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Mensajes del libro «Pláticas adicionales sobre el conocimiento de la vida»
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CAPÍTULO DIECISIETE

LA LEY DE VIDA Y LA UNCIÓN

LOS DOS ASPECTOS DEL CONOCIMIENTO QUE TENEMOS DE DIOS

  Hay dos aspectos del conocimiento que tenemos de Dios: uno es el conocimiento interno y el otro es el conocimiento externo. Tanto Hebreos 8:11 como 1 Juan 2:27 hablan de nuestro conocimiento interno de Dios. Hebreos 8 habla de la ley de la vida de Dios, o sea, de la vida de Dios, la cual nos capacita para conocer a Dios interiormente. En 1 Juan 2 se nos habla de la unción, o sea, de la revelación del Espíritu Santo, la cual también nos capacita para conocer a Dios interiormente. Conocer a Dios por medio de la ley de vida es conocerle por medio de Su vida; y conocer a Dios por medio de la unción es conocerle por medio del Espíritu.

  Juan 17:3 y Efesios 1:17 también hablan de nuestro conocimiento interno de Dios con una diferencia en énfasis con respecto a la vida y al Espíritu Santo. Juan 17 dice que la vida nos capacita para conocer a Dios; y Efesios 1 dice que Dios nos da un espíritu de sabiduría y de revelación a fin de que podamos conocer a Dios; esto significa que el Espíritu Santo mora en nuestro espíritu humano. Tanto Hebreos 8:11 como Juan 17:3 hablan de la vida presente en nosotros que nos capacita para conocer a Dios interiormente, y 1 Juan 2:27 y Efesios 1:17 hablan del Espíritu Santo presente en nosotros que nos capacita para conocer a Dios interiormente.

LA LEY Y LOS PROFETAS

La ley, en cuanto al conocimiento de Dios que ésta le da al hombre, es inalterable

  La naturaleza de Dios es constante e inalterable; no cambia con el tiempo ni con los acontecimientos humanos. Su naturaleza es la misma en una persona como en otra; asimismo, Su naturaleza hoy sigue siendo la misma de hace cincuenta años. En 1 Juan 4:8 leemos que Dios es amor. Puesto que la naturaleza de Dios es amor, hay un mandamiento conforme a esta naturaleza: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv. 19:18). Este mandamiento de amor se basa en la naturaleza de Dios, la cual es inalterable. Al igual que la naturaleza inalterable de Dios, este mandamiento también es inalterable. Ya sea en Jerusalén o en Samaria, ya sea hace quinientos años o hace cincuenta años, ya sea en quinientos o en cincuenta años a partir de hoy, sea que se trate de hombre o mujer, o viejo o joven, este mandamiento seguirá siendo el mismo; no puede ser cambiado debido al espacio o el tiempo ni tampoco debido a sucesos humanos. Puesto que la ley que es conforme a la naturaleza de Dios es constante e inalterable, el conocimiento que esta ley nos da también es constante e inalterable, es decir, no puede ser cambiado debido al espacio o al tiempo ni tampoco debido a acontecimientos humanos.

Los profetas, en cuanto al conocimiento de Dios que éstos le dan al hombre, son flexibles

  Puesto que la naturaleza de Dios es constante, la ley, que se deriva de la naturaleza de Dios, también lo es. El conocimiento que el hombre obtiene de Dios por medio de la ley, es decir, por medio de la ley de Moisés, es absolutamente inalterable. Sin embargo, los profetas, quienes representan a Dios mismo, son vivientes, y los mandamientos que ellos dan pueden cambiar. Un profeta puede decirle a alguien que tome para sí una esposa, pero después otro profeta puede decirle a la misma persona que no tome esposa. Esto es completamente diferente del mandamiento o el conocimiento dado mediante la ley.

  Así pues, la ley es rígida, mientras que los profetas son flexibles. Ayer la ley nos mandaba a amar a otros, y hoy todavía nos manda que amemos a los demás; y en quinientos años, todavía nos dirá que amemos a otros. La ley es rígida e inalterable. Pero ¿qué diremos de los profetas? Ayer los profetas quizás le dijeron a alguien que se casara, pero hoy pueden decirle que no se case. Los profetas son flexibles. La ley representa la naturaleza de Dios, y los profetas representan a Dios mismo; la naturaleza de Dios es constante, pero Dios mismo es flexible y viviente.

