
Lectura bíblica: Is. 45:11
Hay mucho que tenemos que aprender y practicar en cuanto a la predicación del evangelio. Primero vamos a considerar la manera de invitar a las personas para que sean salvas. Algunos dirán que esto es muy sencillo; que no se necesita de ningún entrenamiento para ello y que ya lo saben hacer. Sí, es posible que sepamos algo al respecto, pero hay una técnica superior que podemos practicar.
Lo primero que debemos hacer es confiar en el Señor. No podemos hacer nada independientemente del Señor. Cuando nos preparamos para salir a invitar a las personas, debemos tener suficiente oración. Debemos procurar conocer la mente del Señor en cuanto a quién debemos contactar. Luego, podemos orar por aquellas personas que sentimos es del Señor invitarlas. Debemos presentarlas al Señor día y noche mencionando los nombres de cada una de ellas. Debemos orar de una manera prevaleciente. Isaías 45:11 dice: “Así dice Jehová, / el Santo de Israel, el que lo formó: / ‘Preguntadme de las cosas por venir; / mandadme acerca de mis hijos / y acerca de la obra de mis manos’”. En este versículo el Señor nos da el derecho de darle órdenes. En cierto sentido, Él nos está diciendo: “Yo soy tu Siervo. Dame órdenes”. Debemos aprender a orar de esta manera, diciendo: “Señor, mientras permanezco aquí contigo, y mientras pongo mis ojos en Ti, quiero decirte que Tú tienes que hacer algo”.
En el universo existe un misterioso principio de fe. Puesto que la fe honra al Señor, el Señor siempre honra la fe. Si no tenemos una fe viva, eficaz y poderosa, eso significa que nosotros dependemos de nosotros mismos, o que tenemos un corazón maligno de incredulidad. Sin embargo, si no confiamos en nosotros ni dependemos de nosotros mismos, sino que por el contrario creemos, tendremos la fe viva para reclamar algo, para ordenarle al Señor que haga algo. Ordenarle al Señor que haga algo significa que no confiamos en nosotros mismos y que creemos; y el Señor respaldará esta fe. Debemos orar de esta manera. Cualquier clase de duda proviene del enemigo. Por lo tanto, debemos aprender a creer y a ejercitar una fe viva.
Debemos aprender a orar por el contacto que tendremos con las personas, y a ver cómo el Señor responderá a nuestra oración. Debemos decirle al Señor: “Señor, deseo que por lo menos salves a una de las personas por las que he estado orando”. Digámosle esto de una manera osada, retándolo un poco. Entonces veremos que Él hará algo. Incluso podemos decir: “Señor, mientras que estoy orando aquí, en este mismo instante, Tú tienes que laborar en el corazón de la persona por quien estoy orando. Espero escuchar un testimonio de él que diga que algo ocurrió dentro de él este mismo día, hora y minuto”. Aprendamos a poner al Señor a prueba, no como lo hizo el pueblo de Israel en el desierto, con un corazón maligno de incredulidad, sino con un corazón lleno de fe. Si al orar tenemos una fe viva, nuestra predicación tendrá impacto. Así pues, cuando nos acerquemos a nuestro amigo, obtendremos los resultados esperados porque hemos orado. Puesto que le hemos dado una orden al Señor, nos acercaremos a dicha persona teniendo impacto y seguridad, y le diremos que tiene que ser salvo. Ésta es la manera de invitar a las personas. Lucas 14:23 dice que cierto amo les dijo a sus esclavos no sólo que invitaran a la gente a su gran banquete, sino que incluso las obligaran a venir. En algunas versiones de la Biblia dice fuérzalos y en otras dice constríñelos. Así pues, tenemos que obligar, forzar, presionar y constreñir a las personas a que vengan.
