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Mensajes del libro «Predicar el evangelio en el principio de la vida»
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CAPÍTULO TRECE

PREDICAR EL EVANGELIO SEGÚN EL MINISTERIO REMENDADOR DE JUAN

  Lectura bíblica: Jn. 10:10b; 3:29-30; 12:24-26; 15:4-5; 17:21

  Los escritos del apóstol Juan se clasifican en tres grupos. El primero es su evangelio, el segundo es sus epístolas y el último es el libro de Apocalipsis. Es muy interesante que según el orden en que fueron puestos los libros del Nuevo Testamento, todos los escritos de Juan aparecen al final de cada sección. Esto no se debe a que estos libros fueran los últimos en escribirse, pues, en ese caso, todos aparecerían al final del Nuevo Testamento, sino que conforme a la soberanía del Señor, los libros del Nuevo Testamento no siguen una secuencia cronológica; en lugar de ello, el Evangelio de Juan aparece al final de los Evangelios y sus epístolas aparecen al final de las Epístolas. Incluso después de Judas encontramos las siete epístolas del libro de Apocalipsis, que va al final de todo el Nuevo Testamento. La razón subyacente es muy significativa. Podemos ver la verdadera soberanía del Señor en relación con la Biblia.

  El ministerio de Juan no es el ministerio que da inicio, sino más bien, el ministerio que concluye. Su ministerio no es el ministerio de pesca, para traer a las personas, sino el ministerio “remendador” que mantiene a las personas en el testimonio al “remendar” la obra del Señor. Si estudiamos todos los libros de este apóstol con esta perspectiva, recibiremos nueva luz.

  Al final del Evangelio de Mateo, el Señor Jesús dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (28:19). En Marcos el Señor Jesús dijo prácticamente lo mismo: “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación” (16:15), y en Lucas encontramos una exhortación similar (24:47-49). Al final de estos tres evangelios se nos dice lo mismo, a saber: que tenemos que ir, predicar el evangelio a todas la naciones y a toda creación, y hacer discípulos a los gentiles. Sin embargo, cuando llegamos al último de los Evangelios, no encontramos este tipo de exhortación o mandamiento. La comisión del Señor en el Evangelio de Juan no se nos presenta de esta manera. En Juan encontramos la manera de predicar el evangelio en la vida divina y en virtud de la vida divina, o sea, la manera de predicar el evangelio por medio del ministerio remendador.

  La historia de la iglesia, nuestras experiencias y la situación presente del cristianismo nos muestran que si no seguimos el camino que se menciona y se revela en este evangelio, y si únicamente seguimos el camino que se revela en los primeros tres evangelios, la predicación del evangelio no tendrá un resultado prevaleciente. El buen resultado de la predicación del evangelio se asegura al seguir el camino de la vida revelado en el Evangelio de Juan. Si no conocemos la manera de predicar el evangelio según se revela en este libro, y si únicamente conocemos la que se menciona en los primeros tres libros, el fruto de nuestra predicación se desvanecerá, por cuanto no habrá nada que remiende y guarde ese fruto.

  Es muy fácil para los cristianos entender la manera de predicar el evangelio mencionada en los primeros tres evangelios. Esto se debe a que si bien esta manera no procede estrictamente del concepto humano, se asemeja a él. Sin embargo, la manera de predicar el evangelio que se efectúa en virtud de la vida y por medio de la vida, la cual se revela en el Evangelio de Juan, requiere revelación celestial y entendimiento espiritual. De lo contrario, no podremos verla, y nos parecerá que en este evangelio el Señor no habla en absoluto acerca de la predicación de Su evangelio. No obstante, el Señor sí habló del evangelio, pero lo hizo conforme al principio de la vida, y no según la manera en que nuestro concepto natural lo pueda entender.

