
Lectura bíblica: Fil. 1:5-6, 12, 18-20, 27
En las epístolas escritas por el apóstol Pablo, únicamente Filipenses habla de una manera particular en cuanto a la predicación del evangelio. Filipenses 1:5 dice: “Por vuestra comunión en el progreso del evangelio, desde el primer día hasta ahora”. Pablo empieza este libro con su oración en la que con gozo da gracias al Señor porque los filipenses participaban en la comunión para el progreso del evangelio. Aquí el apóstol usó la palabra comunión en lugar de predicación. Esto es muy significativo. Hablar simplemente de la predicación del evangelio es más bien superficial, pero hablar de la comunión en el progreso del evangelio es muy profundo. Es probable que hoy en día los cristianos no tengamos claro lo que significa tener comunión en el progreso del evangelio.
Muchos estudiantes de la Biblia reconocen que la iglesia en Filipos era una iglesia que predicaba el evangelio. El apóstol Pablo oró por ellos para que su comunión en el progreso del evangelio pudiese seguir adelante a fin de llevar a cabo el propósito de Dios. En el versículo 6 él añade: “Confiando en esto, que el que comenzó en vosotros una buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús”. En esta oración podemos darnos cuenta de que la intención de Dios es que una iglesia local participe en la comunión en el progreso del evangelio, no sólo por cierto tiempo, sino continuamente hasta el día de Cristo Jesús, es decir, hasta que Él regrese. Al leer estas palabras también percibimos que el apóstol sentía la carga de que esta comunión no se interrumpiera. Fue por esto que dijo que confiaba que el que había comenzado en ellos una buena obra, la perfeccionaría hasta el día de Cristo Jesús. En esto podemos ver que se libra una verdadera batalla. La intención de Dios es que las iglesias locales participen en la comunión en el progreso del evangelio, pero existe la posibilidad de que esta comunión, que es una buena obra iniciada por el Señor mismo, se interrumpa. Tengo el sentir y la carga de que es correcto aplicar esta palabra a nosotros. Una buena obra ha comenzado entre nosotros, pero existe la posibilidad de que se interrumpa, de que se detenga. Por lo tanto, tenemos que orar para que el Señor siga llevando esta obra adelante hasta el día de Su regreso.
Pablo les dijo a los filipenses que sus prisiones también contribuían al avance del evangelio. Los versículos 12 y 18 dicen: “Ahora bien, quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien en el avance del evangelio [...] ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o con veracidad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo; sí, me gozaré aún”. Incluso el hecho de que él estuviera encarcelado contribuía en cierta manera al avance del evangelio.
Él también dijo que mientras estaba encarcelado, sentía el deseo, la carga, de magnificar a Cristo. El versículo 20 dice: “Conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte”. Esto indica que la verdadera predicación del evangelio no consiste simplemente en predicar con palabras, sino en llevar una vida que magnifica a Cristo.
Luego al final de este capítulo, él nos dice que debemos tener cierta clase de comportamiento, cierta clase de andar y de vivir, que llega a ser el evangelio de Cristo. El versículo 27a dice: “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo”. Debemos llevar una vida, un hablar y andar que corresponda al evangelio. Entonces, como dice el versículo 27b: “Que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes junto con la fe del evangelio”. La palabra combatir implica tanto labor como pelea, y la palabra unánimes es también muy significativa, pues conlleva el sentido de “cooperar y laborar hombro a hombro de manera absoluta, como un solo hombre”. Esto requiere que estemos firmes en un solo espíritu y que tengamos un mismo pensar.
Hay un buen número de asuntos en estos versículos que siento la carga de pasarles a ustedes para que los pongan en práctica. En primer lugar, debemos aprender que la predicación del evangelio no debe ser llevada a cabo solamente por individuos; más bien, debe ser llevada a cabo por el Cuerpo. En el versículo 5 el apóstol Pablo usa la palabra comunión, refiriéndose a la comunión en el progreso del evangelio. Si esto dependiera solamente de individuos, no sería necesario hablar de comunión. El mover de la predicación del evangelio debe llevarse a cabo en comunión, por cuanto es un asunto del Cuerpo.