Antes de realizar la reunión para predicar el evangelio, debemos primero determinar la manera apropiada de contactar a las personas por quienes hemos estado orando, es decir, si debemos llamarlas por teléfono o hablar con ellas personalmente, y luego el día antes de dicha reunión, debemos llamarlas para confirmar si van a venir. Entonces, en la mañana del día de la reunión, debemos ayunar. No debemos ser legalistas al respecto, pero estoy seguro de que esto agradará al Señor. Si realmente tomamos estas cosas en serio, no interrumpiremos nuestro ayuno al medio día, sino que continuaremos ayunando a fin de orar. Cuando el hermano Watchman Nee era joven y aún estaba en la universidad, él ayunaba todo el día, las tres comidas del sábado. Él hizo esto por más de un año a fin de orar, estudiar la palabra y pasar tiempo con el Señor. Luego, el día del Señor, él iba a predicar, y su predicación era poderosa y tenía un verdadero efecto en las personas.
Si realmente tomamos en serio al Señor, Él también nos tomará en serio, y tendremos el impacto. Sin embargo, si somos indiferentes en nuestra predicación, el Señor también se mostrará indiferente. El Señor jamás podrá hacer nada a través de los tibios; debemos ser completamente fríos o calientes. Debemos ser fervientes al grado que “quememos” a las personas. ¿Cómo podemos ser fervientes? Mediante la oración y, de ser posible, mediante el ayuno, sin ser legalistas. Debemos sentir la carga de ayunar y orar durante toda la mañana del día de la reunión. Podemos orar, diciendo: “Señor, las personas que te he mencionado tantas veces tienen que ser salvas hoy. Es por eso que estoy aquí ayunando. No me interesa comer, pues estoy lleno de esta carga. Tu obra me llena tanto que no me interesa comer ni siento que puedo hacerlo”. Si hacemos esto, veremos el impacto y las respuestas a nuestras oraciones. Si oramos y ayunamos, entonces nuestro día de predicación será un día en el que cruzaremos una línea fronteriza. Antes del Día de Pentecostés, los discípulos oraron por diez días. Aparte de orar, ellos no hicieron nada más durante esos diez días. En esto podemos ver el efecto que tuvo su predicación.
Después de haber ayunado y orado, y antes de la reunión, debemos ir a traer a las personas por las cuales hemos estado orando. Es mejor si vamos a recogerlas; no debemos confiar en que ellas vendrán solas ni debemos creer simplemente en la promesa que nos hicieron de que vendrían. Muchas veces nuestros amigos nos prometen que vendrán sólo por cortesía, y después que ha pasado la reunión se disculpan y nos dan una excusa explicándonos por qué no vinieron. Por consiguiente, en lugar de esperar a que vengan, debemos ir por ellas y acompañarlas a venir. Debemos forzarlas a que sean salvas. Éste es nuestro deber y nuestra responsabilidad normal. De hoy en adelante, si el Señor lo permite, debemos hacer esto cada mes hasta que Él venga. Cada mes debemos predicar el evangelio.
Algunos dicen que es demasiado esperar a que sean añadidas cien personas a la iglesia. Si doy cabida a la incredulidad, estaría de acuerdo con esto. Sin embargo, si todos ayunáramos, dejando de comer una comida cada día hasta el día de la reunión del evangelio, doscientas personas podrían ser salvas. Esto depende no sólo del Señor, sino aún más de nosotros y de cómo cooperemos con el Señor. Si no creemos y, en lugar de ello, todos decimos: “Oh, eso es imposible; olvidémonos de eso y mejor durmamos”, entonces ninguna persona será salva por medio nuestro. Ello dependerá de cómo cooperemos con el Señor, con la iglesia y unos con otros.
Si tenemos esta práctica al predicar el evangelio, nuestra vida mejorará notablemente. Creceremos. Es posible que durante muchos años no hayamos crecido mucho en la vida divina; no obstante, si predicamos el evangelio de esta manera, notaremos nuestro crecimiento en la vida divina. Entonces la iglesia crecerá no sólo en cantidad, sino también en calidad. En número de miembros es la cantidad, y el crecimiento de vida es la calidad. En las iglesias en el pasado aprendimos el secreto. Por mucho tiempo muchos enseñaron, predicaron y participaron en la edificación, pero no hubo mucho progreso. No hubo ningún resultado, y los hermanos y hermanas se cansaron de todas esas cosas. Sin embargo, si procuramos conocer la mente del Señor, Él nos mostrará claramente que tenemos que realizar la obra de predicar el evangelio; tenemos que poner la carga en los hombros de los hermanos y hermanas para que ellos prediquen el evangelio. Sencillamente mediante la predicación del evangelio, la iglesia será avivada. La iglesia cobra vida cuando predica el evangelio. Esto definitivamente ayuda.
