
Lectura bíblica: Ap. 4:2-3; 21:11-12, 14-15, 18-20
En el último capítulo vimos que las puertas de la Nueva Jerusalén son perlas. Después de entrar por las puertas, la calle es de oro puro y la ciudad en sí es también de oro puro. Por lo tanto, la ciudad y la calle son una sola. En medio de la calle está el río de agua de vida, y en el río está el árbol de la vida, que extiende sus ramas a ambos lados del río y da sus frutos de vida continuamente. Ya dijimos que todas estas cosas son sumamente ricas en su significado espiritual. Nos muestran que todos los que desean entrar en esta ciudad y tener parte en esta edificación tienen que ser mezclados con Dios. Además, uno puede entrar por la puerta sólo después de que su ser natural ha sido crucificado y resucitado en Cristo. Después de entrar por la puerta, uno entra en contacto con el oro puro, el cual es la naturaleza de Dios. Esta naturaleza es el edificio mismo y también es la única calle. En esta única calle tenemos el agua de la vida y también el árbol de la vida. En otras palabras, esta calle de la naturaleza de Dios está llena del suministro de la vida de Dios. Y no sólo eso, sino que además esta calle nos conduce al trono de Dios. Por consiguiente, después que una persona entra por la puerta de perla, puede llegar al trono de Dios al andar por la calle de oro. Todos estos asuntos tienen su significado espiritual. Necesitamos que el Dios Triuno se mezcle con nosotros, y también necesitamos pasar por la muerte y la resurrección a fin de entrar por la puerta y contactar las cosas que se hallan en este edificio. Si entramos por la puerta de esta manera, tendremos contacto con la naturaleza de Dios, que es el camino sobre el cual podemos andar. Al mismo tiempo, este camino de la naturaleza de Dios está lleno del suministro de vida, y también nos conduce al trono de Dios. Dios también es el templo aquí, lo cual indica que Su presencia está aquí. Dios también reina aquí y de Su reinado fluye Su vida. Esta vida es la luz; por lo tanto, esta ciudad también está llena de la luz de Dios. Estas características que vemos en el edificio final de Dios, deben también ser las características de la iglesia, el edificio de Dios hoy.
Otro punto crucial en cuanto a la Nueva Jerusalén es el muro. Sabemos que para que una ciudad sea una ciudad, debe tener un muro a su alrededor. Una ciudad sin muro, no puede ser considerada una ciudad. Los siete asuntos que vimos en los dos mensajes anteriores estaban relacionados con las puertas de la ciudad y con la base de la ciudad. Sin embargo, aún no hemos mencionado el muro. Por lo tanto, en este capítulo queremos hablar específicamente acerca del muro.
Antes de examinar el muro, queremos mencionar la visión de Apocalipsis 4. En este capítulo el apóstol Juan, quien estaba en su espíritu, vio un trono establecido en el cielo. Aquel que estaba sentado en el trono era Dios mismo, el Señor soberano del universo. El aspecto del que estaba sentado en el trono era semejante a piedra de jaspe, y alrededor de Su trono había un arco iris (vs. 2-3). Recordemos que el arco iris no existió sino hasta después del comienzo del segundo mundo. Debido a la excesiva maldad de la humanidad, el primer mundo creado por Dios fue destruido con el diluvio, quedando solamente las ocho personas de la familia de Noé. Después que las aguas del diluvio decrecieron, el segundo mundo comenzó. Dios le dijo a Noé que usaría el arco iris como una señal de Su pacto establecido con los seres vivos de la tierra, y que cuando Él mirara el aro iris, no volvería a destruir la tierra con un diluvio (Gn. 9:8-17). Por lo tanto, en Apocalipsis 4, el hecho de que Dios aparezca con un arco iris alrededor de Su trono, implica que Él no sólo es el Dios del primer mundo, sino también el Dios que resguarda el segundo mundo. Además, también implica que la razón por la que Dios creó el primer mundo y resguarda el segundo es que desea edificar la Nueva Jerusalén. Aquí podemos ver una visión: tenemos un trono, el Dios que está sentado en el trono es semejante a la piedra de jaspe en aspecto, y alrededor del trono hay un arco iris.
