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Mensajes del libro «Predicar el evangelio en el principio de la vida»
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CAPÍTULO SIETE

PRÁCTICAS BÁSICAS PARA NUESTRA SALVACIÓN

  Lectura bíblica: Hch. 20:21; 1 Jn. 1:9; 3:4; 5:17a; Ro. 10:9; Hch. 2:38

  En el mensaje anterior vimos que a fin de recibir a Cristo como Salvador, una persona debe primero comprender quién es Cristo; es decir, tiene que conocer la persona de Cristo. En segundo lugar, necesita conocer la obra de Cristo, es decir, lo que Cristo hizo por él y el propósito por el cual Cristo murió en la cruz. La muerte en la cruz es la obra de Cristo. Luego, debe conocer la salvación que Cristo preparó para él. En esta salvación tenemos la remisión de los pecados y la impartición de la vida divina. A fin de recibir a Cristo como Salvador, una persona también tiene que tener contacto con Él. Esto no tiene nada que ver con la religión. Tampoco tiene nada que ver con doctrinas ni con el aprendizaje de enseñanzas; antes bien, tiene que ver con esta Persona viviente, quien ahora sencillamente es como el aire. Tenemos que inhalarlo a Él. Tenemos que contactarlo. Quinto, a fin de contactarlo y recibirlo, tenemos que abrir nuestro ser al Señor, no simplemente de modo superficial, sino desde la parte más profunda de nuestro ser. Esto es semejante al hecho de abrir una ventana para que entre el aire fresco. Si cerramos la ventana, el aire fresco no podrá entrar. Para que el aire fresco entre en un cuarto tenemos que abrir la ventana completamente, de par en par. Cristo es el Espíritu, quien es como el aire fresco. Si vamos a disfrutarlo a Él y recibirlo en nosotros, debemos abrir nuestro ser; cuanto más, mejor, y cuanto más profundo, mejor. Es preciso que conozcamos estos cinco puntos y los entendamos con toda claridad.

  Asimismo, hay cinco cosas que una persona debe poner en práctica en el proceso de recibir a Cristo como Salvador. Recibir a Cristo principalmente significa creer en Él; no obstante, puesto que la acción de creer incluye varios asuntos, podemos llamarlo el proceso de creer. Un proceso es algo que incluye varias etapas o varios puntos. Muchos cristianos carecen de algunos de estos cinco puntos. Quizás no tengan carencias en todos los cinco, pero quizás les falte uno o dos.

UN ARREPENTIMIENTO CABAL PARA CON DIOS

  Lo primero que debemos poner en práctica es tener un arrepentimiento cabal para con Dios. El arrepentimiento es el primer paso que damos cuando realmente hemos creído, es la fe prevaleciente en Cristo. Si no experimentamos un verdadero arrepentimiento, eso significa que nuestra acción de creer no es muy real. A fin de creer de una manera verdadera, es decir, a fin de tener una verdadera fe en Cristo, debemos experimentar un arrepentimiento verdadero y cabal. Según las Escrituras el orden es arrepentirnos y luego creer. El arrepentimiento debe preceder a la fe. Hechos 20:21 dice: “Testificando solemnemente a judíos y a griegos acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesús”. El arrepentimiento es para con Dios y la fe es en el Señor Jesús. El arrepentimiento para con Dios y la fe viva en el Señor Jesús son el testimonio del apóstol Pablo.

  La palabra griega traducida “arrepentimiento” significa cambiar el modo de pensar o cambiar de parecer. El arrepentimiento es un giro que nosotros damos. Tenemos que voltearnos, porque nos hemos alejado de Dios y nos hemos extraviado de Él. Dios está en un determinado lugar, y todo nuestro ser y vivir están orientados en la dirección opuesta. No estamos a favor de Dios sino en contra de Él. Todo nuestro vivir incluye primeramente nuestra mentalidad, nuestra mente. La manera en que pensamos no es hacia Dios, sino por el contrario, nos aleja de Él. Esto se aplica también a nuestro comportamiento, a nuestra conducta y a nuestra vida familiar. De igual manera se aplica a nuestra educación, a nuestros negocios y a nuestras amistades. Incluso nuestro modo de vestir y la manera en que manejamos nuestro auto no agrada a Dios, sino que lo ofende; aun en esto estamos alejados de Dios. En casi todos los aspectos de nuestra vida humana estamos lejos de Dios; no estamos a favor de Dios sino en contra de Dios.

