
Lectura bíblica: Gn. 1:26—2:3; 2:18-24; Ef. 5:22-32; Ap. 12; 21:1—22:5
Estos cuatro pasajes de la Escritura mencionan a cuatro mujeres. En Génesis 2 la mujer es Eva; en Efesios 5 es la iglesia; en Apocalipsis 12 es la mujer que aparece en la visión; y en Apocalipsis 21 es la esposa del Cordero.
Que Dios nos conceda Su luz para que veamos cómo estas cuatro mujeres se relacionan entre sí y qué relación tienen con Su plan eterno. Entonces podremos ver la posición que ocupa la iglesia y la responsabilidad que ésta tiene con relación a este plan, y la manera en que los santos que vencen lo realizarán.
¿Por qué creó Dios al hombre y con qué propósito lo creó?
Dios nos da la respuesta en Génesis 1:26 y 27. Estos dos versículos son muy significativos ya que nos revelan el hecho de que la creación del hombre fue sumamente especial. “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Este era el plan que Dios tenía al crear al hombre. “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Esto nos habla de la clase de hombre que Dios quería. Es decir, Dios estaba diseñando un “modelo” para el hombre que estaba a punto de crear. El versículo 27 presenta la creación del hombre: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Y el versículo 28 añade: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.
En estos versículos podemos ver la clase de hombre que Dios deseaba. Dios quería un hombre que señorease en la tierra; sólo así estaría satisfecho.
¿Cómo creó Dios al hombre? Lo creó a Su propia imagen. El quería que el hombre fuera como El. De ahí que es evidente que la posición del hombre en la creación es única. De todos los seres que Dios creó, únicamente el hombre fue hecho a Su imagen. Dios propuso en Su corazón que el hombre fuera totalmente distinto a las demás criaturas, y lo hizo a Su imagen.
En los versículos 26 y 27 podemos notar algo extraordinario; el versículo 26 dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen...”, y en el versículo 27 dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. En el versículo 26 el pronombre nuestra está en plural, mientras que en el 27, a su [imagen], está en singular. Al decidir la Deidad en el versículo 26, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Gramaticalmente el versículo 27 debería decir: “Y Dios creó al hombre a la imagen de ellos”. Sin embargo, es extraño que el versículo 27 diga: “Y creó Dios al hombre a su imagen”. ¿Cómo podemos explicar esto? Entendiendo que la Deidad está conformada por tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu. De estos tres sólo uno posee imagen, el Hijo. Cuando la Deidad estaba planeando la creación del hombre, la Biblia especifica que el hombre sería hecho a nuestra imagen (ya que los tres de la Deidad son uno solo, se dijo nuestra imagen); pero en el preciso momento de crear al hombre, la Biblia dice que lo hizo a su imagen. Este su [en singular] denota al Hijo. Por consiguiente, Adán fue hecho a la imagen del Señor Jesús. Adán no precedió al Señor Jesús. Cuando Dios creó a Adán, lo creó a la imagen del Señor Jesús. Esta es la razón por la cual dice: “A su imagen” en vez de decir “a la imagen de ellos”.
El propósito de Dios ha sido obtener un pueblo hecho a la imagen de Su Hijo. Romanos 8:29 habla de este propósito: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que El sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Dios desea tener muchos hijos, y que todos ellos tengan la semejanza de Su Hijo. De esta manera, Su Hijo ya no será el Unigénito, sino el Primogénito entre muchos hermanos. La intención de Dios es obtener un pueblo así. Si vemos esto, comprenderemos cuán valioso es el hombre y nos regocijaremos siempre que el hombre se mencione. ¡Cuánto valora Dios al hombre! ¡El mismo se hizo hombre! El propósito de Dios es obtener al hombre. Cuando lo logra, Su plan se realiza.
Dios cumple Su plan y satisface Su necesidad por medio del hombre. ¿Qué requiere Dios del hombre que creó? Que señoree. Cuando Dios lo creó, no lo predestinó para que cayera; la caída no sucedió en el capítulo uno de Génesis, sino en el capítulo tres. Cuando Dios planeó la creación del hombre, tampoco predestinó que éste pecara ni determinó de antemano que lo redimiría. Al decir esto no subestimamos la importancia de la redención; sólo afirmamos que la redención no fue ordenada de antemano por Dios. Si hubiera sido así, entonces el hombre necesariamente debía pecar; y Dios no predeterminó que esto sucediera. De acuerdo con el plan de Dios, cuando El creó al hombre sólo estableció que señorearía, lo cual se revela en Génesis 1:26. Dios nos revela Su deseo y el secreto de Su plan en estas palabras: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Este era el propósito de Dios al crear al hombre.
Tal vez algunos se pregunten por qué Dios tiene ese propósito. La respuesta se halla en el hecho de que un ángel de luz se rebeló contra El antes de la creación del hombre y vino a ser el diablo. Satanás cayó y pecó; aquel que era la estrella de la mañana se convirtió en el enemigo de Dios (Is. 14:12-15). Por eso Dios retiró Su autoridad de Su enemigo y la entregó al hombre. Dios creó al hombre, entonces, para que señoreara en lugar de Satanás. ¡Cuánta gracia divina encontramos en la creación del hombre!
