
Lectura bíblica: Jn. 3:25-30; 12:20-26, 32-33; 15:1-5, 7-8, 12, 16-17; 17:21-23
Todos debemos cooperar por medio de oración para implementar la carga impartida en estos mensajes. Esto no es solamente una carga, sino una batalla. Debemos comprender que todos los aspectos del servicio sacerdotal siempre involucran una batalla. No realizamos simplemente una obra; estamos atacando una fuerza maligna en los lugares celestiales: la potestad de las tinieblas. ¡Cuánto necesitamos hacer oraciones poderosas! Les ruego a todos que nos unamos en el espíritu para orar por este entrenamiento. En todas las visitas que he hecho recientemente a otros lugares, me he dado cuenta de que verdaderamente hay una necesidad, urgente y apremiante de que realicemos esta clase de entrenamiento. Es nuestra oración que el Señor lleve a cabo estos asuntos entre nosotros, en nosotros y por medio de nosotros.
Muchos cristianos desconocen que el Evangelio de Juan realmente nos habla de la propagación del evangelio. Sin embargo, la mejor manera, y la más apropiada, de propagar el evangelio se revela claramente en este libro. Juan no fue escrito simplemente siguiendo un determinado orden o secuencia, sino que en él vemos un proceso que empieza desde el principio y continúa hasta alcanzar una consumación máxima. Este evangelio consta de veintiún capítulos, los cuales podemos dividir en tres secciones. La primera sección, que principalmente abarca los capítulos del 1 al 3, nos muestra el nacimiento de la vida. Por ejemplo, en 1:12 leemos: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Luego en 3:6 se nos dice que este nacimiento es un nacimiento que ocurre en el espíritu y que es del Espíritu: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”.
Luego, la segunda sección, que se extiende desde el capítulo 4 hasta por lo menos el capítulo 7, trata del crecimiento de la vida. Después de que un bebé nace, necesita comer y beber para poder crecer. El capítulo 4 deja claro que tenemos que beber de Cristo, quien es la fuente de agua viva (vs. 10, 14). Beber es diferente de nacer. Beber equivale a crecer después de haber nacido. Luego en el capítulo 6 el Señor Jesús nos dice que tenemos que comerle: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (v. 57b). Tenemos que alimentarnos de Él. Alimentarnos no sólo significa recibir a Cristo, sino tomarlo como nuestro suministro de vida. La vida hace posible que ocurra el nacimiento, mientras que el suministro de vida hace posible el crecimiento de vida. Así pues, después del nacimiento, tenemos el crecimiento de vida.
La tercera sección se extiende principalmente desde el capítulo 10 hasta el final del libro. Decir que el propósito de esta sección es la madurez en la vida divina, no es una expresión adecuada. Por supuesto, en el nacimiento recibimos vida, luego crecemos al comer y beber, y por medio del crecimiento alcanzamos la plenitud de la vida, o sea, la madurez. Sin embargo, la madurez tiene como meta la edificación. En la parte final de este libro encontramos la oración que el Señor hizo en el capítulo 17: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste” (v. 21). La unidad es la edificación. Por tanto, la tercera sección de este libro trata de la edificación.
Muchos cristianos dan por sentado que este evangelio es un libro para principiantes. Sin embargo, este libro incluye la eternidad pasada y la eternidad futura. En 1:1 se alude a la eternidad pasada, pues dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. Luego en la eternidad futura habrá un edificio. Como ya hemos visto muchas veces, este edificio es una morada mutua tanto de Dios como del hombre, y es la vid universalmente vasta. En el capítulo 15 tenemos la vid con todos los pámpanos. La vid misma es la Cabeza, y todos los pámpanos son los miembros del Cuerpo. Si únicamente miramos los pámpanos, nos podría parecer que están separados unos de otros, pero si vamos a la fuente a la cual están unidos, podremos ver que todos ellos están edificados conjuntamente en la vid como una sola entidad. Esta unidad es el edificio. En el capítulo 2 el Señor dijo que Su cuerpo físico era un templo en pequeña escala. En esa ocasión Él predijo que el enemigo utilizaría al pueblo judío para destruir este cuerpo. Él dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (v. 19). Esto alude a la resurrección. En virtud de la resurrección y en resurrección Cristo edificó un edificio universal en unidad.