  El evangelio de Dios exige que nos arrepintamos, es decir, que demos un giro. Esto no significa simplemente dar un giro a la izquierda o a la derecha, sino dar “vuelta en U”, es decir, dar un giro de 180º. Tenemos que volvernos a Dios. No debemos darle la espalda a Dios, sino volvernos a Él y estar frente a Él cara a cara. Mientras que Dios tiene cierta dirección, nuestro vivir y nuestro andar están orientados en la dirección opuesta. Todo lo que tiene que ver con nosotros está orientado en la dirección equivocada; es por eso que cuanto más vivimos, más nos alejamos de Dios y más nos extraviamos de Él. Ahora Dios exige que nos arrepintamos. Esto significa que tenemos que volvernos a Dios. En esto consiste el arrepentimiento para con Dios.

  Todo lo relacionado con nosotros tiene que volverse a Dios: nuestros estudios, nuestra educación, nuestra vida matrimonial, nuestra vida familiar, la relación que tenemos con nuestros amigos y con nuestros familiares, la manera en que gastamos el dinero, la manera en que nos vestimos, la manera en que pensamos y tomamos nuestras decisiones, nuestros motivos e intenciones y todo lo demás. Todo lo que tiene que ver con nosotros, tanto internamente como externamente, debe volverse a Dios. Éste es el verdadero significado del arrepentimiento. Debemos experimentar un cambio completo en nuestra vida, es decir, dar un giro de 180º en todo lo relacionado con nuestra vida. Al predicar el evangelio, todos tenemos que aprender la lección de ayudar a las personas a dar esta “vuelta en U”.

  Cuanto nos arrepintamos dependerá del giro que hayamos dado. Algunos cristianos ciertamente experimentan cierto arrepentimiento, pero sólo se vuelven un poco, es decir, sólo experimentan un pequeño cambio. Tal vez un hermano experimente cierto cambio, pero ¿en qué medida lo experimenta? ¿Ha dado un giro de 45º, de 90º o de 180º? Algunos dan un giro completo de 360º, es decir, terminan igual que como estaban antes. Por lo tanto, debemos dar un giro de 180º, dar una verdadera vuelta en U, y regresar a Dios. La medida en que podamos ayudar a otros dependerá de cuánto nos hayamos vuelto nosotros mismos, es decir, de cuánto nosotros nos hayamos arrepentido. No debemos quejarnos si los nuevos convertidos no son fuertes en la vida espiritual. Tenemos que criticarnos primero a nosotros mismos. Es difícil que padres que son débiles produzcan hijos fuertes. La salud de los niños depende en gran medida de la salud de los padres. En lo que a la predicación del evangelio se refiere, todos tenemos que aprender y todos tenemos que ser quebrantados.

  Adoro al Señor en estos días porque me doy cuenta de que los hermanos y las hermanas no sólo están realizando la labor de predicar el evangelio, sino que además están siendo disciplinados por el Señor y están aprendiendo las lecciones correspondientes. Si un hermano discute con alguien, ¿podría después de ello salir a predicar el evangelio? Si un hermano miente a alguien durante el día, ¿podría predicar el evangelio por la noche? Su poder habría desaparecido, y su boca estaría cerrada por de las mentiras que dijo. Su conciencia lo sabe, y el espíritu maligno también lo sabe. Por lo tanto, al abrir su boca para dar testimonio de Jesús, el enemigo le dirá: “Tú eres un mentiroso”, y su boca se cerrará. A fin de predicar el evangelio, tenemos que confesar nuestros pecados. Tenemos que tomar medidas con respecto a las mentiras que hayamos dicho, y el Señor tiene que disciplinarnos específicamente en este asunto. Entonces nuestra conciencia estará limpia, sentiremos la libertad, y tendremos el denuedo de decir algo por Cristo.

