
Lectura bíblica: Ap. 21:2, 9b-14, 16-19, 21
En el último capítulo vimos las cuatro características de la Nueva Jerusalén. En la ciudad se hallan a Dios mismo y al Cordero como su templo, el trono de Dios y del Cordero y también el río de agua de vida que sale del trono junto con el árbol de la vida que da sus frutos de vida en abundancia. Además, la gloria de Dios se expresa plenamente en la ciudad para ser la luz que la ilumina.
Estos cuatro puntos revelan las cuatro características de una iglesia edificada. Si la iglesia ha sido edificada por Dios, ella primeramente tendrá la presencia de Dios, esto es, Dios estará en medio nuestro como templo. En segundo lugar, en ella estará el trono de Dios y del Cordero, esto es, el gobierno de Dios estará entre nosotros. En tercer lugar, la vida de Dios fluirá entre nosotros para ser nuestro suministro a fin de que los sedientos sean satisfechos y los hambrientos sean saciados. En cuarto lugar, allí estará la expresión de la gloria de Dios como la iluminación entre nosotros.
Si manifestamos estas características, ello probará que hemos sido edificados, que la obra edificadora de Dios se lleva a cabo entre nosotros. También demostrará que estamos en armonía y en unidad, porque todo lo que ha sido edificado es armonioso y está en unidad. Por ejemplo, este salón de reuniones fue edificado con un gran número de materiales, pero debido a que ellos han sido unidos, están en armonía y en unidad. Esta armonía, esta unidad, demuestra que dichos materiales han sido conjuntamente edificados. De igual manera, independientemente del lugar donde estemos, como quienes servimos a Dios, debemos tener esta armonía. Esta armonía es el resultado de haber sido edificados juntos. Cada vez que nos reunimos, si no hemos experimentado la obra edificadora del Espíritu Santo y seguimos siendo un apilamiento de materiales, no tendremos la armonía genuina ni la unidad. En tales condiciones será difícil detectar la presencia de Dios y el trono de Dios entre nosotros, y también será difícil que las personas reciban el suministro de vida y vean la luz de Dios. Sin embargo, dondequiera que haya un grupo de santos que han experimentado la obra edificadora del Espíritu Santo de tal modo que han llegado a ser uno, usted podrá percibir la presencia de Dios y el trono de Dios entre ellos. Más aún, podrá percibir el mover del Espíritu Santo, que es como agua viva, y también podrá recibir el suministro del pan de vida entre ellos. No sólo eso, sino que también podrá percibir la luz de Dios y que todos están llenos de luz. Todas estas características son prueba de que ellos han sido edificados. Podemos ver que éstas son las características de una iglesia edificada, basándonos en el contenido de la Nueva Jerusalén.
La Nueva Jerusalén tiene puertas (Ap. 21:12-13), y es imprescindible que pase por estas puertas todo el que desee entrar en ella y tener parte en el edificio de Dios.
En primer lugar, debemos ver que en esta ciudad hay un total de doce puertas. Estas puertas están en sus cuatro lados: al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas y al occidente tres puertas. Esto implica que es muy fácil para las personas entrar en la ciudad; que no hay dificultad en absoluto. Además, el número doce tiene un significado espiritual. Todos los números usados en las Escrituras tienen su significado espiritual. Noten que en la Nueva Jerusalén el número doce se repite frecuentemente. Además, en este caso el número doce es el resultado de multiplicar cuatro (los cuatro lados: oriente, norte, sur y occidente) por tres (tres puertas en cada lado). El número tres denota al Dios Triuno, el Dios que vino en resurrección para ser la vida del hombre. El Dios Triuno vino para tener una relación con el hombre y para ser la vida de éste por medio de la encarnación, la muerte y la resurrección. En otras palabras, esto ocurre al entrar el Padre en el Hijo, el Hijo en el Espíritu y el Espíritu en el hombre. Al pasar por estas tres etapas, el Dios Triuno vino a ser la vida del hombre. Todo esto está implícito en el número tres. En las Escrituras el número cuatro denota los seres creados; por ejemplo, Apocalipsis 4:6 nos habla de los cuatro seres vivientes. Por lo tanto, tres multiplicado por cuatro implica la mezcla de Dios con el hombre. La mezcla completa de Dios con el hombre llega a ser el número doce. El número doce es el número de compleción eterna, el número de la culminación del edificio de Dios. Todo lo que Dios edifique debe proceder de la mezcla de Dios con el hombre. El número que usamos para simbolizar esto es el número doce.
