
El primer paso que damos al llevar a cabo la manera ordenada por Dios de reunirse y de servir es ejercer el sacerdocio neotestamentario del evangelio, al ayudar a las personas a que sean salvas y bautizadas. Esto es engendrar nuevos creyentes. Podemos ayudar a otros a que sean salvos y bautizados visitándolos en sus hogares al tocar a sus puertas. No obstante, no debemos ser legalistas con respecto a nuestra manera. Es posible que a veces los ayudemos de otras maneras; por ejemplo, tal vez los invitemos a una reunión o sencillamente les hablemos en la calle. El segundo paso que damos al llevar a cabo la manera ordenada por Dios es alimentar a los nuevos creyentes al reunirnos con ellos en sus casas. Puede ser que estos nuevos creyentes sean los que han sido salvos y bautizados entre nosotros, o pueden ser otros nuevos creyentes que hemos conocido. El tercer paso es perfeccionar a los nuevos creyentes en las reuniones de grupo. Después de alimentar a los nuevos creyentes por corto tiempo, debemos reunirlos para formar una reunión de grupo, no sólo para alimentarlos, sino también para perfeccionarlos. Esta reunión es la parte principal de la vida de iglesia y debe incluir la comunión, la intercesión, el cuidado, el pastoreo, la enseñanza, el perfeccionamiento y todos los otros aspectos de la vida de iglesia. El cuarto paso en la manera ordenada por Dios es profetizar en las reuniones grandes de la iglesia. Estos cuatro pasos para llevar a cabo la manera ordenada por Dios de reunirnos y de servir no deben ser algo que simplemente aprendamos. Estos pasos deben ser nuestro andar diario. Debemos tomar esta manera y andar según esta manera.
Hay muchas maneras de tener una reunión de grupo. Cuando se congreguen las personas en la reunión, espontáneamente pueden comenzar a cantar y a orar. Luego tal vez un hermano diga a los demás que una de las hermanas nuevas se ha enfermado y tal vez el grupo ore por ella. Hay muchas cosas acerca de las cuales podemos tener comunión en la reunión. Alguien puede preguntar acerca del empleo de cierto hermano, y otra vez el grupo puede orar y buscar la dirección del Señor para cuidar de él y de su familia. Un hermano que cuida de la reunión de grupo sabe cuando cierta persona ha estado hablando por mucho tiempo de cierto asunto. Entonces él puede presentar otra cosa en la reunión. Puede ofrecer una oración, y tal vez su oración cambie el ambiente de la reunión y la lleve a otro nivel.
La enseñanza en las reuniones de grupo no debe ser impartida por una persona en particular, sino por todos los que asisten a esa reunión. Durante la reunión de grupo, tal vez un hermano haga una pregunta sobre cierto punto de la Biblia. Todos los que están en el grupo pueden enseñar a los demás al decir algo para contestar aquella pregunta. Incluso los que han sido salvos desde hace muy poco tiempo, tienen algo para decir y pueden ofrecerlo en la reunión. Asimismo, muchas veces algunos de los asistentes pueden hablar algo más profundo para responder a las preguntas, y algunos pueden dar una palabra de conclusión. Cada uno tiene una porción pequeña y cuando cada uno presenta lo que tiene, todas las porciones son agregadas para producir una buena enseñanza. Todos pueden hacer preguntas, todos pueden contestar y todos pueden enseñar. Todo lo que se habla en la reunión de grupo lo oyen todos los que están presentes, y todos reciben ayuda. Ésta es la manera de enseñar a los santos en una reunión de grupo. Si los santos asisten a esta clase de reunión de grupo, semana tras semana por dos o tres años, serán perfeccionados.
Si practicamos las reuniones de grupo, aprenderemos la manera apropiada de llevarlas a cabo. La mejor manera de aprender es practicar. Cuanto más practicamos, más aprenderemos. No debemos decir que no sabemos cómo cocinar. Sencillamente debemos comprar algunos comestibles, echarlos en agua y ponerlos en la estufa. Entonces aprenderemos a cocinar. Si estamos dispuestos a practicar las reuniones de grupo por varios meses, sabremos cómo reunirnos y recibiremos el beneficio. Cuando hayamos aprendido la manera adecuada de tener tales reuniones, éstas llegarán a ser imprescindibles.