  Si hemos de predicar el evangelio es necesario que seamos disciplinados por el Señor. Es fácil ser usados por el Señor para hablar una palabra de edificación, pero no es fácil predicar el evangelio. Si hemos de predicar el evangelio, tenemos que ser disciplinados por el Señor. ¿Cómo podemos ayudar a alguien a arrepentirse, a dar un giro de 180º si nosotros mismos no damos un giro en esta dirección? Es imposible que les pidamos a otros que den un giro de 180º cuando nosotros sólo hemos dado un giro de 45º. Si nosotros no nos hemos vuelto a tal grado, ¿cómo podemos ayudar a otros a arrepentirse? Sin embargo, si no podemos ayudar a las personas a dar un giro de 180º, de modo que se vuelvan a Dios, nuestra predicación del evangelio será muy deficiente. Por consiguiente, tenemos que ayudar a las personas a que experimenten un arrepentimiento pleno y cabal para con Dios.

  Muchas personas se han arrepentido, diciendo: “Señor, de hoy en adelante mis pensamientos se vuelven a Ti. Me vuelvo a Ti en cuanto a mi vida familiar, así como en cuanto a mis negocios, mi trabajo, mi educación, mis amistades e incluso en cuanto a mi manera de manejar. Con respecto a todo lo que tengo, todo lo que hago, todo lo que puedo hacer y todo lo que soy, me vuelvo a Ti”. Si usted es una persona que ha creído en Cristo, tiene que hacer esto. De lo contrario, delante de Dios, algo sucio o pecaminoso aún permanecerá en usted, lo cual envenenará su vida cristiana. Por consiguiente, usted tiene que dar fin a lo que ha sido, a lo que ha estado haciendo y a la manera en que ha estado viviendo. En esto consiste el arrepentimiento cabal y verdadero.

  Esta clase de arrepentimiento es como ser desarraigado, lo saca a usted de este mundo pecaminoso. Nuestra vida y nuestro vivir han estado muy arraigados a este mundo pecaminoso. Ahora tenemos que desarraigar nuestro vivir de este mundo. El verdadero arrepentimiento consiste en ser desarraigados de esta tierra, de este mundo pecaminoso. Necesitamos experimentar tal arrepentimiento para con Dios y necesitamos ayudar a otros a que comprendan tal arrepentimiento.

UNA CONFESIÓN COMPLETA DE NUESTROS PECADOS

  Después de habernos arrepentido, debemos confesar nuestros pecados. Tenemos que confesar todos nuestros pecados delante de Dios. En 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. El perdón y la limpieza dependen de nuestra confesión. Tenemos que hacer una confesión completa. Alguien podría preguntar qué son los pecados. Es difícil contestar a esta pregunta. ¿Cómo podemos definir los pecados? El versículo 4 del capítulo 3 dice: “Todo aquel que practica el pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. ¿Qué es pecado? El pecado es infracción de la ley, es decir, es quebrantar la ley. Toda transgresión de la ley es pecado. En las Escrituras tenemos la ley, la cual no sólo incluye los Diez Mandamientos, sino también muchas ordenanzas y preceptos. Los Diez Mandamientos no nos dicen que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, pero esto forma parte de los preceptos de la ley; es parte de la ley. Si no amamos a los demás, estaremos quebrantando la ley. Esto es pecado. Toda clase de transgresión de la ley es pecado.

