
Lectura Bíblica: Mt. 26:28; He. 8:10-12
Hemos leído Hebreos 8 muchas veces. Al estudiar esta porción cuidadosamente, vemos que contiene tres promesas: (1) la ley se impartirá en nuestra mente y se escribirá sobre nuestro corazón, para que Dios sea nuestro Dios, y nosotros Su pueblo. (2) El propósito de la ley que está en nuestro corazón es que conozcamos a Dios. No solamente la voluntad y los mandamientos de Dios, sino conocer a Dios. (3) Dios será clemente a nuestras injusticias, perdonando nuestros pecados. En el quinto mensaje sobre El nuevo pacto, el orden está invertido. Primero se menciona la limpieza; segundo, el conocimiento; y tercero, la vida y el poder, porque de acuerdo con nuestra experiencia espiritual, primero fuimos limpiados y perdonados, luego obtuvimos el disfrute de la vida y el poder de Dios, y finalmente el conocimiento de Dios.
El pensamiento de Hebreos 8:10 no se interrumpe hasta el final del versículo 11. El versículo 12 es un nuevo comienzo. Al principio del versículo 12 aparece la palabra “porque”. Esto significa que el perdón ya se efectuó. Dios es propicio a nuestras injusticias y perdona nuestros pecados, luego El pone la ley dentro de nosotros y la inscribe sobre nuestro corazón y, como resultado de esto, conocemos a Dios. Este conocimiento de Dios llenará la tierra como el agua, de manera que nadie enseñará a su prójimo, ni ninguno llevaría a su hermano a conocer a Dios. Por eso el orden en nuestra experiencia espiritual es: (1) limpieza, (2) vida y poder, y (3) conocimiento.
En Filipenses 3, Pablo nos habla de su experiencia. El primero recibió la justicia de Dios; fue justificado no por su propia justicia; luego estimó todas las cosas como pérdida para ganar a Cristo y conocer al Señor. Conocer a Dios viene después de ser perdonado. El perdón se lleva a cabo una sola vez, pero el conocimiento de Dios aumenta día tras día. Examinemos ahora la segunda fase de nuestra experiencia espiritual, la cual es la vida y el poder. Particularmente hablaremos acerca de la vida.
En Hebreos 8:7 dice: “Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, no se hubiera procurado lugar para el segundo”. Para Dios, el primer pacto era defectuoso y débil; no tenía ni el poder ni la forma para que nosotros pudiéramos guardar los mandamientos de Dios. En lo que al primer pacto se refiere, Pablo también dijo en el libro de Romanos que la ley era santa (7:12), pero que no podía lograr mucho. El poder del primer pacto era deficiente. Por esta causa necesitamos el segundo pacto.
¿Por qué el primer pacto era defectuoso? Leamos Hebreos 8:8-9: “Porque encontrándoles defecto dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que concertaré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no conforme al pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en Mi pacto, y Yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. Por lo tanto, cuando el Señor los tomó de la mano para sacarlos de Egipto, ellos no permanecieron en Su pacto. Lo cual quiere decir que ellos debían continuar siendo fieles, pero no fue así. Aunque se propusieron seguir al Señor, no lo hicieron fielmente. A pesar de que fueron avivados, no pudieron mantener ese avivamiento día tras día. Posiblemente prometieron leer la Biblia diariamente, pero no lo pudieron cumplirlo. Este era el problema que tenía el antiguo pacto.
En Exodo 19:5 dice: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra”. Esto es lo que Dios les dijo a los israelitas. El versículo 8 dice: “Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos”. Ellos afirmaron inmediatamente que guardarían las palabras de Jehová. Leamos Exodo 24:8: “Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas”. Todo lo que se narra desde el capítulo diecinueve hasta el versículo 8 del capítulo veinticuatro son las palabras del pacto que Dios hizo. Moisés dijo que esa era la sangre del pacto, y el pueblo respondió que harían todas las palabras que Jehová había dicho (24:3). Hermanos, la ley de Dios en Exodo del 19 al 24, dice que no debemos tener otros dioses ni adorar ídolos. Por favor recuerden que Exodo 19 al 24 comprende la totalidad del pacto. Sin embargo, para el capítulo treinta y dos, aun antes de que Moisés les entregara las tablas del pacto en el monte Sinaí, los israelitas hicieron un becerro de oro y lo adoraron. Las tablas del pacto estaban todavía arriba en la montaña, y los israelitas ya lo habían traicionado. ¡Ellos estaban adorando al becerro de oro al pie de la montaña! Esto nos muestra que no pudieron guardar la ley de Dios. Esta es la deficiencia que tiene el antiguo pacto.
