
Lectura bíblica: Ap. 21:1-3, 9-14, 16-23; 22:1-2
Los estudiantes de la Biblia saben que los últimos dos capítulos de Apocalipsis son la conclusión de todas las Escrituras. En estos dos capítulos se halla un cuadro de un edificio divino, el cual es llamado la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, la cual es la conclusión de todas las Escrituras. Esta conclusión es una conclusión triple: es la conclusión de los escritos del apóstol Juan, que siguen la línea de la vida, la conclusión de todo el Nuevo Testamento y la conclusión de todas las Escrituras. Esto nos permite ver cuán importante es el cuadro de la Nueva Jerusalén. Además, por ser la máxima conclusión de todos los escritos divinos, la Nueva Jerusalén es la conclusión del pensamiento divino.
Ya vimos que el pensamiento central de Dios consiste en forjar a Cristo en un grupo de personas como su vida, de modo que lleguen a ser la expresión corporativa de Cristo a fin de que, por medio de ellas, Dios sea expresado en Cristo. En resumen, el pensamiento central de Dios consiste en que Cristo, con un Cuerpo, exprese a Dios. En los últimos dos capítulos de Apocalipsis, tenemos un cuadro que nos muestra que Dios en Cristo está en el trono y se expresa por medio de un vaso corporativo: una ciudad grande y alta. Esta ciudad es un vaso corporativo que contiene a Dios en Cristo y que expresa a Dios por medio de Cristo. Por consiguiente, este cuadro nos revela el pensamiento central de Dios.
Este relato nos dice que Dios, quien está en el centro mismo de la ciudad, es la luz, y el resplandor de la luz es la gloria de Dios (21:23a). Dios, quien es la luz y quien resplandece continuamente, está en la lámpara, la cual es el Cristo redentor, el Cordero redentor (v. 23b). Dios está en Cristo así como la luz está dentro de una lámpara. El hecho de que la lámpara resplandezca desde el centro de esta gran ciudad muestra que cada parte de la ciudad es transparente. Por lo tanto, la ciudad en su totalidad es un vaso corporativo que expresa a Dios en Cristo y por medio de Cristo.
Yo nací y fui criado y educado en el cristianismo. Desde que era niño, escuché muchas enseñanzas acerca de la Nueva Jerusalén. Había diferentes opiniones, diferentes pensamientos y diferentes enseñanzas acerca de esta ciudad. De joven simplemente acepté esas enseñanzas. Sin embargo, mediante las experiencias que he tenido del Señor en la vida interior y conforme al principio de la vida, y a través de mucho estudio, lectura y reflexión profunda de todas las Escrituras, el Señor gradualmente me ha revelado la explicación y definición correctas, apropiadas y adecuadas de la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es un vaso viviente y corporativo destinado a contener a Dios en Cristo y a expresar a Dios por medio de Cristo. Podemos concluir esto porque Apocalipsis 21 dice que el propio Dios que habita en esta ciudad es la luz, y el Redentor, el Hijo de Dios, el Señor Cristo como Cordero, es la lámpara. La luz resplandece dentro de una lámpara para expresarse a sí misma. En este cuadro de la Nueva Jerusalén, Dios es la luz en la lámpara, que es Cristo, para resplandecer en Cristo y por medio de Cristo. Dios es uno con Cristo; no podemos jamás separar la luz de la lámpara. La luz es la esencia misma de la lámpara, y es uno con ella. La luz necesita una lámpara porque desea resplandecer a fin de expresarse. Además, la lámpara está en la ciudad, que es un vaso corporativo, un recipiente corporativo. Debido a que este vaso corporativo es transparente en todo aspecto y por todas partes, es fácil que resplandezca con la luz que contiene en su interior. La Nueva Jerusalén contiene a Dios en Cristo e irradia a Dios por medio de Cristo. Éste no es un mero pensamiento humano ni mi explicación solamente. Ésta es la revelación del pensamiento divino que el relato divino nos comunica.