  En los Diez Mandamientos hay un mandamiento que dice que debemos honrar a nuestros padres. ¿Ha honrado siempre a sus padres? No piensen que por ser una persona de edad avanzada estoy condenando a la generación más joven; no obstante, me doy cuenta de que la generación actual está mal en este asunto. Algunas veces los hijos adolescentes les dicen a sus padres: “Ustedes son demasiado viejos. No saben lo que es correcto; en cambio yo sí lo sé”. Esta clase de actitud para con los padres es pecado, por cuanto el pecado es la transgresión de la ley.

  En los Diez Mandamientos hay otro mandamiento que nos dice que no debemos robar. Alguien podría decir que jamás roba a otros. Pero no creo que usted jamás haya robado nada; de hecho, creo que ha robado muchas veces. Muchos estudiantes roban las respuestas para aprobar sus exámenes. Algunos hijos incluso roban a sus padres. No necesito entrar en más detalles. Todos ustedes conocen estas historias mejor que yo. Todo ello es pecado. Cualquier infracción de la ley es pecado.

  En 1 Juan 5:17a dice: “Toda injusticia es pecado”. La injusticia y la falta de rectitud es pecado. Si usted no es justo y recto, es pecaminoso. En este país, en el Lejano Oriente y en Europa, hay muchas personas que no son justas ni rectas cuando van al mercado. Siempre procuran obtener más de lo que realmente están pagando. Sólo les presento esta sencilla definición. Entonces, ¿qué es pecado? El pecado es la infracción de la ley, el pecado es toda injusticia. Todo lo que sea injusto, todo lo que no sea recto, es pecado.

  A fin de ser creyentes apropiados en Cristo, tenemos que confesar todos nuestros pecados; tenemos que hacer una confesión completa. Tal vez usted no se considere una persona pecaminosa, pero si desea atender a esta necesidad, pase algún tiempo con el Señor. Ahora usted proclama que ha creído en Jesús, y ha tomado la decisión de recibir a Cristo. Esto es bueno. ¡Alabado sea el Señor! Puesto que es así, pase algún tiempo con el Señor. Considere todas sus relaciones: su relación con sus padres, con su esposa, con su esposo, con sus hijos y con sus compañeros de estudio, sus compañeros de cuarto, con sus amigos y sus familiares. Mientras usted considera todas estas relaciones, posiblemente el Espíritu Santo vendrá a usted y le dirá: “Tú estás mal con tus padres en esto. Hace diez años, tú no trataste bien a tu padre. Tampoco tuviste una actitud correcta con tus compañeros de estudio, con tus vecinos, con ese hombre y con aquel hombre”. Además, cuando muchos cristianos revisan todas las cosas materiales que poseen, descubren que tienen muchas cosas pecaminosas. Si queremos ser creyentes vivientes y apropiados en Cristo, tenemos que tomar medidas acerca de estas cosas, tenemos que confesar todos nuestros pecados delante de Dios.

  Cuando vamos a ayudar a otros, tenemos que orar mucho. Nosotros mismos tenemos que limpiarnos por medio de la confesión. Entonces tendremos la base y la atmósfera apropiada para ayudar a otras personas a conocer su necesidad de ser limpiados por medio de la confesión. Por la gracia y la unción del Espíritu Santo, podremos ayudar a las personas a comprender que necesitan practicar esta clase de confesión. ¿Por qué tantos cristianos se encuentran en una condición de muerte? Debido a que tienen muchos pecados viejos; estos pecados viejos todavía permanecen dentro de ellos. Por lo tanto, tienen que confesar todas estas cosas para deshacerse de ellas. Todo creyente necesita hacer una confesión de todas las cosas pecaminosas delante de Dios, y efectuar una liquidación de lo que ha acumulado durante toda su vida.

CONFESAR AL SEÑOR JESÚS DELANTE DE LOS HOMBRES

  Los creyentes también necesitan hacer otra clase de confesión. No sólo deben confesar sus pecados, sino también confesar al Señor. Tienen que confesar al Señor Jesús delante de los hombres. De ahora en adelante, debemos confesar, es decir, debemos decirle a otros, que le pertenecemos al Señor. Ahora ustedes se han convertido en cristianos, en creyentes. Por lo tanto, deben confesar el nombre del Señor Jesús, y confesar delante de los hombres que Jesús es el Señor y que es su Salvador. Romanos 10:9 dice: “Que si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Con nuestra boca confesamos a Jesús como Señor.