Por lo tanto, ahora nos es fácil entender lo que significa que la ciudad tenga doce puertas. El que la ciudad tenga doce puertas significa que la entrada a este edificio se produce a partir de la mezcla de Dios con el hombre. Si sólo tenemos el hombre o si sólo tenemos a Dios, las puertas no pueden existir. Es sólo cuando Dios se mezcla con el hombre que llegan a existir las puertas.
Además, cada una de las doce puertas es una perla (21:21a). Las perlas también tienen un importante significado espiritual. Debemos reconocer que la ciudad tiene tres clases de materiales: oro, perlas y piedras preciosas. Las puertas son perlas, el muro es edificado con piedras preciosas y la base de la ciudad con su calle es de oro puro. Podemos recordar que Génesis 2 dice que un río salía de Edén y que había oro, bedelio (una perla) y ónice (una piedra preciosa). Estas mismas tres clases de materiales se hallan en la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, los tres materiales de Génesis 2 aparecen nuevamente en la Nueva Jerusalén. Esto muestra que estos tres materiales son muy significativos en el edificio de Dios.
El relato en este pasaje de la Palabra es simbólico o alegórico. Al igual que un cuadro, se ve muy sencillo a primera vista, pero su significado intrínseco es profundo. Si leen las Escrituras, encontrarán que cada uno de estos tres materiales —el oro puro, las piedras preciosas y las perlas— tiene su significado particular. Si queremos conocer la edificación de la iglesia, es decir, la obra de edificación que Dios realiza a través de los siglos, debemos entender el significado de estos materiales hallados en las Escrituras.
Consideremos primero las perlas, las cuales son una clase de material muy especial. Las perlas son producidas por las ostras, las cuales crecen en el mar. Cuando un grano de arena hiere una ostra, la estimula para que segregue una sustancia sobre el grano de arena, sustancia que gradualmente lo convierte en una perla. Por consiguiente, en el sentido espiritual, la perla denota cómo nosotros fuimos regenerados y llegamos a ser una nueva creación en la herida de Cristo. Mientras estaba en el mar, el mundo, el Señor Jesús, la ostra, fue herido por nosotros. Puesto que somos personas terrenales, cada uno de nosotros puede ser comparado a un grano de arena. Como granos de arena, nosotros herimos a Cristo y, al estar en Su herida, experimentamos una transformación en vida. Al recibir nosotros la muerte del Señor, llegamos a ser una nueva creación mediante la regeneración que experimentamos por causa de la vida que emanó de Él. En esta vida, la muerte y la resurrección están incluidas. En la herida del Señor, nosotros morimos con Él, resucitamos con Él y también vivimos juntamente con Él en la nueva creación. Éste es el significado de las perlas, las cuales se forman mediante la mezcla que ocurre entre la arena y la ostra. Esto concuerda con el principio de tres por cuatro, es decir, con el principio de la mezcla de Dios con el hombre.
Por consiguiente, el hecho de que las puertas de la ciudad sean de perla indica que todo lo que no concuerde con la naturaleza de la perla no puede entrar en la ciudad para tener parte en ella. Todo el que entre en la ciudad por medio de las puertas tiene que ser el resultado de tres multiplicado por cuatro, es decir, el resultado de la mezcla de Dios con el hombre, y una nueva creación en Cristo mediante la muerte y la resurrección. Usted no puede introducir nada natural, nada de la tierra, en este edificio. Cada grano de arena tiene que entrar en la herida de la ostra a fin de ser transformado. Toda persona terrenal debe pasar a través de la muerte y la resurrección por medio de la cruz de Cristo. Todos los seres naturales y todos los elementos naturales deben llegar a ser una nueva creación —la perla— al experimentar la obra de la cruz. Sólo entonces podrán entrar por las puertas.