  Todavía necesitamos practicar lo que se nos revela en los tres evangelios; es decir, tenemos que ir, y tenemos que predicar. Sin embargo, si no seguimos el camino de la vida, todo lo que cosechemos con una mano, lo perderemos con la otra. Esto es semejante a sacar agua del pozo con una vasija que tiene agujeros. Necesitamos algo que nos ayude a guardar y a contener lo que tenemos.

  Consideren la historia de la iglesia y la situación presente del cristianismo. Muchas personas han sido conducidas al Señor por medio de campañas y cruzadas, pero ¿dónde están ahora? No sabríamos decir, porque el cristianismo actual practica mayormente la manera mencionada en los primeros tres evangelios, pero descuida la que se menciona en el Evangelio de Juan. Utilizan los métodos para pescar, pero descuidan los métodos para remendar las redes. Hace treinta y cinco años traje a algunas personas al Señor, pero en aquel tiempo no conocía la manera de remendar. Por esa razón, hoy no sé dónde están muchas de esas personas. Aunque indudablemente ellas vinieron al Señor, finalmente acabaron por esfumarse. Sólo unas cuantas de ellas, a quienes el ministerio remendador, el ministerio de vida, les brindó una verdadera ayuda, todavía se encuentran en la vida de iglesia.

  Si bien reconocemos el valor de la primera manera de predicar el evangelio, debemos prestar suma atención a la segunda, a saber, aquella que es conforme al camino de la vida, el camino que aumenta a Cristo por medio de nosotros. El camino de la vida es la mejor manera y la más apropiada para que la iglesia y los miembros de la iglesia prediquen el evangelio, pues es a largo plazo. Todos tenemos que aprender a predicar el evangelio de esta manera y debemos darle la debida importancia.

  Es fácil que entendamos la primera manera de predicar el evangelio porque se asemeja mucho a nuestros conceptos naturales. Sin embargo, para captar la segunda manera de predicar el evangelio, la cual es conforme al camino de la vida, necesitamos revelación. Necesitamos entendimiento espiritual para ver que la manera correcta de predicar el evangelio consiste en impartir a Cristo en otros. Esto tiene como propósito que Cristo aumente en otros por medio de nosotros. Por lo tanto, nuestra única necesidad es la vida; es imperativo que tengamos esta vida. Si no tenemos esta vida, no podremos impartir a Cristo en otros. Incluso en la esfera de la vida física no podemos esperar que una persona que es infantil, débil o enfermiza imparta vida a otros. Lo que necesitamos es el verdadero crecimiento en vida; entonces podremos impartir vida a otros. A fin de predicar el evangelio conforme a la vida, tenemos que crecer. Si la rama de un árbol no crece, y al mismo tiempo tiene una vida deficiente, ¿cómo podrá llevar fruto? Por lo tanto, si hemos de llevar fruto a fin de que Cristo crezca por medio de nosotros, debemos tener vida en abundancia. El Señor Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10b). Tener vida nos beneficia a nosotros mismos; no obstante, si hemos de impartir vida a otros, es preciso que tengamos vida en abundancia. Por lo tanto, necesitamos crecer.

APRENDER A CUIDAR DE LAS PERSONAS POR MEDIO DEL EVANGELIO

  Si realmente estamos creciendo y tenemos cierto crecimiento, debemos practicar al menos cuatro cosas. Primero, debemos cuidar de los incrédulos. No importa cuán espirituales seamos y qué logros espirituales hayamos alcanzado, incluso si tenemos mucha experiencia como el apóstol Pablo, aun así, debemos cuidar de las personas predicándoles el evangelio. El hermano Watchman Nee recopiló ciento cuarenta y siete nombres en sólo un año y medio. Él constantemente oraba por estos nombres. Todos debemos practicar esto. Tenemos que acudir al Señor y considerar todas las personas que frecuentamos —nuestros parientes, amigos, compañeros de estudio, colegas y otros— no sólo aquellas personas que conocemos y están en nuestra vecindad, sino también aquellas que viven lejos de nosotros. Si alguien vive lejos de nosotros, aun así debemos tomar la carga por tal persona. Necesitamos tener comunión con el Señor. Entonces, Él nos llevará a cuidar de ciertas personas. Esto es algo a largo plazo. No debemos tener la expectativa de que traeremos a las personas al Señor muy rápidamente. En lugar de ello, tenemos que orar por ellas diariamente. Esto requiere que tengamos una verdadera comunión con el Señor.

