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Mensajes del libro «Preguntas sobre el evangelio»
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PREGUNTA VEINTISEIS

ROMANOS 5:9 y 4:25

  ¿Qué significa el ser justificado en Su sangre? (Ro. 5:9) y ¿qué significa el haber sido justificado por la resurrección? (4:25).

RESPUESTA

  En Romanos 5:9 se nos muestra que fuimos justificados en Su sangre, y en 4:25 vemos que Jesús resucitó para nuestra justificación. ¿Cómo podemos conciliar estos dos versículos? Necesitamos escudriñar lo que significa ser justificado en Su sangre y haber resucitado para nuestra justificación, y ¿qué tan amplio es el campo de la justificación y el de haber resucitado para nuestra justificación?

  De acuerdo con la Biblia, la justificación tiene dos significados: (1) Al creyente le son perdonados todos los pecados, y (2) Dios lo ve justo y perfecto. Antes de que Adán y Eva pecaran, no necesitaban ser justificados delante de Dios. Cristo, por Su parte, es justo y perfecto a los ojos de Dios. Al creyente que se acerca a Dios se le considera no sólo perdonado de sus pecados sino también justo. Cuando la persona se acerca a Dios, no solamente es libre de toda mancha de pecado, sino que además es vestido del manto de justicia. Todo aquel que se acerca a Dios en Cristo, es acepto, del mismo modo que Cristo.

  ¿Cuál es la diferencia entre ser justificado por la sangre y ser justificado por la resurrección? La sangre del Señor Jesús resolvió el problema de nuestros pecados, pues al ser derramada, nuestra cuenta de pecados quedó cancelada. Al mismo tiempo, Dios nos acepta mediante la resurrección del Señor Jesús. Muchos cristianos cometen el grave error de pensar que el perdón lo incluye todo. Por supuesto, debemos regocijarnos por el perdón de nuestros pecados, pero Dios nos da mucho más que el perdón de pecados en Cristo. El perdón es sólo una parte de la salvación completa. Algunos afirman que estarán satisfechos con llegar al cielo. Otros dicen que sería suficiente con llegar a las puertas del cielo. Indudablemente desconocen el significado de la gracia de Dios. La Biblia dice que la gracia de Dios incluye no sólo el perdón de pecados sino también una verdad gloriosa: cuando entramos a la presencia de Dios, somos aceptos ante El. En Efesios 1:6 dice: “Para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos agració en el Amado”. Esto significa que fuimos perdonados y aceptados. Dios aceptó al ladrón que fue crucificado con Jesús, justo antes de morir, de la misma manera que aceptó a los apóstoles Juan, Pedro y Pablo. Ante Dios, todo aquel que está en Cristo está libre de mancha y de culpa. ¿Qué es una mancha? Por ejemplo, cuando sana en la piel una herida que hayamos sufrido, queda una cicatriz; ya no hay dolor ni daño, pero la huella de la cicatriz ha quedado como evidencia de que recibimos una herida. La Biblia dice que Dios nos salvó a tal grado que ni siquiera tenemos cicatrices. El nos salva de tal manera que nuestros pecados jamás serán recordados y nunca más nos sentiremos culpables. La obra de Dios es perfecta. El no sólo perdona nuestros pecados, sino que, además, nos salva y nos hace justos.

  La sangre nos redime delante de Dios, lo cual constituye el aspecto objetivo, y la sangre purifica la conciencia del hombre (He. 9:14). Cada vez que pensemos en nuestros pecados, podemos tener presente que la sangre nos lavó, y nuestro corazón estará en paz. Este es el efecto de la aplicación de la sangre. El Señor Jesús derramó Su sangre en propiciación por nuestros pecados delante de Dios y así el problema del pecado quedó resuelto. La sangre del Señor también limpia nuestra conciencia. Pero ¿qué es la conciencia? Cuando pecamos, una voz interior nos dice que pecamos y hace que nos sintamos incómodos, pero cuando acudimos a la sangre del Señor, nuestra conciencia es purificada a tal grado que queda libre del peso de ese pecado. Si un creyente vive constantemente bajo la acusación de su conciencia, no significa que sea humilde; más bien muestra una enorme falta de fe en la Palabra de Dios y un total menosprecio por la obra de Cristo. Ninguno de nosotros debe tener una conciencia que lo acuse de pecados pasados. Debemos creer que la sangre nos lavó completamente.