En Juan 3:25 al 30 dice: “Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación. Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a Él. Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de Él. El que tiene la novia, es el novio; mas el amigo del novio, que está allí y le oye, se goza grandemente de la voz del novio; así pues, éste mi gozo se ha colmado. Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe”.
Debemos unir el versículo 29 con el versículo 30. En el versículo 29 tenemos la novia, y en el versículo 30 tenemos el crecimiento o aumento. Esto nos muestra que la novia es el aumento de Cristo, así como Eva, la esposa de Adán, era el aumento de Adán. Originalmente Adán era un hombre soltero, pero más tarde un aumento salió de él. Ese aumento era el aumento de Adán, el cual se convirtió en su pareja, su novia. Incluso en la tipología es muy evidente que la novia, o la esposa, es siempre el aumento del novio, el esposo. En Juan 3 Juan el Bautista dice que el aumento de Cristo es Su novia misma.
Sin embargo, en el capítulo 3 no vemos la manera en que se produce el aumento de Cristo. Esto se revela en el capítulo 12. Juan 12:20-23 dice: “Había ciertos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. Éstos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaron, diciendo: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús. Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”. Si nos detuviéramos aquí, podríamos pensar que ser glorificado equivale a ser entronizado. Pero tenemos que entender cuál era la situación. En aquel tiempo todo el mundo le daba la bienvenida a Jesús. Todas las personas le rendían su más grande y calurosa bienvenida. Incluso los gentiles, los griegos, vinieron a saludarlo a Él y a Sus discípulos, entre los cuales estaban Felipe, Andrés y los demás. No me cabe duda de que ellos se sentían muy emocionados. Si usted y yo hubiésemos estado allí, nos habríamos sentido también muy emocionados. Esto fue algo que no tuvo precedentes durante esos tres años y medio. Sin embargo, a pesar de que los discípulos se sentían emocionados y vinieron a contarle las noticias al Señor, Él les respondió, diciendo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”.
El versículo 24 dice: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. La palabra fruto aquí se refiere a los muchos granos. Ser glorificado, por tanto, es pasar por el proceso de la muerte y la resurrección. Los versículos 25 y 26 añaden: “El que ama la vida de su alma la perderá; y el que la aborrece en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde Yo esté, allí también estará Mi servidor. Si alguno me sirve, Mi Padre le honrará”. Luego los versículos 32 y 33 dicen: “Y Yo, si soy levantado de la tierra, a todos atraeré a Mí mismo. Pero decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir”. No debemos pensar que ser levantado es ser entronizado; en vez de ello, ser levantado equivalía a que lo iban a matar. En Juan 12 se nos revela la manera en que se produce el aumento. El aumento de Cristo se genera y produce mediante el proceso de la muerte y la resurrección.
En estos pasajes de la Palabra encontramos la verdadera predicación del evangelio. En primer lugar, debemos señalar que el verdadero significado de la predicación del evangelio es que se produzca el aumento de Cristo. La predicación, el progreso, del evangelio es el aumento de Cristo. La verdadera predicación hace que Cristo crezca. Esto no es simplemente un pensamiento o un concepto mío. Éste era incluso el pensamiento de Juan el Bautista. Los discípulos de Juan estaban con Juan y abogaban por Juan. Ellos querían que las personas siguieran a Juan, pero vieron que algo diferente sucedía: las personas acudían a Jesús y no a Juan. Por esta razón, tuvieron envidia y un día vinieron a Juan y le dijeron: “Rabí, ... [Él] bautiza, y todos vienen a Él” (3:26). El tono con que hablaron manifestaba envidia. Entonces Juan pareció decirles: “Yo les dije claramente desde el primer día que yo no soy el Cristo. Yo solamente soy una voz que da testimonio de Cristo. Él es el Cristo, y Él es Aquel que recibirá la novia”.
Independientemente de si esos pobres discípulos entendieron o no las palabras de Juan nosotros sí debemos entenderlas. Todas las personas que acudían a Cristo y recibían algo de Él, finalmente llegaron a ser la novia de Cristo. La novia es el conjunto de todos aquellos que reciben a Cristo. Por eso Juan pudo decir: “No tengan envidia. Yo soy el bautizador, no soy el novio. Él es el Novio. Por lo tanto, está bien que todas las personas acudan a Él, pues Él es Aquel que recibirá la novia”. Luego, Juan añadió: “Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe”. Cuando leemos estas dos palabras juntas, novia y crezca, espontáneamente entendemos que la novia es el aumento, y que el aumento es la novia.