La ley permite que el hombre conozca la naturaleza de Dios, y los profetas permiten que el hombre conozca a Dios mismo

  Nuestro conocimiento de Dios por medio de la ley es rígido y fijo, pero nuestro conocimiento de Dios por medio de los profetas es viviente e imprevisible. Ayer Dios puede habernos dicho que podemos hacer algo en particular, pero hoy puede decirnos que no podemos hacerlo. A veces los profetas pueden darnos una dirección que aparentemente contradice la ley. El profeta Oseas recibió un mandato de Dios de que tomara por esposa a una mujer dada a la prostitución (Os. 1:2). Según la ley, esto no es lo que Dios desea que el hombre haga, pero el profeta recibió un mandato de parte de Dios porque Dios tenía un propósito especial para él. Esto nos muestra que la ley es rígida pero que los profetas son flexibles. La ley nos capacita para conocer la naturaleza de Dios, y los profetas nos capacitan para conocer a Dios mismo.

En el Nuevo Testamento tanto la ley como los profetas están dentro del hombre

  Hoy la ley de vida en nosotros ha reemplazado la ley del Antiguo Testamento, y la unción del Espíritu Santo ha reemplazado a los profetas del Antiguo Testamento. Aunque todavía guardamos la ley, guardamos una ley interna, no una ley externa. La vida de Dios es la ley en nosotros, y el Espíritu Santo, como ungüento de la unción, es el Profeta en nosotros. Hoy en día no sólo tenemos la ley dentro de nosotros, sino también al Profeta.

  ¿Podemos ser un profeta para otros? Por ejemplo, si un santo quiere ir a cierto lugar, él puede venir a tener comunión con nosotros y preguntarnos: “¿Debo ir a cierto lugar? ¿Puede usted buscar una respuesta de Dios para mí?”. En cuanto a esto, ¿no debería él preguntarse esto a sí mismo? ¿No debería él primero buscar una respuesta para sí mismo? No está bien que él venga a consultarnos, porque nosotros no somos su profeta; pero tampoco está bien que él únicamente se pregunte a sí mismo, porque él en sí mismo no es un profeta. En lugar de ello, él debe buscar la dirección del Espíritu, quien como ungüento para la unción está en su interior; el Espíritu que lo unge interiormente es el Profeta. Los hermanos que llevan la responsabilidad en la iglesia no son nuestros profetas, ni tampoco lo son los colaboradores, y mucho menos nosotros mismos.

  En el Nuevo Testamento no hay “individuos” que sean profetas. El Espíritu que inspiró a las personas a ser profetas en el Antiguo Testamento es ahora el Espíritu que está en todos nosotros en calidad de ungüento para la unción. Puesto que el Espíritu nos unge interiormente, ya no necesitamos de un representante externo que sea nuestro profeta. El Espíritu que unge ha entrado en nosotros para ser nuestro Profeta viviente. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios venía sobre ciertas personas y solamente las movía a ellas. Pero ahora el Espíritu ha entrado en todos nosotros para ser nuestro Profeta. El Espíritu que inspiró a las personas a ser profetas ha entrado en nosotros hoy como la unción para ser nuestro Profeta de forma directa y personal. Por consiguiente, ya no necesitamos representantes que sean un profeta para nosotros externamente.

EL ANTIGUO TESTAMENTO MUESTRA LOS TIPOS, MIENTRAS QUE EL NUEVO TESTAMENTO NOS MUESTRA LA REALIDAD

  Todos los profetas del Antiguo Testamento tipifican al Espíritu Santo como el ungüento para la unción en el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento el Espíritu Santo, el ungüento para la unción, ha entrado en nosotros de forma directa y personal para ser nuestro Profeta. La ley del Antiguo Testamento representa y declara la naturaleza de la vida de Dios, la cual es amor, luz, santidad y justicia. Hoy en día la naturaleza de la vida de Dios ha entrado en nosotros directamente y, por tanto, ya no se necesita ninguna ley externa que nos la declare. En el Antiguo Testamento todo era una sombra, un tipo, una representación, pero en el Nuevo Testamento la realidad ha venido. El cordero del sacrificio en el Antiguo Testamento tipificaba al Señor Jesús; en el Nuevo Testamento el Señor Jesús ha venido y, por tanto, ya no necesitamos el tipo. De la misma manera, la ley del Antiguo Testamento declaraba la naturaleza de la vida de Dios; en el Nuevo Testamento la naturaleza de la vida de Dios ha entrado en nosotros directamente y, por tanto, la ley externa ya no es necesaria. En el Antiguo Testamento los representantes por medio de quienes el Espíritu Santo daba revelaciones eran los profetas. Hoy en día el Espíritu de revelación, tipificado por los profetas, está en nosotros, y el Espíritu nos da las revelaciones directamente. Así que no necesitamos de ningún representante.