Después de leer esto, usted puede entender estas cosas en teoría, pero quizás todavía no sepa cómo se aplican. Por consiguiente, permítame darles un ejemplo. Imaginémonos a una persona que es muy educada. Tiene una mente muy lúcida, habla con elocuencia y es competente en el debate. Supongamos que esta persona es salva, se une a la iglesia en Taipéi y ama al Señor fervorosamente. Como resultado, en cuestión de dos meses todas sus cualidades se hacen manifiestas. Cuando los hermanos responsables noten su condición, probablemente digan: “Oh, este hermano es un portavoz; pidámosle que dé mensajes desde la plataforma”. Les aseguro, hermanos y hermanas, que si esto ocurre, esos hermanos responsables estarán cometiendo un grave error. Puesto que este hermano ha sido salvo sólo por un breve período de tiempo, su elocuencia, su mente, su educación y su manera de pensar son naturales, no son más que arena, y son de la tierra. No son de resurrección ni son de perla. Ninguna de sus cualidades puede pasar por las puertas para entrar en el edificio de Dios. Por consiguiente, si los hermanos responsables lo invitan a dar un mensaje, él quizás hable con mucha elocuencia y presente todos los puntos en buen orden, y reciba una lluvia de elogios. Sin embargo, después de dar mensajes por dos o tres meses, me temo que la iglesia se derrumbará porque todo su hablar ha sido natural y terrenal, en vez de ser perla. Sus habilidades naturales aún no han tocado la herida de Cristo, ni han sido quebrantadas por la cruz, ni tampoco han pasado por la muerte y la resurrección. Por lo tanto, en vez de edificar la iglesia, dichas habilidades naturales la derribarán.
En esta situación lo que se necesita es una puerta de perla. Esta puerta deja por fuera todo lo natural del hombre. Si una persona desea entrar por la puerta, todo lo que ella posee tiene que cambiar de naturaleza. Si este hermano realmente desea servir en la iglesia a fin de edificarla, entonces su educación, su mente, su modo de pensar, su elocuencia y su habilidad para debatir, todo ello, debe experimentar el quebrantamiento de la cruz. Por un período de tiempo prolongado, él deberá tener la práctica de condenar todas estas cosas que son positivas a los ojos de los hombres, llevándolas a la cruz para que sean allí aniquiladas y luego resucitadas. Después de esto, podrá hacerlas pasar por la puerta para que entren en la edificación de la iglesia. Entonces cuando se levante para hablar por el Señor, su hablar tendrá peso espiritual y será útil para edificar a la iglesia.
Espero que todos tengamos un claro sentir al respecto. Es preciso que veamos lo terrible que es que nuestro ser natural participe en el servicio de la iglesia sin antes ser quebrantado. A veces en cierta iglesia local he observado cómo los hermanos responsables discuten los asuntos de la iglesia. Mientras expresaban sus opiniones uno por uno, me dije a mí mismo: “¡Ay, no! Todas sus opiniones no son otra cosa que su perspicacia natural, sus percepciones humanas y sus puntos de vista mundanos. Sus opiniones no han sido quebrantadas por la cruz ni han pasado por la muerte y resurrección; no son más que arena, no son perlas. Si los hermanos responsables cuidan de la iglesia con estas opiniones e ideas, los santos en esta localidad no serán edificados y la iglesia se derrumbará”.
Una vez fui a cierto lugar para hacer los preparativos de una conferencia que íbamos a celebrar allí. Los hermanos responsables estaban discutiendo si debían poner un aviso grande en los periódicos para esa ocasión. Yo estaba allí presente durante su discusión. En esa ocasión me dije a mí mismo: “¡Cuánto me gustaría que hubiera un gran hacha aquí! ¡Entonces podría cortar en pedazos una a una todas sus opiniones!”. También pensé: “¿Qué clase de mentalidad es ésa? ¡Ésa no es una mentalidad regenerada! ¡Es una mentalidad de arena, no de perla! Esta clase de mentalidad no ha entrado en la herida de la ostra, ni ha pasado por la cruz, ni ha sido resucitada; ¡es completamente natural!”. Después que ellos hubieron terminado su discusión, se volvieron a mí y me preguntaron: “Hermano Lee, ¿qué piensa usted sobre esto?”. Frunciendo el ceño, les respondí: “Creo que eso es lo más desagradable que puedan hacer. Hermanos, necesitamos ver lo que el Señor quiere que nosotros hagamos hoy. Si estuviéramos en los negocios de este mundo, podríamos publicar un anuncio grande. Sin embargo, puesto que nuestra intención es edificar la iglesia aquí hoy, no podemos valernos en absoluto de esos métodos”. Por el bien de la edificación de la iglesia, debemos usar sólo aquello que ha pasado por la muerte y la resurrección. No piensen que la iglesia será edificada si publicamos grandes anuncios para atraer a multitudes de personas. Les digo que cuanto más grande sea el anuncio que publiquen y cuantas más personas vengan, más rápido la iglesia se derrumbará. Así que, les rogué que no hicieran eso.