Dios no sólo quería que el hombre señoreara, sino que le señaló un área específica donde ejercer su dominio. Podemos ver esto en Génesis 1:26: “...y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra”. La tierra era el área donde el hombre ejercería su dominio. Dios no sólo le dio dominio sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sino que además le mandó que señoreara sobre “toda la tierra”. La jurisdicción que Dios asignó al señorío del hombre fue la tierra. El hombre se encuentra especialmente relacionado con la tierra. Cuando Dios planeó la creación, no centró Su atención en la tierra, pues después de crear al hombre, claramente le indicó que él debía señorear sobre ella. Los versículos 27 y 28 dicen: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla...” Dios recalcó que el hombre debía “llenar la tierra y sojuzgarla”. Dominar los peces del mar, las aves de los cielos y todo ser que se arrastra sobre la tierra era secundario; lo primordial era sojuzgar la tierra.
En Génesis 1:1-2 leemos: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”. Estos dos versículos pueden ser entendidos con más claridad si se traducen directamente del hebreo. En el versículo 1 los cielos están en plural y se refieren a los cielos de todas las estrellas. (La tierra tiene su cielo, y asimismo las estrellas.) La traducción literal del versículo 2 sería: “Y la tierra quedó desordenada y vacía; y las tinieblas se posaron sobre la faz del abismo”. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”; no había conflictos ni problemas ni en los cielos ni en la tierra, pero luego algo sucedió: “Y la tierra quedó desordenada y vacía”. La palabra “estaba” de Génesis 1:2: “Y la tierra estaba desordenada y vacía” es la misma que se usa en Génesis 19:26, donde se narra que la esposa de Lot se volvió estatua de sal. La esposa de Lot no nació siendo estatua de sal, sino que se volvió estatua de sal. De la misma manera, la tierra no estaba desordenada y vacía cuando fue creada, sino que se volvió desordenada y vacía. Dios creó los cielos y la tierra, pero “la tierra se volvió desordenada y vacía”. Esto revela que el problema no está en los cielos, sino en la tierra.
En estos versículos podemos ver que el centro de todos los problemas del universo es la tierra. Dios lucha por la tierra. El Señor Jesús nos enseñó a orar: “Santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:9-10). Según el significado del idioma original, la frase “como en el cielo, así también en la tierra” modifica las tres cláusulas que la preceden, no sólo a la última. En otras palabras, el significado original es: “Santificado sea Tu nombre, como en el cielo, así también en la tierra. Venga Tu reino, como en el cielo, así también en la tierra. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Todo esto revela que no hay problema en el cielo, y que todo el problema está en la tierra. Después de la caída del hombre, Dios le dijo a la serpiente: “Sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (Gn. 3:14). Esto significa que la tierra sería la esfera donde la serpiente operaría y sobre la cual se arrastraría. La esfera donde Satanás opera no es el cielo sino la tierra. Si el reino de Dios ha de venir a la tierra, Satanás debe ser echado fuera. Si la voluntad de Dios ha de ser hecha, debe ser hecha en la tierra. Y si el nombre de Dios ha de ser santificado, debe ser santificado en la tierra. Todos los problemas están en la tierra.
En Génesis hay dos palabras muy significativas. Una es “sojuzgadla” (Gn. 1:28), la cual puede también traducirse “sometedla”; la otra es “guardase” (Gn. 2:15). En estos versículos vemos que Dios le ordenó al hombre sojuzgar y guardar la tierra. La intención original de Dios era darle al hombre la tierra para que habitase en ella; Su intención no era que la tierra estuviera desolada (Is. 45:18). Dios quería impedir por medio del hombre que Satanás se apoderara de la tierra, pero el problema era que éste estaba sobre la tierra e intentaba hacer una obra de destrucción en ella. Por lo tanto, Dios quiso que el hombre la arrebatara de la mano de Satanás.
Otro asunto que debemos notar es que, siendo exactos, Dios instó al hombre no sólo a recuperar la tierra sino también el cielo que está relacionado con ésta. En las Escrituras se ve una diferencia entre “los cielos” y “el cielo”. “Los cielos” son el lugar donde se encuentra el trono de Dios y donde El ejerce Su autoridad; mientras que “el cielo” muchas veces denota el cielo que está relacionado con la tierra, el cual Dios también quiere recobrar (véase Ap. 12:7-10).
Algunos podrían preguntar: ¿Por qué Dios mismo no arroja a Satanás al abismo o al lago de fuego? A lo cual respondemos: Dios puede hacerlo, pero El no quiere hacerlo solo. No sabemos por qué, pero sí sabemos cómo lo va a hacer. Dios quiere usar al hombre para eliminar a Su enemigo, pues con este propósito creó al hombre. Dios quiere que la criatura confronte a la criatura. El intenta que el hombre, Su criatura, haga frente a Satanás, la criatura caída, con el fin de que la tierra sea recuperada para El. Dios creó al hombre con este propósito.
