
Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14, 18; Is. 9:6; 1 P. 2:24; Is. 53:6; 1 Jn. 5:12; Hch. 10:43
No todos los que escuchan la predicación del evangelio toman la decisión de recibir al Señor públicamente; sin embargo, es posible que aún su corazón esté abierto al Señor. Es a través del contacto que sigan teniendo con los santos, que sabremos que ellos han sido verdaderamente salvos. Todos tenemos que aprender cómo ayudar a estos nuevos creyentes a que conozcan la salvación del Señor de una manera completa. Por un lado, los nuevos creyentes deben entender claramente acerca de la salvación del Señor, y por otro, necesitamos saber cómo laborar con estos nuevos creyentes para ayudarles a conocer esta salvación. Después que una persona recibe al Señor Jesucristo como el Salvador, hay dos categorías de cosas que debemos atender. La primera es que hay muchas cosas que como creyentes debemos saber acerca del Señor Jesús, y la segunda es que hay muchas cosas que debemos practicar. Así pues, inmediatamente después de recibir a Cristo como nuestro Salvador, tenemos que conocer muchos asuntos y poner en práctica muchas cosas. Incluso entre nosotros, muchos queridos hermanos y hermanas, no tienen claro los asuntos principales que los cristianos deben saber y los que deben practicar. En este mensaje veremos aquellas cosas que tenemos que saber.
El primer asunto que debemos tener claro es lo relacionado con la persona de Cristo. Tenemos que conocer la persona de Cristo, es decir, saber quién es Cristo. Éste es un asunto extremadamente crucial en la historia humana. Durante dos mil años muchos historiadores han estudiado y discutido sobre este asunto: ¿Quién es Jesucristo, y qué es la persona de Cristo? De manera sencilla quisiera recomendarles la Biblia. Por favor, abran la Biblia y lean el Evangelio de Juan. En Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. El Verbo es Cristo, y este Verbo que es Cristo estaba con Dios, y este Verbo que es Cristo era también Dios mismo. Luego, el versículo 14 dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de realidad”. Al menos tres títulos se le atribuyen aquí a esta persona única, que es Cristo. Él es el Verbo, el Verbo es Dios, y en el versículo 14 se nos dice que Él es el Hijo unigénito del Padre. Esto es muy significativo, aunque es muy extraño para nuestra comprensión. Por un lado, este Cristo es Dios mismo; por otro, este Cristo es el Hijo unigénito de Dios. El versículo 18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Quisiera pedirles que consideren estos versículos, porque en ellos se encuentra el misterio de la persona de Cristo.
En estos pocos versículos se nos dice primero que Cristo es el Verbo de Dios. Es fácil para nosotros entender lo qué es el Verbo, o sea, la Palabra. Una palabra es un medio de expresión. Mis palabras sirven para expresarme; si yo estuviera aquí parado frente a ustedes completamente callado, sin decir ninguna palabra, ustedes no podrían entender lo que hay en mí. Lo que hay en mí sería un misterio, porque únicamente puede ser dado a conocer mediante mis palabras. Así pues, Cristo como el Verbo de Dios significa que Cristo es la expresión de Dios. Dios mismo es la realidad, no obstante, Él está escondido y es misterioso. Puesto que Cristo es el Verbo de Dios, Él es la explicación y la definición de Dios. Cristo es Dios expresado.
En segundo lugar, estos versículos nos muestran que el Verbo, la Palabra, es Dios mismo. Eso significa que Cristo es Dios mismo. Muchas personas, incluso un buen número de cristianos, piensan erróneamente que Cristo es una persona separada de Dios. Esto es algo equivocado. No debemos pensar que Cristo es una persona aparte de Dios, es decir, que Dios es Dios, que Cristo es Cristo, y que ambos son dos personas separadas. Tenemos que comprender que Dios está en Cristo, y que Cristo es uno con Dios. Es por eso que el versículo 18 dice que nadie ha visto a Dios jamás, pero que el Hijo unigénito de Dios le ha dado a conocer. Dios está en Cristo, y Cristo es la corporificación misma de Dios, la expresión misma de Dios. En palabras sencillas, para los nuevos creyentes, diría que todos tenemos que reconocer que Cristo es Dios mismo.