En otra ocasión, mientras estaba en otro lugar, sucedió que los hermanos responsables tuvieron una reunión entre sí. En aquel tiempo, debido a una gran necesidad económica, discutían acerca de cómo recaudar fondos para cubrir la necesidad. Alguien que estaba allí presente también tenía una mentalidad de arena con ideas fantásticas. Este hermano responsable propuso: “Podríamos preparar algunos volantes con los nombres impresos de cada hermano y hermana y luego repartírselos a ellos, pidiéndoles que entreguen su donativo junto con los volantes. De este modo sabremos quiénes han ofrendado y quiénes no, y también quiénes han dado más y quiénes han dado menos. Si les entregamos estos volantes, no podrán evitar ofrendar su dinero”. Mientras discutían este asunto con gran interés, cuanto más los escuchaba, más turbado me sentía. Me sentía muy afligido en mi corazón. Luego, cuando se volvieron a mí y me preguntaron: “Hermano Lee, ¿qué opina al respecto?”. Les dije: “Nunca deben hacer algo semejante. Les ruego que no hagan eso”. Entonces preguntaron: “¿Cómo entonces vamos a recaudar los fondos necesarios?”. Les dije: “Tienen que arrodillarse y orar. Cuando sientan que no tienen salida alguna, Dios tiene una salida. Ustedes no pueden resolver el problema, pero Dios sí puede. Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios”.
No es necesario que les cuente otras historias como éstas. Recuerden que cada vez que intenten introducir algo natural, algo que proviene del esfuerzo humano, algo “ingenioso”, algo que proviene de los planes y métodos humanos, y algo que no haya pasado por la cruz, ello indicará que aún no han llegado a su fin y, por tanto, Dios no podrá proveerles una salida. Todas estas cosas son arena y no perlas, puesto que son cosas que no han pasado por la muerte. Por lo tanto, no deben introducirlas jamás en el edificio de Dios, pues si lo hacen, estropearán el edificio de Dios e impedirán que la iglesia sea edificada. En la iglesia, en el edificio de Dios, no puede haber nada de arena o polvo; sólo puede haber perlas. En la edificación de la iglesia, todo debe pasar por la cruz, todo debe estar en Cristo y todo debe ser producto de la mezcla de Dios y el hombre. Ésta es la entrada a la Nueva Jerusalén, la entrada a la iglesia. Solamente lo que concuerde con la naturaleza de esta entrada podrá ser introducido en el edificio de Dios.
Por consiguiente, repito una vez más que no deben traer sus opiniones, sus capacidades ni ninguna clase de cosas naturales a la iglesia. Con respecto a muchos obreros de Dios y a muchos hermanos que cuidan de la iglesia, todavía sus métodos, planes, percepción y sabiduría siguen siendo de arena y de la tierra. Tales hermanos nunca han sido transformados ni disciplinados por Dios. Debemos saber que estas cosas no pueden edificar la iglesia; lo único que pueden hacer tales cosas es destruir el edificio de Dios. Si continuamente usamos nuestras capacidades naturales para tratar todos los asuntos, aunque seamos buenos para relacionarnos con las personas y tratar las situaciones, jamás podremos ser personas que edifican la iglesia. Al contrario, seremos personas que perjudican a la iglesia y que son un estorbo para los hermanos y hermanas.
No deben recibir estas palabras como doctrinas, pensando que no pueden brindarnos ninguna ayuda. Solamente una visión puede rescatarnos. Usted y yo tenemos que aprender a llevar todos nuestros pensamientos, discernimiento, planes, capacidades y fuerza naturales a la cruz para que sean quebrantados allí. Después que todas estas cosas hayan sido quebrantadas, hayan pasado por la muerte y la resurrección, y se hayan convertido en perlas, entonces podrán ser traídas al edificio de Dios.
La Nueva Jerusalén también tiene una sola calle (Ap. 21:21b). Esta calle está unida a la ciudad misma y no puede separarse de ella. Por esta razón, la Biblia nos dice que la ciudad es de oro puro (v. 18) y que la calle es también de oro puro (v. 21b). La calle es simplemente la ciudad misma.
