creó al hombre, lo creó a Su propia imagen (Gn. 1:27).
En el principio, en el huerto de Edén, vemos el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios puso al hombre que había creado en el huerto de Edén. La única prohibición que le hizo era que no comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal; en otras palabras, le dio a entender que debía comer del fruto del árbol de la vida. Sin embargo, esto requería que el hombre lo eligiera. Conforme a la revelación de las Escrituras, sabemos que el árbol de la vida denota a Dios mismo (Sal. 36:9; Jn. 1:4; 11:25; 14:6; 1 Jn. 5:12). Si el hombre hubiese comido del árbol de la vida, habría recibido la vida, y Dios habría entrado en él. Pero, como sabemos, el primer hombre que Dios creó, es decir, el primer Adán, fracasó y cayó. Su fracaso no sólo consistió en no recibir la vida de Dios, sino que además de esto, comió del árbol del conocimiento del bien y del mal y fue separado de Dios, quien da vida. Sin embargo, hoy debemos darle gracias a Dios y alabarlo, porque aunque el primer hombre fracasó y cayó, el segundo hombre, es decir, el postrer Adán (1 Co. 15:45, 47), llevó a cabo el propósito eterno de Dios.
En el universo hay al menos una persona que está mezclada con Dios; ése es Jesús nazareno, quien es al mismo tiempo Dios y hombre, y hombre y Dios. Éste es el Señor Jesús, el “Verbo” que “se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...], lleno de gracia y de realidad” (Jn. 1:14). Aunque nadie ha visto a Dios jamás, hay una persona, el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, el cual le ha dado a conocer (v. 18). Él es tanto Dios como hombre, y la intención de Dios es forjar a esta persona en el hombre. Dios desea que el hombre sea hecho conforme a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:28, 29), y llevar al hombre a la condición que Él deseaba, una condición en la cual pueda agradar a Dios. Éste es el propósito eterno de Dios, éste es el nuevo pacto.
(3) Nosotros afirmamos que hoy estamos en la era del nuevo pacto. Pero ¿qué significa esto? Por ahora sólo podemos hablar de esto brevemente, pero en el capítulo 3 hablaremos más detalladamente. Sabemos que Dios nunca hizo un pacto con los gentiles. Puesto que nosotros, los gentiles, no tenemos un antiguo pacto, ¿cómo podemos tener un nuevo pacto? Hebreos 8:8 dice claramente que un día Dios hará un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. Hablando con propiedad, este pacto no será establecido sino “después de aquellos días” (v. 10), lo cual se refiere al comienzo del milenio. Si esto es así, ¿cómo podríamos decir que hoy estamos en la era del nuevo pacto? Es debido a que el Señor trata a la iglesia conforme al principio del nuevo pacto, es decir, pone la iglesia bajo el principio del nuevo pacto. Él desea que la iglesia tenga tratos y negociaciones con Él conforme a este pacto hasta que Él logre lo que Él desea realizar.
El Señor dijo: “Esto es Mi sangre del pacto...” (Mt. 26:28). Él estableció el nuevo pacto con Su sangre, a fin de que pudiésemos gustar de un anticipo de las bendiciones del nuevo pacto. Es por eso que decimos que hoy estamos en la era del nuevo pacto. Esto se debe a la gracia especial del Señor. Por consiguiente, debemos saber en qué consiste el nuevo pacto en términos de la experiencia, porque sólo de esta manera podremos declarar que somos los que viven en la era del nuevo pacto.
(4) A fin de conocer en qué consiste el nuevo pacto, debemos primeramente saber lo que es un pacto. Además, a fin de conocer lo que es un pacto, primero debemos saber cuáles son los hechos de Dios y Sus promesas. Por consiguiente, debemos empezar por hablar acerca de los hechos y las promesas de Dios. Entonces, podremos proseguir para ver cuál es el pacto que Dios ha hecho y Su nuevo pacto, y cuáles son las características del contenido del nuevo pacto. También hablaremos específicamente de cómo la ley fue puesta en el hombre y escrita en su corazón, cuál es el poder con que opera la vida en nosotros, cómo Dios llegó a ser nuestro Dios conforme a la ley de vida, y cómo nosotros podemos tener el conocimiento subjetivo, a fin de conocer a Dios de una manera más profunda.
La Palabra de Dios nos muestra varios principios que rigen Sus promesas. Veamos algunos ejemplos:
(1) “ ‘Honra a tu padre y a tu madre’, que es el primer mandamiento con promesa; ‘para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra’ ” (Ef. 6:2-3). Esta promesa es condicional. No a todos les irá bien y serán de larga vida; sólo aquellos que honran a sus padres les irá bien y serán de larga vida. Si una persona no cumple con la condición mencionada aquí, no recibirá la bendición prometida de bienestar y de larga vida.