Juan 15 nos dice que todos los pámpanos llevan fruto (vs. 1-5). Un árbol no solamente tiene una rama, sino muchas y todas ellas llevan fruto al estar en comunión. Es por eso que más adelante en el mismo capítulo el Señor Jesús nos dice que tenemos que amarnos unos a otros (vs. 12, 17). Si nos amamos unos a otros, las personas del mundo verán que somos discípulos de Cristo (13:34-35). Si predicamos a Cristo pero no tenemos comunión ni nos amamos unos a otros, nuestro fruto será muy limitado; es decir, no seremos muy fructíferos. Por lo tanto, si deseamos ser fructíferos, tenemos que amarnos unos a otros. Éste es el testimonio más fuerte que se les puede dar a los incrédulos.
En lo profundo de su ser todas las personas anhelan tener una vida y amor en una mutualidad verdadera. Éste deseo por mutualidad está en la naturaleza humana y es algo creado por Dios. Ningún ser humano realmente desea vivir solo. Sin embargo, debido al daño causado por el enemigo, no hay una verdadera mutualidad ni en la humanidad ni en la sociedad humana. No hay mutualidad en vida ni en amor ni en verdad ni en sinceridad. Pero, si nosotros, los hermanos cristianos, vivimos juntos en amor puro y con sinceridad, esto llegará a ser un testimonio muy convincente. Este amor puro y sincero que expresamos en nuestro vivir será la misma vida de Cristo. Dicho amor es Cristo mismo que se expresa por medio de nosotros. Si vivimos por Cristo, en Cristo, con Cristo y para Cristo, nos amaremos unos a otros, y este amor mutuo llegará a ser un testimonio muy convincente. Éste es el resultado de la vida interior y el poder para llevar fruto.
Si queremos ser prevalecientes y fructíferos en la predicación del evangelio, debemos prestar toda nuestra atención a la vida del Cuerpo. Cuanto más vivamos la vida del Cuerpo y cuanto más tengamos la realidad de la vida del Cuerpo, más fructíferos seremos. Tal vida será un testimonio muy convincente para nuestros familiares, amigos, compañeros de estudio y vecinos. Al ver ellos el amor mutuo que hay entre nosotros, como hermanos cristianos, esto los impresionará e influenciará. Esto entonces preparará el camino y abrirá las puertas para que el Espíritu Santo obre en sus corazones. Llevar la verdadera vida del Cuerpo nos ayudará a ser prevalecientes. Creo que precisamente ésta es la razón por la cual el apóstol Pablo usa la palabra comunión en Filipenses 1:5. Todos los pámpanos llevan fruto juntos, unos con otros. Ningún pámpano lleva fruto de forma individual.
Al predicar el evangelio, tenemos que aprender a conocer la vida del Cuerpo. Es mediante esta clase de predicación que seremos edificados más y más. Si sentimos carga por alguno de nuestros vecinos, le pediremos a algunos hermanos que nos ayuden a llevar a este vecino al Señor. Si tenemos carga por algún compañero de clases, le pediremos a otros a que nos ayuden a traer a este compañero al Señor. Así pues, no laboraremos nosotros solos, sino que invitaremos a los hermanos a que laboren junto con nosotros en coordinación. Les repito una vez más que si tenemos el espíritu de la vida del Cuerpo, las personas lo percibirán. Si entre nosotros hay amor, las personas que están a nuestro alrededor lo percibirán, y ese amor y vivir será un factor muy poderoso que convencerá a los incrédulos —a nuestros vecinos y amigos— para que abran su espíritu al Señor. Necesitamos la vida del Cuerpo, y la mejor forma de edificarnos juntos es que tengamos comunión para el progreso del evangelio.
