
Hay dos razones por las que el hombre necesita ser regenerado: una tiene que ver con un propósito elevado, y la otra con un propósito inferior. El propósito inferior es que nuestra vida humana es perversa y corrupta. Ella no puede ser cambiada ni mejorada; por consiguiente, necesitamos otra vida. El propósito elevado es que aunque nuestra vida humana fuese buena, seguiría estando relacionada simplemente con la vida creada y no con la vida increada de Dios. A fin de poseer la vida increada de Dios, tenemos que nacer de nuevo. Aunque esto quizás no se considere una verdad profunda, es una verdad sencilla y fundamental.
Necesitamos ser regenerados porque no poseemos la vida de Dios; sólo mediante la regeneración podemos recibir la vida increada y eterna de Dios. Es preciso que tengamos la vida eterna de Dios porque la intención de Dios es hacernos iguales a Él en Su imagen y semejanza. A fin de hacernos como Él, Dios tiene que poner Su vida en nosotros. Si no pusiera Su vida en nosotros, ¿cómo podríamos ser semejantes a Él? A fin de ser como Él, tenemos que poseer Su vida; y a fin de tener Su vida, necesitamos ser regenerados. Éste es el propósito elevado de la regeneración.
Ser regenerados significa nacer de nuevo, nacer de Dios, es decir, recibir la vida de Dios además de la vida humana que originalmente poseíamos. Cuando Dios pone Su vida en nosotros, además de la vida humana que ya poseemos, recibimos Su vida; esto se llama regeneración. Por lo tanto, el significado de la regeneración es nacer de nuevo, nacer de Dios; ser regenerados es recibir la vida de Dios además de la vida humana que originalmente poseíamos. Es necesario que entendamos esta verdad espiritual claramente, y que cuando hablemos de la regeneración, recalquemos este punto.
Los resultados de la regeneración son tres. Primero, la regeneración nos hace hijos de Dios; segundo, nos constituye la nueva creación; y tercero, nos lleva a experimentar una unión con Dios, a ser unidos a Dios.
También por medio de la regeneración obtenemos siete cosas: la vida de Dios, la ley de vida, un corazón nuevo, un espíritu nuevo, el Espíritu, Cristo y el Dios Triuno. Por medio de la regeneración, recibimos la vida de Dios, y junto con esta vida viene la ley de vida. Entonces Dios nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Por ende, el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— están en nosotros. Cuando recibimos al Espíritu, recibimos también a Cristo y a Dios porque Dios está en Cristo, y Cristo llegó a ser el Espíritu.
Cuando somos regenerados, la vida de Dios entra en nosotros. Esta vida contiene una ley, la ley de vida. Más aún, cuando la vida de Dios entra en nosotros, hace un cambio en nuestro corazón, de modo que éste llegue a ser un corazón nuevo, y hace un cambio en nuestro espíritu, de modo que éste llegue a ser un espíritu nuevo. Su Espíritu mora en nosotros, permitiendo que obtengamos al Espíritu. Dado que el Espíritu es Cristo hecho real para nosotros, y Dios está en Cristo, también obtenemos a Cristo y a Dios. Esto muestra claramente lo que obtenemos mediante la regeneración.
La regeneración nos trae la vida de Dios. En la regeneración lo principal que el Espíritu de Dios hace es poner la vida de Dios en nosotros. La vida de Dios es el contenido de Dios, es decir, Dios mismo. Todo lo que está en Dios y todo lo que Dios es se halla en Su vida. Toda la plenitud de la Deidad, cada una de las facetas de Dios, se incluye en esta vida.
La esencia de todo ser vivo está contenida en su vida. Todas sus capacidades y funciones internas provienen de su vida, y todas sus actividades y expresiones externas también se originan en su vida. Esto muestra que la vida posee una capacidad, una función, y que esta vida da origen a una actividad, una expresión. El vivir es un reflejo de la vida. El ser que uno posee está determinado por su vida. Éste es un principio bastante evidente con respecto a todo ser vivo.