Por lo tanto, el antiguo pacto nos muestra que podemos proponernos hacer algo, podemos entusiasmarnos mucho y aun declarar a Dios a toda voz que prometemos hacer Su voluntad, pero esto es temporal. Aun si guardamos la ley por unos cuantos días, ese esfuerzo no durará. Podemos descubrir las enseñanzas de la Biblia, pero no guardar sus mandamientos; contemplar la gloria de Dios sobre el monte Sinaí, pero no el pecado al pie de la montaña. Podemos levantarnos temprano a orar y leer la Biblia; sin embargo, olvidarnos de Dios al llegar a la oficina, al hospital, a la escuela o aun en la casa. Esto nos muestra que puede haber un buen comienzo, pero no un buen final. Este es el antiguo pacto. Por eso, Dios nos ha dado un nuevo pacto, el cual está dentro de nosotros. En 2 Corintios 3 dice que la ley fue escrita previamente en tablas de piedra; pero que ahora ha sido escrita en nuestro corazón. Hoy el nuevo pacto es el evangelio excelente. Este nuevo pacto es completamente diferente del antiguo pacto. En el nuevo pacto, el que da los mandamientos es Dios y el responsable de guardarlos es también Dios. En el antiguo pacto, Dios dio los mandamientos y la ley, pero el hombre tenía que guardarlos. En el nuevo pacto El que hizo la ley fue Dios, y el que la guarda también es Dios.
Muchos cristianos no conocen este evangelio; sin embargo, conocen el evangelio del perdón de pecados. Ellos han oído acerca de la muerte del Señor Jesús y de la sangre que El derramó para salvarnos y perdonar nuestros pecados, y tienen fe y se aferran a esto. Creen en esta parte del nuevo pacto y aun la predican. Saben que Dios es clemente ante la iniquidad y el pecado. Sin embargo, es sorprendente ver que el hombre sólo cree en la tercera parte del nuevo pacto y deshecha lo demás. El pecador común piensa que para ser salvo debe esforzarse por hacer el bien. Esto se debe a que nunca ha escuchado el evangelio genuino. Pero nosotros ya no pensamos así. Sabemos que somos hijos por la promesa, no por obras; y que por medio de Jesucristo, Dios prometió perdonar y olvidar todos nuestros pecados. Sabemos además que cuando creemos en El, conforme a Su palabra, nos perdona los pecados. Es sorprendente que sepamos que somos salvos por la palabra de Dios, no por nosotros mismos; y sin embargo creer que para vencer tenemos que luchar y esforzarnos mucho.
Hermanos, ser salvos y vencer son hechos que pertenecen al mismo pacto. Este pacto nos da el poder para seguir adelante en el camino que está ante nosotros. Vencer el pecado, obedecer a Dios y ser llenos del Espíritu Santo, son hechos que están en este pacto. De la manera en que recibimos la gracia del perdón, recibimos la gracia para vencer el pecado; y así como nuestros pecados son perdonados, así los vencemos. Cuando vemos que por nosotros mismos no seremos perdonados, nos damos cuenta que somos débiles, incapaces de hacer el bien e impotentes para vencer al pecado. En el antiguo pacto Dios tomó de la mano a los israelitas y los sacó de Egipto. Dios ahora nos toma de nuestro corazón y nos guía fuera de Egipto. Antes Dios ponía la ley en manos de Su pueblo; ahora la pone en nuestro corazón. Existe algo misterioso en nosotros que nos indica lo que es de Dios y lo que no es de El.
Dios pone el poder dentro de nosotros, y nos fortalece para vencer. Ezequiel 36 y Jeremías 31 son pasajes muy similares que se refieren a la salvación de los judíos durante el milenio; con la diferencia que ciertos puntos son más claros en Jeremías que en Ezequiel, y viceversa. Hebreos 8 es una cita de Jeremías 31. Por eso decimos que estos dos pasajes son similares.
En Ezequiel 36:25 dice: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré”. Este versículo tiene el mismo significado de Hebreos 8 en el cual dice que El será propicio a nuestras injusticias, y limpiará nuestras iniquidades.