  A fin de orar, nosotros mismos tenemos que ser disciplinados por el Señor. Si hay algún tipo de separación entre nosotros y el Señor, nos veremos estorbados, y no podremos orar con una conciencia pura ni tendremos la confianza, la seguridad ni la fe de que nuestras oraciones serán contestadas. Por lo tanto, necesitamos ser disciplinados. Si cuidamos seriamente a otros delante del Señor, continuamente seremos disciplinados por el Señor. Esto nos ayudará a crecer. Cuanto más dispuestos estemos a que el Señor nos depure, más creceremos, y cuanto más crezcamos, más abundancia de vida tendremos para compartir a otros.

  Debemos poner en práctica el orar. No queremos dar la impresión de que somos legalistas o formales, pero en algunos lugares, los santos, y en especial los más jóvenes, tomaron la decisión de orar al menos por cinco personas. No quisiera hacer de esto una regla, pero nosotros tuvimos esta práctica cuando éramos jóvenes. Cuando yo era más joven, siempre llevaba algunos tratados en mi bolsillo. En ese entonces caminaba por treinta minutos a la oficina donde trabajaba. Mientras caminaba, siempre regalaba tratados a todos aquellos que encontraba en mi camino y, cuando tenía tiempo, conversaba con algunos de ellos.

  Cuando el Señor recién empezó la obra en mi ciudad natal, yo estaba solo. Una noche un amigo vino para hablarme sobre cierto asunto. Antes de aquel tiempo, ambos habíamos sido miembros de la Iglesia China Independiente, donde él, por ser unos diez años mayor que yo, era uno de los ancianos. Puesto que era el mes de julio, la temporada más calurosa del año, yo le sugerí que fuéramos a la playa para tener comunión. Después de que nos sentamos en la arena, él me preguntó sobre varios asuntos, tales como el bautismo y la mesa del Señor. Después de dos o tres horas, le sugerí que regresáramos a casa, pero él quería que nos quedáramos más tiempo y me pidió que lo bautizara. Ése fue el comienzo de la obra en ese lugar. Yo lo bauticé a pesar de que era un simple laico, era un joven, no era pastor, predicador, anciano ni diácono. Los dos nos sentíamos en el cielo. Él me dijo: “Señor Lee, a partir de esta noche dejaré la Iglesia China Independiente. Oremos los dos juntos y leamos la Biblia”. Yo acepté esto.

  El tercer día después de esto, le pregunté a uno de mis compañeros de oficina si se acordaba de dicho hermano. Como quiso saber por qué le preguntaba, le dije: “Tengo un secreto que contarle. Anteayer lo bauticé a él en el mar”. De inmediato me dijo: “Señor Lee, esta tarde después del trabajo usted tiene que bautizarme a mi también”. Este hombre había sido salvo por medio de mí. Le dije que mejor esperara un poco, porque había otro hombre que había sido salvo, quien a lo mejor también querría ser bautizado. Unos minutos después esa persona vino y le preguntamos. Él dijo: “Estoy dispuesto. ¡Vamos!”. Así que ese día dos personas más fueron bautizadas. Ya éramos cuatro. Ése era un día jueves, y al siguiente día del Señor, ya teníamos once personas. Éramos como los primeros discípulos, sólo once hermanos reuniéndose juntos para celebrar la mesa del Señor. Después de eso, el Señor nos envió más personas.