(2) “Ahora pues, Jehová Dios, que se cumpla la palabra que le diste a David, mi padre” (2 Cr. 1:9). La palabra que se tradujo “cumpla” se puede también traducir “promesa”. Esto significa que necesitamos pedirle a Dios que cumpla Su promesa; es decir, la promesa requiere de nuestra oración para que se pueda cumplir (cfr. 1 R. 8:56).
(3) “Conforme al número de los días, de los cuarenta días que empleasteis en reconocer la tierra, cargaréis con vuestras iniquidades: cuarenta años, un año por cada día. Así conoceréis Mi castigo” [o, la anulación de Mi promesa] (Nm. 14:34). Esto significa que si un hombre no le es fiel a la promesa de Dios y no cumple con las condiciones que la acompañan, la promesa puede ser revocada. Por ejemplo, de todos los hijos de Israel que salieron de Egipto, sólo Caleb y Josué entraron en Canaán. El resto murió en el desierto (26:65). Esto muestra que Dios revocó Su promesa a aquellos que le fueron infieles. En cuanto a Jacob y a José, aunque murieron en Egipto, fueron sepultados en Canaán. Puesto que fueron fieles a Dios incluso hasta la muerte, Dios no revocó Su promesa (Gn. 46:3-4; 49:29-32; 50:12-13, 24-25; Jos. 24:32).
(4) “Porque no por medio de la ley fue hecha a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por medio de la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa” (Ro. 4:13-14). Esto significa que si un hombre, aparte de Dios, actúa mediante la fuerza de su carne o le añade algo a la promesa, es posible que la promesa sea anulada.
(5) “Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron la promesa; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (He. 11:39-40). Y, “porque os es necesaria la perseverancia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (10:36). Esto significa que debemos perseverar hasta un tiempo designado y entonces obtendremos lo que Dios ha prometido.
Con base en estas Escrituras vemos los siguientes cuatro principios que rigen las promesas de Dios: (1) la promesa de Dios requiere de nuestra oración para que se pueda cumplir; (2) si la promesa de Dios es condicional, el hombre debe cumplir con tales condiciones a fin de recibir la promesa; de no ser así, la promesa puede ser revocada; (3) si, aparte de la promesa de Dios, el hombre usa la fuerza de su carne para actuar o para añadir algo, la promesa puede ser anulada; (4) las promesas de Dios se cumplen cuando Dios así lo dispone.
¿Cómo se cumple en nosotros la promesa de Dios? Cada vez que vemos una promesa en la Palabra de Dios debemos orar de todo corazón. Debemos orar hasta que el Espíritu de Dios se active en nosotros de tal modo que muy profundo en nuestro ser interior sentimos que esta promesa de Dios está dirigida a nosotros. Si no hay una condición sujeta a esta promesa, de inmediato podemos ejercitar nuestra fe para recibirla, creyendo que Dios actuará según Su promesa y cumplirá en nosotros lo que prometió. Entonces, podemos alabar y agradecer a Dios inmediatamente. En cambio, si la promesa tiene ciertas condiciones debemos cumplirlas. Después de ello, acudimos a Dios por medio de nuestras oraciones y le pedimos que actúe según Su fidelidad y justicia, a fin de que cumpla Su promesa en nosotros. Una vez hayamos orado hasta el punto que la fe brota en nuestro interior, ya no necesitamos orar más. Podemos comenzar a alabar y a dar gracias a Dios. Poco tiempo después, veremos que las promesas de Dios realmente se están cumpliendo en nosotros.
A continuación citamos algunos ejemplos:
(1) Al principio de cada año, varias hermanas de cierta localidad tenían el hábito de pedirle a Dios que les diera una promesa, la cual les serviría de sostén durante ese año. Una de las hermanas sentía que ella era muy débil y le contó al Señor su situación. El Señor le dio estas palabras: “Cristo [...] no es débil para con vosotros, sino que es poderoso en vosotros” (2 Co. 13:3). Cuando ella recibió estas palabras, se volvió fuerte. Otra hermana era propensa a preocuparse; siempre que ella consideraba el pasado o el futuro, sentía mucho temor. Ella también le contó su situación al Señor, y el Señor le dio esta promesa: “No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de Mi justicia” (Is. 41:10). Las cinco menciones de la palabra “Yo” y las tres declaraciones de lo que Dios prometió hacer en este versículo de la Palabra de Dios hicieron, por una parte, que esta hermana se humillara y adorara a Dios y, por otra, que se pusiera tan alegre que alabó al Señor hasta con lágrimas. Más adelante, cuando ella se encontró con dificultades y pruebas, le leyó esta palabra de nuevo a Dios e incluso se la leyó a sí misma. La Palabra de Dios realmente la estableció, le ayudó y la sustentó por muchos años.