Dios posee la vida más elevada; todo lo que Él es, está en Su vida. Dios es verdad, santidad, luz y amor; éstas no son cosas que Él hace. La verdad, la santidad, la luz y el amor no son la obra de Dios, sino que, más bien, corresponden a Su naturaleza. Dios es verdad, santidad, luz y amor; éstas provienen de Su vida. Además, todo lo que Él hace y expresa, ya sea benignidad, justicia, bondad o perdón, también proviene de Su vida. La verdad, la santidad, la luz y el amor corresponden a lo que Dios es en Su naturaleza interna; y la benignidad, la justicia, la bondad y el perdón corresponden a lo que Dios hace en Su expresión externa.
La verdad, la santidad, la luz y el amor son capacidades y funciones divinas, y se manifiestan externamente en los actos y expresiones divinos, como son la benignidad, la justicia, la bondad y el perdón. La razón por la cual Dios es así radica en que Él posee tal vida. Por lo tanto, el hecho de que Él sea Dios depende de Su vida. En otras palabras, Dios posee estas capacidades y funciones internamente y estos actos y expresiones externamente porque Él posee tal vida.
La plenitud de la Deidad y la naturaleza de Dios mismo están contenidas en la vida de Dios porque la vida de Dios es el contenido de Dios. Por lo tanto, cuando recibimos la vida de Dios, recibimos la plenitud de la Deidad (Col. 2:9-10) y la naturaleza de Dios (2 P. 1:3-4). Cuando recibimos esta vida, recibimos todo lo que Dios tiene y todo lo que Dios es, porque todo lo que Dios tiene y es está en la vida de Dios. La vida de Dios nos capacita para tener las mismas capacidades y funciones divinas dentro de nosotros. La vida de Dios nos capacita para ser lo que Dios es y para hacer lo que Dios hace, lo cual significa que podemos ser como Dios y expresar a Dios en nuestro vivir porque todo lo que Dios es y hace proviene de Su vida.
Ya que poseemos la vida de Dios en nosotros, tenemos todas las capacidades y funciones que se encuentran en la vida de Dios. Debido a que la vida de Dios está en nosotros, podemos ser lo que Dios es y hacer lo que Dios hace. En Dios están la capacidad de la santidad y la función de la luz; por tanto, en nosotros también están la capacidad de la santidad y la función de la luz. Así como Dios puede manifestar la santidad y resplandecer con Su luz, también nosotros podemos expresar la santidad de Dios y resplandecer con Su luz porque la vida de Dios está en nosotros. Dios es amor, y Sus caminos son justos; por consiguiente, el amor de Dios y Sus caminos justos pueden ser nuestros porque la vida de Dios está en nosotros. Nosotros podemos amar conforme al amor de Dios y ser justos según Su justicia. Por lo tanto, podemos ser como Dios y expresar a Dios en nuestro vivir.
La vida de Dios es el gran poder que resucitó al Señor Jesús. Cuando el Señor Jesús resucitó, Él desechó la muerte y la venció. La muerte es extremadamente fuerte (Cnt. 8:6); en el universo, aparte de Dios y la vida de Dios, no hay nada más fuerte que la muerte. Cuando el Señor Jesús entró en la muerte, todo su poder trató de retenerlo, pero Él venció el poder de la muerte que lo retenía y resucitó (Hch. 2:24). El Señor se levantó porque la vida poderosa de Dios estaba en Él. El gran poder de la vida de Dios capacitó al Señor para vencer el enorme poder de la muerte que lo retenía. La regeneración nos da la vida de Dios, la cual es grande y poderosa. Así como Dios venció la muerte, esta vida grande y poderosa es el poder de resurrección que nos capacita para desechar la muerte y vencer todo lo que pertenece a la muerte.
La Biblia nos muestra que Dios tiene dos clases de poder: uno es el gran poder de creación, y el otro es el gran poder de resurrección. El gran poder de Dios en la creación llama las cosas que no son como existentes, y Su gran poder de resurrección da vida a los muertos. Eso es lo que Abraham creyó (Ro. 4:17). El gran poder de creación, el cual yace en la mano de Dios, es capaz de crear todas las cosas para el hombre, pero el gran poder de resurrección reside en la vida de Dios. Uno está relacionado con la mano de creación, mientras que el otro está relacionado con la vida de resurrección, que es también la vida de Dios. Este gran poder de resurrección es la vida de Dios, la cual nos permite ser rescatados de todas las cosas relacionadas con la muerte, las cuales están fuera de Dios, y así poder vivir a Dios mismo.