Leamos de nuevo Génesis 1:26: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra...” Se esperaría que allí terminara la oración, pero se añadió otra cláusula: “...y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”, en la cual podemos ver que las criaturas que se arrastran ocupan una posición importante, si así no fuera, Dios no las habría mencionado después de concluir con “toda la tierra”. Esto implica que para que el hombre tenga dominio sobre toda la tierra, no debe pasar por alto lo que se arrastra, porque el enemigo de Dios tomó el cuerpo de una criatura que se arrastra. La serpiente que aparece en Génesis 3 y los escorpiones que se mencionan en Lucas 10 son animales que se arrastran sobre la tierra. No sólo se menciona la serpiente, que representa a Satanás, sino también los escorpiones, que representan a los espíritus malignos inmundos y pecaminosos. El territorio de la serpiente y de los escorpiones es la tierra. Vemos una vez más que el problema está en la tierra.
Por lo tanto, debemos distinguir la diferencia que existe entre la obra de salvar almas y la obra de Dios. En muchas ocasiones salvar almas no es necesariamente la obra de Dios. Cuando un alma es salva, se resuelve el problema del hombre, pero la obra de Dios requiere que el hombre ejerza autoridad y dominio sobre todas las cosas creadas. Dios requiere que haya autoridad en Su creación, y escogió al hombre para que sea esa autoridad. Si nosotros mismos como simples seres humanos fuéramos la meta de Dios, entonces toda nuestra búsqueda y nuestro anhelo serían simplemente amar más al Señor, ser más santos, tener más celo y salvar más almas. Todas estas metas indudablemente son buenas, pero están centradas en el hombre, pues sólo tienen en la mira el beneficio del hombre; pero las obras y las necesidades de Dios son completamente descuidadas. Debemos darnos cuenta de que Dios tiene ciertas necesidades. No nos encontramos en esta tierra solamente para satisfacer las necesidades humanas sino primordialmente para satisfacer las necesidades de Dios. Damos gracias a Dios porque El nos encomendó el ministerio de la reconciliación, pero aun si hubiéramos salvado a todas las almas del mundo, no por eso habríamos realizado la obra de Dios ni satisfecho Sus requerimientos. Existen la obra de Dios y la necesidad de Dios. Cuando Dios creó al hombre, indicó lo que El necesitaba, y mostró Su necesidad de contar con un hombre que señoreara y expresara Su dominio sobre toda la creación, y que además proclamara Su triunfo. Gobernar en nombre de Dios no es insignificante; es algo grandioso. Dios necesita hombres en los que pueda confiar y que no le fallen. Esta es la obra de Dios, y lo que El desea obtener.
No menospreciamos la obra de la predicación del evangelio, pero si nuestra obra está limitada a la predicación del evangelio y a salvar almas, no le estamos causando pérdidas fatales a Satanás. Si el hombre no recupera la tierra de manos de Satanás, aún no ha alcanzado el propósito que Dios tuvo al crearlo. Cuando salvamos almas por lo general beneficiamos al hombre, pero hacer frente a Satanás trae beneficio a Dios. Salvar almas resuelve la necesidad del hombre, pero enfrentar a Satanás satisface la necesidad de Dios.
Hermanos, esto requiere que paguemos un precio. Sabemos que los demonios pueden hablar. Un demonio dijo en una ocasión: “A Jesús conozco, y sé quien es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?” (Hch. 19:15). Cuando nos encontremos con un demonio, ¿huirá de nosotros? Cuesta predicar el evangelio, pero enfrentar a Satanás cuesta mucho más.
El asunto no radica en dar un mensaje o una enseñanza, sino que requiere nuestra práctica constante, y el costo es extremadamente alto. Si Dios ha de utilizarnos para derribar todas las obras y la autoridad de Satanás, debemos obedecer a Dios de una forma completa y absoluta. Al llevar a cabo otras obras no es tan importante si preservamos un poquito de nuestro yo, pero cuando se trata de enfrentar a Satanás, no podemos darnos el lujo de dejar ni un palmo de terreno a nuestro yo. Podemos ser algo consecuentes con nosotros mismos al estudiar la Palabra, predicar el evangelio, servir a la iglesia o a los hermanos; pero cuando tenemos que encarar a Satanás, debemos abandonar nuestro yo por completo. Nunca podremos vencerlo si preservamos nuestro yo. Que Dios abra nuestros ojos para que veamos que Su propósito requiere que nos dediquemos por completo a El. Una persona de doble ánimo nunca podrá enfrentar a Satanás. Que recibamos en nuestros corazones esta palabra de parte de Dios.
