
Lectura bíblica: Sal. 90:1; 92:12-13; Lc. 2:37; 1 Co. 6:17, 19a; 1 Jn. 4:13; Ap. 21:2-3
En el primer capítulo vimos que Dios desea obtener una casa en el universo mediante Su obra de edificación para que tanto Dios como el hombre puedan tener un lugar donde reposar. Vimos que después que se concluyó la obra de creación, la Biblia dice que Dios reposó (Gn. 2:1-3); sin embargo, en Isaías 66:1 Dios dice: “El cielo es Mi trono, / y la tierra estrado de Mis pies [...] / ¿Dónde está el lugar de Mi reposo?”. Estas palabras demuestran que aunque Dios creó los cielos y la tierra y acabó Su obra de creación, Él no ha obtenido un lugar de reposo en el universo. Por consiguiente, Él necesita continuar laborando para edificar un lugar de reposo para Sí mismo. La obra edificadora de Dios se recalca repetidas veces en las Escrituras. Mientras que la obra creadora de Dios sólo tardó seis días, después de seis mil años Su obra de edificación aún no ha terminado. Por consiguiente, la obra de edificación que Dios realiza en el universo es sumamente grande y misteriosa.
¿En qué consiste entonces la obra de Dios? ¿Y cómo ésta se llevará a cabo? En resumen, la obra de edificación que Dios realiza es la mezcla de Dios con el hombre. El hecho de que Dios se mezcle con el hombre equivale a que Él sea edificado en el hombre; y el hecho de que el hombre se mezcle con Dios, equivale a que el hombre sea edificado en Dios. En la obra creadora de Dios, los cielos eran los cielos, la tierra era la tierra, Dios era Dios, y el hombre era el hombre. Las dos partes no llegaron a mezclarse. No obstante, en la obra de edificación que Dios realiza, Dios desea edificarse a Sí mismo en el hombre y edificar al hombre en Sí mismo. Cuando estos dos se mezclan y se edifican el uno en el otro, llegan a ser un edificio en el universo que podemos llamar una casa universal. Este edificio, o sea, esta casa, es formada mediante la mezcla de Dios con el hombre. Ésta es la casa de Dios y también la casa del hombre. En esta casa Dios toma al hombre como Su morada y el hombre toma a Dios como su habitación. En otras palabras, esta casa es la morada mutua de Dios y el hombre.
Las Escrituras claramente nos muestran que toda la obra que Dios realiza en el tiempo tiene por objetivo obtener esta morada, esta casa. Aunque el universo se compone de los cielos y la tierra, Dios no toma el cielo como Su morada, ni tampoco considera la tierra como la morada del hombre. Si Dios no se mezcla con el hombre para ser uno con él, sino que permanece fuera del hombre, entonces no tiene una morada; Él es un Dios sin hogar. De manera semejante, si el hombre no se mezcla con Dios para ser uno con Él, y si el hombre continúa viviendo fuera de Dios, entonces es una persona errante y no tiene un hogar. Con respecto a Dios así como con respecto al hombre, la verdadera morada en el universo no es ni los cielos ni la tierra, ni mucho menos una casa física; más bien, la verdadera morada es la unidad que es producto de la mezcla de Dios con el hombre, la unidad producida al mezclarse Dios con el hombre y el hombre con Dios. Esta unidad es una unidad grande y universal, es un edificio espiritual y una inmensa casa universal. La obra de edificación de Dios a lo largo de las generaciones consiste en obtener esta morada, esta casa.
En el capítulo anterior dijimos que en Génesis 28 se revela el edificio de Dios. Allí se nos dice que Jacob en su sueño vio una escalera y escuchó la promesa que Dios le hizo. Después que se despertó, tomó la piedra, que había usado de almohada, y la erigió como columna. Después derramó aceite sobre ella, diciendo: “Esta piedra [...] será casa de Dios” (v. 22).
Debemos prestar atención al hecho de que Jacob derramara aceite sobre la piedra. ¿Por qué Jacob derramó aceite sobre la piedra que había erigido como columna? La primera vez que se menciona la casa de Dios en las Escrituras ocurre en Génesis 28. También es en este capítulo que por primera vez se nos habla de derramar aceite. En ese tiempo Jacob era un joven que no había recibido ninguna educación espiritual. Más aún, era alguien que no buscaba a Dios y ninguno de sus antepasados había derramado aceite sobre ninguna cosa. Tenemos que reconocer que lo que Jacob hizo aquella mañana fue algo realmente extraordinario.