Estas hermanas tenían muchas historias similares a éstas. Las promesas que Dios les dio a cada una de ellas satisfacían exactamente sus necesidades. Sinceramente le pidieron a Dios que les diese una promesa, y la obtuvieron. Al final del año, cuando consideraban la gracia del Señor, podían testificar que la promesa de Dios verdaderamente les había consolado y sostenido muchas veces a lo largo de ese año.
(2) Otra hija de Dios, debido a las necesidades que tenía en su vida, le pidió al Señor que le diera una promesa. Un día ella leyó estas palabras: “Sea vuestra conducta sin amor al dinero, satisfechos con lo que tenéis ahora; porque Él dijo: ‘No te desampararé, ni te dejaré’” (He. 13:5). Estas palabras le sorprendieron y al mismo tiempo la pusieron alegre. Esta promesa es condicional: no debemos codiciar y debemos estar contentos con lo que tenemos; entonces el Señor no nos desamparará ni nos dejará. Ella dijo: “¡Amén y amén!” a esta promesa. Durante los veinte años que han pasado desde entonces, por un lado, ella ha guardado el principio de que si no se trabaja, tampoco se come (2 Ts. 3:10); por otro lado, el Señor realmente ha hecho que el puñado de harina que tenía en la tinaja y el poco aceite que había en su vasija no se agotara ni fuera insuficiente. Ciertamente, el Señor no la ha desamparado ni la ha abandonado.
(3) También está el caso de otra hermana que había estado enferma por muchos años. Cuando estaba muy desesperada, se acordó de Romanos 8:13: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Esto la hizo ver las cosas de un modo diferente. Le hizo frente a todo lo que ella debía de confrontar según la luz que el Señor le dio. Sin embargo, su cuerpo seguía enfermo. Entonces un día oró: “Señor, si Romanos 8:13 son las palabras que me has dado, te pido que me concedas otra promesa”. Entonces ella confesó su debilidad y su incredulidad. En ese momento, en lo más profundo de su ser, parecían resonar estas palabras: “Dios no es un hombre; Él no miente”. Ella no sabía si tales palabras se encontraban en las Escrituras. Entonces, buscó en una concordancia, y encontró que en Números 23:19 en verdad estaban tales palabras: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. ¿Acaso dice y no hace? ¿Acaso promete y no cumple?”. Con esto su corazón se llenó de alegría y su boca con alabanzas. Por tanto, Dios también hizo que cesara su enfermedad.
(4) Han habido algunos hijos de Dios que en cierta etapa de su vida espiritual entraron en la experiencia descrita en el salmo 66. Por una parte, parecía que: “Nos metiste en la red; pusiste sobre nuestros lomos pesada carga. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza” (vs. 11-12a). Pero, por otra parte, Dios también les dio esta promesa: “¡Pasamos por el fuego y por el agua, pero nos sacaste a la abundancia!” (v. 12b). Esto los consoló y estableció.
(5) Hay muchos hijos de Dios que han sido asediados por pruebas. Algunos de ellos siempre que oraban, se encontraban con esta promesa que los consolaba y establecía: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).
(6) Cierto siervo del Señor pasaba por una gran prueba, y le parecía que una imponente montaña se erguía frente a él. Había tratado de subir esta montaña hasta agotarse, al punto de estar desesperado; y había llegado al punto donde pensó que le quedaba muy poco dentro de él como para poner los ojos en Dios. Pero las palabras “hasta esta hora” y “hasta ahora” (1 Co. 4:11, 13) hicieron que pudiera cruzar esta alta montaña. “Hasta esta hora” cuando aún lo consideraban la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas; pero aún podía estar firme “hasta ahora”. El tiempo pone al hombre a prueba, pero las promesas de Dios capacitan al hombre a pasar la prueba del tiempo y a estar firme “hasta esta hora” y “hasta ahora”.
(7) Algunos hijos de Dios al ser sacudidos por las olas clamaron al Señor, y las palabra que el Señor les dio fueron: “¡Tened ánimo, soy Yo, no temáis!” (Mt. 14:24, 27). Al escuchar esta promesa, inmediatamente su corazón angustiado se llenó de paz. Las olas nunca pudieron arrastrarlos al fondo del mar.
