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Mensajes del libro «Predicar el evangelio en el principio de la vida»
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CAPÍTULO CATORCE

ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DE ALIMENTAR A LOS NIÑOS ESPIRITUALES

  Lectura bíblica: Jn. 21:14-17; Cnt. 1:2-8

  En este mensaje examinaremos el último capítulo del Evangelio de Juan y el primer capítulo de Cantar de los cantares. El orden en que se encuentran los escritos en la Biblia es muy significativo. Según el concepto humano, jamás nos imaginaríamos que al final de Juan, el evangelio de vida, encontraríamos una narración acerca del pastoreo. Juan 21:14 dice: “Ésta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a los discípulos, después de haber resucitado de los muertos”. Noten que aquí el Señor los llama Sus discípulos, no apóstoles. En este contexto, no debemos considerar a Pedro un apóstol. La posición de Pedro aquí no es la de un apóstol sino la de un discípulo, al cual el Señor disciplina. Por lo tanto, lo que sigue a continuación de esto es algo relacionado con los discípulos.

ALIMENTARNOS DEL SEÑOR Y ALIMENTAR A SUS CORDEROS

  Los versículos del 15 al 17 añaden: “Entonces, cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; Tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta Mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; Tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea Mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta Mis ovejas”. Observen que el Señor usó dos veces la misma palabra: apacienta.

  Como hemos visto, la primera sección del Evangelio de Juan, en los capítulos del 1 al 3, trata del nacimiento de la vida. La segunda sección, que comienza a partir del capítulo 4, trata del crecimiento de la vida, y la tercera sección, habla de la madurez de la vida, que es la edificación. Cuanto más leemos este libro y nos profundizamos en él, más podemos ver que éste es el orden apropiado. El nacimiento de vida es algo que ocurre por el espíritu y que es del espíritu. “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (3:6b). El crecimiento, por su parte, está relacionado con el comer y el beber. En Juan 4 el beber viene antes del comer, ya que beber es algo más fundamental que el comer. Después, en el capítulo 6 está el comer y en el capítulo 7 se menciona nuevamente el beber. Ésta es la manera en que ingerimos la comida; bebemos algo primero, después comemos y, después de comer, bebemos nuevamente. Beber y comer, comer y beber, son necesarios para nuestro crecimiento.

  La última sección, especialmente del capítulo 10 en adelante, tiene como objetivo la madurez de vida, esto es, la edificación. La palabra clave del capítulo 17 es uno. El versículo 21 dice: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste”. La unidad es la edificación, y esto es la madurez. Mientras no seamos edificados unos con otros, jamás llegaremos a la madurez. Ser edificados es una prueba de que somos maduros. El nacimiento de vida está relacionado con el espíritu, el crecimiento está relacionado con beber y comer, y la madurez está relacionada con la unidad.

  Al final del Evangelio de Juan encontramos el relato de cómo el Señor Jesús le dijo a Pedro que apacentara Sus ovejas. Todos los estudiantes de la Biblia que conocen este libro están de acuerdo en que el capítulo 21 es una “posdata”. Cuando alguien termina de escribir una carta, puede escribir al final las iniciales “P. D.” para añadir una posdata a fin de hacer una aclaración. Al final del capítulo 20 dice: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de Sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en Su nombre” (vs. 30-31). Aparentemente, el libro de Juan concluye al final del capítulo 20. Pero después de esta conclusión, viene otro capítulo, el capítulo 21, como posdata.

  La manera en que fue escrito el capítulo 21, así como también su significado, nos dejan la impresión de que aun si conociéramos al Señor como vida, creciéramos en Él y fuéramos edificados, aun sería fácil descuidar algo. Sabemos que necesitamos crecer, estamos muy atentos al crecimiento, y hemos sido iluminados con respecto a que tenemos que ser edificados. Sin embargo, debemos comprender que a medida que crecemos y somos edificados, debemos guardar el debido equilibrio al alimentar a otros. Mientras nos alimentamos del Señor, tenemos que alimentar a otros. Tenemos que apacentar a los corderos. Debemos ser como madres, que primero se alimentan ellas mismas y luego alimentan a sus hijos. Si no tuviéramos un capítulo como Juan 21, nos sería fácil descuidar a los corderos y dejar de alimentarlos.