Inmediatamente después que Dios se le apareció, Jacob dijo: “Esto no es otra cosa que la casa de Dios, y ésta es la puerta del cielo” (v. 17b). El hecho de que dijera esto ya es bastante espiritual. Sin embargo, es aún más sorprendente que él tomara la piedra que había usado de almohada, la erigiera como columna, derramara aceite sobre ella y dijera que esta columna cubierta de aceite sería la casa de Dios. ¿Qué significado tiene derramar aceite sobre la columna de piedra? Cuando llegamos al Nuevo Testamento, podemos ver claramente el significado de esto. Todos los estudiosos de la Biblia saben que en las Escrituras el aceite simboliza al Espíritu Santo y que una piedra denota a una persona salva. El Señor Jesús le dijo a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). En griego Pedro significa “una piedra”. Pedro mismo también nos dijo que todos los que son salvos son piedras vivas que son edificadas como casa espiritual (1 P. 2:5a). Por consiguiente, vemos que derramar aceite sobre una piedra significa que Dios es derramado sobre el hombre, que Dios se mezcla con el hombre.
A fin de que exista la casa de Dios, debe producirse la mezcla de Dios con el hombre, según lo tipificado por el aceite derramado sobre la piedra. Cuando Dios como Espíritu viene sobre Su pueblo redimido y entra en ellos, ambos se mezclan. Esto es la casa de Dios, la morada de Dios.
Quisiera que todos los hijos de Dios pudieran ver que siempre y dondequiera que hay personas que tienen al Espíritu de Dios derramado sobre ellas y que se han unido al Espíritu de Dios, allí está el templo de Dios, la casa de Dios. Allí, Dios está con el hombre y mora en él, y el hombre también mora en Dios.
Después de Su resurrección, cuando el Señor Jesús vino a Sus discípulos y sopló en ellos, diciendo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:22), Él derramó aceite sobre aquellas piedras. Más aún, el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado sobre estas personas, esto también fue un cuadro en el que vemos el aceite derramado sobre piedras. En estos dos casos el aceite fue derramado sobre piedras. Debemos recordar que cuando el aceite es derramado sobre piedras, esto produce el templo de Dios, la casa de Dios. El día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre las ciento veinte personas, el Dios Triuno vino para estar entre ellos y moró dentro de ellos. Al mismo tiempo, ellos también moraban en Dios. Ellos realmente podían testificar: “Nosotros sabemos que Dios mora en nosotros, y que nosotros moramos en Dios; Dios y nosotros somos una morada mutua. Somos piedras, y Dios es el aceite. El aceite ha sido derramado sobre las piedras para producir un templo, el cual es la casa de Dios”.
Por lo tanto, vemos que la primera vez que las Escrituras nos hablan de la casa de Dios, se refieren alegóricamente a la unión y mezcla de Dios con el hombre. Esto demuestra que aparte de la mezcla de Dios con el hombre, el edificio universal, la casa de Dios, no puede existir. Es sólo cuando se produce la mezcla de Dios con el hombre que puede existir una morada, la casa de Dios.
Debemos pedirle al Señor que nos ilumine a fin de poder ver que el edificio, la casa, que Dios desea obtener en el universo no es en absoluto una casa física, sino un edificio espiritual producto de la mezcla de Dios con el hombre. Es cierto que el Antiguo Testamento dice que Dios moró en el tabernáculo y luego en el templo, pero aquello sólo era un símbolo de la unión de Dios con los hijos de Israel. En Isaías Dios claramente dijo que el cielo es Su trono y la tierra el estrado de Sus pies, y que la casa que los hijos de Israel le habían edificado no era el lugar de Su reposo (66:1). Su deseo era estar con Su pueblo y morar entre ellos, tomándolos como Su morada. Por lo tanto, estrictamente hablando, Dios no moró en el tabernáculo material ni en el templo material, sino entre los hijos de Israel, quienes eran Su morada. Dios se unió a los hijos de Israel y llegó a ser una sola entidad con ellos, y esta entidad única y singular era una casa espiritual en la cual moraban Dios y las personas piadosas de Israel.