  El principio que vemos aquí es que el Señor nos enviará personas si tenemos un verdadero testimonio de vida. Todos nosotros tenemos que aprender la lección de cuidar de otros. Tenemos que orar por ciertos nombres y hacer de esta clase de predicación parte de nuestra vida. Estamos viviendo por esto. Esto no es simplemente una obra ni una actividad nuestra, sino que es parte de nuestra vida. Puedo testificarles que es absolutamente cierto que si oramos por otros, tarde o temprano ellos serán salvos. Es algo que requiere tiempo. Aprendamos a llevar esta carga.

  En los pasados veinticinco años, conocí un buen número de personas espirituales. Sin embargo, todas ellas se fueron a un extremo. Cuanto más espirituales eran, más descuidaban esta clase de predicación. Esto es completamente errado. Necesitamos guardar el equilibrio entre la predicación del evangelio y la espiritualidad. Cuanto más espirituales seamos, más debemos llevar la carga de predicar el evangelio. Esto es lo primero que debemos de poner en práctica.

TENER UN TESTIMONIO DE VIDA

  En segundo lugar, además de orar y predicar el evangelio, debemos tener un testimonio de vida. Sin un testimonio de vida, nuestra predicación y oración no prevalecerán. Una persona estuvo predicando el evangelio a sus colegas por más de diez años. Día a día predicaba sin ver ningún resultado. Esto se debía a que él no tenía un testimonio de vida. Por un lado, él repartía tratados y predicaba el evangelio, pero por otro, discutía con la gente y se enojaba fácilmente. Esto arruinaba y estorbaba su predicación. Es necesario que haya un testimonio de vida. Tenemos que caer en la tierra y morir por causa de Jesús, y tenemos que ser resucitados. Entonces tendremos un testimonio que se exhibirá en nuestra vida diaria.

El testimonio de un humilde empleado

  Nunca podré olvidarme de cierto hermano que estudió ingeniería en este país. Después de graduarse regresó a China, y cuando lo conocí, él era jefe de uno de los departamentos de nuestra universidad. Me sorprendió mucho que una persona tan educada y de un rango tan elevado pudiera ser salva. Así que me contó su historia, la cual era muy inspiradora. Durante varios años cierto hermano era subalterno suyo en el gobierno. Este hermano tenía una posición muy baja. En China, especialmente en la antigüedad, la gente que tenía puestos más altos menospreciaba a los que tenían puestos bajos como éstos. Consideraban que tales personas no eran iguales a ellos y ni siquiera les dirigían la palabra. Sin embargo, este hermano, que era un humilde e insignificante empleado en ese departamento, hizo todo lo posible por contactar al jefe de su departamento y hablarle acerca del Señor Jesús. El jefe pensaba que como había estudiado en los Estados Unidos, sabía todo lo relacionado con el cristianismo, y por tanto, que no lo necesitaba. Parecía que el humilde hermano no podía hacer nada; no obstante, cada mañana él llegaba temprano a la oficina y dejaba un tratado sobre el escritorio del jefe de su departamento. Así, cuando este hombre entraba a su oficina, veía el tratado sobre su escritorio. Esto se repitió cada día sin falta por varios años.

  Este hombre no se sentía contento con el hermano, pero tampoco lo podía echar del trabajo. Finalmente, después de tres o cinco años, el hombre habló con su esposa, quien también había estudiado en los Estados Unidos. Le dijo: “Vamos a la casa de ese pobre hombre para ver qué son y qué están haciendo”. El hecho de que hubiera pensado esto ciertamente tuvo que haber sido la respuesta del Señor a la oración. Así que la pareja fue a visitar al hermano. Entraron a su casa y estuvieron allí por un buen rato. El testimonio se podía ver allí. Ellos observaron la vida familiar y se quedaron asombrados. Más tarde, al regresar a casa, conversaron al respecto. El hombre dijo: “Nosotros dos somos personas de una alta educación. Tú estudiaste economía doméstica, pero cuán lamentable es la condición de nuestro hogar. Estas personas son de una clase más baja; no han recibido tanta educación como nosotros, pero ¡cuán maravillosa es la vida familiar que llevan!”. Éste fue el testimonio de aquel hermano.