Tal vez nos sea difícil traer a cierto familiar al Señor, pero podemos invitarlo a nuestra casa y esa misma noche invitar a tres o cuatro hermanos y hermanas. Entonces podremos laborar juntos para ganar a este familiar. Sin embargo, esto no debe ser meramente una actividad externa. Si no tenemos el amor mutuo ni tenemos la realidad de la vida del Cuerpo, aun cuando invitemos a tres o cuatro hermanos, lo único que ellos traerán será frialdad. No traerán algo cálido, ni habrá realidad. Pero si, por otro lado, estamos en la vida del Cuerpo y tenemos la realidad, nada podrá esconder dicha realidad. Cuando tres o cuatro hermanos y hermanas vengan a nuestra casa ejerceremos influencia sobre ellos; porque habrá algo allí que calentará a las personas. Ellas entonces percibirán que entre esos cristianos hay algo muy especial, algo muy atractivo. Debemos tener esta clase de amor.
Cuanto más sigamos adelante en la predicación del evangelio, más seremos conjuntamente edificados. Seremos completamente unidos y entrelazados unos con otros. Esto será un testimonio muy convincente, no sólo para los hombres, sino también para los principados y potestades en los cielos. Esto los avergonzará. Necesitamos aprender a predicar el evangelio en la comunión para el progreso del evangelio en la vida del Cuerpo. Esto también ha sido muy descuidado en el cristianismo actual. Muchos cristianos hoy en día creen que predicar el evangelio es algo individual. Algunos dirían: “Puesto que amo al Señor, predico el evangelio. Eso es suficiente”. Esta clase de predicación en cierta medida podrá prevalecer, pero la manera más prevaleciente y fructífera de laborar en el evangelio es al tener comunión para el progreso del evangelio, es decir, predicar el evangelio por medio de la vida del Cuerpo y en la vida del Cuerpo.
Todas las almas, los incrédulos, aún continúan usurpados por los principados y potestades en los cielos. Estas potestades no están dispuestos a soltar a nadie, y por lo tanto debemos pelear la batalla, pero no solos, de forma individual, sino guardando la comunión en la vida del Cuerpo. Lo que determinará cuán fructífera sea nuestra predicación será cuánto de la realidad del Cuerpo poseamos. Según el libro de Filipenses, la predicación genuina, fructífera y prevaleciente del evangelio es cierta clase de comunión. Tenemos que predicar en el Cuerpo. Si nos encontramos fuera del Cuerpo, no podremos pelear la batalla, debido a que estamos desarmados. Por lo tanto, necesitamos tener al Cuerpo. Inténtenlo; entonces comprobarán que es verdad.
Filipenses nos dice el secreto de cómo experimentar a Cristo. Después del libro de Romanos vienen las dos epístolas a los corintios, y después de ellas siguen cuatro libros más: Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses. Estos cuatro breves libros son los más profundos de toda la Biblia. El pensamiento central de Dios, Su propósito eterno y Su economía se revelan en dichos libros más que en el resto de los sesenta y seis libros de la Biblia. Colosenses nos dice quién es Cristo, y cuanto Cristo es. Si desean conocer quién es Cristo, tienen que estudiar Colosenses. En relación con Dios, Cristo es la imagen de Dios. En relación con la creación, Él es muchas cosas. En relación con la nueva creación, Él es todos los miembros del Cuerpo. Cristo es muchas cosas; Él lo es todo. Él es vida para nosotros, nuestra esperanza para el futuro, y el todo y en todos. Gálatas nos dice que debemos experimentar a este Cristo todo-inclusivo no sólo de forma externa, sino también interna. Cristo es revelado en nosotros, Cristo vive en nosotros y Cristo tiene que ser formado en nuestro ser (1:16; 2:20; 4:19). Luego, en Filipenses, Pablo nos dice el secreto de cómo experimentar a este Cristo todo-inclusivo. Finalmente, Efesios habla del Cuerpo, la iglesia. El Cuerpo llega a existir a partir de Cristo y mediante Cristo, quien es la Cabeza. Esto sólo puede darse mediante nuestra experiencia interna de Cristo, según el secreto de experimentar a Cristo.