Si ustedes reflexionan el cuadro del tabernáculo, se percatarán de cuán significativo era el tabernáculo. Cuando los hijos de Israel estuvieron en el desierto, las doce tribus acampaban alrededor del tabernáculo, y dentro del tabernáculo estaba la gloria de Dios. Cuando la nube se alzaba y la gloria de Dios empezaba a retirarse, ellos sabían que Dios estaba moviéndose, por lo cual las doce tribus emprendían la marcha e iban detrás. Cuando la gloria de Dios descendía sobre algún lugar, ellos sabían que Dios se había establecido allí, por lo que ellos también se establecían allí y detenían su viaje. El mover de ellos dependía enteramente del mover de Dios en el tabernáculo. Más aún, el tabernáculo se convirtió en el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo. Dios hablaba con Su pueblo desde el tabernáculo. Estos cuadros nos muestran que Dios moraba entre los hijos de Israel por medio del tabernáculo. El tabernáculo era la casa de Dios, en la cual Dios moraba y en la cual entraban aquellos que buscaban a Dios. Éste era el lugar donde se reunían Dios y el hombre.
Después que los hijos de Israel entraron en Canaán, el tabernáculo fue reemplazado por el templo. El templo era un tabernáculo estable y firme. El templo también era claramente un centro. Todas las obras de Dios se concentraban allí, y Dios mismo y Su gloria también estaban allí. Además, los hombres piadosos, que eran hombres de Dios y estaban en unidad con Dios, también moraban allí. Ahora ustedes pueden entender pasajes en el libro de Salmos que hablan del templo. Los salmistas anhelaban morar en el templo de Dios porque sabían que podían estar en unión con Dios, y porque allí Dios podía morar en ellos y ellos podían morar en Dios. Por lo tanto, ellos aparentemente se mostraban deseosos de morar en el templo de Dios; pero en realidad anhelaban morar en Dios, tomándolo como su morada.
En Salmos 90:1 Moisés oró, diciendo: “Oh Señor, Tú has sido nuestra morada / en todas las generaciones”. Si ustedes le preguntaran a Moisés dónde moraba, estoy seguro de que él les diría que moraba en Dios, es decir, que su casa, su morada, era Dios mismo. En Salmos 91:1 el salmista dijo: “El que habita en el lugar secreto del Altísimo / morará a la sombra del Todopoderoso”. Luego en Salmos 92:12-13 el salmista dijo que el justo es como un árbol plantado en la casa de Jehová y que florece en los atrios de Dios.
A muchos les encanta leer el salmo 23. La primera parte de este salmo dice: “Jehová es mi Pastor; nada me faltará. / En verdes pastos me hace recostar; / junto a aguas de reposo me conduce” (vs. 1-2). Muchos leen sólo hasta este punto y piensan que es suficiente. Sin embargo, el salmista no pensó que eso era suficiente. Esto es apenas el comienzo. Alimentarnos y estar satisfechos en los verdes pastos, y descansar y beber hasta saciarnos junto a aguas de reposo son experiencias de un nuevo creyente. Por lo tanto, el salmista continúa diciendo que aún tenemos que andar por las sendas de justicia que están delante de nosotros, andar por el valle de sombra de muerte y estar en el campo de batalla cenando en la mesa que Dios adereza para nosotros en presencia de nuestros adversarios (vs. 3-5). Finalmente, el salmista dice: “Y moraré en la casa de Jehová por la duración de mis días” (v. 6b).
Todos los que entienden las Escrituras saben que el Antiguo Testamento principalmente trata del tabernáculo y el templo. Prácticamente podría decirse que la historia del Antiguo Testamento es una historia acerca del tabernáculo y del templo. Esto se debe a que la obra de Dios a lo largo del Antiguo Testamento se centraba en este único asunto: la intención de Dios de edificar una morada a fin de poder morar con el hombre. Sin embargo, en realidad el tabernáculo y el templo visibles no eran más que tipos. Los hijos de Israel eran el verdadero templo, la verdadera morada de Dios. Por esta razón, cuando los hijos de Israel estaban en desolación, Dios no podía morar más entre ellos, y no tenía más alternativa que regresar a los cielos. En esos momentos Dios también hacía que el templo fuera destruido inmediatamente. Asimismo, la tierra de Canaán en la cual los hijos de Israel moraban tampoco era su morada; su verdadera morada era Dios mismo. Por lo tanto, cuando ellos perdían su comunión con Dios y tenían problemas con Él, tampoco podían continuar morando en Canaán y eran echados fuera por Dios para vagar entre las naciones.