La vida de Dios que recibimos por medio de la regeneración es el gran poder de resurrección de Dios. Por medio de la regeneración, Dios forjó en nosotros Su vida, lo cual significa que forjó Su gran poder de resurrección en nosotros. La vida que está en nosotros hoy puede hacernos tan fuertes y trascendentes como Dios. Así como Dios es capaz de vencer la muerte, nosotros también podemos vencerla debido al gran poder de esta vida en nosotros. Esta vida puede hacernos como Dios a tal grado.
La vida de Dios no sólo es rica, sino también poderosa. En lo que se refiere a las riquezas de Dios, toda la plenitud de la Deidad está en esta vida. En lo que se refiere al poder de Dios, el gran poder de esta vida de resurrección puede vencer la muerte y superar todas las cosas negativas. Esta vida es tan rica y poderosa como Dios. Ésta es la vida que hemos obtenido; esta vida es Dios mismo.
Puesto que la regeneración nos da la vida de Dios, también nos da la ley de vida. Debido a que la vida de Dios ha entrado en nosotros, la ley de vida contenida en esta vida también ha sido introducida en nosotros. Toda clase de vida tiene su propia capacidad innata, su función natural. La función natural de una vida es su ley natural. En otras palabras, la función natural de cierta vida es su ley de vida. La vida que está en cierta criatura hace que ella tenga una ley natural o una ley de vida.
Asimismo, necesitamos ver que la vida de Dios tiene su capacidad divina, la cual es su función natural. La función natural de la vida de Dios es su ley natural o su ley de vida. Cuando la vida de Dios entra en nosotros, ella trae consigo la ley natural contenida en ella, y esta ley llega a ser la ley de vida en nosotros. Por consiguiente, cuando la vida de Dios entra en nosotros, la ley de vida contenida en ella también entra en nosotros. Puesto que hemos obtenido la vida de Dios mediante la regeneración, también mediante la regeneración hemos obtenido la ley de Su vida.
La naturaleza de Dios está contenida en la vida de Dios, y la plenitud de la Deidad está escondida en la vida de Dios; por lo tanto, la ley contenida en la vida de Dios es compatible con Dios mismo y con Su naturaleza. Así pues, esta ley es la ley de Dios mismo. En otras palabras, es Dios que viene a ser nuestra ley. Las leyes de vida que la vida de Dios nos trae son las leyes mencionadas en Hebreos 8:10, que han sido impartidas en nuestra mente e inscritas en nuestro corazón. Estas leyes son diferentes de las leyes del Antiguo Testamento. Las leyes del Antiguo Testamento son las leyes que Dios escribió con caracteres sobre tablas de piedra que eran externas al hombre (Éx. 34:1, 28), pero las leyes de vida son las leyes que Dios escribió con Su vida en nuestro corazón.
Las leyes que fueron escritas sobre tablas de piedra son las leyes externas de letras, leyes muertas y leyes sin poder; son leyes que no pueden lograr nada en el hombre (Ro. 8:3; He. 7:18-19). Pero las leyes que están escritas sobre la tabla de nuestro corazón son las leyes internas de vida, leyes vivas y leyes con gran poder, pues nos capacitan no sólo para conocer el deseo que está en el corazón de Dios y para seguir Su voluntad, sino también para conocer a Dios mismo y para expresarle en nuestro vivir.