  Esta pareja visitó nuevamente al hermano pobre y a su esposa, y les preguntaron cómo podían tener una vida familiar tan hermosa. La respuesta del hermano fue que simplemente tenían a Jesús. En ese momento el Espíritu Santo los convenció. Esta pareja de una educación y posición tan elevada, se arrodilló, oró y aceptó al Señor, y así fueron salvos. No mucho después, yo fui invitado a la ciudad de donde ellos eran y me hospedé en su casa. Ellos amaban al Señor de verdad. Habían sido salvos por medio de la predicación que es según el principio de la vida. Aquello no fue simplemente la predicación del evangelio, sino la impartición de la vida, la impartición de Cristo. Éste es el aumento de Cristo.

  También me invitaron a la casa del primer hermano. Él, con lágrimas en los ojos, me contó el testimonio de cuánto sufrió a causa de aquella pareja. Fue menospreciado, desdeñado, maltratado, debido a que su jefe tenía una posición más alta. Puesto que el jefe del departamento no estaba contento con este humilde hermano, hizo muchas cosas para perseguirlo, y este hermano estuvo sufriendo durante todo ese tiempo. A pesar de ello, siempre que veía a este funcionario de tan alto rango, le sonreía humildemente. No importa cómo lo trataran, él se mostraba contento y dejaba un tratado sobre el escritorio de su jefe, lo cual estuvo haciendo por varios años, aun cuando todos esos tratados, sin excepción alguna, iban a parar a la basura. He escuchado muchas historias como ésta.

El testimonio de un misionero

  Los primeros misioneros presbiterianos que fueron a la China amaban verdaderamente a esos pobres gentiles, y tenían un verdadero testimonio. Ese amor y testimonio convencía a las personas y por medio de ello, se abrieron las puertas para el evangelio. De lo contrario, habría sido demasiado difícil que se abrieran las puertas entre los chinos que eran tan pobres y tan conservadores. Hay una historia muy inspiradora. En aquel tiempo, no había ninguna puerta abierta para el evangelio. Los misioneros no podían hacer nada. Las personas de cierta aldea habían decidido colectivamente no abrir las puertas de su casa a ninguno de los misioneros extranjeros. Cada vez que un misionero extranjero llegaba a esa aldea, hacían sonar un gong para advertirle a todos de su llegada. Entonces toda la gente cerraba las puertas de sus casas, y en toda la aldea nadie salía hasta que volviera a sonar el gong avisando que el misionero se había marchado.

  Un querido hermano, que era misionero, estudió la situación y empezó a orar. La gente cerraba sus puertas y esperaba por largo rato. Así que el hermano se quedaba de pie junto a una puerta, y cuando alguien la abría para ver si el misionero se había marchado, el hermano entonces ponía un palo en la puerta. Luego empujaba la puerta, se introducía un poco y luego, sin importarle lo que la gente le hiciera adentro, se metía a la fuerza. En China, aquel entonces, en todas las casas había un cuarto para moler, allí había una piedra de molino que se usaba para moler el trigo o el maíz. Ése era un trabajo muy pesado, pues todavía no había electricidad en las casas. Si alguien era rico, usaba su caballo o mula para realizar el trabajo, pero si era pobre, tenía que moler el grano a mano.

  El misionero había observado esta situación, así que, después de entrar por la puerta, se iba corriendo directamente al molino para realizar la tarea de moler para la gente. Toda la familia ignoraba al pobre hombre, pues decían: “Si él está dispuesto a hacer el trabajo duro por nosotros, pues que lo haga”. El hermano entonces continuaba moliendo sin parar por varias horas, casi por todo un día. Esto conmovió los corazones de las personas de esa familia, especialmente a los de la generación mayor. El abuelo venía y le daba un vaso de agua y le decía: “Beba”. El misionero le daba las gracias y bebía el agua, y luego continuaba moliendo. Esto verdaderamente los conmovió. Fue por ello que la generación mayor se mostró abierta a este hermano. Ellos decían: “Por favor, siéntese y descanse. ¿Cuántos años tiene usted? ¿De dónde viene?”. Fue esto lo que abrió las puertas una por una.