Las reuniones de grupo constituyen el ochenta por ciento de la vida de iglesia, si se practican de la manera adecuada. Sin embargo, tal vez no sepamos cómo tener las reuniones de grupo en vida, en espíritu, y conforme a la situación y necesidad actual de todos. Esto se debe a que nos hemos acostumbrado a tener reuniones de manera tradicional, formal y ritualista. En la vieja manera de reunirnos, pudimos habernos reunido por varios años y todavía no conocer a las otras personas que asistían a la reunión. Tal vez no había ningún contacto, cuidado ni pastoreo entre los miembros. En una iglesia que tuviera centenares de creyentes recién bautizados, sería imposible que hubiera suficientes ancianos como para cuidar de todos. Si tal iglesia se reúne en la vieja manera, el número de nuevos creyentes será impresionante; pero habrá muy poco contenido de realidad. Sin embargo, si esta iglesia se reúne de la manera apropiada, de los centenares de miembros se formarán grupos de ocho a quince personas. Cada grupo se encargará de las personas en ese grupo. Los miembros del grupo llegarán a conocerse muy bien, y toda la iglesia estará bajo un cuidado mutuo y diario. Este cuidado mutuo se lleva a cabo de muchas maneras en las reuniones de grupo.
Por causa de las reuniones de grupo, nosotros debemos estar siempre liberados, vivientes y frescos. Nunca debemos estar bajo ningún cautiverio. Casi todo el mundo está aprisionado con alguna clase de “grillos”. Es posible que todos los días estemos encadenados. Tal vez no seamos personas libres, personas que han sido liberadas, vivientes y frescas. Como resultado, somos deudores al Señor. Le debemos alabanzas, cantos, palabras y testimonios. Si somos personas libres, vivientes y frescas, el Espíritu dentro de nosotros tiene la plena libertad de moverse. Sin embargo, muchas veces cuando nos reunimos, parece que no tenemos al Espíritu. En lugar de eso, esperamos a que el Espíritu venga y nos libere. La Biblia nos dice que tenemos un espíritu humano (Job 32:8; Zac. 12:1) y al Espíritu divino (Ro. 8:9, 11, 16). Es incorrecto esperar algo que ya tenemos. Tenemos al Espíritu divino en nuestro espíritu humano, así que debemos ejercitar nuestro espíritu mezclado. No importa si sentimos nuestro espíritu o no. No es necesario sentir nuestro espíritu; sólo es necesario usarlo.
Hace varios años, al dar mensajes, muy a menudo no usaba un bosquejo al hablar. Cuando llegaba la hora de hablar, simplemente me acercaba al podio. No tenía preparado ningún versículo, pero cuando llegaba la hora de la lectura de la Biblia, los versículos que yo necesitaba para mi mensaje me venían. De la misma manera, cuando comenzaba a hablar, el mensaje mismo me venía. Si ejercitamos nuestro espíritu, el Espíritu dentro de nosotros se levanta, porque el Espíritu es uno con nuestro espíritu. Nadie puede separar a los dos. El Espíritu ha sido puesto en nuestro espíritu para ser la propia esencia de nuestro ser espiritual. Así que no necesitamos esperar al Espíritu, porque tenemos al Espíritu como nuestra misma esencia. Simplemente tenemos que usar nuestro espíritu mezclado.