Dios deseó tener al hombre para que reinara en la tierra en nombre de El, pero el hombre no cumplió este propósito. En Génesis 3 el hombre cayó, y el pecado se introdujo, por lo cual el hombre quedó bajo el poder de Satanás; todo pareció haber terminado. Aparentemente Satanás había triunfado y había derrotado a Dios. Además de este pasaje de Génesis 1, hay otros dos pasajes que están relacionados con este problema. Salmos 8 y Hebreos 2.
En el salmo ocho vemos que el propósito y el plan de Dios nunca han cambiado. Después de la caída del hombre, la voluntad y los requerimientos de Dios para con él siguieron siendo exactamente los mismos. La voluntad que Dios manifestó en Génesis 1 cuando creó al hombre, siguió en vigencia, aun cuando el hombre cayó y pecó. A pesar de que el salmo 8 fue escrito después de que el hombre cayó, el salmista alabó a Dios, pues sus ojos continuaban puestos sobre Génesis 1. El Espíritu Santo no se olvidó de Génesis 1, y Dios tampoco.
Veamos el contenido de este salmo. El versículo 1 dice: “¡Oh Jehová Señor nuestro, Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” Todo aquel que sea inspirado por el Espíritu Santo expresará tales palabras: “¡Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” Aunque algunos difaman y rechazan el nombre del Señor, el salmista proclamó en voz recia; “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” No solamente dijo: “Tu nombre es muy glorioso”. “Muy glorioso” significa que yo, el salmista, puedo describir lo glorioso que es Su nombre, mientras que “cuán glorioso” indica que aunque puedo escribir salmos, no tengo las palabras para expresarlo, y no alcanzo a comprender lo glorioso que es el nombre del Señor. De tal manera, que sólo puedo decir: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” No sólo es glorioso, sino que es glorioso “en toda la tierra”. La expresión “en toda la tierra” es la misma que aparece en Génesis 1:26. Si conocemos el plan de Dios, siempre que leamos la palabra “hombre” o “tierra”, nuestros corazones saltarán de gozo dentro de nosotros.
El versículo 2 añade: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo”. Los niños y los que todavía lactan se refieren al hombre y, por ende, el versículo recalca el hecho de que Dios utiliza al hombre para hacer frente a Su enemigo. El Señor Jesús citó este mismo versículo en Mateo 21:16: “De la boca de pequeños y de los que maman perfeccionaste la alabanza” Esto quiere decir que cuando el enemigo haga todo lo que pueda, Dios no necesitará encararlo directamente, sino que lo hará por medio de los pequeños y de los niños de pecho. ¿Qué pueden hacer los pequeños y los niños de pecho? “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza”. Lo que Dios desea es obtener al hombre, quien es capaz de alabar. Aquellos que son capaces de alabar pueden enfrentarse al enemigo.
En los versículos del 3 al 8 el salmista dice: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar”. Si nosotros hubiéramos escrito este salmo, tal vez habríamos añadido un paréntesis con una aclaración como ésta: “qué lamentable que el hombre haya caído y haya sido echado fuera del huerto del Edén, pues ya no volverá a obtener esto”. Pero gracias a Dios que en el corazón del salmista no hubo tal pensamiento. Para Dios, la tierra todavía puede ser restaurada, la posición que Dios le dio al hombre aun sigue vigente, y la encomienda que le dio de destruir la obra del diablo también sigue siendo válida. Por lo tanto, empezando en el versículo 3, el salmista de nuevo narra la historia de la creación, haciendo a un lado por completo el capítulo tres de Génesis. Esta es la característica sobresaliente del salmo ocho. El propósito de Dios es que el hombre señoree. ¿Es el hombre digno de ello? ¡Ciertamente no! Pero como éste es el propósito de Dios, el hombre indudablemente lo cumplirá.
En el versículo 9 el salmista dice otra vez: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!” Y continúa alabando al grado de no estar consciente de la caída del hombre. A pesar de que tanto Adán como Eva pecaron, nunca se resistieron al plan de Dios. El hombre puede caer y pecar, pero no puede deshacer la voluntad de Dios. Aun cuando el hombre cayó, la voluntad de Dios para con él siguió siendo la misma. Dios aún requiere que el hombre derroque a Satanás. ¡Oh, cuán estable es nuestro Dios! Su camino nunca se desvía; tiene una sola meta. Debemos entender que Dios nunca podrá ser derrocado. Puede haber algunos que reciban fuertes ataques, pero nadie recibe tantos ni tan continuos como Dios. Aun así, Su voluntad nunca ha sido derribada. Dios no ha cambiado en nada ni antes ni después de la caída del hombre cuando el pecado entró en el mundo. La decisión inicial de Dios, hoy sigue vigente. El nunca la ha cambiado.
Génesis 1 habla de la voluntad de Dios en el momento de la creación; el salmo 8 muestra Su voluntad después de la caída del hombre, y Hebreos 2, menciona Su voluntad en la redención. Veremos que en la victoria de la redención Dios sigue deseando que el hombre obtenga la autoridad y enfrente a Satanás.