A fin de realizar eficazmente la labor de invitar a las personas, tenemos que prestar atención a los asuntos anteriormente mencionados; es decir, tenemos que darle órdenes al Señor, contactar a las personas, orar y ayunar por ellas, y luego, el día de la reunión del evangelio, tenemos que ir por ellas, gastando lo que tengamos que gastar, cueste lo que cueste.
Si es posible, después de la predicación también deberíamos almorzar con el amigo que invitamos. Muchos hermanos y hermanas fueron salvos durante estos almuerzos. Durante la reunión del evangelio se trabaja en los incrédulos, pero algunas veces la obra no es terminada allí. Es en estos casos que algunos son salvos cuando almorzamos con ellos. Esto indica que necesitamos pasar más tiempo con ellos. No debemos invitarlos al día siguiente, sino inmediatamente después de la reunión. Si empezamos a cocinar algo, debemos terminar de cocinarlo. No debemos dejar nada crudo para el día siguiente. Si hacemos esto, jamás acabaremos lo que hemos empezado. Así que, debemos hacer estas cosas en un solo día. Si decimos, de la persona por quien sentimos carga, que debe ser salva en un día específico, el Señor nos respaldará. No debemos ser negligentes ni indiferentes; antes bien, seamos diligentes y persistentes. En otros asuntos tal vez debamos ser más pacientes para esperar en el Señor, pero con respecto a la predicación del evangelio no debemos ser muy pacientes; antes bien, debemos decirle al Señor: “Señor, no tengo tiempo para esperar. Tú tienes que hacerme esto rápidamente”. Aprendan a hacer esto e inténtenlo. No les estoy hablando de algo que yo no haya visto. Hace veinte años yo laboré mucho en la predicación del evangelio, no sólo desde el púlpito, sino también invitando a las personas y visitándolas.
Si no tenemos un salón apropiado donde reunirnos, éste se llenará demasiado. Tenemos que aprender a sentarnos apropiadamente. Debemos dejar los asientos para nuestros amigos, pero al menos necesitamos que un hermano o hermana se siente con dos personas nuevas. Si hay cien incrédulos en la reunión, debe haber cincuenta hermanos o hermanas con ellos. Éste es un factor determinante. Si el salón está lleno de incrédulos, y todos los hermanos y hermanas se quedan afuera, dejando al hermano que comparte el mensaje solo, dicho hermano será despojado por el enemigo. Cuando un hermano se pone en pie para compartir la palabra, los demás deben sentarse al frente o ponerse de pie junto con él. En el Día de Pentecostés Pedro se puso en pie, y los once apóstoles se pusieron de pie junto con él (Hch. 2:14). Así pues, cuando el hermano diga: “Amigos, ustedes tienen que creer en Jesús”, los demás hermanos podrán decir “Amén”. Esto añadirá peso a sus palabras. Si un hermano comparte la palabra y por lo menos cinco o seis se ponen de pie junto con él, veremos el impacto.
Aprendimos esta lección en el pasado cuando echamos fuera demonios. Cuantos más hermanos o hermanas estén con nosotros, mayor será el efecto en las personas. Cuando tenía que ir a echar fuera demonios, no me atrevía a ir solo, sino que siempre pedía que el mayor número posible de hermanos y hermanas me acompañaran. Entonces me sentía animado y fortalecido, y teníamos el impacto.
Necesitamos que algunos hermanos acompañen al orador, y también que muchos otros hermanos y hermanas estén allí presentes, acompañándolo desde sus asientos. Entonces tendremos el impacto. Cuando un hermano comparte la palabra, los hermanos que están de pie con él deben decir “Amén”, y el resto de la congregación también podrá decir “Amén”. Esto subyuga a los incrédulos y echará de sus corazones al espíritu de falsedad, mentira y engaño. Podemos comparar esto a un partido de fútbol en el cual el equipo que tiene más impacto es el que cuenta con el mayor número de aficionados.