Predicar el evangelio es conducir a las personas a Cristo. Sin embargo, es lamentable que muchos cristianos hoy en día no comprendan que el propósito de conducir a las personas a Cristo es que Cristo crezca. En nuestra predicación del evangelio, ¿alguna vez llegamos a pensar que traemos a las personas para que sean parte de la novia de Cristo, es decir, que traemos a las personas con miras al aumento de Cristo? Durante más de veinte años yo nunca pensé que la predicación del evangelio tenía como fin que Cristo creciera y que más personas se añadieran para formar parte de la novia de Cristo. En Juan 3 vemos que el propósito del evangelio es que se produzca el aumento de Cristo. Éste no es el evangelio que nos habla de ir al cielo. En la cristiandad hay muchos que piensan que debido a que las personas se encuentran en una condición lamentable e irán al infierno cuando mueran, necesitan saber que Dios las ama y que envió a Su Hijo para salvarlas y llevarlas al cielo. Sin embargo, debemos escuchar al primer evangelista, a Juan el Bautista. En la Biblia encontramos el principio de la primera mención, es decir, que la primera vez que algo se menciona en la Biblia establece un principio para ello. Así pues, el primer evangelista nos dijo que conducir a las personas a Cristo es para aumentar a Cristo y para producir la novia de Cristo.
Cuanto más consideraba estos mensajes delante del Señor, más sentía de parte del Señor que los queridos hermanos y hermanas necesitan que se les ayude a comprender que la verdadera predicación del evangelio consiste en obtener el aumento de Cristo, y que la verdadera obra del evangelio que trae a las personas a Cristo tiene como fin tener los componentes de la novia de Cristo. De ahora en adelante, cuando salgamos a predicar el evangelio, debemos cambiar de actitud, es decir, tenemos que ser transformados en nuestra manera de pensar. El evangelio no tiene como meta simplemente salvar a los pecadores caídos, sino que Cristo pueda crecer. La meta es traer a más personas para que formen parte de la novia de Cristo. Esto es muy básico, pues si no comprendemos cuál es el verdadero significado de predicar el evangelio, tomaremos el camino equivocado en nuestra predicación.
Como hemos dicho, Juan 12 nos muestra el camino para que Cristo pueda crecer. ¿Cómo puede un grano de trigo multiplicarse y llegar a ser muchos granos? A menudo hablamos del versículo 24, pero la mayoría de las veces pensamos que este versículo únicamente se aplica a Cristo, a un solo grano. Debemos comprender que en principio este versículo también se aplica a nosotros. En estos días, al menos tenemos interés en predicar el evangelio. Pero ¿nos hemos dado cuenta de que predicar el evangelio es permitir que Cristo crezca por medio de nosotros? Nosotros somos un grano de trigo. ¿Cómo puede este grano multiplicarse? Esto no sucede simplemente diciéndole a nuestro vecino: “Usted debe entender que es un pecador. Dios le ama, y yo también le amo. Usted necesita a Cristo”. No hay nada de malo con esto, pero está muy lejos de la meta.
Nosotros predicamos el evangelio no sólo por medio de nuestras palabras. Mientras hablamos con nuestro vecino, el enemigo Satanás, quien es muy astuto, operará en el interior de él para que piense así: “Usted dice que yo no he sido salvo. ¿Quiere decir entonces que usted ya es salvo? ¿Qué diferencia hay entre usted y yo? ¿Acaso es usted mejor que yo? Si yo soy un pobre pecador, ¿qué de usted? En mi opinión, su condición es aún más lamentable que la mía”. El astuto enemigo convencerá a esa persona, y él señalará sus defectos y le preguntará: “¿Qué me dice de su madre, de su esposa, de su hermano y de la familia de su esposa? Usted tiene demasiados problemas. Permítame decirle cómo tratar los problemas con su esposa. Yo no necesito que usted me predique; al contrario, lo que usted necesita es mi predicación”. Algunas veces nuestros familiares, vecinos, compañeros de estudio y colegas son muy corteses. No le dirían nada, pero tienen mucho que decir en su interior. A veces —y de hecho muchas veces—, parece que cuanto más les predicamos el evangelio, peor es, nada ocurre, y más la gente se molesta con nuestra predicación. Si ése es el caso, es mejor callarse.