Aquí tenemos que hacer un repaso acerca de la diferencia entre la vieja creación de Dios y Su nueva creación. La vieja creación era un vaso vacío, era un recipiente destinado a contener a Dios. Fue creada por Dios, pero no tenía nada que ver con Él. La nueva creación, por su parte, es la vieja creación que es transformada por Dios al recibir a Dios como su contenido. La vieja creación es un vaso vacío que no contiene nada de Dios, pero la nueva creación como vaso corporativo está llena de Dios, su propio contenido. Debido a que ya no está vacía, sino llena de Dios, la nueva creación ha sido transformada de su vieja forma y naturaleza a una nueva forma y naturaleza. De este modo, ella ha llegado a ser nueva. Antes que usted fuese salvo, era un vaso vacío; era como una taza o una botella vacía. Fue hecho por Dios para contenerle, pero fue corrompido y arruinado por Satanás. Desde que usted recibió al Señor y lo aceptó como su Redentor, la sangre que Él derramó lo limpió de toda contaminación y suciedad, y al mismo tiempo, el Señor entró en usted para llenarlo y ser su contenido. Por lo tanto, usted ya no es un vaso vacío; al contrario, usted ha llegado a ser un vaso lleno del Señor. Desde entonces, debido a que ha sido lleno del Señor, ha ocurrido un cambio en usted y continúa ocurriendo. ¿Se da usted cuenta de que está cambiando día a día, e incluso momento a momento? Antes usted era un vaso vacío; usted era el viejo hombre y parte de la vieja creación. Puesto que ha llegado a ser un vaso lleno de Cristo, usted es parte del nuevo hombre, parte de la nueva creación.
Después de efectuar Su obra de creación, Dios empezó a realizar una obra de edificación. La nueva creación es una obra de edificación. Después que Dios creó todas las cosas, empezó a edificar un Cuerpo, un vaso corporativo, una ciudad, capaz de contenerle. En los primeros dos capítulos de la Biblia, Dios acabó Su obra de creación, y desde Génesis 3 hasta el final de las Escrituras, lo que Dios ha venido haciendo es una obra de edificación. Dios está edificándose a Sí mismo juntamente con el hombre para formar así una entidad corporativa, el Cuerpo, que le expresará. El relato que va de Génesis 3 hasta el final de las Escrituras es un extenso relato de la edificación, etapa tras etapa.
A lo largo de todas las Escrituras, el enemigo siempre ha tratado de descubrir el plan de Dios y hacer algo antes que Dios lo haga. Dios tenía la intención de edificar una ciudad; pero antes que Dios lo hiciera, el enemigo de Dios se adelantó. Caín era la segunda generación del linaje humano, el primer hijo de Adán. Después que Caín se separó de Dios, edificó una ciudad, a la cual le puso el nombre de su hijo, Enoc (Gn. 4:17). Esta ciudad de Enoc, edificada por Caín, vino a ser el centro de la civilización antes del diluvio. Toda la corrupción de la época antes del diluvio se centraba en esa ciudad. Esta ciudad pecaminosa, llena de pecados, era un recipiente de Satanás. Por lo tanto, Dios destruyó esa ciudad por medio del diluvio. Después del diluvio, Dios obtuvo un nuevo mundo, pero algo volvió a ocurrir. Los descendientes de Noé fueron usados en gran medida por el enemigo para edificar otra ciudad, la ciudad de Babel con la torre de Babel (11:4-9). Babel es el nombre original de Babilonia. Era una ciudad de Satanás.