El libro de Filipenses es el único libro que nos dice cómo experimentar a Cristo. Experimentar a Cristo tiene como objetivo la predicación del evangelio, y predicar el evangelio es precisamente el resultado de experimentar a Cristo. En otras palabras, predicar el evangelio es expresar a Cristo. Cuando expresamos a Cristo, cuando le hacemos manifiesto en nuestro vivir y cuando Cristo se expresa por medio de nosotros, entonces estamos predicando el evangelio. Considere las ramas de un árbol. El fruto que producen las ramas es el resultado de haber experimentado al árbol. Cuando las ramas experimentan la vida del árbol, espontáneamente llevan fruto. Así pues, llevar fruto es el resultado de la experiencia interna de la vida. Es imposible que una rama experimente la vida del árbol y no lleve fruto. Cuanto más las ramas experimenten apropiadamente la vida del árbol, más fruto llevarán. De la misma manera, la predicación del evangelio es el resultado del Cristo que hemos experimentado. Si experimentamos a Cristo, tendremos un resultado de esta vida, el cual es, la predicación del evangelio.
Pablo y Silas fueron encarcelados en Filipos (Hch. 16:23-25). Los magistrados dieron órdenes al carcelero para que los guardase con seguridad, así que él los puso en el calabozo de más adentro y les aseguró los pies en el cepo. En ese momento Pablo y Silas no predicaron, sino que simplemente fueron llenos de Cristo y llenos del Espíritu, y a la medianoche empezaron a cantar himnos de alabanza al Señor. Eso no fue simplemente la predicación de la palabra, sino que fue la expresión de Cristo, la expresión externa de la vida interior. Ésta fue una muestra muy patente de la verdadera predicación del evangelio, y el carcelero, quien custodiaba la cárcel, fue salvo. Si comparamos esta historia con lo que está escrito en el libro de Filipenses, entenderemos en qué consiste la predicación apropiada del evangelio. La predicación apropiada del evangelio consiste en expresar a Cristo.
Supongamos, por otra parte, que estos dos apóstoles simplemente pensaran que su única responsabilidad era predicar el evangelio. Ellos pudieron haber tratado de hacer esto con caras largas, diciendo: “Predicamos que Cristo es el Salvador. Usted tiene que creer en Él. Si no cree en Él, irá al infierno”. Esta clase de predicación no habría sido muy eficaz. Sin embargo, estos dos apóstoles no predicaron el evangelio de esta manera. Ellos simplemente experimentaron a Cristo. Ellos estaban llenos de Cristo y, por lo tanto, estaban rebosantes de gozo y de cánticos. Cantar de esta manera es simplemente el resultado del desbordamiento del Cristo que mora en nosotros, es decir, es la manifestación de Cristo. En ese momento, Dios sacudió la prisión, y el carcelero, quien también estaba temblando, preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (v. 30). Entonces él y toda su casa fueron salvos. Éste fue el resultado de una predicación genuina y de una verdadera experiencia de Cristo.
Filipenses 1:19 contiene el secreto para experimentar a Cristo: la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Esto no es simplemente el Espíritu de Dios, sino el Espíritu de Jesucristo, y este Espíritu incluye la abundante suministración. Estos dos apóstoles, Pablo y Silas, vivían en este Espíritu y recibían el suministro del Espíritu. Por esta razón, sin importar la situación en que se encontraran, fuera una situación de vida o de muerte, o una situación de sufrimientos y de prisiones, ellos magnificaban a Cristo. Predicar el evangelio es magnificar a Cristo. Como hemos visto, esto depende del Cuerpo, pero también depende de que magnifiquemos al Señor en nuestra vida. Dondequiera que estemos, ya sea en la escuela o en una tienda, o con nuestros vecinos o nuestros familiares, debemos magnificar a Cristo en nuestra vida. No podemos predicar el evangelio simplemente por medio de nuestras palabras. Tenemos que predicar el evangelio magnificando a Cristo. Necesitamos experimentar a Cristo en nuestro interior y aprender el secreto de cómo experimentar a Cristo; entonces Cristo se desbordará de nosotros. Este desbordamiento, será la verdadera predicación del evangelio, y esto ministrará Cristo a otros.