  Como hemos visto, el Evangelio de Juan no es como los otros tres evangelios. Al final de los otros tres evangelios, encontramos un mandamiento dado por el Señor, que comúnmente ha sido llamado “la gran comisión”, de que nosotros vayamos y prediquemos el evangelio. Sin embargo, pareciera que en este libro no se encuentra dicha comisión. No obstante, este libro dice: “Apacienta Mis corderos [...] Apacienta mis ovejas”. Primero el Señor nos dice que nos alimentemos de Él, y luego nos dice que alimentemos a otros. Esto es algo muy equilibrado. No importa cuán espirituales seamos, cuánto hayamos crecido ni cuánto hayamos sido edificados con otros, si no alimentamos a otros continuamente, estaremos mal, pues careceremos del debido equilibrio. Conforme a la soberanía del Señor tenemos algunos hijos espirituales a los cuales debemos cuidar.

BUSCAR AL SEÑOR Y APACENTAR LAS CABRITAS

  En Cantar de los cantares hay una doncella que busca a su amado, la cual representa al creyente que no sólo ha sido salvo, sino que en cierta medida ha sido entrenado y disciplinado por el Señor. Cantar de los cantares 1:2a dice: “¡Ah, si me besaras con besos de tu boca!”. El hecho de que el Señor nos bese nos muestra que Él nos ama. Después de pedirle al Señor que le muestre Su amor, la doncella buscadora de inmediato percibe Su amor y exclama: “Porque mejores son tus amores que el vino. / Delicioso es el aroma de tus perfumes, / y tu nombre, perfume derramado. / ¡Por eso las jóvenes te aman! / ¡Llévame en pos de ti! ¡Corramos! / ¡El rey me ha llevado a sus habitaciones! / Nos gozaremos y alegraremos contigo, / nos acordaremos de tus amores más que del vino. / ¡Con razón te aman!” (vs. 2b-4). Si nosotros mismos hemos sido atraídos por el Señor, entonces otros correrán en pos de Él.

  Los versículos 5 y 6 añaden: “Morena soy, hijas de Jerusalén, / pero hermosa como las tiendas de Cedar, / como las cortinas de Salomón. / No reparéis en que soy morena, / pues el sol me miró. / Los hijos de mi madre se enojaron contra mí; / me pusieron a cuidar las viñas, / mas mi viña, que era mía, no guardé”. A estas alturas, la buscadora se da cuenta de dos cosas. Primero, que en el pasado a ella la obligaron a cuidar otras viñas, por lo cual ella descuidó su propia viña. Eso significa que hizo muchas otras cosas, pero descuidó su propia condición en vida. Ahora ella se da cuenta de su escasez. Ella tiene que preocuparse por su propia condición, por su propia vida interior. En segundo lugar, ella tiene hambre y se encuentra insatisfecha. Por eso ora diciendo: “Dime tú, amado de mi alma, / dónde apacientas tu rebaño, / dónde descansas al mediodía; / pues ¿por qué he de andar como errante / junto a los rebaños de tus compañeros?” (v. 7). Ella se da cuenta de que necesita ser alimentada, de que necesita hallar satisfacción y reposo, y desea saber dónde encontrarlo. La respuesta del Señor es: “Si no lo sabes, hermosa entre las mujeres, / sigue las huellas del rebaño, / y apacienta tus cabritas / junto a las cabañas de los pastores” (v. 8). Seguir las huellas del rebaño es seguir la iglesia. Si ella sigue el rebaño, la iglesia, hallará el lugar donde el Señor apacienta sus cabritas.

  En la respuesta que el Señor le da encontramos un buen equilibrio. Mientras buscamos alimentarnos del Señor, tenemos que alimentar a otros. Tenemos que cuidar de nuestras “cabritas”. No debemos pensar: “En el pasado trabajé demasiado. Ahora me olvidaré de ello y sólo me preocuparé por buscar al Señor para mi propia satisfacción. Tengo hambre y sed. Tampoco he hallado descanso. Señor, hazme saber dónde apacientas Tu rebaño, dónde haces descansar Tu rebaño, para que yo pueda ser satisfecha y descansar”. Por un lado, esto es correcto; pero por otro, mientras buscamos al Señor, tenemos que guardar el debido equilibrio: no debemos olvidarnos de nuestras “cabritas”. Si no tenemos hijos espirituales, estamos mal; tenemos que engendrar algunos hijos.