En medio de esa situación, Dios llamó a un hombre llamado Abraham (12:1-3), y lo llevó a una tierra elevada, la cual representa un lugar de resurrección. Dios lo puso allí y prometió edificarle una ciudad. Más tarde, Dios edificó una ciudad sobre esta tierra elevada: la ciudad de Jerusalén. En el Antiguo Testamento Babilonia se oponía continuamente a Jerusalén. Estas dos ciudades se mantuvieron siempre la una en contra de la otra. Finalmente, Jerusalén fue destruida por Babilonia, y los babilonios se apoderaron de todos los utensilios usados para la adoración en el templo en Jerusalén y se los llevaron a Babilonia, donde los pusieron en los templos de ídolos que estaban allí. Cuando Daniel, un fiel siervo de Dios, fue llevado cautivo y tuvo que permanecer en Babilonia, cada día él abría las ventanas de su habitación y miraba hacia Jerusalén, recordándola delante de Dios (Dn. 6:10). Él nunca se olvidó de Jerusalén porque conocía el pensamiento divino de Dios. Más tarde, hubo un retorno de los cautivos, un recobro, y en este recobro Nehemías edificó el muro de Jerusalén que había sido destruido, lo cual requirió mucha lucha (Neh. 4:16-21; 6:15-16).
Antes de esto, cuando el pueblo de Israel fue esclavizado en Egipto, los egipcios los obligaron a edificar dos ciudades para Faraón con ladrillos de barro y paja. Ellos tenían que trabajar para juntar la paja y quemar el barro para hacer los ladrillos que utilizarían en la edificación (Éx. 1:11, 14; 5:15-19). Esto es un cuadro que nos muestra, a modo de tipo, que el pueblo de Dios había sido capturado, mantenido y retenido bajo la mano de Satanás en el mundo para laborar para él a fin de edificar el mundo como un recipiente para él. Mientras usted esté trabajando en el mundo en su trabajo, debe tener cuidado; no haga nada que le ayude a Faraón a edificar sus dos ciudades, las cuales le sirven de recipiente para contener a Satanás y toda su corrupción. El Señor libró a los hijos de Israel de Egipto y los hizo pasar por el mar Rojo. Luego, en cierto momento el Señor vino a ellos y les dijo que le edificaran un tabernáculo, no con paja, lodo, barro ni polvo, sino con oro, plata y piedras preciosas. Aquello fue la edificación del tabernáculo con el sacerdocio, lleno de piedras preciosas y oro, que le sirvió a Dios como morada. Vemos un contraste entre la edificación de las ciudades en Egipto y la edificación del tabernáculo en el desierto. Las ciudades edificadas en Egipto eran recipientes de Satanás y toda su corrupción, mientras que el tabernáculo edificado en el desierto era un recipiente para Dios y Su santidad.
La historia anterior nos ayuda a entender que todo el Antiguo Testamento es una historia de edificación. Las personas eran utilizadas por Satanás, el enemigo de Dios, para edificar ciudades destinadas a contener a Satanás y toda su corrupción, o eran usadas por Dios para edificar una ciudad destinada a contener a Dios y Su santidad.
Ahora llegamos al Nuevo Testamento, que es un relato más acerca de la edificación. En Mateo 16 Pedro le hizo al Señor esta confesión: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16), y el Señor le respondió: “Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (v. 18). Si conocemos a Cristo de manera viviente, comprenderemos que somos material útil para la edificación de la iglesia. En las enseñanzas del Nuevo Testamento, el Señor es comparado repetidas veces a una piedra. En Mateo 21:42 el Señor Jesús, citando Salmos 118:22-23, les dijo a los judíos que Él es la piedra del ángulo para el edificio de Dios. Cristo no sólo es la piedra del fundamento (Is. 28:16) y la piedra cimera (Zac. 4:7), sino también la piedra del ángulo. Cuando Pedro predicó a Cristo en Hechos 4:11, él les dijo a los judíos: “Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo”. Esto indica que él predicaba al Cristo que no sólo es el Salvador que trae la salvación a los pecadores, sino también la piedra útil para el edificio de Dios.