No podemos conducir a nadie al Señor simplemente teniendo buena suerte. Más bien, la obra de predicar el evangelio a fin de conducir a las personas al Señor es algo que requiere mucha paciencia de nuestra parte. Debemos aprender a Cristo como nuestra paciencia para pelear continuamente la batalla de predicar el evangelio. La verdadera predicación es una batalla. No debemos pensar que podemos llevar el evangelio a las personas tan fácilmente. El apóstol Pablo usó la frase combatiendo unánimes (v. 27), lo cual indica que necesitamos paciencia y perseverancia. George Müller oró para que cierta persona fuese salva, pero dicha persona no fue salva durante la vida de Müller; fue sólo hasta después de su muerte que fue salva. No es una tarea fácil ni rápida el conducir a ciertas personas al Señor; esto es algo que requiere una verdadera lucha. Todos tenemos que aprender esta lección. Con respecto a la predicación del evangelio no podemos hacer una labor rápida. Predicar el evangelio es obtener una cosecha, y no podemos obtener una cosecha rápidamente. Por lo tanto, tenemos que aprender a ser pacientes.
Yo fui salvo de esta manera. Un hermano en el Señor laboró por mucho tiempo para ganarme. Durante cierto tiempo parecía que no había ningún resultado. Yo estaba muy endurecido de corazón, y había decidido no prestar atención a lo que ese hermano me dijera. Creo que él se sentía más o menos desanimado, y hubo un momento en que dejó de visitarme. Sin embargo, un día, después de que había dejado de venir, —aunque no sé por qué razón lo hice— decidí asistir a una reunión cristiana. Ése fue el resultado de la obra que ese hermano estuvo haciendo por mucho tiempo. Así que, todos tenemos que tener paciencia en esta labor. Puesto que somos miembros de una iglesia local, todos debemos llevar una vida en la que predicamos el evangelio. Al predicar el evangelio no debemos esperar hacer las cosas de una manera rápida; más bien, tenemos que laborar. Si todos laboráramos por cierto periodo de tiempo, quizás durante dos o tres años, las puertas se nos abrirían de par en par.
Esto es semejante a un negocio en el que tenemos que ganarnos la confianza de la gente. Yo vi esto y cómo aconteció. En el norte de China, en mi ciudad natal, pasé más de ocho años tratando de ganarme la confianza de las personas para el evangelio. En los primeros ocho años, de 1932 a 1940, nunca llegamos a bautizar a más de cuarenta personas a la vez. Durante esos ocho años hubo una verdadera lucha, pero por la misericordia del Señor, los hermanos hicieron todo lo posible por continuar predicando incesantemente. Entonces, en 1940 los resultados explotaron. A partir de entonces, siempre bautizábamos a cien o doscientas personas a la vez. Encontramos puertas abiertas en todo lugar, en los hogares, en las fábricas, en los hospitales y en las escuelas, y el evangelio fue muy prevaleciente. En Taiwán estuvimos predicando el evangelio de esta manera por lo menos durante dos años. Para entonces habíamos aprendido un poco más, y también, un grupo de personas adiestradas vinieron de la China continental para llevar a cabo esta labor. Ésta es la razón por la cual la obra que se empezó allí avanzó tan rápidamente. Finalmente, las puertas nos fueron abiertas.