Consideremos ahora el muro de la Nueva Jerusalén. Apocalipsis 21 claramente nos dice que el muro de la ciudad es de jaspe (v. 18) y que el resplandor de la ciudad es también como piedra de jaspe (v. 11). ¿Vemos esto? ¡La expresión de la ciudad es exactamente la misma que la expresión de Dios! Así como el Dios que está en el trono es semejante al jaspe, también la ciudad es semejante al jaspe. Ante todo el universo Dios es semejante al jaspe, y la ciudad también es semejante al jaspe. Por lo tanto, el aspecto de esta ciudad es el mismo aspecto de Dios.
Además, Apocalipsis 21 nos dice que el muro de la ciudad tiene doce cimientos (vs. 14, 19-20). Alguien una vez puso juntos los colores de las doce piedras preciosas del cimiento en la misma secuencia conforme a sus nombres en griego, y el resultado fue un cuadro semejante al arco iris. Por lo tanto, aquí podemos ver dos cuadros muy similares. En el cuadro que encontramos al comienzo de Apocalipsis vemos un trono en el cual Dios, quien es semejante al jaspe, está sentado y también vemos un arco iris alrededor. En el cuadro que se encuentra al final de Apocalipsis vemos una ciudad, en cuyo centro también hay un trono. Aquel que está sentado en el trono es también el mismo Dios. Además, toda la ciudad es semejante al jaspe, y los cimientos debajo el muro de jaspe también tienen la apariencia de un arco iris. Cuando comparamos estos dos cuadros, vemos que en el primero hay un trono y en el segundo también. En el primero la apariencia es la del jaspe, y en el segundo la apariencia es también la del jaspe. En el primero hay un arco iris alrededor del trono, y en el segundo también hay un arco iris alrededor del trono. Por consiguiente, en principio estos dos cuadros son iguales. La ciudad transparente es completamente igual a Dios sentado en el trono en Apocalipsis 4. Sin embargo, en el capítulo 4 la apariencia del jaspe se halla en una escala más pequeña, mientras que en el capítulo 21 la apariencia del jaspe ha sido agrandada. La apariencia del jaspe en el capítulo 4 es la expresión de Dios mismo, mientras que la apariencia de jaspe en el capítulo 21 es la expresión de Dios en todos los que han sido redimidos y edificados a través de los siglos.
Veamos ahora cuál es la forma geométrica de la ciudad. La ciudad se halla establecida en forma cuadrada, y su longitud es igual a su anchura, doce mil estadios (v. 16). El área de la ciudad, que calculamos al multiplicar doce mil por doce mil, es de ciento cuarenta y cuatro millones estadios. En las Escrituras el número doce es el número de absoluta perfección. El hecho de que el área de la ciudad sea de doce mil por doce mil significa que la ciudad es infinitamente perfecta. La altura de la ciudad también es de doce mil estadios. Estos números juntos nos muestran que en esta ciudad la expresión de Dios es ilimitada. Es la plenitud de la plenitud. Anteriormente, en el trono Dios no era plenamente expresado, pero ahora en la ciudad Él es expresado en plenitud.
Apocalipsis 21 incluye todo lo que se halla en las Escrituras; es la cristalización de toda la Biblia. El resultado de la obra que Dios habrá llevado a cabo en el linaje humano durante seis mil años será la Nueva Jerusalén. Todas las cosas positivas de las Escrituras hallan su consumación en ella. Por lo tanto, lo que esta ciudad incluye es rico sobremanera.