En estos cuantos versículos hay otro punto importante. Este Cristo, quien es el Verbo de Dios y quien es Dios mismo, la expresión y corporificación de Dios, el Hijo unigénito de Dios. Un día, hace ya casi dos mil años, se hizo carne; Él fue encarnado. Antes de ese tiempo, Él era solamente Dios, pero a partir de Su encarnación, cuando nació como hombre, Él se vistió de la naturaleza humana. Cristo fue encarnado; Él vino para ser un hombre. Ahora, debido a la encarnación, hay algo más en Él. Para ilustrar esto muchas veces he dado el siguiente ejemplo. Supongamos que tengo un pañuelo hecho sólo de algodón, pero un día lo sumerjo en tinta verde. El pañuelo entonces llega a ser algodón mezclado con tinta; por lo tanto, ya no es blanco, sino que ahora es un pañuelo verde. Sin embargo, la sustancia misma aún está presente, pues no ha sufrido ningún cambio; únicamente la forma, el aspecto externo, ha cambiado. Ahora dos cosas se han mezclado y han llegado a ser una sola. De la misma manera, hace dos mil años, antes de la encarnación, Cristo era únicamente Dios. Él era el Creador de todo el universo, pero un día vino en la carne de un hombre. Él se “sumergió” a Sí mismo en la naturaleza humana, es decir, fue teñido del color humano, y le fue dado un nombre humano, el nombre de Jesús. El “pañuelo” se tornó verde; no obstante, en el interior de esta tela verde, se encuentra la realidad, la sustancia, del pañuelo. Dentro de este humilde hombre Jesús está Dios. Dios adquirió el “color” del hombre, el color de la naturaleza humana.
Isaías 9:6 dice: “Porque un niño nos ha nacido, / Hijo nos ha sido dado, / y el principado sobre Su hombro. / Se llamará Su nombre / ‘Admirable consejero’, ‘Dios fuerte’, / ‘Padre eterno’, ‘Príncipe de paz’” [heb.]. Sabemos que esto sucedió en un pesebre de Belén. Un día en un pesebre de Belén nació un niño y un hijo nos fue dado. El niño que nos fue dado es llamado Dios fuerte. Él era verdaderamente un niño, pero dentro de Él estaba el Dios fuerte. Él era verdaderamente una “tela verde”, pero en su interior estaba la sustancia del “pañuelo”. Podemos afirmar que el pañuelo es un objeto verde, pero al mismo tiempo tenemos que saber que sigue siendo un pañuelo. Un pequeño niño, incluso un bebé nacido en un pesebre, es llamado Dios fuerte porque Él es el Dios encarnado. Él es Dios hecho carne.
Todos debemos comprender que el propio Cristo en quien creemos es Dios mismo. Él es el Creador, el único Dios, el Dios único de este universo. Un día, al encarnarse para morar con el hombre, Él se hizo hombre. Él poseía absolutamente el aspecto de un hombre, pero dentro de Él estaba Dios mismo. Cristo es Dios en el hombre. Dentro de este hombre está Dios; a Él jamás lo podemos separar de Dios, y a Dios jamás lo podemos separar de Él. Sin Él, no podemos tener a Dios, pues Dios está en Cristo, y, hablando con propiedad, Cristo es Dios.
Un día Él fue a la cruz; fue crucificado y allí murió. Sin embargo, puesto que Él era Dios mismo, la fuente de vida, después que murió, resucitó. Quizás se nos haga difícil creer en la resurrección de Cristo. Sin embargo, en la Biblia, tenemos un buen ejemplo de esto, a saber, el ejemplo del grano de trigo. Cuando una semilla es sembrada, es enterrada en la tierra y muere. Ciertamente muere, pero después que muere, algo empieza a crecer. En 1936 fui a la antigua capital de China, a Beijing, y me invitaron a la casa de un profesor de una de las universidades más grandes de China, para que ayudara a algunos estudiantes a creer en el Señor Jesús. Después de haberles predicado el mensaje, un joven muy inteligente se me acercó y me dijo: “Señor Lee, hay algo que no puedo comprender. Si usted me ayuda, entonces creeré en lo que usted predica. No puedo creer que una persona pueda morir y después resucitar”. En aquel recinto universitario había unos campos que tenían el trigo de invierno como los que cultivan en el norte de China. Me acerqué a la ventana y le señalé, diciendo: “Mire esos granos de trigo. ¿No ve usted la resurrección allí? Hace dos meses sembraron semillas en la tierra. Las semillas murieron, pero después de la muerte algo brotó. Las semillas resucitaron porque dentro de ellas había una vida poderosa y dinámica. Usted podrá enterrar una semilla, pero no podrá enterrar la vida que está en ella. Si entierra una piedra, sin duda alguna, permanecerá enterrada y todo acabará allí. Nada crecerá porque la piedra no tiene vida. Pero si usted entierra una semilla, después de cierto tiempo, algo crecerá. Ahora bien, Cristo es el propio Dios, quien es la fuente de vida. Por lo tanto, introducirlo en la muerte, no equivalía a llevarlo a Su fin; al contrario, eso simplemente lo ayudaba a crecer. Dentro de Él estaba la vida, y esta vida es un poder muy dinámico que brotó en Él. Fue por eso que Cristo murió en la cruz, y luego resucitó.