En las Epístolas el apóstol Pablo habla mucho acerca de la edificación. Podemos afirmar que la enseñanza del apóstol Pablo es una enseñanza acerca de la edificación. En 1 Corintios 3:9 él nos dice: “Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois [...] edificio de Dios”. En el siguiente versículo él nos dice que era un sabio arquitecto, que encabezaba un grupo de obreros con el fin de que se edificara la casa de Dios. Luego en el versículo 12 nos dice que debemos edificar la iglesia con oro, plata y piedras preciosas. En Efesios 2:20-21 él nos dice que Cristo Jesús es la piedra del ángulo “en quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”. En 4:12 él nos habla del perfeccionamiento de los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Pedro en su primera epístola también nos enseña acerca de la edificación de la iglesia. Él se refiere al Señor como “piedra viva, desechada por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa” (2:4). Luego continúa diciendo: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (v. 5). Esto muestra que nosotros somos el edificio de Dios para servir a Dios, para contactar a Dios y para expresarle.
Luego, en el último libro del Nuevo Testamento vemos dos grandes ciudades. No se olviden que además de la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2) hay una ciudad llamada “Misterio, Babilonia la Grande” (17:5). En este último libro de las Escrituras, se menciona a Babilonia de nuevo, esta vez como algo que se opone a la Nueva Jerusalén. Estas dos ciudades son dos recipientes. Una de ellas contiene a Satanás y toda su corrupción, confusión, complicación y división. El libro de Apocalipsis nos muestra cuánta corrupción, confusión, complicación y división hay en esta Babilonia misteriosa, la gran Babilonia de misterio. Éste es el edificio de Satanás, que se compone de seres humanos y se halla entre ellos. Satanás está edificando una ciudad misteriosa en el linaje humano, entre el linaje humano y con éste como material, a fin de que dicha ciudad lo contenga y exprese. Por otra parte, el Señor está edificando una ciudad santa, la Nueva Jerusalén, entre el linaje humano y con éste como el material, a fin de que esta ciudad contenga a Dios y lo exprese. Si leemos Apocalipsis, veremos estas dos ciudades: la ciudad de Satanás y la ciudad de Dios; la ciudad pecaminosa y la ciudad santa; la ciudad que está llena de la corrupción de Satanás y la ciudad que está llena de la santidad de Dios; la ciudad que está llena de las tinieblas satánicas y la ciudad que está llena de la luz de Dios; la ciudad que es la encarnación de Satanás y la ciudad que es el agrandamiento de la encarnación de Dios. Lo que Dios está haciendo hoy es, por un lado, edificar Su ciudad santa y, por otro, destruir la Gran Babilonia misteriosa. Un día, esta gran ciudad de Babilonia será completamente destruida. Después que esta gran ciudad satánica y pecaminosa sea destruida, vendrá el momento en que la Nueva Jerusalén, la ciudad santa, se manifestará.
¿Pueden ver este cuadro en todas las Escrituras? Es un relato acerca de la edificación. Por un lado, tenemos el relato positivo del edificio divino y, por otro, tenemos el relato negativo del edificio satánico, el edificio diabólico. En todas las dispensaciones, generaciones y edades, el principio es exactamente el mismo.
Veamos ahora lo que es la Nueva Jerusalén, el edificio divino, la ciudad santa. En primer lugar, la ciudad santa es una entidad viviente compuesta de personas vivas. Ella es edificada con personas vivas como su material, esto es, con los santos de la era antiguotestamentaria así como también con los santos de la era neotestamentaria. Sabemos que la Nueva Jerusalén es una entidad compuesta de personas vivas porque el relato divino nos dice que en las doce puertas de la ciudad están inscritos los nombres de las doce tribus de Israel (21:12) y que sobre los doce cimientos de esta ciudad están los nombres de los doce apóstoles del Cordero (v. 14). Las doce tribus de Israel representan a los santos del Antiguo Testamento, y los doce apóstoles representan a los santos del Nuevo Testamento. Es por ello que decimos que la Nueva Jerusalén es una entidad compuesta de todos los santos de la era antiguotestamentaria así como de la era neotestamentaria. De ahora en adelante no deben seguir creyendo que en este universo Dios esté edificando un lugar físico con cosas materiales. Después de haber creado los cielos, la tierra y todas las cosas, Dios aún no tiene un lugar donde descansar. Dios no estará satisfecho con un lugar de reposo que sea físico. Isaías 66:1 nos dice que incluso el cielo, donde está el trono de Dios, no es el lugar de reposo de Dios. ¿Cuál es el lugar de reposo de Dios? Según el siguiente versículo, éste es el espíritu contrito del hombre. Dios desea una morada viviente, esto es, una morada edificada con personas vivas.