NUESTRA NECESIDAD DE TENER HIJOS ESPIRITUALES

  Los hermanos y hermanas jóvenes necesitan tener hijos que los equilibren. Todos los padres y madres jóvenes aprenden las mejores lecciones de sus hijos. Si alguien no tiene hijos, no tendrá equilibrio. Esto es algo que descuidamos demasiado. Es un verdadero problema que haya muchos queridos santos entre nosotros, pero que muy pocos de ellos tengan hijos espirituales. Incluso en la carne, si los hermanos y hermanas no tienen hijos, algo anda mal. Cuantos más hijos tengamos, mejor estaremos. Quizás alguno pudiera argumentar en contra de lo que digo, pero les aseguro de que el Señor está de mi lado en lo que digo. En Génesis 1 el Señor le dijo a Adán que llenara la tierra de hijos (v. 28). La tierra aún no ha sido llenada; la tierra tiene que ser llenada. Sin los hijos, ¿cómo puede cumplirse el propósito del Señor? ¿Cómo puede Él tener los materiales necesarios para cumplir Su propósito eterno? No tengan temor de tener una familia numerosa. Cuanta más grande sea la familia, mejor. Tener una familia sin hijos significa que en algo estamos mal.

  En la iglesia debe haber muchos hijos espirituales, cuantos más haya, mejor. Cuando venimos a la reunión, debemos venir acompañados de tres o cuatro hijos espirituales, uno a la derecha, otro a la izquierda, otro detrás de nosotros y otro al frente. Esto sería muy maravilloso. Si éste es nuestro caso, experimentaremos un verdadero crecimiento.

  Todas las madres y padres jóvenes aprenden las verdaderas lecciones de la vida humana al tener hijos. Cuando era joven, hace casi treinta años, por la misericordia del Señor, ya tenía dos o tres hijos. Al mismo tiempo había un buen número de hermanas en la iglesia, muchas de las cuales eran enfermeras. Dichas hermanas eran muy instruidas y competentes. Cuando ellas iban a los hogares de los hermanos y hermanas que tenían hijos, no expresaban palabras de crítica, pero sí criticaban mucho en su interior. Sé de esto porque muchas veces ellas vinieron a decirme cómo se sentían con respecto a ciertos hermanos y hermanas. Yo no discutía con ellas, pero me decía a mí mismo: “Muy bien, hermanas, esperen unos cuatro o cinco años más. Ustedes tendrán dos hijos. Entonces yo iré a su casa y veré cómo ustedes se las arreglan”. Les dije: “Esperen a que pase el tiempo y verán”. Ellas pensaban que me refería a esas familias, pero en realidad, no se daban cuenta de que lo que quería decir era: “Esperen y verán cómo ustedes se las van a arreglar cuando estén en esa situación”. A veces, unos meses más tarde, alguna de estas hermanas se casaba, y después de dos o tres años, tenía hijos. Desde ese entonces, mantenía la boca cerrada y ya no criticaba más. Si tenemos dos o tres hijos espirituales, aprenderemos las lecciones. Nuestra boca se cerrará y no expresará más críticas, y nuestro corazón tan lleno de críticas se calmará. Entonces únicamente nos compadeceremos de los demás. No es cosa insignificante cuidar de los hijos.

  Permítanme darles otro ejemplo de esto. Cuando era joven, a las hermanas que venían a nuestra casa les gustaban nuestros bebés, pero cuando ensuciaban los pañales, rápidamente ellas se los entregaban a la madre. Sin embargo, cuando estas hermanas se casaron y tuvieron sus propios hijos, ya no pudieron entregarles sus hijos a otros. Ellas mismas tenían que cambiar los pañales. De esta manera, aprendieron las lecciones. Si no tenemos hijos bajo nuestro cuidado, sólo aprenderemos una cosa: a disfrutar. No sólo eso, si no podemos disfrutar, espontáneamente criticaremos, y jamás nos compadeceremos de los demás. Esta situación no cambiará hasta el día en que asumamos la responsabilidad de cuidar de cuatro o cinco hijos, o quizás de diez o veinte. Entonces nuestra boca se cerrará, y nuestros corazones se calmarán. Nos compadeceremos de los demás, sabremos cuál es nuestra responsabilidad y aprenderemos las lecciones.

  Por la misericordia del Señor, incluso físicamente hablando, tuvimos muchos hijos cuando éramos jóvenes, y aprendí ciertas lecciones. También espiritualmente, aun desde mi juventud, tuve muchos hijos espirituales, y aprendí más lecciones. Ahora me es difícil criticar a otros, pero me es muy fácil —por la misericordia del Señor— compadecerme de los demás. Hoy en día cuando visito el hogar de una hermana que tiene varios hijos y surge algún problema, no la critico sino que únicamente me compadezco de ella. Tener hijos nos ayuda a aprender las lecciones. Como discípulos que somos, todos necesitamos cuidar de algunos hijos.