  Es muy curioso que en toda la tierra, en el Oriente como en el Occidente, en Europa como en Asia, las personas tienen una sensación de vergüenza cuando confiesan a Cristo. Si alguien dijera: “Ahora creo en Cristo; yo confieso que Jesús es el Señor”, experimentará cierta sensación de vergüenza. También es muy curioso que cuando las personas siguen a Confucio y les hablan a otros al respecto, no sienten nada de vergüenza sino mucho denuedo. Este pecado de vergüenza proviene del diablo, Satanás. Por la gracia y misericordia de Dios tenemos que pelear la batalla para vencer este sentimiento de vergüenza. Algunas veces en el pasado le dije a Satanás: “Satanás, si continúas provocando en mí este sentimiento de vergüenza, confesaré al Señor gritando Su nombre”. El diablo le teme mucho a esto y huye.

  La manera apropiada de creer en el Señor Jesús incluye el paso de decirle a otros que a partir de este día en adelante usted ya no será un incrédulo, sino que será un creyente de Jesús. Usted ha recibido a Jesús como su Salvador y como su Señor. Desde este día usted confiesa que Él es el Señor y que usted le pertenece a Él. Después de creer en el Señor Jesús, usted debe ir a sus padres, parientes, amigos y vecinos, y hacer una confesión cabal de Cristo. Jóvenes estudiantes, después de que crean en Cristo, deben ir a sus compañeros de clase y decirles: “Ahora soy una persona diferente. Ayer no tenía a Cristo, pero hoy tengo a Cristo dentro de mí”.

  Así pues, es necesario que haya un verdadero arrepentimiento y dos clases de confesión: confesar nuestros pecados delante de Dios y confesar a Jesucristo como Señor delante de los hombres. No debemos tratar de ser un cristiano escondido, un cristiano secreto, ni ser un buen cristiano sólo en nuestro interior sin tener la apariencia externa de cristiano. Aprendan a ser liberados al confesar a Cristo delante de los hombres. En China vi a ciertos hermanos que hacían algo muy interesante. Quizás a ustedes les parezca exagerado, pero si estuvieran en ese medio, comprenderían que lo que ellos hicieron era necesario. Después de que fueron salvos, algunos hermanos se pegaron una etiqueta en su ropa que decía: “Ahora soy cristiano”. En muchos casos, esto les ayudó, pues otros decían: “No vayan adonde él porque ahora es cristiano. No traten de convencerlo porque es cristiano, no traten de invitarlo a ciertos juegos o a ir al cine porque es cristiano”. Si queremos ser cristianos vivientes, eficaces y poderosos, tenemos que confesar públicamente a Cristo delante de las personas.

SER BAUTIZADOS

  También necesitamos ser bautizados. Ser bautizados significa ser sepultados. Después de creer en el Señor Jesús, ustedes deben ser sepultados inmediatamente, habiendo comprendido que son muy pecaminosos y que no merecen otra cosa que la muerte. Ustedes se dan cuenta que fueron crucificados en la cruz juntamente con Cristo, y que, por ende, ya murieron. Así que han estado muertos ya por dos mil años. Puesto que han comprendido que están muertos, deben estar dispuestos a que la iglesia les celebre un funeral y los sepulte. Esto es muy necesario.