  Cierta mujer de más de cincuenta años de edad había cometido un pecado muy grave hacía ya veinte años, y aunque se había arrepentido, pensaba que jamás sería perdonada, y por lo tanto, no tenía paz. Conoció a un predicador y le presentó su caso. El predicador le preguntó si había leído 1 Juan 1:7, y ella contestó que sí. Entonces el predicador le dijo que leyeran juntos la última parte de ese versículo: “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado”. El le preguntó: “¿Has cometido algún otro pecado?” Ella contestó: “He cometido otros pecados, pero de todos he sido lavada con la sangre, pero eso no ha sido posible con éste”. Entonces el predicador le dijo: “La Biblia dice que la sangre me limpia de todo pecado, no de otros pecados”. Luego ambos leyeron el versículo 9: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. Le preguntó a la mujer: “¿Cómo perdona y lava tus pecados el Dios fiel y justo?” Ella replicó: “Al confesarlos”. “¿Has confesado tu pecado?” dijo él, y ella respondió: “Muchísimas veces”. “Bueno”, dijo él, “puesto que Dios dice que si confiesas tus pecados, El te perdona y te limpia, y tú ya has confesado, entonces El ya te perdonó y te limpió”. Ella dijo: “Pero, yo no me siento así”. Entonces él le dijo: “¿Tiene alguna importancia cómo te sientas si el Dios del cielo te ha perdonado y limpiado?” A lo cual ella contestó: “En realidad, no”. Luego oraron, y el predicador le dijo: “La oración es efectiva sólo cuando crees lo que la Biblia dice, y si no crees, es inútil que sigas orando” Entonces él de una manera sencilla la confió a Dios pidiendo que ella creyera que sus pecados ya habían sido lavados y eliminados, y luego ella declaró: “Oh, Dios, mi problema era que no creía en la obra de Cristo, pero ahora creo en Tu obra y creo en Tu Palabra; por lo tanto, mi pecado ha sido perdonado y limpiado”. Más tarde, alguien le preguntó a ella cómo se sentía, ella contestó que se sentía muy, muy bien. Dado que muchas personas no han podido ver esto, miran sus pecados en vez de mirar al Salvador; se encierran en su condición de pecado en vez de acudir a la gracia de Dios. Prestan más atención a sus pecados que a la obra de Cristo. Quienes se preocupan por sus propios pecados están propensos a pecar. Si acudimos al Señor Jesús y creemos en la obra que El hizo, sin duda alguna nos olvidaremos de nuestros pecados y dependeremos del Señor y no de nosotros mismos. Cuanto más nos detengamos en nuestros pecados, mucho más difícil nos será deshacernos de ellos, pero si nos volvemos al Señor, seremos transformados de gloria en gloria en la misma imagen del Señor.

  Ser justificados por la resurrección consiste en que el Señor resucitó para impartirnos una vida nueva, la cual es tan justa como el Señor mismo y no peca. Cuando Dios ve esta vida, nos considera justos. La resurrección de Cristo nos imparte una vida nueva y esconde nuestra vida con Cristo en Dios (Col. 3:3). En cuanto a la aplicación personal, Cristo como nuestra vida mora en nosotros ya que lo recibimos cuando fuimos regenerados. Esta es la vida de resurrección. En cuanto al aspecto objetivo, nos presentamos a Dios en Cristo, lo cual nos lleva a una nueva posición, y Dios nos ve tan justos como Cristo. Por lo tanto, cuando entramos en Su presencia, no tenemos nada que temer y podemos decir llenos de confianza y de fe: “¡Aleluya!” Podemos decir a Dios: “Tú eres nuestro Padre, y nosotros somos Tus hijos”. Es Dios quien nos justifica; El no nos condena, y cuando nos acercamos a El en Cristo, nada es más hermoso que nosotros. Las estrofas 3 y 4 del himno 143 dicen:

  Tan cerca estoy, tan cerca a Dios,     Ya no se puede más, Pues en Su Hijo yo estoy     Tan cerca como El está.

  Querido soy, querido a Dios,     Más, no me puede amar; Como a Su Hijo me ama a mí,     El mismo amor me da.

  Cristo nos dio esta nueva vida y esta nueva posición delante de Dios. Muchos cristianos no crecen debido a que sus conciencias los acusan y no se sienten libres ante Dios. Cuando se abre una fisura en la conciencia, la fe se escapa por ahí. Cuando oramos y la conciencia nos acusa, nuestra fe se debilita.

  La justificación que proporciona la sangre resuelve el problema de nuestros pecados, y Dios nos mira como si jamás hubiéramos pecado. La justificación obtenida mediante la resurrección significa que Cristo ha llegado a ser nuestra vida. En consecuencia, tenemos una nueva posición en Cristo ante Dios, la cual es la misma posición que Cristo ocupa delante de El.

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