  Hay otras historias semejantes que son verdaderamente inspiradoras. Quisiera dejar grabado en ustedes que no hay un camino fácil para llevar fruto. Si un grano de trigo ha de llevar fruto, tiene que caer en la tierra, morir y luego resucitar. Entonces la vida se manifestará. Casi todo el mundo, sobre todo en este país, sabe algo del cristianismo. No podemos ganar a las personas de una manera fácil o ligera; en lugar de ello, tenemos que estar dispuestos a pagar el precio. Tenemos que ganar a las personas a cierto costo. Tenemos que pagar un precio para ganar a nuestros familiares, vecinos, colegas y compañeros de clase. Debemos orar por ellos y testificarles del Señor Jesús, dándoles un verdadero testimonio de vida.

  Se necesita el testimonio de vida. Esta clase de testimonio no puede producirse en un par de días. Se requiere cierto periodo de tiempo. Tal como los estudiantes en la escuela, día a día tenemos que edificar este testimonio. Luego, después de unas semanas o meses, el camino estará listo para traer a las personas al Señor. Ésta es la manera más prevaleciente. De esta manera, no sólo las personas serán traídas al Señor, sino que además serán guardadas de modo que permanezcan. Les repito que esto no es simplemente predicar el evangelio, sino impartir vida a otros. Tenemos que practicar esto. A fin de guardar el debido equilibrio, tenemos que llevar una vida que predica.

SER EDIFICADOS COMO MIEMBROS VIVOS DEL CUERPO DE CRISTO

  Lo tercero que debemos practicar es ser edificados. Debemos poder mostrar a todo el universo, en especial a aquellos que nos interesa ganar, que somos miembros vivos del Cuerpo de Cristo. Para hacer esto, debemos invitar a los hermanos y hermanas que han sido edificados con nosotros para que nos ayuden a ganar a los incrédulos. Si no somos edificados, será difícil invitar a los hermanos para que compartan con nosotros la labor de predicar el evangelio. Aun si invitáramos a alguien, no tendríamos impacto ni habría vitalidad. Pero si por el contrario somos edificados unos con otros en amor, la gente lo percibirá. Cuando invitemos a los hermanos y hermanas a que nos acompañen para ganar a los incrédulos, ellos sentirán que hay algo especial entre nosotros. Percibirán que entre nosotros hay amor y algo muy maravilloso. Esto convencerá a las personas. Esta clase de edificación y unidad preparará el camino para que el Espíritu Santo forje algo en los incrédulos. Pero si entre nosotros no hay unidad, pese a que nos reuniésemos todos juntos, no tendríamos impacto alguno. Satanás se reiría de nosotros y sofocaríamos al Espíritu Santo. Esto impediría que el Espíritu Santo forje algo de Cristo en las personas. Por consiguiente, se necesita la unidad, la edificación.

  Cuando somos conjuntamente edificados, invitar a los incrédulos a nuestras reuniones da muy buenos resultados. Una reunión de cristianos que han sido edificados es muy prevaleciente. Sin embargo, si no hemos sido edificados unos con otros, y nos reunimos de una manera suelta, no tendremos ningún impacto. A principios de los años cuarenta, en mi ciudad natal, nuestras reuniones causaban una impresión muy positiva en las personas. En sus conversaciones ellos solían decir que quien fuera a nuestras reuniones quedaría convencido. Teníamos el impacto allí.