Después de entrar por la puerta, necesitamos andar; pero a fin de hacerlo, necesitamos calles. En la Nueva Jerusalén, si bien hay doce puertas, hay una sola calle. Cuando era joven, me pregunté muchas veces acerca de este pasaje de la Palabra, pero simplemente no logré entenderlo. Mi mente sencillamente no podía comprenderlo. Pensaba: “¿Cómo pueden las personas entrar por doce puertas pero al mismo tiempo andar por una sola calle? Además, puesto que todas las doce puertas conducen al trono que está en el centro de la ciudad, ¿no debería haber doce calles que condujeran de las doce puertas al trono?”. Luego, cuando estudié el texto griego, descubrí que la palabra calle está en singular, lo cual corroboraba que había una sola calle. Por esta razón, me sentí muy confundido. Más tarde, llegué a entender cuando alguien me mostró un dibujo sencillo. Entonces comprendí que esta calle no es recta, sino que es una espiral. En el primer círculo de esta espiral la calle pasa por las doce entradas, después, a medida que gira en círculos concéntricos, éstos se hacen cada vez más pequeños hasta que finalmente la calle llega al trono. Así que, esta calle no es en absoluto difícil ni compleja. Independientemente de la puerta por la cual entremos, nos encontramos en la única calle. Jamás podremos perdernos en esta calle. Finalmente, esta calle nos conducirá hasta el centro, el trono.
Más tarde ustedes verán que esta ciudad es un cubo. No sólo tiene una longitud y una anchura, sino también una altura; además, su longitud, su anchura y su altura son iguales (v. 16). Es una ciudad cúbica edificada sobre un monte. Esto concuerda con lo revelado en todas las Escrituras, es decir, que todas las ciudades edificadas por Dios son edificadas sobre montes. En la antigüedad la ciudad de Jerusalén fue edificada sobre el monte Sion, y ahora la Nueva Jerusalén es también edificada sobre un monte. Debido a que la ciudad es un cubo, su calle es una espiral. Más aún, la calle no es una espiral sobre un terreno llano, sino una espiral ascendente que se acerca cada vez más al centro. No puedo agotar jamás estos asuntos.
Otra cosa que debemos tener presente es que la calle es de oro puro. Uno no puede hallar en ella ningún grano de arena, pues es toda de oro puro. En las Escrituras el oro denota la naturaleza de Dios. Esto indica que la ciudad está llena de Dios y de la naturaleza de Dios. Ella no tiene en absoluto ningún elemento terrenal. La calle es absolutamente sencilla y pura. Asimismo la calle es una sola, sin ninguna complicación, y es de oro puro, sin ninguna impureza.
El principio revelado aquí es también muy práctico con relación a la edificación de la iglesia. Hace apenas unos días conocí a varios hermanos que discutían sobre cierto asunto. Unos decían que debía hacerse de cierta manera, y los demás decían que debía hacerse de otra manera. Finalmente, llegaron a un punto muerto. Por lo tanto, ustedes pueden ver que entre ellos había dos calles. Todos sabemos que cuando andamos, es mejor si tenemos una sola calle. Cuando hay una bifurcación en el camino, muchas veces nos encontramos en un dilema, sin saber cuál camino es el correcto. De la misma manera, si en el servicio de la iglesia existen dos caminos al mismo tiempo, no será posible que los santos sean edificados. Sin embargo, damos gracias a Dios porque en la Nueva Jerusalén siempre habrá una sola calle de oro puro; nunca habrá dos calles. Por lo tanto, no es difícil andar en la Nueva Jerusalén. Esto nos muestra que cuando nos reunimos con los hermanos, ya sea para llevar adelante la obra del Señor, para vigilar sobre la iglesia o para tomar la delantera en la reunión, debemos tener una sola calle, que es la naturaleza de Dios. Si nos apartamos de la naturaleza de Dios y prestamos atención a otras cosas, entonces usted podrá tener una sugerencia, yo otra y un tercer hermano tendrá la suya. La sugerencia de cada uno será una calle y, finalmente, no sabremos cuál de estas sugerencias seguir.