Éste es un asunto maravilloso, pero a la vez serio. Cuando la condición de los hijos de Israel era normal, Dios era uno con ellos, podía morar en medio de ellos, y ellos aprendían a vivir delante de Él. Ambos —Dios y los hijos de Israel, los hijos de Israel y Dios— estaban en unión, en unidad, y en medio de ellos había un templo, una morada, que era la casa de Dios. Dios podía morar en ella, y ellos también. Los hijos de Israel y Dios llegaron a ser una morada el uno para el otro. Sin embargo, cuando la condición de ellos delante de Dios era anormal, es decir, cuando tenían problemas con Dios, Dios no tenía otra alternativa que regresar a los cielos. Él ya no podía estar unido a ellos ni morar entre ellos. En estas circunstancias, ¿podían ellos estar en paz y sin problemas? No, pues Dios los echaba a las naciones. Puesto que ellos no eran la morada de Dios, Dios tampoco sería su habitación. Así pues, Dios llegaba a ser un Dios sin hogar, y Él también hacía que Su pueblo llegara a ser un pueblo errante, sin hogar. Por lo tanto, cuando el templo era destruido, Dios llegaba a ser “el Dios de los cielos”, así como Él fue llamado en los libros proféticos escritos después del cautiverio. Él no tenía una morada ni un lugar de reposo en la tierra. Por otra parte, los hijos de Israel, quienes lo habían rechazado, fueron echados para vagar entre las naciones. Así pues, cuando Dios pierde al hombre, llega a ser un Dios sin hogar; y cuando el hombre pierde a Dios, también llega a ser un hombre sin hogar.
Por lo tanto, el centro en torno al cual gira el relato completo del Antiguo Testamento es el templo, el cual representa la mezcla de Dios con el hombre. Cuando esta mezcla de Dios con el hombre se efectúa apropiadamente, Dios obtiene una morada y el hombre también obtiene una habitación. De este modo, hay un edificio en el universo, una casa universal. Pero cuando la mezcla de Dios con el hombre no se efectúa de la manera apropiada, o cuando hay algún problema relacionado con esta mezcla, este edificio es destruido. Cuando esto sucede, Dios no tiene un hogar en la tierra y el hombre también queda sin hogar y vaga de un lugar a otro.
Debemos ver que esto es aquello a lo cual Dios presta atención y lo que desea obtener, y también lo que Satanás aborrece y desea destruir. En el Antiguo Testamento el enemigo, Satanás, destruyó este templo. Cuando las personas eran instigadas por Satanás para atacar a los hijos de Israel, su meta final era derribar el templo. Asimismo, cuando el pueblo de Dios era avivado, su meta final era edificar el templo. Por lo tanto, el Antiguo Testamento termina con el recobro del templo. Esto representa la restauración de la comunión entre Dios y el hombre, y el recobro de la mezcla de Dios con el hombre, a fin de que Dios pueda morar en el hombre, y el hombre pueda morar en Dios.
Prestemos ahora atención al Nuevo Testamento. El primer asunto al comienzo del Nuevo Testamento es la encarnación, por la cual Dios entra en el hombre. ¡Esto es un asunto maravilloso! El cristianismo de hoy constantemente presta atención a la historia de Belén, diciendo que allí nos nació un Salvador. Ciertamente esto es correcto, pero no es suficiente. La historia de Belén no es solamente acerca de un Salvador, sino también acerca de la mezcla de Dios y el hombre, acerca de Dios que entra en el hombre. El significado de lo ocurrido en Belén es que Dios se hizo carne y entró en el hombre para mezclarse con él y ser uno con él. Es un misterio el que Dios entre en el hombre para ser Dios para el hombre. Anteriormente Dios estaba fuera del hombre, pero ahora Dios ha entrado en él. Esto no tiene que ver simplemente con que Dios descienda del cielo a la tierra. Que Dios descienda del cielo a la tierra es un pensamiento humano, y no un concepto divino. El significado de lo que ocurrió en Belén no es simplemente que Dios viniera del cielo a la tierra, sino que entrara en el hombre. La encarnación trata de que Dios haya entrado en el hombre, de que Dios haya entrado en una unión con el hombre y haya fijado tabernáculo entre los hombres.