Por tanto, acerca de las promesas de Dios, necesitamos alabarlo por que no se pueden anular; cada palabra será establecida. Además, la fe nunca exige pruebas, porque todo lo que Dios dice, lo cumplirá. Aunque los cielos y la tierra sean consumidos, y las montañas y las colinas sean derribadas, todo aquel que cree en el Señor verá Sus palabras cumplidas.
En cuanto a los hechos de Dios, aunque en las Escrituras no podemos encontrar la palabra hechos, en la obra de Dios podemos encontrar muchos hechos cumplidos; es decir, los hechos son la obra que Dios ha cumplido.
En el Antiguo Testamento Dios prometió que el Señor Jesús iba a nacer de una virgen (Is. 7:14). Entonces, “cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la filiación” (Gá. 4:4-5). Así que, la promesa dada en Isaías acerca de que “la virgen concebirá y dará a luz un hijo” se ha hecho realidad; ha llegado a ser un hecho. La crucifixión del Señor Jesús también es un hecho. Él se ofreció a Sí mismo una vez y para siempre, obteniendo así eterna redención (He. 9:12). Puesto que éste es un hecho, nadie tiene que pedirle al Señor que muera otra vez por nosotros y que nos redima de nuestros pecados.
La venida del Espíritu Santo también es un hecho cumplido para siempre. Puesto que esto es así, nadie tiene que pedirle otra vez al Espíritu Santo que venga. (Esto se refiere al “hecho” de la venida del Espíritu Santo, y no a la “experiencia” individual que uno tiene del Espíritu Santo).
Además, Dios ha realizado muchas otras cosas por medio de Cristo. Las Escrituras revelan que todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad se han cumplido en Cristo. Por ejemplo, Efesios 1:3 dice que Él “nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. El versículo 4 continúa con la palabra: “Según...”, y de acuerdo con el texto original, esta oración prosigue hasta llegar al versículo 14. Por tanto, vemos que todas las cosas mencionadas en estos versículos son todas las bendiciones espirituales mencionadas en el versículo 3. Esto también explica 2 Pedro 1:3 donde dice: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. Todas estas cosas están en Cristo. Son hechos que ya fueron cumplidos.
Con respecto a las promesas de Dios, si no pedimos que se cumplan, o si no cumplimos con las condiciones, es posible que no las recibamos. En lo que a nosotros se refiere, las promesas pueden ser anuladas, pero en cuanto a los hechos de Dios, aunque no pidamos que éstos se cumplan, Él los cumplirá en nosotros. Puesto que son hechos cumplidos, no tenemos que pedirlos. (Esto se refiere a los hechos mismos de Dios, no a nuestras experiencias individuales de estos hechos).
Dios nunca nos ha pedido hacer nada para que recibamos Sus hechos. Todo lo que Él requiere es que simplemente creamos. Puede ser que la promesa de Dios se demore, pero en cuanto a los hechos de Dios no hay tardanza. Una vez hayamos dicho que hemos recibido los hechos de Dios, nunca podríamos decir que necesitamos esperar algunos años para que Dios nos los dé. Lo que Dios ha cumplido y lo que ya nos ha dado en Cristo nunca se puede posponer a un momento futuro. Si Dios demora en dárnoslo, sería una contradicción al hecho.
Consideremos dos ejemplos. Efesios 2:4-6 dice: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo [...] y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. ¿Estas cosas mencionadas aquí son promesas de Dios o son hechos de Dios? La Palabra de Dios nos dice que todas estas cosas son hechos. Es Dios el que nos dio vida juntamente con Cristo, y es Dios el que nos ha resucitado juntamente con Cristo y nos hizo sentar en los lugares celestiales juntamente con Cristo. Todos estos son hechos cumplidos. Puesto que esto es así, debemos alabar y agradecer a Dios por ello. Debemos adoptar una actitud hacia Satanás en la cual manifestamos que hemos sido resucitados y hemos ascendido juntamente con Cristo. Nunca debemos adoptar una actitud en la cual esperamos ser resucitados o ascendidos; al contrario, ésta siempre debe indicar que hemos sido resucitados, que hemos ascendido. Debemos saber que no existe ni una sola persona entre el pueblo del Señor que no haya recibido una vida de resurrección y de ascensión. Si pensamos que esta vida sólo se puede obtener si la pedimos, entonces no conocemos lo que Dios ha logrado. Dios nos ha dado en Cristo todo lo que pertenece a la vida y a la piedad. No necesitamos pedir; sólo necesitamos reclamar lo que nos fue dado. ¡Aleluya, este hecho glorioso, este hecho cumplido, este hecho que Cristo ha cumplido, nos ha sido dado por Dios en Cristo!
