
¿Cómo “confirmamos la ley” por medio de la fe, según Romanos 3:31? ¿Por qué los creyentes no están “bajo la ley” (Ro. 6:14)? ¿Qué significa no estar bajo la ley? ¿Por qué es Cristo “el fin de la ley” (Ro. 10:4)?
En Romanos 3:31 leemos: “¿Luego por medio de la fe invalidamos la ley? ¡De ninguna manera! Antes bien confirmamos la ley”. Esta es la conclusión que da Pablo. Antes, el había dicho: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (v. 28). Ya que éste es el caso, alguien preguntará: “¿Acaso la fe no invalida la ley?” A lo cual Pablo contestaría: “¡De ninguna manera!” Esta expresión griega sería el equivalente de “¡Dios nos libre!” Lo que quiso decir Pablo fue que de ningún modo se admitiría la idea de que la ley fue abolida por la fe.
En los primeros tres capítulos de Romanos, Pablo muestra que los gentiles, a los cuales Dios no había escogido, eran pecadores y que los judíos, a los cuales Dios había escogido, también eran pecadores; así que los que servían a Dios y tenían la ley también eran pecadores; nadie podía ser justificado por guardar la ley. Es por eso que dice: “Ya que por las obras de ley ninguna carne será justificada delante de El; porque por medio de la ley es el conocimiento claro del pecado” (3:20).
Y el versículo 3:21 añade: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, atestiguada por la ley y por los profetas”. Alabamos y agradecemos a Dios por este “ahora”. Ahora hay un camino de salvación.
Leemos en los versículos 25 y 26: “A quien Dios ha presentado como propiciatorio por medio de la fe en Su sangre, para la demostración de Su justicia, a causa de haber pasado por alto, en Su paciencia, los pecados pasados, con la mira de demostrar Su justicia en este tiempo, a fin de que El sea justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Dios fue paciente para con las personas del Antiguo Testamento, mientras que justifica a las de esta era. El Señor no había muerto en la era del Antiguo Testamento, y el pecado no había sido quitado de en medio; por lo tanto, Dios tuvo que usar Su paciencia. Pero en la actualidad Dios no ejerce Su paciencia, sino que justifica. La justificación no consiste sólo en perdonar al hombre y considerarlo sin pecado, sino en declararlo justo. Dios nos imputa esta justicia en Cristo Jesús. Ahora podemos recibir esta justicia debido a que Cristo murió y resucitó; por lo tanto, Pablo dice: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (3:28). Pablo temía que se pensara que por haber sido justificado el hombre por la fe, la ley podría abolirse mediante la fe; por eso inmediatamente responde: “¡De ninguna manera!” (3:31). No debe darse lugar a que el hombre concluya tal cosa.
¿Cómo entonces confirmamos la ley mediante la fe? La ley tiene dos requisitos: (1) ordena que el hombre haga el bien y (2) castiga a los que no lo hacen. La ley castigará a la persona si ésta no la cumple ni la confirma, y este castigo constituye la confirmación. Sólo el Señor puede cumplir la ley; pues ni aún Moisés, quien la promulgó, pudo cumplirla. Los que no cumplan la ley, morirán. Hoy podemos decir: “No he cumplido la ley; pequé; ya estoy muerto; en Cristo recibí el juicio y la maldición de la ley; por lo tanto, no he quebrantado la ley, sino que la he confirmado por medio de la fe”. Aunque no podemos confirmar la ley cumpliéndola y merecemos morir, ¡alabamos y agradecemos al Señor porque hemos muerto en Cristo! Es obra de Dios que nosotros estamos en Cristo Jesús (1 Co. 1:30) y que hemos sido introducidos en Cristo, porque cuando Cristo murió, nosotros también morimos juntamente con El. Por eso la fe no invalida la ley; por el contrario, la confirma.
¿Por qué los creyentes no están bajo la ley? Porque por un lado ya están muertos y por el otro lado han resucitado, según vemos en Romanos 7:1-6, donde Pablo usa la parábola de una mujer casada y su esposo. Necesitamos saber quién es “el marido” del que habla Pablo. Algunos dicen que es la ley, y otros que es la carne. Cada posición presenta sus opiniones y razones, pero si leemos cuidadosamente, veremos que tanto la ley como la carne están incluidas. El marido mencionado en Romanos 7:2 es la ley, aunque también se nos muestra que es diferente a ella; por lo tanto, “el marido” al que alude este pasaje tiene dos significados. El primero es la ley, y el segundo, la carne. Pero si el marido se refiriera sólo a la ley, entonces la frase “si el marido muere” significaría que también la ley expiraría, pero ¿cómo puede expirar la ley? Una vez que entendemos bien esto, podemos concluir que “el marido” del cual habla esta sección es tanto la carne como la ley.
Antes de creer en el Señor, estábamos atados a la ley. ¿Cómo podíamos desligarnos de ella? Sólo mediante la muerte, porque una vez que morimos, quedamos desligados. Dios condenó el pecado en la carne de Cristo; por lo tanto, hemos muerto en Cristo y nos hemos desligado de la ley. Somos la mujer, y nuestra carne es el marido. Cuando morimos, quedamos libres de la carne. La ley exige la muerte. No importa cuántos pecados haya cometido una persona, la máxima pena que la ley le puede imponer es la muerte, y una vez muerta la persona, todo concluye, y quedamos desligados de la ley.