¿Cómo puede un solo grano multiplicarse y llegar a ser muchos granos hoy? Sólo mediante una vida crucificada, es decir, siendo personas crucificadas que mueren cada día. He aquí un principio universal: dondequiera que opere la muerte divina, allí se manifestará la resurrección divina. Si simplemente morimos, Cristo será resucitado. Es mediante este proceso de muerte y resurrección que Cristo se hará manifiesto a nuestros amigos y vecinos. Quizás no sea necesario que nosotros les prediquemos mucho. Si somos levantados en la cruz, esto atraerá las personas a Cristo.
Necesitamos que se levante un verdadero testimonio al experimentar nosotros la muerte y la resurrección de Cristo en nuestra vida diaria. Si no tenemos un verdadero testimonio de vida, entonces cuanto más prediquemos, más estorbaremos el evangelio. Muchos queridos cristianos sencillamente no pueden predicar el evangelio a sus familiares porque no tienen un testimonio apropiado. Nadie conoce mejor nuestras vidas que nuestros familiares. Si no podemos mostrar un testimonio de vida por medio de la muerte y la resurrección, entonces cuanto más tiempo vivamos en cierto lugar, más nuestros vecinos guardarán su distancia de nosotros. La verdadera predicación del evangelio es una vida de crucifixión y resurrección que expresa a Cristo. Esto es lo que convence a las personas. No discutan con la gente. Cuanto más discutamos con ellas, más terreno perderemos. En vez de ello, debemos convencer a las personas por medio de morir, con nuestro andar diario y con nuestro vivir diario.
En los pasados dos mil años, la crucifixión, la muerte y la cruz de Cristo ha hablado a muchos corazones. Necesitamos que la muerte de Cristo, la cruz y la crucifixión proclamen a Cristo más de lo que podemos hacerlo nosotros con nuestras bocas. Eso no significa que no necesitemos abrir nuestra boca para expresar algo acerca del Señor. Ciertamente debemos hacerlo. No obstante, lo más fundamental es nuestro testimonio de vida. Necesitamos morir; no existe otra mejor manera. No discutan con sus vecinos, con sus compañeros de estudio ni con sus compañeros de clase; en lugar de eso, muera ante ellos. Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, jamás podrá multiplicarse. Esta multiplicación es la verdadera propagación del evangelio.
Los cristianos siempre andamos soñando. No es necesario que busquemos el don milagroso de los sueños, pues todos somos expertos en soñar. Pensamos que si oramos por tres noches y tres días, seremos revestidos de poder para predicar el evangelio. En realidad, no existe tal cosa; les digo mil veces, no. En vez de ello, debemos comprender que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no habrá ninguna multiplicación. Independientemente de cuántos días, noches, meses —o incluso años— oremos, la respuesta a la oración apropiada es: “Tienes que morir”. Si ha de producirse una multiplicación, si ha de producirse algún aumento, tenemos que morir. Si el grano de trigo no muere, no hay posibilidad de ningún incremento.
Les digo una vez más que esto no significa que no debamos predicar el evangelio verbalmente. Ciertamente debemos hacerlo, pero dicha predicación debe basarse en la vida crucificada. La vida crucificada debe abrir el camino para nuestras palabras. De lo contrario, nuestra vida lo único que hará será cerrar el camino; no importa cuánto hablemos con nuestra boca, nuestras palabras únicamente empeorarán las cosas. Si no tenemos un testimonio de vida, es mejor que cerremos nuestra boca. La única manera de obtener un incremento es experimentar la muerte y la resurrección. No hay otro camino. Pareciera que Juan 12:24 únicamente se aplica al Señor. Sin embargo, si continuamos leyendo, en los versículos 25 y 26 se nos dice claramente que el principio expuesto en el versículo 24 también se aplica a nosotros. Si hemos de servir al Señor, tenemos que estar donde Él está. Él está en el camino de la muerte; Él está en el camino de la cruz. Por consiguiente, nosotros tenemos que estar allí también.
Todos debemos ver que la verdadera predicación del evangelio tiene como objetivo el aumento de Cristo. Cristo está en nosotros, y por tanto somos un grano de trigo. En nuestro interior está la vida, pero también tenemos un cascarón que nos recubre. Este cascarón tiene que ser quebrantado; debe ser puesto en la tierra para que muera allí. Entonces la vida que está en nuestro interior, que es Cristo mismo, se manifestará, y mediante esta manifestación, Cristo será impartido en otros. Esta impartición será Su aumento. Esto no es cuestión de simplemente predicar la doctrina del evangelio; más bien, es cuestión de impartir a Cristo en otros mediante una vida crucificada y resucitada.