Las leyes naturales contenidas en cualquier clase de vida siempre capacitan a la criatura para saber espontáneamente cómo vivir y conducirse; por tanto, son leyes vivas que están dentro de una criatura. Por ejemplo, una gallina vive y pone huevos según las leyes naturales contenidas en su vida de gallina. Ella espontáneamente sabe cómo hacer estas cosas y, por ende, las realiza en su vivir. No es necesario que nadie le imparta ninguna ley externa. Las leyes naturales inherentes a su vida son leyes vivas dentro de ella, y espontáneamente la capacitan para saber cómo vivir, e incluso vivir de la manera que lo hace. Por lo tanto, las leyes naturales, y no las normas externas, son las que hacen que ella viva de esa manera; ésta es la ley interna de vida.
De la misma manera, las leyes naturales contenidas en la vida de Dios son sus capacidades naturales; ellas nos capacitan para saber espontáneamente cómo Dios desea que actuemos, cómo serle agradables y como vivirle a Él. Las capacidades naturales, las leyes naturales, de la vida de Dios nos capacitan para saber si algo concuerda con la naturaleza de Dios o si contradice Su naturaleza, o saber si Dios quiere que lo hagamos o no quiere que lo hagamos. Así pues, estas capacidades naturales, o leyes naturales, de la vida de Dios llegan a ser nuestras leyes internas.
Debido a que las leyes que están escritas en nosotros son las capacidades y leyes naturales de la vida de Dios, la Biblia las llama leyes. La ley del Espíritu de vida, mencionada en Romanos 8:2, es la ley de vida que está en nosotros. Esta ley se llama la ley del Espíritu de vida porque proviene de la vida de Dios. Además, la vida de Dios está en el Espíritu de Dios, y no puede separarse de Él.
La vida de Dios es poderosa, y el Espíritu de Dios también es poderoso. Puesto que la ley del Espíritu de vida proviene de Dios, la vida poderosa y el Espíritu poderoso de Dios también deben estar incluidos en la ley del Espíritu de vida. La vida de Dios que está en nosotros es la fuente de esta ley, y el Espíritu de Dios en nosotros es el Ejecutor de dicha ley. Esta ley nos capacita para obtener no sólo el conocimiento divino, sino también el poder divino. Una vez que somos regenerados con la vida de Dios y la ley del Espíritu de vida llega a estar en nosotros, Dios desea que nosotros seamos Su pueblo y lo vivamos según esta ley fuerte y poderosa, esta ley de gran poder.
¿Qué es un corazón nuevo? Tener un corazón nuevo significa que nuestro viejo corazón ha llegado a ser nuevo. Dios nos da un corazón nuevo al renovar nuestro viejo corazón. Ezequiel 36:26 dice que Dios nos da un corazón nuevo y pone en nosotros un espíritu nuevo; Él quita de nuestra carne el corazón de piedra y nos da un corazón de carne. El hecho de quitar nuestro corazón de piedra y darnos un corazón de carne significa que Él nos da un corazón nuevo al renovar nuestro viejo corazón. Originalmente, nuestro viejo corazón se oponía a Dios y no lo deseaba; nuestro corazón era tan duro como una piedra para con Dios; era un “corazón de piedra”. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo nos regenera, Él hace que nuestro corazón se arrepienta de pecado y llegue a ser suave y dócil para con Dios; así, nuestro corazón de piedra llega a ser un “corazón de carne”. Nuestro corazón duro como piedra es nuestro viejo corazón; pero nuestro corazón suave, nuestro corazón de carne, es el corazón nuevo que Dios nos da. Esto significa que cuando somos regenerados, Dios renueva nuestro viejo corazón y lo hace suave y dócil.
Nuestro corazón es el órgano de nuestras inclinaciones y afectos; es nuestro representante en lo que se refiere a nuestras inclinaciones, afectos, deleites y deseos. Todas nuestras inclinaciones, afectos, deleites y deseos son funciones de nuestro corazón. Antes que fuéramos regenerados, nuestro corazón se inclinaba por el pecado, amaba el mundo y deseaba las concupiscencias. Sin embargo, era frío y duro para con Dios, sin ninguna inclinación ni afecto por Dios. Cuando Dios nos regenera, renueva nuestro corazón y hace que sea un corazón nuevo con nuevas inclinaciones, afectos y deleites. Una vez que somos regenerados y salvos, nuestro corazón se inclina por Dios, ama a Dios y desea a Dios; asimismo se deleita en las cosas espirituales, las cosas celestiales y las cosas de Dios, y las desea. Cada vez que oímos hablar de estas cosas, nuestro corazón se regocija, responde y se muestra deseoso. Ésta es la función de nuestro nuevo corazón.