También debemos aprender a observar a los incrédulos. Si vemos a cuatro incrédulos sentados juntos, tenemos que hacer un cambio y sentarnos con ellos para acompañarlos. En el transcurso de la reunión, podemos ayudarlos a orar, cantar y hablar. La obra de predicar el evangelio es verdaderamente una batalla. Cooperamos con la palabra que es ministrada al colaborar con el orador y al observar atentamente a los incrédulos. Hay un secreto en esto. Tal vez nos demos cuenta de que una persona se siente muy inspirada y motivada por la obra del Espíritu. Entonces podemos orar internamente, diciendo: “Señor, revélale el secreto para creer y ser salvo”. Si oramos de esta manera, muchas veces veremos que el rostro de la persona cambiará. En otras ocasiones, podemos percibir que una persona es muy obstinada y que sacude la cabeza, mostrando su desacuerdo. Entonces debemos orar silenciosamente en nuestro interior, diciendo: “Señor, ata al hombre fuerte; ata al rebelde”. Al orar, controlamos la situación. Es así como la iglesia predica el evangelio. Cada uno de los hermanos es como los músculos del cuerpo. No sólo la boca habla, sino que cada uno de los miembros ejerce su función. Entonces veremos el impacto. Es así como debemos sentarnos en el lugar apropiado para colaborar con la predicación.
Debemos ejercitar todo nuestro ser. En primer lugar, por supuesto, debemos ejercitar nuestro espíritu, y luego ejercitar nuestra alma, nuestro entendimiento, para leer a las personas. Si aprendemos a hacer esto, podremos incluso leer sus rostros, y por sus rostros podemos leer su corazón. No habrá necesidad de hablar con ellos después de la reunión para saber si fueron salvos o no, pues ya lo sabremos. De esta manera, debemos ayudar a los incrédulos, con nuestra oración, con los himnos y al observarlos.
Después del mensaje, debemos dedicar unos minutos para concluir la reunión cantando algún himno o un coro, y pedir a las personas que tomen la decisión de recibir al Señor. Entonces, inmediatamente después de esto, los hermanos y hermanas deben contactar a dos o tres, o al menos a una persona, para cuidarlos. Antes de acercarnos a ellas, estuvimos observándolas y nos dimos cuenta de la reacción que tuvieron. Luego, basándonos en esto, nos acercamos para hablarles. Éste es un momento muy crucial, pues es el momento de segar la cosecha, es el momento de dar a luz. Durante la labor del parto, hay un momento específico, un momento muy particular, en el cual ocurre el parto. Todos debemos aprender a ser parteras. En la labor que sigue a la predicación del evangelio, cada uno de nosotros debe ser una buena partera, y debe saber cómo asistir el nacimiento de un niño. Debemos orar por esto.
Con respecto a la labor que realizamos después de la reunión, hay algunos detalles a los cuales debemos prestar mucha atención. En primer lugar, no debemos hablar demasiado, ni tampoco hablar palabras vanas. Antes de hablar con las personas, debemos haberlas observado y habernos dado cuenta de la reacción que tuvieron. Con base en esto, podemos hablar con ellas sobre el mensaje. Debemos aprender a ser breves para “cerrar el trato”, al igual que un vendedor. Si hablamos demasiado, perderemos la venta. Nuestro propósito no es hablar. Algunos hermanos usan el tiempo después de la reunión simplemente para hablar de todo, extendiéndonos desde Génesis hasta Apocalipsis, de la luna al sol, y desde los ancestros pasados hasta la generación presente. Parece que tienen mucho de que hablar, pero al final no cierran el trato.