En Ezequiel 36:26-27 dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. Presten atención a la palabra haré en el versículo 27. Esta palabra es un verbo. ¿Pueden ver la gloria en los versículos 26 y 27? Esta es la explicación de Jeremías 31. El versículo 26, menciona nuestro espíritu, mientras que el 27 hace alusión al Espíritu de Dios. El segundo Espíritu no es nuestro espíritu, sino algo que Dios nos da. Por consiguiente, tenemos un nuevo espíritu, un nuevo corazón y al Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos capacita para hacer la voluntad de Dios y guardar Su ley. La ley que se escribió sobre las tablas de piedra es algo externo. Nosotros no somos compatibles con esa ley. Por eso no podemos guardar los mandamientos de Dios. Hoy Dios no sólo escribió la ley en nosotros, sino que nos dio un espíritu nuevo, un corazón nuevo y Su Espíritu Santo, el cual nos hace obedecer. Esto es la regeneración. No solamente tenemos un nuevo espíritu que nos capacita para tener comunión con Dios, sino también un nuevo corazón, el cual nos permite amar a Dios y a todo lo que es espiritual. Este nuevo corazón desarrolla en nosotros amor hacia Dios; lo cual no sucede con el corazón de piedra. No sólo tenemos un nuevo espíritu y un nuevo corazón, sino también el Espíritu Santo. Este Espíritu hace que nuestro nuevo corazón tenga la fortaleza para amar a Dios, y que nuestro nuevo espíritu tenga el poder para tener comunión con El.
¿Por qué además del espíritu nuevo y del corazón nuevo Dios tiene que darnos el Espíritu Santo? Es fácil entender esto si conocemos la función de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo produce acciones voluntarias e involuntarias. Por ejemplo, para mover nuestras manos y nuestros pies necesitamos nuestra voluntad. Estas son acciones voluntarias. Pero otras acciones, como por ejemplo la digestión, son realizadas metabólicamente por los órganos internos y no están bajo nuestro control. Estas son acciones involuntarias. Las acciones voluntarias son controladas por la voluntad; mientras que las acciones involuntarias, son espontáneas y están controladas por la ley natural. En el momento de ser salvos recibimos un espíritu y un corazón nuevo. Esto es algo “involuntario”, pues éstos operan espontáneamente según sus nuevas funciones y deseos. Sin embargo, Dios no nos ha dado únicamente esto, sino que también nos dio el Espíritu Santo para que seamos guiados, recibamos revelación y confiemos en Su poder totalmente. Estas cosas se realizan por medio del ejercicio de la voluntad y de la actividad de la conciencia. Dios desea que, espiritualmente, tengamos un vivir tanto voluntario como involuntario. Si no entendemos la voluntad de Dios, y no seguimos la guía del Espíritu Santo, el Espíritu se contristará. Esto impedirá que recibamos la dirección y la revelación del Espíritu Santo, y que la acción voluntaria de la vida espiritual se detenga. Por supuesto, las acciones espontáneas e involuntarias de la vida espiritual no cesarán. Sin embargo, sin el poder del Espíritu Santo, el nuevo espíritu y el nuevo corazón se debilitarán.
Dios no solamente nos ha dado un espíritu nuevo y un corazón nuevo, sino también el Espíritu Santo. Además, ha puesto la ley dentro de nosotros, inscribiéndola en nuestro corazón para que nuestra vida espontáneamente anhele a Dios. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo de Dios dentro de nosotros, nos capacita para realizar lo que nuestro espíritu percibe y lo que el corazón desea.
En la ciudad de Kuling, en Kiukiang, había un hermano que era electricista. Estaba en una denominación y no estaba seguro de que fuera salvo. Después de estudiar con nosotros la Biblia, entendió que era salvo. Teníamos unos cinco o seis años de conocernos. Un día le compartí una experiencia relacionada con el Espíritu Santo, y para mi sorpresa, me dijo que él había experimentado lo mismo, aunque nunca antes había leído ese versículo. Me dijo que él tenía un “mayordomo” en su interior (refiriéndose al Espíritu Santo), que le decía cuando algo no estaba bien. Este hermano cuando leía un versículo, lo hacía con mucha dificultad. A pesar de eso, tenía el Espíritu Santo dentro de él, guiándolo e instruyéndolo como un mayordomo. ¿No debería ser ésta la experiencia de todo cristiano?