  De la misma manera, muchas personas que han venido a nuestras reuniones aquí se han llevado una buena impresión. Tal vez se olviden del mensaje que escucharon, pero no se olvidarán de la reunión ni de la atmósfera que había en la reunión. La unidad estaba presente y teníamos el impacto vivo. Por otro lado, supongamos que no estuviéramos edificados unos con otros, y que al venir a la reunión, viniéramos sintiéndonos descontentos y desilusionados con los hermanos. Entonces cuando un hermano escogiera un himno, otro sacudiría la cabeza, y luego todos cantarían desganadamente. En ese caso, no tendríamos impacto. Pero supongamos que todos estamos edificados y somos uno en amor. Cada vez que nos reunimos, nos amamos unos a otros. Todos los hermanos y hermanas se sentirían contentos de verse y sentirían que es muy maravilloso estar juntos. En tal caso, el Espíritu sería liberado. Si alguien pidiera un himno, no importa cuál fuera, en seguida todos lo cantaríamos en el espíritu, en amor y en unidad. Una reunión así sería muy convincente.

  Un hermano que vino a nuestras reuniones regresó y le dijo a otros: “¡Oh, ustedes no se imaginan qué clase de reunión fue ésa! Cuando uno está en la reunión, su manera de cantar, la unidad y la unción, son maravillosas. La unción en mi interior me decía que ésta es la respuesta”. Él estaba tan impresionado, no por el mensaje que escuchó, sino simplemente por el hecho de estar en la reunión. Luego él les dijo a tantas personas como pudo que vinieran a nuestra conferencia. Él quería que ellas vinieran simplemente a oírnos cantar. Algunos de los que vinieron a nuestra primera reunión del evangelio, regresaron a sus ciudades y dijeron en su informe que el cielo había descendido en aquella reunión. He escuchado muchos testimonios como éstos.

  Debemos aprender a amar al Señor, a tener comunión con Él, a vivir por Él, a andar en Él, y debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con el Señor y liberarlo de nuestro espíritu. También debemos orar por los pecadores, predicarles el evangelio, tener un testimonio de vida, reunirnos en amor y ser verdaderamente edificados unos con otros. De este modo, cada vez que nos reunamos tendremos impacto. Ésta es la manera apropiada, y es la única manera, de dar testimonio del Señor. Otras cosas pueden servirnos de ayuda, pero no son la manera apropiada ni la manera principal de hacerlo. La manera apropiada de predicar el evangelio es llevar esta clase de vida, que incluye nuestra vida de iglesia.

  Los incrédulos que se añadan a la vida de iglesia de esta manera viviente serán guardados en vida. La vida continuamente los remendará y los guardará. Esta vida vendrá a ser el poder que los guarda. La manera más prevaleciente de predicar el evangelio es aquella que es conforme al camino de la vida y el camino del Cuerpo de Cristo. No debemos descuidar la manera práctica de reunirnos, pero no podremos fingir. Si no nos amamos unos a otros ni llevamos una vida cotidiana en Cristo y por el Espíritu, tal vez finjamos tener algo cuando nos reunimos. No obstante, el Espíritu jamás dará testimonio de esto, y el maligno se reirá de nosotros, no importa de que manera nos reunamos. La vida debe ser lo que nos respalda. Debemos exhibir esta vida en nuestra vida diaria, y debemos ser verdaderamente edificados y amarnos unos a otros. Entonces, cada vez que nos reunamos, tendremos la realidad, el respaldo. Tendremos la atmósfera apropiada, cantaremos en el espíritu, el Espíritu será liberado y nuestras oraciones serán apropiadas. Esto convencerá a las personas. Éste es el “clima cálido” que hará sentir cómodas a las personas. Esto no tiene que ver con una enseñanza, doctrina o predicación. Muchas veces las enseñanzas no logran infundir nada en las personas, pero siempre resulta fácil que las personas sean persuadidas o convencidas por cierta clase de sentimiento y atmósfera. Si tenemos una reunión así, en unidad y en vida, llena de amor y con la liberación del espíritu, esta clase de reunión dejará una fuerte impresión en las personas.