Juan 15 nos muestra cómo los muchos granos son edificados unos con otros para que se produzca un aumento corporativo. En el capítulo 12 vemos la manera en que se produce el aumento, y en el capítulo 15 vemos la manera en que somos edificados. Los versículos del 1 al 5 dicen: “Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en Mí no lleva fruto, lo quita; y todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer”.
Es posible que tengamos el concepto equivocado de que el fruto del que el Señor habla aquí se refiere a ciertas manifestaciones de la vida divina, como lo es el fruto del Espíritu mencionado en Gálatas 5. Sin embargo, en estos días, mientras más consideraba este capítulo, más claramente lo entendía. Juan 15:16 nos muestra el verdadero significado de llevar fruto en este capítulo. Este versículo dice: “No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé”. Si leemos este versículo detenidamente, podemos darnos cuenta de que el fruto aquí no se refiere a las manifestaciones de la vida divina. Llevar fruto equivale a producir, a obtener, un aumento. Esto se refiere a la verdadera propagación del evangelio, la cual consiste en impartir a Cristo en las personas, de modo que ellas lleguen a ser el fruto. En este capítulo el fruto es el rebosar de Cristo que se imparte en las personas, de modo que ellas lleguen a ser el aumento de Cristo.
Observen un árbol frutal. El fruto que se produce en las ramas del árbol es el incremento de ese árbol. El fruto no es simplemente mansedumbre, humildad ni cierta clase de buen comportamiento, sino más bien, el desbordamiento de la vida que está en nuestro interior, la cual produce un incremento de vida. Los árboles frutales se reproducen mediante la semilla que está en el fruto. Dentro del fruto que está en las ramas del árbol hay semillas. Cuando estas semillas caen en la tierra, producen más árboles. Originalmente había un solo árbol; pero después de cierto tiempo, se producen muchos árboles. Éste es el aumento.
Al final de Mateo el Señor nos dio la comisión de ir a predicar el evangelio a todas las naciones (28:19). En Marcos encontramos una exhortación similar: “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación” (16:15). Asimismo, Lucas concluye de la misma manera (24:47-49). Sin embargo, ¿nos habla el Señor acerca de la predicación del evangelio en el Evangelio de Juan? Sí, lo hace, pero de una manera diferente. En Mateo, Marcos y Lucas, pareciera que la predicación del evangelio es una especie de movimiento, cierta clase de actividad u obra. Es únicamente en el Evangelio de Juan, en el evangelio de vida, que vemos que la predicación del evangelio no es una obra ni una actividad, sino el resultado del desbordamiento de la vida divina. Es por ello que en Juan 15:16 el Señor eligió y puso a los discípulos para que fueran y llevaran fruto. Esto equivale a predicar el evangelio con miras al aumento de Cristo. Debemos proseguir a fin de producir a Cristo, es decir, hacer que Cristo sea reproducido, multiplicado e incrementado a treinta, a sesenta y a ciento por uno. En esto consiste la “gran comisión”. En este libro pareciera que no se hizo esta comisión en cuanto a la predicación del evangelio, pero en realidad aquí se encuentra la verdadera comisión de predicar el evangelio. No se presenta como una obra, actividad o movimiento, sino de una manera orgánica, como el resultado del desbordamiento de la vida que está en nuestro interior.
Según Juan 15, si tomamos en serio las cosas del Señor, el Padre nos podará, nos cortará y nos purificará. Todos los pámpanos necesitan una especie de poda. Muestro un poco de recelo al decirles esto, porque no quiero desanimarlos ni asustarlos. Sin embargo, si ustedes les preguntan a los mejores labradores cómo se ayuda a las ramas de los árboles para que lleven fruto, ellos les dirán que ellos las podan. Algunas ramas no llevan fruto porque les hace falta que las poden. Cuando los hermanos y hermanas toman en serio las cosas del Señor, y el Padre viene y pone Sus manos sobre ellos y los poda, de inmediato su predicación del evangelio es prevaleciente. Por otro lado, es posible que estemos muy cómodos. Si alguien nos preguntara: “¿Cómo estás?”, tal vez les digamos: “Todo está bien”. Sin embargo, no todo está bien, especialmente en relación con la predicación del evangelio. El día en que nuestro entorno, nuestras circunstancias, no estén bien —aun podrían ser caóticas— ése será el tiempo en que nuestra predicación del evangelio será prevaleciente.
