
Cristo dijo, estando en la cruz: “Consumado es”, dando a entender que la obra de la cruz estaba completa allí. Entonces, ¿por qué no podemos ser salvos sin Su resurrección?
Cuando Cristo dijo en la cruz: “Consumado es”, se refería a que la redención llegaba a su consumación, no que la salvación estuviese completa. El aspecto objetivo de la redención se cumplió en Cristo, y la aplicación personal de la salvación se produce cuando el individuo es salvo. Nuestra unión personal con Cristo está ligada a Su resurrección; por lo tanto, si El no hubiera resucitado, nosotros no podríamos ser salvos.
En Romanos 8:2 leemos: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. Este versículo muestra que somos librados de dos leyes, la del pecado y la de la muerte. La muerte de Cristo quitó de en medio el pecado, mientras que Su resurrección elimina la muerte. Cristo eliminó el pecado mediante Su muerte y anuló la muerte por medio de Su resurrección. La muerte de Cristo resolvió el problema del pecado, y Su resurrección resolvió el problema de la muerte. No sólo éramos pecadores sino que estábamos muertos. El Señor murió en la cruz para salvarnos de nuestra condición pecaminosa, y resucitó para salvarnos de nuestro estado de muerte.
Si el Señor no hubiera muerto en la cruz, seríamos pecadores y además estaríamos muertos; si El solamente hubiera muerto y no hubiera resucitado, no seríamos pecadores pero permaneceríamos muertos. La resurrección destruye el poder de la muerte. La muerte satisface a Dios ya que suple la necesidad objetiva y cumple lo que exige la ley, mientras que la resurrección nos satisface a nosotros, pues suple la necesidad personal y nos da vida. Si sólo predicamos la muerte de Cristo sin la resurrección, estamos predicando la mitad del evangelio. Al leer el libro de Hechos, vemos que los apóstoles daban un marcado énfasis a la resurrección del Señor.
La Biblia menciona la sangre más de cuatrocientas veces, pues ella satisface a Dios; sin embargo, la sangre fue presentada a Dios después de la resurrección (He. 9:12). Debemos recalcar enfáticamente la muerte del Señor, ya que ésta se relaciona estrechamente con la resurrección. Después de la muerte viene la resurrección, y sin ésta no puede haber salvación puesto que Dios nos regeneró mediante la resurrección de Jesucristo (1 P. 1:3).
La verdad acerca de la resurrección se halla a lo largo de toda la Biblia. Abraham ofreció a Isaac porque creyó en la resurrección; el paso del río Jordán por parte de los israelitas y la vara de Aarón que reverdeció tipifican la resurrección. Dice en 1 Corintios 15:3-4: “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras ...y ... resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. Esto muestra que la muerte y la resurrección de Cristo están en conformidad con las Escrituras.
Alabamos y agradecemos a Dios porque no sólo Su hijo murió por nosotros sino que también resucitó por nosotros. El no sólo resolvió el problema de la ley de pecado sino también el de la ley de la muerte. No nos salva solamente de nuestra condición pecaminosa sino también de la muerte en la estábamos.