  En mi ciudad natal una persona incrédula fue salva durante una reunión de bodas. Ella no conocía a los hermanos y hermanas, sino que simplemente estaba en la calle y notó que cerca de allí había una reunión. Ella era una mujer gentil que jamás había escuchado el evangelio. Así que vino y se sentó para observar la boda. En realidad, aquélla no fue simplemente una ceremonia de bodas, sino una reunión cristiana llena del Espíritu Santo. Los cánticos y el amor que se percibía allí eran inspiradores. Ese día ella se dijo a sí misma: “Tengo que averiguar qué clase de personas son éstas. ¿Qué están haciendo aquí?”. Fue así que esta mujer, una viuda, fue salva muy fácilmente. En esa reunión no se predicó el evangelio, pues era una reunión de bodas; no obstante, esta mujer fue salva sencillamente debido a la atmósfera, que era muy agradable, llena de amor y muy inspiradora.

  Aun cuando las personas no lo entiendan con su intelecto, su corazón y su espíritu sí percibirán que hay algo placentero y convincente en ese lugar. Necesitamos tener reuniones así. Esto depende de nuestra unidad y del grado al cual hayamos sido edificados. En esta unidad y edificación hay amor, humildad, bondad, mansedumbre y toda clase de cosas positivas. Es mediante esta unidad que el Espíritu Santo es liberado y el enemigo es subyugado. Entonces las personas quedarán convencidas. Es así de fácil. Además, las personas que se añadan a la vida de iglesia de esta forma siempre serán guardadas por esta vida que remienda y guarda.

DEBEMOS EJERCITAR EL ESPÍRITU AL TENER CONTACTO CON LAS PERSONAS

  En cuarto lugar, debemos poner en práctica ejercitar el espíritu siempre que tengamos contacto con las personas. Es muy fácil predicar el evangelio por medio de discutir con las personas. No debemos predicar de esta manera y debemos dejar de discutir. Antes de que un hermano anciano, que está entre nosotros, fuera salvo, le hizo muchas preguntas a Watchman Nee, pero el hermano Nee no se las contestó, sino que sencillamente ejercitando su espíritu, le hizo una sola pregunta: “¿Ha cometido usted algún pecado?”. No trate de razonar con las personas, sino simplemente toque su conciencia, su espíritu. Es únicamente cuando ejercitamos nuestro espíritu que podemos tocar el espíritu de otros. Si ejercitamos nuestra mente, únicamente tocaremos la mente de las personas. Por consiguiente, debemos ejercitar nuestro espíritu en nuestra vida y en nuestro andar diario. Entonces sabremos cómo ejercitar nuestro espíritu. Entonces estaremos acostumbrados a ello y cada vez que contactemos a las personas, en lugar de distraernos tanto hablando, predicando y discutiendo, únicamente prestaremos atención a tocar su espíritu. Si aprendemos a ejercitarnos de esta manera prepararemos el camino para que el Espíritu Santo haga muchas cosas.

  Todos los asuntos que hemos mencionado aquí no son simples enseñanzas. No deseo ministrarles más enseñanzas; en lugar de ello, necesitamos conocer, experimentar y practicar muchas cosas. Si practicamos los cuatro asuntos que hemos mencionado aquí, aprenderemos mucho, no por medio de enseñanzas sino por la práctica. Debemos preocuparnos por otros y orar por ellos, llevar esta carga, llevar una vida que sea un verdadero testimonio, ser edificados con otros y aprender a ejercitar el espíritu. Entonces seremos muy productivos. Así, poco a poco, mes tras mes y año tras año, las personas serán traídas al Señor. Esta predicación no consiste simplemente en predicar, sino que es el verdadero aumento de Cristo. Esto es lo que necesitamos. Debemos considerar esta clase de predicación como parte de nuestra vida humana. Le pedimos al Señor que nos fortalezca y nos ayude en este asunto.

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