Muchos queridos santos no pueden predicar el evangelio de forma prevaleciente mientras están saludables. Sin embargo, una vez que el Padre, el Labrador, toca un poco esos pámpanos, la salud de dichos hermanos se quebranta y ellos se enferman. Es en esos momentos que su predicación es prevaleciente. Mientras prosperamos, puede ser que les digamos a las personas que necesitan a Jesús y que ellos deben creer en Él, pero esto es semejante a las hijas de Lot cuando le hablaron a los habitantes de Sodoma. A la gente no le interesará escuchar estas palabras, y nos escucharán de la forma que escuchan las noticias. Sin embargo, tal vez perdamos nuestro negocio u otras cosas, o que tengamos otro tipo de problemas. Es posible que suframos por algo. Esto es la poda, el corte, la purga y el quebrantamiento que hará que nosotros los pámpanos llevemos fruto. El Labrador, quien es el Padre, sabe cómo podarnos.
Juan 15 es un capítulo muy significativo. En este capítulo vemos que el Padre tiene la intención de forjar todo lo que Él es, toda la plenitud de la Deidad que está en Cristo, en los pámpanos de la vid para que lleven más fruto. Existe una gran necesidad de que el Padre forje toda Su plenitud en nuestro ser para que llevemos fruto, es decir, para que la vida que está en nuestro interior desborde, lo cual es la realidad de la plenitud del Padre. El resultado del desbordamiento de la vida interior es el fruto, y muchas veces este desbordamiento se produce únicamente cuando somos podados, cortados y limpiados.
Si queremos tener una propagación del evangelio prevaleciente, debemos aprender a permanecer en Cristo. Permanecer en Cristo significa mantenernos en comunión con Cristo. Todo el tiempo debemos permitir que Cristo permanezca en nosotros. Entre nosotros y Cristo debe haber un continuo fluir interno. Debemos permanecer en Él y permitirle a Él permanecer en nosotros. De este modo, todo lo que Él desee, todo lo que Él hable, Su Palabra, Su intención, permanecerá en nosotros. Necesitamos tener este tipo de comunión entre nosotros y el Señor.
Les repito nuevamente que esto no significa que no debamos abrir nuestra boca para predicar el evangelio; más bien, significa que lo que prediquemos con nuestra boca depende del verdadero fluir interior que tenemos de Cristo. Debemos tener este fluir interior en Cristo y con Cristo. Entonces, cada vez que abrimos nuestra boca, habrá un poder prevaleciente; el cual no será solamente un poder externo, sino el poder de la vida interior.
También debemos aprender a pedir con respecto a esta obra evangelizadora. En Juan 15:7 y 8 dice: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho. En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así Mis discípulos”. Este pasaje trata de la oración. El Padre nos concederá todo lo que pidamos. Esto significa pedir a fin de que ciertas personas sean traídas al Señor y lleguen a ser parte del aumento de Cristo. En el pasado, algunos jóvenes vinieron a decirme: “En Juan 15:7 el Señor prometió que Él nos daría todo lo que pidiéramos. Por varios años le pedí al Señor que me concediera ir a la universidad para obtener un doctorado, pero Él no ha cumplido Su promesa”. Sin embargo, si leemos el contexto de este capítulo, veremos que la oración de la cual habla el Señor aquí es que ciertas personas sean añadidas para formar parte del aumento de Cristo. Es una oración para que ciertas personas lleguen a ser fruto como resultado del desbordamiento de la vida interior.
Si consideramos todos los asuntos que hemos mencionado, podremos entender donde está nuestra escasez y por qué nuestra predicación no ha sido prevaleciente. En el cristianismo actual muchos piensan que predicar el evangelio consiste en realizar ciertas actividades, campañas de evangelización y cruzadas. Pero no es así. La verdadera predicación del evangelio es el resultado del Cristo que desborda de usted y de mí. Éste es el aumento de Cristo.
En Juan 15:12 leemos: “Éste es Mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como Yo os he amado”, y el versículo 17 dice: “Estas cosas os mando para que os améis unos a otros”. En este contexto, amarnos unos a otros equivale a ser edificados. Luego, el capítulo 17 continúa hablándonos de la misma manera. Los versículos del 21 al 23 dicen: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado”. Cuando llegamos al capítulo 17, todos tenemos que humillarnos, pues todos tenemos carencias en este asunto. No hemos sido edificados.