Del versículo 5 al 8a el escritor dice: “Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien dio solemne testimonio en cierto lugar, diciendo: ‘¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que de él te preocupes? Le hiciste un poco inferior a los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de Tus manos; todo lo sujetaste bajo Sus pies’ [citado del salmo 8]. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a El”. Todas las cosas deben estar sujetas al hombre; Dios determinó esto desde el principio.
Sin embargo esto no se ha cumplido aún. El escritor añade: “Pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a Jesús, coronado de gloria y de honra, quien fue hecho un poco inferior a los ángeles para padecer la muerte”. (vs. 8b-9a). Jesús es la persona indicada para esta situación. El salmo 8 dice que Dios hizo al hombre un poco inferior a los ángeles, pero el apóstol cambia la palabra “hombre” por “Jesús”. El explica que “hombre” se refiere a Jesús; fue Jesús quien vino a ser un poco inferior a los ángeles. La redención del hombre la realiza El. En un principio Dios dispuso que el hombre fuera un poco inferior a los ángeles y que fuera coronado y señoreara sobre toda la creación. Dios tenía la intención de que el hombre ejerciera autoridad en representación Suya, con el fin de que arrojara a Su enemigo de la tierra y también de los cielos que están relacionados con ella. El deseaba que el hombre destruyera todo el poder de Satanás. No obstante, el hombre cayó, y no ocupó su posición de dominio. Por eso, el Señor Jesús vino a la tierra y se puso sobre sí un cuerpo de carne y sangre. El vino a ser “el postrer Adán” (1 Co. 15:45).
La última parte del versículo 9 dice: “A fin de que por la gracia de Dios gustase la muerte por todas las cosas”. El nacimiento del Señor Jesús, Su vida humana, así como Su crucifixión, nos muestran que la redención no tiene como único fin al hombre, sino también todo lo creado. Todos los seres creados, excepto los ángeles, están incluidos en esta redención. El Señor Jesús se encuentra en dos posiciones: para Dios El es el hombre del principio; el hombre que Dios nombró desde el mismo comienzo de todo. Y para el hombre, El es el Salvador. Al principio Dios asignó al hombre la tarea de señorear y de derrocar a Satanás. El Señor Jesús es tal hombre, y está ahora entronado, ¡Aleluya! Tal hombre ha derrocado el poder de Satanás. El es el hombre que Dios busca y desea obtener. En Su otro aspecto, Jesús es un hombre relacionado con nosotros; El es nuestro Salvador, el que ha hecho frente al problema del pecado por nosotros. Aunque pecamos y caímos, Dios le hizo a El nuestra propiciación. Por lo tanto, El no sólo llegó a ser nuestra propiciación, sino que también fue juzgado por causa de todas las criaturas. Esto se ve por el hecho de que el velo del lugar santo se rasgó en dos. Hebreos 10 nos dice que el velo del lugar santo representa el cuerpo del Señor Jesús. Sobre el velo estaban bordados querubines, los cuales representan todo lo creado. En el momento en que el Señor murió, el velo se rasgó en dos de arriba abajo. Así que, los querubines bordados en ese velo, también fueron rasgados. Esto revela que la muerte del Señor Jesús incluye el juicio de todas las criaturas. El no sólo gustó la muerte por todos los hombres, sino también por todo lo creado.
El versículo 10 agrega: “Porque convenía a Aquel para quien y por quien son todas las cosas, que al llevar muchos hijos a la gloria...” Todas las cosas existen para El y por medio de El. ¡Damos gloria a Dios porque El no ha cambiado el propósito de la creación! Lo que Dios determinó desde el momento de la creación, no lo cambió después de la caída del hombre, ni aun en la redención. El no cambió Su propósito por causa de la caída del hombre. ¡Alabado sea Dios porque El está introduciendo muchos hijos en la gloria! Los está glorificando. Dios se propuso obtener un grupo de hombres que tengan la imagen y la semejanza de Su Hijo. Ya que el Señor Jesús es el prototipo, los demás serán lo que El es, y entrarán con El a la gloria.
¿Cómo se realizará esto? El versículo 11 dice: “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son...” ¿Quién es el que santifica? El Señor Jesús. ¿Quiénes son los que son santificados? Nosotros. Podemos leer el versículo de la siguiente manera: “Porque tanto Jesús, quien santifica, como nosotros, los que somos santificados, somos de uno solo”. Tanto el Señor Jesús como nosotros fuimos engendrados por el mismo Padre; todos provenimos del mismo origen y tenemos la misma vida. El mismo Espíritu mora en nosotros y tenemos el mismo Dios, quien es nuestro Señor y nuestro Padre: “Por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos” (v. 11b). Esto se refiere al Señor Jesús, quien nos llama a nosotros hermanos. “No se avergüenza de llamarlos hermanos” debido a que El pertenece al Padre y nosotros también.