Dios renueva nuestro corazón y nos da un corazón nuevo mediante la regeneración porque Él desea que nosotros nos inclinemos por Él, le adoremos y deseemos. Anteriormente, nosotros no le amábamos ni podíamos amarle porque nuestro corazón era viejo y estaba endurecido. Una vez que Él renueva y suaviza nuestro corazón y hace que se arrepienta, podemos amarle y estamos dispuestos a amarle. Puesto que nuestro corazón es un nuevo corazón, posee una nueva función. Esta función es la de inclinarse por Dios, y amar a Dios y las cosas de Dios.
¿Qué es un espíritu nuevo? Tener un espíritu nuevo significa que nuestro viejo espíritu, el cual estaba sumido en muerte, ha sido renovado y vivificado. Así como nuestro nuevo corazón es un corazón viejo que ha sido hecho nuevo, un espíritu nuevo es un espíritu viejo que ha sido hecho nuevo. Cuando nuestro viejo corazón es renovado, llega a ser suave y dócil; y cuando nuestro viejo espíritu es renovado, es vivificado. El problema con respecto a nuestro viejo corazón es la dureza, mientras que el problema con respecto a nuestro viejo espíritu es la muerte. Por lo tanto, cuando Dios nos regenera, Él renueva nuestro corazón viejo y endurecido, haciéndolo suave para que sea un corazón nuevo, y renueva nuestro espíritu viejo que estaba sumido en muerte, vivificándolo para que sea un espíritu nuevo.
El espíritu humano fue creado originalmente para ser el órgano con el cual el hombre podía contactar a Dios. El hombre tenía comunión y contacto con Dios por medio de su espíritu. Debido a la caída del hombre, su espíritu sufrió daño al contaminarse con el pecado. De este modo, el espíritu humano perdió su función para con Dios y se convirtió en un espíritu que estaba sumido en muerte. El que nuestro espíritu esté sumido en muerte significa que ha dejado de funcionar y, por estar sumido en muerte, se envejeció. Cuando somos regenerados, la sangre del Señor Jesús quita la contaminación de nuestro espíritu. Entonces el Espíritu de Dios vivifica nuestro espíritu al depositar en él la vida de Dios, el elemento de Dios. De este modo, nuestro espíritu que antes estaba sumido en muerte es renovado y llega a ser un espíritu nuevo y viviente.
La vieja creación está relacionada con dos puntos. El primer punto está relacionado con la ausencia del elemento de Dios y el segundo, con la contaminación y corrupción de Satanás y el pecado. Nuestro espíritu es un espíritu viejo debido a estos dos puntos. Por lo tanto, cuando Dios nos regenera, Él realiza una obra en dos direcciones a fin de renovar nuestro espíritu viejo para que sea un espíritu nuevo. Por un lado, Él usa la sangre del Señor Jesús para quitar la contaminación de nuestro espíritu a fin de que éste sea limpio; por otro, Él deposita Su vida en nuestro espíritu mediante Su Espíritu, para que nuestro espíritu tenga Su elemento. De este modo, renueva nuestro espíritu viejo y lo convierte en un espíritu nuevo. El que renueve nuestro espíritu viejo y lo haga nuevo significa que Él pone en nosotros un espíritu nuevo. En otras palabras, Dios hace que nuestro espíritu viejo sea un espíritu nuevo al añadir Su vida a nuestro espíritu, de modo que éste tenga la vida de Dios y el elemento de Dios.
Aunque Dios nos da un corazón nuevo cuando somos regenerados, Él también pone un espíritu nuevo en nosotros, porque el corazón sólo puede desear a Dios y amarle, no puede contactar a Dios ni tocarle. Puesto que el corazón puede desear a Dios y amarle mas no contactarle ni tocarle, no es suficiente que Dios simplemente nos dé un corazón nuevo; también es necesario que Él ponga en nosotros un espíritu nuevo. Sólo un espíritu nuevo puede capacitarnos para contactar a Dios y tener comunión con Él.