Ahora apenas estamos comenzando en este país. Por un lado, necesitamos más tiempo para ser adiestrados y, por otro, necesitamos tiempo para ganarnos la confianza de la gente. No podemos sembrar una semilla esta noche y esperar obtener una cosecha al día siguiente. Es así como crecen los hongos. Los hongos no son una especie de vida apropiada; hasta son perjudiciales para la vida genuina. Un árbol lleva fruto a su tiempo; así que tenemos que aprender a ser pacientes y a perseverar. Es posible que los vecinos, familiares, colegas y compañeros de estudio a quienes hemos procurado ganar para el Señor no sean salvos este año. Puede ser que algunos de ellos sean salvos este mes, mientras que otros no lo sean sino hasta después de cinco años. No sabemos cuándo serán salvos; eso sólo el Señor lo sabe. No puedo explicarles por qué sucede así, pero es un hecho. Algunos son salvos muy rápidamente, mientras que otros tardan más tiempo. No debemos preocuparnos por eso, sino que simplemente debemos ir y creer que gradualmente traeremos algún fruto a la iglesia. Por esta razón, necesitamos paciencia.
Esto verdaderamente pondrá a prueba nuestra vida de oración. No piensen que salvar un alma es una tarea fácil; requiere de cierta clase de oración. Cuando hayamos orado mucho por cierta persona, ella será salva. Podemos comparar esto a una balanza. La persona se encuentra en un extremo de la balanza y nuestra oración en el otro extremo. Cuanto más oremos, más peso añadiremos, y entonces el peso de las oraciones igualará el peso de la persona, y entonces ella será salva. En lo que se refiere a la predicación del evangelio no existe la suerte. No podemos esperar que las cosas ocurran por suerte; más bien, debemos dedicar mucho tiempo para orar, para arrodillarnos delante del Señor por alguna necesidad. Esto es una verdadera prueba.
Nadie puede determinar cuáles serán los resultados de nuestra predicación del evangelio. Los hermanos y hermanas que a través de los siglos laboraron mucho en la predicación del evangelio con el tiempo aprendieron una lección. Al principio, trataban de determinar, calcular, cuáles serían los resultados de su obra, pero después de avanzar en el Señor durante veinte, treinta o cuarenta años, llegaron al punto en que dejaron de hacer cálculos. Esto se debe a que los resultados de nuestra obra nunca son claros para nosotros. Hablando con propiedad, jamás podremos saber los resultados de nuestra obra. En nuestra obra de predicación del evangelio, puede ser que laboremos diligentemente para ganar a seis incrédulos para el Señor. Pero finalmente, tres son salvos, mientras que los otros tres siguen en su obstinación. Es posible que al ver que no podemos hacer nada con los que siguen obstinados nos sintamos desanimados. Pareciera que los tres primeros son maravillosos, pero ésa es su condición hoy; es posible que quince años más tarde todos ellos se descarríen. Sin embargo, del segundo grupo de tres, uno podría llegar a ser un apóstol, y dos podrían llegar a ser dos ancianos muy útiles. Si les preguntáramos cómo fueron salvos, probablemente dirían: “La primera vez que escuchamos el evangelio fue hace quince años. En esa época hubo algo que me llamó mucho la atención, pero era muy testarudo. Sin embargo, la sensación que tuve en aquella época permaneció conmigo y, después de muchos años, fui salvo”.
De seis personas que son salvas, es posible que dos sean espiritualmente débiles, y cuatro fuertes. Sin embargo, después de sólo unos años, es posible que los cuatro que eran fuertes lleguen a causar muchos problemas en la iglesia, y que los débiles lleguen a ser muy vivientes con un profundo entendimiento en los asuntos espirituales. Si conociéramos estas historias, nunca trataríamos de determinar cuál será el resultado de nuestra obra. Nuestra responsabilidad es simplemente laborar y orar. En cuanto al resultado, debemos dejarlo todo en las manos del Señor y darle tiempo a las cosas. Nunca podré olvidar lo que C. H. Macintosh dijo: “Únicamente el día en que estemos en la presencia del Señor sabremos cuál fue el resultado de nuestra obra”. La verdadera manera de laborar simplemente consiste en cumplir con nuestra responsabilidad. Nunca trate de anticipar cuál será el resultado. Si hace esto, se desanimará o se volverá orgulloso. Por consiguiente, aprendamos la lección de tener comunión con el Señor, de laborar para Él y de laborar en Él. Esto será suficiente.