En palabras sencillas, la historia de la Nueva Jerusalén es la historia del agrandamiento de Dios en el hombre. Creo que esta afirmación es la mejor descripción de la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es el agrandamiento y plena expresión de Dios en el hombre. En principio, este agrandamiento, esta plena manifestación, es igual a Dios mismo. La apariencia de Dios es semejante al jaspe, y la apariencia de la ciudad es también semejante al jaspe. Ambos son exactamente iguales sin ninguna diferencia. Finalmente, el primer cuadro de Apocalipsis 4 se incluye en el segundo cuadro de Apocalipsis 21. Cuando la ciudad descrita en Apocalipsis 21 llegue a existir, el trono en Apocalipsis 4 estará incluido en la ciudad. Es por ello que esta ciudad es la expresión de Dios mismo.
Creo que después de leer estos capítulos podremos recordar fácilmente la historia de Génesis 1. Debemos recordar que en el principio Dios creó al hombre a Su imagen. Luego, al final de Apocalipsis vemos la manifestación de la Nueva Jerusalén como el producto cristalizado de la obra de Dios a través de los siglos. Todo lo que hay en la ciudad expresa a Dios, y la ciudad entera expresa la imagen de Dios. Por lo tanto, al final de Apocalipsis se logra la meta para la cual Dios creó al hombre. El hombre ha llegado a ser completamente la expresión de Dios y está llena de la imagen de Dios. Más aún, la luz de la ciudad es semejante al jaspe, lo cual indica que su resplandor es enteramente la expresión de la imagen de Dios. Las personas pueden tocar a Dios y ver a Dios. Todos debemos recordar que ésta debe ser la condición de una iglesia que ha sido edificada por Dios.
Si una iglesia realmente ha sido edificada, no sólo tendrá la presencia de Dios, el trono de Dios, el fluir y el suministro de la vida de Dios y el resplandor de la luz de Dios, sino que también tendrá la expresión de Dios. Miren la iglesia en la época del Pentecostés. Ciento veinte personas habían sido verdaderamente edificadas por Dios y estaban en armonía y en unanimidad. Si usted las hubiera tratado, habría percibido que Dios estaba con ellas. Entre ellas había una expresión, que era el resplandor de Dios. Ellas eran la ciudad de jaspe. Como cristales transparentes, ellas resplandecían con el Dios de jaspe que estaba dentro de ellas.
Por otra parte, si usted entra en medio de los santos de una iglesia que no ha sido edificada por Dios, no podrá ver allí la expresión de Dios. En vez de ello, lo que encontrará o verá será personas caídas o al maligno Satanás. Ellas expresarán al hombre y a Satanás, mas no a Dios. La iglesia en Corinto era un ejemplo bastante obvio de esto. El apóstol Pablo dijo que los corintios eran carnales, pues andaban según la corriente de este mundo, y había contiendas y divisiones entre ellos. Por lo tanto, lo que ellos manifestaban era la carne del hombre. La imagen de Dios estaba completamente tapada por ellos.
Además, el muro de la ciudad está completamente edificado con piedras preciosas (Ap. 21:18a). Esto es también otro asunto que tiene gran significado espiritual. Una piedra preciosa no es creada originalmente por Dios; más bien, es formada a partir de algo que ha sido creado y que luego ha pasado por muchos años en los que su constitución ha cambiado por la continua presión que ha recibido bajo la tierra. Si realmente queremos ser edificados, no sólo necesitamos ser quebrantados por Dios, sino que además debemos permitir que Dios realice una obra en nosotros que logre cambiar nuestra constitución intrínseca. Necesitamos experimentar esta obra de Dios por muchos años a fin de llegar a ser piedras preciosas que resplandezcan con la luz de Dios.
Todos los descendientes de Adán son originalmente trozos de barro. Dios creó a Adán, usando como material un trozo de barro que tomó de la tierra. Por lo tanto, hoy todos los que hemos nacido de Adán somos también de barro. Sin embargo, puesto que fuimos salvos con la vida de Dios, a los ojos de Dios ya no somos de barro, sino que somos piedras. Inmediatamente después que Simón Pedro confesó que el Señor era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Señor le dijo: “Tú eres Pedro” (Mt. 16:16-18). El nombre Pedro es una traducción de la palabra que significa “piedra”. De la misma manera, toda persona salva es un “Pedro”, es decir, una piedra, que Dios usa para la edificación de esta ciudad.