Debemos recordar que el hecho de que la Palabra se hiciera carne y fijara tabernáculo entre los hombres está relacionado con la edificación. Cuando la Palabra se hizo carne, comenzó la obra de edificación de manera concreta y sustanciosa. Dios comenzó a edificarse en el hombre. Ahora existía un hombre que podía decir: “Dios está en Mí. Fuera de Mí, ustedes no pueden encontrar a Dios ni tener a Dios. Soy un hombre nacido de María, y soy un nazareno de nombre Jesús; pero Dios está en Mí. Dentro de Mí está el propio Dios. Yo soy el tabernáculo; Yo soy el templo; Yo soy el edificio de Dios. ¿Alguna vez han visto el tabernáculo? Yo soy el tabernáculo. ¿Alguna vez han visto el templo? Yo soy el templo”.
Un día los judíos le preguntaron: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:18-19). Él no tenía otras señales que mostrarles más que ésta. Los judíos no entendieron lo que Él quería decir. Lo único que ellos veían era el templo delante de sus ojos, que era el templo edificado por el rey Herodes. El templo del Antiguo Testamento había pasado por tres etapas. La primera etapa fue el templo edificado por el rey Salomón y que fue destruido por los babilonios. La segunda etapa fue el templo reedificado por Esdras y sus compañeros después de su retorno de la tierra de cautividad. La escala de aquel templo era muy pequeña. La tercera etapa fue el templo reconstruido por Herodes cuando éste llegó a ser el rey del pueblo judío poco antes del nacimiento del Señor. A fin de agradar a los judíos, Herodes reedificó el templo y lo agrandó, tardándose cuarenta y seis años para terminarlo. Ése fue el templo que los judíos vieron en aquel entonces. Ellos entonces le dijeron al Señor: “En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y Tú en tres días lo levantarás?”. Ellos dijeron esto porque no entendieron que el Señor estaba hablando del templo de Su cuerpo (vs. 20-21). Dios estaba mezclado con Él, y Él era el templo de Dios.
Sin embargo, Satanás aborrecía este templo y quería deshacerse de él y destruirlo. Por eso, cuando el Señor Jesús fue juzgado, los judíos gritaron: “¡Fuera, fuera, crucifícale!” (19:15). Satanás pensó que podía destruir el templo de Dios, el edificio de Dios, al destruir a este hombre. Sin embargo, tres días después, el Señor resucitó. Por medio de la resurrección del Señor, el pequeño templo fue agrandado. Originalmente, el Señor era un solo grano de trigo; pero ahora por medio de la muerte y la resurrección, Él produjo muchos granos. Anteriormente, el Señor en Sí mismo era el templo; pero después que resucitó de los muertos e impartió Su vida en las personas, ellas también llegaron a ser el templo de Dios. Antes de la resurrección del Señor, solamente Jesús de Nazaret era el templo; pero después de Su resurrección, los galileos que pertenecían al Señor y todos los que habían recibido Su vida llegaron a ser parte de este templo. Era a esto que se refería el Señor cuando dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Por lo tanto, después de Su resurrección, el cuerpo físico del Señor llegó a ser Su Cuerpo místico, el cual incluye a Pedro, a Jacobo y a Juan, así como también a todos los que hemos sido salvos. Después de Su resurrección, el Cuerpo del Señor es un Cuerpo inmenso e inconmensurable. Este Cuerpo, el cual Él levantó en Su resurrección, es Su iglesia. La iglesia es Su Cuerpo, Su templo.
Queridos hermanos y hermanas, es preciso que veamos claramente este asunto de la edificación que Dios realiza en la era neotestamentaria. En primer lugar, el Señor, quien era la Palabra, se hizo carne y llegó a ser un tabernáculo, un templo. Dios se mezcló con Él y moraba dentro de Él. Sin embargo, en aquel entonces la escala de ese templo era muy pequeña, pues se limitaba a un solo hombre llamado Jesús el Nazareno. En todo el linaje humano, el edificio de Dios estaba sólo dentro de Él. Solamente Él era el tabernáculo de Dios, el templo de Dios. Dios moraba en Él, y Él moraba en Dios. Luego Dios hizo que Él pasara por la muerte y la resurrección a fin de poder impartir Su vida en Su pueblo. De este modo, lo que ocurrió en Belén en la encarnación también podía suceder en ellos. Así pues, Dios entró en estas personas y se forjó en su constitución. De este modo, ellas también fueron introducidas en Dios y llegaron a ser el templo de Dios. Como resultado, el templo ha sido agrandado, pues ya no se limita a una sola persona, sino que ha sido ensanchado para incluir a miles y miles de personas.