“Una semilla tiene una determinada forma, pero después de que muere y brota, cambia de forma. Después Su resurrección, Cristo cambió de forma; Él fue transformado. Esto es algo sumamente maravilloso y misterioso, es algo que escapa nuestra comprensión. ¿Puede usted explicar cómo una semilla que es redonda, después de que muere y resucita, llega a ser una planta verde y alta? Sólo Dios entiende la ley, el principio, que rige la semilla. Una pequeña semilla redonda brota, crece y llega a ser un árbol; otra semilla brota, crece y llega a ser una flor; y otra brota, crece y se convierte en trigo. Además, todo el trigo que se produce tiene la misma forma. Debe haber una ley que rige esto, la cual únicamente Dios la conoce”. Después de que le di este ejemplo, ese joven universitario fue salvo ese día. Después de que creyó, empezó a amar al Señor, y fue usado grandemente por el Señor. Hoy en día es un hermano que asume el liderazgo de la iglesia en su localidad.
Quisiera dejar grabado en ustedes que Cristo es la Persona más maravillosa que existe en el universo. Él es Dios y también es el Creador mismo. Un día Él se hizo hombre; luego murió en la cruz, resucitó, y fue transformado para adquirir una forma maravillosa. Hoy en día Él es primeramente llamado el Salvador y luego el Señor. Además, Él es también el Espíritu. Si tuviera tiempo, les mostraría todos los versículos que nos hablan de estas cosas. Cuando Cristo fue crucificado, Él era el Redentor; pero hoy en día, después de Su resurrección, Él es el Espíritu, el Salvador viviente. Él es el poderoso Salvador, el Señor y el Espíritu. Él es el Espíritu; y eso significa que Él es sencillamente como el aire, muy disponible a nosotros. Dondequiera que estemos, Él está allí, y adondequiera que vayamos, Él va, al igual que el aire. No podemos separarnos del aire. Hoy en día tenemos la palabra pneumático. Eso es lo que el Espíritu es. Hoy Cristo es el Espíritu mismo. Les repito: Él es Dios, el Creador; un día se hizo hombre y murió en la cruz como el Redentor para redimirnos; luego resucitó y fue transformado para ser el Espíritu. Ahora Él es el Espíritu, quien es el Salvador viviente, y nuestro Señor. Como el Espíritu, Él está en todas partes; Él es muy accesible. Cuando le recibimos, le recibimos como una Persona todo-inclusiva. En Él está Dios; en Él está el Creador; y en Él también están el hombre, el Redentor y el Salvador. En Él tenemos al Señor, y Él es el propio Espíritu. Éste es el primer asunto que debemos conocer. Les presento estos asuntos de una manera muy breve y sencilla.