Nosotros somos los muchos hijos de Dios y, por consiguiente, El nos introducirá en la gloria. La redención no cambia el propósito de Dios; por el contrario, lo cumple, ya que no se cumplió con la creación. El propósito original de Dios era que el hombre ejerciera dominio, en especial sobre la tierra, pero el hombre lamentablemente fracasó. Sin embargo, la caída del hombre no fue el fin de todo. Lo que Dios no logró del primer hombre, Adán, lo logró por medio del segundo, Cristo. Fue necesario que se produjera aquel memorable nacimiento en Belén debido a que Dios había determinado que el hombre señoreara sobre la tierra y la restaurara; y que “el hombre”, una criatura, venciera a “Satanás”, otra criatura. Por esta razón el Señor Jesús se hizo hombre. El primer hombre no pudo cumplir el propósito de Dios; por el contrario, pecó y cayó. No sólo no restauró la tierra, sino que fue llevado cautivo por Satanás. No sólo fracasó en su cometido de ejercer dominio, sino que quedó sometido bajo el poder de Satanás. Génesis 2 dice que el hombre fue hecho del polvo, y Génesis 3 muestra que el polvo era el alimento de la serpiente. Esto significa que el hombre caído llegó a ser la comida de Satanás. El hombre no pudo hacer frente a Satanás, y fue acabado por éste. ¿Qué podía hacerse entonces? ¿Significa esto que Dios nunca podría realizar Su propósito eterno ni obtener lo que deseaba? ¿Quiere decir que nunca lograría restaurar la tierra? ¡De ninguna manera! Pues El envió a Su Hijo a hacerse hombre. El Señor Jesús es realmente Dios, y a la vez es realmente hombre.
En todo el mundo existe un hombre que eligió a Dios, alguien que pudo decir: “Porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en Mí” (Jn. 14:30). En otras palabras, en el Señor Jesús no hay ni el menor vestigio del príncipe de este mundo. Si leemos la Palabra detenidamente, notaremos que el Señor Jesús no vino a este mundo a ser Dios, sino a ser hombre. Dios necesita un hombre. Si Dios mismo se enfrenta a Satanás, le sería muy fácil vencerlo; Satanás caería en un segundo. Pero Dios no hará esto solo. El quiere que sea el hombre el que le haga frente. El desea que la criatura derrote a la criatura. Cuando el Señor Jesús se hizo hombre, sufrió la tentación como hombre y pasó por todas las experiencias que enfrentan los hombres. Pero este hombre venció; obtuvo la victoria. Además, ascendió a los cielos y se sentó a la diestra de Dios. Jesús fue “coronado de gloria y de honra” (He. 2:9) y fue glorificado.
Cristo no vino a recibir gloria como Dios sino como hombre. No queremos decir que no tuvo la gloria de Dios, sino que Hebreos 2 no se refiere a la gloria que El poseía como Dios. Se refiere a que Jesús, quien fue hecho un poco inferior a los ángeles pues podía experimentar la muerte, fue coronado de gloria y de honra. Nuestro Señor ascendió a los cielos como un hombre. Ahora El está en los cielos como hombre; un hombre se encuentra a la diestra de Dios, sentado en el trono. Un día habrá muchos hombres sentados también en el trono.
Cuando el Señor resucitó, nos impartió Su vida; es por esto que cuando creemos en El, recibimos Su vida. Todos los que creemos llegamos a ser hijos de Dios, y como tales, pertenecemos a El. Debido a que tenemos la vida de Dios en nosotros, Dios confía que en calidad de hombres podamos cumplir Su propósito eterno. Por lo cual dice que introducirá muchos hijos a la gloria. Ejercemos dominio para ser glorificados, y somos glorificados para ejercer dominio. Cuando los muchos hijos hayan obtenido autoridad y hayan restaurado la tierra, entonces serán introducidos triunfalmente a la gloria.
No debemos pensar que el propósito de Dios es solamente salvarnos del infierno para que disfrutemos las bendiciones del cielo. Debemos recordar que Dios desea que el hombre siga a Su Hijo en el ejercicio de Su autoridad sobre la tierra. Dios quiere realizar algo, pero no directamente; El desea que nosotros lo llevemos a cabo. Cuando lo hayamos hecho, Dios habrá logrado Su propósito. El desea obtener un grupo de hombres que lleven a cabo Su obra aquí en la tierra, para así poder reinar sobre la tierra por medio del hombre.
Debemos conocer la relación que existe entre la redención y la creación. No debemos pensar que el tema de la Biblia es la redención solamente. Damos gracias a Dios porque además de la redención existe la creación. El deseo que Dios tiene en su corazón se expresa en la creación. La meta de Dios, Su plan y Su voluntad eterna, son dadas a conocer por medio de Su creación. Esta revela el propósito eterno de Dios y nos muestra lo que Dios en verdad anhela.