De joven, me senté a los pies de algunos santos de mayor edad que enseñaban la Biblia conforme a la letra. Un día escuché un mensaje que decía: “La mansión celestial que el Señor está preparando para nosotros debe de ser un lugar estupendo. El Señor nos dijo que tan pronto como termine de edificarlo, vendrá para llevarnos allí. Puesto que Él lleva ya casi dos mil años fuera y no ha regresado, seguramente la mansión celestial aún no ha sido terminada. Ya que después de tanto tiempo el Señor aún no ha terminado el edificio, ¡imagínense cuán maravillosa será esa mansión!”. En ese entonces yo era tan niño que creí lo que escuché, e incluso me sentí emocionado, pensando que a cada uno de nosotros nos sería dada una mansión, como cantábamos en ciertos himnos. Este concepto acerca de la Nueva Jerusalén es completamente equivocado. El Señor desea obtener una morada viviente compuesta de personas vivas que son el material vivo.
En el cristianismo hoy los cristianos tienen un concepto muy errado acerca de la iglesia. Ellos piensan que la iglesia es un edificio físico. Esto es absolutamente un grave error. La iglesia no es un edificio físico, sino un edificio de personas vivas. Es una entidad viviente compuesta de los creyentes vivientes, quienes son los miembros vivientes. La iglesia no es una casa física; la iglesia es una casa viviente. El mismo principio se aplica a la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén no es un edificio físico, sino un edificio viviente compuesto de miembros vivos, de personas vivas. El Señor no desea una mansión física como Su morada; antes bien, Él desea obtener una entidad viviente compuesta de un grupo viviente de personas vivas que han sido redimidas, salvas, regeneradas, transformadas y cambiadas en todo aspecto, y conjuntamente formadas y edificadas como una morada viviente para Sí mismo. Éste es el lugar de reposo del Señor. Éste es el pensamiento más elevado, el pensamiento del plano más alto, en cuanto a la morada de Dios.
En ciertos lugares algunos amigos me han preguntado: “Hermano Lee, ¿podría por favor decirnos dónde estaremos los cristianos después de morir?”. Mi respuesta ha sido: “Hermanos, no es necesario que se preocupen por eso. No hay duda de que ustedes y yo somos preciosos a los ojos del Señor. Él nos guardará en el mejor lugar”. Hermanos y hermanas, no es necesario que nos preocupemos pensando dónde vamos a estar en el futuro; en vez de ello, lo que al Señor le preocupa mucho hoy es Su morada espiritual y viviente. Él procura obtener una habitación viviente conformada por todos los que han sido redimidos, regenerados y transformados, los cuales son también el material con el cual ésta será edificada.
La Nueva Jerusalén es la novia de Cristo y también la esposa de Cristo (Ap. 21:2, 9). ¿Cómo podría una mansión física ser una novia o una esposa? Cuando usted se case, ¿se casará con una casa o con una mansión? No, usted se casará con una persona viviente, con una persona que es una entidad viviente compuesta de miembros vivos. ¿Cómo podría una mansión física, que no tiene ni sentimientos ni pensamientos, ser su complemento? De la misma manera, ¿cómo podría una mansión física que no tiene corazón, mente, pensamientos ni deseos ser la pareja que complementa al Cristo vivo? Eso es absurdo. El Señor no se va a casar con una mansión física, sino con Sus redimidos, quienes juntos conforman Su novia, Su esposa.