  Desde mi juventud crecí en un hogar que era más o menos cristiano. Escuché muchas historias del evangelio, fui educado y recibí mi formación en una escuela cristiana. Sin embargo, no fui salvo hasta que tenía diecinueve años de edad. Antes de ese día, yo sabía muchas cosas del cristianismo. Me sabía casi todas las historias de Jesús que están en los cuatro Evangelios, pues nos enseñaban estas cosas en la escuela dominical. A veces hacíamos chistes de dichas historias. Sin embargo, a la edad de diecinueve años, experimenté una verdadera salvación. Ese día comprendí que era una persona pecaminosa y que no había nada bueno en mí. Comprendí que cada parte de mi interior era maligna. Así que ya no me agradaba, sino que me aborrecía a mí mismo. Me di cuenta de que este hombre, yo, no servía para nada y que verdaderamente debía ser sepultado.

  Puesto que era miembro de una llamada “iglesia”, yo ya había sido bautizado por aspersión. No obstante, en aquel tiempo no me había arrepentido, ni había creído ni había orado. No había visto que era un pecador, ni había conocido verdaderamente a Cristo como mi Salvador. Únicamente conocía un poco acerca de Cristo. A pesar de ello, el pastor me dijo que tenía que hacerme bautizar por aspersión. Le dijo a la congregación: “Este joven es un miembro de una familia cristiana, y tiene una madre y una hermana que son muy amables. Por lo tanto, tengo que rociarlo”. Esta clase de aspersión no significó nada. Más tarde cuando fui salvo, comprendí que yo era una persona que había muerto, que no servía para nada, y que tenía que ser sepultado. De hecho, estaba muy deseoso de ser sepultado, así que fui a unos cristianos que amaban al Señor y les pregunté: “¿Está bien que sea bautizado? Yo ya fui bautizado por aspersión”. Ellos me dijeron que era completamente correcto que fuera bautizado. Les dije: “Entonces, es mejor que lo hagamos ahora mismo. ¡Entiérrenme!”. Después de que usted cree en el Señor Jesús, si usted le consulta al Señor en su interior, sentirá el deseo de ser bautizado, de ser sepultado.

  En cierto lugar un muchacho indígena se hizo miembro de la Iglesia Católica. La Iglesia Católica no permitía que la gente comiera carne los viernes, sino pescado. Un viernes este muchacho salió a cazar y trajo un venado a casa y empezó a cocinarlo. Mientras lo cocinaba, un sacerdote pasó por su casa, y al sentir el olor de carne, se acercó a la puerta y lo reprendió. El nombre de aquel muchacho era Johny. Él entonces le respondió: “Hace algunos años mi nombre no era Johny, sino un nombre indígena; pero un día usted me trajo a su iglesia y me roció con agua para bautizarme. En esa ocasión usted me dijo: ‘Ése no será más tu nombre, sino que ahora te llamarás Johny’. Esta mañana salí y traté de pescar algo, pero no pude atrapar ningún pez; en lugar de ello, cacé un venado. Así que lo rocié, y le dije: ‘Desde ahora no serás más un venado, sino que ahora serás un pez’. Yo creí en lo que usted me dijo, ¿por qué no cree en lo que le estoy diciendo?”. Nosotros no bautizamos a las personas de esta manera falsa, rociando agua sobre ellas y cambiándoles el nombre. En vez de ello, ser bautizado significa que usted comprende que ha muerto juntamente con Cristo y que está en Cristo, y ahora permite que la iglesia lo sepulte, sumergiéndolo en agua. Amigos, después de que ustedes crean en Cristo, necesitan ser bautizados. No podrán bautizarse ustedes mismos, sino que tienen que hacerse bautizar.

SER LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO Y BAUTIZADOS EN ÉL

  Además de esto, usted debe recibir el Espíritu Santo, ser lleno del Espíritu y ser bautizado en el Espíritu. El Espíritu Santo, quien es la tercera Persona del Dios Triuno, es la transmisión misma de Dios a usted. A fin de recibir a Cristo, a fin de recibir a Dios, usted tiene que recibir el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no es nada menos que Cristo mismo. Hoy en día el Espíritu Santo está esperándolo a usted, así que usted debe abrir su ser a Él. Después de que se haya arrepentido cabalmente, haya hecho una confesión completa de sus pecados, haya confesado a Cristo con denuedo delante de los hombres y esté dispuesto a ser bautizado, tendrá la base apropiada para reclamar ser lleno del Espíritu Santo y tener la experiencia del derramamiento del Espíritu Santo. Cuando predicamos el evangelio, debemos predicar al grado en que les digamos a las personas: “Ustedes tienen el derecho de recibir el Espíritu Santo”. Sencillamente crean lo que les digo y pónganlo en práctica. Estoy seguro de que el Espíritu Santo los honrará a ustedes y honrará su práctica.