También debemos conocer el propósito por el cual Cristo murió en la cruz. En 1 Pedro 2:24 dice: “Quien llevó Él mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, a fin de que nosotros, habiendo muerto a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”. El madero se refiere a la cruz. ¿Cuál fue el propósito por el cual Cristo murió en la cruz? Aquí dice claramente que Cristo murió en la cruz para llevar nuestros pecados. En el Antiguo Testamento Isaías 53:6 dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, / cada cual se apartó por su camino; / mas Jehová cargó en Él / el pecado de todos nosotros”. Cuando Cristo murió en la cruz, Dios puso sobre Él todos nuestros pecados, todas nuestras iniquidades. Por tanto, aquí tenemos el perdón de pecados y la remisión de nuestros pecados. Todos tenemos que comprender que Cristo murió en la cruz para llevar nuestros pecados. Esto es lo que llamamos la obra de Cristo. Nosotros tenemos el problema de nuestros pecados, pero ¡alabémosle, pues Él murió en la cruz y quitó todos nuestros pecados! El problema de nuestros pecados quedó resuelto en la cruz.
Como ya vimos, Cristo es Dios, Él se hizo hombre, después fue crucificado como nuestro Redentor para quitar todos nuestros pecados, y resucitó como el Espíritu para ser nuestro Salvador, nuestro Señor. Ahora, debido a que Cristo es tal persona y debido a que Él murió de tal manera, la salvación está lista para ustedes. En esta salvación hay varias cosas que son muy importantes para ustedes. Primero, en esta salvación se obtiene el perdón de los pecados. Hechos 10:43 dice: “De Él dan testimonio todos los profetas, de que por Su nombre, todos los que en Él creen recibirán perdón de pecados”. Cuando usted cree en este Cristo y le recibe como su Salvador, el perdón de los pecados llega a ser su porción, y usted participa de dicha porción. El perdón de los pecados está incluido en la salvación que Cristo preparó para usted.
En esta salvación también se obtiene vida eterna, la vida divina. En 1 Juan 5:12 dice: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Si cree en Cristo, usted obtiene a Cristo, y una vez que le obtiene, recibe la vida. Hay muchos versículos que nos hablan de lo mismo, pero los dos versículos anteriores son suficientes. Ellos nos dicen que la remisión y el perdón de nuestros pecados se encuentran en la salvación que Cristo preparó para nosotros, y que en esta salvación obtenemos la vida divina y eterna de Dios. Éstos son los dos asuntos principales de la salvación de Dios, la salvación que Cristo preparó para nosotros.
Ya vimos lo tocante a la persona de Cristo, a la obra de Cristo y a la salvación que Cristo nos preparó. Ahora, ¿cuál es la manera apropiada de recibir y disfrutar esta salvación? Para ello, usted debe hacer tres cosas. Primero, usted debe reconocer que este Cristo es Dios mismo, el Creador, y que Él se hizo hombre, murió en la cruz por sus pecados y resucitó de los muertos. Ahora Él es el Salvador viviente, el Señor como el Espíritu. Él es viviente, real y disponible. Dígale a Cristo que usted lo reconoce como tal. Dígale: “Señor, reconozco que Tú eres el propio Dios. Un día te hiciste hombre, y moriste en la cruz por mí. Tú te llevaste todos mis pecados. Luego resucitaste de entre los muertos. Hoy reconozco que Tú eres el Salvador viviente. Tú eres mi Salvador, y Tú eres mi Señor. Ahora Tú eres el Espíritu, quien está tan disponible a mí. Tú ahora estás conmigo e incluso estás dentro de mí”.
Cuando yo fui salvo hace cuarenta años, no recibí la ayuda que les presento en esta comunión. Me tomó más de diez años en enterarme de todas estas cosas. Sin embargo, ahora ustedes no necesitan esperar diez años para conocer estas cosas, con una sola noche basta, o quizás una sola hora. Ésta es una breve presentación de todo el evangelio contenido en las Escrituras. Ustedes deben reconocer estas verdades. Es muy necesario que conozcamos esto.