SABER CÓMO ALIMENTAR A OTROS Y SER CAPACES DE HACERLO

  El punto principal de este mensaje es la palabra apacentar. Apacentar no es enseñar. Necesitamos algo con lo cual alimentar a otros, y debemos saber cómo hacerlo. En primer lugar, debemos cuidar de algunos hijos espirituales, ya sea de algunos creyentes jóvenes, de algunos recién convertidos o de algunos incrédulos. Luego tenemos que aprender la lección de preparar algo para alimentarlos, y debemos aprender la mejor forma de hacerlo.

  No es mi intención darles solamente algunos mensajes; antes bien, mi intención es adiestrarlos. No es suficiente escuchar estos mensajes, sino practicar lo que oímos. Les ruego que pongan todas estas cosas en práctica. De ahora en adelante, traten de cuidar de unos cuantos hijos espirituales y aprendan a alimentarlos. Entonces verán sus deficiencias. Las madres aprenden al alimentar a sus hijos. La prueba de si alguien realmente conoce el camino de la vida y sabe cómo alimentarse del Señor Jesús, es si alimenta a otros. Supongamos que hoy ganáramos a tres hijos espirituales. Tal vez no sepamos cómo alimentarlos y digamos: “No tengo nada con que alimentarlos”. Entonces nos daríamos cuenta de que nos hace falta alimentarnos más. El alimento que demos a otros debe ser el mismo alimento que nosotros hayamos ingerido y digerido, así como las madres amamantan a sus hijos con lo que ellas mismas han ingerido y digerido. Esto no es enseñar sino alimentar.

  Me gusta mucho la palabra apacentar. El Señor Jesús no dijo: “Cuida de Mis corderos”, sino: “Apacienta Mis corderos”. Algunos dirán: “Estoy cuidando de algunos creyentes jóvenes”. Sin embargo, una cosa es cuidar, y otra es alimentar. Algunos hermanos verdaderamente aman al Señor y a los demás, y cuidan de otros. Sin embargo, los cuidan sin alimentarlos. Si un recién convertido, un creyente joven, pierde su trabajo, quizás un hermano le ayude a conseguir otro trabajo. Esto sería cuidar de él, pero es posible que no lo alimentemos. Alimentar a las personas es más que simplemente cuidar de ellas; esto es algo relacionado con la vida. Nosotros mismos tenemos que alimentarnos del Señor; luego podremos digerir algo del Señor y tendremos algo en nuestro interior con lo cual alimentar a otros. Alimentar a otros es un asunto relacionado con la vida, como también el hecho de que las madres alimenten a sus hijos está relacionado con la vida, y no con el conocimiento o algo semejante. Es por ello que el relato de Juan 21 no se encuentra en el capítulo 17, ni en los capítulos 15 o 12. Incluso en el capítulo 12 Pedro aún no estaba capacitado, pues estaba muy escaso de vida. Para alimentar a otros se requiere que tengamos cierta medida de vida.

  Todos debemos prestar mucha atención a este asunto. Si la vida de iglesia ha de ser apropiada y normal, todos tenemos que cuidar de algunos hijos espirituales y luego alimentarlos continuamente. Les repito nuevamente que si intentamos poner esto en práctica de esta manera, descubriremos cuáles son nuestras deficiencias. Veremos que estamos escasos de muchas experiencias espirituales. Si usted toma la decisión de alimentar a dos o tres hijos espirituales, después de dos semanas descubrirá sus propias carencias; se dará cuenta de lo que le falta. Entonces buscará al Señor de una manera apropiada para aprender cómo alimentarse del Señor y cómo alimentar a otros.

ALIMENTAR A OTROS RESUELVE NUESTROS PROBLEMAS

  Esto tiene que ver con alimentar, no con enseñar. Si deseamos que la iglesia y los santos crezcan hasta la madurez, todos tenemos que aprender la lección de cuidar de algunos hijos espirituales y alimentarlos continuamente. De lo contrario, no tendremos un verdadero crecimiento entre nosotros. No debemos simplemente reunirnos aquí año tras año, sin obtener el aumento que resulta de alimentar a los hijos espirituales. El aumento de la iglesia debe darse como resultado de cuidar a las “cabritas”. Si hacemos esto, estaremos bien y tendremos el debido equilibrio, y esto resolverá muchos problemas.