Hoy en día lo más que hacen muchos cristianos es reunirse, pero no tienen edificación. Todo lo que tienen es un montón de piedras, mas no hay edificación. Es posible que hoy, usted sienta “amontonarse” con cierto querido hermano, pero después de dos meses descubra que él no era tan bueno, y entonces decida irse a otro “montón de piedras”. No piensen que alguien vino a contarme cuál es su condición. Tal vez si alguien vino, ése fue el Espíritu Santo. Él muchas veces ha venido a reprenderme, diciendo: “Mira la situación en la que están ustedes”. No conozco los detalles de su caso, pero en mi espíritu conozco el principio. Muchos de los que están entre nosotros simplemente han estado “yendo de un montón de piedras a otro”. No obstante, una vez que seamos edificados, jamás podremos movernos de un lado a otro. Una viga de madera en un edificio no puede cambiar de lugar; simplemente ha sido edificada.
Debemos abandonar toda expectativa de poder cambiar de lugar. Puesto que estoy edificado con cierto hermano, lo amo. No lo amo porque él sea digno de mi amor, sino que lo amo sencillamente sin ninguna razón. Simplemente, tengo que amarlo. Nos sentimos obligados a amarnos unos a otros. Cuando nos amamos unos a otros, eso significa que hemos sido edificados. Es esta unidad y edificación la que convencerá al mundo.
¿Cómo esperamos que nuestros amigos, nuestra familia y nuestros parientes sean traídos a Cristo? Muchas veces nuestra familia nos oye criticar a los hermanos. Cuando criticamos a la iglesia y a los queridos hermanos y hermanas, nuestros hijos y nuestra esposa nos oyen. Después de que nos oyen, ¿cómo esperamos que ellos sean traídos al Señor? En vez de eso, ellos sacudirán la cabeza al escuchar el evangelio. Por consiguiente, tenemos que amarnos unos a otros. Incluso si una esposa se queja y le pregunta a su esposo: “¿Cómo puedes amar a esa clase de persona?”, él podrá decirle: “Simplemente los amo”. Es posible que la esposa se queje y lo critique, sin embargo, ella quedará convencida en su corazón.
La mejor de las pruebas es el examen de la edificación. El grado al que hayamos sido disciplinados por el Señor y hayamos aprendido las lecciones se prueba por medio de la edificación. Es por ello que en Juan 15, donde el Señor nos habla de llevar fruto, Él nos manda a amarnos unos a otros. Amarnos unos a otros tiene mucho que ver con el hecho de llevar fruto. Si no amamos a nuestros hermanos y hermanas, no creo que nuestra predicación del evangelio pueda ser prevaleciente. Si hoy criticamos a una hermana, y mañana nos sentimos descontentos con otro hermano, y luego predicamos el evangelio, ¿creen ustedes que nuestra predicación puede prevalecer? El mundo espiritual nos está viendo. Los espíritus malignos incluso pueden decirnos: “¿Estás predicando el evangelio?”. En esta clase de predicación no estará presente el poder que convence a las personas. Sin embargo, supongamos que simplemente amamos a cierto hermano o a cierta hermana, sin importar la clase de persona que sean. Sencillamente los amamos sin ninguna razón o explicación. Si ése es el caso, podemos estar seguros de que cada vez que abramos nuestra boca para predicar el evangelio, el poder que convence a las personas estará con nosotros. El poder no estará en nuestra voz ni en la energía con la que proclamamos, sino que dicho poder provendrá de nuestra vida, la cual convence a los demás.
Si nuestra predicación va a ser prevaleciente, es necesario que seamos podados por el Padre, que permanezcamos en el Hijo, que oremos para que las personas sean introducidas en la realidad del aumento de Cristo, que nos amemos unos a otros, que seamos edificados unos con otros y tengamos la unidad. No debemos pensar que en el Evangelio de Juan no se encuentra la comisión de predicar el evangelio. En este libro sí se halla la comisión de predicar el evangelio, sólo que se menciona de otra manera, no como una actividad, movimiento, obra o cruzada, sino como una vida que continuamente experimenta la poda del Labrador celestial, que siempre permanece en el Hijo de Dios, que siempre ora para que ciertas personas sean introducidas en la realidad del aumento de Cristo, y que siempre ama a los hermanos independientemente de cuál sea su condición o situación. Sencillamente amamos a los hermanos por causa del Señor Cristo. Hemos aprendido las lecciones y estamos siendo edificados juntamente unos con otros. Éste es el poder que prevalece, la vida que convence, de la predicación del evangelio. La predicación del evangelio es el aumento de Cristo, y este aumento únicamente es posible cuando somos puestos a muerte. Es preciso que aprendamos las lecciones que se hallan en los capítulos del 15 al 17. ¡Oh, cuánto necesitamos ser edificados!