En segundo lugar, ustedes deben contactar a Cristo. Reconocer es algo que tiene que ver con nuestra mente, con nuestro entendimiento, pero tener contacto con Cristo es algo muy diferente. Como ya hicimos notar, para contactar cualquier cosa, tenemos que usar el órgano adecuado. Por ejemplo, para oír mi voz, ustedes deben ejercitar sus oídos. Puesto que ahora Cristo es el Espíritu, ustedes tienen que ejercitar su espíritu humano para tener contacto con Él. El espíritu es la parte más recóndita y profunda de su ser. Entonces, a fin de contactar a Cristo, comprendiendo que Él es el Salvador viviente y el Espíritu, usted simplemente debe ejercitar la parte más recóndita de su ser para hablar con Él. Muchas veces les he dicho a las personas que no traten de componer una oración. Simplemente sean como un niño pequeño que acude a su madre. Cuando un niño pequeño acude a su madre, no necesita usar frases elaboradas y complejas, sino que simplemente le expresa lo que siente en su interior. Sencillamente acuda a Cristo, comprendiendo que Él es muy viviente y que es el Espíritu, y que, como tal, es muy accesible y está muy cerca de usted. Luego, exprésele lo que siente en la parte más profunda de su ser. No importa lo que usted sienta; simplemente dígaselo, aun cuando sea con frases inconclusas. Si usted siente que en algo está mal con Dios o con ciertas personas —ya sea con sus padres, con un compañero de estudio o con otros— simplemente dígale: “Señor Jesús, siento que estoy mal. Siento que estoy mal con Dios y con ciertas personas. Estoy mal con respecto a tantas cosas”. Simplemente dígale esto. No piense cuáles son las mejores palabras que debe de usar. Nada de eso es necesario; simplemente dígale lo que siente en su interior. Si usted siente que está triste y que tiene muchos problemas, simplemente dígale: “Señor, me siento muy triste. Tengo muchos problemas”. Luego, dígale cuáles son sus problemas de una manera viviente y práctica.
En el mensaje anterior les conté cómo le prediqué el evangelio a un juez. Él me preguntó cómo podía creer, y yo le dije que tenía que ejercitar el órgano correcto. Si usted ejercita su nariz para “oler” una voz, no podrá percibirla. Si ejercita sus ojos para “mirar” la voz, tampoco podrá verla. Sin embargo, si ejercita sus oídos, el órgano auditivo, percibirá la voz. El órgano correcto para percibir a Cristo es su espíritu humano, la parte más recóndita de su ser. Ese día también le dije al juez: “Señor, le sugiero que vaya esta noche a su casa, cierre la puerta y hable con Cristo”. Él me preguntó de qué manera debía hablarle. Le dije: “De cualquier manera que pueda. Simplemente háblele”. Él hizo esto. Regresó a su casa esa noche y les dijo a su esposa y a su hijo: “Por favor, váyanse al otro cuarto. Tengo que hacer algunos negocios”. Luego, cerró la puerta y se arrodilló. Su esposa lo observó por la ventana. Estaba muy sorprendida. Ella dijo: “¿Qué estará haciendo allí? Esto es algo completamente nuevo”. Él oró allí, y luego se fue a dormir. Al parecer nada sucedió ese día. No obstante, posteriormente, me contó que a la mañana siguiente, mientras iba al tribunal para atender un caso, todo el universo había cambiado. Los cielos, la tierra y todo lo demás era nuevo. Todo era encantador. Él vio un perro, y le pareció encantador; luego vio un gato y también le pareció encantador. Todo lo que veía le parecía bonito y agradable. Así que empezó a reírse. Mientras atendía el caso que le habían asignado, se reía en el tribunal. La secretaria y las demás personas no podían entender qué le había pasado al juez.
Al mediodía, él regresó a casa, regocijándose y riéndose por todo el camino. Cuando llegó a casa, su esposa le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Te encontraste un millón de dólares? ¿Qué es lo que te tiene tan contento?”. Él dijo: “No lo sé; simplemente me siento muy contento”. Después de esto, le contó lo que le había sucedido a uno de los hermanos jóvenes que era un estudiante universitario. Este hermano le dijo: “Señor, usted debe entender que eso es la salvación. Usted ha participado de la salvación”. No mucho después de eso, el juez abandonó su cargo. Hace poco, siendo un hermano ya muy anciano en la iglesia en Taiwán, partió a la presencia del Señor.