Tal vez usted me pregunte: “Ya que es así, ¿cómo sabemos cuál camino corresponde a la naturaleza de Dios? ¿Cómo podremos distinguir cuál sugerencia es la correcta?”. Recuerden lo que dijimos anteriormente. Todo el que desee entrar por la puerta debe primero permitir que toda la arena en él sea transformada en perla. Si somos transformados, nos será fácil tocar la naturaleza de Dios. Un hermano una vez expresó esto mucho mejor cuando dijo: “Donde no está la cruz, no puede haber iglesia. A la entrada de la iglesia está erigida la cruz, y todo el que desee entrar a la iglesia debe primero ser colgado en ella”.
Al llegar a las puertas de perla, todo lo natural, lo que no haya pasado por la cruz, se quedará afuera. Todo lo que pase por las puertas es de perla. Además, las puertas de perla y la calle de oro guardan una relación entre sí. Por lo tanto, si usted realmente ha entrado por la puerta de perla, fácilmente encontrará la calle de oro. Al coordinar y al servir con los hermanos y hermanas en la iglesia, si en todos los asuntos aprendemos con toda seriedad la lección de echar fuera de las puertas de perla nuestro yo, nuestro punto de vista, nuestras opiniones y nuestro ser natural colgándolos sobre la cruz, entonces fácilmente podremos encontrar la calle de la naturaleza de Dios y conoceremos el camino divino de hacer las cosas. Todos debemos aprender esta importante lección. No debemos hacer las cosas conforme a mi opinión, ni a la suya ni a la de ninguna otra persona. Todas nuestras opiniones, incluyendo la mía, la suya y la de otros deben quedar afuera de las puertas de perla. Del otro lado de las puertas, en el interior, no hay sentimientos, ideas ni elementos terrenales. Afuera de las puertas de perla hay arena y tierra, pero por dentro todo es de oro puro. Por un lado de la cruz están las opiniones de los hombres, sus puntos de vista, sus capacidades y sus ideas; pero por el otro lado de la cruz, ninguna de estas cosas existe. Sólo existe la naturaleza de Dios y todo es de oro puro.
La calle de oro puro siempre está conectada a las puertas de perla. Sin las puertas de perla, sería difícil encontrar la calle de oro puro. Permítanme darles algunos ejemplos sencillos. Cuando los hermanos sirven juntos, lo más difícil son sus diferentes maneras de ser y sus sentimientos. Todos sabemos que no hay nadie que no tenga su propia manera de ser y sus propios sentimientos. Además, la manera de ser y el sentir de cada uno son generalmente diferentes de la manera de ser y el respectivo sentir de los demás. Unos por naturaleza son rápidos para actuar, mientras que otros son lentos. Algunos por su manera de ser prefieren que las cosas se realicen a gran escala, mientras que otros por su manera de ser prefieren que se realicen a pequeña escala. A algunos les gusta ostentar, mientras que a otros les gusta permanecer escondidos. Unos son extrovertidos, mientras que otros son introvertidos. Puesto que tenemos muchas diferencias en nuestra manera de ser, tenemos también diferentes sentimientos. A los que por naturaleza son rápidos les parece que todo debe hacerse con rapidez, mientras que a los que por naturaleza son lentos les parece que todo debe hacerse lentamente. Debido a los diferentes sentimientos que cada uno tiene, hay diferentes opiniones. Nuestro punto de vista, nuestra manera de hacer las cosas y nuestras opiniones no pueden separarse de nuestros sentimientos, y nuestros sentimientos no pueden separarse de nuestra manera de ser. Todas estas diferentes maneras de ser que tienen los seres humanos, todos estos sentimientos y opiniones humanos, llegan a ser un problema en la edificación de la iglesia. Cada uno tiene su propia manera de ser, cada uno tiene su propio sentimiento y cada uno tiene su propia idea. Es difícil que los santos sean conjuntamente edificados si todos tienen diferentes ideas.
Por lo tanto, la Palabra de Dios nos muestra que si queremos ser parte de la edificación de la iglesia, tenemos que entrar por las puertas de perla, es decir, tenemos que pasar por la cruz y ser quebrantados por Dios. Esto significa que en la iglesia tenemos que negarnos a nuestro sentimiento y a nuestra manera de ser. Si usted es una persona que actúa con rapidez, debe negarse a su rapidez. Si es una persona lenta, debe negarse a su lentitud. Si usted es alguien que prefiere que las cosas se realicen a gran escala, tiene que negarse a este deseo por todo lo grande, y si es alguien que prefiere que se realicen a pequeña escala, debe negarse a este deseo por todo lo pequeño. Si usted se niega a su manera de ser y rechaza su sentir, la naturaleza de Dios espontáneamente se manifestará. Si todos los hermanos responsables en la iglesia practican esto cada vez que discuten los asuntos al administrar la iglesia, la naturaleza de Dios espontáneamente se manifestará entre ellos, y todo lo que decidan y hagan será transparente y lleno de la naturaleza de Dios.