Desde el día que entró en Su pueblo, Dios ha venido edificando este templo. El Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). ¿Cuál es esta roca? Esta roca es una referencia al Cristo resucitado. Inmediatamente después de que Pedro recibió la revelación y supo que el Señor era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (v. 16), el Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. La iglesia está siendo edificada sobre Cristo, el Hijo del Dios viviente. Desde ese día, la obra de Dios ha consistido en edificar el Cuerpo —la iglesia como templo de Dios— sobre esta roca como fundamento.
En este edificio divino el Señor mismo no solamente es la roca, el fundamento, sino también la piedra angular (Ef. 2:20b; Mt. 21:42). Cada una de las piedras de esta casa está unida a Él. Por eso, 1 Pedro 2:4-5 dice que el Señor es una piedra viva, y que todos los salvos son piedras vivas que están unidas a Él y están siendo edificadas sobre Él como casa espiritual para que moren en ella Dios y Su pueblo.
Por dos mil años, Dios ha venido llevando a cabo esta obra de edificación en la iglesia. El apóstol Pablo nos dijo que después de la resurrección y ascensión del Señor, Él dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas y a otros como pastores y maestros. Todos estos dones son para la edificación de Su Cuerpo, el cual es la iglesia (Ef. 4:8-13). Además, él dijo que en Cristo todos los que hemos sido salvos estamos siendo juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu (2:21-22). Asimismo dijo que nosotros somos el templo de Dios (1 Co. 3:16), y que “el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (6:17). Por lo tanto, este edificio es producto de la unión de Dios con el hombre en el espíritu; es el hombre y Dios que llegan a ser un solo espíritu. Este único espíritu es un edificio, una casa espiritual, la cual es la iglesia. Tanto Dios como el hombre están en este espíritu y moran en dicho espíritu. Ésta es la obra de edificación que Dios efectúa en la era neotestamentaria.
La iglesia es una entidad muy particular. La iglesia no es solamente humana ni solamente divina, sino que ella es la cristalización de la mezcla de Dios con el hombre. Por supuesto, si únicamente hay humanidad, la iglesia no puede existir; y si únicamente hay divinidad, la iglesia tampoco puede existir. Es sólo cuando Dios se mezcla con el hombre y se hace uno con él que la iglesia puede existir.
Permítanme darles un pequeño ejemplo. A veces dos hermanos están molestos el uno con el otro y se guardan rencor. Uno tiene una cara larga cuando ve al otro hermano, y el otro frunce el ceño cuando ve al primer hermano. A veces incluso tienen discusiones. ¿Qué es esto? Ésta es la triste condición del hombre. En esas circunstancias no podemos ver la iglesia expresada, es decir, allí no hay iglesia. Sin embargo, en otras ocasiones ustedes ven una situación diferente. Puede haber dos hermanos que se aman de verdad. Cuando uno llama al otro, el otro responde inmediatamente. Cuando se juntan, sonríen todo el tiempo. Esto tal vez les parezca maravilloso, pero ¿qué clase de situación es ésta? Sigue siendo únicamente humana, por lo que tampoco tenemos la iglesia. Cuando los hermanos fruncen el ceño, no hay iglesia; asimismo, cuando se ven muy contentos, tampoco se halla la iglesia. Cuando los hermanos andan con caras largas, no puede haber iglesia; y cuando tienen rostros sonrientes, tampoco puede existir la iglesia. Éstas son sólo condiciones humanas. Cuando hay odio humano, no podemos tener la iglesia; cuando hay amor humano, tampoco podemos tener la iglesia.