Intenten esto, queridos amigos. Les sugeriría que esta misma noche encuentren un lugar donde puedan estar a solas con Cristo. Abran su ser desde la parte más profunda y díganle algo a Él. No traten de elaborar ninguna oración. Simplemente díganle lo que está en su corazón. Hablen con él aunque sea con frases cortadas. Hablen con Él de tal manera que puedan contactarlo. Y no hagan esto sólo una vez; pues es sólo el comienzo. A partir de este momento, tengan contacto con Cristo una y otra vez. Si me preguntaran cuántas veces yo tengo contacto con Cristo cada día, no sabría decirles. Todo el tiempo yo sencillamente tengo contacto con este Cristo viviente. Ni siquiera tengo una hora específica para este tipo de oración. Yo oro continuamente. Él es como el aire para mí; simplemente vivo de esta manera. ¿Podría usted decirme cuántas veces respira todos los días? Si pudiera decirme el número de veces, me temo que usted se encuentra gravemente enfermo, y que con dificultad respira una, dos y tres veces. Pero si es una persona saludable, no podría decirme cuántas veces respira, pues simplemente respira todo el tiempo. Del mismo modo, usted debe contactar a Cristo su Salvador de una manera tan viviente. Olvídese del cristianismo; olvídese de la religión. No estamos ayudándole a que reciba una religión; antes bien, estamos ayudándole a conocer a esta Persona viviente, al Cristo viviente. Aprenda a reconocer todo lo que Él es y a contactarlo.
Todos debemos aprender a recibir a Cristo. Eso significa que usted tiene que abrir la parte mas profunda de su ser. Usted tiene que abrir todo su ser a Cristo y decirle: “Señor Jesús, no sólo reconozco que Tú eres mi Salvador, sino que ahora abro mi ser a Ti y te recibo en mí como mi vida y mi todo”. No son muchos los cristianos que saben hacer esto, ni tampoco son muchos los que lo practican. Una cosa es orar, y otra es recibir a Cristo. Muchas personas oran a Cristo, pero no alcanzan a entender que tienen que recibir a Cristo. Es necesario aprender que tenemos que recibir a Cristo. Puesto que Él es viviente y real, ustedes deben abrir su ser y recibirlo a Él una y otra vez. Todos tenemos que aprender a recibir al Cristo viviente, y no simplemente una religión.
Lamentablemente, hoy millones de personas son cristianas sólo de nombre. Han adoptado una religión, pero no han recibido a Cristo mismo. Yo he estado en Europa unas cuantas veces. En Francia o en Bélgica, si uno le pregunta a las personas: “¿Es usted cristiano?”, le dirá: “¿Y qué le hace pensar que no?”. Así que aprendí a no hacer esta pregunta. Si uno les hace esta pregunta, se ofenderán. Un día en las Filipinas cuando tomé un taxi, se me ocurrió preguntarle al taxista si era cristiano. También se ofendió conmigo. Me dijo: “¿Y qué le hace pensar que no? Si no fuera cristiano, entonces ¿qué soy?”. Sin embargo, esto es ser cristiano sólo de nombre, ser cristiano conforme a la religión. De este modo, me di cuenta que él no tenía a Cristo en su interior. Una cosa es tener la religión del cristianismo, y otra, tener a Cristo. En realidad, la palabra cristianismo no existe en las Escrituras; pero sí existe la palabra Cristo. Lo que estamos haciendo no es ayudarlo a adoptar el cristianismo como religión, sino más bien, a conocer la manera apropiada de recibir al Cristo viviente en su ser. Lo que usted necesita no es el cristianismo sino a Cristo mismo.
Algunos podrían preguntar cómo pueden recibir a Cristo. La manera de recibir a Cristo es que usted abra su ser a Él. Simplemente abra su ser a Él todo el tiempo. Él es el Espíritu, y ahora está dentro de usted. Aprenda a abrir su ser a Él todo el tiempo, diciendo: “Señor Jesús, estoy cerrado a todo lo demás y sólo me abro a Ti”. Les aseguro que si no es esta noche o mañana, o esta semana o la próxima, algo sucederá dentro de ustedes, y ustedes recibirán la realidad. Sentirán que Cristo es encantador, y percibirán dentro de su ser la luz, el poder, la vida y el amor de Cristo.
Ustedes deben reconocer que Cristo es todo lo que hemos compartido aquí, y deben contactarlo a Él. Siempre díganle algo, no de su mente, sino de su corazón y de su espíritu, la parte más profunda de su ser. Por supuesto, no debemos aborrecer a nadie; no obstante, aun si aborreciéramos a alguien, deberíamos decirle a Cristo: “Señor Jesús, ahora voy a aborrecer a alguien, te pido que estés conmigo mientras lo aborrezco”. Simplemente dígale algo a Él. Entonces Él le ayudará a saber como aborrecer, es decir, le ayudará a saber si debe odiar a esa persona o no, y finalmente lo ayudará a abandonar su aborrecimiento. Simplemente hable con Él. Hágalo su amigo en todo lo que haga. Si va al cine, dígale: “Señor Jesús, me llama la atención esta película y voy a verla”. Hable con Él. Ésta es la mejor manera de contactar a Cristo.