Les repito esto una vez más: nunca empleen métodos humanos ni planes humanos en la iglesia. Todas las capacidades, sabiduría y poder naturales, y todo el ingenio humano, tiene que ser quebrantado. Todos tenemos que aprender esta lección crucial de negarnos absolutamente a nosotros mismos. Debemos aprender a negarnos a nuestra manera de ser, a nuestro sentir, a nuestras inclinaciones, a nuestras preferencias, a nuestro discernimiento y a nuestras emociones que incluye gozo, enojo, tristeza y deleite. Cuanto más intensamente nos neguemos a nosotros mismos, más se manifestará el oro puro. Cuanto más completo sea nuestro quebrantamiento, más Dios ganará el terreno que le pertenece. Entonces la iglesia en la cual estamos será llena de la naturaleza de Dios y llegará a ser una ciudad del oro puro de Dios. No sólo eso, sino que también andaremos por la calle de la naturaleza de Dios. Las Escrituras nos dicen que la ciudad es de oro puro y que la calle también es de oro puro. Esto significa que Dios mismo es el propio edificio y que Él también es la calle. Por lo tanto, la ciudad y la calle no sólo están unidas, sino que son una sola entidad. Si usted tiene la ciudad, tiene la calle; y si tiene la calle, tiene también la ciudad.
Creo que todos entendemos lo que esto significa. El edificio es esta calle; la obra que usted y yo estamos realizando es esta calle; y la iglesia que usted y yo estamos edificando es esta calle. Siempre que nos neguemos completamente a nosotros mismos y vivamos en la naturaleza de Dios, nuestro servicio no sólo redundará en la edificación de la iglesia, sino que también conducirá a las personas por el camino de Dios cuando estén entre nosotros.
Sin embargo, lamentablemente, muchos de los que laboran para Dios y de los que vigilan sobre la iglesia no han sido quebrantados en su manera de ser, en sus preferencias, en sus deseos ni en sus inclinaciones. Como resultado de ello, su servicio tiene muy poco del elemento del edificio. A fin de que la iglesia sea edificada, el elemento natural debe disminuir mientras que el elemento de Dios debe aumentar. No sólo eso, pues debemos llegar a un estado en el que el elemento natural sea reducido a cero, mientras que el elemento de Dios llegue a serlo todo. Entonces, todo lo que quede será oro puro, la naturaleza de Dios, Dios mismo. Éste es el edificio mismo y también la calle. Es aquí donde los hijos de Dios encuentran un camino por el cual andar. Cuando alguien esté entre nosotros, no importa quién sea, aun la persona más insensata, podrá percibir el camino. No percibirá la sabiduría, la inteligencia, el sentir o el temperamento naturales, sino que percibirá que únicamente Dios está entre nosotros y que únicamente Cristo está aquí. De principio a fin, todo es Dios mismo. En tal situación, uno tendrá que adorar a Dios, porque aquí está el edificio de Dios y Dios ha ganado todo el terreno. Éste es el camino apropiado que toda la iglesia debe seguir.
Además, las Escrituras también dicen que la calle de oro puro es transparente como vidrio. Es maravilloso que cada sección de la calle en la Nueva Jerusalén sea transparente. Lo mismo se aplica a la iglesia que ha sido edificada. A veces cuando usted asiste a una reunión de servicio de cierta iglesia, nota que los hermanos y hermanas se someten unos a otros y están en completa armonía. Cuando discuten ciertos asuntos, cada uno espontáneamente expresa el sentimiento que tiene delante de Dios. Mientras usted está en esa reunión, interiormente percibe la claridad. Percibe que no sólo hay una calle, sino que también hay transparencia. Sin embargo, cuando asiste a una reunión de servicio en otra localidad, puede ver una situación totalmente opuesta. Cuando los hermanos y hermanas empiezan a discutir cierto asunto, uno de ellos sugerirá una cosa y otro propondrá otra. Lo sorprendente es que cuantas más sugerencias y propuestas presentan, más usted percibe que hay tinieblas y confusión. Es como si usted estuviera confinado en un cuarto con paredes de bronce y de hierro en el cual hay una oscuridad total. Creo que todos hemos tenido esta clase de experiencia. ¿Qué clase de situación es ésta? Esta situación muestra la ausencia de la calle transparente. Podemos usar esto para comprobar si hay o no edificación entre nosotros.