Sin embargo, en la Nueva Jerusalén los materiales que Dios usa para Su edificación no son simplemente piedras ordinarias, sino piedras preciosas. Por lo tanto, no es suficiente que hayamos sido salvos y hayamos llegado a ser piedras; aún es necesario que lleguemos a ser piedras preciosas. Esto requiere que nos pongamos en las manos de Dios para que Él pueda realizar una obra que cambie nuestra constitución intrínseca.
Todos los hermanos y hermanas deben considerar si son una piedra ordinaria o una piedra preciosa. Creo que muchos de nosotros podemos decir: “Anteriormente, era un trozo de barro, una persona vil. Pero alabo a Dios y le doy gracias, pues Él me ha limpiado y regenerado, y ahora soy una piedra”. Creo que todos podemos decir esto por fe; pero, aun quisiera preguntarle, ¿qué clase de piedra es usted? No todas las piedras son iguales. ¿Es usted una piedra preciosa, o es una piedra común y corriente? Esta vez al regresar de mi viaje al extranjero fui de visita a Jerusalén y las regiones circundantes. Algo que me llamó mucho la atención fue que hay piedras por toda la región. Hay piedras grandes y piedras pequeñas; en todas partes hay piedras. Un día el conductor de nuestro auto me dijo: “Si todas las piedras aquí pudieran ser transformadas en pan, seríamos ricos”. Esto nos muestra que las piedras en sí mismas no son preciosas.
¿Es usted simplemente una piedra o una piedra preciosa? Ésta es una pregunta muy crucial. Las piedras preciosas que están en el muro de la ciudad no son solamente preciosas, sino también transparentes. A veces cuando nos encontramos con un hermano, podemos sentir que él no solamente es una piedra, sino que además es verdaderamente una piedra preciosa, pues es transparente interiormente. Por otra parte, a veces cuando nos encontramos con otra persona, no sólo percibimos que no es una piedra preciosa, sino que ni siquiera es semejante a una piedra. Sentimos que es un trozo de barro, pues su vivir es confuso, actúa con negligencia, habla muy libremente e interiormente le falta algo sólido.
Los que conocen lo relacionado con las piedras preciosas saben que una piedra preciosa se forma a través de mucha presión. Esta presión hace que una piedra preciosa llegue a ser muy sólida en naturaleza. Un trozo de barro no tiene ninguna firmeza. Si lo sacude mientras está en su mano, de inmediato se deshace. Sin embargo, no sucede lo mismo con una piedra preciosa. Ésta no se quebrará aunque la arroje contra el suelo. Algunos hermanos y hermanas son verdaderamente sólidos y fuertes como piedras preciosas, pero también hay otros que son como un trozo de barro. Cuando uno se encuentra con ellos, sus palabras fluyen con facilidad. Es como si fuera más fácil para ellos hablar que hacer cualquier otra cosa. No saben lo que significa restringirse. Tales hermanos no son piedras preciosas en lo más mínimo. No es de extrañar que no puedan participar en la edificación.
Los expertos nos dicen que las piedras preciosas no sólo se forman con presión, sino que durante el proceso de formación también necesitan pasar por fuego. La presión, el fuego y el cambio de constitución son necesarios para que las piedras sean transformadas en piedras preciosas. En la Nueva Jerusalén no hay nada carente de firmeza; al contrario, ella está enteramente conformada por piedras preciosas y es completamente de oro puro. Todo ha pasado por presión y por fuego y toda su constitución intrínseca ha cambiado; por lo tanto, la ciudad es sólida y transparente. Asimismo, con respecto a la edificación de la iglesia todo hermano y hermana debe experimentar la obra de presión y la obra de calor. Muchas veces los hermanos y hermanas me preguntan: “Hermano Lee, hemos escuchado que usted va a ir a tal lugar la próxima semana, ¿eso es cierto?”. Yo entonces les digo: “¡No lo sé! Si yo mismo todavía no sé cuándo voy a ir, ¿cómo lo saben ustedes?”. Uno puede darse cuenta de lo descuidadas que son muchas personas por la facilidad con que se propagan rumores entre los hermanos y hermanas. Ante esto, uno no puede evitar suspirar y decir: “En la iglesia muy pocas personas son sólidas; son pocos los que han estado bajo presión, bajo el fuego y que han experimentado un cambio en su constitución intrínseca. ¡Es por eso que pocos han sido edificados!”.