Aprendan a decirle algo a Cristo. No escondan nada de Él. Pónganse al descubierto delante de Cristo y estén abiertos a Él. Díganle todo lo que hay en su corazón, abran su ser a Él y aprendan a recibirlo continuamente. Ésta es la mejor oración.
Ustedes también necesitan ser confirmados por la palabra de las Escrituras. En otras palabras, tienen que recibir la palabra de las Escrituras para obtener la seguridad de salvación. Si reconocen lo tocante a la persona de Cristo y el hecho de que Cristo murió por sus pecados, y si reciben Su salvación y oran y abren su ser para recibirlo a Él, entonces necesitarán saber, según las palabras de la Biblia, que ustedes han sido salvos. La Biblia tiene muchos versículos que declaran que somos salvos. Nuestros pecados fueron perdonados, Cristo hoy está en nosotros y tenemos vida eterna; por lo tanto, somos salvos. En las Escrituras hay muchos versículos que aseguran y confirman nuestra salvación. Ahora, al recibir esta seguridad y confirmación, podemos estar en paz sabiendo que somos salvos. Somos personas que han sido salvas por Cristo, y somos hijos de Dios. ¡Esto es maravilloso! No debemos buscar nada más. De ahora en adelante, poco a poco y día a día, este Señor viviente hará muchas cosas con ustedes y en ustedes.
Quisiera pedirles que procuren conocer bien estos cinco puntos mencionados anteriormente: quién es Cristo, qué hizo Cristo por ustedes, la salvación que Él les preparó, la manera apropiada de participar de esta salvación, y la plena seguridad que podemos tener de esta salvación según la Biblia. Debemos reconocer que el Cristo en quien creímos es Dios mismo, que Él se hizo hombre y murió en la cruz por nuestros pecados, y que resucitó. Hoy en día Él es el Espíritu, el Salvador viviente y el Señor todopoderoso. Debemos reconocer esto, abrir nuestro ser a Él, y tener contacto con Él de una manera viviente. Entonces les puedo asegurar que son salvos. Y esto no se los confirmo yo sino este pacto, este testamento. Puesto que ha sido confirmado, podemos tener seguridad con respecto a nuestra salvación. Podemos exclamar: “¡Aleluya, alabado sea el Señor! Yo soy salvo. No importa cuán maligno y desdichado sea, ¡soy salvo!”. Entonces, cada vez que sintamos que estamos mal respecto a algo, debemos simplemente confesarlo. Es muy fácil y también muy agradable. Confesarle a Él todo lo que sentimos en nuestro interior, es una manera muy agradable de tener contacto con Cristo.
Todos los nuevos creyentes podrán encontrar ayuda en este mensaje; sin embargo, lo que hemos compartido aquí también es para todos los hermanos y hermanas. Ustedes tendrán más tiempo para visitar a las personas y laborar con los contactos más prometedores de esta manera. Deben ayudarles a conocer estos cinco puntos, y laborar en esto hasta que los asimilen por completo. Tal vez no puedan hacer esto en una sola noche. Yo les he presentado estos puntos de una manera breve, pero por favor, no traten de laborar de una manera tan breve con ellos. Necesitarán dedicar suficiente tiempo aun para laborar en el primer punto. Enséñenles a usar la Biblia, a leerla y a entenderla palabra por palabra. Entonces, de esta manera, después de reunirse con ellos unas tres o cuatro veces ellos recibirán la ayuda necesaria para entender claramente estos puntos. El Espíritu Santo siempre opera y respalda esta clase de labor. Él dejará una profunda impresión en las personas, las “pintará” y las ungirá. Entonces ustedes verán la diferencia. Tenemos que aprender a laborar con las personas con amor y paciencia. Tengo la certeza de que en estos días las personas recibirán ayuda no sólo para ser salvas, sino también para entender claramente el camino de la salvación.