Ya mencionamos que el corazón es el órgano de donde proceden nuestras inclinaciones y nuestro amor. Por lo tanto, la función del corazón en cuanto a Dios consiste en inclinarse por Él y amarle. El corazón puede anhelar a Dios y tener sed de Él, pero no puede contactar a Dios ni tocarle. El corazón puede desempeñar la función de amar a Dios y tener sed de Él, pero no tiene la capacidad de contactar a Dios ni de tocarle. El espíritu es el órgano que puede contactar a Dios, no el corazón. El corazón sólo sirve para amar a Dios, pero el espíritu es útil para contactar a Dios y tener comunión con Él. Es posible que yo tenga un bolígrafo muy bonito y que me guste mucho, pero mi corazón no puede tocarlo ni poseerlo porque no tiene esa capacidad. Sólo mis manos tienen esa capacidad. Por esta razón, cuando somos regenerados, Dios no sólo nos da un corazón nuevo, sino que también pone en nosotros un espíritu nuevo.
Con un corazón nuevo nosotros podemos desear a Dios y amarle, y con un espíritu nuevo podemos contactar a Dios y tocarle. Nuestro nuevo corazón nos capacita para tener nuevos deleites e inclinaciones y nuevos sentimientos e intereses hacia Dios y las cosas de Dios. No obstante, nuestro nuevo espíritu nos capacita para tener un nuevo contacto y entendimiento y una nueva capacidad y función para con Dios y las cosas de Dios. Anteriormente, no amábamos a Dios ni nos gustaban las cosas espirituales de Dios; más aún, tampoco podíamos contactar a Dios ni entender las cosas espirituales de Dios. Pero ahora tenemos un nuevo corazón y un nuevo espíritu; por lo tanto, podemos amar a Dios y las cosas de Dios, y también podemos contactar a Dios y conocerle a Él y las cosas que pertenecen a Él. Anteriormente, no teníamos ningún sentimiento para con Dios ni teníamos ningún interés en Él; éramos débiles y sin ninguna capacidad en lo que se refería a Dios y las cosas de Dios. Pero teniendo un nuevo corazón y un nuevo espíritu, no sólo tenemos sentimientos e intereses que se inclinan por Dios y las cosas de Dios, sino que también podemos contactar a Dios y entender las cosas relacionadas con Él. Cuando nuestro corazón ama a Dios, nuestro espíritu le toca, y cuando nuestro corazón se deleita en las cosas de Dios, nuestro espíritu las entiende. Ésta es la intención de Dios al darnos un espíritu nuevo, además de un corazón nuevo.
Originalmente, no teníamos al Espíritu de Dios en nosotros, y nuestro espíritu estaba muerto para con Dios. Cuando Dios nos regenera, Él pone Su vida en nuestro espíritu por Su Espíritu, vivificando así nuestro espíritu que estaba sumido en muerte. Además de esto, Él pone Su Espíritu en nuestro espíritu, de modo que Su Espíritu more en nuestro espíritu nuevo, el cual fue vivificado. Así, dentro de aquellos que han sido regenerados no sólo hay un espíritu vivificado, el cual posee el elemento de la vida de Dios, sino que también está el Espíritu de Dios, el cual mora en ellos.
Según la Biblia, el Espíritu de Dios que está en nosotros cumple al menos siete funciones. Él es el Espíritu que mora en nosotros, el Consolador, el Espíritu de realidad, el Espíritu de vida, el sello, las arras y la unción.