El segundo ejemplo se encuentra en Romanos 6:6 que dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Este versículo nos muestra tres cosas: (1) el pecado, (2) el viejo hombre y (3) el cuerpo de pecado. El pecado es la misma naturaleza pecaminosa que nos domina (Ro. 6:14; 7:17). El viejo hombre es nuestro yo, al cual le gusta escuchar al pecado. El cuerpo de pecado es nuestro cuerpo que es la marioneta del pecado; nuestro cuerpo es el que en realidad comete los pecados. El pecado nos domina y, por medio del viejo hombre, controla nuestro cuerpo para que cometa pecados. El viejo hombre representa todo lo que pertenece a Adán y se inclina hacia el pecado. Este viejo hombre es el que escucha al pecado y le ordena al cuerpo cometer actos pecaminosos. Quizás algunos consideren que a fin de que el hombre no peque, se debe remover la raíz del pecado; otros pueden pensar que, a fin de que no peque, el hombre debe meticulosamente suprimir los deseos de su cuerpo. Pero éstos son los pensamientos de los hombres; lo que Dios ha hecho es totalmente diferente. Dios no trató con la raíz del pecado, ni tampoco trató con nuestro cuerpo; sino que puso fin a nuestro viejo hombre: “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él” (Ro. 6:6). Al igual que nuestro Señor Jesús fue crucificado en la cruz, nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Él. Esto es un hecho. Es un hecho que Dios ha cumplido en Cristo.
La frase para que el cuerpo de pecado sea anulado también se puede traducir “para que el cuerpo de pecado sea desempleado”. Puesto que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo, el cuerpo del pecado ha sido desempleado. Aunque la naturaleza del pecado sigue estando presente y está activa, y aún llega a tentarnos, el viejo hombre que ha sido usado por el pecado ha sido crucificado juntamente con Cristo. Por tanto, el pecado ya no puede ser nuestro amo; hemos sido librados del pecado. Sin embargo, alguien puede mirarse a sí mismo y pensar que debido a que él sigue siendo débil y aún peca, tiene que pedirle a Dios otra vez que le conceda Su gracia y obre en él para erradicar de nuevo al pecado, a fin de que pueda ser liberado del pecado. Otra persona puede pensar que Cristo ha sido crucificado, pero que su viejo hombre aún no ha sido crucificado. Por tanto, le pide a Dios que crucifique su viejo hombre. El resultado es que cuanto más le pide a Dios que crucifique su viejo hombre, más activo es su viejo hombre, y lo llega a dominar. ¿A qué se debe esto? Se debe a que algunos sólo están familiarizados con las promesas de Dios, pero no conocen los hechos de Dios. Quizás consideran que los hechos y las promesas de Dios equivalen a lo mismo, y toman los hechos de Dios de la misma manera que toman Sus promesas. Dios dice que nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo, pero ellos piensan que la promesa de Dios es que Él va a crucificar su viejo hombre. Por tanto, le piden continuamente a Dios que crucifique su viejo hombre. Siempre que cometen un pecado, sienten que su viejo hombre aún no ha sido crucificado y le piden a Dios que nuevamente crucifique su viejo hombre. Siempre que caen en tentación, consideran que Dios no le ha dado fin al viejo hombre por completo. Por esta razón sienten que necesitan pedirle a Dios que tome medidas con respecto a su viejo hombre. No saben que su viejo hombre ya ha sido crucificado juntamente con Cristo, que esto es un hecho cumplido y que es diferente de una promesa; por tanto, continúan rogando. El resultado es que no avanzan; sólo siguen clamando: “¡Miserable de mí!” (Ro. 7:24).
Debemos darnos cuenta de que Romanos 6:6 es una experiencia básica para todos aquellos que le pertenecen al Señor. Debemos pedirle al Espíritu del Señor que nos dé revelación para que podamos ver que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo. Entonces, basándonos en la Palabra de Dios, podremos creer que de hecho estamos muertos al pecado (Ro. 6:11). Aunque a veces nos sentimos tentados y pensamos que nuestro viejo hombre no está muerto, aun así debemos creer más en lo que Dios ha cumplido, que en aquello que sentimos y experimentamos. Una vez que vemos que los hechos son realmente hechos, tendremos la experiencia de forma espontánea. Sin embargo, debemos entender que los hechos de Dios no llegan a ser reales a nosotros debido a que creemos en ellos; sino más bien, es debido a que los hechos de Dios son verdaderos que nosotros creemos.