  Hechos 2:38 dice: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Este versículo primero habla de arrepentirse, luego de ser bautizados y, en tercer lugar, de recibir el don del Espíritu Santo. Éstas son tres de las cinco prácticas que hemos mencionado en este mensaje. Además, después del arrepentimiento y antes de ser bautizados, necesitamos dos clases de confesión: confesar nuestros pecados delante de Dios y confesar al Señor Jesús delante de los hombres. Ser bautizados es también cierta clase de confesión, una confesión silenciosa pero pública no sólo delante de los hombres, sino también delante de todo el universo, delante de los cielos y la tierra, de que hoy usted está en Cristo y está siendo sepultado juntamente con Él. Es entonces que obtenemos el derecho, la base para reclamar, el don del Espíritu Santo.

  Todo lo que Dios es y todo lo que Cristo ha hecho —todos los beneficios, todas las bendiciones y todos los asuntos que forman parte de la salvación de Dios— están en el Espíritu Santo. Por medio de un proceso, el Espíritu Santo ahora incluye a Dios, a Cristo, la salvación y todos los beneficios de la salvación. Usted ha sido lleno de este Espíritu Santo. Después de que usted se arrepiente, confiesa sus pecados delante de Dios, confiesa a Cristo como su Señor delante de los hombres y es bautizado, inmediatamente obtiene el derecho, obtiene la base apropiada para reclamar el don del Espíritu Santo. Cuando usted vaya a ser bautizado, debe declarar: “Señor, en este mismo día reclamo la plenitud del Espíritu Santo”. Reclámela y recíbala. Si usted aún no ha sido bautizado, pero tiene el deseo de hacerlo, a los ojos de Dios es como si ya se hubiera hecho bautizar. Ahora usted puede estar firme sobre esta base y reclamar el Espíritu Santo, diciéndole al Señor: “Señor, tienes que llenarme del Espíritu Santo, y tienes que derramar el Espíritu Santo sobre mí. Éste es mi derecho y ésta es mi porción”. Usted tiene que reclamar esto.

  En nuestra predicación tenemos que ayudar a las personas a comprender estos cinco pasos: arrepentirse cabalmente, confesar sus pecados delante de Dios, hacer una confesión pública delante de los hombres, ser bautizados y comprender que después de hacer todo esto, tienen derecho a recibir la plenitud del Espíritu Santo. Les repito una vez más que no estamos aquí diciéndole a la gente que reciba cierta clase de religión. Estamos aquí aprendiendo a ayudar a las personas a que entiendan a este Cristo vivo. Este Cristo vivo hoy en día es el Espíritu. Él no es una religión; Él es una Persona viva. Esto no es el cristianismo; antes bien, es Cristo mismo como el Espíritu. ¿Cómo puede usted recibir al Espíritu y a este Cristo vivo? Arrepintiéndose, confesando sus pecados, confesando a Cristo como Señor y siendo bautizado. Si usted está dispuesto a hacer estas cuatro cosas, tendrá la base y el derecho para reclamar el don del Espíritu Santo. ¡Esto es maravilloso! Entonces usted será un cristiano viviente. Le pedimos al Señor que se revele a estos preciosos nuevos creyentes, a fin de que todos ellos tengan un contacto vivo con el Señor, lo toquen de una forma viva y que el Señor se revele a ellos, de modo que puedan conocer al Cristo que está dentro de ellos de una manera viviente.

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