Dios pone Su Espíritu en nosotros de modo que pueda ser el Espíritu que mora en nosotros a fin de que conozcamos a Dios y experimentemos todo lo que Dios en Cristo ha logrado por nosotros (Ro. 8:9-11). Ésta es la bendición especial que Dios nos ha dado en la era neotestamentaria, lo cual no era posible en la era del Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento Dios únicamente hacía que Su Espíritu viniera externamente para obrar en el hombre; Él no hizo que Su Espíritu morara en el hombre. Ahora, después de la muerte y la resurrección del Señor, Dios nos ha dado Su Espíritu y ha hecho que Su Espíritu more en nosotros (Jn. 14:16-17). Desde nuestro interior Él puede revelarnos a Dios y a Cristo a fin de que en Cristo nosotros podamos disfrutar de la plenitud de la Deidad (Col. 2:9-10).
El Señor dijo en Juan 14:16-17 que Él rogaría al Padre para que nos diera el Espíritu, quien moraría en nosotros como otro Consolador. La palabra griega traducida Consolador es la misma traducida Abogado en 1 Juan 2:1, que significa “un abogado que está al lado de”. Originalmente, Dios nos dio a Su Hijo para que fuera nuestro Consolador. Pero después de la ascensión del Hijo, Él dio el Espíritu como otro Consolador; es decir, Dios envió a Su Hijo como el Espíritu para que fuese nuestro Consolador en otra forma. El Espíritu de Dios que mora en nosotros es Cristo en otra forma, quien nos cuida desde nuestro interior. Él se ocupa completamente de nosotros en nuestro interior, así como se hace responsable por nosotros delante de Dios.
En Juan 14:16-17 el Señor dijo que el Espíritu que vendría a morar en nosotros como otro Consolador sería el “Espíritu de realidad”. El Espíritu de Dios que mora en nosotros también es el Espíritu de realidad. El Espíritu de realidad hace que todo lo de Dios y de Cristo sea una realidad en nosotros. Todo lo que Dios es y ha preparado para nosotros por medio de la muerte y resurrección de Cristo es revelado e impartido a nosotros como realidad por el Espíritu de Dios que mora en nosotros. Así, podemos tocar y experimentar estas realidades, de tal modo que lleguen a ser nuestras.
Sin el Espíritu, no podemos tocar todo lo que Dios es y ha hecho ni todo lo que Cristo es y ha hecho. Cuando el Espíritu viene, Él hace que todo lo que Dios es y ha hecho y todo lo que Cristo es y ha hecho llegue a ser una realidad a fin de que nosotros podamos tocarlo y experimentarlo. De ahí que Él sea el Espíritu de realidad.
Además de esto, el Espíritu en nosotros es el Espíritu de vida, el sello, las arras y la unción.
Romanos 8:9-10 muestra que el Espíritu de Dios que mora en nosotros es el Espíritu de Cristo que mora en nosotros, y que el Espíritu de Cristo que mora en nosotros es Cristo mismo que mora en nosotros. En otras palabras, el Espíritu de Dios en nosotros es Cristo en otra forma. Puesto que la regeneración nos permite recibir al Espíritu de Dios, también nos permite recibir a Cristo. Cuando creemos, Dios revela a Cristo en nuestro interior por Su Espíritu. Por consiguiente, una vez que recibimos a Cristo como nuestro Salvador, Él mora en nosotros en calidad de Espíritu. Cristo mora en nosotros a fin de poder ser nuestra vida. Aunque Cristo mora en nosotros para ser nuestro todo, la razón principal por la que Él mora en nosotros es para ser nuestra vida.
Dios en Su salvación nos ha regenerado para que recibamos Su vida, poseamos Su naturaleza y de ese modo seamos completamente semejantes a Él. Su vida en Cristo está disponible para que la recibamos, y Él desea que Cristo sea nuestra vida. Aunque Su Espíritu pone en nosotros Su vida y nos capacita para conocer, experimentar y expresar Su vida en nuestro vivir, esta vida es Cristo. El que Cristo more en nosotros significa que Él vive en nosotros como nuestra vida y desea ser expresado en nuestro vivir. Así que, Él desea que nosotros crezcamos en Su vida hasta que expresemos Su imagen y seamos completa y absolutamente semejantes a Él. Cuando nosotros crecemos en Su vida hasta expresar Su imagen y ser semejantes a Él, también crecemos hasta expresar la imagen de Dios y ser semejantes a Dios, porque Cristo es la imagen de Dios.