La fe consiste en que, puesto que Dios dice que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo, nosotros también decimos que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo. Es un hecho que nuestro viejo hombre ha sido crucificado, un hecho cumplido por Dios en Cristo. En este respecto, Dios no puede hacer más de lo que ya ha hecho. Todo lo que podemos hacer es creer que la Palabra de Dios es verdad. Por tanto, no es necesario que le pidamos a Dios hacer algo, sino que creamos en que Dios ya lo ha hecho. Siempre que creemos en los hechos que Dios ha cumplido, tenemos la experiencia de tales hechos automáticamente. Los hechos, la fe y nuestra experiencia: éste es el orden que Dios ha establecido. Debemos recordar este gran principio que rige la vida espiritual.
A partir de lo que hemos visto en los ejemplos anteriores, encontramos los siguientes principios: (1) Necesitamos descubrir cuales son los hechos de Dios. Para esto necesitamos de la revelación del Espíritu Santo. (2) Una vez que vemos cuales son los hechos de Dios, necesitamos aferrarnos a la Palabra de Dios y creer que somos tal y como lo dice la Palabra de Dios. Necesitamos creer que somos lo que dice el hecho que Dios ha cumplido. (3) Por una parte, necesitemos por fe alabar a Dios que somos de esa manera; por otra parte, necesitamos actuar y manifestar que somos así. (4) Siempre que vengan las tentaciones o las pruebas, debemos creer que la Palabra de Dios y Sus hechos cumplidos son más confiables que nuestros sentimientos. Sólo necesitamos creer completamente en la Palabra de Dios; entonces, Dios se hará responsable de darnos la experiencia. Si primero prestamos atención a nuestra experiencia, fracasaremos y no experimentaremos nada. Nuestra responsabilidad es creer en el hecho cumplido por Dios; la responsabilidad de Dios es concedernos la experiencia. Si creemos en los hechos cumplidos por Dios, habrá un crecimiento en nuestra vida espiritual todos los días. (5) Los hechos requieren de nuestra fe, porque la fe es la única manera en que estos hechos pueden llegar a ser reales en nuestra experiencia. Los hechos cumplidos por Dios están en Cristo; por tanto, si hemos de disfrutar de estos hechos, debemos estar en Cristo. Al estar unidos a Cristo, experimentamos los hechos que Dios ya ha cumplido en Cristo. Debemos recordar que cuando fuimos salvos, fuimos unidos a Cristo y fuimos puestos en Cristo (1 Co. 1:30; Gá. 3:27; Ro. 6:3), pero muchos, aunque están en Cristo, no permanecen en Él. Puesto que no están firmes por la fe en la posición que Dios les ha dado en Cristo, no gozan del efecto que los hechos cumplidos por Dios tendrían en ellos. Por lo tanto, aunque ya estamos en Cristo, también tenemos que permanecer en Cristo. De este modo, los hechos de Dios llegarán a ser nuestra experiencia y seguirán siendo manifestados por medio de nosotros.
Hemos mencionado repetidas veces que los hechos cumplidos por Dios son aquellas cosas que Él ya ha logrado, y acerca de las cuales ya no necesitamos pedirle hacer nada más. Sin embargo, si no hemos visto los hechos cumplidos por Dios como tales, necesitamos pedirle a Dios que nos dé revelación, que nos dé luz para poder ver. El espíritu de sabiduría y de revelación nos permitirá conocer esto (Ef. 1:17-18). Podemos pedir tal espíritu a fin de recibir tal visión. No le pedimos a Dios que vuelva a hacer lo mismo otra vez, sino que nos muestre lo que ya ha logrado. Debemos ver esta diferencia claramente.
A continuación veremos algunos ejemplos adicionales para aclarar este asunto:
(1) Una hermana, antes de ver el hecho de que estamos en Cristo, pensaba que uno tenía que esforzarse para entrar en Cristo, pero ella no sabía cómo hacerlo. Un día al oír las palabras: “Mas por Él estáis vosotros en Cristo Jesús” (1 Co. 1:30), ella vio en su ser interior que Dios ya la había puesto en Cristo y que ella no tenía que esforzarse más.
(2) Algunos hijos de Dios, antes de ver el hecho de que “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo”, han empleado sus propias fuerzas para crucificar su viejo hombre o le pidieron a Dios que lo hiciera. El resultado fue que cuanto más intentaban crucificar su viejo hombre, más vivo parecía estar. Cuanto más le pedían a Dios crucificar su viejo hombre, más confusos se pusieron. Entonces un día Dios abrió sus ojos y les reveló que Él ya había crucificado su viejo hombre juntamente con Cristo. Entonces se dieron cuenta de cuán absurdas habían sido sus acciones y oraciones.