¿Qué es entonces la iglesia? Estos dos hermanos, el que anda con cara larga y el que anda con el ceño fruncido, tienen a Dios en su interior y ambos tienen una vida de oración delante de Dios. Cuando el hermano que tiene cara larga se arrodille delante de Dios y ore, él se dará cuenta de que su cara larga no es de Dios. Asimismo, cuando el hermano de ceño fruncido también se arrodille a orar, también sentirá que fruncir el ceño es incompatible con el hecho de que Dios está en él. Por lo tanto, ambos confesarán su falta a Dios y le pedirán que los perdone. Como resultado, ellos contactarán verdaderamente a Dios, quien está dentro de ellos. Aunque no toman la resolución de dejar de tener cara larga y el ceño fruncido, ambos se encuentran con Dios y son tocados por Él. Por lo tanto, un hermano se acercará al otro y le dirá: “Hermano, perdóname por mi actitud contigo en los pasados días”. Y el otro dirá: “Hermano, soy yo quien debiera pedirte perdón por mi actitud contigo”. Ahora la condición entre estos dos hermanos ya no es de odio ni tampoco es un simple amor humano, sino que es un amor que proviene de Dios. Como resultado, estos dos hermanos tendrán una buena comunión y coordinación. ¿Qué es esto? Ésta es la mezcla de Dios con el hombre. No solamente el hombre está aquí, sino también Dios. Ésta es la mezcla de la divinidad con la humanidad. Por lo tanto, la iglesia está aquí.
Por otro lado, los otros dos hermanos que son tan amorosos y sonrientes también tienen a Dios en su interior. Así que cuando buscan al Señor, Dios también los inquietará y les preguntará: “¿Qué clase de comportamiento es ése? Ése es un amor humano; es la carne. Es la miel corruptible que se menciona en el Antiguo Testamento”. Como resultado, estos dos hermanos también serán disciplinados y restringidos por Dios, y ya no se amarán el uno al otro tan libremente según sus preferencias. De este modo, la iglesia también se expresará por medio de ellos.
Los ejemplos anteriores son más bien superficiales; pero conforme al mismo principio, muchas veces los hijos de Dios son disciplinados por Dios al grado en que ni llorar ni reír está bien, ni tampoco hablar ni guardar silencio, ni permanecer quietos ni estar activos. Por lo tanto, ellos parecieran encontrarse en un continuo y profundo dilema. Ésta es la historia de Dios en el hombre. Ésta es la experiencia particular de un cristiano. Dios, dentro del hombre, hará posible que éste sea lo que en sí no puede ser y lleve una vida que en sí no puede vivir. Esto es la iglesia: Dios mismo mezclándose con el hombre. La iglesia es una entidad muy peculiar y maravillosa; ella es la mezcla de dos naturalezas, la unión de dos vidas. Dios está mezclado con el hombre, y el hombre está mezclado con Dios. Además, no sólo una persona está mezclada con Dios, sino que son muchas las que están mezcladas con Dios como una sola entidad. Éste es el edificio de Dios; ésta es la casa de Dios. Aquí Dios encuentra un hogar, y el hombre obtiene una habitación. Aquí Dios halla un lugar de reposo, y el hombre también encuentra un lugar en que puede ser satisfecho. Éste es el edificio de Dios.
Al final del Nuevo Testamento, se realizará toda la obra edificadora de Dios y aparecerá una ciudad, que es la ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Esta ciudad es producida mediante la unión y mezcla de todos los que han sido salvos a través de las generaciones. Por esta razón, los nombres de las doce tribus de Israel están inscritos en las doce puertas de la ciudad, y los nombres de los doce apóstoles están sobre los doce cimientos de la ciudad (Ap. 21:12, 14). Esto indica que Dios ha edificado como parte de esta ciudad al pueblo de Dios de la era del Antiguo Testamento y también al pueblo de Dios de la era del Nuevo Testamento. Además, en esta ciudad está el trono de Dios y del Cordero, y Dios y el Cordero son el templo (22:1, 3; 21:22). La vida que fluye en la ciudad es Dios mismo (22:1), y la luz que resplandece desde la ciudad es también Dios mismo (21:23-24). Además, tanto el contenido interno de la ciudad como su gloria externa son Dios mismo. Por lo tanto, la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, es un edificio espiritual que es fruto de que Dios se haya mezclado completamente con Su pueblo redimido. Aquí Dios obtiene una morada eterna, y el hombre también obtiene una eterna habitación.
Por lo tanto, en esta era, antes que llegue aquel día, Dios está edificando Su casa en cada localidad. Esto significa que Dios desea edificar Su iglesia en cada localidad. Éste es el edificio de Dios hoy, y ésta es la edificación que Dios lleva a cabo en esta era. Dios desea ser edificado en todos los santos y edificar a todos los santos en Él. En esta edificación los santos no están unidos a Él individualmente, sino que todos los santos, corporativamente, están unidos con Él. Éste es el edificio de Dios, ésta es la casa de Dios. Ésta es la morada de Dios, y ésta es la habitación de todos los que son salvos. Que todos podamos participar en este edificio.