  Es demasiado fácil que hermanas y hermanos jóvenes que no tienen familia e hijos se visiten unos a otros para “hablar”, es decir, para chismear, con el buen pretexto de que están teniendo comunión en el Señor. Esto en realidad es tener comunión a la manera de chismear. En el pasado vi mucho de esto. En ciertas iglesias locales hacía lo posible por ayudar a los santos a no relacionarse de esta forma. Incluso les di mensajes en los que les decía: “Si ustedes van a visitar a un hermano, deben orar primero. Tienen que consagrarse al Señor y buscar Su dirección, y deben experimentar la unción en su interior. De lo contrario, no deben ir”. Aunque les hablé de manera muy enfática en estos mensajes, esto no sirvió de mucho, pues los jóvenes aún sentían deseos de chismear. Esta situación continuó hasta que ellos se casaron. El matrimonio es una verdadera esclavitud. La mejor manera de ser encadenados es casarnos. Después de un año, llegó el primer hijo, y después de dos o tres años, vinieron más hijos. Entonces las hermanas ya no pudieron seguir reuniéndose para chismear. Con tres hijos, no tenían tiempo ni para dormir. Cuando vi esto, me dije a mí mismo: “Alabado sea el Señor. Esos hijos son mejores que mis mensajes”. Si tenemos hijos espirituales, únicamente tendremos responsabilidades que atender y los chismes acabarán. No tendremos suficiente tiempo ni para dormir. Nuestros hijos agotarán todas nuestras energías. Esto es muy bueno, ¡alabado sea el Señor por esto!

  En estos días he ejercitado mi espíritu para buscar al Señor en cuanto a qué debo hablar en estos mensajes. El Señor me dio la respuesta: “Diles que tengan hijos espirituales. Entonces todos sus problemas se acabarán. La mejor forma de resolver sus problemas es ayudarlos a tener hijos espirituales. Entonces, ellos aprenderán las lecciones, y podrán evitar muchas cosas negativas”.

  En algunos lugares de este país, a las personas no les gusta tener hijos, porque los niños se portan mal y son muy bulliciosos. Sin embargo, si usted escoge un vecindario donde vivir, no escoja uno que no tenga niños. Las personas que insisten en no tener hijos son las personas más difíciles. A menudo vendrán a quejarse para decirle que usted toca el piano muy fuerte o que el volumen de su radio está demasiado alto. Yo preferiría vivir con personas que tienen muchos hijos. Entonces ellos podrían tocar su piano y yo podría cantar mis himnos. Ellos podrán marchar, y yo podré brincar, y nadie se quejará. La manera de resolver los problemas que tienen los hermanos y las hermanas es ayudarles a tener hijos espirituales. Todos aquellos que buscan del Señor, pero no alimentan a otros son quienes causan problemas. Si alguien es indiferente, la iglesia fácilmente lo podrá ayudar, pero cuanto más alguien busca del Señor sin alimentar a otros, más problemas causará. La manera correcta de resolver los problemas de las personas es que tengan hijos espirituales. Entonces ellos sabrán dónde se encuentran, y sabrán en qué consiste el verdadero crecimiento en vida y la verdadera experiencia de vida.

ALIMENTAR A OTROS AYUDA A QUE LA IGLESIA CREZCA EN VIDA Y SEA EDIFICADA

  En este mensaje siento una sola carga, y ésa es convencerlos a ustedes de que necesitan alimentar a otros. Entonces verán dónde se encuentran y cuál es su necesidad. Lo que necesitan no es conocimiento ni enseñanzas, ni nada semejante, sino tener una verdadera experiencia de vida, y conocer la verdadera manera de alimentarse del Señor Jesús y experimentar algo de Él. Entonces también sabrán lo que otras personas necesitan, y sabrán lo que tienen que ministrarles, es decir, el alimento que deben suministrarles. De este modo, recibiremos una lección de humildad, interiormente estaremos calmados y nos compadeceremos de aquellos que asumen alguna responsabilidad. Esto ayudará mucho a que la iglesia crezca y sea edificada. Les ruego que pongan esto en práctica. Ciertamente necesitamos orar por esto. Ocupémonos todos de esta carga, de esta responsabilidad, no sólo ayudando a otros, sino alimentándolos, es decir, alimentando a algunos hijos espirituales. Para ello ciertamente se requiere crecimiento y también madurez.

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