(3) Había una hermana que no entendía claramente que el derramamiento del Espíritu Santo es ya un hecho. Una noche ella se encerró en su recamara y se dispuso a leer Hechos 2. Mientras leía esta porción de la Palabra, le pidió a Dios que le diera una revelación. Dios abrió sus ojos y le mostró tres cosas en este capítulo: (a) que Cristo había sido exaltado a la diestra de Dios y que, habiendo recibido la promesa del Padre, había derramado el Espíritu Santo (v. 33); (b) que Dios le había hecho Señor y Cristo (v. 36); (c) que esta promesa de recibir el Espíritu Santo fue hecha para los israelitas y sus hijos, y también para aquellos que están lejos (v. 39). Ella vio que el derramamiento del Espíritu Santo es un hecho consumado. Puesto que ella era una persona que se había arrepentido y había sido bautizada en el nombre de Jesucristo, ella estaba incluida entre los que estaban “lejos”. Por tanto, se dio cuenta que ella tenía parte en la promesa, es decir, que para ella también era lo que se mencionaba en el versículo 38: “Recibiréis el don del Espíritu Santo”. Cuando ella vio eso, se llenó de alegría y no podía dejar de alabar al Señor.
Por tanto, de manera contundente enfatizamos una vez más que no necesitamos pedirle a Dios que realice de nuevo los hechos que ya ha cumplido; sólo necesitamos pedirle que nos muestre que Él ya lo hizo. No necesitamos pedirle a Dios que ahora nos ponga en Cristo; lo que necesitamos es pedirle que nos muestre el hecho de que Él ya nos puso en Cristo. No necesitamos pedirle a Dios que crucifique nuestro viejo hombre; antes bien, necesitamos pedirle a Dios que nos muestre que Él ya nos crucificó con Cristo. Tampoco le pedimos a Dios que derrame el Espíritu Santo desde los cielos; sino que le pedimos a Dios que nos muestre que el Espíritu Santo ya fue derramado. (En Hechos 1:13-14 leemos que los apóstoles con varias mujeres, y con María la madre de Jesús, y con Sus hermanos, perseveraban unánimes en oración. Hechos 2:1 dice que en el Día de Pentecostés los discípulos estaban todos juntos en el mismo lugar, porque en aquel entonces el Espíritu Santo aún no había sido derramado. Pero Hechos 8:15-17 muestra claramente que Pedro y Juan oraron por los samaritanos que habían creído en el Señor, e impusieron sus manos sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo. No oraron que el Espíritu Santo fuera derramado del cielo, ya que el derramamiento del Espíritu Santo del cielo es un hecho, pero que el Espíritu Santo descienda sobre individuos tiene que ver con la experiencia).
Necesitamos pedirle a Dios que nos muestre que Sus hechos son hechos consumados. Siempre que tengamos la revelación interior, espontáneamente podemos creer y luego tener la debida experiencia. Una vez más, decimos que ciertamente podemos inquirir de Dios, pero lo que necesitamos es pedirle que nuestros ojos sean alumbrados a fin de que nos de revelación y luz de tal modo que realmente podamos ver algo acerca de los hechos cumplidos por Dios.
Hemos mencionado el contraste que existe entre las promesas de Dios y los hechos cumplidos por Dios. Ahora hagamos un resumen de las diferencias básicas entre los hechos cumplidos por Dios y las promesas de Dios. En las Escrituras, una promesa se refiere a las palabras que Dios ha hablado antes de que algo ocurra, mientras que un hecho se refiere a las palabras habladas por Dios después de que la cosa se ha cumplido. Debemos recibir las promesas de Dios por medio de nuestra fe, mientras que los hechos de Dios, no sólo debemos recibirlos con fe, sino también debemos disfrutarlos, puesto que Dios ya los ha cumplido. Por tanto, cuando leemos la Palabra de Dios, una de las cosas más importantes es distinguir entre las promesas de Dios y los hechos cumplidos por Dios. Siempre que lleguemos a un lugar donde se habla de la gracia de Dios, diciéndonos cómo Dios ha hecho algo por nosotros, necesitamos preguntarnos si eso es una promesa o un hecho. Si es una promesa y tiene algunas condiciones, primero necesitamos cumplir con tales condiciones y luego es necesario orar hasta que Dios nos de la certeza interior de que esa promesa es también para nosotros. Entonces tendremos fe y sabremos que Dios ha oído nuestra oración; por lo que espontáneamente alabaremos a Dios. Aunque la promesa de Dios aún deberá cumplirse, debido al hecho de que tenemos fe, parece que el asunto ya es nuestro. Si lo que hemos leído es un hecho, entonces uno puede inmediatamente ejercitar la fe y alabar a Dios, diciendo: “¡Oh, Dios, sí, así es!”. Usted puede creer que verdaderamente es así y puede actuar conforme a ese hecho. Al hacer esto usted demostrará su fe.