Muchas veces no sabemos como reaccionar ante situaciones que se presentan. No obstante, antes de emprender alguna acción, sabemos que algo no anda bien. Sin embargo, no es nuestra conciencia la que nos está indicando esto, pues ésta sólo interviene después de que hemos hecho algo malo, sino la ley de Dios. En ocasiones, cuando estamos muy animados hablando con alguien, algo dentro de nosotros nos frena y no nos deja continuar, aunque lo que vayamos a decir sea bíblico y no afecte la moral. Sentimos algo dentro de nosotros que nos detiene y nos dice que no hablemos más. Desconocemos la causa, pero si obedecemos este sentir, experimentamos paz. Si no hacemos caso y continuamos hablando, nuestra conciencia nos acusa de haber hecho mal. Esta es la ley en nosotros que inconscientemente nos detiene.
Permítanme contarles otra historia. Había un hermano que le gustaba dar hospitalidad a todo creyente y obrero cristiano. El invitaba a comer o daba dinero a todo predicador que conocía. Una vez, un pastor graduado en Estados Unidos se encontraba predicando en su capilla. Este no predicaba el evangelio del Señor Jesús, sino un evangelio social. Después de la reunión, el hermano del que hablamos anteriormente, quiso ir a saludar al predicador; pero dentro de sí sintió que no debía hacerlo. Después de permanecer indeciso por un rato, decidió obedecer el sentir interior. Hermanos, esta es la ley inscrita dentro de nosotros, no la ley escrita sobre tablas de piedra. Este hermano me preguntó después si podía ir a ver a aquel pastor. Yo no le di mi opinión. Lo que hice fue citar Gálatas 1:8, donde dice que si alguien predica otro evangelio diferente del nuestro, sea anatema. Pablo no fue el único que dijo esto; también Juan lo dijo. A Juan se le llamó el apóstol del amor. El amor por lo general hace a una persona ingenua. Sin embargo, Juan dijo que si algún hombre no predica esta enseñanza, no debemos recibirlo en nuestra casa, ni siquiera lo debemos saludar (2 Jn. 10). Entonces el hermano me dijo: “Ahora sé que la guía y la ley que están en mí son correctas”.
Hermanos, fue el Espíritu Santo el que inspiró a los hombres para que escribieran la Biblia, y es también este Espíritu Santo el que nos da el sentir interior. Si somos fieles y honestos y seguimos la guía interior, Dios nos continuará guiando. En ocasiones cometemos errores por nuestros prejuicios. No estoy diciendo que no debemos prestar atención a la Biblia, sino que debemos juntar la enseñanza de la Biblia con el sentir interior, para discernir si estamos haciendo lo correcto. El Espíritu Santo guía a los creyentes. Lamentablemente, ellos no están dispuestos a dejarse guiar por El. Muchos leen la Biblia como si estuvieran leyendo un libro sin vida. Para ellos, leer la Biblia es como memorizar los Diez Mandamientos, pues allí no se puede ver la guía del Espíritu Santo. No estoy menospreciando la Biblia; mi interés es que podamos unir la guía del Espíritu Santo con las enseñanzas de la Palabra. Sin embargo, es increíble como muchos no cuentan con ninguna otra guía aparte de la Biblia. Estos están siguiendo al Señor sin que el Señor les hable.
La razón por la cual tantos hermanos y hermanas no reciben nuevas verdades, es porque rechazan y se rehusan a ser guiados por la luz, dando como resultado, que Dios los prive de ella. Dios ha puesto la ley dentro de nosotros y está constantemente testificando la verdad. Si rechazamos este testimonio, estaremos en tinieblas constantemente. Alguien dijo que la iluminación del Espíritu Santo es como la luz, mientras que nuestro ser interior es como el vidrio. Si el vidrio no está limpio, se opaca, recibiendo cada vez menos luz. La causa por la que muchos no reciben la verdad es porque la rechazan. El Espíritu Santo tiene la responsabilidad de mostrarnos interiormente lo que es de Dios.