Debemos siempre aprender a estar en un mismo espíritu y a permanecer unánimes con los hermanos y hermanas. Ser unánimes, estar unidos en el alma, y ser del mismo ánimo son frases que se repiten varias veces en Filipenses (1:27; 2:2, 20). El capítulo 4 habla de dos hermanas, Evodia y Síntique, las cuales aunque eran muy buenas, tenían un problema: no eran uno en espíritu ni tenían un mismo sentir. Fue por esto que Pablo las exhortó a que tuvieran un mismo sentir en el Señor (v. 2).
Filipenses es un libro sobre la experiencia de Cristo, y junto con la experiencia de Cristo está la predicación del evangelio. Este libro nos dice claramente que la predicación del evangelio es un asunto de comunión. En la comunión lo más necesario es estar en armonía. Usted jamás podrá tocar una melodía agradable en el piano si las teclas no están en armonía. A fin de laborar juntos hombro a hombro debemos estar en armonía. Es posible que alguien sea un beisbolista extraordinario; no obstante, será inútil a menos que permanezca en armonía con su equipo; podría incluso perjudicar a su equipo.
De manera que la verdadera armonía es necesaria, especialmente cuando se trata de predicar el evangelio. Cuanto más tierno y delicado sea algo, mayor será la necesidad de estar en armonía. Así que especialmente necesitamos estar en armonía en lo relacionado con el espíritu, ya que el espíritu es muy tierno y delicado. La vida de iglesia, la vida del Cuerpo, es algo en el espíritu. No debemos pensar que predicar el evangelio es simplemente cierta actividad que realizamos de una manera tosca y burda. No podemos predicar el evangelio de esta manera; en vez de ello, debemos entender que predicar el evangelio es algo que depende de que estemos en nuestro espíritu. Por consiguiente, es imprescindible que tengamos una armonía tierna, no sólo estando en un mismo espíritu, sino también teniendo un mismo parecer y permaneciendo unánimes.
Muchas personas han sido traídas al Señor por cierto hermano. Dicho hermano no es elocuente, pero muchas personas han sido salvas por medio de él. La característica especial de este hermano es que siempre guarda la armonía. Él abre su casa e invita a las personas, pero después, en lugar de hablar la palabra él mismo, invita a otros hermanos para que la compartan. ¡Cuánta armonía, mansedumbre y humildad percibimos en su espíritu! Esto prepara el camino para que el Espíritu pueda convencer a las personas. Si entre nosotros no hay armonía, si no hay ternura ni humildad, no debemos esperar que las personas sean salvas. Simplemente apagaremos al Espíritu que salva. Conocí un grupo de hermanos que se reunían juntos. No eran muy hábiles para predicar, pero exhibían una armonía en la que había ternura y humildad. Ellos no predicaban mucho el evangelio, ni siquiera hablaban mucho, pero las personas eran salvas por medio de ellos. La predicación del evangelio es algo que depende absolutamente de nuestro espíritu, no de nuestra capacidad intelectual ni de nuestros buenos argumentos. Por esta razón, necesitamos la armonía.
Todos los asuntos que hemos mencionado anteriormente requieren que verdaderamente los pongamos en práctica. No podemos esperar recibir algo que sólo provenga de nuestra imaginación. No podemos esperar que hoy haremos algo que resultará muy exitoso, y que al día siguiente podremos dejar de hacerlo y olvidarnos de ello. La predicación del evangelio es algo que debemos practicar por el resto de nuestra vida. Lo que el apóstol dijo en su oración es que el que comenzó en nosotros una buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (1:6). Por consiguiente, tenemos que seguir avanzando. Debemos orar pidiendo que la buena obra que el Señor comenzó y ha establecido entre nosotros pueda seguir avanzando, y que todos podamos aprender las lecciones. No sólo debemos predicar el evangelio para salvar a otros, para ganar almas para el Señor, sino que además nosotros mismos debemos aprender las lecciones. Entonces seremos edificados juntos por medio de la propagación del evangelio.