La vida de Dios es todo lo que Dios es. La vida de Dios en Cristo significa que todo lo de Dios está en Cristo. Cristo es la encarnación de Dios, la corporificación de Dios. Todo lo que Dios es y toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo. Por lo tanto, el que Cristo more en nosotros hace que seamos llenos de toda la plenitud de la Deidad.
El que Cristo more en nosotros como nuestra vida no sólo nos capacita para disfrutar hoy de la plenitud de la Deidad, sino también para entrar en el futuro en la gloria de Dios. Como Aquel que mora en nosotros hoy, Él es nuestra vida y nuestra esperanza de gloria. El hecho de que Él more en nosotros como nuestra vida significa que Él nos hace crecer, ser semejantes a Dios y expresar la imagen de Dios mediante la vida de Dios. Estamos creciendo en la vida de Dios hasta expresar la imagen de Dios y finalmente entrar en la gloria de Dios.
Ya que mediante la regeneración obtenemos a Cristo, también por medio de ella obtenemos a Dios porque Cristo es la corporificación de Dios. Desde que fuimos regenerados, Dios en Cristo ha estado morando en nosotros por Su Espíritu. El apóstol Juan dice que sabemos que Dios mora en nosotros por el Espíritu que nos dio (1 Jn. 3:24; 4:13). Además, el Señor Jesús dice que tanto Él como Dios permanecen en nosotros (Jn. 14:23). Dios está en Cristo, y Cristo es el Espíritu. Por lo tanto, el Espíritu que mora en nosotros es Cristo que mora en nosotros, y Cristo que mora en nosotros es Dios que mora en nosotros. Dios en Cristo mora en nosotros, y Cristo como Espíritu mora en nosotros. Por lo tanto, cuando el Espíritu mora en nosotros, tenemos a Cristo y a Dios morando en nosotros. Los tres —el Espíritu, Cristo y Dios— moran en nosotros como uno solo; en otras palabras, el Dios Triuno mora en nosotros.
Cuando la Biblia dice que el Espíritu mora en nosotros, su énfasis recae en Su unción que está en nosotros (1 Jn. 2:27); cuando dice que Cristo mora en nosotros, su énfasis es que Él vive en nosotros como nuestra vida (Gá. 2:20); y cuando dice que Dios mora en nosotros, su énfasis es que Él opera en nosotros para que hagamos Su obra (Fil. 2:13; He. 13:21; 1 Co. 12:6). La Biblia establece claramente la distinción entre estos tres asuntos. Con respecto a que el Espíritu mora en nosotros, habla de la unción; con respecto a que Cristo mora en nosotros, habla del vivir; y con respecto a que Dios mora en nosotros, habla del operar. Estas tres expresiones no son intercambiables, porque la unción está relacionada con el Espíritu, quien es el ungüento en nosotros; el vivir está relacionado con Cristo, quien es vida en nosotros; y el operar está relacionado con Dios, quien obra en nosotros.
El Espíritu, al ungirnos, nos aplica interiormente el elemento de Dios. Cristo, al vivir en nosotros, vive la vida de Dios en nosotros y también manifiesta este vivir a través de nosotros. Dios, al operar en nosotros, realiza Su voluntad en nosotros para que ésta se cumpla en nosotros. El primer aspecto está relacionado con el elemento de Dios; el segundo, con la vida de Dios; y el tercero, con la voluntad de Dios. El Espíritu Santo es quien nos unge con el elemento de Dios, Cristo es quien vive la vida de Dios en nosotros, y Dios mismo es quien opera en nosotros para llevar a cabo Su voluntad.
Lo que obtenemos mediante la regeneración es sumamente grande, elevado, rico y glorioso. Por medio de la regeneración obtenemos la vida de Dios, la ley de vida, un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Asimismo, mediante la regeneración obtenemos al Espíritu, a Cristo y a Dios mismo. Esto es suficiente para hacernos santos y espirituales, suficiente para hacernos victoriosos y trascendentes, y suficiente para hacernos crecer y madurar en vida. No hay ninguna razón para no crecer hasta la madurez.