  Todo lo que se halla en el Antiguo Testamento, en principio, también se encuentra en el Nuevo Testamento, sólo que hay una diferencia. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento se requería el derramamiento de sangre para la expiación de los pecados; y en el Nuevo Testamento también se requiere el derramamiento de sangre para la redención de los pecados. Esto es un principio. Sin embargo, en el Antiguo Testamento la sangre que era derramada para la expiación de los pecados provenía de un tipo, ya fuera un cordero o un toro. Pero en el Nuevo Testamento la realidad del tipo, Cristo, ha venido. En el Antiguo Testamento la ley, que daba a conocer la naturaleza de la vida de Dios, regulaba al hombre. En el Nuevo Testamento el principio sigue siendo el mismo, sólo que somos regulados por la ley de la vida de Dios en nosotros. En el Antiguo Testamento la ley era un símbolo; pero en el Nuevo Testamento la vida de Dios que está en nosotros es la realidad de lo simbolizado por la ley.

  El principio de que Dios dé revelación al pueblo es el mismo en el Nuevo Testamento que en el Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento los profetas, quienes eran los representantes del Espíritu Santo, daban revelaciones al pueblo; sin embargo, en el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo ha entrado en los creyentes directamente para darnos revelaciones, por lo que no necesitamos a los profetas. El principio hallado en el Antiguo Testamento es el mismo que en el Nuevo Testamento. Sin embargo, los que llevaron a cabo el principio en el Antiguo Testamento no eran la realidad, sino simplemente tipificaban la realidad. En el Nuevo Testamento la realidad, Cristo, ha venido y, por tanto, no necesitamos tipos tales como los toros o los corderos. Cuando la vida viene, no tenemos necesidad de la ley de la letra; y cuando el Espíritu Santo viene, no tenemos necesidad de los profetas.

EL CONOCIMIENTO ES IMPARTIDO AL HOMBRE POR MEDIO DE LA LEY DE VIDA Y DE LA UNCIÓN

  Esta clase de conocimiento no es algo insignificante. Es difícil hallar un libro en las librerías cristianas que diga que el propósito de la ley es que nosotros conozcamos la naturaleza de la vida de Dios y que los profetas se nos dan para que conozcamos al Dios infinito. Difícilmente encontramos un libro que diga que el Espíritu Santo en nosotros reemplaza a los profetas del Antiguo Testamento. La luz en cuanto a que la ley de vida reemplaza la ley del Antiguo Testamento fue vista por los hijos de Dios hace cien o doscientos años, pero la luz en cuanto a que el Espíritu Santo reemplaza a los profetas del Antiguo Testamento no fue vista sino hasta hoy. Esta clase de luz espiritual no es tan fácil de ver.

  El conocimiento que la ley de vida nos da es diferente del conocimiento que recibimos de la unción. Todo lo que está relacionado con la naturaleza de la vida de Dios nos es dado a conocer por medio de la ley de vida; y todo lo relacionado con el ser infinito de Dios nos es dado a conocer por medio del Espíritu Santo, quien es el ungüento para la unción. Por ejemplo, cuando compramos un corte de tela, los colores y patrones que escogemos están relacionados con nuestra conducta cristiana, la cual es un reflejo de la naturaleza de Dios; por lo tanto, esto es un asunto de la ley de vida. Sin embargo, también interiormente podemos tener el sentir de si debemos comprar uno o dos cortes de tela o si debemos comprar cinco o veinte yardas de tela. Esto nos es dado a conocer por medio de la unción del Espíritu Santo, y no por la ley de vida.

  El Espíritu Santo como unción guarda una estrecha relación con el Espíritu Santo como ley de vida. Por ejemplo, tal vez un hermano quiera ver una película, pero no sepa qué película ver. Él entonces puede buscar la unción para recibir un sentir del Espíritu Santo. Puesto que quiere ver una película, él ora diciendo: “Oh Señor, no sé qué película es buena. Te pido que me des un sentir. Señor, la unción me enseña todas las cosas, y no tengo necesidad de que nadie me enseñe, así que por favor guíame para saber qué película debo ver”. El Espíritu Santo nunca le dará un sentir en respuesta a esa petición porque la unción se basa en la ley de vida. El Espíritu Santo no actuará como la unción si nosotros deseamos hacer algo que es contrario a la ley de vida. El conocimiento que recibimos de la ley de vida siempre es fortalecido por la unción. Estos dos interactúan como causa y efecto.

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