Por otra parte, el versículo dice: “Si el marido muere, ella queda libre de la ley referente al marido” (7:2). Esto se refiere a crear por la muerte una separación entre nosotros y la ley. La primera parte hace énfasis en la muerte, y la segunda, en la separación.
Podemos apreciar dos cuadros en esta sección; el primer cuadro consiste en que por medio del cuerpo de Cristo, estamos muertos a la ley y completamente desligados de ella, porque el día que el Señor murió, nosotros también morimos. Por lo tanto, podemos decir: “No estoy bajo la ley”. El otro cuadro muestra que ahora nos podemos volver a casar. Anteriormente la carne era nuestro amo, pero ahora nos podemos volver a casar; ahora pertenecemos a Cristo, quien resucitó, y podemos llevar fruto para Dios. Ningún creyente en la actualidad se encuentra bajo la ley.
Alguien podría decir: “En obediencia a la ley, debemos guardar el día de sábado”. Debemos tener presente que si tratamos de cumplir un solo mandamiento de la ley, establecemos tácitamente que Cristo no murió por nosotros, y menospreciamos Su obra redentora. Comparemos entonces Romanos 6:14 con 3:19. El primero dice: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Y el segundo dice: “Ahora bien sabemos que todo lo que la ley dice, lo dirige a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios”. Este versículo se dirige a los que están bajo la ley, pero como no lo estamos, estas palabras no están dirigidas a nosotros.
El libro de Romanos nos dice que los pecadores no son justificados por cumplir la ley, y Gálatas dice que los santos no son santificados por cumplir la ley. Los pecadores no se salvan haciendo el bien, y tampoco los santos son santificados por hacer el bien. Así como empezamos por la gracia, debemos ser perfeccionados por ella; no podemos ser justificados por la fe y luego tratar de ser santos cumpliendo la ley. La justificación y la santificación son efectuadas por el Espíritu Santo, y nosotros entramos por el camino completamente terminado. Dios solamente obra de acuerdo a un principio. ¿Por qué la lana no se puede combinar con el lino? (Dt. 22:11). Porque la lana proviene del derramamiento de la sangre, mientras que el lino proviene del trabajo del hombre. La actividad de Dios constituye Su obra, y las acciones del hombre son su obra; pero Dios no mezcla Su obra con la del hombre.
¿Qué significa no estar bajo la ley? No significa vivir sin ley e impíamente. La Biblia dice: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). Dado que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, el pecado ya no se enseñorea de nosotros. Debemos poner mucha atención a este versículo, pues el pecado no tiene dominio sobre aquel que no se encuentra bajo la ley.
¿Qué significa estar bajo la gracia? Leamos Romanos 11:6: “Mas si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”. “Bajo la gracia” significa que no tenemos que depender de nosotros mismos. ¿Qué significa estar “bajo la ley”? Significa que actuamos por nuestra cuenta y cuanto más tratemos de hacer lo que podamos, menos lo lograremos. Estar bajo la gracia significa dejar que el Señor Jesús actúe, mientras que estar bajo la ley consiste en que nosotros actuamos. Estar bajo la gracia significa dejar que Dios opere en nosotros hasta que el pecado ya no pueda ser nuestro amo, pero al estar bajo la ley el pecado se enseñorea de nosotros, pues no podemos vencerlo. Si estamos bajo la gracia, la gracia de Dios obra en nosotros. ¿Puede acaso el pecado competir con la gracia de Dios? Claro que no.
El Señor murió en la cruz y vive en nosotros. El mismo cargó con todos nuestros pecados en la cruz y ahora El mismo hace que venzamos el pecado. La ley constituye lo que Dios exige, pero la gracia es el poder de Dios. La ley nos ordena que hagamos algo, pero la gracia nos da el poder para hacerlo. Estar bajo la gracia significa que el Cristo resucitado vive en nosotros y nos capacita para vencer.
Cristo es el fin de la ley porque El satisfizo todas las exigencias que la ley hace al hombre.
En primer lugar, Cristo puso fin a la ley con Su vida. Por el momento no consideraremos al Señor Jesús como Dios sino como hombre. El Señor Jesús es el único hombre que ha cumplido la ley en su totalidad; no ha habido nadie antes de El, ni lo habrá. El es el único, El es el fin de la ley.
Segundo, la muerte de Cristo puso fin a la ley. Lo máximo que la ley exige es la muerte. Supongamos que una persona quebranta la ley de una nación, merece la muerte y es ejecutada. Una vez que la persona ha sido ejecutada, la ley no exige nada más; la exigencia de la ley llega hasta la muerte; así que cuando el hombre muere, todo queda resuelto. La ley dice que quienes no cumplan la ley tienen que morir. El Señor Jesús murió y puso fin a la ley.
El fin significa el punto culminante. Cuando uno llega al final, no hay nada más qué añadir. ¿Qué más se debe hacer? El creyente puede agradecer y alabar a Dios porque Cristo puso fin a la ley.