Debemos cerrar el trato de una manera breve ayudando a las personas a que oren. Después de hablar con alguien por dos o tres minutos, cuando mucho cinco o seis, tenemos que conducirlo a orar. Debemos aprender el secreto de cómo ayudar a las personas a que oren. Muchas veces las personas dirán que no saben orar, así que podemos pedirles que repitan nuestra oración. Podemos decirles: “Yo voy a hacer una oración, y luego usted puede repetir después de mí; diga lo mismo, pero desde lo profundo de su corazón”. De una manera sencilla tenemos que ayudar a las personas a confesar sus pecados, a reconocer que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador y Redentor, y a recibir y aceptar al Señor Jesús de manera personal como Su salvador. También debemos ayudarlas a comprender que gracias a la muerte redentora de Cristo, gracias a la cruz de Cristo, sus pecados fueron perdonados. Debemos orar con ellos de una manera breve, eficaz y específica. El Señor respaldará esta clase de oración. Después de orar de esta manera, muchas personas experimentarán un cambio en su vida, y el Espíritu Santo será real y viviente para ellas. Por medio de esta clase de oración, el Espíritu Santo verdaderamente tocará los corazones y los espíritus de ellas.
Después de orar, es muy bueno dar a las personas uno o dos versículos de las Escrituras según su situación, los que sean más apropiados para cada caso. Para algunas personas Juan 3:16 puede ser bueno, mientras que para otras puede ser mejor Romanos 6:23. Debemos darles uno o dos versículos como una confirmación, y ayudarlas a que cojan o sean cogidos por los versículos. Una palabra viva de la Biblia es una confirmación para un nuevo creyente, una prueba de su salvación de una manera concisa.
Después de orar, debemos también hablar amigablemente con las personas. Pregúntenles cómo vino y si vino con alguien, y tomen nota de su nombre y dirección. Sin embargo, debemos hacer todo esto de manera espontánea y flexible, y no de forma legalista. Si la persona con la cual ella vino tiene ya su nombre y dirección, no hay necesidad de que usted anote sus datos personales.
Antes de la reunión para predicar el evangelio, debemos dedicar otro tiempo para visitar a las personas. Luego los hermanos y hermanas pueden entregar los formularios con la fecha, el nombre y dirección de sus amigos y algunos comentarios acerca de ellos, como por ejemplo si fueron salvos o no. Luego con estos formularios sabremos cuántos fueron influenciados por nuestra predicación y lo que debemos hacer durante la reunión. Si diez o veinte ya han sido salvos, entonces el siguiente día del Señor debemos realizar una reunión de bautizos con ellos. No debemos pensar que esto es demasiado apresurado; no hay necesidad de esperar. Las Escrituras dicen que las personas deben ser bautizadas tan pronto como hayan creído (Mr. 16:16; Hch. 2:38, 41; 8:36-38; 22:16). Creer es sólo la mitad de un paso completo; el paso completo para ser salvos es creer y ser bautizados. No creemos en el agua del bautismo de una manera supersticiosa como creen algunos. No obstante, sí creemos que hay algo especial acerca del bautismo. En el pasado vi cómo personas que estaban enfermas fueron sanadas después del bautismo, y algunas incluso experimentaron el derramamiento del Espíritu Santo. Hay muchos casos así. El bautismo no es un formalismo ni una superstición; más bien, creemos que es necesario porque el Señor lo ordenó. Después de predicar el evangelio debemos tener un tiempo para tener bautizos, cuanto más pronto sea, mejor.
Puede ser que haya un buen número de personas nuevas que aún no entiendan claramente acerca de la salvación y el bautismo, así que debemos darle seguimiento a ellas por unas cuantas semanas. Luego, en cuanto tengan claro estos asuntos, podremos realizar otra reunión de bautizos. Hay muchas cosas que tenemos que hacer antes de poder introducir a estas personas a la vida de iglesia, y los hermanos y hermanas pueden cuidar de estos nuevos creyentes. Nuestro trabajo no habrá terminado hasta que ellos hayan sido introducidos en la vida de iglesia; entre tanto, debemos seguir cuidando de ellos. Si alguno de nuestros amigos no es salvo durante la reunión del evangelio, entonces tenemos que seguir pendientes de él e invitarlo al siguiente mes cuando vuelva a haber otra reunión para predicar el evangelio.