Necesitamos ser entrenados e incluso disciplinados para reunirnos de una manera liberada, viviente y fresca. Muchas veces nuestras reuniones están muertas, frías, viejas, pobres y bajas, porque todavía estamos encadenados. Por esta razón, es difícil tener reuniones de grupo. Las reuniones de grupo necesitan tener al menos una persona que haya sido liberada, viviente, fresca y libre de cadenas. Si tal persona se reúne con un grupo por dos o tres semanas, afectará a todo el grupo. Todos los que asisten a esa reunión de grupo llegarán a ser lo mismo que él. En aquella reunión de grupo todos los nuevos creyentes serán liberados, vivientes y refrescados, porque desde el día en que se convirtieron en cristianos participaron en reuniones liberadas, vivientes y refrescantes. No conocerán otra manera de reunirse. No pensarán que estuvieron en una reunión a menos que hayan gritado, alabado y dicho: “¡Oh Señor! ¡Amén!”. Sin embargo, muchos de nosotros no somos así. Por muchos años hemos sido moldeados para ser lo que somos hoy, siempre viniendo a las reuniones de la misma manera. Si ésta es nuestra costumbre, será muy difícil tener reuniones de grupo adecuadas.
Tener reuniones de grupo según la vieja manera es fácil. Conforme a la vieja manera, los ancianos dividen la iglesia en varios grupos y designan un líder para cada grupo. Si es difícil encontrar un líder entre todos los que asisten a cierto grupo, pueden combinar los grupos o designar un hermano de otra área para que se una a aquel grupo. Sin embargo, es posible que incluso estos líderes sean para los nuevos creyentes ejemplos de la condición de muerte. Tal vez pidan un himno de modo muerto y dirijan la lectura de algunas lecciones también de manera muerta. Las reuniones de grupo que se llevan a cabo de esta manera son reuniones sin espíritu, sin libertad, sin vida y sin frescura.
Debemos ser personas liberadas, vivientes y que han sido refrescadas. Luego, debemos olvidar toda formalidad y ritual, y ejercitar nuestro espíritu para testificar, cantar, alabar, clamar, hablar, orar por otros y cuidar a otros. Las reuniones de grupo dependen de nuestro vivir diario. Debemos vivir una vida que sea liberada, viviente y refrescante, y todo el día necesitamos mantener una comunión constante con el Señor. Debemos ser personas que vivan en la presencia del Señor y que diariamente pasen tiempo con el Señor para estudiar Su Palabra. De esta manera espontáneamente tendremos una acumulación de Cristo en nuestra vida diaria. Esta acumulación llegará a ser nuestras riquezas espirituales, nuestro “capital” espiritual, para “gastar” en las reuniones. Seremos liberados, vivientes y refrescantes, y tendremos las riquezas de Cristo como depósito. Luego, cuando vengamos a las reuniones de grupo, estaremos liberados. Hablaremos y tendremos un contenido de Cristo con el cual hablar. Si somos personas así, seremos muy “contagiosos” e “infectaremos” a otros. Lo que hacemos en las reuniones no será una actuación. Será el producto de lo que somos y de la manera espontánea en la cual vivimos y nos comportamos. Podremos gritar, alabar, cantar y hablar de modo viviente. Ésta es la manera de tener la vida adecuada de iglesia.
Si somos personas tan vivientes, nos será fácil liberar a los pecadores. Cuando vayamos a tocar a las puertas de la gente, es posible que no estemos liberados, sino encadenados. Si éste es el caso, tal vez la gente nos abra la puerta, pero lo que diremos no tendrá un efecto libertador. Lo que sale de nuestras mentes no liberará a la gente; al contrario, la atará. Sin embargo, si somos personas liberadas, podemos hablar las mismas palabras, pero el espíritu en nuestro hablar será diferente. Cuando hablemos, nuestra palabra liberará a la gente y despertará el interés de las personas a quienes hablamos. Hoy en día muchos cristianos están buscando poder espiritual desde lo alto. Sin embargo, el poder verdadero consiste en que seamos personas liberadas. Un cristiano libre, viviente y que refresca a otros, vive en el espíritu, y cuando usa su espíritu, el Espíritu Santo se manifiesta. Es fácil que tales personas ayuden a la gente a ser salva y, después de ser salvas, a que pasen tiempo con ellos para alimentarlos. Todos debemos aprender a vivir tal vida y a ser tales personas. Si todos llegamos a ser tales personas, después de un corto periodo de tiempo toda la iglesia será avivada. Esta clase de avivamiento será un avivamiento verdadero, constante y continuo.