Prestemos ahora atención a otro asunto. El muro no sólo es semejante a Dios y expresa a Dios, sino que además sirve como línea divisoria. Todo lo que se encuentra dentro de este muro es la Nueva Jerusalén, y todo lo que está fuera de él no es la Nueva Jerusalén. En otras palabras, todo lo que está dentro de este muro es el edificio de Dios, y todo lo que está fuera de él no es el edificio de Dios. Recuerde que la iglesia tiene una línea divisoria. Esta línea divisoria de la iglesia es el resultado de que los hijos de Dios sean reconstituidos. Cuanto más usted permitamos que Dios cambie nuestra constitución intrínseca, más el muro, la línea divisoria, se hará manifiesto en nosotros. El muro no está allí originalmente, sino que tiene que ser edificado. Esta edificación es la obra que Dios realiza para darnos una nueva constitución. Por lo tanto, cuanto más Dios lleva a cabo Su obra de edificación y de reconstitución en nosotros, más tenemos esta separación, esta línea divisoria.
Una vez un hermano me dijo: “Hermano Lee, alguien dijo que entre nosotros hay un muro, que siempre estamos separados de los demás”. Así que le dije: “Hermano, ¿eso le parece extraño? No temo que los demás digan que tenemos un muro; al contrario, mi temor es que nuestro muro no sea lo suficientemente alto”. ¿Saben cuán alto es el muro de la Nueva Jerusalén? La Biblia nos dice que su altura era de ciento cuarenta y cuatro codos. Un codo mide aproximadamente cuarenta y cinco centímetros, así que ciento cuarenta y cuatro codos serían unos sesenta y cinco metros de altura. Hermanos y hermanas, lo que el enemigo más aborrece es nuestro muro. Cuando Nehemías regresó del cautiverio para reedificar la ciudad santa, el enemigo hizo todo lo posible para destruir el muro de la ciudad. Qué lástima que hoy muchos cristianos no tengan un muro. Lo mismo sucede con respecto a muchas iglesias. Un muro es una línea divisoria. Tener una línea divisoria es tener una separación. Si en la iglesia hay un gran número de santos que han sido juntamente edificados, habrá un muro alto, y habrá una clara línea divisoria entre la iglesia y el mundo. Entonces en la iglesia será muy fácil distinguir entre lo que pertenece a Dios y lo que pertenece al hombre, lo celestial y lo terrenal, y entre lo que pertenece a la nueva creación y lo que pertenece a la vieja creación. Además, estas cosas no se discernirán por medio de enseñanzas, sino por medio de la edificación. Creo que ustedes entienden lo que les digo. Si ustedes desean que Dios obtenga Su edificación en la iglesia, deben ver que haya aquí una línea divisoria, la cual es resultado de la obra de mezcla y de reconstitución que Dios realiza. Si Dios se mezcla con nosotros y se forja en nuestra constitución intrínseca, inmediatamente tendremos esta línea de separación.