Todas las cosas del hombre, del mundo, de Satanás y de la carne, vienen de afuera; y todas las cosas de Dios y del Espíritu Santo, vienen de adentro. Si nos enfrentamos con algo que se origina en nuestra mente y es muy superficial, debe provenir del exterior. Si es la guía de Dios, la cual es más profunda que lo que sentimos, proviene del interior y es una sensación que no puede ser eliminada ni pasada por alto. Cuando nuestra mente es frágil, olvidamos fácilmente los versículos que hemos memorizado; y si estamos cansados, no podemos ni leer la Biblia. Hay ocasiones en que estamos en una situación que no nos permite buscar el consejo de otros ni consultar la Biblia. Sin embargo, dentro de nosotros se encuentra una ley viviente guiándonos, cuya guía es espontáneamente compatible con la enseñanza de la Biblia. Esta es la experiencia de muchos. Si seguimos constantemente la dirección de Dios, gradualmente sentiremos con más claridad la guía de la ley interior de Dios. Dios hizo un pacto con el fin de poner esta ley dentro de nosotros y guiarnos; por eso, nosotros debemos asirnos de este convenio y decirle: “Señor, Tu ley está dentro de mí; por lo tanto, debo conocer Tu voluntad”.
Tenemos que conocer la voluntad de Dios punto por punto. Sin embargo, conocer el corazón de Dios es diferente. Un hermano inglés, cuya experiencia del Señor era profunda y quien conocía bien a Dios, dijo en cierta ocasión que no sólo podemos conocer la voluntad de Dios, sino también Su corazón. No menospreciamos la voluntad de Dios; pero para conocer Su voluntad, tenemos que buscarle de todo corazón. Sin embargo, el corazón de Dios es nuestro. Es algo que conocemos sin tener que buscarlo conscientemente. Un misionero occidental decía, que cuando él tomaba leche, oraba para saber si debía poner una o dos cucharaditas de azúcar en la leche. No es necesario hacer esto. Nosotros tenemos el corazón de Dios y debemos conocerlo. Dios nos dio la Biblia como guía, y también la ley interior para que podamos conocer Su corazón. Cuando estamos pasando por una crisis, debemos buscar la voluntad de Dios. En nuestra vida diaria podemos actuar según el corazón de Dios sin necesidad de preguntarle, pues somos aquellos que ya tenemos Su corazón dentro de nuestro ser. Esto es glorioso.
Los hombres del Antiguo Testamento tenían que consultar la ley y los profetas para poder estar seguros de la voluntad de Dios. Pero nosotros tenemos un profeta en nosotros que nos dice lo que debemos hacer. También contamos con una ley que no es exterior. El profeta y las regulaciones exteriores no fueron puestos sobre nosotros; por el contrario, somos instruidos por Dios desde nuestro interior, quien causa en nosotros una sensación indecible que no es un sentimiento. Esto es lo que los creyentes experimentan a diario. ¿Tenemos nosotros tal experiencia? Tal vez no la tengamos a diario, pero sí muchas veces en nuestra vida.
Las primeras tablas de la ley inscritas sobre piedra que Moisés recibió; se hicieron pedazos. Las segundas, fueron colocadas en el arca, la cual es un tipo del Señor Jesucristo. Dios ordenó que la sangre fuera rociada sobre el arca, y Su gloria se manifestó sobre ella. Fue desde ahí que Dios le habló al hombre. Todo esto es un cuadro del Señor Jesús.
El Señor Jesús vivió una vida en el arca. “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, El hace Sus obras” (Jn. 14:10). “Porque he descendido ... no para hacer Mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38). Podemos ver aquí cómo el Señor Jesús obedeció la palabra de Dios e hizo la voluntad del Padre. El actuó no sólo de acuerdo a la enseñanza de la Escritura, sino según la ley interior en El. Es preferible seguir la guía del Espíritu Santo que la letra muerta de la Biblia. El capítulo once de Juan menciona que el Señor Jesús resucitó a Lázaro. El capítulo doce nos habla del día más glorioso que el Señor tuvo en la tierra; no sólo porque resucitó a Lázaro, sino porque los griegos vinieron a El. Sin embargo, aun si ellos no hubieran venido a El; ni Lázaro hubiera resucitado ni hubiera recibido gloria al entrar en Jerusalén, El dijo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). Después declaró: “Ahora está turbada Mi alma, ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas para esto he llegado a esta hora” (Jn. 12:27). Esto salió del corazón del Señor Jesús. Los demás podían pensar que éste era Su mejor momento. Pero El pensaba que si el grano de trigo no moría, quedaría solo. En Su corazón dijo: “Ahora está Mi alma turbada; ¿y qué diré?” El no dijo inmediatamente lo que quería decir, en vez de eso clamó: “Padre, sálvame de esta hora”. Pero ¿era esto posible? No. Porque El había venido para esa hora. ¿Qué hizo entonces? El versículo 28 dice: “Padre, glorifica Tu nombre”. El Señor no dijo: “Padre, líbrame de esta hora”. Hermanos, vemos aquí la vida que está dentro del Señor Jesús. El era guiado por el Espíritu de Dios. El verdaderamente es el arca.