El apóstol Juan nos dice que todos los que Dios el Padre ha dado al Señor, el Hijo, son la novia como aumento del Señor (Jn. 3:29-30). El apóstol Pablo también dice que él nos desposó como vírgenes puras a Cristo, nuestro Marido (2 Co. 11:2). Luego en Efesios 5 se nos dice que los maridos deben amar a sus esposas así como el Señor ama a la iglesia (v. 25). Estos pasajes de la Palabra nos muestran claramente que la novia de Cristo no es una casa física, sino la entidad viviente de los que han sido redimidos.
Apocalipsis también nos dice que la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, es el tabernáculo de Dios (21:3). Para Cristo, ella es una novia; y para Dios, ella es un tabernáculo. La intención de Dios no es tener un tabernáculo edificado con madera y oro, ni un templo edificado con madera y piedras. La intención de Dios es tener un templo edificado con Sus hijos vivientes. Las Escrituras nos dicen que nosotros somos la familia y la casa de Dios (Ef. 2:19; 1 Ti. 3:15) y que somos el templo viviente de Dios (1 Co. 3:16; Ef. 2:21-22). Por un lado, somos la novia viviente que complementa a Cristo y, por otro, somos la casa viviente, el templo viviente, el tabernáculo viviente, la morada viviente, que satisface la necesidad de Dios. Nosotros somos la novia que satisface a Cristo, y somos el tabernáculo que le proporciona reposo a Dios.
Como hemos visto, el Antiguo Testamento es un relato de la historia del tabernáculo y el templo. Esto mismo se aplica al Nuevo Testamento. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era el tabernáculo de Dios (Jn. 1:14) y Su cuerpo era el templo de Dios, que los judíos destruyeron en la cruz, pero que después el Señor levantó en Su resurrección en una escala mayor (2:19-21). Por lo tanto, la iglesia es el Cuerpo agrandado de Cristo, el templo agrandado de Dios. Finalmente, cuando llegamos a la conclusión final de todas las Escrituras, vemos un cuadro del tabernáculo y el templo. Esta ciudad es el tabernáculo máximo y final, y Dios mismo en Cristo es el templo. Por consiguiente, este cuadro es la conclusión de la historia del tabernáculo y el templo. ¿Cuál será la máxima expresión, la máxima consumación, del tabernáculo y el templo? Es la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, la cual es una entidad viviente compuesta de todos los santos de las eras del Antiguo y Nuevo Testamentos, de todos los escogidos, todos los redimidos. Todos aquellos que Dios salvó en Cristo por medio del Espíritu son los miembros que son edificados como Cuerpo, como una entidad corporativa y viviente, una ciudad corporativa y viviente, un vaso corporativo y viviente, que contiene a Dios en Cristo por medio del Espíritu, a fin de expresar al Dios Triuno.
Creo que ahora entendemos qué es lo que Dios desea hoy. Él desea obtener un grupo de personas que están mezcladas con Cristo, y que han sido transformadas a la imagen de Cristo y conjuntamente edificadas como una entidad corporativa, el Cuerpo, para contener a Cristo y expresarle. Como vimos anteriormente, al comienzo del libro de Apocalipsis se mencionan siete candeleros, los cuales son las expresiones locales de este Cuerpo, y al final tenemos la Nueva Jerusalén, la cual es un candelero grande y universal. Ésta es la consumación universal y máxima de la iglesia y su compleción, en la cual Dios es la luz, Cristo es la lámpara y la ciudad es el candelero que ha de expresar a Dios en Cristo. Éste es el pensamiento central de Dios, y ésta es la meta, el objetivo, de la obra de Dios hoy y la dirección hacia la cual ésta se encamina.