Permítanme usar como ejemplo el hecho de ver películas. Sé que muchos hermanos y hermanas no han podido vencer en este asunto. Éste es un tema que se debate entre muchos cristianos en muchos lugares del mundo. Los que están a favor dicen: “¿Qué tiene de malo ir al cine? Hay muchas películas que son buenas. Estas películas no sólo aumentan nuestro conocimiento y amplían nuestro criterio, sino que además son muy educativas y nos ayudan a desarrollar nuestras virtudes humanas. Por lo tanto, ver películas no es necesariamente malo”. Sin embargo, tenemos que ver que ser cristiano no es simplemente un asunto de distinguir entre lo bueno y lo malo. Ser cristiano es un asunto de si la línea divisoria de Dios ha sido trazada en nosotros, y esta línea divisoria no se traza con enseñanzas o preceptos. Si publicáramos varios mandamientos a la entrada del salón de reuniones, y uno de ellos dijera que no podemos ver películas, esto no significaría que ya tenemos una línea divisoria. Sabemos que esta clase de precepto es inútil. Los preceptos no pueden hacer que una persona sea separada. Pero una cosa sí es segura: después que usted sea salvo, si permite que Dios lleve a cabo Su obra de edificación en usted y si permite que el Espíritu Santo realice una obra de reconstitución en usted, entonces será edificado un muro que será una línea de separación en usted, y enseguida verá que ha sido separado de las películas para siempre. Hoy usted tal vez discuta conmigo y me dé muchas razones; pero un día, cuando Dios aplique un poquito de presión sobre usted, y cuando Él realice un poco de Su obra de reconstitución en usted, presionándolo un par de veces, entonces, desde ese día en adelante, será separado de las películas.
Por lo tanto, no se trata en absoluto de si algo es bueno o malo; se trata de la naturaleza. Debemos preguntar: “¿Corresponde esto a la Nueva Jerusalén o a Babilonia?”. Hoy, con respecto a algunos cristianos, la sala de cine y el salón de reuniones les parecen más o menos lo mismo. Un cristiano así viene al salón de reuniones por la mañana y después va al cine por la tarde. Esta clase de hermano y hermana definitivamente no tiene ningún muro, ninguna línea divisoria. Tal vez usted discuta diciendo: “La película que vi no fue mala. Vi una película que amonestaba a las personas a honrar a sus padres, y me pareció que fue bastante útil”. Sin embargo, no es necesario discutir al respecto. Cuando el Espíritu Santo lo presione un poco y realice una obra de reconstitución en su interior, y cuando lo traspase un par de veces, inmediatamente usted tendrá un muro, una línea divisoria. Entonces sabrá lo que pertenece al lago de fuego y lo que pertenece a la Nueva Jerusalén. A todo lo que es de Babilonia y es corrupto se le impedirá entrar en usted.
Esto no sólo se aplica a los creyentes individualmente, sino también a toda iglesia. En muchas ocasiones los hermanos y hermanas tratan de introducir las cosas del mundo a la iglesia. Al igual que las personas mundanas, ellos piensan que estas cosas son muy buenas. Pero, conforme al mismo principio, en la iglesia no se trata de si algo es bueno o malo; antes bien, se trata de la naturaleza, si Dios está o no está en determinada cosa. Quisiera preguntarles, cuando ustedes fueron a ver la mejor película, ¿podrían decir que Dios estaba en ustedes, que Dios estaba con ustedes y que Él estaba allí sentado con ustedes? Por supuesto, no podrían decir esto. No sólo eso, sino que, hablando con franqueza, si ven una película, no podrán orar apropiadamente al menos por una semana. Sé de lo que les estoy hablando. Examinen su experiencia. Después de ver una película, ¿pueden orar como de costumbre? Les requerirá al menos siete días antes de que se pueda borrar un poco la impresión de lo que vieron. No estoy hablando de una película mala. Si ven una película mala, no podrán borrar la impresión de lo que vieron por el resto de sus vidas. Esta impresión sucia quedará grabada en sus mentes, y reaparecerá cada vez que oren.
Les repito que esto no es una cuestión de bueno o malo; más bien, se trata de si Dios está en ello o no, de si Dios está o no mezclado con ello. Hermanos y hermanas míos, espero que todos seamos personas que tienen un muro. Tanto los santos individualmente como la iglesia corporativamente, deben aceptar con seriedad la obra edificadora de Dios, a fin de tener un muro alto, sólido y transparente.