El lugar que ocupa la redención no puede ser más elevado que el de la creación. ¿En qué consiste la redención? En recobrar lo que Dios había creado; la redención no nos proporciona nada nuevo; sólo restaura lo que ya era nuestro. Por medio de la redención Dios recupera el propósito que tenía al crear el universo. Redimir quiere decir recobrar, y crear significa determinar e iniciar. La redención fue algo posterior realizado para que el propósito de Dios en la creación pudiera cumplirse. Espero que los hijos de Dios no menosprecien la creación pensando que la redención lo es todo. La redención está dirigida a nosotros y nos beneficia trayéndonos salvación y vida eterna. Pero la creación está dirigida a Dios y a Su obra. En la redención el hombre recibe el beneficio, mientras que la creación produce beneficio para los intereses de Dios. Que Dios haga algo nuevo sobre la tierra de tal manera que el hombre no sólo le dé importancia al evangelio, sino que vaya más adelante y ponga su atención en el plan, la obra y los intereses de Dios. De hecho, cuando predicamos el evangelio, debemos tener en la mira la recuperación de la tierra para Dios. Debemos presentar el triunfo de Cristo sobre el reino de Satanás. Si no fuéramos creyentes, la historia sería otra, pero una vez que llegamos a serlo, no sólo debemos recibir los beneficios de la redención, sino también lograr el propósito de la creación. Sin la redención no podríamos relacionarnos con Dios. Pero una vez que somos salvos, debemos consagrarnos a Dios a fin de lograr la meta para la cual El nos creó. Si únicamente prestamos atención al evangelio, abarcamos sólo la mitad de su plan. Pero Dios requiere la otra mitad, la cual consiste en que el hombre reine sobre la tierra en representación Suya, y en no permitir que Satanás permanezca en este lugar. Esta segunda mitad también se le exige a la iglesia. Hebreos 2 nos muestra que la redención no sólo trae el perdón de pecados y da salvación al hombre, sino además vuelve al hombre al propósito de la creación.
La redención se puede comparar con un valle ubicado entre dos montañas. Mientras uno desciende de una y se dirige a la otra para escalarla, encuentra redención en lo más bajo del valle. Redimir significa levantar al hombre e impedir que caiga de nuevo. Por un lado, la voluntad de Dios es eterna y sencilla; no es complicada, y consiste en que el propósito de la creación sea logrado. Por otro lado, algo sucedió. El hombre cayó y se apartó de Dios. La distancia entre él y el propósito eterno de Dios es cada vez más grande. La voluntad eterna de Dios sigue una línea recta, pero por causa de la caída del hombre, éste no puede cumplirla. Damos gracias a Dios porque existe una solución para esto: la redención. Desde que la redención se efectuó, el hombre se salvó de descender más. Por la redención, el hombre cambia y empieza a ascender. Cuanto más asciende el hombre, más se acerca a la línea recta de la voluntad de Dios; hasta que llega el día en que vuelve a tocarla. El día en que la alcance, vendrá el reino.
Agradecemos a Dios porque nos dio la redención. Sin ella nos hundiríamos cada vez más, y seríamos oprimidos por Satanás más y más hasta no tener esperanza de levantarnos. Gloria sea dada a Dios porque la redención nos volvió a Su propósito eterno. Lo que Dios no logró en la creación y lo que el hombre perdió con la caída, es recuperado por completo por la redención.
Debemos pedir a Dios que nos abra los ojos para que veamos lo que El logró y así poder experimentar un verdadero cambio en nuestra vida y en nuestra obra. Si todo nuestro esfuerzo está concentrado en salvar a otros, todavía tenemos fallas y no podemos satisfacer a Dios. Tanto la redención como la creación tienen el propósito de obtener la gloria y de destruir el poder del diablo. Proclamemos el amor y la autoridad de Dios para afrontar el pecado y la caída del hombre. Pero al mismo tiempo, debemos ejercer la autoridad espiritual para anular el poder del diablo. La comisión de la iglesia tiene dos aspectos: testificar de la salvación de Cristo y proclamar Su triunfo. Por un lado, la iglesia trae beneficio al hombre, y por otro, le causa pérdidas a Satanás.
De los seis días en que Dios hizo la creación, Su obra más especial fue la creación del hombre. Su obra completa durante los seis días tenía esto como meta. Su fin principal era crear al hombre. Para poder realizar esto, Dios tuvo primero que restaurar la tierra y el cielo que habían sido arruinados. Génesis 2:4 dice: “Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos”. Los cielos y la tierra se refieren a la creación realizada en el principio; ya que entonces fueron formados los cielos primero, y luego la tierra. Pero la segunda parte del versículo, “el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos”, se refiere a Su obra restauradora (ya que aquí se menciona primero la restauración de la tierra y luego la del cielo). Después de que Dios restauró la tierra y el cielo que habían sido destruidos, creó al hombre conforme a Su diseño. Después del sexto día llegó el séptimo, en el cual Dios descansó de toda Su obra.