Ahora quisiera añadir otro punto. En medio de la calle de oro puro corre el río de agua de vida, y a ambos lados del río crece el árbol de la vida (Ap. 22:1-2). En mi juventud siempre que leía este pasaje quedaba perplejo. Pensaba que puesto que el árbol de la vida crece a ambos lados del río, debía haber entonces muchos árboles. Pero cuando leí el texto griego, decía que sólo había un árbol. Sencillamente no podía entender como un solo árbol podía crecer a ambos lados del río. Pero más tarde comprendí que el único árbol sigue al único río, y que también sigue a la única calle. La calle es una espiral, y el río también desciende en espiral a lo largo de la calle. El río no fluye hacia arriba desde las doce puertas, sino que fluye del trono. Además, en el río crece un árbol. Este árbol tampoco crece hacia arriba, sino que, al igual que una vid, se extiende desde arriba hacia abajo. Se extiende y da la vuelta en espiral, abarcando ambos lados del río. Por lo tanto, esta ciudad tiene una sola calle, un solo río y un solo árbol.
El contenido de Apocalipsis 21 y 22 es sumamente rico; no podemos jamás agotarlo. Sin embargo, los pocos puntos que acabamos de mencionar pueden resumirse de la siguiente manera: en primer lugar, la ciudad tiene doce puertas, y las doce puertas son doce perlas. Las puertas son un filtro poderoso, pues deja afuera todo lo que es de nuestro ser natural. Esto significa que todo lo natural debe ser llevado a la cruz de Cristo para que sea quebrantado allí al pasar por la muerte y la resurrección. Sólo entonces esto podrá pasar por las puertas para tener parte en este edificio.
Después de las puertas de perla está la calle de oro puro. Después que hemos rechazado todo lo de nuestra manera de ser natural y todo sentimiento natural, lo único que queda en este edificio es la naturaleza de Dios. En esta ciudad todo es la naturaleza de Dios, todo es de Dios. La naturaleza de Dios es la única calle.
Luego, en medio de esta calle corre el río de agua de vida. Este río de agua de vida, después que sale del trono de Dios, continúa fluyendo a lo largo de la calle de oro puro. Por lo tanto, en esta calle está el fluir de vida. Además, hablando con propiedad, la vida y el camino son uno. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el camino [...] y la vida” (Jn. 14:6). Por lo tanto, donde está el camino de Dios, allí también está la vida de Dios. Al mismo tiempo, a ambos lados de este río de agua de vida crece el árbol de la vida. Esto indica que no sólo está el fluir del agua de vida, sino también el suministro de vida. Aquí los sedientos son refrescados y los hambrientos son saciados. Todos los necesitados pueden recibir el suministro de vida. Espero que le presentemos al Señor todas estas cosas y tengamos un tiempo apropiado de oración y meditación. Que el Señor nos dé un sentir claro a fin de que conozcamos cada vez más la edificación de la iglesia.
Por último, quisiera repetirles que en este edificio todo lo que es natural y todo lo que es humano tiene que ser quebrantado, crucificado y dejado afuera. Cuando se trata de atender los asuntos de la iglesia y lo relacionado con la edificación de la iglesia, inmediatamente debemos ver que todas las cosas del hombre tienen que ser transformadas por medio de la muerte y resurrección. Entonces lo único que quedará es lo que proviene de Dios y es de Él, y lo que es del Espíritu y de la resurrección. Después de esto tendremos las puertas y la calle. La naturaleza de la calle es la naturaleza de la ciudad. Aquí todo es la naturaleza de Dios, y todo es transparente. Además, tenemos el rico suministro de vida para que las personas sean refrescadas y satisfechas. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos permita conocer la condición apropiada de la iglesia hoy. Si las iglesias en todo lugar han de ser edificadas, es preciso que ellas manifiesten todas estas características.