El arca estaba cubierta de oro por fuera, lo cual significa la divinidad del Señor. Dentro del oro estaba la madera de acacia, la cual representa la humanidad del Señor. Por lo tanto, el Señor tiene el cuerpo de un hombre y la santidad de Dios. Pero dentro de El se encuentra la ley, la cual tiene más significado que los atributos exteriores que son vistos y entendidos por el hombre. Los fariseos sólo vieron la ley que se encontraba en un lugar alto de la sinagoga. No vieron la ley dentro del Señor Jesús. Hoy entre nosotros hay muchos que no conocen la voluntad de Dios, y que no saben cómo actuar ante ciertas circunstancias. Permítanme decir que el perdón no es lo único que está en el nuevo pacto. La ley, la guía, el nuevo espíritu y el Espíritu Santo que están en nuestro corazón son también parte de este convenio. Es una pena que muchos sólo dan énfasis a la parte que habla de la salvación. En muchas partes la gente se conforma con escuchar el evangelio y ser salvos. Pero Dios no únicamente nos ha dado el evangelio de salvación. ¿Por qué no edificar una mansión que cubra completamente el lote que nos ha sido asignado a través de los logros de Dios? ¿Por qué conformarnos con una diminuta cabaña que sólo ocupa una pequeña porción del terreno dejando las otras partes vacías?
Podemos orar por muchas cosas, y usualmente sabemos por qué estamos orando. No digo que la enseñanza de la Biblia no sea importante; sino que la guía interna es más preciosa que la externa. Muchas personas admiten que no saben como actuar ante ciertas situaciones, ni que hacer cuando se dan cuenta que han cometido un error. La respuesta es que tenemos un corazón nuevo, un espíritu nuevo, el Espíritu Santo y la ley interior. Algunas personas preguntan: “¿Por qué en nuestra experiencia y en nuestra vida diaria todavía estamos viviendo como los israelitas del Antiguo Testamento? ¿Por qué todavía necesitamos la guía exterior?” Permítanme hacerles una pregunta: “¿Por qué se escribió el libro de Hebreos?” Por causa de los cristianos hebreos. Estos estaban en el Nuevo Testamento, pero vivían según el Antiguo. El propósito y la meta del libro de Hebreos es mostrarnos que no necesitamos seguir viviendo la vida del Antiguo Testamento; y guiarnos a salir de la experiencia del Antiguo Testamento e introducirnos en la experiencia del Nuevo. Muchos cristianos todavía viven según el Antiguo Testamento, a pesar de que han experimentado la salvación, recibido la vida eterna y el perdón de pecados. ¡Alabado sea Dios que para sacarnos de Egipto ya no nos toma de la mano, sino de nuestros corazones!
Algunos preguntan por qué en el Antiguo Testamento, los hombres podían ver a Dios y escuchar Su voz directamente, mientras que nosotros hoy sólo agradecemos a Dios porque ellos lo vieron y escucharon Su voz. En el Nuevo Testamento esto no es necesario. Dios está escondido. El está ahora en nosotros. Sé muy bien de lo que estoy hablando. Lo interior ha sustituido las emociones y actividades exteriores. Esta vida interior nos vuelve normales, al punto que los hombres no se sorprenden al vernos. Cuanto más avanzamos en nuestra vida cristiana, más profunda se vuelve nuestra experiencia y recibimos la bendición de conocer a Dios. A medida que progresemos, más subjetiva será nuestra experiencia y más de Dios tendremos. Por causa de este pacto, Dios tiene que concedernos lo que necesitamos diariamente, pues la sangre del Señor Jesús ha pagado el precio, y la fidelidad y la justicia de Dios garantizan que todas las cosas que están en este pacto son nuestras. Por lo tanto, debemos hablar con Dios, orar y asirnos con fe de las promesas de este pacto.