Aún tenemos que hablar acerca de los doce cimientos del muro. Ya mencionamos que cuando se hizo un dibujo de las doce capas de cimientos conforme a la secuencia de los colores de las piedras preciosas, el resultado fue algo semejante a un arco iris. Los cimientos concuerdan exactamente con el arco iris que estaba alrededor del trono en Apocalipsis 4. Este arco iris es una señal del pacto de Dios. Por consiguiente, el hecho de que Dios se exprese en el arco iris indica que Dios es un Dios que guarda el pacto, es decir, que Él es un Dios fiel. El hecho de que los cimientos del muro tengan un aspecto semejante a un arco iris también indica que esta ciudad, que es edificada sobre la fidelidad de Dios, jamás podrá ser destruida. El hombre no puede destruirla; ni siquiera Dios mismo puede destruirla. Dios tiene que guardar el pacto representado por el arco iris. Por lo tanto, ¡esta ciudad se edifica sobre un fundamento que es eternamente indestructible!
La Biblia también dice que sobre los cimientos están los doce nombres de los doce apóstoles (21:14). Esto indica que los apóstoles son los cimientos de esta ciudad. Por consiguiente, hoy tenemos que leer las biografías de los apóstoles, sus experiencias de vida y sus enseñanzas. Debemos tomar a los apóstoles como el cimiento. Ya sea en nuestra vida personal o en los servicios de la iglesia, el muro o la línea divisoria que tenemos no puede ser conforme a nuestro discernimiento o parecer. Tampoco puede ser conforme a la opinión pública ni según la ideología de esta era; antes bien, debe ser conforme a las vidas y enseñanzas de los apóstoles. Ellos son el fundamento de todo, un fundamento que no puede ser destruido. No solamente el enemigo no puede destruirlo, sino que ni siquiera el Dios todopoderoso puede destruirlo.
Por último, el área de esta ciudad mide doce mil estadios por doce mil estadios. La altura del muro es de ciento cuarenta y cuatro codos, que también es el resultado de multiplicar doce por doce. En la Biblia, doce por doce significa la perfección de la perfección, la plenitud de la plenitud. Por consiguiente, este muro, no sólo está constituido de piedras preciosas, no sólo posee un fundamento y no sólo es transparente, sino que además es completo. La Biblia dice que ésta es la medida de hombre, la cual es de ángel (v. 17). El hombre es terrenal, y los ángeles son celestiales. Por lo tanto, esto significa que estas personas, que anteriormente eran terrenales, ahora tienen una medida celestial. Que el Señor nos muestre que esto corresponde a Su edificio, y que ésta es la obra que Él desea llevar a cabo en los santos.
En resumen, las puertas de la Nueva Jerusalén son perlas, la calle y la base de la ciudad son de oro puro, el muro es de jaspe y los cimientos son doce clases de piedras preciosas. Esto significa que si usted desea entrar por la puerta y tener parte en este edificio, tiene que contactar al Señor, quien murió y resucitó para que usted fuera regenerado a fin de ser una nueva creación y mezclarse con Dios, y así llegar a tener Su naturaleza divina. Entonces usted aún necesitará permanecer en la naturaleza de Dios y vivir en Su naturaleza. Sólo entonces tendrá un camino por el cual andar y también recibirá el suministro de vida. Además de esto, podrá percibir la presencia de Dios, el trono de Dios y ver la luz de Dios. Al mismo tiempo, debido a que Dios está realizando en usted una obra en la que hay presión y purificación por fuego y una obra de reconstitución, el muro de piedras preciosas se hará manifiesto en usted. Si todos nosotros permitimos que Dios haga esta obra en nosotros, entonces seremos juntamente edificados y llegaremos a ser el edificio de Dios. Entonces entre nosotros estará la presencia de Dios representada por el templo, el trono de Dios reinará, la vida de Dios fluirá como suministro y la gloria de Dios será expresada. Éste es el edificio de Dios. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros, a fin de que las iglesias en todo lugar puedan exhibir estas características que demuestran que ellas han sido edificadas!