El reposo viene después de laborar. Primero se trabaja, y después viene el descanso. Además, el trabajo debe ser terminado satisfactoriamente antes de poder descansar. Si el trabajo no se ha terminado de manera completa y satisfactoria, ni la mente ni el corazón podrán reposar. Por lo tanto, no debemos estimar como algo insignificante el hecho de que Dios descansara después de los seis días de la creación. Para Dios el reposo fue muy importante. Era necesario que El hubiese logrado Su objetivo antes de poder descansar. ¡Cuán grande sería el poder que el Dios creador utilizó, que después descansó! Para que un Dios tan lleno de vida, y cuyos planes son tan enormes, fuera movido a descansar, debe requerirse el poder más inmenso.
Génesis 2 nos muestra que Dios descansó el séptimo día. ¿Qué significa el reposo de Dios? La última parte de Génesis 1 relata cuál fue la razón: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (v. 31).
Dios reposó el séptimo día, antes de lo cual tuvo mucho trabajo, y antes de dicho trabajo, tuvo que haber hecho un plan. Romanos 11 habla de la mente del Señor, de Sus juicios y maneras de obrar. Efesios 1 habla del misterio de Su voluntad, de Su beneplácito y de Su plan eterno. Efesios 3 también habla de este plan. Con base en estos pasajes concluimos que Dios no es sólo un Dios que labora, sino también un Dios que tiene un plan y un propósito. Como El se deleita en Su obra, procedió a llevarla a cabo; trabajó porque deseaba obtener lo que había planeado. Cuando halló satisfacción en Su obra, descansó. Si deseamos conocer la voluntad de Dios, Su plan, Su beneplácito y Su propósito, solo tenemos que contemplar aquello que le trajo tal descanso. Si vemos que Dios descansa ante cierto asunto, podemos saber lo que El realmente quería obtener. Tampoco el hombre puede encontrar reposo en aquello que no le satisface; debe lograr lo que se propone, y sólo entonces puede descansar. No debemos considerar este reposo como algo pequeño, porque su significado es muy grande. Dios no descansó en los primeros seis días, sino solamente en el séptimo. Su descanso revela que satisfizo el deseo de Su corazón. El hizo una obra que le trajo mucho gozo; por lo tanto pudo reposar.
Debemos prestar atención a la palabra “vio” de Génesis 1:31. ¿Qué significa? Cuando adquirimos algún objeto con el cual estamos particularmente satisfechos, lo observamos una y otra vez con agrado. Esto es lo que significa la expresión “vio”. Dios no miró despreocupadamente todo lo que había creado y juzgó que era bueno, sino que “vio” la obra de Sus manos y vio que era muy buena. Debemos notar el hecho de que Dios estaba ahí contemplando Su obra. La palabra “reposó” es la declaración de que El estaba satisfecho y se deleitaba en la obra de Sus manos; también proclama que el propósito de Dios se logró y que Su beneplácito se cumplió al máximo. Su obra fue tan perfecta que no podía ser mejor.
Por esta razón, Dios ordenó a los israelitas observar el sábado durante todas sus generaciones. Dios estaba en busca de algo que lo satisficiera, y lo logró; por lo tanto, descansó. Este es el significado del “sábado” (el día de reposo para los israelitas). No se trataba de que el pueblo judío debía comprar ciertas cosas o caminar distancias más cortas. El día de reposo nos habla de que Dios tenía un deseo en Su corazón, el cual debía ser satisfecho, y de que tuvo que realizar una obra para satisfacer dicho deseo. Puesto que El logró lo que se propuso, ahora reposa. No es un asunto de un día en particular. El día de reposo nos habla de que Dios cumplió Su plan, alcanzó Su meta y satisfizo Su corazón. Dios desea hallar satisfacción, y puede ser satisfecho; después de que obtuvo lo que deseaba, reposó.
¿Qué fue lo que le trajo reposo a Dios? ¿Qué fue lo que le dio tal satisfacción? Durante los seis días de la creación estaban presentes la luz, el aire, la hierba y los árboles; también el sol, la luna y las estrellas; además los peces, las aves, el ganado, los animales que se arrastran y las bestias. Sin embargo, en todo esto Dios no encontró reposo. Pero finalmente hizo al hombre, y entonces Dios descansó de toda Su obra. Todo lo creado antes del hombre era la preparación. Todos los intereses de Dios estaban centrados en el hombre. Cuando Dios obtuvo un hombre, quedó satisfecho y entonces descansó.
Leamos de nuevo Génesis 1:27-28: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Ahora leamos Génesis 1:31 juntamente con 2:3: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera ... Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación”. Dios tenía un sólo propósito, el cual era obtener un hombre que tuviera autoridad para señorear sobre la tierra. Sólo la realización de este propósito podía satisfacer el corazón de Dios. Si podía lograrlo, todo estaría bien. En el sexto día Dios logró Su propósito. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera ... y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo”. El propósito de Dios y Sus expectativas fueron logrados; ahora El podía parar y reposar. El reposo de Dios se basaba en el hombre, quien reinaría.