Por ahora nos encontramos en el proceso del recobro del Señor. Les quisiera rogar, con sinceridad y humildad, que tengan paciencia con respecto a la edificación. Nuestra predicación del evangelio nos ha puesto a prueba y nos ha mostrado dónde nos encontramos, y ahora tenemos que ser edificados. No acepten ninguno de los conceptos que adquirieron en su formación en el cristianismo. Les digo esto con humildad y con franqueza. Esto nos ha influenciado muchísimo, y aún continuamos bajo esta influencia. La manera apropiada de predicar el evangelio no es realizar cierta clase de movimiento o cruzada, sino llevar una vida crucificada, una vida podada, una vida que permanece en Cristo y que está siendo edificada. Para esto se requiere más tiempo. Entonces veremos que la predicación prevalecerá.
No tengan la expectativa, según sus conceptos arcaicos, que nos estamos preparando para llevar a cabo una obra evangelizadora, y que de repente en una sola noche veremos los resultados. Esto es simplemente un sueño. Por muchos años hemos leído informes relacionados con el evangelio que no son más que cifras escritas con tinta negra sobre papel blanco, pero ¿dónde está el verdadero resultado? ¿Dónde están todas esas personas hoy? ¿Dónde está el verdadero fruto? ¿Es ése el camino que queremos seguir? El evangelio de vida nos muestra que el camino que debemos seguir para llevar fruto, para que Cristo pueda crecer, es el camino de la vida.
No quiero hablar mucho acerca de las iglesias del Lejano Oriente. Sin embargo, hemos visto que ellas no han tenido necesidad de realizar una cruzada ni un movimiento de evangelización. Los santos de Taipéi simplemente llevan una vida para el evangelio, y cada mes y cada año un buen número de personas son añadidas y llegan a ser parte del aumento de Cristo. Esto se debe a que han sido edificados. Necesitamos paciencia para ser edificados, y esta edificación se revela en todos los pasos de los cuales ya hemos tenido comunión. Sin duda alguna, ya hemos experimentado el nacimiento divino, pero ¿qué del crecimiento? ¿Qué tanto bebemos al Señor y nos alimentamos de Él? ¿Y cuánto hemos madurado y crecido? Tenemos que humillarnos y ver cuál es el camino apropiado.
Muchas cosas que vimos durante el tiempo que hemos estado en el cristianismo no son acertadas, y más o menos nos distraen. Les ruego que aprendan la lección de abandonar todas esas cosas y volverse al Señor y seguir el camino de la vida. Les animo a que lean nuevamente el Evangelio de Juan. En los primeros tres evangelios —Mateo, Marcos y Lucas— encontramos la comisión de predicar el evangelio, aparentemente como si fuera una actividad. Pero en el último evangelio, el evangelio de la vida, esta comisión no se menciona como una actividad, sino como algo que es conforme al camino de la vida. Si no seguimos este camino, es posible que traigamos personas a Cristo de una manera externa, pero no veremos el aumento de Cristo. A fin de que Cristo obtenga un aumento con personas, nosotros debemos llevar una vida crucificada, en la cual impartamos a Cristo continuamente a las personas —y no simplemente traigamos personas a Cristo—, de modo que ellas sean transformadas y lleguen a formar parte de la novia de Cristo.
Le pido al Señor que en estos días el Espíritu nos ayude a todos a comprender que la manera apropiada de predicar el evangelio es impartir a Cristo en otros. Para ello se requiere que nosotros permanezcamos en Él y seamos podados, purificados y quebrantados, es decir, seamos crucificados. Entonces algo de Cristo crecerá en nosotros y se manifestará por medio de nosotros, y Cristo será impartido en otros. De este modo, tendremos el verdadero aumento, y este aumento será la novia de Cristo. Ésta es la manera apropiada de predicar el evangelio. Ésta es la predicación del evangelio que es conforme al principio de la vida.