Sin embargo, hay algunos puntos que debemos recordar:
(1) Antes de que le pidamos a Dios que cumpla con Su promesa, debemos primero tomar medidas con respecto a nuestro corazón impuro. Los que están llenos de pensamientos confusos o son demasiado emotivos posiblemente consideren que esto o aquello es la promesa de Dios para ellos. Ayer recibieron una promesa; hoy reciben otra. Para ellos, obtener las promesas de Dios es como jugar a la lotería, echando suertes una y otra vez. Nueve de cada diez veces tales promesas no son confiables y pueden ser engañosas. (Esto no significa que las promesas de Dios no son confiables, sino que lo que esas personas consideran ser las promesas de Dios es algo que ellos mismos han concebido, no algo que Dios les ha dado). Si las personas que tienen inclinaciones naturales o una voluntad dura usan de forma subjetiva lo que recuerdan de la Palabra de Dios, o si usan esas palabras de Dios que coinciden con su estado de ánimo, o si interpretan la Palabra de Dios de una manera subjetiva y consideran que se trata de una promesa de Dios, estas “promesas” por lo general no son confiables. El resultado es que se desilusionan e incluso dudan de la Palabra de Dios. Por tanto, antes de pedirle a Dios que nos dé una promesa, necesitamos pedirle que alumbre nuestro corazón a fin de que podamos conocer nuestro corazón. Necesitamos pedirle a Dios que purifique nuestro corazón. También necesitamos pedirle a Dios que nos conceda Su gracia para estar dispuestos a ponernos a un lado, de modo que silenciosamente podamos poner nuestros ojos en Él. Entonces, si Dios nos da una promesa, seremos impresionados espontánea y claramente desde lo más profundo de nuestro corazón.
(2) Después de recibir la promesa de Dios, necesitamos aplicarla. Charles Spurgeon dijo una vez: “Oh, creyente te ruego que no consideres que las promesas de Dios son como las cosas raras en un museo, sino que las debes usar diariamente como fuentes de consuelo. Confía en el Señor siempre que lo necesites”. Esto se ha dicho por experiencia.
(3) Quienes realmente han recibido una promesa de Dios generalmente se comportan y actúan de una manera pacífica y estable, como si la promesa se hubiera cumplido. Por ejemplo, cuando Pablo era celoso por la obra en Corinto, el Señor le dijo en una visión: “No temas, sino habla, y no calles; porque Yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal”. Después de esto, él permaneció allí un año y seis meses (Hch. 18:9-11). En otra ocasión, cuando Pablo iba de camino a Roma y se encontró en peligro en el mar, él pudo estar firme entre los que estaban con él en el barco y decir: “Tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho”. Él no sólo creyó en la promesa de Dios, sino que también usó la promesa como una promesa y como un consuelo para los demás. “Habiendo dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer”. Éstas fueron las acciones y la manera de actuar de Pablo después de creer en la promesa de Dios, lo cual produjo una impresión profunda en aquellos que iban con él. El resultado fue que “todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también” (27:23-25, 35-36). En cierta ocasión, un santo dijo que toda promesa de Dios está edificada sobre cuatro columnas: la justicia de Dios, la santidad de Dios, la gracia de Dios y la verdad de Dios. La justicia de Dios no permite que Él sea infiel; la santidad de Dios no permite que Él engañe; la gracia de Dios no permite que Él se olvide; y la verdad de Dios no permite que Él cambie. Otro santo dijo que aunque la promesa se demore en cumplirse, nunca llegará demasiado tarde. Todas éstas son palabras de experiencia de aquellos que conocen a Dios.
Un salmista dijo: “Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar” (Sal. 119:49). Ésta es una oración muy poderosa. Las promesas de Dios nos dan una esperanza viva. ¡Aleluya!
(4) Una vez que hayamos visto los hechos de Dios, nuestra fe debe continuar mirando los hechos de Dios, considerando al hecho como hecho. Cada vez que tengamos un fracaso, necesitamos descubrir la razón de nuestro fracaso y necesitamos condenar tanto la razón del fracaso, como el acto mismo del fracaso. Si debido a nuestro propio fracaso dudamos de los hechos cumplidos por Dios, e incluso los negamos, esto comprueba que tenemos un corazón malo de incredulidad para con los hechos de Dios (He. 3:12). Si es así, tenemos que pedirle a Dios que nos quite el corazón malo de incredulidad.
Con tal que retengamos firme hasta el fin la confianza inicial, hemos llegado a ser compañeros de Cristo (He. 3:14).